Aporte para el debate
y reagrupamiento de
los revolucionarios
 "Gris es la teoría, verde el árbol de la vida."

Si la clase obrera no hubiera luchado denodadamente durante este siglo y medio, la humanidad estaría hundida por completo en la barbarie: esa lucha lo ha impedido. Alcanza con ver cómo son las sociedades donde la clase obrera menos ha luchado –incluso a pesar de la lucha mundial– para perfilar la sociedad que existiría de no haber existido un proletariado que luchó, y mucho.
 Por ejemplo, en un país altamente desarrollado como Estados Unidos, el 2% de la población está presa; se vive en virtual toque de queda en la abrumadora mayoría de las ciudades; se atenta con bombas contra clínicas que practican abortos y contra minorías étnicas o sexuales; se generaliza la pena de muerte; se prohibe la enseñanza del habla hispana para la comunidad latina; y la hegemonía cultural lleva a la imbecilidad de la especie humana.
 Por más adelantos técnicos y científicos que haya, bajo el capitalismo no sirven para liberar a la humanidad de la esclavitud asalariada sino para aumentar los cientos de millones de desocupados y marginales. El 2000 encontrará unos 1.000 millones de ellos, e índices escalofriantes de pobreza y desnutrición, entre otras tragedias.

Al mismo tiempo, todo lo que la clase trabajadora y sus aliados consiguen dentro de esta sociedad es más o menos efímero. Sin destruir al imperialismo mundial, más temprano o más tarde, todo se transforma en su contrario. Los sindicatos pasan de ser palancas útiles para la lucha a convertirse en un obstáculo para ella; los partidos obreros, si no se proponen –y logran– destruir el poder capitalista en el país y en el mundo, inevitablemente terminan degenerando y siendo una traba para esa lucha y/o vulgares administradores de la burguesía. Dictaduras proletarias internacionalistas que no pudieron vencer al imperialismo mundial, como la de Lenin y Trotsky, sufrieron en su aislamiento, la degeneración. Lo mismo pasa con otras conquistas: las 8 horas son letra muerta o, donde existen, es con el precio de 20 millones de desocupados, como en Europa occidental...
 La larga marcha de la revolución socialista internacional, está jalonada por este ir y venir, por estos avances y retrocesos.
 La magnitud de la crisis capitalista hace cada vez más dificultoso el camino de las concesiones reales de la burguesía y aun la lucha por las reivindicaciones más pequeñas demanda esfuerzos gigantes, de tipo revolucionario. Ese es el proceso que vivimos.

Hay en curso un debate en la izquierda que se reclama socialista y revolucionaria acerca de lo sucedido en el siglo, de los errores de los revolucionarios, de los problemas de organización_ La discusión abarca todos los terrenos.
 En nuestra opinión el debate tiene que arrancar desde la realidad objetiva, desde la materialidad de los procesos económicos, políticos y de la lucha de clases, y no desde lo subjetivo, como lo vienen haciendo en general diversas fuerzas y compañeros.
 Hobsbawn decía recientemente en su viaje a Buenos Aires que en el siglo XX “la acción humana ha matado a más de 200 millones de personas”. La “acción humana” es un eufemismo para no decir que el imperialismo y la burguesía son responsables por lo menos de un 90 a 95% de esa gigantesca pila humana. El reciente genocidio en Ruanda, de un millón de personas, por parte del imperialismo “no tiene prensa” porque lo perpetró el imperialismo francés y “de eso no se habla”.
Es imposible discutir el desarrollo de la clase obrera y de los partidos
revolucionarios en el correr del siglo sin ubicar la etapa histórica como de crisis, guerras y revoluciones, tal como definiera Lenin y que, creemos, sigue vigente. De lo contrario, hay que demostrar claramente por qué esta definición fue equivocada o dejó de ser vigente.
 En buena medida, es una discusión que se hace sin presupuestos básicos elementales.
 El primero es que el capitalismo y el imperialismo han sido, son y serán la fuente primera de la violencia en el planeta, desde la económica sobre los trabajadores, el racismo y la xenofobia hasta el nacionalismo y las guerras más horrendas, todas ellas con algún miserable y cínico “pretexto” para engañar a la clase media, en primer lugar, y también a la clase obrera. El dedo en el gatillo del gendarme nuclear del mundo apunta a Saddam Hussein, convenientemente demonizado, después de haber cumplido éste su papel de agente imperialista contra la naciente revolución iraní.
 El segundo es que no se terminó la historia con “la victoria del capitalismo y de la democracia”. Cuanto más crisis económica y resistencia social haya, habrá más cercenamiento de las libertades y más represión. Si hay guerras –que las habrá, no sabemos de qué magnitud– habrá genocidios y militarización de la sociedad, se siga votando o no. Si el primer efecto de la “guerra fría” fue la aparición del macartismo en Estados Unidos, no podemos imaginarnos siquiera a lo que estarían dispuestos los dueños del mundo si vieran peligrar efectivamente sus intereses.
 La violencia sigue siendo la partera de la historia, hacia atrás o hacia adelante. Pero la feroz ofensiva ideológica burguesa ha colocado a la hiperdefensiva a los revolucionarios y vamos a terminar disculpándonos por los “excesos” que cometieron Espartaco y los esclavos sublevados, ya que esos excesos le habrían dado ‘‘pretextos” al Imperio Romano para masacrarlos impiadosamente.
 Los revolucionarios proletarios tenemos que aprender de nuestros errores pero no para rendir cuentas de nuestros actos según las ideas dominantes de la época, las burguesas. Al enemigo no le pedimos su aprobación. Por el contrario, nos proponemos su derrota.
 No somos vendedores de artículos en cuotas con oferta de garantía .
 Somos quienes nos proponemos ayudar a canalizar hacia el poder revolucionario la energía de miles de millones, cuando éstos se alcen porque sólo pueden tener esperanzas a condición de jugarse la vida para destruir este orden social que los aniquila.
 Somos quienes estamos convencidos de que si el poder revolucionario fracasa en derrotar al imperialismo en el mundo, el destino de la humanidad se encaminará a pasos de gigante hacia la barbarie. Y también estamos convencidos de que esa empresa gigantesca es la única que puede impedir que la barbarie continúe avanzando día tras día en esta sociedad capitalista, históricamente agotada.
 El secreto de la política revolucionaria está en construir, crear como un arte, los mecanismos que faciliten ese díficil y azoroso camino para terminar con 8.000 años de sociedades de clases, explotación y opresión. En esta gigantesca tarea, como materialistas y marxistas, no ofrecemos otra garantía que poner lo mejor de nosotros para triunfar.

