Reorientación y perspectivas
Más allá de la 'conciencia de clase'...*
1. Nuestra perspectiva histórica global.
Mientras la degradación del trabajo por el capitalismo decadente no se haga absolutamente intolerable para la clase obrera, no existirá el impulso necesario para dar un giro ascendente a la lucha de clases global, que permita la construcción de una corriente revolucionaria organizada. Esta tendencia progresará solamente de modo muy lento, debido al crecimiento continuo de los medios de dominación espiritual de la clase capitalista -y, como se verá en su momento, también de los medios de dominación material que tendrá que confrontar el proletariado mundial-. Este lento progreso se debe también a que la clase obrera no parte de cero, sino que tendrá de desarrollar su conciencia revolucionaria a través de difíciles y duras, grandes y violentas, rupturas con su experiencia anterior; rupturas y desarrollos que requieren un impulso a la acción directamente proporcional a la magnitud de las tareas prácticas, organizativas y teóricas. Un impulso que, dado el punto de partida (la condición social de l@s proletari@s como individuos alienados), solamente puede generarse y actuar de un modo que es independiente de la voluntad de l@s proletari@s mismos. A esto se refería Marx cuando decía que no se trata de lo que el proletariado piense de sí mismo, sino de lo que se verá obligado a hacer en conformidad con su ser social.
Como ha ocurrido en los últimos años en Argentina, Ecuador, Bolivia -aunque solamente como fenómenos ligados a una concentración temporal de la crisis periódica mundial en esos países-, el derrumbe económico, la crisis política de las instituciones parlamentarias mismas y el surgimiento de movimientos de lucha espontáneos y masivos que tienden a la autoorganización, es la forma en que se expresará en un principio la respuesta proletaria al capitalismo decadente.
El proceso de autodesarrollo de la clase obrera es lento, difícil y tortuoso, pues su contenido consiste propiamente en un proceso de autotransformación humana, no simplemente un proceso de desarrollo de la conciencia. Cuando Marx dejara a un lado la idea, ya presente en Feuerbach, de que existe una naturaleza humana esencial como sustrato de todo el desarrollo histórico del modo de ser humano, fue porque entendió que el ser social no sólo determina la conciencia, sino también la propia naturaleza humana, haciendo ambos aspectos inseparables. Dicho más simplemente, como Marx lo sintetiza en El Capital, el ser humano transforma la naturaleza mediante el trabajo y, en ese proceso, se transforma también a sí mismo. El carácter radical de la revolución proletaria, que tiene que suprimir la sociedad de clases, no simplemente su forma capitalista, significa que es necesaria una profunda transformación espiritual para que pueda ser llevada la cabo con éxito. En las revoluciones precedentes, este aspecto permanecía subdesarrollado u oculto a primera vista, porque su objetivo era sólo un cambio de forma de la sociedad existente, de modo que la clase ascendente no tenía que suprimir en sí misma toda la herencia anterior, sino que podía limitarse a amoldar la forma de las relaciones sociales a las nuevas condiciones económicas. La revolución proletaria es la primera revolución de la historia en la que las nuevas condiciones económicas suponen, también, el pleno desarrollo del ser humano como fuerza productiva de su vida material. Por tanto, la más plena liberación de todos los sentidos y capacidades, espirituales y materiales, de todos los individuos.
Participar conscientemente en este proceso requiere de l@s revolucionari@s una alta flexibilidad, capacidad de adaptación, perseverancia, paciencia, estudio, esfuerzo intelectual, así como firmeza en los principios y en el compromiso práctico, autodisciplina.
En los últimos tiempos hemos madurado en nuestra perspectiva histórica y en la internacional. Damos por superados definitivamente los restos del infantilismo radical de juventud y estamos completamente resuelt@s a mantener una oposición si cabe más dura y total a cualquier opción oportunista, se reconozca o no como reformista (bolchevismo, anarcosindicalismo, altermundialismo, etc., etc.)
2. El comunismo de consejos y la conformación de la praxis futura.
Nos autodenominamos comunistas de consejos porque consideramos que esta corriente del pensamiento revolucionario es la más avanzada, y la mejor base, por consiguiente, para afrontar las tareas del presente. Nuestros propios desarrollos teóricos están en continuidad directa con el comunismo de consejos clásico. Pero esta postura está absolutamente lejos de ser doctrinaria. Lo mismo ocurre con nuestra insistencia en el marxismo original. No habríamos llegado a nuestra visión teórica actual sin tener presentes las aportaciones teóricas de otras fuentes, especialmente las que provienen del anarquismo.
Coherentemente con ello, tenemos que decir que, desde nuestro punto de vista, todas las corrientes de pensamiento revolucionarias, y más aún los grupos u organizaciones nacionales, tienen por fuerza que ser a expresión de una parte, no de todo, el movimiento proletario histórico. Es considerando esta fragmentariedad intrínseca que nosotros ponemos el acento en la cuestión de la actualización permanente del pensamiento revolucionario y en la cuestión del pluralismo teórico.
Desde la perspectiva da construcción de un movimiento revolucionario, a vitalidad y el dinamismo del pensamiento revolucionario son mucho más importantes que la confluencia en torno a principios generales -que muchas veces es meramente superficial y no permite llegar a una praxis en común-. También es fundamental entender que ciertas formas de pensamiento se corresponden con las condiciones de un período histórico y con un nivel de experiencia, volviéndose inadecuadas para abordar la lucha de clases en una época posterior. Tal es el caso de los intentos de desenvolver un marxismo revolucionario a partir de la revisión crítica del leninismo, pero conservando toda la herencia del leninismo y de su visión reformista de la sociedad y de la acción del proletariado (éste es el caso de ciertos grupos trotskistas más a la izquierda y de las corrientes de línea luxemburguista). Lo mismo ocurre con los intentos, desde el anarquismo, de recuperar el anarcosindicalismo.
Nosotros defendemos que es necesario llegar a un pensamiento revolucionario unitario, integrando las diferentes aportaciones históricas y yendo más allá de ellas. Esto sigue implicando partir de una singularidad propia, pero también implica una actitud de sincera apertura intelectual. Ora bien, por supuesto cualquier confluencia tiene que tener una base firme en la práctica común y en la comprensión práctica de la lucha de clases y las tareas de l@s revolucionari@s.
a) el comunismo como fuerza de transformación material
Es necesario resaltar que el comunismo no es una mera teoría de la lucha de clases. En este sentido, no volvemos a Marx precisamente para repetir lo que en el siglo XIX se presentaba como lo característico de la visión revolucionaria. Los desarrollos teóricos que están pendientes no son los de la teoría del desarrollo revolucionario de la lucha de clases. Estos ya estaban fundamentalmente ahí, gracias a los consejistas anteriores, y solamente es preciso darles una forma actualizada según las condiciones presentes y futuras. El pensamiento revolucionario debe, más que nunca, frente al capitalismo totalitario, desarrollar un proyecto de transformación radical y total del conjunto de la vida humana, yendo más allá de las cuestiones "tradicionales" y de la "política" -que no es, por supuesto, otra cosa que la política existente, la política burguesa del juego entre el poder y la oposición, entre el pro y el contra-.
