La lucha final es ahora

 

2ª parte: La praxis de la autotransformación*

 

 

  «La coincidencia del cambio de las circunstancias y de la actividad humana o autotransformación, sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como praxis revolucionaria

 

Marx, III Tesis sobre Feuerbach, 1845.

 

  «En la actividad revolucionaria, el cambiarse coincide con el hacer cambiar las circunstancias.»

 

Marx/Engels, La Ideología Alemana, 1846.

 

 

*  *  *

 

«Del pasado hagamos tabla rasa,

 ¡Masa esclava, en pie! ¡En pie!

 El mundo va a cambiar de base:

 ¡No somos nada, seamos todo!»

 

(E. Pottier, La Internacional)

 

 

 

III - Recapitulación

 

1. La perspectiva histórica sobre el problema.

 

  Hemos tratado anteriormente la cuestión del egoísmo de modo muy sintético, con objeto de proporcionar una visión de conjunto de la necesaria unidad entre el aspecto espiritual y el aspecto material de la transformación comunista de la vida humana. Pasaremos ahora a precisar más el análisis del egoísmo, correlacionando estructura psicológica y trabajo alienado.

 

  En primer lugar, es necesario formular dos hipótesis de trabajo. La comprensión del proceso histórico de transición entre la sociedad comunista primitiva, sin clases, y la formación de la sociedad de clases propiamente dicha, dista todavía de ser conocida con exactitud. Esto sale a la luz especialmente cuando se trata el problema de los orígenes del patriarcado y de su posición en este proceso histórico. Existen dos posibilidades claras. La primera, que con el crecimiento de la producción agrícola se crease un excedente que, sin ser suficiente para elevar significativamente el nivel de vida de la comunidad, sí lo fuese para elevar el de una minoría, dando lugar a un proceso en el que esa minoría va dando pasos para hacer de las tierras más productivas una propiedad privada propia. Con esto, aún sin existir explotación de clase todavía, el trabajo social pasa a ser trabajo privado, a alienarse de la comunidad en que necesariamente existe y que pasa a estar constituida cada vez más no por relaciones sociales directas y espontáneas entre los individuos, sino por relaciones de intercambio económico en las que, de hecho, domina el criterio del valor de cambio. Otra posibilidad es que esta formación de la primera forma de la propiedad privada tuviese como base previa o simultánea formas de explotación del trabajo, en particular -y de modo históricamente verosímil- la explotación de prisioneros de guerra hechos esclavos y/o de mujeres (por ejemplo, robadas a otras tribus o clanes con el objetivo de multiplicar el número del colectivo propio, pues se trata de unas condiciones históricas en las que el crecimiento de la productividad del trabajo humano se reduce casi en exclusiva todavía al crecimiento de la reproducción biológica de la fuerza de trabajo). En esta hipótesis, la formación de las relaciones de explotación puede ser previa o simultánea a la formación de la propiedad privada, combinándose entonces la autoalienación del individuo de sus propios productos con la autoalienación del individuo de la comunidad con los otros.

 

  Profundizando un poco más, podemos ver incluso la protoforma de las primeras relaciones de explotación y propiedad privada en la cría y domesticación de animales, que pudo ser que precediese incluso a los fenómenos anteriores. De este modo comienza la separación del ser humano respecto de la naturaleza, pero de tal modo que la vida natural de los animales, y por consiguiente, la vida humana que se basa en su explotación, resulta extrañada de las "leyes naturales" y cobra existencia autónoma, con lo cual se abre el proceso en el que los seres humanos empiezan a verse a sí mismos como esencialmente diferentes de la naturaleza exterior y a considerar también de este modo su propia naturaleza. Surde así la autoalienación respecto de la naturaleza externa e interna y, con ella, la posibilidad de considerar también a un ser humano como medio exterior para sustentar la propia vida, lo mismo que ocurre en el caso de los animales y de la naturaleza exterior en general. Y, además, aparece así una forma de conciencia verdaderamente social, que se desarrolla en el sentido de independizarse de la naturaleza tanto exterior como interior, que pretende dominar a través de la creciente inteligencia técnica (que, mientras la humanidad está sujeta a la escasez y a la lucha por la existencia material, se presenta como el hecho determinante del progreso de la sociedad humana en lugar de la libertad humana y del consiguiente desarrollo de los individuos como individuos totales, lo cual va mucho más allá de la inteligencia técnica y comprende un amplio espectro de necesidades y capacidades espirituales que habrán de plasmarse en la vida social).

 

  Con todo, todas estas hipótesis son simplemente tendencias históricas factibles que, en la evolución real de la sociedad humana, seguramente se desarrollaron a veces en un orden, a veces en otro, a veces combinándose, a veces sucediéndose, etc., etc.

 

  En resumen: al separarse de la naturaleza, el ser humano se separa también de sí mismo en cuanto ser natural, comienza a formarse su estructura subjetiva propiamente social, la personalidad individual. Al apropiarse de medios de producción (tierra, herramientas) y fuerza de trabajo ajena para satisfacer sus necesidades privadas, se separa de la comunidad en la que vivía con los demás individuos y, con ello, también de sí mismo en cuanto ser comunitario, llegando, con la explotación del trabajo ajeno, a crear una completa escisión entre el productor y su producto. Bajo todas estas formas se va desarrollando el trabajo alienado, primero como trabajo alienado respecto de la naturaleza, luego como trabajo alienado respecto de la comunidad, por último como trabajo alienado de su propio producto inmediato. Se trata pues, independientemente de orden histórico en que se producen, de distintos niveles de autoalienación humana, de distintas fases del proceso en el que los seres humanos se separan de su propia esencia total como seres a la vez naturales y sociales que se producen a sí mismos produciendo colectivamente (tanto si es de modo consciente o no) su propia vida material. La especie humana se desenvuelve así históricamente de modo alienado respecto de su propia esencia.

 

  La unidad esencial de los seres humanos con la naturaleza, entre sí mism@s y consigo mism@s, es rasgada progresivamente con este desarrollo, hasta dar lugar al tipo humano actual: un ser maquinal y que ve la naturaleza como una máquina, que vive aislado y cuya sociedad no es más que una masa de individuos sueltos sin más ligación real que sus intereses particulares, que no se conoce a sí mism@ y cuya personalidad es meramente un producto inconsciente de las relaciones sociales y de las condiciones históricas. La unidad esencial está completamente rota, y en su lugar la contradicción de la humanidad consigo misma se desarrolla hasta llegar a la degradación humana más profunda, la sociedad industrial de la propiedad privada y del individuo privado.

