"La liberación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos"

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Año 2 - Número 10 - 15 de marzo de 2002

n a c i o n a l

Reportaje a Gladys Quinteros, impulsora de la asamblea popular de merlo

“Los políticos no van a dejar el poder tan fácilmente, nos quieren hacer creer que nosotros somos hostigadores, que creamos el caos y no estamos creando el caos, al contrario"

En­tre­vis­ta­mos a Gladys Quin­te­ros, im­pul­so­ra de la Asam­blea Po­pu­lar de Mer­lo que fue­ra ata­ca­da por una pa­to­ta del PJ en­via­da por el in­ten­den­te Ota­he­cé. Su ca­sa fue in­cen­dia­da por des­co­no­ci­dos lue­go de de­nun­ciar es­tos ata­ques en el pro­gra­ma te­le­vi­si­vo de Jor­ge La­na­ta.

Ha­bla­mos con Gladys lue­go del mul­ti­tu­di­na­rio ac­to de re­pu­dio rea­li­za­do en Mer­lo el 1 de mar­zo, y es­to fue lo que nos di­jo.

 

Co­men­cé a par­ti­ci­par el 19 de di­ciem­bre des­pués que el pre­si­den­te De la Rua ins­tau­ra­ra el es­ta­do de si­tio. Des­co­no­cía lo que es­ta­ba pa­san­do en la pro­vin­cia de Bue­nos Ai­res, de los sa­queos. En­ton­ces de­ci­dí sa­lir de mi ca­sa. Me pu­se una ban­de­ra y sa­lí al más­til de Mer­lo, su­pu­se que iba a ha­ber gen­te y cuan­do lle­gué no ha­bía na­die. Tres ve­ces ha­bía ha­bla­do con mi hi­ja y le di­je: "¿qué pa­sa en Ca­pi­tal, se es­tán que­dan­do tran­qui?" "No, -me di­ce- es­tán ba­jan­do acá, no sé qué pa­sa, pe­ro yo me voy". Ahí co­men­za­mos a po­ner­nos de acuer­do. ¿A dón­de va­mos? -le di­go. “Y, a Pla­za de Ma­yo” - me di­ce. Al ra­to me vuel­ve a lla­mar y me di­ce “es­ta­mos mar­chan­do a la Pla­za de Ma­yo". Sa­lí, to­mé el tren y me fui. Lle­ga­mos ahí, era un mon­tón de gen­te. Re­gre­sé ya cuan­do ama­ne­cía. Los he­chos ya los co­no­ce­mos. Vi­vi­mos mu­chos mo­men­tos bas­tan­te pe­sa­dos, mu­cha re­pre­sión, pe­ro el 20 vol­ví.

Des­pués se­guí par­ti­ci­pan­do de los ca­ce­ro­la­zos e iba a las asam­bleas en Flo­res, en Li­niers y veía co­mo se or­ga­ni­za­ban. Y veía que acá en Mer­lo dor­mía­mos la sies­ta, y por ra­tos eso me en­tris­te­cía, me po­nía mal. En­ton­ces iba y con­ver­sa­ba con mis com­pa­ñe­ras: “¿qué pa­sa, por qué no nos reu­ni­mos, co­men­ce­mos a reu­nir­nos en las ca­sas, no po­de­mos que­dar­nos quie­tas, acá en Mer­lo al­go pa­sa que la gen­te no sa­le”- les de­cía. “Vos sa­bés lo que nos pue­de pa­sar, Mer­lo es pe­sa­do” - me de­cían. Y la ver­dad es que yo a esas pa­la­bras no les da­ba im­por­tan­cia.

 

¿Co­mo se em­pe­zó a or­ga­ni­zar la asam­blea de Mer­lo?

 

En ene­ro ya me es­ta­ba har­tan­do. Iba a los ca­ce­ro­la­zos, a Par­que Cen­te­na­rio, siem­pre que po­día sa­lía a ca­pi­tal a ver qué ha­cían allá y qué po­día­mos no­so­tros ha­cer acá. En­ton­ces de­ci­dí un día ir pe­gan­do -des­de 25 de Ma­yo has­ta la co­mi­sa­ría y has­ta la mu­ni­ci­pa­li­dad- unos vo­lan­tes que de­cían "Ca­ce­ro­la­zo el vier­nes en Mer­lo a las 20, ve­ci­nos de Mer­lo par­ti­ci­pe­mos". La re­cep­ción de los co­mer­cian­tes fue muy bue­na pe­ro con mu­cho mie­do, otros me de­cían “no pe­gues el vo­lan­te”. Pe­gué mu­chos,  des­de las 10 de la ma­ña­na has­ta las 9 de la no­che.