La independencia del comunismo como fuerza política no radica en su organización o propaganda separadas de otros grupos, sino en el hecho de que se esfuerza constantemente por hacerse independiente de toda influencia de la sociedad burguesa; por desarrollar, formular y extender su propia visión revolucionaria de conjunto, sin dejarse condicionar por los acontecimientos inmediatos, las ideologías dominantes, las fuerzas políticas existentes. No se trata de un contramovimiento dentro de la sociedad burguesa, sino de un movimiento que suprime a sociedad burguesa, que sitúa en sí mismo el punto de partida y la finalidad de sí mismo, que considera esa supresión de la sociedad burguesa, a cada momento y en cada aspecto de su propia praxis, como a verificación de que esa praxis es revolucionaria.
Por tanto, nada menos extraño que los grupos comunistas estén en el más radical y total antagonismo con todas las formas de la práctica política actual, con todas las formas de pensamiento y práctica social, con la forma de vida y de ser de los individuos producidos por la sociedad actual. Su esencia viva es a autoactividad libre, creativa y cooperativa de los individuos, que se resiste y rebela continuamente contra a sujeción a cualquier límite externo, que dirige todos sus esfuerzos a extenderse. O sea, a construir el poder proletario a partir de la autoproducción y autoorganización de l@s proletari@s como sujetos políticos en un sentido comunista, como sujetos que se esfuerzan por transformar su vida social total de modo comunista. Pues el comunismo significa, como praxis, la disolución de la política en la vida de la sociedad civil. Significa a transformación de cada individuo en un componente activo del proceso de autoorganización comunista de la sociedad y, al mismo tiempo, de su propia autotransformación comunista personal.
Pero toda esencia es, en la comprensión histórico-materialista de la realidad humana, siempre un "método", una dynamos, una automediación dialéctica de la totalidad. Lo que el marxismo define como esencia de la praxis revolucionaria no es a identidad con, sino a adecuación a, el fin que sitúa como su objeto. La supresión de la propiedad privada y del trabajo alienado, el comunismo, no es el fin, sino todo lo más su forma. Es la mediación necesaria para dar lugar a un nuevo estadio de desarrollo de la sociedad humana que, en el momento actual, somos incapaces de antever, excepto como potencialidades abstractas. Intentar anticipar las realidades de una sociedad cualitativamente diferente sería como formular sistemas utópicos o como escribir historias de ciencia-ficción. Pero es imprescindible reconocer los límites inherentes al pensamiento teórico y, por consiguiente, a cualquier pretensión de sistema, "dirección revolucionaria", etc.
En la sociedad capitalista el principio subjetivo del desarrollo social es la sed de ganancias materiales. En la sociedad comunista será la voluntad de autotransformación de la especie humana, que ya fue y que será la esencia subjetiva de la revolución proletaria consciente. El principio objetivo del desarrollo de la sociedad capitalista es el del desarrollo y socialización de la técnica (y del conocimiento técnico). El principio objetivo del desarrollo de la sociedad comunista será el desarrollo y la socialización de la creatividad total de los individuos (lo que tiene en la socialización de la técnica a escala masiva nada más que su base elemental).
El discurso político burgués es el discurso de una minoría que se dirige a la mayoría. Por eso escinde los medios -reducidos a una voluntad general abstracta, "democrática", representativa, etc.- de sus verdaderos fines. Dado que considera a la mayoría como a una masa subordinada, tiene necesariamente que ocultar sus verdaderos fines, bien conscientemente, bien mistificando a relación medios-fines, bien ambas cosas simultáneamente.
El discurso político revolucionario-proletario es un discurso que es común a toda la clase que representa. No establece divisiones estancas entre mayoría y minoría, masa y vanguardia, ni establece sobre esta base su praxis política. Considera a la clase proletaria como sujeto activo y consciente y se niega a ocultar prácticamente sus verdaderas finalidades o los medios para llevarlas adelante. O sea, se niega a separar ante la clase obrera los objetivos inmediatos de los objetivos máximos, el enfoque de la lucha actual de la perspectiva de la revolución proletaria. Las ideas comunistas no son abstracciones, son ideas prácticas y concretas: cualquier ideología denominada comunista no es más que una falsificación completa del espíritu del comunismo, o sea, de la teoría de las condiciones de liberación del proletariado.
Mientras que el discurso burgués se orienta a amoldar las mentes de l@s proletari@s a la conducta social establecida por el orden capitalista, el discurso revolucionario debe ir más allá del plano mental ordinario e incluir toda la dimensión espiritual del ser humano en sentido amplio: debe convertirse no sólo en un instrumento de autoclarificación de la clase, sino también en una fuerza ideal que despierte en la conciencia proletaria las aspiraciones más profundas de la libertad y plenitud humanas.
b) el comunismo: unidad de la especie humana y liberación espiritual
La verdadera unidad humana no se construirá por medio de los intercambios económicos, de la comunicación y coordinación políticas, incluso del intercambio cultural entre los diferentes pueblos, colectivos, individuos. Ésta es la visión del socialismo leninista, que no sobrepasa las realidades ya existentes en el capitalismo y solamente aspira a intensificarlas y ampliarlas. La verdadera unidad de la especie humana como comunidad mundial significa mucho más, significa una nueva forma de conciencia total. El capitalismo creo los medios externos para esa unidad, pero no creo la forma necesaria para ella. Esa forma es un nuevo tipo de autoactividad humana, orientada al pleno desarrollo de la esencia humana, de modo que despierte en los individuos la conciencia de su ser más profundo, que a la vez es algo colectivo, común, y que sólo encuentra su comprensión y realización a través de la comunidad. Esto no será el producto de la política o de los modos de actividad económica y cultural propios de la sociedad existente, sino únicamente de una verdadera revolución espiritual, que será -y tiene que ser, por fuerza de las circunstancias-, a la vez una revolución social total. En lo mejor que el movimiento proletario ha producido a nivel de la comunidad espiritual de l@s individuos, que podemos describir como una armonía creativa en la que se unen a transformación social y la autotransformación de los individuos mismos, está el germen de este nuevo fundamento de la vida humana, de esta nueva humanidad.