 

 

2. La estructura psicológica del egoísmo.

 

  Dijimos en la exposición de la primera parte que el egoísmo es una relación entre la estructura frontal de la personalidad y la psique como conjunto total, en la que la autoactividad psíquica es subordinada a la "autoafirmación" y construcción de esa estructura limitada. El resultado es una forma de subjetividad extrañada de su propio ser interior tanto como del ser social, y que actúa como un poder dominante sobre la propia vida psicológica.

 

  El egoísmo comienza siendo el producto psicológico de la lucha por la existencia. Esta lucha significa que existe una separación inmediata entre la naturaleza como objeto, y el sujeto. Esto exige una mediación entre las necesidades subjetivas y su realización objetiva (la técnica), pero también exige esa misma mediación en la conciencia (una "conciencia técnica" que gire en torno a cómo adecuar la realidad exterior a las propias necesidades). Esa conciencia mediadora tiene, por tanto, que ser activa, determinativa; tiene que administrar la información y tomar decisiones; tiene que ser, pues, un órgano relativamente autónomo: el ego.

 

  A medida que la lucha por la existencia se hace algo consciente y elaborado, este ego se desarrolla y adquiere mayor autonomía. La conciencia técnica ocupa cada vez más el lugar de la conciencia natural prerracional, que se relacionaba con el entorno como con algo dado y del que forma parte, al que tiene que amoldar sus necesidades y no a la inversa. Por contra, la conciencia técnica, que nuclea la personalidad individual en esta forma egóica, se orienta a amoldar el entorno a las necesidades humanas, y de este modo tiene como punto de partida, medio y finalidad inherentes la reproducción ampliada de la separación del individuo respecto de su entorno. Esta es su lógica interna.

 

  En la fase inicial del su desarrollo, el ego todavía no se encuentra separado de las necesidades internas ni de la naturaleza exterior, sigue imbuido en la primitiva conciencia natural de totalidad. Aquí el egoísmo se amolda a las necesidades del individuo y a las condiciones de la naturaleza, dado que todavía no posee las fuerzas productivas necesarias para convertirse en un ente autónomo, capaz de determinar tanto las necesidades del individuo como las condiciones del entorno. En este estadio, pues, el ego constituye todavía meramente el órgano de la interrelación consciente entre las necesidades humanas y la naturaleza. Con todo, como las características del ego están determinadas por el desarrollo de las fuerzas productivas sociales, incluso en la comunidad comunista primitiva el ego está sujeto ya a las pautas generales de la lucha por la existencia: la jerarquización de las necesidades y de su realización. El individuo interioriza en su conciencia el hecho de que, a nivel colectivo, en la vida práctica en común, existe ya necesariamente una jerarquización entre los individuos según sus capacidades y actitudes -todavía una jerarquización puramente natural- y, según la escala de prioridades en las necesidades, una cierta jerarquización espontánea y variable de las tareas para la vida en común.

 

  Estas características de la personalidad egóica se mantendrán posteriormente, sobredeterminadas por la creciente autoalienación provocada por el desarrollo histórico de la propiedad privada. Pero existe una diferencia fundamental: el egoísmo de la propiedad privada es el producto de la autoalienación social, el egoísmo primitivo el producto de la necesidad natural, de la existencia limitada. Esto significa, a nivel psicológico, que existe un egoísmo natural, funcional, que actúa como instrumento racional para mediar entre las necesidades humanas y su realización social, coordinando las energías y capacidades prácticas del individuo, organizando la experiencia, dirigiendo el proceso de conocimiento. El egoísmo de la propiedad privada, y más en general el egoísmo como estructura psicológica dotada de un contenido histórico determinado, es algo cualitativamente distinto: es la transformación del egoísmo funcional en una estructura independizada del control consciente, que domina y quiere dominar la autoactividad psicológica y, por consiguiente, también la autoactividad física, personal y social. Esto implica también que este egoísmo supone la ausencia de una diferenciación consciente entre el ego y el ser psíquico total, e igualmente entre los intereses individuales y las necesidades comunes, entre la lógica propia y la lógica de la naturaleza. Esta ausencia de "conciencia interior" o "conciencia espiritual" es, pues, un resultado histórico y no un simple punto de partida. Si bien el egoísmo tiene su condición formativa en la economía de la escasez y en la lucha por la existencia individual, una vez formado desarrolla una naturaleza propia y se vuelve autónomo. Por esa razón solamente podrá ser transformado mediante la toma de conciencia de que constituye una contradicción con los fines de la existencia humana y la aplicación de una voluntad consciente.  

 

  Por consiguiente, tenemos, en primer lugar, que suprimir la autonomización que el ego experimenta con el desarrollo de la sociedad de clases. Esta autonomización expresa, precisamente, que la inteligencia técnica, mediadora, se ha convertido, gracias al desarrollo de las fuerzas productivas, en el hecho determinante del desarrollo humano, y porque este desarrollo se concibe todavía reducido a un progreso preeminentemente exterior, material, objetivo, en lugar de como un desarrollo total, simultáneamente material y espiritual. La propia vida espiritual es reducida, principalmente, al desarrollo de un conocimiento técnico, se mantiene predominantemente limitada a la actividad cultural, esto es, al enriquecimiento intelectual mediante diversos medios, en lugar de considerar esa cultura como un mero soporte para la continua ampliación de la vida real total en todos los aspectos. El crecimiento del conocimiento intelectual, no el crecimiento de la autoactividad, de la experiencia, de la vida real, es lo que se considera como lo determinante del progreso humano. Así, la cultura capitalista expresa hasta el extremo -potenciada por la división del trabajo intelectual/manual- esta separación entre pensamiento y experiencia y la subordinación de la segunda al primero; de esto deriva el carácter esencialmente idealista de la cultura dominante. El verdadero "materialismo" consiste, en cambio, en considerar la experiencia y su crecimiento en todas las direcciones y posibilidades como el fundamento determinante del conocimiento y, por consiguiente, de la experiencia humana. Implica, pues, una actitud mental completamente nueva, orientada a una relativización radical de la inteligencia egóica para poder abrir la conciencia realmente a la experiencia -o, mejor, como decía Marx, permitir que la experiencia se abra paso en la conciencia-. El ego como órgano autónomo de la personalidad o conciencia total -y por extensión, de la psique total- existe debido a la separación natural entre las necesidades subjetivas y la naturaleza. Su superación, entonces, solo podía en el pasado entender-se de forma "mística".

 

  Pero volvamos a la caracterización de la personalidad egóica.