Hago mías las palabras de Cyril Smith (en artículo publicado en la revista Herramientas Nº 7): “_tiene mucha razón al cuestionar la autoridad de Trotsky como filósofo, pero me opongo firmemente a la forma como lo hace. Cuando miramos hacia atrás en la hisoria de las luchas revolucionarias, debemos ser objetivos, críticos y sin temor a ninguna autoridad, pero también debemos tratar a nuestro pasado con respeto y cuidado. Nuestro propósito debe ser extraer todas las lecciones de esta historia, incluyendo sus errores, no desechar la experiencia ganada con mucha dificultad. así, si atacamos a Trotsky, debemos hacerlo desde el punto de vista del socialismo revolucionario. Está bien reexaminar, revisar o incluso no aceptar lo que él escribió, en la medida en que nos ayude a sostener su rechazo al orden mundial existente (_) No debemos, pues, aceptar todo lo que dijeron simplemente porque lo dijeron ellos. Pero nuestra obligación es hacerlo mejor que ellos, no simplemente arrojar sus obras a la basura.”.
 La absoluta responsabilidad por la situación actual del movimiento revolucionario, es nuestra, de los dirigentes vivos, no de lo que nos hayan legado unas “sagradas escrituras, con errores”, provenientes, precisamente, de quienes gustaban repetir que “gris es la teoría, verde el árbol de la vida”.

JORGE GUIDOBONO
 
 

I. Un problema clave

Es imposible discutir sobre el partido en general, fuera del marco de la lucha de clases.
 Hay que terminar de reconocer que la resistencia que ofrece el capitalismo es mucho mayor que la que previó Marx y que también sostuvimos sus seguidores.
 Hay que reconocer francamente que el pasaje de la sociedad de clases a una de transición que lleve a su eliminación es un parto muy dificultoso y que la resistencia económica, social, política, militar e ideológica de la burguesía es mucho más fuerte que lo que imaginamos desde 1848 o 1917. Allí está la base de todos los problemas, no en la crisis de dirección del proletariado, a pesar de que ella existe.
 Esta es la clave de todos los problemas subjetivos reales y que tenemos que abordar a fondo los revolucionarios proletarios para destrozar el dominio capitalista-imperialista.
 

II. Partido clase o partido de vanguardia

Las grandes definiciones del Manifiesto Comunista tenían como mínimo dos grandes problemas.
 El primero era que tomaba como maduro a un régimen económico y social que sólo lo estaba –y relativamente– en una pequeña porción del mundo, en una parte del occidente europeo.
 En segundo lugar, el desarrollo capitalista y su transformación en imperialista en una franja del planeta, con aristocracia obrera en sus distintas variantes, hacen que un “partido clase” –como el planteado en el Manifiesto Comunista– sólo pueda ser un partido obrero-burgués. Su mejor ejemplo es el laborismo británico.
 El bolchevismo, sin negar formalmente lo anterior, se conformó como un partido de la vanguardia obrera –siendo el ala izquierda de la socialdemocracia europea y rusa– que sólo pasó a ser un partido de masas cuando las condiciones materiales, objetivas, empujaron a millones a la revolución, como única salida para sus males. El bolchevismo tenía el capital acumulado de obreros conscientes para canalizar hacia el poder esa inmensa potencia revolucionaria desatada.
 

III. La primera guerra mundial

El devenir imperialista y el florecimiento pacífico que siguió a la guerra franco-prusiana de 1870/71 dieron bases materiales para el reformismo, la aristocracia obrera y los grandes aparatos sindicales y políticos, los diarios, bibliotecas, clubes y todo tipo de asociaciones obreras.
 Todas las declaraciones de la Segunda Internacional contra la guerra se hicieron polvo en agosto de 1914. Por más que Lenin creyera inicialmente que el diario alemán que informaba del voto de los 113 diputados socialdemócratas a los créditos de guerra era un ardid del estado mayor alemán, ésa era la trágica verdad.
 La consigna del Manifiesto Comunista “proletarios del mundo, ¡uníos!”, se transformó en su contrario: ¡mataos!
 Es indudable la responsabilidad de los dirigentes de la Segunda Internacional en este crimen histórico.
 Pero es también indudable que el chauvinismo, el nacionalismo imperialista, había calado hasta los huesos entre los explotados que, por millones, fueron carne de cañón de los distintos bandos imperialistas, y murieron, quedaron lisiados o desquiciados mentalmente por años de guerras de trincheras, gases tóxicos y un largo listado de horrores.

