Presentación:
«La revolución no se hará sin las mujeres»*
Publicamos aquí dos textos históricos del movimiento de liberación de las mujeres americanas que consideramos lúcidos y de gran actualidad, a pesar de la fecha de su redacción y de que en ciertos aspectos secundarios hayan quedado algo atrasados.
En los años 60-70 se produjo un ascenso internacional no sólo de la lucha de clases, sino también de la lucha de las mujeres. El agotamiento del capitalismo, las crecientes dificultades para lograr reformas, el nivel de vida creciente, motivaron un ciclo de luchas sociales contra las múltiples formas de opresión existentes, pero que también estuvo marcado por la persistencia de las ilusiones reformistas. La lucha de las mujeres acabó, de este modo, fundamentalmente en una conquista de la igualdad jurídica y política formal con los hombres. No existían todavía las condiciones necesarias para que se delinease claramente la contradicción de intereses que enfrentaba a las mujeres implicadas en el movimiento: el antagonismo entre los intereses de las mujeres que estaban en proceso de proletarización y eran de extracción social proletaria, y los intereses de las mujeres en ascenso en la burguesía y de extracción burguesa, que aspiraban a la oportunidad de convertirse en explotadoras, tener su propio negocio individual o trabajar por cuenta propia1. Este conflicto solamente pudo hacerse claro a posteriori, cuando, para las mujeres proletarias o en vías de proletarizarse, se demostró prácticamente que la llamada “liberación de la mujer” no había sido más que una revolución feminista burguesa, y que los problemas de la explotación doméstica, del desempleo, de la discriminación y segregación laborales, de la opresión sexista en general, no sólo no se habían abolido, sino que incluso se tendieron a intensificar, bajo nuevas formas, paralelamente al proceso de degradación general del trabajo asalariado: la creciente mercantilización y cosificación de la mujer, la imposición de la necesidad de asumir los peores trabajos para mantener la familia, la generalización y normalización de la doble jornada, la multiplicación de la alienación femenina por la combinación de los rasgos patriarcales y los rasgos capitalistas del trabajo alienado, etc., etc.
La vigencia de los siguientes artículos, "La economía política de la liberación de las mujeres" y "Las mujeres y el mito del consumismo", reside en que sus autoras, a pesar de sus límites intrínsecos e históricos, poseyeron la profundidad necesaria para orientarse hacia un análisis de la situación total de la mujer como una situación de explotación. Por eso, su perspectiva es claramente proletaria y revolucionaria, a diferencia de toda la verborrea del feminismo burgués y pequeñoburgués, que únicamente defiende el programa del viejo igualitarismo burgués bajo una forma más radical, pretendiendo fútilmente que la liberación de las mujeres pueda realizarse dentro del capitalismo o exteriormente a la lucha de clases entre capital y trabajo, fomentando una identidad interclasista entre las mujeres trabajadoras (eso sí, una identidad "en la diferencia", rindiendo culto a la psicología femenina alienada producida por siglos de explotación y convirtiendo las diferencias entre los sexos en una fuente de divisiones y en un nuevo tabú).
El punto de vista de estos textos es el del reconocimiento de las mujeres como trabajadoras alienadas que deben luchar, para liberarse de su explotación, contra la doble explotación de la familia y del capital. Hoy, una vez visto que la situación de opresión en el marco familiar continúa -independientemente del carácter más "patriarcal" o más "liberal" de la familia-, a causa de la exclusión del mercado de trabajo y de las necesidades económicas de la vida familiar, la conclusión lógica a sacar es que el capital es el principal interesado en mantener esta situación. Por su parte, los proletarios solamente participan de esta opresión en la medida en que actúan como parte del propio capital, como componentes económicos de la máquina productiva, sin constituirse en clase opuesta a los intereses del capital. La ilusión de que el trabajo gratuito de las mujeres en el hogar beneficia a los trabajadores se disipa cuando se atiende a la extensión creciente de la jornada laboral y a la reducción de los salarios, que asume como base esa explotación del trabajo doméstico, igual que cuando se atiende al hecho de que las mujeres siguen ocupando ampliamente los empleos a tiempo parcial y aceptando los trabajos peor pagados, manteniéndose así su doble jornada.
