La tortura clandestina asomó el hocico en EE.UU.
En estos días Amnesty Internacional denunció que en las cárceles y juzgados de Estados Unidos, se utilizan cinturones de descarga eléctrica para el control físico y psicológico de los presos. La picana eléctrica vieja conocida de los argentinos se transformó en una herramienta notablemente popular dentro del sistema carcelario estadounidense. Este no es un hecho aislado sino que forma parte de algo más estructural en esa sociedad en descomposición.
Abner Louima es un inmigrante negro haitiano que en agosto de
1997 fue sodomizado en una comisaría de Brooklyn. Se le
introdujo un bate de baseball en el ano, hasta destruirle la
vejiga y los intestinos.
En febrero pasado, Amadou Diallo, otro inmigrante negro de origen
africano, fue acribillado de 41 balazos ante la puerta de su
casa, por cuatro policías de Nueva York.
En 1992, Rodney King fue brutalmente golpeado por policías de la
ciudad de Los Angeles. La filmación de la golpiza recorrió el
mundo.
Todos estos casos, tienen en común dos cosas: los policías
pertenecen a la denominada policía modelo del primer
mundo de la era Giuliani, formados en la mentada teoría de
la mano dura y tolerancia cero que tanto admira
Menem. La otra coincidencia es que Rodney, Abner y Amadou no
habían cometido ningún delito, pero eran negros, inmigrantes y
pobres.
El caso de Abner Louima, se conoció porque el policía Eric
Turetzky se atrevió a romper el pacto de
encubrimiento entre los policías conocido como el muro
azul del silencio. Turetzky se transformó en el primer
policía que denuncia los abusos de los policías, después de
que Frank Sérpico hiciera lo mismo en 1972.
Justin Volpe, otro policía, confeso torturador de Louima, espera
aún condena, mientras que los otros tres implicados en el caso
como encubridores fueron sobreseídos.
Al denunciar a sus compañeros, Turetzky fue ascendido, recibió
medalla de honor y custodia policial. La misma institución que
engendra y educa asesinos, intenta lavarse la cara
con este demagógico premio. Refuerza así la imagen que quiere
venderle hoy al mundo, de custodio de los derechos
humanos, mientras todo sigue igual. Y nada puede asegurar
que Turetzky no sufra un buen día un accidente
natural, se suicide, se cruce en el camino de una
bala perdida, o cualquier otra variante.
Estos dos casos forman parte de un pintura más extensa de la
sociedad más democrática que pretende erigirse como
modelo para el resto del mundo. En los barrios negros de la
ciudad de Nueva York durante la era Giuliani entre
1997/98 fueron detenidas 45.000 personas. Sólo 10.000
fueron luego procesadas. Es decir que casi el 75% fue detenido
por error. Todo pobre inmigrante pasó a
calzar en el indeseable perfil del
sospechoso.
La policía persigue con mayor vehemencia delitos como colarse en
el subte, orinar la calle y ensuciar la vereda. El castigo
desmesurado para cualquiera de estas contravenciones mínimas,
busca amedrentar a la población para barrer con cualquier
acción que pueda acompañar a un pensamiento de rebeldía.
¡Cómo rebelarse ante la explotación del patrón, si por tirar
un papel al suelo se pueden sufrir 30 días de arresto!
La mayoría de los estados ha reimplantado la pena de muerte, que
se aplica más allá de saber que el acusado es inocente, como
sucedió en Florida, porque hay que cumplir la ley.
Se incendian clínicas donde se practican abortos legales. El 2%
de los habitantes están en prisión o bajo proceso y, en algunos
estados, los negros, chicanos e hispanos conforman el 80% de los
encarcelados, superando abrumadoramente su proporción en el
total de la población. Se prohibió el habla hispana en el
Oeste, y se multa a quienes lo hablan; se suprimió el casamiento
interracial; y se generalizó el uso de los cinturones
eléctricos, legitimando la tortura.
La luz verde para asesinar, tiene su origen en una política
económica que genera que miles de hombres, mujeres y niños se
encuentren en la más extrema pobreza y, por eso, es necesario
redoblar toda la legislación represiva y aplicar ejemplos
aleccionadores para disciplinar a este inmenso
ejército de pobres. ¡Que ni se les ocurra rebelarse ante la
única oportunidad que les ofrece este sistema: la muerte en
vida! Cuanto más aberrante es el castigo, se prevé que mayor
será su efecto en la cabeza de los explotados.
Para el aparato represivo, esta práctica es a la vez un
entrenamiento. Porque un asesino sólo puede formarse_
asesinando. Y esta costumbre de matar es la única
que garantiza que, cuando la orden sea dada, se responda con la
efectividad que la situación demande, sin cuestionar el
bien o el mal de la acción.
Cualquier asociación que se nos ocurra con la situación de
Argentina no es mero producto de la imaginación. Porque la
crisis avanza hacia todas partes del mundo, y es peor aún en los
países marginales. De ahí la similitud entre la policía de
Nueva York, y los casos del llamado gatillo fácil
que inundaron durante meses las noticias, y que siguen sucediendo
a diario por más que no se publiquen. Poco importa que allá las
víctimas sean negros y pobres, y aquí cabecitas
negras de los barrios pobres del Gran Buenos Aires. La
teoría y la aplicación de la mano dura y tolerancia
cero por parte de Giuliani, son el modelo que inspiró a
Menem para la firma del decreto 150, y a De la Rúa y la Alianza
para reinstalar, corregidos y aumentados, los viejos edictos
policiales a través de la Legislatura de Buenos Aires.
La barbarie del imperialismo norteamericano se extiende por todo
el planeta, engrosando las filas de los asesinos a
sueldo del gran capital. Tocaron las doce y el cuento de la
gran América democrática y su progreso indefinido, se desvanece
en las calles oscuras de los barrios pobres de Nueva York, y
proyecta su sombra sobre el resto del mundo.