EL
ROL ARCHIRREACCIONARIO
DE LAS BURGUESÍAS NACIONALES ISLÁMICAS
Parte
de la campaña imperialista para justificar su guerra contra
Afganistán, es el "cuco" del fundamentalismo islámico,
al que sus voceros y periodistas a sueldo presentan como "bárbaro
y oscurantista" y cuyo máximo "poder diabólico"
estaría encarnado hoy en el nuevo "enemigo público
número uno" para consumo masivo, el saudí Osama
Bin Laden y en los talibán afganos.
Sin embargo, mientras los carniceros angloyanquis destruyen Afganistán
a bombazos limpios, esos supuestos "enemigos mortales de los
Estados Unidos", los talibán, Bin Laden, los mullahs pakistaníes
que han llamado a la "guerra santa contra el infiel", no
han tocado una sola propiedad o interés imperialista en la
región, ni han llamado a la clase obrera y las masas a hacerlo,
además de que se niegan a armarlas para enfrentar y derrotar
al imperialismo. Es que estos no son más que sectores de las
burguesías nacionales de los países semicoloniales de
Medio Oriente -socias menores del imperialismo-, y el fundamentalismo
islámico es el arma que tienen para impedir que el proletariado
se organice en forma independiente, que hoy, frente a la guerra angloyanqui,
se arme, que una sus filas en toda la región. Pese a ello,
no logran impedir que, a través del propio movimiento islámico,
se exprese, aunque en forma distorsionada, el justo odio y la creciente
conciencia antiimperialista de los trabajadores y campesinos de Medio
Oriente, del Magreb y del Asia Central.
EL
MOVIMIENTO FUNDAMENTALISTA ISLÁMICO
FUE IMPULSADO POR LAS POTENCIAS IMPERIALISTAS PARA CONTENER A LA CLASE
OBRERA Y LAS MASAS DE MEDIO ORIENTE ANTE EL DESGASTE DEL NACIONALISMO
BURGUÉS LAICO DE LA POSGUERRA
El
surgimiento del movimiento fundamentalista islámico fue impulsado
con todo por las propias potencias imperialistas a partir de las décadas
del '70 y '80, justamente como mediación para contener y controlar
a la clase obrera de las naciones árabes, ante el agotamiento
y desgaste de las viejas direcciones nacionalistas burguesas laicas
-como el Nasserismo en Egipto, como el Frente Nacional de Liberación
en Argelia-, así como también de los Partidos Comunistas
stalinistas.
Es que durante la segunda guerra mundial y en la inmediata posguerra,
por las brechas abiertas por el enfrentamiento interimperialista se
coló la lucha por la liberación nacional de las colonias
de Medio Oriente y del Norte de Africa, que se expresaba y se continuó
como un proceso de lucha y emergencia del joven y vigoroso proletariado
de esas naciones. Aprovechando esas brechas abiertas por las disputas
interimperialistas y la lucha revolucionaria de las masas, surgían
los movimientos nacionalistas burgueses clásicos, como el Nasserismo
en Egipto (el peronismo en Argentina, Getulio Vargas en Brasil, el
MNR en Bolivia, etc., fueron expresión del mismo fenómeno).
