La lucha final es ahora
2ª parte: La praxis de la autotransformación*
«La coincidencia del cambio
de las circunstancias y de la actividad humana o autotransformación, sólo
puede concebirse y entenderse racionalmente como praxis revolucionaria.»
Marx, III Tesis sobre Feuerbach,
1845.
«En la actividad revolucionaria,
el cambiarse coincide con el hacer cambiar las circunstancias.»
Marx/Engels, La Ideología
Alemana, 1846.
* * *
«Del pasado hagamos tabla rasa,
¡Masa esclava, en pie! ¡En
pie!
El mundo va a cambiar de
base:
¡No somos nada, seamos todo!»
(E. Pottier, La Internacional)
III - Recapitulación
1. La perspectiva histórica sobre el problema.
Hemos tratado anteriormente
la cuestión del egoísmo de modo muy sintético, con objeto de proporcionar una
visión de conjunto de la necesaria unidad entre el aspecto espiritual y el
aspecto material de la transformación comunista de la vida humana. Pasaremos
ahora a precisar más el análisis del egoísmo, correlacionando estructura
psicológica y trabajo alienado.
En primer lugar, es
necesario formular dos hipótesis de trabajo. La comprensión del proceso
histórico de transición entre la sociedad comunista primitiva, sin clases, y la
formación de la sociedad de clases propiamente dicha, dista todavía de ser
conocida con exactitud. Esto sale a la luz especialmente cuando se trata el
problema de los orígenes del patriarcado y de su posición en este proceso histórico.
Existen dos posibilidades claras. La primera, que con el crecimiento de la
producción agrícola se crease un excedente que, sin ser suficiente para elevar
significativamente el nivel de vida de la comunidad, sí lo fuese para elevar el
de una minoría, dando lugar a un proceso en el que esa minoría va dando pasos
para hacer de las tierras más productivas una propiedad privada propia. Con
esto, aún sin existir explotación de clase todavía, el trabajo social pasa a
ser trabajo privado, a alienarse de la comunidad en que necesariamente existe y
que pasa a estar constituida cada vez más no por relaciones sociales directas y
espontáneas entre los individuos, sino por relaciones de intercambio económico
en las que, de hecho, domina el criterio del valor de cambio. Otra posibilidad
es que esta formación de la primera forma de la propiedad privada tuviese como
base previa o simultánea formas de explotación del trabajo, en particular -y de
modo históricamente verosímil- la explotación de prisioneros de guerra hechos
esclavos y/o de mujeres (por ejemplo, robadas a otras tribus o clanes con el
objetivo de multiplicar el número del colectivo propio, pues se trata de unas
condiciones históricas en las que el crecimiento de la productividad del
trabajo humano se reduce casi en exclusiva todavía al crecimiento de la
reproducción biológica de la fuerza de trabajo). En esta hipótesis, la
formación de las relaciones de explotación puede ser previa o simultánea a la
formación de la propiedad privada, combinándose entonces la autoalienación del
individuo de sus propios productos con la autoalienación del individuo de la
comunidad con los otros.
Profundizando un poco más,
podemos ver incluso la protoforma de las primeras relaciones de explotación y
propiedad privada en la cría y domesticación de animales, que pudo ser que
precediese incluso a los fenómenos anteriores. De este modo comienza la
separación del ser humano respecto de la naturaleza, pero de tal modo que la
vida natural de los animales, y por consiguiente, la vida humana que se basa en
su explotación, resulta extrañada de las "leyes naturales" y cobra
existencia autónoma, con lo cual se abre el proceso en el que los seres humanos
empiezan a verse a sí mismos como esencialmente diferentes de la naturaleza
exterior y a considerar también de este modo su propia naturaleza. Surde así la
autoalienación respecto de la naturaleza externa e interna y, con ella, la
posibilidad de considerar también a un ser humano como medio exterior para
sustentar la propia vida, lo mismo que ocurre en el caso de los animales y de
la naturaleza exterior en general. Y, además, aparece así una forma de
conciencia verdaderamente social, que se desarrolla en el sentido de
independizarse de la naturaleza tanto exterior como interior, que pretende dominar
a través de la creciente inteligencia técnica (que, mientras la humanidad está
sujeta a la escasez y a la lucha por la existencia material, se presenta como
el hecho determinante del progreso de la sociedad humana en lugar de la
libertad humana y del consiguiente desarrollo de los individuos como individuos
totales, lo cual va mucho más allá de la inteligencia técnica y comprende un
amplio espectro de necesidades y capacidades espirituales que habrán de
plasmarse en la vida social).