 

 

3. La subjetividad jerárquica.

 

  El sentido de jerarquía es una herencia de la animalidad, no algo específicamente humano. Lo que en los instintos se expresa de modo prerracional, en la subjetividad jerárquica se expresa de modo pseudorracional y llega a conformar una forma de pensar unilateral, adialéctica, mecanicista y dominada por los impulsos subconscientes de tipo físico, vital y emocional. El ego, por otra parte, es un canal limitado y solamente puede actuar de modo jerarquizante. Por un lado, los instintos animales de apropiación del territorio, posesión sexual y, en definitiva, de asegurar-se las condiciones elementales de la supervivencia corporal del individuo y de la especie, adquieren su expresión ampliada y pseudorracional en la sociedad de clases. Por otro lado, el intelecto egóico, en tanto superestructura, al estar autonomizado respecto de los impulsos subconscientes de la estructura psíquica total, se encuentra frente a un caos ciego que tiene que ordenar y que, como instrumento diseñado para determinar prioridades y dirigir acciones precisas, tiende a someter a una jerarquización rígida.

 

  Desde el punto de vista psicológico, nuestro ser total puede entenderse como un conjunto de capacidades y necesidades. Es un ente dinámico y evolutivo, esto es, expansivo, de modo que la satisfacción de una necesidad deja paso a la manifestación de otra necesidad, correspondiente a un plano del ser distinto, e igualmente el desarrollo de una capacidad deja el camino libre al desarrollo de otras potencialidades. Como la esencia humana es múltiple, comprende diferentes niveles o planos psico-somáticos, la subjetividad jerárquica resulta ser una estructura tanto más opresiva cuanto mayor es el grado de libertad potencial que permite la vida material. 

 

  Dado que los impulsos relativos a la supervivencia, al placer físico, a la seguridad y el poder sobre la vida, son los que prevalecen en la psique animal, podemos decir que el ser humano, tal y como ha sido hasta ahora, tal y como lo conocemos, es un ser de transición, ya que no logró elevarse sustancialmente aún sobre esta base psicológica animal y subconsciente. Sus logros en el desarrollo del plano emocional, comunicativo, intuitivo, autoexpansivo -por mencionar los distintos planos superiores que relata la psicología yóguica y sus funciones- de su vida psicológica, son todavía incipientes. Intentar subordinar a la razón los impulsos animales, controlarlos, es un empeño infructuoso en la mayor parte de los casos, y en el mejor sólo logra resultados temporales.

 

  El egoísmo, como estructura directiva o como forma de la personalidad aparente, se sitúa sobre esa base psicológica histórica, en la que la conciencia humana no está todavía lo suficientemente desarrollada para permitir una labor de autoorganización interior y, en general, un autodesarrollo psicológico consciente. Porque dominan los impulsos subconscientes dirigidos a la autopreservación de la vida, ampliados hasta perder su significación original por el desarrollo social, por esto la jerarquización de las necesidades tiene un carácter vulgarmente materialista, precisamente porque la vida de los seres humanos tiene ese mismo carácter vulgarmente material; mientras, los impulsos "espirituales" -la dicotomía espiritual/material tambiénn tiene su origen en la pobreza de la vida material- solamente pueden satisfacerse de modo falso, antinatural, alienado.

 

  En lugar del libre desarrollo de los individuos a la vez interior y exterior, tenemos la subordinación de la vida interior a la vida exterior y, en consecuencia, la sublimación alienada de los impulsos interiores bajo formas exteriores (exteriorizadas o solamente ilusoriamente exteriores, como en la religión). Los impulsos psíquicos, tanto los más bajos como los más altos, son identificados con formas materiales de realización, sin que exista en absoluto discernimiento entre la forma exterior y el contenido psíquico, y, por consiguiente, posibilidad de autodeterminación. Sobre esta base todas las necesidades psíquicas son identificadas con objetos y mercantilizadas bajo el capitalismo, convirtiendo a los seres humanos en esclavos agradecidos de poder disfrutar de sus productos autonomizados en lugar de reconocer en esos productos su propia deshumanización y rechazar toda la sociedad capitalista como una degradación del espíritu humano y en la cual la felicidad humana no puede prosperar.

 

 

4. Las condiciones para la superación del egoísmo.

 

  Únicamente con la reconexión de la mente consciente con los niveles subconscientes pueden ser transformadas las estructuras psicológicas instintivas y podemos llegar, desplegando la capacidad meditativa, a una autoorganización psíquica consciente de los diversos impulsos. Esto significa, también, que el pensamiento debe llegar a adquirir un carácter espontáneamente holístico y dialéctico, a reestablecer la unidad con la autoactividad psíquica total y así a convertirse en instrumento para una autorrealización integral humana, superando el modo de vida jerarquizado en torno a la satisfacción de las necesidades materiales.

 

  La importancia de la dimensión psicológica o espiritual de la autoliberación humana radica no sólo en que el egoísmo constituya un obstáculo para el desarrollo de la autonomía, sino en que el capitalismo, lejos de superar la lucha por la existencia, la exacerba como nunca antes, ya que para el proletariado todas sus condiciones fundamentales de existencia son propiedad ajena y están sujetas al movimiento ciego de la economía capitalista. Su existencia misma como clase desposeída es una existencia en la precariedad más completa, y esto se hace cada vez más cierto en la medida en que el capitalismo es más incapaz de mantenerse sin degradar continuamente la situación del proletariado.

 

  Dado todo esto, la autoalienación subjetiva adquiere en el capitalismo un desarrollo extremo en comparación con las sociedades anteriores, tanto por su profundidad (llegando a subsumir por completo la personalidad egoísta y a convertirla en su agente activo) como por la multiplicación de sus formas (un aspecto que no hemos tratado aquí, pero que podemos resumir enumerando las categorías específicas de la alienación en la producción mercantil y capitalista: fetichismo, cosificación, despersonalización, subsunción del trabajo en el capital, etc.).

 

  Con el desarrollo de las fuerzas productivas de la humanidad alcanzado hoy, la separación entre las necesidades subjetivas y la naturaleza, entre sujeto y objeto, puede ser superada por la organización consciente de las fuerzas productivas sociales, de modo que necesidades subjetivas, fuerzas productivas sociales y naturaleza constituyan una unidad orgánica y armónica. Esto, por supuesto, ya es realmente así, pero como una unidad contradictoria y afectada de mecanicismos, de jerarquizaciones (por la mentalidad jerárquica). Una vez que el objeto de las necesidades y las necesidades mismas están unidos orgánicamente, deja de ser necesario un órgano autónomo en sí mismo para determinar este proceso, el proceso de la praxis humana. Las funciones del ego dejan de ser jerarquizar las necesidades y las energías humanas en función de las condiciones de existencia limitadas, para lo cual ese órgano debe poseer autoridad propia -el individuo tiene que desdoblarse interiormente-. El ego pasa a ser simplemente el órgano mental para la coordinación entre los impulsos y la acción finalística para su realización; su función determinativa no consiste ya en jerarquizar, sino en dirigir conscientemente -y de acuerdo con la conciencia- esa coordinación. La autonomía del ego respecto de la psique total queda así suprimida, y el ego pasa a ser simplemente el órgano de expresión del ser psico-somático total, desenvolviendo unas nuevas características de plasticidad mental, capacidad contemplativa y meditativa, de introspección, de intuición y utilización del potencial creativo del cerebro. Podremos llegar así al estado espiritual que se vislumbra en los Manuscritos de Marx, cuando con la liberación de todos los sentidos y cualidades humanos y la supresión de las relaciones sociales alienantes se haga posible la "apropiación sensible" del mundo como realidad no sólo material, también espiritual.