Estos movimientos eran la expresión de sectores de la burguesía
nacional de esos países semicoloniales, es decir, oprimidos,
riquísimos en materias primas como el petróleo o el
gas. Esa burguesía nacional, que es mitad explotadora de su
propio proletariado y mitad explotada por el capital financiero y
los monopolios imperialistas -que se llevan la mayor parte de la plusvalía
nacional y de la renta petrolera-, aprovechaban las brechas abiertas
entre las distintas potencias imperialistas y la lucha de las masas
para tratar de regatear una mejor tajada de la renta petrolera y de
la plusvalía nacional. Para ello, utilizaban como chantaje
la movilización y la lucha de la clase obrera y las masas y
tomaron algunas medidas como la nacionalización del petróleo
(eso sí, brindando a los monopolios expropiados jugosas indemnizaciones
a los monopolios, que terminaron pagando con sangre y superexplotación
las propias masas), mientras ejercían un férreo control
sobre la clase obrera, estatizando sus sindicatos y con la colaboración
del stalinismo. Durante toda la década del '50, y los primeros
años de la del '60, emergió entonces el nacionalismo
burgués, dando lugar a gobiernos bonapartistas sui géneris,
es decir, a gobiernos que hacen de árbitros entre los dos colosos
que se enfrentan en las naciones semicoloniales: el imperialismo,
y la clase obrera como caudillo de la nación oprimida. Por
ello, estos gobiernos siempre duran un corto período: cuando
la lucha revolucionaria de las masas amenaza su propiedad y su dominio,
estas burguesías nacionales se alinean y se disciplinan rápidamente
al imperialismo -que a veces utiliza algunos tiros y bombazos para
disciplinarlas- para aplastarlas. Así, todos los movimientos
nacionalistas burgueses de aquel período -el MNR en Bolivia,
el peronismo en Argentina, el FLN en Argelia, etc.- son hoy fieles
agentes del imperialismo.
Durante este período, las potencias imperialistas -y fundamentalmente
el imperialismo yanqui, que había salido de la guerra como
potencia dominante-, controlaba Medio Oriente, región clave
en las rutas y reservas del petróleo, con sus dos principales
gendarmes armados hasta los dientes, como eran el Estado sionista-fascista
de Israel aplastando al pueblo palestino (insertado como una cuña
entre el norte de Africa, la península arábiga y el
Mediterráneo), y el régimen del Sha de Irán,
Reza Pahlevi, controlando el paso entre Medio Oriente y el Asia Central,
donde se encontraban las entonces repúblicas musulmanas de
la URSS; a los que se sumaba la burocracia stalinista de la URSS que
-después de haber apoyado la creación del Estado de
Israel- contenía a los movimientos nacionalistas burgueses,
como en Siria y en la India, para impedir que la clase obrera en su
lucha por la liberación nacional terminara abriendo la revolución
proletaria. Así se expresaba en Medio Oriente el pacto de Yalta
-pacto de contención de la revolución mundial: mientras
el imperialismo controlaba con sus gendarmes directos, la burocracia
stalinista contenía la revolución proletaria apoyando
a los movimientos nacionalistas burgueses para ayudar a controlar
férreamente a la clase obrera.
A esto se sumaba la archirreaccionaria monarquía de Arabia
Saudita -país donde se encuentra La Meca y otros lugares sagrados
para el Islam-, a partir de la cual el imperialismo empezó
a poblar preventivamente de mezquitas el Medio Oriente (recordemos
que las escuelas coránicas, las "madrasas", y la
versión talibán del Islam tienen su origen en el culto
sunnita de la monarquía saudí, que las ha financiado
generosamente). Este enorme dispositivo contrarrevolucionario para
aplastar a las masas de Medio Oriente y controlar las rutas del petróleo
fue la expresión en esa región de la "pax americana"
de la posguerra.
ESTRANGULANDO
LA REVOLUCIÓN IRANÍ DE 1979,
EL MOVIMIENTO FUNDAMENTALISTA ISLÁMICO MOSTRÓ POR PRIMERA
VEZ HASTA EL FINAL SU ROL ANTIOBRERO
Y ARCHIRREACCIONARIO
Como
hemos dicho, es fundamentalmente a partir de la década del
'70 que emerge el movimiento fundamentalista islámico como
mediación para controlar a las masas ante el desgaste de los
movimientos nacionalistas burgueses y su transformación en
fieles agentes del imperialismo. Fue una respuesta a la lucha revolucionaria
de las masas, en primer lugar, a la de la heroica clase obrera y el
pueblo palestino que inició un levantamiento no sólo
en Palestina, sino también en Líbano y Jordania, y se
transformó en la vanguardia de la lucha antiimperialista y
contra el Estado sionista gendarme.
Ese gran levantamiento palestino fue aplastado por el estado de Israel
y su ejército sionista en Palestina; por la burguesía
siria masacrando a ese pueblo en el Líbano; y por el rey Hussein
en Jordania reprimiendo a sangre y fuego en los campamentos palestinos
de ese país y dejando 20.000 trabajadores y campesinos asesinados.
