Editorial

 

Hazme un instrumento de tu paz...

 

Son tiempos difíciles los que estamos atravesando. El comienzo de un nuevo siglo y un nuevo milenio parece no querer dejar atrás dolorosas experiencias humanas que tuvieron su epicentro de violencia y terror sobre mediados del siglo pasado.

 

En tal sentido, quisiera detenerme en tres desgarrantes imágenes registradas por la TV en este 2001 que perdurarán por mucho tiempo en nuestras mentes y corazones, y que creo sintetizan bien tanto horror presente. Primera imagen: un palestino acurrucado contra una pared en medio de una balacera que el ejército israelí desata para repeler un nuevo brote de la Intifada, no tiene consuelo mientras observa como se le va la vida de su hijo, a quien cobija indefenso entre sus brazos. Segunda imagen trasmitida unos días después: un grupo de palestinos invade una comisaría de su país donde acaban de ingresar dos jovencitos del ejército israelí, supuestamente perdidos en calles palestinas. Son sacados a la fuerza para ser apedreados y linchados en público, en medio del escalofriante jolgorio que solo puede explicar el odio arrastrado por generaciones. La tercer imagen mediática que engalana el terrorífico comienzo de siglo sucedió hace poco más de un mes: todo el mundo observaba por medio de las cadenas internacionales la imponente caída de las Torres Gemelas en Nueva York. El lector podrá sumar otras imágenes, sobre todo luego de la reacción del Gobierno norteamericano atacando Afganistán. En todos los casos se atenta con el más elemental y básico de todos los derechos humanos: el derecho a la vida.

 

Ante hechos como los vividos en las últimas semanas, cumple renovar nuestro compromiso por la paz y nuestra solidaridad con las víctimas inocentes de tanta insensatez.

 

Lo hacemos convencidos que la violencia asume muchas manifestaciones. Es así que hay una violencia terrorista como la que vivió el pueblo norteamericano el pasado 11 de Setiembre. Pero otro 11 de Setiembre, esta vez de 1973, fue al pueblo chileno que le tocó conocer el horror de otra manifestación de la violencia: la violencia de gobiernos dictatoriales, del terror de Estado, financiado y respaldado por la CIA, como luego se confirmó había sucedido en toda nuestra América Latina en el marco de la Operación Cóndor. También es violencia disparar misiles a 1.800 km. de distancia de su objetivo, como está sucediendo hoy en Afganistán. Violencia también hubo por parte de guerrillas de minorías, financiadas y respaldadas por la Unión Soviética en su momento; a la par que existen otras formas más silenciosas de violencias: aquellas que generan la desigualdad creciente y la injusticia en nuestros pueblos, y que se expresan en hambre y desempleo, entre otros flagelos sociales.

 

En este marco histórico tan dramático, elevemos a Dios nuestras plegarias. Pidámosle, como nos enseñó San Francisco de Asís, que nos haga instrumentos de su Paz. Que donde haya odio, pongamos amor. Tarea ardua en estos tiempos que vivimos, pero posible, pues somos muchos más los que queremos la paz, sin diferencias de raza, nacionalidad o religión.

 

Paz en el mundo entonces, y en nuestros corazones.

 

PG

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