Bancarrota, luchas y fraude
CORRIENTES Y TUCUMAN
ESPEJOS DEL PAIS
La bancarrota de Corrientes y las elecciones en Tucumán son
dos expresiones emblemáticas del rumbo por el que marcha la
Argentina toda.
En Corrientes los trabajadores y el pueblo resisten ante la
catástrofe que se desmorona aplastando sus vidas y las de sus
familias. En Tucumán, a una semana de los comicios, todavía no
se sabe quién ganó. En un fuego cruzado de acusaciones de
fraude electoral, se anunció el triunfo de Bussi por amplio
margen el día de la elección, para pasar, pocas horas después,
a anunciar el triunfo del PJ. Lejos de ser una peculiaridad de la
provincia, es otra muestra de la creciente degradación del
régimen político en todo el país, incluyendo que tampoco se
conoce aún el resultado de la interna del PJ realizada el 9 de
abril en la ciudad de Buenos Aires. Y tampoco hay cifras
oficiales de la provincia de Buenos Aires, y ni siquiera se
conoce cuánta gente votó.
Los números de la economía ofrecen a diario nuevos
indicadores de la gravísima crisis: la desocupación crece al
14,2%; el rojo de la cuenta corriente pasa del 4,3 al 4,8% del
PBI; la deuda pública total trepó a 41% del PBI, contra el 37%
estimado; el PBI caerá este año no menos de 3% en lugar de
crecer al 4%, como aseguraba el gobierno el año pasado.
Los empresarios privados están endeudados en 90.000 millones de
dólares, y el gobierno corre en su auxilio, ¡cuándo no!,
mediante un nuevo Plan Brady que tendrá que pagar el pueblo
de la forma que sea, como ya lo tuvo que hacer cuando
Cavallo estatizó la deuda privada en los 80.
El contexto internacional es altamente peligroso. Por un lado
suben las tasas de interés de los capitales incluyendo un
alza significativa en los bonos T30 del tesoro
norteamericano; se encarece el crédito, en particular para
la Argentina, cuyo riesgo país sigue creciendo. Por otro lado,
se mantienen la depresión internacional, la baja cotización de
las materias primas de exportación y la crisis brasileña
continúan. Por más que se reúnan los banqueros y el FMI para
respaldar la convertibilidad, en cualquier momento puede haber
movimientos de capitales especulativos que la hagan zozobrar.
La situación económica es muy grave (ver pág. 2) y puede
terminar de salirse de madre. Los efectos de la crisis y la
bancarrota de los estados provinciales son el fuelle que está
alimentando el fuego de la conflictividad social, que afecta a
distintos sectores sociales, y por las más variadas
reivindicaciones.
Los estatales de Corrientes llevan cinco semanas de huelga
(incluyendo a parte de la policía) en reclamo del pago de
sueldos adeudados. En Chaco los empleados se enfrentan con la
policía por la misma razón y hay movilizaciones también en La
Rioja, Río Negro y otras provincias. Por otro lado, está el
paro del campo el último sin la Sociedad Rural
motorizado por los productores más pequeños. También reclaman
las patronales de la pesca en Mar del Plata, y los obreros de la
pesca enfrentan a sus patrones, incluso después de la marcha a
la capital (ver pág. 4). Diversas economías regionales se ven
afectadas, desde la crisis del azúcar en Tucumán, o del tung y
la yerba en Misiones, así como los taxistas y fleteros contra el
agregado de nuevos impuestos sobre sus herramientas de trabajo.
Antes, se movilizaron los estudiantes. La Policía Federal
estima, en promedio, seis marchas diarias en la Capital entre el
4 de mayo y el 2 de junio.
Las organizaciones sindicales tradicionales, comenzando por la
CGT y los grandes sindicatos, no aparecen en el escenario. Hay
intentos de lucha popular con un fuerte componente de
espontaneidad, incluso allí donde interviene algún sindicato,
éste no controla a la masa; los docentes autoconvocados en
Corrientes son una muestra, cualquiera sea su futuro inmediato. A
la vez, es notorio el peso de la Iglesia.
La CTA ha convocado a una jornada de protesta, paro y marcha para
el próximo 6 de julio. Pero lo ha hecho en forma inconsulta y no
está haciendo nada para llevarla adelante. Ni que hablar de
instalar su discusión entre los trabajadores, que sería el
primer paso elemental para organizar una gran acción de repudio
al gobierno y la gran patronal, que permita unificar todas las
luchas atomizadas y dispersas.
El gobierno no sabe si intervenir o no a Corrientes, pero de
lo que no tiene dudas es de mandar rápidamente a 350 gendarmes.
Este es el primer acto reflejo de un gobierno en plena cuenta
regresiva. Corach anuncia sigilosamente la vuelta de las fuerzas
armadas a la represión interna, mediante la excusa de la lucha
contra el narcotráfico, por más que ese papel les esté
expresamente prohibido por ley.
El apriete represivo crece de mil formas aunque, por ahora, no se
repriman severamente las manifestaciones. Los helicópteros
sobrevuelan la ciudad, mientras sus colegas en retiro o actividad
realizan la más formidable ola de asaltos a bancos, y persiste
la represión e intimidación a los jóvenes.
Las limitaciones para desplegar una represión abierta, están
fundamentalmente en la crisis en las alturas. Todos los
primeros violines del menemismo aparecen involucrados
en incontables escándalos: seis mil personas del pueblo de Río
Tercero repudiaron la explosión provocada para esconder el
contrabando de armas; el espionaje militar hizo saltar al
comandante del Tercer Cuerpo del Ejército con sede en Córdoba;
dos ministros cayeron en un lapso de quince días; una
espada de Damocles pende sobre las cabezas de Guido
Di Tella y el general Balza_
El Poder Judicial íntegro está bajo sospecha, empezando por la
Suprema Corte. La impunidad de la fiesta del poder de la clase
dirigente y sus personeros, provoca la repulsa, la desconfianza y
el descrédito de una gran mayoría del pueblo.
Estamos a cuatro meses de las elecciones y son escasas o
nulas las ilusiones del pueblo en que ellas puedan resolver
algo en su favor. Como bien dijo un columnista de La Nación
nunca hubo aquí una elección entre dos candidatos tan de
derecha como Duhalde y De la Rúa. Sólo se votará por un
supuesto mal menor, mientras buena parte del
electorado no sabe qué hacer ni qué votar, y cada vez son más
los que se inclinan por no votar.
La izquierda está ausente de la escena política, más por
decisión propia que por dificultades externas. Y aunque seguimos
batallando para intentar revertir esta situación, es muy poco
probable que esto cambie en el escaso tiempo que resta hasta las
elecciones.
En esta situación, consideramos un deber de quienes nos reivindicamos del socialismo revolucionario:
ser tribunos de la denuncia de todas y cada una de las lacras de una sociedad capitalista en permanente strip tease; participar en las luchas de los trabajadores y el pueblo; refundar un movimiento de la izquierda socialista, hoy agotada, sobre pilares opuestos a los de los últimos quince años, como mínimo. Para ello es necesario combatir, simultáneamente y con la misma fuerza, la adaptación a los restos patéticos de un capitalismo senil y su régimen democrático architrucho, al tiempo que intentamos desterrar, como a la peste, el pesado lastre sectario incorporado como subproducto de los largos años de apogeo del peronismo en la clase obrera, con su sífilis de conciliación de clases que, aunque deteriorada, aún continúa.