La Huella de Perico

 

Haciendo creíble lo increíble

 

Por Gabriel Barg

 

En mi vida he tenido una relación de gran cercanía y amistad con personas que no he conocido personalmente. Así me ha sucedido con escritores como Borges o Morosoli, con santos como San Francisco o luchadores sociales como Durruti o Sendic. En todos estos casos diversos hechos y lecturas me han acercado a ellos y han provocado el flujo de una corriente suave pero persistente de ternura, admiración y respeto hacia ellos. También de complicidad y crítica mutua. En el caso de Pérez Aguirre me pasa lo mismo. A pesar de no haber tenido nunca un contacto personal con él, siento que estamos transitando el mismo camino y compartiendo las mismas angustias y esperanzas. La utilización que hago del tiempo presente al referirme a su persona es totalmente deliberada

 

Dos hechos fundamentales en mi vida me acercaron a Perico. El primero fue la visita que realicé a la granja-hogar "La Huella". Sucedió hace como diez años. Junto con un grupo de compañeros y compañeras del liceo nos habíamos planteado realizar "una jornada de trabajo" en ese lugar. Nuestro trabajo consistió en carpir algunos matorrales, trozar un gran árbol caído para hacer leña y transportar bosta para un chiquero. Tareas que a nosotros, criados en ambientes ciudadanos, nos tomaron un poco de sorpresa y a más de una chica de origen burgués le provocaron rechazo. Sin embargo, en lo personal lo que más me impresionó eran los habitantes de La Huella. Esos niños, que habían sufrido notorias carencias materiales y afectivas, corrían, gritaban y jugaban con una alegría que inundó (y desbordó) mi corazón. Me llamó la atención que uno de ellos tenía un prendedor de la UNICEF escrito en francés. Le pregunté como lo había obtenido. El niño me contestó que se lo había regalado Perico. Ese mismo día me contaron la historia de la fundación de La Huella y el papel jugado por Pérez Aguirre en todo el proceso hasta la actualidad. Ciertamente, las vivencias de aquella jornada calaron profundo en mi y fueron la base sobre la que pude construir otras opciones personales.

 

Tiempo después me enteré a través de la televisión que un cura había publicado un libro que provocó gran agitación en toda la sociedad pero principalmente dentro de la Iglesia. Se lo acusaba de exagerado, extremista, parcial en su visión y radical en su contenido. La jerarquía lo llamó a silencio y él, desde sus valores de jesuita, obedeció. Pero la mecha ya estaba encendida. El libro se llamaba "La Iglesia Increíble" y su autor era el mismo cura que jugaba con los niños de la Huella. La lectura de este libro fue un gran sacudón a mis creencias incuestionables sobre la "santa madre Iglesia". En él se desnudaban muchos de sus pecados institucionales: el autoritarismo, la concentración del poder, la corrupción en las altas esferas, la dominación de la mujer, el rechazo al cuerpo y el doble discurso frente a la injusticia social. También advertía sobre el embate reaccionario que se estaba dando dentro de la Iglesia contra los postulados del Concilio Vaticano II y las conferencias de Medellín y Puebla, tratando de suavizarlos, "edulcorarlos" y finalmente olvidarlos. Sin embargo, la óptica desde donde se señalaban estas críticas era distinta de la usual. En primer lugar, Perico sostenía que estos pecados no eran responsabilidad de una jerarquía abstracta llamada Iglesia, sino de todos los cristianos que tenemos la obligación de construirla día a día. En segundo lugar, si señalaba estos problemas era porque tenía la convicción de que dentro de la Iglesia hay cristianos que son ejemplo de coherencia en la vivencia de su fe y que tienen el potencial de dar la lucha por cambiar esta situación. Debo confesar que años después aún me resulta cuestionadora la lectura de este libro.

 

Luego me enteré de la militancia a favor de los derechos humanos de años desde el Servicio de Paz y Justicia, su trabajo en la ONU y su integración de la Comisión para la Paz, designado por la agrupación Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos. Su muerte accidental, junto con la de Tota Quinteros fue una pérdida invalorable en la lucha por conocer la verdad sobre los crímenes ocurridos en la dictadura.

 

Para mi fue sumamente dolorosa la noticia. Después me di cuenta de que al igual que Jesús, que hacía milagros transformando el agua en vino, Perico con su vida había hecho un milagro (literalmente: signo) de nuestro tiempo: transformar en creíble lo increíble.

 

 

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