Sobre la pertinencia de una lectura socioeconómica del Jubileo.

 

Por Soc. Pablo Guerra

En este artículo sostendremos que el Jubileo –como institución de la tradición hebrea-leído en clave social, nos permite observar la penetración de determinados valores y normas sociales solidarias en los comportamientos socioeconómicos; y que el tiempo jubilar, por su lado, debe configurarse como un momento privilegiado para reflexionar sobre estos fenómenos.

En efecto, el Antiguo Testamento da testimonio de un Dios solidario, desde el momento en que El se manifiesta ante su pueblo y escucha su clamor:

"Oyó Dios sus lamentos, y se acordó de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob. Y miró Dios con bondad a los hijos de Israel, y los atendió"(Ex 2, 24-25).

Más adelante leemos:

"Yavé dijo: ‘he visto la humillación de mi pueblo en Egipto, y he escuchado sus gritos cuando lo maltrataban sus mayordomos. Yo conozco sus sufrimientos. He bajado para librarlo del poder de los egipcios y para hacerlo subir de aquí a un país grande y fértil, a una tierra que mana leche y miel’" (Ex 3,7).

En este Libro, también fija su código de la Alianza, donde se destacan las posturas de ética social, plasmadas en la solidaridad con el extranjero, el pobre, las viudas, los huérfanos, en fín, lo que hoy los sociólogos llamamos sectores vulnerables de la sociedad, aquéllos que claramente se dirigen a engrosar la cada vez mayor cantidad de marginales:

"No maltratarás, ni oprimirás a los extranjeros, ya que también Uds. fueron extranjeros en tierra de Egipto. No harás daño a la viuda ni al huérfano. Si Uds. lo hacen, ellos clamarán a mí, y yo escucharé su clamor, se despertará mi enojo y a Uds. los mataré a espada; viudas quedarán sus esposas y huérfanos sus hijos. Si prestas dinero a uno de mi pueblo, a los pobres que tú conoces, no serás como el usurero, no le exijas interés. Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás al ponerse el sol, pues este manto cubre el cuerpo de tu prójimo y protege su piel; si no, ¿cómo podrá dormir?" (Ex 22, 21-27).

En la acción liberadora de Dios, encontramos el primer signo de solidaridad, expresada claramente por un Dios que conoce y vio el sufrimiento de sus hijos. En el Deuteronomio, también se hace referencia a la necesidad que los israelitas se mantengan solidarios y capaces de anteponer ante todo, su amor con Dios y con el prójimo:

"Y no olvidarás al levita que habita en tus ciudades, ya que el no tiene propiedades ni herencias como tú tienes... Vendrá entonces a comer el levita, que no tiene herencia propia entre Uds., y el extranjero, el huérfano y la viuda, que habitan tus ciudades, y comerán hasta saciarse. Así Yavé bendecirá todas las obras de tus manos, todo lo que hayas emprendido" (Deut 14, 27-29).

Ese mismo Dios, se presenta como defensor de los débiles y de los pobres, y expone los principios éticos de la relación social:

"Compartirás tu pan con el hambriento, los pobres sin techo entrarán a tu casa, vestirás al que veas desnudo y no volverás la espalda a tu hermano" (Is 58,7).

Más adelante, podemos leer.

"Si en tu casa no hay más gente explotada, si apartas el gesto amenazante y las palabras perversas, si das al hambriento lo que deseas para ti y sacias al hombre oprimido, brillará tu luz en las tinieblas, y tu obscuridad se volverá como la claridad del mediodía" (Is 58, 9).

En el libro de Jeremías volvemos a encontrarnos con Dios solidario con su pueblo.

"Me alegrará hacerles bien, y los plantaré sólidamente en esta tierra, con todo el empeño de mi corazón" (Jer 32, 41).