IV. Octubre

La revolución rusa de Octubre es el punto más alto que alcanzó la lucha proletaria hasta ahora. Pudo vencer a la contrarrevolución en la guerra civil internacional, pero quedó aislada y fue degenerando.
 La ola revolucionaria desatada a partir de la revolución alemana del 9 de noviembre de 1918 parecía dar la razón al primer argumento de Lenin para pasar a la insurrección en Rusia: que maduraba la revolución europea. La socialdemocracia fue su verdugo (como en Alemania): ahí donde no pudo asfixiar a la revolución gradualmente, a partir del asesinato de sus dirigentes, el imperialismo lo hizo militarmente en forma directa, como en Hungría o Baviera.
 La socialdemocracia pudo cumplir eficazmente su labor contrarrevolucionaria no sólo por ser la dirección histórica del proletariado –y por ser jóvenes e inexpertos todos los PC – sino también porque la guerra había desangrado literalmente al proletariado y a los pobres, que fueron quienes aportaron los millones de muertos (1.600.000 en el Reino Unido, y aún más en Francia y Alemania, en poblaciones apenas mayores a las de la Argentina de hoy).
 De conjunto, el pico revolucionario más importante del siglo se dio en Europa en los años 1919/20 y tuvo su capítulo final en la abortada revolución alemana de octubre de 1923. Pero ya en 1922 había comenzado la contraofensiva burguesa, cuya extrema derecha la ocupó el triunfo contrarrevolucionario de Mussolini en Italia.
 

V. La contrarrevolución

Comenzó un largo período de contrarrevolución en Europa, que tuvo sus máximas expresiones en la degeneración de la dictadura del proletariado y la liquidación del partido bolchevique en la URSS y en el triunfo del nazismo en 1933.
 Esto tuvo su negación relativa en la extraordinaria revolución española. Pero Stalin la utilizó para demostrar ante los imperialistas “democráticos” que no sólo no era un peligro revolucionario, sino que era una herramienta extraordinariamente idónea para derrotar revoluciones.
 

VI. La segunda guerra mundial

El crac del ’29/30 demostró la justeza del planteo de Lenin de que se había entrado a una época histórica signada por crisis, guerras y revoluciones, y que el imperialismo se encaminaba a dirimir sus diferencias en una guerra de proporciones muy superiores a la de 1914.
 La segunda guerra mundial fue una guerra interimperialista. Dentro de ella se libraba también la guerra del imperialismo alemán por conquistar a una sociedad no capitalista, la URSS (así no fuera tampoco un estado obrero “degenerado”).
 Esta es la única singularidad de la segunda guerra mundial (además de la masacre de la población civil, las innovaciones tecnológicas, etcétera).
 No se trató de ninguna “guerra de regímenes” sino de bandidos imperialistas igualmente capaces de las carnicerías más inauditas.
 Los que ganaron cuentan “su historia”. Por eso Hiroshima y Nagasaki no son un genocidio como Auschwitz. Por eso los bombardeos en masa a Dresden, Hamburgo y toda Alemania –con el resultado de la guerra ya claramente definido en el campo militar– estaban destinados exclusivamente a prevenir que la segunda posguerra no se pareciera revolucionariamente a la primera. Los regímenes imperialistas “democráticos” no abrieron el “segundo frente” hasta junio de 1944, para dejar que se desangrara la URSS. Los esclavos coloniales de Inglaterra y de la Francia gaullista no estaban en situación cualitativamente mejor que los esclavos de los campos de trabajo forzado nazi. Buena parte de la burguesía imperialista que después se presentó como “democrática” fue en sus nueve décimas partes colaboradora de los nazis, con la burguesía francesa a la cabeza.
 Un ejemplo adicional que demuestra a las claras que no se trató de ninguna guerra entre “demócratas” versus “fascistas”, es el de Franco, a quien Inglaterra y Francia ayudaron objetivamente a triunfar en la guerra civil y con quien los yanquis acordaron rápidamente la obtención de bases militares en la posguerra, a cambio de “hacer la vista gorda” ante su régimen. Lo mismo sucedió con Oliveira Salazar en Portugal, siendo que ambas tiranías fueron piezas muy útiles para el nazismo.
 En otro terreno, tampoco es muy creíble que los servicios de inteligencia occidentales se enteraron recién medio siglo después, del papel jugado por la banca suiza en relación con el nazismo. Lo mismo puede decirse del Vaticano, que fue mano derecha de Mussolini, y contó con el visto bueno de los “demócratas” para ayudar a escapar a criminales de guerra hacia América latina (Argentina incluida), aportando el pasaporte vaticano.
 