Mientras tanto, el imperialismo yanqui terminaba de disciplinar a
la burguesía nacional egipcia que había tenido la osadía
de nacionalizar el Canal de Suez, y comenzó a imponer el movimiento
fundamentalista islámico para controlar a las masas.
Pero donde el imperialismo se vio obligado por primera vez a usar
hasta el final el rol archirreaccioanrio de la burguesía islámica,
fue frente a la grandiosa revolución el proletariado y las
masas iraníes que en 1979 derrocaron al gendarme del imperialismo,
el régimen del Sha, y pusieron en pie sus propios consejos
de obreros, campesinos y soldados -los shora-, desbordando el control
del Partido Comunista (el Tudeh) que, al igual que los PC de toda
la región se había desgastado conteniendo la revolución
durante toda la posguerra.
Es entonces que ese movimiento islámico -expresión de
sectores comerciales y terratenientes de las burguesías nativas,
con base social fundamentalmente campesina- que el imperialismo había
venido alimentando preventivamente, emerge como una nueva mediación
contrarrevolucionaria para impedir el triunfo de la revolución
proletaria y aplastar a la clase obrera con métodos de guerra
civil. Fue ese sector de la burguesía, encabezada por el ayatollah
Khomeini, el que estranguló a la revolución iraní,
masacrando con sus bandas armadas -los "mujaidines", o "guerreros
de Dios"- a más de 200.000 trabajadores, la flor y nata
de la vanguardia revolucionaria de los consejos obreros (shoras).
Para terminar de aplastar a esa grandiosa revolución que había
liquidado uno de sus principales gendarmes, el imperialismo yanqui
montó nuevos dispositivos contrarrevolucionarios durante toda
la década del 80: armó hasta los dientes a Saddam Hussein
y a la burguesía del Partido Bath en Irak, para que aplastara
primero la lucha de los obreros petroleros iraquíes y destruyera
sus sindicatos, y para que lanzara una guerra fratricida contra Irán
que le costó a esa país un millón de muertos
más.
Mientras, en la frontera oriental de Irán, usaba a Afganistán
como tapón contrarrevolucionario para impedir que el impulso
de la revolución iraní penetrara en la URSS por las
repúblicas soviéticas musulmanas del Asia Central y
terminara provocando la irrupción de la revolución política
contra la burocracia stalinista que ya había iniciado un franco
pase al bando de la restauración capitalista. Así, mientras
Reagan y la Thatcher ponían en el Kremlin a su agente directo,
Gorbachov, montaban, financiaban y armaban en Afganistán a
la "guerrilla mujaidín" (los mismos talibán,
Bin Laden y compañía que hoy presentan como su "enemigo
número uno"), para provocarle una derrota al Ejército
Rojo, desmoralizar a su base de soldados rojos, y terminar así
de disciplinar a la burocracia stalinista para convertirla en su agente
directo restauracionista.
Provocarle esa derrota al ejército rojo fue también
la política consciente de Gorbachov y la burocracia del Kremlin
que se habían hecho agentes directos de la restauración
capitalista. El mito de un Afganistán inexpugnable fue levantado
por los burócratas stalinistas para disimular que los soldados
soviéticos, helados de frío y muertos de hambre, desertaban
por cientos de miles, abandonando sus armas y sus tanques a manos
de los mujaidín armados, entrenados, pagados y alimentados
por la CIA. El Afganistán "inexpugnable" es un verdadero
mito, porque esa guerra la podría haber ganado el estado obrero
de la URSS casi sin balas, sólo con altavoces y propagandistas,
si el Ejército Rojo hubiera sido el brazo armado de una dictadura
del proletariado revolucionaria. Es decir, si hubiera triunfado en
la URSS una revolución política; si los obreros y las
masas soviéticas -comenzando por llamar a los soldados del
Ejército Rojo a que, formando comités de soldados, revienten
a la casta de oficiales restauracionistas-, hubieran tirado abajo
a la burocracia, poniendo en pie nuevamente los soviets revolucionarios
como avanzada de la revolución mundial. Porque sólo
ese ejército podría haber expropiado a la burguesía
afgana, en primer lugar la burguesía terrateniente (donde tiene
su origen los actuales talibán, en ese momentos "guerrilleros
mujaidines" entrenados por la CIA), nacionalizando la tierra
y dándosela a los campesinos pobres y desposeídos, ganándose
el apoyo de las masas explotadas con lo cual esos supuestos "terriblemente
valientes", "imbatibles" mujaidines no hubieran durado
ni una semana.
