Editorial 3
Economía de la solidaridad e Iglesia: por el buen camino.
En América Latina, una de las mayores novedades en el plano del pensamiento social de la Iglesia en los últimos años, ha sido sin duda el rescate y adopción de la economía de la solidaridad, como alternativa para nuestros pueblos.
La historia de estos asuntos, que no viene al caso detallar en esta ocasión, tiene un quiebre fundamental con la visita de Juan Pablo II a la sede de la Conferencia Económica para América Latina (Cepal), en Santiago de Chile, año 1987. En el núcleo central de su discurso ante diversas autoridades económicas y académicas del momento, llama a "construir una economía de la solidaridad" en la que aseguró "ponemos nuestra esperanza para América Latina".
¿Qué quiso decir el Papa con ese llamado?. Pensando en las respuestas a esta pregunta, en un primer término podríamos señalar que al igual que lo que hubiera ocurrido con cualquier otro observador externo, quiso señalar que es imposible un verdadero desarrollo en nuestro continente sin la incorporación de mayores valores solidarios en nuestras economías. Esta explicación no encierra, sin embargo, toda la riqueza conceptual que nos deseaba transmitir en esa ocasión Juan Pablo II. En efecto, si solo hubiera querido decir que hacía falta más solidaridad en nuestras economías (cosa que sin duda es cierta), surge enseguida preguntarse porqué hacer el hincapié en América Latina. Mas bien la constatación de la falta de solidaridad en los procesos económicos se da en todos los continentes, de manera que nuestro Papa sin duda que quería decirnos algo más que constatar una ausencia que aparece para todos como bastante obvia.
El llamado de SS en la sede de la Cepal en 1987, por lo tanto, tenía razones de mayor peso que dieron lugar a consecuencias más extraordinarias. El Papa, por medio de sus asesores ya había tomado contacto con las primeras elaboraciones de principios de los ochenta en el área de las ciencias sociales de nuestros países, que mostraban la vigencia de una enorme cantidad de experiencias populares de solidaridad que ponían en movimiento lógicas, racionalidades e instrumentos muy distantes tanto a los que suele privilegiar el mercado capitalista por un lado, y el Estado por el otro. Esas economías solidarias y alternativas, con fuerte presencia de lo social, comunitario y cooperativo en las diversas fórmulas que emplea a lo largo del continente, eran en definitiva las que tomaría como referencia fundamental la Iglesia Latinoamericana a partir de entonces.
Inscriptas en el marco del pensamiento social de la Iglesia, el que se tome partido especialmente por las economías solidarias (experiencias asociativistas, cooperativas, de comunidades nativas, etc.), no significa menospreciar a las lógicas capitalistas y del estado. Por el contrario, se busca la construcción de un mercado democrático y justo donde los tres sectores puedan activar con equilibrio todas sus potencialidades.
El desafío consiste, por lo tanto, en cómo lograr la construcción de ese mercado democrático y justo, cuando la realidad nos muestra un avance considerable y peligroso del libre mercado, atropellando a los otros dos sectores, de la mano de los voceros neoliberales.
La Iglesia Latinoamericana, y diversos movimientos de cristianos (y por cierto, otros seculares) en el continente ya han dado pasos muy importantes reflexionando, incentivando y apoyando estos fenómenos. La labor que en los últimos años han tenido las pastorales sociales en muchos de nuestros países, o el trabajo realizado por Cáritas, unido a las declaraciones emanadas del Celam en estas materias, son signos significativos de que la Iglesia va por buen camino. En Uruguay, aunque con menos presencia que en otros países, la economía solidaria ya ha sido materia de estudio y objetivo pastoral del Encuentro de Diócesis de Frontera, o de la Pastoral Social Cáritas, para citar solo dos ámbitos donde hemos trabajado activamente.
Con la misma esperanza con lo que hablaba el Papa unos años atrás, hacemos nuestros los votos por un continente que vuelva a privilegiar las relaciones solidarias por sobre las de mero intercambio; el consumo responsable por sobre el consumismo; el trabajo por sobre el capital; en definitiva, la sociedad con sus valores morales, por sobre la famosa "mano invisible" que inspirara desde hace tres siglos a quienes hoy hegemonizan los circuitos económicos.
PG