 

  En la sociedad capitalista el egoísmo acumula, pues, dos niveles de desarrollo histórico: la autonomización del ego, y su carácter de órgano central para la lucha por la existencia. La transformación comunista de la vida humana habrá de suprimir ambos aspectos, porque la supresión de la lucha por la existencia exterior solamente puede acometerse mediante la liberación más amplia y plena de la autoactividad humana, de las capacidades humanas, sobrepasando así el estado de limitación propio de la lucha por la existencia que se ha interiorizado históricamente. No sólo la autonomización del ego respecto de la conciencia activa, sino también la autonomización "natural" respecto del ser total, deben ser superadas (y esa autonomización natural7 radica, a nivel mental, en la ignorancia del carácter total, de la unidad esencial como un todo, del ser propio).

 

  Con el desarrollo de la verdadera autonomía de los individuos aflorará y será superada la existencia autonomizada del ego; con la superación de la lucha por la existencia individual el ego dejará de ser el órgano central tanto de la vida práctica como de la conciencia, recobrándose el sentido de totalidad, la conciencia total espontánea de la unidad del propio ser, de la comunidad humana y de la naturaleza. Este será, por supuesto, un largo proceso histórico para la especie, pero es algo en lo que hay que esforzarse desde ya y que será determinante, en su correspondiente medida, para la victoria de la revolución proletaria y para el posterior desarrollo de la sociedad comunista hasta el estado anárquico.

 

  Por otra parte, la identidad del proletariado como clase revolucionaria es la forma embrionaria que adopta la identidad humana genérica restablecida, en oposición a la sociedad dividida en clases, en la que esta identidad solamente puede existir de modo abstracto, alienado de la vida real. En la comunidad revolucionaria de l@s proletari@s, a la vez como clase y como seres humanos plenos, puede entonces existir realmente el amor como principio social y convertir-se en una potencia para la realización del comunismo.

 

  «...La superación positiva de la propiedad privada, es decir, la apropiación sensible por y para el hombre de la esencia y de la vida humanas, de las obras humanas, no ha de ser concebida sólo en el sentido del goce inmediato, exclusivo, en el sentido de la posesión, del tener.

 

  El hombre se apropia su esencia universal de forma universal, es decir, como hombre total. Cada una de sus relaciones humanas con el mundo (ver, oír, oler, gustar, sentir, pensar, observar, percibir, desear, actuar, amar), en resumen, todos los órganos de su individualidad, como los órganos que son inmediatamente comunitarios en su forma, son, en su comportamiento objetivo, en su comportamiento hacia el objeto, la apropiación de este.»

 

* * *

 

 «La propiedad privada nos ha hecho tan estúpidos y unilaterales que un objeto sólo es nuestro cuando lo tenemos, cuando existe para nosotros como capital o cuando es inmediatamente poseído, comido, bebido, vestido, habitado, en resumen, utilizado por nosotros. Aunque la propiedad privada concibe, a su vez, todas esas realizaciones inmediatas de la posesión sólo como medios de vida y la vida a la que sirven como medios es la vida de la propiedad, el trabajo y la capitalización.

 

  En lugar de todos los sentidos físicos y espirituales ha aparecido así la simple enajenación de todos estos sentidos, el sentido del tener. El ser humano tenía que ser reducido a esta absoluta pobreza para que pudiera alumbrar su riqueza interior (...).

 

  La superación de la propiedad privada es, por eso, la emancipación plena de todos los sentidos y cualidades humanos; pero es esta emancipación precisamente porque todos estos sentidos y cualidades se han hecho humanos, tanto en sentido objetivo como subjetivo. El ojo se ha hecho un ojo humano, así como su objeto se ha hecho un objeto social, humano, creado por el hombre para el hombre. Los sentidos se han hecho así inmediatamente teóricos en su práctica. Se relacionan con la cosa por amor de la cosa, pero la cosa misma es una relación humana objetiva para sí y para el hombre, y viceversa. Necesidad y goce han perdido con ello su naturaleza egoísta, y la naturaleza ha perdido su pura utilidad, al convertirse la utilidad en utilidad humana.

 

  Igualmente, los sentidos y el goce de los otros hombres se han convertido en mi propia apropiación. Además de estos órganos inmediatos, se constituyen así órganos sociales, en la forma de la sociedad; así, por ejemplo, la actividad inmediatamente en sociedad con otros, etc., se convierte en un órgano de mi manifestación vital y en modo de apropiación de la vida humana.»

K. Marx, Manuscritos económicos y filosóficos de París, 1844.

 

  

 

IV - Hacia un nuevo comienzo

 

1. La guerra espiritual contra el proletariado: conciencia y organización.

 

  Sin espíritu libre, la lucha material del proletariado será incapaz de superar el poder espiritual y material del capitalismo. L@s proletari@s seremos conducid@s una y otra vez a la derrota y al hundimiento creciente en la barbarie total, situando a nuestra clase ante la disyuntiva histórica: revolución social o autodestrucción de la humanidad (o "hundimiento común de las clases en lucha" como se dice en el Manifiesto). El estado de derrota permanente que hasta ahora constituyó la tendencia del movimiento de lucha del proletariado, es la verificación práctica de esta dificultad: reducción de la lucha independiente del proletariado a luchas inmediatas y parciales, ausencia de organización independiente o desorganización completa, atomización y aislamiento de las luchas, atomización y descomposición de la conciencia de clase.

 

  La organización es el modo en que el proletariado, de fuerza productiva para el capital, pasa a constituirse en fuerza productiva para-sí, en productor del su propio movimiento consciente. Sin la organización del proletariado el desarrollo de la conciencia de clase no puede superar el estadio de la inmediatez y de la atomización en los individuos y núcleos avanzados, no puede adquirir el carácter de una fuerza efectiva a través de la propaganda, de la discusión frecuente y del estudio. Tampoco puede madurar a un ritmo suficiente pues, salvo esporádicamente, ningún movimiento proletario puede salir victorioso en general sin dotarse de una organización autónoma y permanente, y con cada derrota se produce un período de inactividad que retarda la maduración de la conciencia de clase. Pueden también abrirse -y se abrirán- nuevas situaciones revolucionarias, pero su duración es insuficiente para suplir la maduración previa y el esfuerzo prolongado de l@s proletari@s mism@s para la su autoliberación integral. 