La pri­me­ra con­vo­ca­to­ria fue un fra­ca­so to­tal. Vi­ne yo so­la, mi hi­ja ha­bía de­ci­do ir­se al ca­ce­ro­la­zo a Pla­za de Ma­yo. ¿Sa­co o no sa­co la ta­pa de la olla? - pen­sa­ba. En­ton­ces se acer­có un hom­bre que me di­jo “¿qué es­tá ha­cien­do us­ted acá?" Yo le di­je que el ca­ce­ro­la­zo no era so­lo por el co­rra­li­to. El ca­ce­ro­la­zo es una ma­ni­fes­ta­ción por­que hay ham­bre, no hay la­bu­ro. Y él me di­jo: “bue­no, ven­go con mi se­ño­ra”. Aguan­té una ho­ra más y di­je “no da pa­ra más por­que es­toy so­la”, y me fui a Pla­za de Ma­yo.

Des­pués en el si­guien­te ca­ce­ro­la­zo, ya no pe­gué na­da y vi­ne con mi ca­ce­ro­la y, de re­pen­te, veo un mon­tón de gen­te. Les pre­gun­te qué es­ta­ban ha­cien­do, y un se­ñor ma­yor que si­gue vi­nien­do a las asam­bleas me di­ce: “no­so­tros so­mos del la­go del bos­que y vi­ni­mos al ca­ce­ro­la­zo”. Des­pués se ad­hi­rió otro se­ñor que es maes­tro y yo los pro­pu­se que mar­che­mos, y en­ton­ces me di­cen “va­mos a de­ci­dir­lo en Asam­blea”. Yo no te­nía ni idea. "Es­tán lo­cos -me de­cía- si hay que mar­char de qué asam­blea ha­blan. "Bue­no -di­cen- ¿has­ta dón­de va­mos?". "Has­ta el más­til"- les di­go. "¿Has­ta el más­til? Si so­mos cua­tro lo­cos”- me de­cían. "Y bue­no... que la po­li­cía nos acom­pa­ñe y se su­ma­rán". La cues­tión es que mar­cha­mos.

El ter­cer vier­nes, vi­nie­ron los de Sei­nel­din a la mis­ma ho­ra que no­so­tros. De­ci­di­mos no sa­lir pa­ra no en­con­trar­nos con ellos. Ese día sur­gió la asam­blea.  Co­men­za­mos ahí, nos reu­ni­mos el lu­nes y des­pués ya lan­za­mos el vo­lan­te que de­cía “Asam­blea po­pu­lar en Mer­lo, to­dos los jue­ves a las 20 hs” y se­gui­mos.

Y así lle­ga­mos al vier­nes que nos re­pri­mie­ron. Era­mos 300 per­so­nas, mar­cha­mos 150 me­tros y nos gol­pea­ron, tu­vi­mos 20 ve­ci­nos he­ri­dos. Era­mos ve­ci­nos to­tal­men­te in­de­fen­sos. Des­pués  se hi­zo un ac­to de re­pu­dio, el vier­nes 22, don­de vi­nie­ron mu­chas agru­pa­cio­nes, por su­pues­to de to­das las asam­bleas. El que no es­tu­vo pre­sen­te fue el Su­te­ba de Mer­lo, que en nin­gún mo­men­to se so­li­da­ri­zó con los 20 ve­ci­nos.