No queremos volver a esa especie de religiosidad atea o ideología camaraderista, detrás de las cuales solamente se encubren relaciones sociales comandadas por el egoísmo, cuando no la reproducción abierta de la sumisión y la autoalienación. Queremos construir un fraternidad profunda, el amor humano genérico, como fundamento subjetivo de la sociedad comunista y, por tanto, del movimiento comunista. Para ello, lo que se necesita no es una ética o moral anarquista, o una autoridad moderadora y uniformizadora que imponga una igualdad artificial. Lo que se necesita es liberar a energía, las capacidades, la conciencia de las necesidades, que permita a los seres humanos sobrepasar tanto a proletarización como los horizontes de la vida bajo el capitalismo y la sociedad de clases. Una nueva concepción de la praxis, capaz de construir nuevas relaciones sociales y aportar la comprensión necesaria para elevar la autoactividad humana a un nivel de voluntad, creatividad, de necesidad subjetiva en definitiva, correspondiente a la finalidad histórica de superar el capitalismo. No se trata simplemente de reafirmar las necesidades a que el capitalismo ha reducido al proletariado -las necesidades animales y las necesidades derivadas de su reducción a (y reproducción como) una mera pieza o elemento maquinal en el proceso de producción-, sino de ir más allá de esas necesidades, de recobrar a conciencia de la multidimensionalidad y variabilidad infinita, creativa, de las necesidades humanas.
Esta nueva concepción integral de la praxis implica, pues, prácticamente ir más allá de todos los límites impuestos por la sociedad existente, y teóricamente superar el arquetipo del individuo espiritualizado propio del capitalismo. Este tipo ideal no es otra cosa que el intelectual, que no sólo es cuestionable porque separa el pensamiento de la acción, el campo específico de su actividad de la perspectiva interdisciplinaria de totalidad, y su propio método teórico de su origen en la experiencia histórica en devenir.
Lo que aquí queremos resaltar es que, desde el punto de vista del desarrollo de la fuerza productiva humana, no sólo hay que superar la división del trabajo intelectual/manual, sino también la limitación del desarrollo psicológico a las funciones intelectuales y/o manuales existentes. La autotransformación revolucionaria de los individuos requiere de un trabajo de autodesarrollo espiritual que va más allá de este modo de vida miserable, reducido a la lucha por la existencia. Tampoco hacemos apología de la "subjetividad": el cambio de conciencia está determinado por el cambio en las condiciones sociales y encuentra en la lucha de clases el motor de su efectivación; si existe una tendencia a la absolutización del antagonismo entre las clases, ésta se traducirá antes o después en la conciencia. Lo importante del problema de la conciencia no es si ésta existe o no -siempre existe una forma de conciencia, sea la que sea-, sino si el sujeto revolucionario es capaz de desarrollar su conciencia de modo autónomo y, de acuerdo con esto, también su acción.
La apología de los deseos subjetivos como motor del cambio se traduce, en ausencia de una tendencia revolucionaria fuerte -caso actual-, en una apología del individualismo y del subjetivismo políticos, así como del egoísmo en general, funcionando como un elemento disolvente. Lejos de a una transformación espiritual, conduce a un reforzamiento de la conciencia dominante, que precisamente se instala en la clase dominada porque sus necesidades se expresan bajo una forma mental alienada, como deseos alienados, amoldados a la sociedad existente (incluso cuando afirman su destrucción o negación, ya que este antagonismo subjetivo es también parte normal de la sociedad burguesa). Este subjetivismo delirante elevado a praxis política es simplemente el producto del aislamiento y de la alienación psicológica. No será fomentando "hacer lo que venga en gana" a l@s proletari@s -sea individualmente, sea colectivamente- como se progresará (tampoco intentando imponer una dirección exterior), sino cuestionando el modo de vivir y de ser -de experimentar la vida y de adaptarse y responder a ella- dominantes, tan radical y universalmente como hacemos con el modo de producción mismo. Se trata de hacer del comunismo una "conciencia viviente", espontánea, precisamente porque habrá de ser el producto de un proceso de autoliberación espiritual.
El nuevo espíritu revolucionario es, visto desde una perspectiva histórica para más allá del capitalismo, el fundamento de una evolución consciente de la especie humana.
3. El mito de la lucha de clases.
¿El movimiento se produce a causa o a través de contradicciones? Esta pregunta parece una cuestión filosófica. La tensión entre fuerzas opuestas es algo inherente a la materia que conocemos, es algo simplemente que va con, que es inseparable de, el movimiento. Es una característica esencial del movimiento. (Veremos luego a donde queremos llegar.)
En el siglo XIX, el ascenso del movimiento proletario fue el resultado de grandes esfuerzos, pero no encontraba frente a él unas condiciones sociales, tanto materiales como espirituales, plenamente asentadas y desarrolladas. Dicho de otro modo, a nivel subjetivo a ignorancia simple era, con mucho, el factor predominante, no a alienación psicológica. Evidentemente, esta existía, pero era mucho más débil. El modo de vida -en sentido amplio- propio de la época feudal estaba disolviéndose y el nuevo modo de vida capitalista era altamente inestable. En estas condiciones, cabía pensar que lo determinante para el desarrollo del proletariado como sujeto revolucionario era su organización como fuerza material y que ésta tenía como base la conciencia del carácter común de sus intereses de clase.
En la actualidad, esto no puede verse así. Incluso quienes reivindican esa "comunidad de intereses" no tienen en cuenta generalmente que la necesidad no se expresa como interés más que cuando adquiere una forma consciente, cuando se fija a un objetivo práctico. Se trata, por definición, de algo plenamente subjetivo, en el que se combinan el ser social y la conciencia social como contenido y forma respectivamente. Por consiguiente, a apología de la lucha de clases puede tener sentido como contrapunto a las ideologías reformistas y pseudo-revolucionarias, pero reproduce simultáneamente la mitología radical del viejo movimiento obrero.
Si el proletariado ha de superar las ilusiones y la mitología de la revolución burguesa, también tiene que superar sus propias ilusiones y mitología creadas por cientos de años de experiencia reformista. Durante este tiempo, todas las categorías históricas de análisis, todos los conceptos que utilizamos, fueron objeto de una mistificación, fueron adaptados a la praxis reformista. La lucha de clases es una de estas categorías.
La fracción más radical del movimiento reformista, nominalmente revolucionaria -y creyéndolo para sí misma-, siempre pensó que llegaría un momento en que la lucha de clases se radicalizaría hasta (o que alcanzaría un poder suficiente para) transformar revolucionariamente la sociedad burguesa. Pero, en realidad, ocurrió lo contrario. Como respuesta, ante la derrota permanente en que se hundía el movimiento obrero tradicional a causa de su inserción en el capitalismo como fuerza organizada y como individuos privados, una parte de esa fracción radical se escindió del movimiento reformista y desarrolló una serie de ideologías en las que identifica a la clase obrera con el movimiento obrero tradicional y lleva al extremo la idea de la lucha de clases como motor (como el autonomismo de Toni Negri y cia.). Como superación del viejo movimiento, postula entonces la configuración de un nuevo sujeto revolucionario y de nuevas formas de lucha, en los que el proletariado habría de disolverse -independientemente de la cuestión de si esstas diferentes ideologías consideran, o no, que el proletariado y la lucha de clases sean factores revolucionarios-. Estas ideologías han llegado, con la profundización de la derrota permanente y la consiguiente merma de la base de las fuerzas de la extrema izquierda -incluso del socialreformismo-, a cobrar relevancia y extensión dentro de un espectro político relativamente amplio e internacional. Así se explica el surgimiento del "ciudadanismo". Las formas más aparentemente radicales de esta ideología pseudo-revolucionaria no fueron otra cosa que un caballo de Troya, aportando solamente una crítica negativa del viejo movimiento obrero.