 

  Por tanto, existe una unidad dialéctica entre la conciencia de clase y la organización autónoma. Esta organización es la forma social que adopta la autoactividad del proletariado, en determinado nivel del su desarrollo como fuerza productiva para-sí. El carácter de las relaciones sociales que conforman esta estructura organizativa, que liga a los individuos entre sí, está determinado por el nivel de desarrollo de las capacidades del proletariado, que esas relaciones sociales impulsan y traban simultáneamente. De ahí la necesidad esencial, para realizar el comunismo, de nuevas formas de organización, superiores a las formas adoptadas dentro del capitalismo -que responden a la posición social del proletariado como clase dominada-. Pero de ahí también que, para desarrollar nuevas formas de organización, no baste con la simple ruptura con las viejas, sino que sea preciso, además, liberar en el proletariado las capacidades y la energía necesarias para concebir y dar vida a las nuevas formas de organización.

 

  Cuando el objetivo del movimiento obrero no era aún derrocar el capitalismo, sino más bien formas y aspectos particulares del capital, el problema del desarrollo autónomo de la subjetividad proletaria no podía ser asumido realmente. Así, al tiempo que, en ciertas circunstancias, estas luchas por cambiar la forma del capitalismo se presentaron en la forma ilusoria de luchas por el comunismo, su contenido objetivo y subjetivo era aún semicapitalista -esto es, reformista, aunque las luchas pudiesen adoptar en ciertos momentos formas revolucionarias-. Una vez que el comunismo se presenta como históricamente necesario, el proletariado tiene que liberarse de la ilusión de que su simple organización como fuerza objetiva -con el resorte subjetivo de una serie de contravalores (una subcultura obrera insertada en el sistema), sin cuestionar las relaciones sociales existentes y la alienación que estas conllevan- es suficiente para transformar la sociedad capitalista.

 

  Esta insuficiencia de la perspectiva del viejo movimiento obrero sobre las necesidades del autodesarrollo subjetivo del proletariado se hace patente con el crecimiento extremo del poder alienante del capitalismo. La vida cotidiana nos ilustra continuamente con el enorme poder de los mecanismos de mercantilización total de la actividad humana. Por tanto, para atravesar el muro de la falsa conciencia integrada psicológicamente por los individuos, el antagonismo de clases tiene que adquirir inicialmente dimensiones más y más explosivas y que comenzar adoptado formas más y más extrañadas e irracionales en un princípio8, hasta poder alcanzar una expresión apropiada como lucha de clase. Pero, si las dificultades no dejan de crecer, en contrapeso el antagonismo no deja de incrementarse, forzando o un cambio revolucionario, o un cambio autodestructivo.

 

  L@s que no logren comprender que todas estas dificultades puestas al desarrollo de la conciencia de clase y de la militancia proletaria son, en realidad, elementos constitutivos de la dominación capitalista en su forma y nivel actuales, y que es preciso tratarlos como parte de la guerra de clases que el capital realiza contra el proletariado, tienen por fuerza que fracasar en la tentativa de convertir la teoría revolucionaria en una fuerza real que prenda en las masas.

 

 

2. La re-religiosización de la sociedad capitalista.

 

  «[La religión] se ha convertido en el espíritu de la sociedad civil, de la esfera del egoísmo, de la guerra de todos contra todos. (...) Se ha convertido en la expresión de la separación del hombre respecto a su comunidad, a sí mismo y a los otros hombres -aquello que él era originalmente-. Ella es ya, solamente, la confesión abstracta de la insania particular, de la extravagancia privada, del arbitrio.»

 

  «La democracia política es cristiana, en la medida en que, en ella, el hombre (no sólo un hombre, sino cada hombre) pasa por ser soberano, por ser supremo, pero es el hombre en su manifestación insocial y burda, el hombre en su existencia contingente, el hombre tal como anda y está, el hombre tal como (por toda la organización de nuestra sociedad) está corrompido, perdido a si mismo, alienado, tal como se encuentra dado bajo la dominación de las relaciones y elementos inhumanos -en una palabra, el hombre que aún no es ningún ser genérico efectivo-.»

 

  «El hombre no fue, por tanto, liberado de la religión; obtuvo la libertad religiosa. No fue liberado de la propiedad; obtuvo la libertad de propiedad. No fue liberado del egoísmo de la profesión, obtuvo la libertad profesional.»

 

Marx, Acerca de la cuestión judaica, 1843.

 

 

  El reauge de la religión y de los espiritualismos varios, vistos no solamente como una esperanza en el Más Allá, sino cada vez más como una "liberación interior" y una afirmación de los "valores" humanos9, es una expresión de la autoalienación de los individuos para consigo mismos, y solamente así puede explicarse su arraigo y extensión crecientes paralelamente al declive material de la sociedad capitalista y a la consiguiente intensificación del clima de inseguridad y desesperación vitales.

 

  Toda forma de espiritualidad práctica que no cuestione esa autoalienación de los individuos resulta efectivamente amoldada a la vida alienada e integrada en el sistema imperante, tendiendo a adquirir el carácter de una nueva ideología religiosa.

 

  Con este proceso de re-religiosización del mundo capitalista, que es el reflejo subjetivo del crecimiento de la dominación material del capital sobre la vida social, pasamos del viejo "opio del pueblo" al nuevo "éxtasis" de masas. Pero, en sus contenidos, este "éxtasis" es solamente una reiteración de la misma esencia religiosa bajo una forma más activa, que integra la creencia teórica con la disciplina práctica. El cielo de la religión es presentado otra vez como la verdad, como la realidad auténtica, de la vida terrena. La vida real no debe ser transformada, sino meramente trascendida psicológicamente. La experiencia de la verdad del mundo es situada fuera del mundo sensible, o aún peor, como una realidad inefable, lo que implica una autoalienación previa aún inconsciente-.

 

  Todos estos espiritualismos adoptan, no por casualidad, las formas organizativas y los patrones económicos del capitalismo, amoldan sus enseñanzas a la "vida moderna", predican la extensión de la espiritualidad interior a través de la integración en el sistema existente, etc., cuando no son auténticas sectas en el peor sentido.

 

  Por otra parte está la ideología del comunismo del capital, que predica el ciudadanismo, los derechos "humanos" del individuo privado, que "todos somos responsables", que "depende de todos" el progreso, etc. (en resumen, un comunismo espiritual bajo el dominio de la relación del capital). A esta ideología religiosa general corresponde, en el plano espiritual profano, la comunidad de los individuos dentro de la autoalienación, la comunidad de los individuos como capitalistas virtuales, como propietarios privados de sí mismos y como explotadores de los otros, cuya asociación como comunidad social no pasa de ser la más salvaje lucha encubierta de tod@s contra tod@s y, para propósitos oportunistas, una fuerza unitaria contra otros grupos sociales, étnicos, nacionales, etc.