VII. El Frente Popular mundial

Yalta y Potsdam fueron la forma que adoptó un frente popular mundial para combatir al nazismo y para prevenir y/o neutralizar la revolución en Europa occidental, cuyo triunfo sería mortal tanto para el imperialismo como para Stalin.
 La base que hace posible estos pactos está expresada correctamente por los compañeros de VdT: “Una generación entera de revolucionarios fue exterminada en los años 30 por el facismo y el stalinismo, así que su continuidad y su supervivencia pudo ser garantizada sólo por organizaciones muy débiles que no lograron, después de la segunda guerra mundial, ligarse de nuevo a la clase obrera, donde la propaganda de la burguesía, relevada por los partidos reformistas, pudo apoyarse en la ilusiones creadas por una nueva expansión del capitalismo. En cuanto a las revoluciones coloniales, fueron desviadas por la falta de una perspectiva proletaria, internacionalista, en el callejón sin salida del nacionalismo” (ver “Debate Programático”, pág. 2, en Francia, Ed. Antídoto, mayo de 1998).
 Hay quienes sostienen que en la segunda posguerra había en Europa un ascenso superior al de la primera guerra y que Yalta permitió liquidarlo. ¡Es absurdo! Ningún gran ascenso revolucionario, con el pueblo armado como en Francia o Italia, es liquidado por una “conspiración”. Es una concepción de la historia similar a una novela policial, que no permite explicar en absoluto el porqué Thorez y Togliatti lograron desarmar a maquís y partisanos sin disparar un tiro. Si esto pudiera lograrse como el simple producto de un pacto de cúpulas, habría que renunciar directamente al materialismo histórico.
 Donde los milicianos trotskistas se propusieron pactar con los stalinistas para coordinar la lucha contra el nazismo, como en Grecia, fueron emboscados y asesinados en Atenas, en un número de alrededor de 300, en diciembre de 1944. Allí sí el aparato de Moscú tuvo que apelar a la guerra y a colaborar con las tropas británicas para poder cumplir su miserable rol contrarrevolucionario. La clave subjetiva de la debilidad de los revolucionarios en la posguerra, está sintetizada por los compañeros de VdT en el párrafo citado, con la descripción de una realidad, que se multiplicó por mil, tras el agotamiento de las energías sociales después de seis años de guerra, los 50 millones de muertos y el ejercito yanqui ocupando Europa occidental al tiempo que el de Stalin ocupaba la oriental, totalmente devastada.
 

VIII. Apogeo stalinista y “guerra fría”

Stalingrado y la posterior derrota del nazifacismo no abrieron la etapa de la “revolución inminente” ni ningún otro fenómeno por el estilo: significaron la derrota del “super-guardia-blanco” Hitler, pero con características que es necesario puntualizar.
 La magnitud de la contrarrevolución de los ’30 fue tal que actuó como un peso decisivo para impedir que a la guerra le siguiera la revolución.
 El imperialismo “democrático” actuó, entre 1944/45, para demoler mediante un genocidio la posible revolución proletaria en los países que ya estaban claramente vencidos militarmente.
 Se fortaleció el polo contrarrevolucionario en la dirección del movimiento obrero mundial con el rol de la URSS en la derrota de Hitler (y sólo un puñado mantuvo conciencia de a qué costo).
 La magnitud de la contrarrevolución de los ’20/30 cortó los lazos con octubre, por el aniquilamiento físico de la vanguardia comunista. Eso, más el agotamiento que la guerra provocó en el proletariado –con pocas energías para seguir con la guerra civil y contra las tropas de ocupación yanquis–, más el prestigio adquirido por la URSS y por Stalin, permitieron neutralizar, incluyendo los bombardeos convencionales y atómicos sobre ciudades, un posible potente estallido revolucionario en Europa de la posguerra.
 Se abrió la etapa de choque y confrontación entre los viejos aliados del frente popular mundial. Más precisamente se abrió la fase de la ofensiva imperialista para lograr la recolonización capitalista de la URSS y del territorio bajo su dominio o en economías no capitalistas. (Decimos no capitalistas, aunque en lo fundamental no tuvieran ninguno de los elementos centrales de la dictadura social y política del proletariado: soviets y partido internacionalista.)
 No obstante, la expropiación de la burguesía en Europa del Este y después en China, combinadas con el proceso de reconstrucción y el boom capitalista de posguerra, el fuerte ascenso de la revolución colonial y de los movimientos nacionalistas (en Medio Oriente, Indonesia, Latinoamérica) dieron unas dos décadas de apogeo stalinista en el mundo entero, y en particular en el movimiento obrero.
 Relámpagos luminosos como la revolución nacional, obrera y socialista, húngara de 1956, carente de dirección proletaria e internacionalista, no lograron cambiar el signo de esos tiempos, pero indicaron una tendencia hacia la descomposición del bloque stalinista. Como en ese momento el levantamiento fue “por izquierda”, Moscú no dudó en atacar, y Washington en dejar hacer, y sacar provecho publicitario de una epopeya, ajena y enemiga.
 La guerra fría no fue una obra de teatro protagonizada por integrantes de un supuesto frente contrarrevolucionario mundial. Fue una lucha real, por más que sus autores fueran todos contrarrevolucionarios. Fue la lucha del imperialismo por vencer a los restos de la revolución de octubre, contra la resistencia de la burocracia explotadora y parasitaria que intentó mantener su independencia sin subordinarse completamente a Estados Unidos o la Europa imperialista, aprovechando el brote de la revolución en las colonias, o pujas nacionalistas en la semicolonias, para jaquear a un adversario mucho más poderoso.
 El mayor jaque lo protagonizó Jruschov con Cuba y Brejnev lo mantuvo como amenaza y “portaviones” anclado frente a las costas yanquis, al precio de decenas de miles de millones de dólares de “ayuda” (también como ayuda real al papel de Castro desde mediados de los ’60, como bombero de la revolución en el patio trasero estadounidense, que no otra cosa es Latinoamérica).
 