El 1 de mar­zo hu­bo gen­te de to­dos los par­ti­dos po­lí­ti­cos de iz­quier­da, gen­te de de­re­chos hu­ma­nos, las Ma­dres de Pla­za de Ma­yo, to­dos los que qui­sie­ron y pu­die­ron ve­nir. Se­gu­ra­men­te ha­brá gen­te que no pu­do es­tar por­que en Mer­lo hay mu­cha de­so­cu­pa­ción, mu­cho mie­do. Fun­da­men­tal­men­te hay una po­lí­ti­ca de agre­sión ha­cia la gen­te que quie­re unir­se y par­ti­ci­par en Asam­blea. El día 3 ata­ca­ron mi ca­sa cuan­do yo no es­ta­ba, que­ma­ron mi pie­za que da a la ca­lle. Mi ca­sa es de ma­te­rial, ti­po ame­ri­ca­na, la hi­ci­mos con mu­cho es­fuer­zo, pe­ro lo que más me mo­les­ta es que la in­cen­dia­ron no pa­ra agre­dir­me so­lo a mí, si­no pa­ra de­cir, "si és­ta que es una rom­pe qui­no­tos, que vie­ne so­la y que si­gue jo­dien­do acá, y aho­ra vie­ne más gen­te, la te­ne­mos que ame­dren­tar". Por­que me co­no­cen  y sa­ben que  yo no ne­go­cio y que ha­go co­sas con­cre­tas. Ata­ca­ron lo que ellos creían que más me iba a do­ler, se me­tie­ron con mi fa­mi­lia. En esa pie­za duer­men mi hi­ja con mi nie­to y mi yer­no. Ese día no dur­mió mi nie­to de ca­sua­li­dad, por­que si no, hoy es­ta­ría muer­to, se ha­bría que­ma­do, por­que mi yer­no y mi hi­ja es­ta­ban dur­mien­do. Eso pa­só el do­min­go 3 a las 6 de la tar­de, yo me en­te­ré a las 21. Em­pe­cé a lla­mar a la gen­te de la asam­blea. Ahí to­mé con­cien­cia que es­ta­ba pa­ra­da en un lu­gar bas­tan­te dé­bil y ha­bía si­do in­ge­nua, y no te­nía ni idea de lo que es­ta­ba ha­cien­do: ve­nía na­da me­nos que a jo­der al cen­tro de Mer­lo.

Lla­mé a to­da la gen­te que con­si­de­ro que es mo­ral­men­te con­fia­ble y ahí co­men­cé a ver que po­día ha­cer. Lo pri­me­ro que hi­ce fue ha­cer la de­nun­cia en los tri­bu­na­les de Mo­rón. No me acuer­do el nom­bre del fun­cio­na­rio que me re­ci­bió, pe­ro le ma­ni­fes­té que no ha­bía he­cho la de­nun­cia en la co­mi­sa­ría del par­que por­que no era con­fia­ble, y lo hi­ce res­pon­sa­ble a Raúl Ot­hae­ce que es el in­ten­den­te, pe­ro él pu­so que ha­cía res­pon­sa­ble al sis­te­ma po­lí­ti­co de Mer­lo.

 

Us­ted es maes­tra, ¿có­mo ve la si­tua­ción del país y qué po­si­bi­li­dad de sa­li­da te­ne­mos an­te es­ta si­tua­ción?

 

GQ:  La si­tua­ción del país es­tá que ar­de: hay mu­cha ham­bre, mu­cha de­so­cu­pa­ción. No­so­tros lo que no te­ne­mos que per­der es la dig­ni­dad. Creo que mu­chos ve­ci­nos es­tán al la­do mío y yo voy a es­tar con ellos, tam­bién gen­te que nun­ca co­no­cí en mi vi­da y gen­te de Mer­lo que nos cru­za­mos en la ca­lle.

La úni­ca for­ma de sa­lir de es­to es par­ti­ci­pan­do y sien­do con­cre­tos, por­que lo pri­mor­dial es el ham­bre, por­que si te­ne­mos gen­te que no co­me, es im­po­si­ble que esos va­lo­res que no­so­tros ha­bla­mos de la dig­ni­dad, la so­li­da­ri­dad, en­tren a fun­cio­nar. Lo que se per­dió con la dic­ta­du­ra del 76 son los la­zos so­cia­les, lo que aho­ra se es­tá in­ten­tan­do es vol­ver al tra­ma­do ese, que ellos quie­ren de­sar­ti­cu­lar no so­lo en Ar­gen­ti­na si­no en La­ti­noa­mé­ri­ca. No­so­tros no te­ne­mos que per­der de vis­ta quié­nes son nues­tros ene­mi­gos. Los po­lí­ti­cos no van a de­jar el po­der tan fá­cil­men­te, nos quie­ren ha­cer creer que no­so­tros so­mos hos­ti­ga­do­res, que crea­mos el caos y  no es­ta­mos crean­do el caos, al con­tra­rio.

Hay una po­lí­ti­ca de agre­sión ha­cia la gen­te que quie­re unir­se y par­ti­ci­par en Asam­bleas. Mi sen­ti­do co­mún de mu­jer me di­ce que al­go se es­tá ar­man­do pa­ra co­men­zar a de­sar­mar a las asam­bleas, pa­ra de­sar­mar cual­quier ti­po de ma­ni­fes­ta­ción por­que ellos si­guen os­ten­tan­do el po­der. Pe­ro el po­der no lo tie­nen ellos, no son tan fuer­tes co­mo yo creía Creía que era im­po­si­ble lle­gar a ha­cer un mon­tón de co­sas co­mo reu­nir­nos y co­men­zar a exi­gir.

 

Corresponsal

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