Vuelven a reiterarse en el libro de Ezequiel los principios éticos, entre los cuáles adquieren notoriedad los más propiamente solidarios:

"Por eso si un hombre es justo y vive de acuerdo con el derecho y la justicia, si no celebra banquetes en los santuarios de las lomas ni levanta sus ojos hacia los ídolos de Israel; si no adultera ni se acerca a una mujer durante el período de sus reglas; si no abusa de nadie, devuelve lo que le entregaron en prenda, no roba, da de comer a los hambrientos y viste al desnudo; si no es usurero, si se aparta del vicio y practica una verdadera justicia con sus semejantes; si cumple mis mandamientos y mis leyes y obra rectamente; ese hombre es justo y vivirá, dice Yavé" (Ez 18, 5-9).

También esto se plasma en los anti - valores:

"¿No deberían los pastores dar de comer al rebaño?. Pero Uds. se han tomado la leche, se han vestido con la lana y se comieron las ovejas más gordas, y no se preocuparon por el rebaño" (Ez 34, 2-3).

¿No podríamos preguntarles, a la luz de esto último, lo mismo al 10% más rico de nuestros países, que consumen el 50% de las riquezas, mientras el 50% más pobre sólo recibe el 10% de las mismas?. Nuestras sociedades de fín de siglo, presentan a los poderosos como aquellos pastores que no dejan comer al rebaño, y por ello, podrían recibir la advertencia que presenta Amós.

"A Uds. me dirijo, explotadores del pobre, que quisieran hacer desaparecer a los humildes" (Amós 8, 4).

Por otro lado, también podemos observar en el Antiguo Testamento la forma en que el pueblo de Israel respondió al llamado liberador de Yavé, construyendo un proyecto social con alto contenido ético, donde el Jubileo encuentra su más clara expresión.

Como señala S.S., el jubileo, era "un tiempo dedicado de modo particular a Dios. Se celebraba cada siete años, según la Ley de Moisés: era el ´año sabático´ durante el cuál se dejaba rebosar la tierra y se liberaban los esclavos...Lo referente al año sabático valía también para el jubilar, que tenía lugar cada cincuenta años...Una de las consecuencias más significativas del año jubilar era la emancipación de todos los habitantes necesitados de liberación".

En efecto, "jubileo", del latín "jubilad", significaba "gritos de alegría", y en la tradición hebrea antigua, consistía en una fiesta solemne realizada cada cincuenta años, tendiente a perdonar las deudas, liberar a los esclavos, y devolver a los primitivos dueños las tierras que les habían despojado.

Algunos de los pasajes más iluminadores del Antiguo Testamento lo encontramos en el Exodo, Deuteronomio y Levítico:

Empecemos con el Exodo. En este libro histórico, Dios se nos presenta como el liberador, como un Dios que escucha el gemido de su pueblo. A partir de este hecho histórico, comienza la historia del Pueblo de Dios y se empiezan a detallar las prácticas que debían imperar entre sus seguidores, manifestándose en ese sentido, el Decálogo.

Así cuando establece su código de la Alianza, empiezan a exponerse algunas reglas vinculadas a los tiempos históricos que nos toca vivir, donde el año sabático y el jubileo tienen la gracia de perdonar las deudas, liberar a los esclavos y devolver las tierras a sus dueños originales, signos evidentes de una justa redistribución de riquezas.

"Si compras un esclavo hebreo, te servirá seis años; el séptimo saldrá libre sin pagar rescate" (Ex 21, 2).

Vinculado con lo anterior más adelante señala:

"Seis años sembrarás tus campos y sacarás sus frutos; al séptimo los dejarás descansar... Seis días trabajarás, y al séptimo descansarás; tu buey y tu burro reposarán, y el hijo de tu esclava podrá respirar, tal como el extranjero" (Ex 23, 10-12).

Luego tenemos pasajes importantes en el Libro de El Levítico, que debe su nombre a la tribu de Leví, y que contiene las prescripciones rituales que regulaban los vínculos de esta tribu con Yavé.