IX. La burocracia hacia la integración capitalista

Desde mediados de los ’60 (plan Liberman en la URSS u Otta Sik en Checoslovaquia) crecieron las corrientes de la burocracia encarriladas a asociarse al imperialismo mundial y a disponer directamente de los medios de producción y de cambio.
 En los años 70 y 80 ese proceso avanzó a saltos con el endeudamiento externo, la dependencia del mercado mundial para la venta de petróleo y productos primarios y una creciente acumulación capitalista interna que se encontraba imposibilitada de expandirse ilimitadamente en los marcos existentes.
 Esos fueron los antecedentes materiales del proceso del ’89/91, donde se utilizaron la democracia formal y las justas aspiraciones nacionales de las masas para terminar de sacudir el árbol y hacer caer los últimos restos ultradeformados de las conquistas de Octubre en el terreno de la economía, y “abrir la cancha” para un posible desarrollo sin barreras de ningún tipo –ni siquiera legales– del capitalismo.
 Este es otro capítulo, sobre el que no me extenderé en esta síntesis.
 

X. La IV Internacional contra la corriente

En contra de la previsión de Trotsky la guerra parió otro proceso. Trotsky y la IV Internacional después de su asesinato, deben ubicarse en este marco. Los materialistas ateos no creemos en dioses ni semidioses. Nos reclamamos marxistas, leninistas –necesariamente, trotskistas– no porque creamos que alguno de ellos, o todos ellos y algunos más, fueran la reencarnación de la santísima trinidad o algo parecido. Los ubicamos y respetamos como nuestros maestros, pero negaríamos el ABC de sus enseñanzas si no fuésemos capaces de darnos cuenta hoy, a la luz de la experiencia realizada en la lucha de clases, de que los dirigentes más geniales pudieron haber dicho cosas completamente equivocadas.
 Somos conscientes de que en el mundo reaccionario que siguió al triunfo contrarrevolucionario de los ’20/30, las palabras se hicieron dogmas, y las palabras de Marx, Lenin o Trotsky se usaron discrecionalmente. En lo personal, por ejemplo, me costó años entender que la tesis del frente único antimperialista de la Tercera Internacional, era un himno a la conciliación de clases. Con ella se trataba de romper el aislamiento internacional de la URSS, en condiciones muy difíciles, pero de ningún modo constituía una estrategia para la revolución en los países atrasados. Y sin embargo, traía muchos “pergaminos”_
 La definición de Trotsky de 1938 sobre las fuerzas productivas resultó también algo difícil de sostener a medida que pasaban los años. Incluso dando Mandel una respuesta correcta hace más de un cuarto de siglo, yo defendí la inconsistente respuesta de Moreno, que lo contradecía.
 Trotsky careció de la necesaria perspectiva histórica para medir la magnitud del triunfo contrarrevolucionario, del cual su propio asesinato fue un hecho de extrema importancia.
 Así es la vida, la sociedad, y los revolucionarios_
 

XI.  Se mantuvo un fino hilo rojo

 Yo a la IV la reivindico como el único hilo de continuidad que quedó con el leninismo, después del terremoto contrarrevolucionario de los ’20/30 y de la situación no revolucionaria mundial (camuflada por la guerra fría), donde ni el proletariado alemán, yanqui, japonés, chino o ruso, dieron batallas significativas en medio siglo o más, y ése es el lugar donde se decide, en definitiva, la historia.
 Después de muchos años he llegado a la conclusión de que la afirmación del Programa de Transición “la crisis de la humanidad es la crisis de la dirección obrera revolucionaria” es, como mínimo, no dialéctica, parcial, unilateral y aplicable sólo en circunstancias excepcionales. Incluso puedo agregar, seis décadas después, que ya no era aplicable cuando la formuló Trotsky al fundar la IV Internacional.
 Al mismo tiempo, estoy completamente seguro de que el único pequeño –y naturalmente deformado– “hilo rojo” entre Octubre y la actualidad, está dado por las distintas vertientes a que dio lugar la IV Internacional.
 Si la IV no hubiera existido estaríamos en la barbarie completa del stalinismo nacionalista en descomposición. No es una casualidad que los únicos elementos que siguen planteando la revolución internacional provengan del trotskismo. Esto no es una suma y resta; también, inevitablemente, tuvo la IV elementos descompuestos.
 Se puede discrepar completamente con Moreno o con Mandel (o con muchos otros), pero buscaron, como pudieron, darle continuidad al bolchevismo, por mucho que erraran en un mundo determinado y no visto desde la perspectiva de nuestros días.
 Si la IV no hubiera existido la situación de los revolucionarios proletarios sería similar a la existencia en la URSS cuando se desplomó el stalinismo, o sus restos: la barbarie de una clase sin conciencia en sí ni para sí, un objeto de manipulación en manos de cuanto miserable quisiera pasar de burócrata usurpador, a “legítimo” burgués propietario (apelando a todo tipo de argumentación “demócrata”, “nacionalista” o cualquier otra porquería, para esconder ese objetivo).
 Que yo conozca, por lo menos en Occidente, la disgregación del aparato stalinista que controló una tercera parte del mundo y el grueso del movimiento obrero europeo y de parte de América latina, no dio el más mínimo desprendimiento “por izquierda”. El miserable rol de Refundazione Comunista es un buen ejemplo.
 En Oriente no conozco nada positivo, después de que Mao Tsé Tung y Ho Chi Ming masacraron a los trotskistas chinos y vietnamitas. Por lo que sé, la “revolución cultural china” de los ’60 actuó como aspiradora de las tendencias de izquierda en India y Japón, además de llevar a la muerte a un millón de comunistas indonesios por su política de subordinación a la burguesía encarnada por Sukarno.
 El proceso de la IV fue a los tumbos y está plagado de desastres y capitulaciones “a las direcciones naturales de las masas”. Sobresalen las del pablismo al stalinismo y al nacionalismo burgués, como en Bolivia. Pero la lista es muy larga y ¡nadie! quedó inmaculado en cuatro o cinco décadas. Esto fue así porque la IV surgió contra la corriente contrarrevolucionaria imperante y después confundió apogeo stalinista y nacionalista burgués con apogeo revolucionario. En su búsqueda hacia las masas, vivió buscando atajos, entrismos y mil espejismos más, cediendo –sin comprenderlo en lo fundamental– a las presiones sociales pequeñoburguesas de distinto signo (stalinismo puro, castrismo, titoísmo, maoísmo, sandinismo, nacionalismo, democracia burguesa y variantes pequeñoburguesas varias).
 