La ilusión de la lucha de clases, y de cualquier otra forma de lucha social, como solución/superación del problema del reformismo, es difícilmente sustentable hoy. En la práctica, tiene que lanzarnos de cabeza de nuevo al reformismo y al oportunismo, pues esta lucha carece hoy -normalmente- de un carácter revolucionario. Como mito salvador es algo profundamente anti-teórico, pues da lugar a un modo de pensar en el que la actividad práctica tiene siempre prevalencia sobre a actividad teórica, tendiendo al espontaneísmo. Tiene forzosamente que derivar en una ideología absorta en la pretensión de radicalizar la lucha de clases y combatir a todas las fuerzas que la frenan. Esto, por supuesto, sería correcto si no fuese porque, siguiendo su razonamiento básico, interpretan que los límites de la lucha de clases no están precisamente en la "actividad teórica" -más exactamente, en la alienación de las capacidades espirituales- sino exclusivamente en la actividad práctica. Así, tienen que empeñarse en negar que el proletariado sea reformista por causas internas: si es reformista, sindicalista, partidista, machista, racista, etc., es porque la clase burguesa le engaña, porque es ignorante, es manipulado, etc. O sea, en la práctica esta forma de ver lleva a la conclusión de que la clase obrera no se desarrolla como sujeto revolucionario porque es demasiado estúpida. Precisa de salvadores, que si bien no deberían ser autoritarios, sí deben ser buenos elaboradores de recetas revolucionarias -o bien deben dedicarse a atacar por su cuenta y riesgo las instituciones capitalistas, acabando en la violencia aislada-.
La restitución del verdadero significado de la lucha de clases como categoría real del proceso histórico exige desprenderse de todas estas interpretaciones ideológicas y volver a su comprensión a la luz de los principios del materialismo histórico y del estudio de los procesos de lucha empíricos con toda su complejidad. Entonces, se descubre en la lucha de clases el motor del proceso histórico, la forma subjetiva de la contradicción entre fuerzas productivas (trabajo) y relaciones de producción (capital), el modo en que se resuelven las necesidades sociales dentro de una sociedad carente de regulación consciente de la producción material. Por tanto, la lucha de clases no es más que a forma dinámica que ha de tomar a praxis revolucionaria, no la praxis revolucionaria como tal -y, además de eso, solamente es su forma como una praxis social referida a la transformación del modo de producción material-. La transformación del modo de vida en conjunto y del modo de ser de las personas no fue considerada seriamente hasta ahora, precisamente porque el punto de partida era todavía (incluso en el consejismo clásico) la visión teórica elaborada por el (proto)movimiento revolucionario del siglo XIX. Era necesario romper con esta visión, entender su impotencia práctica a la luz de la época actual, para comprender la relevancia de concebir la transformación integral.
Pero las ilusiones y los mitos de la clase obrera -especialmente, aquellos que se refieren a ella misma, a su papel y posibilidades- derivan su poder de la prevalencia de una conciencia práctica impotente, propia del estado de inactividad y desorganización. Una vez que la clase se vea forzada por las circunstancias a emprender masivamente la lucha, hará saltar por los aires esta forma de conciencia práctica alienada y comenzará a disolverse toda esa superestructura de mitos. La mitología, al contrario de lo que interpretaron los teóricos burgueses, no es un substituto del conocimiento científico, sino el resultado de la impotencia ante las fuerzas del mundo. En la medida en que l@s proletari@s salen, espiritual y materialmente, de esa impotencia, destruyen el poder de los mitos y liberan las capacidades que les permiten reemplazarlos por la comprensión racional, especialmente la referida a su propia praxis.
4. Reformismo y revolución.
No compartimos en absoluto la idea de que las luchas reformistas pueden ser imbuidas de espíritu revolucionario, u orientadas a servir al progreso revolucionario de la clase como sujeto autónomo por la mera propaganda o por una "dirección", supuestamente revolucionarias. Es la clase misma la que tiene que llegar a sus propias conclusiones, y sólo puede hacerlo siguiendo un curso propio a nivel de la práctica individual y colectiva. Pretender forzar el progreso sólo servirá para crear relaciones autoritarias que, explícitas o veladas, servirán para crear nuevas ilusiones en las viejas formas de organización, lucha y pensamiento.
Es necesario abandonar todas las prácticas de partido y dirigentistas para contribuir realmente al progreso de la clase. Es la clase como un todo la que establece su propia dinámica de desarrollo consciente. Somos los grupos revolucionarios los que somos un mero instrumento de la clase para su autodesarrollo, una herramienta. Es la clase la que puede ser efectivamente autónoma, no los grupos o individuos, porque solamente en la clase como tal existe una verdadera determinación histórica universal, a través de una totalidad de relaciones que unen a los individuos en tanto que seres sociales. Nuestras propias expectativas sólo tienen una significación social en relación con las tendencias de la clase. Nuestras ideas son expresión del movimiento de clase en unas condiciones determinadas, en una época y lugar determinados. La pretensión de ser independiente de la dinámica de la clase, de que una minoría sea la portadora de la conciencia revolucionaria que la clase no reconoce a nivel práctico, es solamente posible porque la conciencia que realmente se porta no es una conciencia de la clase proletaria, sino que procede de la experiencia y forma de pensamiento de otras clases o estratos de clase (la intelectualidad y la pequeña burguesía, las clases medias). La autonomía proletaria es salvaje o no es. Puede desarrollarse aún en combinación antagónica con formas de autoritarismo, ideologización, etc., pero no puede otorgarles reconocimiento. Es el proletariado autoaboliéndose como esclavo asalariado, es la forma combativa de autoafirmación como seres humanos íntegros mientras seguimos dentro de la sociedad burguesa.
L@s impostores/las y sus propias ilusiones acerca de su praxis, con sus expectativas falsas y sus mistificaciones ideológicas de la realidad, son prácticamente la vanguardia de la burguesía dentro del movimiento proletario. Ninguna organización revolucionaria puede desarrollarse hasta tener relevancia fuera de un período de lucha ascendente, y sólo puede mantenerse como tal si esa misma lucha desemboca en una lucha revolucionaria de masas, en una situación revolucionaria abierta. De lo contrario, o bien no es verdaderamente, prácticamente, lo que dice ser, o bien se diluye con el reflujo de las masas.
