Bioética y familia.

Un análisis sociológico desde el comunitarismo.

Por Pablo A. Guerra[1]

 

Muchos podrían suponer que aspectos como los que motivan nuestra participación en esta instancia, caso de bioética, familia, comienzo y fin de la vida y sexualidad, en realidad son fenómenos que correspondería analizarlos en forma separada o distante pues tienen escasos puntos en contacto entre sí. Desde la sociología, sin embargo, hay algo que le da unidad a estos temas: representan fenómenos sociales complejos y de gran dinámica  para los tiempos que corren, que por sobre todas las cosas nos interrogan desde el punto de vista ético. Para ser más explícitos, digamos que son temáticas sociales que nos resultan de relieve por haber sido particularmente afectadas por conductas individualistas que asoman como especialmente desarrolladas en los actuales contextos sociales. Por otro lado, los organizadores de este evento también nos solicitan que hagamos un enfoque desde la responsabilidad que le cabe al Estado y a la sociedad civil en estos asuntos. Teniendo esto en cuenta, les propongo hacer un análisis de algunos de estos elementos desde lo que se conoce en el ámbito de las ciencias sociales, como enfoque comunitarista.

 

Como Uds. saben, el moderno comunitarismo, si bien recoge antecedentes en el pensamiento comunitarista de mediados del siglo XX en el que se inspiró la Democracia Cristiana de nuestro continente, en los noventa ha sido especialmente conceptualizado desde la Plataforma Comunitarista que impulsara Amitai Etzioni junto a otros académicos fundamentalmente del primer mundo. Desde estas orientaciones, también conocidas como “comunitarismo sensible”, para diferenciarlo con las posturas provenientes desde posiciones más filosóficas y menos sociológicas, hemos estado trabajando con numerosos académicos iberoamericanos en estas y otras materias socioeconómicas. Quisiera destacar en ese sentido algunos esfuerzos puntuales de difusión de estas ideas en el ambiente de habla castellana, como ser el libro sobre Las Terceras Vías recientemente publicado en España, en el que intentamos analizar las alternativas al individualismo parapetado como triunfante luego de la caída de los proyectos estatistas totalitarios; los monográficos sobre comunitarismo y sobre la socioeconomía publicados el año anterior; y luego la constitución de la nobel Universidad Libre Internacional de las Américas,  ámbito propicio para la ejecución de una maestría a distancia en desarrollo humano con el objetivo explícito de apostar “por la defensa de la vida y la dignidad humanas”, de acuerdo a los principios antes expuestos en las Declaraciones de Guadalajara, Cartagena de Indias, México y San José de Costa Rica. El programa de la Maestría, en consonancia con ideas que estoy seguro compartimos la mayoría de  nosotros supone “una decidida argumentación académica a favor de la ciencia y de la vida que puede resultar en la conformación de nuevas propuestas culturales, socioeconómicas y políticas”.

 

Teniendo en cuenta estos antecedentes recientes, nuestro objetivo será, en los siguientes minutos, desarrollar desde este particular enfoque comunitarista, algunas ideas que contribuyan al análisis de los temas que nos convocan, organizando nuestra exposición en tres apartados:

 

1.      Sobre el comunitarismo y liberalismo

2.      De cómo influye el liberalismo y el individualismo en los asuntos que nos convocan

3.      De cómo estos problemas se transforman en desafíos que superan la clasificación entre derechas e izquierdas.

 

1. Sobre el comunitarismo y liberalismo

 

A diferencia del personalismo comunitario de Mounier que se elevaba como una tercera vía en un contexto histórico donde competía el comunismo y el capitalismo materialista, el comunitarismo contemporáneo nace y se desarrolla en sociedades donde desaparecido o paliado el peligro del totalitarismo marxista, se denuncia fundamentalmente al individualismo y al liberalismo especialmente ensalzados justamente desde la caída de los socialismos reales.