XII. Explicaciones falaces

Reivindicando a la IV, a Trotsky y a los cientos de miles de luchadores que cayeron por su causa y dieron la vida por ella, cabe una pregunta básica: ¿por qué no podemos avanzar, salir de la marginalidad, conquistar el poder en algún país, hacerlo referente internacionalista del mundo y encarar una guerra civil mundial para destruir al capitalismo?
 Hoy está en boga la remolona afirmación de que es “por falta de formación marxista”. Esta no es una respuesta mínimamente materialista. Mandel, por poner un solo ejemplo, tenía una sólida formación marxista y, en general, no acertó en nada en política (dígase de paso lo mismo de Kautsky o Pléjanov, que no realizaron sus miserables acciones políticas por falta de erudición marxista y formación cultural general).
 La IV no surgió para impulsar una propuesta nueva, sino para defender principios elementales del marxismo de la barbarie stalinista que prevaleció –tanto entonces como durante décadas– como todopoderosa en el movimiento obrero mundial.
 Muy limitadamente, es cierto, pero la IV preservó en sus distintos desprendimientos, el único tenue hilo rojo con Octubre.
 Visto retrospectivamente, el proceso de lucha de clases mundial y el proceso señalado por VdT a la luz de la perspectiva histórica, casi se podría afirmar que era altísimamente improbable que la IV fuera otra cosa que lo que fue: uno o varios núcleos organizados a favor de la teoría de la revolución permanente, y en contra de la del socialismo en un solo país, de la colaboración de clases con la burguesía, de la revolución por etapas y los frentes populares.
 El estallido de su enemigo stalinista no iba a significar necesariamente su victoria. Y ello sería así aunque se hubiese posicionado correctamente en el proceso de 1989/91: el proletariado y las masas de esos países no sólo no estaban realizando ninguna “primera etapa” de una supuesta “revolución política” sino que estaban siendo estafados por distintos segmentos de la burocracia (¡y ni que hablar la propaganda imperialista, con el Papa incluido!) con el anzuelo democrático o nacional, para intentar terminar de consumar la restauración capitalista. Insisto, la magnitud de la contrarrevolución y del aplastamiento físico de los ’30, sembró un retroceso kilométrico en la conciencia de la clase obrera soviética (educada en el país que fuera cuna del internacionalismo proletario, y que en la segunda guerra mundial utilizó eslogans como la “gran guerra patria”, y muchas basuras similares).
 El grueso del trotskismo hizo seguidismo democratista al salto en el proceso de restauración capitalista; otros, lo hicieron a algún puñado patético de stalinistas que se aferraban al pasado (con poco éxito) como si allí  continuara algún resabio de Octubre.
 Otros cazadores de golpes bajos y/o de efectos hacen dos aseveraciones que son un subproducto de lo mismo. La primera es que los trotskistas fuimos el “ala izquierda” de una “cultura de aparatos” (stalinismo, maoísmo, castrismo, etc., que algunos han dado en llamar “trotskismo de Yalta”).
 Es una afirmación que niega la diferencia entre verdugos y víctimas. Cheng Tsu Siú podía tener “cultura de aparato” pero Mao Tse Tung lo asesinó, al igual que Ho Chi Ming hizo con los trotskistas vietnamitas. Los trotskistas cubanos seguramente cometieron errores sobre cómo enfrentar al castrismo en proceso de stalinización en 1964/66, pero el que los tuvo presos muchos años fue Castro, integrado al aparato de Moscú. La Brigada Simón Bolívar hizo ella misma el balance de que cometió errores y pecó de ingenuidad respecto del sandinismo: pero quien los metió presos y desterró por intentar organizar sindicatos obreros contra las patronales fue el FSLN, como parte de su proceso de integración a la burguesía.
 Es inaceptable que los verdugos y las víctimas “sean lo mismo”. Es una conclusión más propia de renegados que quieren encubrir el abandono de la lucha revolucionaria, tirando bombas de humo.
 El “descubrimiento” de la “cultura de aparato” es parecido a decir: “hace más de 40 años que tengo fiebre”, sin preguntarse siquiera por qué se produjo la fiebre. Pero a la vez, dando por bueno el presupuesto “estoy sano” o, lo que es lo mismo, “hay una situación revolucionaria” de medio siglo_ pero controlan los aparatos. Esto es un absurdo en sí mismo, ya que una situación revolucionaria significa la subversión del control de los aparatos.
 