 

  Todas las fuerzas alienantes de la sociedad burguesa, tanto materiales como espirituales, tanto directa como indirectamente ligadas al capital, confluyen sin embargo, en el plano práctico, en la negación de la lucha de clases y de la revolución proletaria. El proletariado es negado como clase capaz de autoemanciparse, como clase que realmente es capaz de actuar independientemente de las otras clases de la sociedad burguesa, mismo como clase realmente existente (las teorías de la "desaparición" del proletariado, del "fin del trabajo", etc.). Bajo el peso de esta negación están todas las minorías revolucionarias que son incapaces de comprender este proceso en su dimensión espiritual y oponerle una praxis integral adecuada. Pero la raíz de estas deficiencias tenemos que verla no sólo en el poder espiritual del capitalismo sobre las mentes y tendencias intelectuales en general, sino en la incomprensión de la unidad entre liberación material y liberación espiritual.

 

 

3. La esencia de la organización del proletariado es espiritual.

 

  Para el comunismo de consejos, el desarrollo espiritual del proletariado no es una simple emanación de su organización material; más bien, es el resultado de una autotransformación subjetiva operada a partir de la experiencia de la lucha de clases; autotransformación que es un elemento integrante y determinante del carácter de la organización, que no es otra cosa que una conjunción de las fuerzas objetivas y de las capacidades subjetivas de l@s proletari@s en una red de relaciones sociales propias y separadas de las relaciones sociales con la burguesía. El proceso de autoliberación espiritual es el que determina, y se expresa en, la creación de formas de organización y acción propias y conscientes, por mucho que la construcción efectiva de estas organizaciones dependa de la fuerza de la necesidad y de la lucha de clases -pues, desde el punto de vista inmediato, las organizaciones de clase son el modo en que la clase explotada reúne y despliega la energía necesaria para saltar al escenario histórico, a la acción autónoma-. 

 

  «La organización del proletariado, que nosotros calificamos como su instrumento de poder más importante, no debe ser confundida con la forma de las organizaciones y asociaciones actuales, que son la expresión de aquella dentro de los marcos aún firmes del orden burgués.  La esencia de esa organización es algo espiritual, la transformación del carácter de los proletarios.»

 

Anton Pannekoek, Acciones de masas y revolución, 1912.

 

  La esencia de la organización proletaria es la autoactividad consciente de l@s proletari@s mismos, la expresión de su inteligencia, pero también de un espíritu colectivo y de una comunidad que se corresponden y que contienen la negación del capitalismo, la afirmación de la comunidad esencial de los seres humanos contra el mundo alienado del capitalismo. Esta transformación espiritual es lo que posibilita la transformación de la necesidad social en autoactividad subjetiva, lo que posibilita la elevación de esta autoactividad material y espiritual más allá de los límites de la vida alienada.  

 

  La lucha final no será fundamentalmente una lucha material que libere el espíritu del proletariado, una acción determinada por la condición social del proletariado que le obligue la autoliberarse. Será esencialmente una lucha espiritual del proletariado que aspira a su completa autoliberación, una acción determinada por la conciencia real -espontánea o racional- de que su autorrealización humana solamente podrá tener lugar suprimiendo aquella condición social material, esto es, las determinaciones materiales de su existencia social como clase. La primera clase de lucha sería sólo la de un movimiento ciego buscando desesperadamente una salida; la segunda clase de lucha es la de un movimiento consciente que busca su plenitud humana, a través de supresión revolucionaria de su condición social.

 

  Precisamente en la negación de la posibilidad de una verdadera autorrealización, de una vida no sujeta al mundo alienado y mercantilizado, está el núcleo de la guerra espiritual que desenvuelve el capitalismo contra el proletariado, y que es una expresión natural del auténtico carácter del capital: una fuerza social cuyo carácter esencial es ser la transformación del producto del trabajo en un poder extraño que le oprime y se le opone, un automovimiento cuya naturaleza es la desrealización del trabajador. Aquí radica la barbarie capitalista: en que mientras que el proletariado, a medida en que su existencia social se vuelve incompatible con el régimen capitalista, se ve forzado a luchar contra éste, y a descubrir en su lucha el único modo de progresar hacia su autorrealización humana, a liberar sus propias potencialidades totales, por su parte el capitalismo produce y hace crecer continuamente la desrealización humana y, especialmente, la desrealización humana del proletariado -donde se encuentra condensada-.

 

  Lo fundamental para catalizar y ayudar a este proceso de autoliberación no es, con todo, favorecer la unidad de la clase, formas de organización determinadas u objetivos externos por los que luchar; esto debe situarse siempre sobre la base esencial de un esfuerzo en pro de la autoclarificación y autoliberación espiritual, verse como medios para este proceso, cuya traducción práctica y material será el fortalecimiento del movimiento vivo, de su independencia, conciencia, comunidad y demás capacidades humanas.

 

  «La única relación que aún mantienen los individuos con las fuerzas productivas y con su propia existencia, el trabajo, ha perdido en ellos toda apariencia de autoactividad y sólo conserva su vida empequeñeciéndola.»

 

  «Las cosas, por tanto, han ido tan lejos, que los individuos necesitan apropiarse la totalidad de las fuerzas productivas existentes, no sólo para poder ejercer su autoactividad, sino, en general, para asegurar su propia existencia.»

 

  «La apropiación de estas fuerzas no es, de suyo, otra cosa que el desarrollo de las capacidades individuales correspondientes a los instrumentos materiales de producción (...), el desarrollo de una totalidad de capacidades en los individuos mismos.»

 

  «La apropiación (...) sólo puede llevarse a cabo mediante una asociación (...) universal, y por obra de una revolución en la que, de una parte, se derroque el poder del modo de producción y de relación anterior y la organización social correspondiente y en la que, de otra parte, se desarrollen el carácter universal y la energía que el proletariado necesita para llevar a cabo la apropiación, a la par que el propio proletariado, por su parte, se despoja de cuanto pueda quedar en él de la posición que ocupaba en la sociedad anterior.

 

  Solamente al llegar a esta fase se une la autoactividad con la vida material, lo que corresponde al desarrollo de los individuos como individuos totales y a la negación de lo que hay en ellos de natural; y a esto corresponde la transformación del trabajo en autoactividad y la transformación del trato condicionado anterior en trato [o interrelación] de los individuos como tales. Con la apropiación de la totalidad de las fuerzas productivas por los individuos asociados acaba la propiedad privada.»