 

Una de las consecuencias más notorias de la fuerza de estas ideas en nuestros esquemas culturales, es que han contribuido a fomentar una especie de vacío ético fruto al menos de dos tendencias:

 

Por un lado,  se hace un culto especial a la libertad de escoger entre diversas opciones que se presentarían ante el elector soberano en un mismo nivel valorativo. Aquí salta a la vista una primer diferencia entre liberales y comunitarios: mientras que para los liberales cuanto mayor libertad, mejor, para los comunitaristas, a partir de un límite, la búsqueda de mayor libertad no contribuye a una buena sociedad (Etzioni: 1999, 15). La sociología ha demostrado en tal sentido, que pasado cierto umbral, la capacidad de elección se vuelve nula, pero además se socavan las bases normativas. El análisis de ciertas conductas sociales contemporáneas muestran por ejemplo, que la tendencia a incrementar el uso de la violencia se asocia a la caída de determinadas convicciones morales compartidas.

 

Por otro lado, liberalismo e individualismo parten de otro principio fundamental: no debemos discutir qué es una buena sociedad, pues eso dependerá de cada uno, y en los hechos aquella será el resultado de garantizar la máxima autonomía posible al comportamiento de los individuos.

 

Es claro entonces como en situaciones en que todas las opciones tienen el mismo valor aparente y se carece de brújula para escoger, se genera ese vacío ético o relativismo moral. En nuestras sociedades contemporáneas estos principios dan lugar a comportamientos muy habituales que van desde el “no te metás”, hasta el popular “que haga lo que quiera” o “yo no soy quien para decirle lo que tiene que hacer”, en referencia muchas veces a conductas que deberían ser socialmente reprendidas.

 

Se trata de analizar entonces una sociedad que ha ido mostrando en las últimas décadas una importante erosión de los fundamentos de la virtud y el orden social elevándose como valor supremo, o incluso como único valor, el de la libertad individual. Ahora bien, el objetivo del comunitarismo no es volver a un esquema social donde el orden suprima las libertades, cosa que se defiende comúnmente desde posturas de derecha. Antes bien, el desafío comunitarista consiste en combinar elementos de la tradición  (un orden basado en las virtudes) con elementos de modernidad, lo que obliga a hallar un difícil equilibrio entre derechos individuales y el bien común, o dicho de otro modo, entre el yo y la comunidad. Dice Etzioni, en tal sentido que la posición del comunitarismo “tiene profundo interés en el equilibrio entre derechos individuales y responsabilidades sociales, entre individualidad y comunidad, así como entre autonomía y orden social” (Idem. Ant, 25). Se comprenderá, por lo tanto cómo se pretende una distancia tanto de ciertas posiciones fundamentalistas religiosas, como de los partidarios del laissez faire. Es sin embargo en un contexto donde estos últimos han tomado especial relieve que tiene singular importancia mostrar cómo ha operado el individualismo en los fenómenos sociales que nos preocupan en esta ocasión.

 

En ese sentido, desde el comunitarismo insistimos en la necesidad de incorporar a la comunidad como variable de análisis en materia de racionalidad. El individualismo al desconocer esas variables, genera desorden moral. Le corresponderá a la comunidad misma corregir estos excesos de autonomía, elevándose como conceptos fundamentales los valores básicos y el orden normativo, a la par que deberían potenciarse discusiones francas, democráticas y plurales sobre sus alcances.

 

Han sido muchas las clasificaciones sobre los valores básicos o nucleares, que conforman el orden moral de nuestras sociedades. En lo particular, creo que podrían reducirse al derecho a la vida como el más elemental de todos los derechos, seguido por los valores de la solidaridad, la tolerancia y el respeto en las diferencias, la participación activa en los asuntos públicos, la justicia redistributiva y la asunción de responsabilidades, entre otros.

 

El orden normativo, por su lado, basa su confianza en el sentimiento de pertenencia que suponen los valores compartidos, por sobre el orden coercitivo del Estado (que debe reflejar el anterior) y el orden utilitarista que deriva de la relación costo – beneficio.