XIII. La discusión actual

En casi medio siglo, la IV y sus corrientes fueron presionadas por estas fuerzas materiales enemigas: unos se apoyaron en unas contra otras o a la inversa. En distintas combinaciones la tiranía burocrática antisocialista, el stalinismo, la socialdemocracia, el maotitoísmo, el castrismo, el nacionalismo burgués y pequeño burgués, incluyendo a la guerrilla, su peculiaridad guevarista y, desde hace dos décadas, el democratismo pequeño burgués, golpearon terriblemente sobre nuestras filas.
 No tengo ninguna duda de que hace ya mucho tiempo la presión “democrática” pequeñoburguesa es la decisiva. La inauguró Mandel cuando salió apaleado de la desviación guerrillera y acompañó como la sombra al cuerpo al viraje del stalinismo mundial hacia la integración democrática plena al régimen burgués, iniciada en los años ’70 por los eurocomunistas y culminada por Gorbachov .
 Quienes integramos la corriente dirigida por Moreno terminamos plegándonos tardíamente a este giro de una corriente social y política de un gran aparato mundial, el stalinismo. La Revista de América de 1977, en cuya portada se titulaba con letras de triunfo “Se viene el plan Carter” (junto a una simpática caricatura del miserable manicero de Georgia) fue un grosero anticipo de este fenómeno en plena dictadura; una política que signó la explosión de la corriente en los años ’90.
 La política manda sobre el régimen: si la política era de adaptación creciente al régimen democrático burgués, era inevitable que el régimen se hiciera cada vez más asfixiante.
  En 1979, hace casi 20 años, escribí en plena lucha interna contra las desviaciones del PST: “Errores políticos que desarrollan prácticas burocráticas y que, tras su ejercicio, conducen a nuevos errores políticos que sólo pueden defenderse con métodos burocráticos”. Sigo considerando correcta esa combinación, y ella ha sido casi una constante en la historia de la IV. Esto no niega que hubo quienes “saltaron el cerco” por razones materiales, porque se entrelazaron a sectores burocráticos y/o burgueses. Lambert es un ejemplo que conocemos a fondo desde hace 18 años. Healy y su relación con Khadafi o el SWP y Castro, tampoco son ejemplos nuevos.
 Pero la discusión actual sobre régimen y organización que realizan algunas fuerzas al margen de la política, está mucho más cerca del debate de los monjes de Constantinopla sobre el sexo de los ángeles en 1453 mientras las tropas turcas invadían la ciudad, que del marxismo.
 

XIV. La responsabilidad de los vivos

 Aquí vale un paréntesis. Es referente a viejos cuadros y dirigentes. Intentar escudarse, después de 30 o 40 años de trotskismo, en lo que Trotsky escribió en La revolución traicionada o en En defensa del marxismo, es simplemente repetir, 2.000 años después, la lavada de manos de Poncio Pilatos.
 ¡Sobraban los elementos de la realidad para que saliéramos del nuevo testamento y pensáramos con nuestras cabezas una realidad que saltaba a la vista! ¡Haber repetido medio siglo después una caracterización equivocada de la URSS de los ’30 hecha por Trotsky, no habla mal de Trotsky sino de nosotros!
 Una correcta caracterización y política frente a los ’89/91 nos hubiera posicionado mucho mejor frente a elementos de vanguardia ¡y como movimiento! pero no hubiera evitado el tremendo impacto social “del fin del socialismo” frente a miles de millones de trabajadores. Estaríamos mil veces mejor que hoy, pero igual viviríamos un muy grave problema.
 Este problema tiene que ver con que Trotsky tuvo razón en lo fundamental de la revolución permanente (en contra del socialismo en un solo país y de la revolución por etapas), pero no pudo o no supo medir la magnitud de la tragedia histórica de la contrarrevolución de los ’20/30.
 

XV. Se reabre el camino hacia las masas

 En un sentido amplio, la IV tal como la conocimos y/o construimos en estas décadas está agotada. El stalinismo se desintegró como corriente obrera y se incorporó, así sea marginalmente, a la burguesía. No fue barrido por la revolución y un proceso progresivo, sino que se fue desintegrando e integrando a la burguesía, manipulando a sectores de masas, en algunos casos, simplemente, para dar la puntada final.
 Quienes luchamos toda la vida por otro resultado, no podemos sentirnos satisfechos. Nos cabe recordar a Spinoza y “ni reír ni llorar, comprender”. El topo de la historia trabaja por los caminos menos previsibles, pero trabaja.
 La compleja restauración capitalista en marcha en la ex URSS –y ya hecha no tan traumáticamente en el glaxis, salvo en la ex Yugoslavia– y la que está en marcha en China, abren un camino de doble vía.
 Por un lado, posibilitan un gigantesco balón de oxígeno para reavivar al capitalismo, a pesar de que su propia crisis desde hace por lo menos un cuarto de siglo, dificulta esta operación; operación que no se realiza, en lo fundamental, por lo menos hasta ahora, como en los ’30, mediante el aniquilamiento físico, sino mediante la estafa, el engaño y la mentira, lo cual deja vida para pelear por dar vuelta la tortilla.
 Por otro lado, abre mucho la cancha para los revolucionarios. Porque el capitalismo en crisis no está en condiciones de pagar intermediarios burocráticos caros (lo que no quiere decir que éstos no se intenten recrear). Y también porque el stalinismo vivió más de medio siglo del prestigio de Octubre e inundó con su política a todas las fuerzas que luchamos honestamente contra el capitalismo y el imperialismo, desde los trotskistas hasta fuerzas como los guevaristas y otros.
 La lucha por las masas y para una estrategia revolucionaria, de poder obrero e internacionalista, se volvió a abrir después de tres cuartos de siglo.
 