Por ello, la criminal política militar del Kremlin en Afganistán,
fue totalmente consciente, parte de un plan acordado con el imperialismo
norteamericano e inglés; la derrota y desbande del ejército
soviético fue fundamental entonces para reforzar su reciclaje
y acelerar la transformación en burguesía de la burocracia
restauracionista.
Como explicamos en la Declaración, el régimen talibán
es subproducto de ese triunfo contrarrevolucionario del imperialismo
en Afganistán, triunfo que se fortaleció con la derrota
y el aborto de los procesos que marcaban el inicio de la revolución
política a partir de 1989 y la imposición de la restauración
capitalista en los antiguos estados obreros; y posteriormente con
el aplastamiento de Irak en la guerra del Golfo.
Así, si en los '80 Afganistán había sido un tapón
contrarrevolucionario para que la revolución iraní no
impactara en las naciones musulmanas de la URSS, dando inicio en ellas
a la revolución política; en 1989 y en los primeros
años de los '90, fue también un tapón, pero exactamente
a la inversa: esto es, para impedir que la revolución política
que se iniciara bajo la forma de la lucha nacional de los pueblos
musulmanes del Cáucaso y el sur de la URSS -haciéndola
estallar como cárcel de naciones que era-, terminara por contagiarse
a la clase obrera y las masas explotadas de Medio Oriente, y en particular
la heroica Intifada palestina.
Por eso, contra todos los revisionistas socialdemócratas usurpadores
de la IV Internacional que cacareaban como estúpidos en los
'90 que por la caída del aparato stalinista mundial el imperialismo
se debilitaba y las masas tenían un handicap a su favor para
hacer la revolución, la emergencia del movimiento islámico
dirigido por sectores de las burguesías nativas, por los ayatollas,
los mullahs, ulemas, etc., como mediación contrarrevolucionaria
para impedir la revolución de la clase obrera y las masas de
Medio Oriente y todo el mundo árabe y musulmán, no hace
más que confirmar que el capital financiero imperialista crea
y recicla a cada paso nuevas y viejas direcciones burguesas, pequeñoburguesas,
burocracias sindicales, pagadas y compradas, sin las cuales no podría
mantenerse el dominio de un puñado de parásitos sobre
los miles de millones de explotados.
AL
CALOR DE LA CRISIS ECONÓMICA MUNDIAL,
ENTRE LAS BRECHAS ABIERTAS POR LAS DISPUTAS INTERIMPERIALISTAS POR
LAS RUTAS DEL PETRÓLEO Y POR LA EMERGENCIA DE LA LUCHA REVOLUCIONARIA
DE LAS MASAS, RESURGE UN MOVIMIENTO
NACIONALISTA BURGUÉS ISLÁMICO
Así,
los mismos Bin Laden o los talibán que la propaganda imperialista
presenta hoy como el "enemigo público número uno",
no son sino esos sectores de las burguesías nacionales árabes
islámicas que fueron utilizadas por el imperialismo para aplastar
a la clase obrera y las masas de la región. Lejos de ser "atrasados
y oscurantistas" son, como los talibán, burguesía
terrateniente; o como Bin Laden (ingeniero e hijo de un burgués
contratista del estado saudí que se quedó en los años
'70 con todos los contratos para construir y mantener las mezquitas,
los lugares sagrados del Islam y las bases norteamericanas) la expresión
de una generación de hijos de los nuevos ricos surgidos al
calor del boom petrolero de los '70, a los que la monarquía
saudí, en medio de una terrible crisis económica que
sacude a Arabia Saudita en los últimos años, ha desplazado
de los negocios y de la posibilidad de ser socia menor del imperialismo.