 

Se comprenderá como todos estos asuntos que hemos revisado, se encuentran muy relacionados con el mensaje de la Doctrina Social de la Iglesia. Es así, por ejemplo, que Juan Pablo II se ha referido con mucha fuerza en relación a un contexto histórico caracterizado por el vacío moral:

En algunas corrientes del pensamiento moderno se ha llegado a exaltar la libertad hasta el extremo de considerarla como un absoluto, que sería la fuente de los valores. En esta dirección se orientan las doctrinas que desconocen el sentido de lo trascendente o las que son explícitamente ateas. Se han atribuido a la conciencia individual las prerrogativas de una instancia suprema del juicio moral, que decide categórica e infaliblemente sobre el bien y el mal. Al presupuesto de que se debe seguir la propia conciencia se ha añadido indebidamente la afirmación de que el juicio moral es verdadero por el hecho mismo de que proviene de la conciencia. Pero, de este modo, ha desaparecido la necesaria exigencia de verdad en aras de un criterio de sinceridad, de autenticidad, de «acuerdo con uno mismo», de tal forma que se ha llegado a una concepción radicalmente subjetivista del juicio moral” (Veritatis Esplendor, 32).

 

En cuanto al rol del Estado, del mercado y de las comunidades en estos asuntos, el pensamiento comunitario y la DSI también tienen muchos puntos en común. En ambos casos, hay un claro distanciamiento tanto hacia los excesos del individualismo como del estatismo. Surge así el principio de subsidiaridad basado en la premisa de que entre las personas y el estado están las familias y los grupos intermedios. El rol del Estado (entendido en términos instrumentales como señalaba Maritain) será entonces orientar y ayudar en los cometidos comunitarios, además de ser muy activo en aquellas funciones que no pueden desempeñarse desde la sociedad civil. Al decir de Juan XXIII en su Mater et Magistra:

 

“La acción del Estado tiene carácter de orientación, de estímulo, de coordinación, de suplencia y de integración, debe inspirarse en el principio de subsidiaridad” (MM,9).

 

Lo anterior, en íntima relación con el principio de solidaridad, según el cuál, como nos lo recuerda Juan Pablo II en su Solicitudo rei Socialis, le cabe al estado velar por el bien común y especialmente por los más desfavorecidos:

 

“La solidaridad es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común, es decir, el bien de todos y de cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos” (SreiS, 38).

 

 

2. De cómo influye el liberalismo y el individualismo en los asuntos que nos convocan

 

Decíamos al principio que los temas que nos convocaban estaban generando conductas especialmente individualistas en el marco del predominio de ciertos valores culturales inspirados en posiciones liberales. Veamos esto con más detenimiento.

 

Somos de la idea que nuestras sociedades están inmersas en una peligrosa tendencia hacia una cultura individualista, además de materialista y hedonista, con impacto en los temas que estamos tratando en este Seminario. Según esta concepción la sociedad no es más que la reunión de las personas que se comportan como seres atómicos buscando sus propios intereses. En este marco, la inspiración neoliberal ve a los individuos autónomos como los únicos sujetos  detentores de soberanía. Evidentemente esta noción de soberanía queda reducida a los sujetos adultos, lo que margina a los niños y no nacidos de toda consideración. El comunitarismo, por su parte, y como ya dijimos,  reconoce como sujeto soberano no solo al individuo y al estado, sino también a las comunidades como agentes intermedios, incluidas las familias.

 

Otra de las características del moderno individualismo es su tendencia a confundir el concepto de la libertad con la independencia de los otros (Ballesteros, J.: 2001, 254). Esta tendencia es visible por ejemplo, en el rol que ciertas corrientes neoliberales le atribuyen a la familia, institución que a pesar de esos enfoques se sigue mostrando como típicamente interdependiente, además de generadora y transmisora de valores.

 

Justamente con respecto a la familia, podemos descubrir algunos aspectos positivos y otros negativos en nuestras sociedades contemporáneas. Entre los positivos, sin duda cuenta que la familia sigue siendo considerada una institución primordial. Por ejemplo, más de la mitad de los uruguayos consideramos a la familia como lo más sagrado de nuestras vidas[2], y esa valoración sigue presente entre los jóvenes, a pesar de ciertas posiciones postmodernas que intentan convencernos de lo contrario. Ahora bien, no obstante ello, hay otros indicadores negativos asociados al individualismo, como ser  la tendencia hacia la marginación de los ancianos, por un lado, y un mayor peso de la familia monoparental, por otro. Esto último con el agravante de los residuos machistas en hogares humildes, que llevan a que sean básicamente solo mujeres (madres solteras y madres adolescentes solteras), las encargadas de establecer los vínculos  que dan continuidad a las relación con los hijos (CEPAL: 1996).