El rechazo activo hacia nuestras posiciones por parte de quienes defienden las prácticas del viejo movimiento obrero en nombre de una perspectiva revolucionaria es el mejor refrendo para nosotros, la señal de que estamos en el buen camino. La cuestión de si esas corrientes reformistas, viejas o nuevas, logran o no crecer, o si aún consiguen ciertas mejoras para la clase, carece de significación. Pues lo que verdaderamente importa de la lucha de clases no son las conquistas inmediatas -en cualquiera de sus acepciones-, sino su resultado sobre la maduración y la unificación de la clase.
Las organizaciones obreras no pueden ser más que lo que la clase es (y su forma responde igualmente al nivel de autoactividad consciente de la clase). Sus diferencias se explican porque representan a distintos sectores, con diferente maduración (o porque, en realidad, no son organizaciones obreras propiamente, como ocurre con las organizaciones "obreras" integradas plenamente en el Estado capitalista, de modo que no representan al proletariado, sino que solamente dependen de su sumisión para cumplir ciertas funciones para el capital. O como ocurre con las organizaciones que incorporan el nacionalismo burgués y, en la práctica, posiciones interclasistas). Por otra parte, en tanto que constituyen estructuras permanentes, sujetas a procesos internos de toma de decisiones y discusión -así como a una mayor o menor jerarquización de esos procesos-, tienden a quedar por atrás del curso histórico y de la evolución de la autoactividad de la clase, representando posiciones propias de unas condiciones ya pasadas.
5. La aspiración revolucionaria.
Para perdurar, y alcanzar la fortaleza necesaria para impulsar el gran trabajo de transformación y autotransformación de la humanidad, la aspiración revolucionaria de l@s proletari@s debe nacer de lo profundo de su corazón, allí donde está localizado psico-somáticamente el centro psíquico -el sentido del Yo-. Debe ser un sentido espiritual de identidad genérica radical, un sentimiento de unicidad positiva** de la especie humana, que integre a los múltiples individuos sueltos con sus singularidades y particularidades. Una expresión de esto es el reconocimiento espontáneo de la libertad de l@s otr@s como expansión de la propia libertad, más que como límite. Igualmente, la aspiración espiritual debe contener un sentido de pertenencia, un sentimiento de ser parte de la totalidad social y de la naturaleza, del Uno como totalidad indivisible, de la especie como comunidad autocreadora de cada vida humana. Expresión de esto es el anhelo de plenitud de la vida individual a través de la plenitud de la vida de l@s demás.
En la situación en que nos encontramos, cuando las condiciones históricas no han llegado a forzar todavía ese salto cualitativo en la conciencia humana, entonces la lucha de clases puede estallar en períodos críticos, más o menos limitados localmente en distintos países (aunque, a su vez, estos procesos estén entrelazados espacio-temporalmente a nivel mundial). Pero estos ascensos no llegan a producir una forma de conciencia que vaya más allá del espíritu del capitalismo. Porque el proletariado no sólo tiene que desarrollar su espíritu en el sentido de la autonomía; tiene además que desarrollar un verdadero espíritu comunista, una aspiración a crear una nueva forma de sociedad cualitativamente distinta de la actual. En este sentido, la autonomía es también una mera forma.
Esta aspiración revolucionaria positiva solamente puede surgir en masa una vez que la sociedad capitalista haya llegado realmente a su fin, cuando la contradicción entre trabajo y capital se haga inmediatamente radical y total a escala generalizada y el capital no pueda ya mantener ni siquiera la supervivencia de la mayoría del proletariado: reducción de los salarios por debajo del nivel de la reproducción social (familiar) de la fuerza de trabajo, extensión de la jornada y ritmos laborales rozando la extenuación completa, incremento absoluto y persistente del ejército de reserva, desarticulación de la capacidad económica del Estado para atenuar los efectos de esta degradación económica generalizada. Nada de esto es desconocido, pero dista del grado de generalización y profundización del que hablamos.
Lo que ya ha ocurrido en crisis "nacionales" espisódicas (latinoamérica, países ex-soviéticos) y en general de modo residual en los países más empobrecidos, es sólo un anticipo a escala limitada y de modo "accidental": unos son derrumbes económicos concentrados en el tiempo y aislados, los otros son sólo -por el momento- el contraefecto necesario (subdesarrollo) de la acumulación de capital imperialista (desarrollo) en las condiciones de la decadencia capitalista global. Es decir, se trata de un empobrecimiento que es todavía relativo o inducido, que no radica todavía en la tendencia al estancamiento interno. Es por eso que el capitalismo avanzado puede recurrir a la economía de estos países en tanto suministradores de mano de obra y materias primas. No obstante, con el desarrollo del capitalismo también la composición orgánica del capital tiende a elevarse en los países subdesarrollados -por ejemplo, vía relocalizaciones industriales- y a repercutir en la intensificación de la tendencia global al derrumbe.
Considerando todo este contexto mundial, se explica que la aspiración revolucionaria solamente exista hoy como una aspiración vital, un deseo de placer y de poder, pues no encuentra las condiciones para desarrollarse a un nivel más profundo, que implicaría un esfuerzo de autotransformación espiritual. Esto último solamente ocurre en individuos aislados. Al no llegar al núcleo psíquico a través de la experiencia emocional de la unidad e identidad humanas, a través de la experiencia autoorganizativa, creativa y fraterna de la comunidad proletaria revolucionaria, la rebelión individual se agota psicológicamente en el deseo frustrado de poder y placer material -de posesión y control-, y no llega a la experiencia de la identidad "cósmica" genérica (la autotrascendencia psicológica del individuo en la comunidad de la humanidad). Tampoco se abre el individuo a la experiencia de unicidad a nivel relacional-comunicativo y mental. O sea, por un lado, la apertura de los sentidos a respecto de un/una mism@ y de l@s demás, y por el otro, el desarrollo de una visión unitaria y ecuánime de la totalidad, como partes interdependientes de un mismo todo. Tampoco la aspiración humana llega a vislumbrar las cumbres de su propio espíritu, a la aspiración a la infinitud, a la autoexpansión, ya no alienada como la egoicidad absolutista sino como un anhelo sincero y espontáneo por la unidad dinámica con la totalidad de lo existente, por la experiencia de la armonía universal.
Y como la propia humanidad es la naturaleza misma en su nivel evolutivo más elevado, los anteriores niveles psicológicos tienen también un paralelo en las relaciones que se mantienen con la naturaleza exterior, así como lo tienen en las relaciones con los otros individuos. No hay separación alguna entre la realidad vulgarmente material de la vida humana y las grandes alturas del espíritu. Existe una unidad esencial, que reside, como no, en su materialidad.