Es decir, estamos hoy nuevamente ante la emergencia -aprovechando
las brechas abiertas por las disputas interimperialistas por el petróleo
y el gas, y por la irrupción de la revolución palestina-
de sectores de las burguesías nacionales que intentan regatear
con las potencias imperialistas y sus monopolios su tajada de la renta
petrolera y gasífera, utilizando para ello como chantaje la
movilización de las masas, y también los atentados terroristas.
Se trata, entonces, de nuevos intentos de imponer gobiernos bonapartistas
sui géneris. Pero, a diferencia de los movimientos nacionalistas
burgueses de la posguerra que se apoyaban en la clase obrera -y a
la vez la controlaban férreamente-, hoy se trata de burguesías
terratenientes o desplazadas, con base fundamentalmente campesina.
El fundamentalismo islámico, aún en sus expresiones
más extremas -como las ejecuciones y mutilaciones, en el caso
de los talibán-, no es más que la forma que adquieren
los mecanismos de control y disciplinamiento por medio del terror
hacia el proletariado de las naciones árabes y musulmanas,
una clase obrera golondrina, que va de pozo petrolero en pozo petrolero,
de país en país, superexplotada con salarios de hasta
10 centavos de dólar diarios por las empresas petroleras y
las constructoras imperialistas y también por estas burguesías
naciones cipayas que son sus socias menores. Es la forma de mantener
controlado a ese proletariado superexplotado que hoy tiene su vanguardia
revolucionaria en Palestina, y en los centenares de obreros petroleros
y de la construcción paquistaníes que comienzan a volver
a Pakistán desde Yemen, Arabia Saudita e inclusive Indonesia,
a alistarse como voluntarios para pelear contra el imperialismo.
El rol archirreaccionario de la burguesía islámica -como
se ve frente a la guerra de agresión del imperialismo angloyanqui-
es impedir que la lucha nacional y antiimperialista de los pueblos
árabes se generalice y se extienda en una sola lucha revolucionaria;
es impedir el armamento de las masas y que éstas ataquen la
propiedad de los monopolios imperialistas. Como explicamos en la Declaración,
prefieren incluso una derrota nacional a manos del imperialismo que
impulsar la movilización revolucionaria de las masas -única
manera de derrotar a los carniceros imperialistas-, porque tienen
terror a que esa lucha se transforme en revolución y guerra
civil, poniendo en riesgo su propia propiedad y su dominio.
Y en segundo lugar, las burguesías nacionales son utilizadas
a su antojo por las potencias imperialistas, como piezas de ajedrez
en sus disputas por las materias primas, los mercados y las zonas
de influencia, y también como dispositivos de control contrarrevolucionario.
Así, por ejemplo, Gran Bretaña armó a Pakistán
con la bomba atómica, mientras el imperialismo yanqui hizo
lo propio con la India. Lo hicieron ya sea para empujarlas a usar
ese poder nuclear uno contra la otra cuando sea necesaria una guerra
fratricida -como la que ya impulsan en Cachemira, pero en gran escala-
para aplastar revoluciones y disciplinar a las masas; o ya sea contra
un tercer país, por ejemplo contra China, cuando su proletariado
y su campesinado superexplotado por los monopolios imperialistas y
por los nuevos mandarines burgueses restauracionistas, vuelva a levantarse
dando inicio a la cuarta revolución china.
Es por esto que ningún sector de las burguesías nacionales
de los países oprimidos, semicoloniales o coloniales, puede
llevar hasta el final la lucha por la independencia nacional y por
derrotar al imperialismo: sólo el proletariado como caudillo
de la nación oprimida puede realizar íntegra y efectivamente
los fines democrático-revolucionarios que la burguesía
ya no puede resolver -es decir, la ruptura con el imperialismo y la
revolución agraria-, derrocando a las burguesías nacionales
cipayas, sean islámicas o laicas, e instaurando gobiernos obrero-campesinos
apoyados en la autoorganización y el armamento generalizado
de la clase obrera y las masas, que rompan con el imperialismo, nacionalicen
la tierra, y expropien a los monopolios imperialistas y a las propias
burguesías nativas.
Silvia
Novak

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