 

A su vez, si bien las causas sociales que explican el origen y desarrollo de familias monoparentales son complejas y múltiples, no cabe mayor duda que estas tendencias se verán reforzadas, sobre todo en estratos de superior poder adquisitivo, por el surgimiento y luego mayor uso de ciertas técnicas de reproducción asistida, que inauguran una nueva etapa histórica donde es posible la reproducción desvinculada de la sexualidad (dando un nuevo paso con respecto al surgimiento de la pastilla anticonceptiva, que desvinculaba el acto sexual de la  reproducción).

 

Uno de los fenómenos que va asociado al surgimiento y desarrollo de esas técnicas, es la exacerbación  del derecho a tener hijos, cuando en realidad hay otro derecho anterior y prevaleciente: el derecho de los hijos a tener familia. Esto último nos invita a reflexionar sobre el tema de la adopción, institución muy afectada por otra de las tendencias negativas de nuestras sociedades contemporáneas: el creer que todo puede ser comprado, inclusive niños que ya forman verdaderos protomercados, donde por ejemplo la mercancía varón se cotiza por encima del precio de la mercancía niña; o la mercancía recién nacida por encima de otra “producida” antes.

 

El régimen de adopción, no obstante el avance significativo de las técnicas de reproducción asistida, sigue teniendo mucha mayor demanda que oferta. Para el caso uruguayo, por ejemplo, el Instituto Nacional del Menor demora entre tres y cuatro años en entregar un niño a una familia adoptante, en razón del mayor número de parejas y menor número de potenciales adoptados. En tanto el Movimiento Familiar Cristiano, en los últimos años prácticamente ha desistido de oficiar como nexo en las adopciones pues ya no recibe niños. ¿Cómo se explica que en estas circunstancias todavía desde muchos sectores se insista en la necesidad de reconocer el derecho de la mujer a interrumpir su embarazo?. Otra vez el individualismo asoma como tendencia. En este caso, elevándose la necesidad del poderoso (el adulto) decidiendo por él mismo y por la vida del que no tiene posibilidades de alzar su voz. Y todo en el marco de un mundo en el que los asuntos demográficos están muy lejos de configurar el caos que desde tiendas neomalthusianas nos quieren hacer creer llegará inminentemente.

 

No quisiera pasar a la tercera parte de este trabajo sin señalar que desde nuestro punto de vista, las funciones que cumple la familia en la sociedad (equidad generacional, transmisión cultural, socialización y control social), son insustituibles por eventuales tareas y  roles asumidos tanto por el estado como por el mercado. Ese es otro dato sociológico que nos invita a insistir en la necesidad de fortalecer sus mecanismos, ya que como dice Pérez Adán, “estas funciones hace de la familia un tesoro social” (Pérez Adán, J.: 2001, 32).

 

  1. De cómo estos problemas se transforman en desafíos que superan la clasificación entre derechas e izquierdas.

 

¿Son la defensa a la vida, a la familia, a una sexualidad responsable, o la crítica al individualismo, bastiones de derechas o de izquierdas?. Quisiera culminar mi exposición respondiendo a esta interrogante, a partir de dos artículos. El primero de ellos, aparecido en un periódico español a principios de este año, corresponde a Alejandro Llano y se titula “La Derecha y la fe”. La tesis del catedrático español es que el eje político fundamental ya no distingue entre derechas e izquierdas: “La izquierda se oponía sistemáticamente a todo lo establecido en la sociedad burguesa. Por eso estaba en contra del capitalismo, de la religión, de la estabilidad familiar, de la enseñanza privada y de la ética tradicional; al mismo tiempo que reivindicaba formas extremas de libertad, mayor peso del Estado y ruptura de los convencionalismos rancios. La derecha, en cambio, era fundamentalmente conservadora. Estaba a favor de las manifestaciones públicas de la fe religiosa, del capital y la empresa privada, de la libertad de enseñanza, del papel esencial de la familia y de la autonomía de las iniciativas sociales; a su vez, se oponía al igualitarismo económico, a la creciente influencia de la Administración en todos los aspectos de la vida, a la secularización de la sociedad y a la pérdida de respeto a los valores y costumbres tradicionales”. En la actualidad dice Llano, esas convicciones y propósitos difícilmente distingan a progresistas de conservadores, de donde emerge la necesidad de incorporar la distinción entre lo humano y no humano. Ahora bien, –siempre según el español- la izquierda “se queda con la peor parte”, ya que en materia de derecho a la vida tendría poco que aportar.