 

Marx/Engels, La ideología alemana, 1846.

 

 

4. Conclusión, que es sólo un nuevo comienzo.

 

  La lucha final no será resultado de ninguna "preparación revolucionaria" político-ideológica. Es la lucha objetivamente establecida entre la necesidad de la especie humana de un nuevo modo de producción, y todas las fuerzas que atan al sujeto revolucionario potencial a la vieja sociedad e impiden el paso de su potencia a acto. La autoliberación espiritual de los individuos y la lucha revolucionaria colectiva son un mismo proceso, un mismo esfuerzo bidireccional y simultáneo para el futuro. Esta unidad interna es lo decisivo de la victoria o de la derrota, pero necesariamente -debido a la propia condición social del proletariado como clase alienada y dominada- la autoliberación espiritual como proceso es el motor del movimiento revolucionario, en tanto movimiento realmente capaz de negar y superar el estado existente.

 

  Que, en la actualidad, este hecho no se presente -a primera vista- como el motor, si no es mera apariencia, significa solamente que el movimiento del proletariado está todavía insertado por completo dentro de los limites del capitalismo y es incapaz de superarlo, por más lejos que el antagonismo objetivo de clase pueda impulsarle a radicalizarse, porque su conciencia no está suficientemente desarrollada. La propia radicalización vital, que es el modo en que el antagonismo de clases se expresa psicológicamente en su forma más inmediata, requiere un salto cualitativo para poder devenir en radicalización mental y anímica profundas del proletariado, para despertar sus aspiraciones esenciales a la libertad y a la rebelión contra la existencia limitada. Requiere de un proceso acelerado de autodesarrollo de la conciencia de clase que únicamente pueden acometer los proletarios reales por sí mismos.

 

  «...Lo que se denomina el 'fracaso de la clase obrera' es, en realidad, el fracaso de sus estrechos objetivos socialistas. La verdadera lucha por su liberación tiene aún que comenzar; visto de este modo, lo que ha sido conocido como el movimiento obrero del siglo que queda atrás, fue sólo una sucesión de escaramuzas precursoras. Los intelectuales, que están acostumbrados a reducir la lucha social a las fórmulas más abstractas y simples, se inclinan a subestimar el tremendo alcance de la transformación social a realizar que está ante nosotros. (...) Se olvidan de cuál profunda revolución interior debe tener lugar en las masas obreras; qué suma de lucidez, de solidaridad, de perseverancia y valor, de noble espíritu combativo, es necesaria para vencer el inmenso poder físico y espiritual del capitalismo.»

 

  «En esta última fase del capitalismo, la amenaza de la destrucción masiva hace de la lucha una necesidad para todas las clases productivas de la sociedad, los campesinos e intelectuales tanto como los obreros. Lo que se condensa en estas frases cortas es un proceso histórico extremadamente complejo, que ocupa todo un período de revolución, preparado y acompañado por luchas espirituales y cambios fundamentales en las ideas básicas. Estos desarrollos deben ser cuidadosamente estudiados por todos aquellos para los que el comunismo sin dictadura, la organización social sobre la base de la libertad conscientemente dispuesta por la comunidad, representa el futuro de la humanidad.»

 

Anton Pannekoek, El fracaso de la clase obrera, 1946.

 

 

  La fuerza del ideal, su realidad, tiene que abrirse paso en el alma de l@s proletari@s, para que éste se convierta en una auténtica dirección interior, en el principio rector de su praxis.   

 

  «No basta con que el pensamiento se abra paso para hacerse realidad, la realidad misma tiene que abrirse paso en el pensamiento.»

 

***

  «...La fuerza material tiene que derrocarse mediante la fuerza material, pero también la teoría se convierte en una fuerza material así que prende en las masas. Y la teoría es capaz de prender en las masas cuando demuestra ad hominem [ante el hombre], y demuestra ad hominem cuando se hace radical. Ser radical es asir el problema en la raíz. Y la raíz para el hombre no es sino el hombre mismo.»

 

 Marx, Introducción a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, 1843.

 

 

  Solamente cuando su aspiración a la libertad encuentra su expresión racional pueden los ideales -que para la clase proletaria no son algoo desligado de su existencia material- tomar raíces y convertirse en una fuerza práctica de autotransformación. La "luz" de la verdad no procederá de ninguna teoría "ilustrada", como ocurrió con la revolución burguesa, ni de ninguna fuente exterior al individuo, como predican los "gurus" espiritualistas, sino que será el producto del reencuentro del individuo con su verdadero ser interior, con su nivel psíquico profundo, para unir la energía y la aspiración que laten ahí con la inteligencia y la voluntad sociales prácticas.

 

  La lucha final, la verdadera lucha revolucionaria -distinta de las escaramuzas del pasado-, es una lucha total contra la autoalienación humana, una lucha contra el trabajo, contra la vida cotidiana, contra las ideologías; una lucha por la transformación del trabajo en autoactividad libre, de la vida cotidiana en autorrealización humana, del pensamiento ideológico en pensamiento creativo y en unión viva con la actividad práctica; en resumen, la transformación de la vida social en una autocreación y autoconocimiento continuos de la especie humana.

 

  E, igual que la teoría revolucionaria solamente puede prender en las masas en la medida en que asume los problemas humanos en su raíz, la lucha revolucionaria solamente puede ser asumida por el conjunto del proletariado en la medida en que sea una lucha radical por la autoliberación humana, por una nueva humanidad, y que la revolución proletaria se presente como un nuevo comienzo de la evolución humana. Pues, como ya decía Marx en 1844,

 

  «El comunismo es [sólo] la posición como negación de la negación, y por eso, el momento real necesario, en la evolución histórica inmediata, de la emancipación y recuperación humana. El comunismo es la forma necesaria y el principio dinámico del próximo futuro, pero el comunismo no es, en cuanto tal, la finalidad del desarrollo humano, la forma de la sociedad humana.» (Marx, Manuscritos de París)

 

  El comunismo es solamente el modo de producción de esa nueva humanidad, no lo que da sentido a su existencia, la forma de su vida. Este sentido y forma están ya implícitos en las condiciones de su realización. Para autoconstituirse en sujeto revolucionario total, el proletariado tiene que integrar, y desarrollar de modo integrado, su fuerza y su conciencia como clase, pero también todas sus necesidades y capacidades como ser humano. Tiene que integrar la praxis social con la praxis personal, el desarrollo individual con el desarrollo colectivo, la dimensión material de la vida con la dimensión espiritual.