Aunque afirmemos que la aspiración revolucionaria está aún infradesarrollada, el proceso de desarrollo espiritual continúa en la sociedad. Con el desarrollo del nivel de vida en las sociedades capitalistas más avanzadas, la satisfacción de las necesidades materiales más elementales para el grueso de la clase proletaria permitió el desarrollo creciente de una cultura del ocio cada vez más diversificada, que, si bien no desarrolla plena o creativamente las capacidades espirituales, sí constituye un paso en el sentido de una vida de autorrealización integral. Por supuesto, esto ocurre paralelamente a un desarrollo de la industria del ocio y conlleva la extensión de las relaciones sociales y formas de actividad alienadas, pero es una condición histórica necesaria para impulsar adelante su superación revolucionaria.
El grado de mistificación de la existencia humana a que nos enfrentamos aquell@s que hemos tomado conciencia de todo lo dicho anteriormente, y aquell@s que avanzan también en esta dirección, es, por tanto, cada vez mayor. La aspiración revolucionaria, latente o en despliegue, es todavía una aspiración preeminentemente negativa, no creativa, tendente a una pasión destructiva, que confunde lo positivo con la realidad de la vida alienada una vez despojada de sus sufrimientos y limitaciones inmediatos. Y cuando emplea conceptos positivos, estos están vacíos, pues apuntar realmente a una nueva sociedad significa necesariamente nuevos conceptos y un espíritu dinámico y de apertura experiencial.
Mientras tanto, para el grueso de la clase la aspiración revolucionaria es algo que está, psicológicamente, enterrado sobre capas y capas de conciencia alienada acerca de la vida social y del propio ser personal (formadas históricamente). Tanto material como espiritualmente, la clase proletaria está hundida en el reformismo ante la incapacidad de vislumbrar otro horizonte, ni siquiera una vía de salida y avance a corto plazo frente a esta situación. Es la autodegradación de la especie humana a esclav@s de la maquinaria capitalista, hecha de técnica y egoísmo. Cuerpos mortificados y almas mutiladas en un océano de frustración y desesperanza.
6. El techo de la degradación producida por el capitalismo en declive.
En este estado de alienación extrema, mientras que la lucha de clase se dirige cada vez más contra la continuidad misma del capital, de la acumulación, la clase se ve a sí misma como puramente reformista. Y así, paralelamente a este derrotismo subconsciente, se da individualmente la generalización de la mentalidad individualista más mezquina y estúpida. Mientras tanto, l@s "revolucionari@s" se presentan como la única (sic) fuerza opositora al capitalismo, pero teniendo todavía una actitud preeminentemente destructiva, que no busca aún una verdadera transformación radical del individuo y de la sociedad. La lucha de clases es puesta prácticamente como fin en sí mismo.
El movimiento proletario se hunde, pues, en la misma degradación material y espiritual provocada por el capitalismo, mientras la avanzada revolucionaria se agota, en ese intento por salvarlo del abismo, mediante un esfuerzo inútil por radicalizar e intensificar la lucha de clases misma. No se dan cuenta que sólo hundiéndose en ese abismo de barbarie puede llegar la clase a renacer como sujeto revolucionario, como sujeto transformado y en autotransformación continua y consciente. No es intentando evitar lo inevitable -y, por tanto, necesario-, como l@s revolucionari@s pueden ayudar a la clase obrera, sino esforzándose por construir las bases teóricas y prácticas que permitan canalizar el movimiento revolucionario de masas cuando éste empiece verdaderamente a formarse histórico-mundialmente: creando las bases y formas embrionarias para la fase INICIAL de ese desarrollo -que, en tanto anticipaciones, tendrán que ser parcialmente deducciones sobre la experiencia pasada y parcialmente iniciativas experimentales con base en las tendencias y posibilidades futuras-. Es así como podemos contribuir al progreso de la clase en un sentido revolucionario.
La contradicción de clase objetiva tiene aún que alcanzar una radicalización absoluta, cualitativa, para que sea posible el correspondiente cambio cualitativo en masa de la conciencia de la clase proletaria, o sea, de su praxis social y de su aspiración espiritual. Sin esto, la ruptura con el reformismo y sus formas solamente pode ser parcial y transitoria, en la forma de movimientos y luchas en los períodos de agudización de las condiciones de clase. La función de las luchas reformistas actuales, en cuanto son luchas emprendidas por el proletariado mismo, es hacer madurar lentamente a la clase, forzando el convencimiento de la inviabilidad de las reformas y del propio capitalismo, y del carácter reaccionario y burgués de sus propias organizaciones de tipo reformista.
Nuestra táctica consiste, pues, en defender siempre la necesidad de la revolución, tanto de forma teórica como de forma práctica: en el desarrollo de los objetivos, métodos, formas de organización y táctica de las luchas proletarias. Y esto a pesar de, incluso en contra de, los avances inmediatos. Estos avances no harán madurar a la clase en sentido revolucionario, a la vez que no alteran la tendencia fundamental a la degradación de las condiciones de vida. En su lugar, fortalecerán las falsas ilusiones de que todavía no se han desprendido l@s trabajadores/las, en un momento en que éstas sólo pueden preparar el terreno para derrotas y retrocesos sociales más amplios y profundos. Toda integración de la lucha en el capitalismo es ya reaccionaria en termos absolutos para la clase como un todo, aun cuando pueda beneficiar -por un tiempo y escasamente- a una parte reducida de la clase (especialmente la mejor organizada y la que conforma las bases más activas de los sindicatos dominantes -y, por consiguiente, "representativass" para la burocracia-).
7. El materialismo histórico como praxis.
No existen "leyes" de la historia, como tampoco existen en la naturaleza. Es decir, no hay pautas invariables, solamente tendencias relativas en cambio perpetuo. Todo enunciado teórico sobre los procesos reales es forzosamente limitado a un tiempo, un espacio y unas condiciones. La ciencia burguesa se fundamenta en leyes teóricas que se convierten en argumentos apriorísticos, que guían la experimentación científica y la interpretación de la experiencia humana. Es, pues, esencialmente mecanicista y esquemática cuando la consideramos desde el punto de vista de la relación teoría-praxis.
Para el proletariado no existe otro criterio, y, por consiguiente, otra ciencia, que a ciencia de la praxis. Solamente conocemos el mundo actuando sobre él, esto es, en función de nuestra praxis: de los factores que en ella intervienen, de su estructuración interna como relación teoría-práctica, de la capacidad teórica y práctica del ser humano. Lo único realmente importante es la experiencia cambiante, mirada como momento de la totalidad social en proceso.
La comprensión de la transformación revolucionaria no puede deducirse a partir de "leyes históricas" de ningún tipo. El materialismo histórico no es un método que proceda de lo abstracto a lo concreto, que parta de premisas teóricas preelaboradas, sino que parte siempre de la realidad empírica y vuelve siempre a ella. Y en este proceso se procura no sólo una interpretación racional de la experiencia, sino también una apreciación de las limitaciones de ese conocimiento racional. Dicho de otro modo, el materialismo histórico tiene que autoverificarse a través de la praxis, no puede existir como un método elaborado de una vez por todas: eso es volver a la filosofía burguesa, aunque sea una "filosofía de la acción" o, incluso, una "filosofía de la praxis".