Todo esto solamente puede explicarse porque la familia actual, independientemente de su forma exterior -más patriarcal o más liberal-, está integrada económicamente dentro del propio modo de producción capitalista, y el trabajo alienado en el hogar se transforma, a través del trabajo asalariado del hombre y de los hij@s, en una fuente suplementaria de plusvalor que se apropian l@s capitalistas. De este modo, en las mujeres proletarias se encuentra condensada la doble forma de explotación, así como el carácter dual que asume el trabajo alienado dentro de cada una de esas formas -explotación de género y explotación de clase-. Pues no sólo el trabajo del hogar es explotado por el marido (formalmente) y por el capital (efectivamente), también el trabajo asalariado femenino asume en general características de género, está "generizado". Por esta razón la lucha de las mujeres proletarias tiende a asumir una perspectiva de totalidad y un carácter radical y revolucionario, a pesar de sufrir un mayor grado de alienación; por eso, una vez abierto su proceso de autoliberación, las mujeres tenderán a situarse a la vanguardia del movimiento revolucionario del futuro, que solamente podrá prosperar combatiendo todas las formas de explotación y dominación que integra el capital2.
La revolución feminista proletaria está aún por hacerse, y será una parte indisoluble de la transformación comunista de la sociedad. El verdadero comunismo significa la liberación completa de las mujeres. Sin la liberación total de las mujeres trabajadoras, y con ellas la liberación de todo el sexo femenino de su condición de género, no puede haber verdadero comunismo.
Comunistas Revolucionari@s
* Ígneo nº 2, invierno de 2005, titulado «La lucha final es AHORA: comunismo o barbarie». Presentación del suplemento teórico titulado «La revolución no se hará sin las mujeres».
1 Las profesiones liberales y los cargos de responsabilidad en régimen asalariado dentro del sistema público pueden considerarse, por sus características económicas y autonomía individual en el proceso de trabajo, como sucedáneos de la autonomía económica pequeñoburguesa, que por otra parte tiende a ser eliminada por el propio desarrollo de los medios de producción bajo el capitalismo.
2 A medida que el modo de producción capitalista se expande, tiende a integrar dentro de sí y a asimilar las distintas formas concretas de trabajo social que existen en la sociedad, convirtiéndolas en fuerzas productoras de plusvalor. El modo de producción patriarcal -que por otra parte ya había sido integrado en cierta medida por los modos de producción feudal, esclavista, etc., como parte de la relación de explotación dominante- es integrado por el capital suprimiendo su existencia autónoma de la producción capitalista, insertándolo como extensión del trabajo asalariado.
Dado que el capitalismo -y más evidentemente, el capitalismo en su fase de decadencia abierta- no puede integrar directamente, como trabajo asalariado, a toda la fuerza de trabajo femenina, lo que hace es servirse de y perpetuar el trabajo femenino en su forma precapitalista para reducir el mínimo salarial imprescindible del trabajo masculino, y para incrementar el tiempo o la energía disponibles por parte del obrero que son susceptibles de transformarse en tiempo de trabajo productivo mediante la extensión de la jornada laboral o la intensificación del ritmo de trabajo. Como el salario está determinado por el dinero socialmente necesario para la reproducción simple y ampliada de la fuerza de trabajo, la parte destinada a la crianza de nuev@s proletari@s es repartida (desigualmente) entre la mujer y el hombre cuando la primera accede al trabajo asalariado, al tiempo que se tiende a reducir la suma de los dos salarios combinados al equivalente al valor global necesario como salario familiar.
Por tanto, económicamente y en los demás aspectos la propia familia pasa a ser una expresión social del modo de producción capitalista y de la dominación general del capital sobre el trabajo, y tiende a desarrollarse en un sentido específicamente capitalista en contraposición a todos los rasgos precapitalistas de las relaciones familiares (hombre-mujer, padres-hij@s). La dominación de género no es ejercida autónomamente por el modo de producción familiar, sino por el modo de producción -y la clase- que dominan sobre el conjunto del trabajo social.