 

  Solamente de este modo, mediante un proceso de autotransformación, se autoconstituye el proletariado no como un sujeto revolucionario total abstracto, meramente teórico -mero producto del esfuerzo intelectual, y, por consiguiente, irreal en su comprensión práctica y en la posibilidad, por esta vía, de realizarse a nivel del conjunto de la clase-, sino como sujeto revolucionario total concreto, como fuerza productiva del movimiento comunista real. Entonces las ideas comunistas dejarán de ser una mera fuerza espiritual que actúa en el plano intelectual y comenzarán a actuar como verdaderas fuerzas materiales dentro del tejido de la psique, transformándola y convirtiéndola en el poder constituyente de una nueva evolución humana, que tendrá su primera expresión en la transformación del mundo por la revolución proletaria.

 

  Este desarrollo superior requiere, como medio, la unidad viva de la praxis, la unidad interactuante y creativa del pensamiento y de la acción, para lograr, por este medio, la unidad consciente del espíritu todo con la realidad del mundo, la unidad del proceso de transformación social con el proceso de autotransformación humana; será la revolución radical y universal que marcará el comienzo de la verdadera historia humana. Esto es lo que denominamos la praxis revolucionaria viva e integral.

 

  Las condiciones subjetivas de esta revolución están dadas por la autoliberación integral del proletariado, que habrá de desarrollar las formas de autoactividad superiores que son necesarias para sobrepasar el estadio actual.

 

 

«No es de salvadores supremos:

Ni Dios, ni César, ni tribuno.

¡Productores, salvémonos nosotros mismos!

¡Decretemos la salvación común!

Para que el ladrón devuelva lo robado.

Para sacar el espíritu del calabozo,

¡Soplemos nosotros mismos nuestra forja,

Golpeemos el hierro cuando está caliente!»

 

(E. Pottier, La Internacional)

 

 

* * *

 

 

 «La inversión del comportamiento individual en su contrario, un mero comportamiento de objeto, la diferenciación de la individualidad y la contingencia por los individuos mismos, es, como ya hemos demostrado, un proceso histórico y asume, en las distintas fases de desarrollo, formas siempre distintas, más agudas y más universales. En la época actual, la dominación de las formas materiales sobre los individuos, la opresión de la individualidad por la contingencia adquirió su forma más aguda y más universal, imponiendo con esto una tarea determinada a los individuos existentes. Pone ante ellos la cuestión de sustituir la dominación de las relaciones y de la contingencia sobre los individuos por la dominación de los individuos sobre la contingencia y las relaciones. (...) Esta tarea, impuesta por las relaciones existentes, coincide con la tarea de organizar la sociedad de modo comunista.

 

  Ya hemos puesto de manifiesto antes que la supresión de la independencia de las relaciones frente a los individuos y de subyugación de la individualidad a la contingencia, de subsunción de las relaciones personales bajo las relaciones generales de clase, etc., está condicionada por la supresión de la división del trabajo. E hicimos ver, así mismo, que la supresión de la división del trabajo está condicionada, a su vez, por el desarrollo del intercambio y de las fuerzas productivas a una universalidad tal, que la propiedad privada y la división del trabajo se conviertan en una traba para ellos. Y hemos puesto de relieve, igualmente, que la propiedad privada sólo puede suprimirse bajo la condición de un desarrollo omnilateral de los individuos, una vez que el intercambio y las fuerzas productivas con que se encuentren sean omnilaterales y sean apropiadas sólo por individuos desarrollados ellos mismos omnilateralmente, es decir, para que la libre actividad de su vida pueda realizarse.

 

  Hemos puesto de manifiesto que los individuos actuales necesitan suprimir la propiedad privada porque las fuerzas de producción y las formas de intercambio se han desarrollado ya con tal amplitud que, bajo el imperio de la propiedad privada, se convierten en fuerzas destructivas, y porque el antagonismo entre las clases ha llegado a su máxima culminación. Al fin, hicimos ver que la base dada de la supresión de la propiedad privada y de la división del trabajo misma es la unificación de los individuos a través de las fuerzas productivas y el intercambio mundial

 

Marx/Engels, La Ideología Alemana, 1846.

 

 


 

* Ígneo nº 7, verano de 2006, «¿Un capitalismo mejor es posible? Anarquía del capital o anarquía revolucionaria». Para esta edición el autor ha realizado algunas correcciones sueltas. Los artículos del boletín, una vez se incluyen en él, son asumidos colectivamente en líneas generales, de ahí que nunca vayan firmados individualmente.

 

7 Resumiendo: la autonomización natural del ego no implica autoalienación. Entre el egoísmo natural y el egoísmo de la propiedad privada existe el mismo cambio cualitativo que entre la comunidad natural e la sociedad de clases. Ora bien, si la autoalienación es lo específico del egoísmo actual, a autonomía natural es el fundamento general, la base. Como, por ejemplo, con el poder político: el Estado es la forma específica del poder político en la sociedad de clases, pero la base del Estado es la existencia del poder político en general, que va emergiendo ya en la sociedad de transición a la propiedad privada. El comunismo exige la superación del poder político mismo, que en su existencia "preclasista" consiste también en que el poder de los individuos es puesto como un poder ya formalmente autónomo (basado en la autoridad moral, etc.); por eso los individuos de la comunidad primitiva no eran individuos autodeterminados, sino individuos unidos inconscientemente, de modo puramente natural, a la comunidad. En este estadio primitivo la psicología egoísta no podía superarse porque estaba aún infradesarrollada y oculta por el manto de las relaciones comunitarias.

 

8 Desde todas las formas de sublimación mediante conductas compulsivas, consumo abusivo de drogas, hasta, en casos extremos, conductas violentas antisociales (los casos de asesinatos cometidos por proletari@s en los EEUU, en venganza por despidos, y que no distinguen a jefes de compañeros, pueden verse como un ejemplo extremo de esto. Por otra parte, la violencia de género también actúa como un canal de esta violencia irracional, sin que bajo ningún concepto pueda entenderse como "violencia doméstica", esto es, radicada en el ámbito de las simples relaciones familiares).

 

9 Esto es cierto hasta el punto de que las prácticas espirituales y físicas procedentes del yoga, del taoísmo, etc., son despojadas de su sentido transformador profundo para con la constitución psicológica de los individuos -cuando aún lo conservaban originalmente--. En cambio, se mantiene o se refuerza su halo espiritualista y mistificador, convirtiéndolas en mecanismos de re-integración espiritual de los individuos en la vida alienada del capitalismo. Así, en nombre de la "paz interior" se promete una "liberación espiritual" sin transformar radicalmente toda la estructura psicológica, en especial el pensamiento.

 

  Por otra parte, la ideología de los valores o derechos humanos se extiende también bajo esta doble apariencia, religiosa y arreligiosa, cuando en realidad constituye la mistificación religiosa por excelencia, la justificación por derecho divino o derecho natural del individuo como propietario privado.

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