XVI. Balance y perspectivas

 El trotskismo de la posguerra vivió parado cabeza abajo a partir de la definición del supuesto gran triunfo revolucionario logrado, de hecho, objetivamente, por Stalin, por más que se denunciara a éste por su rol en Yalta, Potsdam y el estrangulamiento de los procesos revolucionarios que podrían abrirse en Europa, en particular los de Italia y Francia.
 La realidad es que no se estaba entrando en una etapa revolucionaria –por más que hubiera revoluciones en la periferia– sino que se estaba saliendo de una fase de barbarie contrarrevolucionaria para entrar a una etapa de conflictivo equilibrio de fuerzas en los países centrales y con un reforzamiento descomunal de la dirección contrarrevolucionaria en el movimiento obrero. En este cuadro no había atajo posible para salir de la marginalidad del movimiento trotskista mundial.
 En los dos únicos lugares donde el trotskismo logró una influencia importante en esa etapa fueron en Ceylán (hoy Sri Lanka) y en Bolivia, dos pequeños paises marginales.
 El primero degeneró rápidamente, porque, entre otras razones el LSSP no fue producto de ningún proceso revolucionario proletario y sus lazos eran sumamente laxos con la IV.
 El caso boliviano es más complejo por el rol del trotskismo en el proceso de fundación del movimiento obrero (tesis de Pulacayo, por ejemplo) previo a la revolución del ’52 y el rol del trotskismo en ella junto a la burguesía nacional y contra “la rosca”. Quizás una política justa en Bolivia hubiera cambiado las cosas, y es muy grave que Pablo, Mandel, Posadas y Lora no la hayan tenido. También es altamente improbable que hubiera podido triunfar, por el contexto mundial y latinoamericano y por las características mismas de Bolivia, un país pequeño, con ínfimo peso obrero, 100.000 mineros y 8.000 fabriles en un país de millones de campesinos que pudieron ser un contrapeso social repartiendo parte de las tierras. No sólo Bolivia no era Rusia, sino tampoco la revolución boliviana de 1952 se produjo en condiciones revolucionarias proletarias continentales como la rusa en 1917, sino como parte de la contraofensiva yanqui contra el imperialismo inglés para cerrar la semicolonización de América latina. Vargas se suicidó en Brasil en 1954 y Perón fue derrocado en 1955.
 Hubo una brutal equivocación acerca de la relación de fuerzas emergentes de la segunda posguerra y el movimiento trotskista fue arrastrado detrás de las distintas direcciones de masas.
 Creo que lo central que cruzó su accionar fue una subvaloración permanente de la capacidad del enemigo de clase, al que parecería poder “engañarse” hasta la derrota, mediante maniobras de todo tipo. Creo que esto signa las diferentes tácticas que se dio la IV, desde Pablo, Posadas y Mandel, pasando por Moreno y el entrismo, hasta los actuales reclamos a la CGT, o CTA-MTA-CCC, para que encabecen o un partido de los trabajadores, o un plan de lucha, o una huelga general.
 Junto a esta subvaloración, quedó permanentemente relegado al olvido el concepto de que “las ideas dominantes de una época son las ideas de la clase dominante en esa época”.
 Minusvalorar dos cuestiones tan decisivas, llevan a marearse ante cualquier confrontación o choque de intereses entre sectores de clase, y alinearse con quienes se enfrentan coyunturalmente con quienes detentan “mayor poder” (por ejemplo, Saddam, musulmanes bosnios, o las corrientes pequeñoburguesas o burocráticas en la Argentina).
 Que los trotskistas hubiésemos sido capaces de tener una correcta política de clase ante los procesos de 1989/91, para nada significaba garantizar un trampolín automático hacia la influencia de masas. Pero sí hubiese permitido un fortalecimiento subjetivo descomunal para conformar una sólida corriente internacional que no estuviese sumida hoy en semejante estado de crisis y dispersión, sino discutiendo coordinadamente cómo pegar un salto en la ligazón e inserción en el movimiento de masas.
 El “hilo rojo” que significó la IV, corre riesgo de cortarse en la memoria histórica de la humanidad, si no se dan pasos para superar la actual dispersión. Esa es la gran tragedia subjetiva que estamos viviendo.
 En este punto hago mía nuevamente una afirmación de VdT: “Siempre que quienes supieron sobrevivir hasta ahora, superen esos límites y obstáculos nacidos del aislamiento anterior, y sepan unir sus fuerzas en torno de las ideas en un programa revolucionario”. l

JORGE GUIDOBONO
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