Es la praxis como unidad-en-proceso de pensamiento y acción la que determina tanto el método teórico como la técnica práctica. El materialismo histórico solamente puede ser tal si es concebido y realizado como elemento de la praxis proletaria. Pero esto es imposible cuando el objetivo no es transformar la praxis de l@s proletari@s reales, sino conquistar un poder, unos beneficios materiales, etc. -para lo cual la praxis de l@s proletari@s reales opera como un simple medio-; es imposible cuando el objetivo no es transformar realmente la vida humana y lograr el desarrollo de los individuos como individuos totales.
Abstraído de la praxis individual y colectiva, como lo fue por parte del leninismo y de la socialdemocracia ordinaria, con el objetivo de reducirlo a un instrumento de la lucha política, separándolo de la vida real de l@s proletari@s y convirtiéndolo en asunto especializado de "marxiólogos", profesores y "cuadros" especializados, el materialismo histórico ha sido alienado de su función real y abandonado en la praxis real, que sigue regida -en realidad- fundamentalmente por los hábitos mentales y conductuales de la conciencia dominante. Vista su praxis histórica, resulta evidente que el leninismo no es otra cosa que idealismo inconsciente (heredero del iluminismo burgués), lo mismo que os materialistas mecanicistas del siglo XVIII tenían que caer forzosamente en el idealismo una vez se trasladaban del ámbito de la naturaleza exterior al ámbito de la directamente social.
Nosotros insistimos particularmente en la necesidad de una elevada y amplia comprensión teórica, llegando a grados muy difíciles de abstracción; pero, al mismo tiempo, somos completamente conscientes de que hay que considerar todas las elaboraciones teóricas, programas, concepciones tácticas, etc., como un simple medio para la reflexión ante los problemas concretos que nos presenta continuamente la experiencia viva. Esta experiencia tiene que ser siempre el punto de partida y el de llegada; la teoría abstracta sólo tiene valor en función de su capacidad para orientar la actividad práctica concreta. La definición más aproximada para entender el materialismo histórico es a de una "ciencia experimental", en absoluto la de una "teoría de la ciencia" en el sentido ordinario. Y ocurre que este sentido ordinario o "sentido común" conduce siempre a la interpretación de todo a la luz de la conciencia dominante.
La dominación ideológica cada vez más profunda e interiorizada por parte del capitalismo, con su producción ideológica en masa -incluidos los propios especialistas del conocimiento-, exige un cuestionamiento de la realidad como un todo para poder llegar realmente a una comprensión y aplicación del materialismo histórico; un cuestionamiento que necesariamente tiene que incluir la actividad humana misma y, por consiguiente, la del propio sujeto que cuestiona. Sobre esta base es como será posible desarrollar un pensamiento revolucionario unitario y mantenerlo conscientemente unido a la práctica revolucionaria y a las condiciones históricas.
8. El peligro de la degeneración de los grupos revolucionarios.
Ante la incapacidad para dar una respuesta práctica a la crisis del viejo movimiento obrero, o más bien, a su descomposición, la mayor parte de los grupos y organizaciones revolucionarias se ven anquilosados en el dogmatismo y el grupusculismo. Así se explica que prevalezcan entre ellos teorías prácticamente inoperantes combinadas con prácticas teóricamente irracionales, que los separan aún más del proletariado o los conducen al oportunismo más vulgar.
Aparecen grupúsculos teórica y prácticamente aislados, que pretenden asumir funciones "de partido", pero que, perdidos en sus propias ideologizaciones de la realidad para justificar su fracaso en desempeñar esas funciones, se convierten en sectas y actúan y piensan como tales. Otros abandonan y son recuperados para el reformismo sobre la base de la excusa de las "proximidades ideológicas" -el caso de la adhesión de "autonomistas" o consejistas a organizaciones anarcosindicalistas, por ejemplo-.
Detrás de todo esto está la más completa incomprensión de los procesos necesarios para que el proletariado se desarrolle como sujeto revolucionario y, por consiguiente, de la forma de actuar conscientemente en esos procesos por parte de los grupos avanzados, para favorecer su desarrollo.
Esta incomprensión explica la extensión de tendencias anarquistas ideológicas, comunistas-de-izquierda, postmodernistas, etc., que se lleva produciendo desde hace décadas dentro de los grupos comunistas de consejos y en el movimiento obrero autónomo. Aún más, explica también la inexistencia hoy de agrupamientos comunistas de consejos con una mínima relevancia.
Atribuir causas de índole teórica a este proceso de corrupción con elementos externos tiene que ver con las características singulares del comunismo de consejos, como teoría radicalmente antisustitucionista y antirreformista.
En la medida en que el contexto de la lucha de clases real se opone por tiempo indefinido a las perspectivas revolucionarias de los elementos radicalizados, estos tienden a orientarse bien hacia el sustitucionismo -vía la creación de partidos revolucionarios o vía grupos ultraizquierdistas de iluminados que actúan independientemente de la clase (y pretenden que ella asimile sus ideas o se adhiera a su movimiento sectario)- o bien hacia el oportunismo. Solamente unos pocos individuos (como hiciera Paul Mattick en los 40-70) saben esperar y aguardar el momento, soportar el aislamiento extremo, la grupusculización estructural, y mientras tanto, adecuar su papel a las condiciones existentes, desarrollando la teoría revolucionaria y difundiéndola en círculos más o menos limitados, participando en la medida de lo posible en las luchas inmediatas e impulsando su clarificación en un sentido revolucionario sabiendo que la tendencia real de conjunto*** es aún contraria a esta perspectiva.
A diferencia del comunismo de consejos, el comunismo de izquierdas o el anarquismo ideológico posibilitan mantener una ideología revolucionaria aparentemente congruente con la experiencia histórica, combinándola simultáneamente con una deriva práctica de tipo sustitucionista. Este sustitucionismo puede adoptar la forma concreta que sea (autoritaria, pseudo-espontaneista, ideológica, vía lucha armada, etc.). Todas estas tendencias se caracterizan porque actúan partiendo de la base de que, objetivamente, la revolución es necesaria pero el proletariado no tiene la capacidad organizativa e intelectual adecuada a la situación -está "atrasado", es ignorante, está "alienado" ideológicamente, etc.-. La conclusión es, inevitablemente, que lo que necesita es una "dirección", tenga ésta el carácter de una autoridad política explícita o se pretenda ejercer mediante una autoridad "moral" -velando su carácter político-.