"Yavé dijo a Moisés en el monte Sinaí: ´dí a los hijos de Israel: cuando hayan entrado en la tierra que les voy a dar, tendrá esta su descanso el año séptimo en honor a Yavé. Durante seis años sembrarás tu campo, podarás tu viña y cosecharás sus frutos, pero el séptimo año será de completo descanso para la tierra en honor de Yavé. Será el año sabático, o sea, de descanso, en el cual no sembrarás tu campo ni podarás tu viña..." (Lev 25, 1-5).

Y luego expresa:

"Declararás santo el año cincuenta y proclamarás la liberación para todos los habitantes de la tierra. Será para Uds. un año de jubileo. Los que habían tenido que empeñar su propiedad, la recobrarán. Los esclavos regresarán a su familia. Este año cincuenta será un año de jubileo... Este año jubilar, cada uno recobrará su propiedad´" (Lev 25, 10-13).

Observamos cómo Dios, por el mecanismo del jubileo, propicia la redistribución y anula la posibilidad de acumular en base a la "descapitalización" del prójimo, un mensaje alentador en medio de una arrollante cultura de acumulación individualista y antisolidaria. Se comprende, entonces, cómo los primeros mercaderes capitalistas se sintieron alejados de la doctrina bíblica y cristiana.

Finalmente podemos observar otros pasajes pertinentes en el Deuteronomio, que si bien se encuentra luego del Levítico, fue escrito antes que éste (alrededor del S. VII A.C.). Aquí seguimos muniéndonos de información sobre lo que Dios pretendía con estas celebraciones:

"cada siete años Uds. perdonarán sus deudas. Esta remisión se hará de la siguiente manera: Aquel a quien su prójimo o su hermano deba algo lo perdonará y dejará de exigírselo en cuanto se proclame la remisión de Yavé" (Deut 15, 1-2).

Vuelven los conceptos de ética social:

"Si se encuentra algún pobre entre tus hermanos, que viven en tus ciudades, en la tierra que Yavé te ha de dar, no endurezcas el corazón ni le cierres tu mano, sino ábrela y préstale todo lo que necesita. Cuida de abrigar en tu corazón estos perversos pensamientos: `ya pronto llegará el año séptimo, el año de la remisión´, y mires entonces con malos ojos a tu hermano pobre y no le prestes nada" (Deut 15, 9-10).

Todo el capítulo 15 está plagado de normas de comportamiento solidario para con el pobre y necesitado.

 

El Jubileo a la luz de Cristo.

Lucas nos relata el momento en que Jesús llega a la Sinagoga de su ciudad de la infancia, Nazaret. Allí, le pasaron el libro del profeta Isaías, donde leyó el siguiente pasaje:

El espíritu del señor está sobre mí. El me ha ungido para traer la buena nueva a los pobres, para anunciar a los cautivos su libertad, y a los ciegos que pronto van a ver, para despedir libres a los oprimidos y para proclamar el año de la gracia del Señor. "Jesús entonces, enrolla el libro, lo devuelve al ayudante y se sienta. Y todos los presentes tenían los ojos fijos en él. Empezó a decirles: <Hoy se cumplen estas profecías que acaban de escuchar>" (Lc 4, 20-21).

Como señala S.S. Juan Pablo II en su Carta Apostólica en preparación al Jubileo del Año 2000, este pasaje es fundamental para comprender la "plenitud de los tiempos". Dice Juan Pablo II: "Todos los jubileos se refieren a este ´tiempo´ y aluden a la misión mesiánica de Cristo... De este modo realiza ´un año de gracia del Señor´, que anuncia no solo con palabras, sino ante todo con sus obras. El Jubileo, ´año de gracia del Señor´, es una característica de la actividad de Jesús y no sólo la definición cronológica de un cierto aniversario".

El Jubileo, en definitiva, viene a sintetizar ese "año de gracia del Señor"; año jubilar que, como vimos, y señala S.S., "debía servir de ese modo al restablecimiento de la justicia social" (13).

De esta forma, el Jubileo, abre a los cristianos y a las naciones, la posibilidad de experimentar el mensaje de los pueblos bíblicos, practicando la justicia, la solidaridad y el amor, renovando de tal manera la fidelidad a Dios. En resumen, el año jubilar, como antaño, debe venir en auxilio de los más débiles: los marginados de la civilización materialista y mercantilista contemporánea.