 

Nos permitimos a esta altura discrepar con Llano. Creo que los asuntos que él trata son más complejos. Para decirlo en nuestra línea argumentativa, la polémica comunitarismo vs. Liberalismo no puede traducirse al viejo estilo de izquierdas vs. Derechas. Para entender mejor nuestro punto de vista, hagamos referencia a un segundo artículo, en este caso escrito por nuestro compatriota Mario Cayota para un periódico uruguayo, hace ya un par de años, titulado “El amanecer de la vida y sus problemas”. Para Cayota, “la palabra izquierda... tiene desde sus orígenes un denominador común: estar a favor de los más débiles, de los más indefensos”. Desde este punto de vista, comparto con Cayota que la izquierda tiene mucho que decir sobre el derecho a la vida. Sigue nuestro ahora Vicepresidente de la DC uruguaya señalando: “En el caso del aborto, estoy convencido de que el más débil e indefenso, es sin duda, el ser en gestación. Ha sido llamado a la vida sin ser consultado y otros serán quienes decidan por él. No tiene voz para hacerse oír, pero desde sus dieciocho días de concebido tiene corazón. Yo estoy prioritariamente a favor de ese pequeñísimo corazón, y estoy dispuesto por ser precisamente izquierdista, a defender sus latidos”.

 

Como se puede observar, desde posiciones distintas (si distinguiéramos entre derechas e izquierdas) Cayota y Llano defienden ese principio axial que supone el derecho a la vida. Lo mismo podría decirse de muchos otros temas que en el plano de las ideas han ido distanciando a comunitarios de liberales, como ser por ejemplo, la defensa de las familias. La conclusión aparece más clara: la vieja distinción entre izquierdas y derechas, de gran relevancia todavía en el tercer mundo donde siguen pendientes viejos temas; ha dado paso a nuevas clasificaciones para hacer frente a los nuevos problemas sociales. Es así entonces que nos permitimos distinguir entre comunitarios de izquierda y comunitarios de derecha, por un lado, y liberales de izquierda (mal que nos suene en esta parte del mundo) y liberales de derecha por otro.

 

De acuerdo a este esquema, comunitarios de uno u otro signo le asignamos al Estado y a la sociedad civil roles muy activos y específicos en la defensa de normas y valores que generados y desarrollados en la comunidad, deben manifestarse en un Estado que vele por ellos.

 

 

BIBLIOGRAFÍA

 

Ballesteros, Jesús (2001): “Las concepciones de la familia en las terceras vías”, en Pérez Adán, J. (comp.): Las Terceras Vías, Madrid, Ediciones Internacionales Universitarias.

 

Cayota, Mario (1999): “EL amanecer de la vida y sus problemas”, Diario La República, Montevideo.

 

Etzioni, Amitai (1999): La Nueva Regla de Oro, Madrid, Paidos.

 

Filgueira, Carlos (1996): “Sobre revoluciones ocultas: la familia en el Uruguay”, Montevideo, CEPAL.

 

Llano, Alejandro (2001): “La derecha y la fe”, Revista Alfa y Omega, Diario ABC, Madrid.

 

Pérez Adán, José (2001): Diez temas de sociología, Madrid, Ediciones Internacionales Universitarias.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Sociólog. Uruguayo. Profesor e investigador en la UdelaR y Ucudal. Asesor para diversas instancias de la Iglesia Católica en Uruguay y la región. Ponencia presentada en el III Seminario Internacional de Bioética y Familia, ODCA, Santiago de Chile, 9 y 10 de Noviembre de 2001.

[2] Cfr. Factum: “Objetos de culto”, publicado en El Observador, Octubre 13 de 2001. Además de la familia, le siguen Dios (10%), la vida (5%) y otros con menor significación.

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