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El punto de partida de estas corrientes es el subjetivismo histórico, ajeno a la comprensión dialéctica de la praxis proletaria. En lugar de ver la conciencia y la organización del proletariado como expresión de su necesidad subjetiva, dependientes del desarrollo de la lucha de clases, ven la necesidad histórica como un ente abstracto y autonomizado de los individuos proletarizados reales, desconectado de la autoactividad proletaria. Así, confunden y mistifican su percepción particular de la necesidad, imaginando que se trata de la necesidad efectiva tal y como es sentida por la clase. Incluso pretenden justificar su actitud pensando que, si la clase no actúa de modo revolucionario, es porque las viejas organizaciones y las correspondientes ideologías suponen un freno absoluto.
De este modo, lo fundamental es para ellos convencer al proletariado de la necesidad de la revolución, no ayudarle concretamente a madurar y avanzar en ese proceso lento y penoso de desarrollarse como clase revolucionaria, que parte de la ciénaga del reformismo y de la oscuridad de la alienación capitalista, que es la lucha de clases misma. Tampoco pueden llegar a una visión objetiva, desprendida del prisma de la necesidad individual, que sea capaz de entender la necesidad social efectiva como un resultado de la interacción entre la dinámica (que es la determinante) de las condiciones de existencia -la vida práctica- y la dinámica de la conciencia práctica de la vida (que es la determinada), mediada por el curso de la lucha de clases.
Estos militantes tienen esa percepción alienada de la necesidad social, y de su propio papel práctico en la lucha de clases, precisamente debido a su separación, objetiva o subjetiva, de la situación general del proletariado, representando las posiciones de distintos estratos de la clase -lumpen, aristocracia obrera, estudiantes, etc., etc.-.
El comunismo de consejos no puede degenerar en este sentido sin explicitar tendencias ideológicas extrañas, que constituyen una regresión a formas de pensamiento sobrepasadas y caducas. Por todo eso, mientras que debido al nivel actual del antagonismo de clases no existen referentes organizados significativos del comunismo de consejos, sin embargo encontramos que abundan grupos comunistas de izquierdas que se reivindican de la "izquierda comunista", de la "revolución mundial", etc., y que, integrando elementos del comunismo de consejos, reniegan de esta etiqueta, o mismo consideran el "comunismo de consejos" como una corriente desviada de esa "izquierda comunista"****. Lo mismo ocurre por parte de tendencias anarquistas, que ven el comunismo de consejos como una verificación de sus ideas, que reducen la revolución a un problema de "autogestión".
Así, comunistas de izquierda y anarquistas ideológicos pueden hablar de "autonomía obrera", pero teniendo una concepción deformada de la misma en la que la organización consciente es prácticamente secundaria frente a la espontaneidad. Espontaneidad de la que los "verdaderos revolucionarios" vendrán en ayuda -pues el culto abstracto a la espontaneidad existe solamente como la expresión ideológica de ciertos sujetos-, para complementar aquella descompensación previa entre organización consciente y espontaneidad -que sólo existe en su teoría, que separa artificial y adialécticamente espontaneidad y organización-.
La autonomía sin organización independiente y consciente, o la autonomía orientada por un "partido" o un grupo ideologizado, es una falsificación del concepto mismo de autonomía. Según la visión de estos grupos, el proletariado no se autodirige, autogobierna, sino que actúa por sí mismo meramente en sentido abstracto, sin consideración de los contenidos reales de su acción y de su carácter consciente o no (autogestionismo), o bien se considera que solamente podrá actuar conscientemente gracias a las sabias orientaciones de un "partido" (neoleninismo).
9. La vitalidad teórica del comunismo de consejos.
Lo fundamental, la expresión de la vitalidad y de las posibilidades de una forma de pensamiento, no es la asimilación de elementos ajenos, sino su capacidad de autoactualizarse gracias a sus propios esfuerzos teórico-prácticos. O sea, es en la capacidad de la teoría para adecuarse a las condiciones contemporáneas a partir de la experiencia histórica, donde se demuestra su vigencia como elemento de la acción consciente del proletariado para transformar su situación de vida. Sin pasar esta prueba previa carece de sentido cualquier verificación práctica, porque entonces tampoco la teoría misma será capaz de valorar si los resultados de su puesta en práctica son o no una confirmación de sí misma, de las finalidades de la acción.
Solamente rompiendo abiertamente con todas las ideologías y grupos sectarios, desarrollando un trabajo real orientado a enriquecer e impulsar adelante la autoactividad de la clase obrera, podemos l@s proletari@s conscientes contribuir a la construcción de un verdadero movimiento revolucionario y actualizar el pensamiento revolucionario. En este sentido, esencial, el pensamiento revolucionario solamente puede existir como un producto de la autoactividad de la clase misma, no es algo que brote de la mayor o menor inteligencia de l@s militantes revolucionari@s.
La condición para efectuar ese trabajo real es lograr la formación de un agrupamiento mínimo, para asumir las tareas de propaganda y desarrollo teórico. En este empeño l@s militantes revolucionari@s podemos fracasar, agotarnos, desanimarnos, pero debemos perseverar, buscar el modo, nunca rendirnos. Nuestro empeño no se funda en ideales, sino en el reconocimiento sensible de que, si l@s proletari@s no nos convertimos en los sepultureros del capitalismo, el capitalismo mismo se convertirá en nuestra tumba y en la de toda la humanidad. Por encima de todo, cualquier paso adelante en la acción consciente de l@s proletari@s como clase, vale más que una docena de grupejos "revolucionarios".
* Ígneo nº 5, diciembre de 2005, «Hacia un nuevo comienzo...
Por el comunismo, por la anarquía».
** A posteriori se ha aprobado añadir la siguiente explicación:
«Unicidad», como «unidad», son palabras derivadas de «uno». Mientras que
«unidad» significa simplemente «cualidad que hace ser uno», «unicidad»
significa «cualidad propia de aquello que es uno» y se vincula a
«único», aquello cuyo conjunto de cualidades es expresión de una unidad inmanente.
La unicidad es la unidad inmanente de la multiplicidad. Esperamos que si
no quedaba lo suficientemente claro por el contexto, esta explicación lo aclare
ahora y por completo.
*** Hay que saber diferenciar entre la tendencia objetiva del capitalismo a extremar el antagonismo de clases, por un lado, y el grado en que esta tendencia se hace efectiva y fuerza un cambio de perspectiva en el proletariado, por otro. Aquí hacemos referencia a la tendencia real resultante de la combinación de las tendencias objetivas y subjetivas en la lucha de clases.
**** Ignorando, como la CCI, que esta "desviación" es la expresión más desarrollada de los mismos teóricos y corriente de pensamiento que nucleó el "comunismo de izquierdas" europeo antes de la ruptura con la III Internacional, pasando después a autodenominarse “comunistas de consejos” para diferenciarse de la oposición interna a la III Internacional. El caso de la CCI es interesante porque su sección francesa se configuró en los 70 a partir de la fusión de agrupaciones anteriores, algunas supuestamente vinculadas al comunismo de consejos y otras con un sustrato bordiguista, luxemburguista y semi-trotskista.