El Jubileo, en ese sentido, está íntimamente relacionado a la doctrina social de la Iglesia: "El año Jubilar debía servir de ese modo al restablecimiento de esta justicia social. Así pues, en la tradición del año jubilar encuentra una de sus raíces la doctrina social de la Iglesia, que ha tenido siempre un lugar en la enseñanza eclesial, y se ha desarrollado particularmente en el último siglo, sobre todo a partir de la Encíclica Rerum Novarum".

La caridad, además, está particularmente presente en las celebraciones del Jubileo. En la Carta ya citada, S.S., propone para 1999, "resaltar la virtud teologal de la caridad, recordando la sintética y plena afirmación de la primera Carta de Juan: "Dios es amor" (4, 8-16). La caridad, "la más importantes de las virtudes", lamentablemente distorsionada por la historia, no es más ni menos que "amar al prójimo" con todo lo que ello supone. Pensemos en el plano comunitario, recordando a los Hechos de los Apóstoles: "todos los fieles vivían juntos en comunidad. Llegaban a vender sus propiedades y sus bienes para distribuir un poco según las necesidades de cada uno...La multitud de fieles solo tenía un corazón y un alma. Nadie decía ser suyo lo que le pertenecía, y todo entre ellos era común". Este pasaje nos señala además que, como decía San Pablo, "la caridad edifica", esto es, se nos presenta como una virtud "constructiva". La Solidaridad, entroncada con ese término, y que implica "empeñarse por el bien común", es también reconocida como "virtud" por Juan Pablo II en Sollicitudo rei socialis.

Lo reitera una vez más en la Bula "Incarnationis Mysterium", donde expresa sin ambages que: "Un signo de la misericordia de Dios, hoy especialmente necesario, es el de la caridad, que nos abre los ojos a las necesidades de quienes viven en la pobreza y en la marginación. Es una situación que hoy afecta a grandes áreas de la sociedad y cubre con su sombra de muerte a pueblos enteros. El género humano se halla ante formas de esclavitud nuevas y más sutiles que las del pasado y la libertad continúa siendo para demasiadas personas una palabra vacía de contenido". Llama en tal sentido, a "crear una nueva cultura de solidaridad", que integre la cada vez más trascendente (por la globalización) dimensión internacional de los pueblos.

Por todo ello, el Jubileo nos invita a detenernos especialmente en la "opción preferencial por los pobres y los marginados... Se debe decir ante todo que el compromiso por la paz en un mundo como el nuestro, marcado por tantos conflictos y por intolerables desigualdades sociales y económicas, es un aspecto sobresaliente de la preparación y de la celebración del Jubileo".

Continúa S.S., en uno de los párrafos centrales de la Carta: "Los Cristianos deberán hacerse voz de todos los pobres del mundo, proponiendo el Jubileo como un tiempo oportuno para pensar entre otras cosas en una notable reducción, si no en una total condonación, de la deuda internacional, que grava sobre el destino de muchas naciones. El Jubileo podrá además ofrecer la oportunidad de meditar sobre otros desafíos del momento como, por ejemplo, la dificultad del diálogo entre culturas diversas y las problemáticas relacionadas con el respeto de los derechos de la mujer y con la promoción de la familia y del matrimonio" (51).

El Jubileo, en definitiva, nos invita a reflexionar sobre nuestras economías a la luz de los valores que emergen de la tradición bíblica. Nuestra ponencia, no esconde la esperanza de un mañana mejor. Esperanza que se fundamenta en un Dios solidario con su pueblo, y en un pueblo obediente a los dictados éticos de su Dios. Esperanza, cimentada, además, en las experiencias concretas de economías alternativas y solidarias que aún hoy son testigo de cómo es posible organizarse con eficiencia económica sin dejar de incorporar la ética y la moral en sus prácticas.

 

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