Con todo, todas estas
hipótesis son simplemente tendencias históricas factibles que, en la evolución
real de la sociedad humana, seguramente se desarrollaron a veces en un orden, a
veces en otro, a veces combinándose, a veces sucediéndose, etc., etc.
En resumen: al separarse de
la naturaleza, el ser humano se separa también de sí mismo en cuanto ser
natural, comienza a formarse su estructura subjetiva propiamente social, la
personalidad individual. Al apropiarse de medios de producción (tierra,
herramientas) y fuerza de trabajo ajena para satisfacer sus necesidades
privadas, se separa de la comunidad en la que vivía con los demás individuos y,
con ello, también de sí mismo en cuanto ser comunitario, llegando, con la
explotación del trabajo ajeno, a crear una completa escisión entre el
productor y su producto. Bajo todas estas formas se va desarrollando el trabajo
alienado, primero como trabajo alienado respecto de la naturaleza, luego como
trabajo alienado respecto de la comunidad, por último como trabajo alienado de
su propio producto inmediato. Se trata pues, independientemente de orden
histórico en que se producen, de distintos niveles de autoalienación humana, de
distintas fases del proceso en el que los seres humanos se separan de su propia
esencia total como seres a la vez naturales y sociales que se producen a sí
mismos produciendo colectivamente (tanto si es de modo consciente o no) su
propia vida material. La especie humana se desenvuelve así históricamente de
modo alienado respecto de su propia esencia.
La unidad esencial de los
seres humanos con la naturaleza, entre sí mism@s y consigo mism@s, es rasgada
progresivamente con este desarrollo, hasta dar lugar al tipo humano actual: un
ser maquinal y que ve la naturaleza como una máquina, que vive aislado y cuya
sociedad no es más que una masa de individuos sueltos sin más ligación real que
sus intereses particulares, que no se conoce a sí mism@ y cuya personalidad es
meramente un producto inconsciente de las relaciones sociales y de las
condiciones históricas. La unidad esencial está completamente rota, y en su
lugar la contradicción de la humanidad consigo misma se desarrolla hasta llegar
a la degradación humana más profunda, la sociedad industrial de la propiedad
privada y del individuo privado.
2. La estructura psicológica del egoísmo.
Dijimos en la exposición de
la primera parte que el egoísmo es una relación entre la estructura frontal de
la personalidad y la psique como conjunto total, en la que la autoactividad
psíquica es subordinada a la "autoafirmación" y construcción de esa
estructura limitada. El resultado es una forma de subjetividad extrañada de su
propio ser interior tanto como del ser social, y que actúa como un poder
dominante sobre la propia vida psicológica.
El egoísmo comienza siendo
el producto psicológico de la lucha por la existencia. Esta lucha significa que
existe una separación inmediata entre la naturaleza como objeto, y el sujeto.
Esto exige una mediación entre las necesidades subjetivas y su realización
objetiva (la técnica), pero también exige esa misma mediación en la conciencia
(una "conciencia técnica" que gire en torno a cómo adecuar la
realidad exterior a las propias necesidades). Esa conciencia mediadora tiene,
por tanto, que ser activa, determinativa; tiene que administrar la información
y tomar decisiones; tiene que ser, pues, un órgano relativamente autónomo: el
ego.
A medida que la lucha por
la existencia se hace algo consciente y elaborado, este ego se desarrolla y
adquiere mayor autonomía. La conciencia técnica ocupa cada vez más el lugar de
la conciencia natural prerracional, que se relacionaba con el entorno como con
algo dado y del que forma parte, al que tiene que amoldar sus necesidades y no
a la inversa. Por contra, la conciencia técnica, que nuclea la personalidad
individual en esta forma egóica, se orienta a amoldar el entorno a las
necesidades humanas, y de este modo tiene como punto de partida, medio y
finalidad inherentes la reproducción ampliada de la separación del individuo
respecto de su entorno. Esta es su lógica interna.
En la fase inicial del su
desarrollo, el ego todavía no se encuentra separado de las necesidades internas
ni de la naturaleza exterior, sigue imbuido en la primitiva conciencia natural
de totalidad. Aquí el egoísmo se amolda a las necesidades del individuo y a las
condiciones de la naturaleza, dado que todavía no posee las fuerzas productivas
necesarias para convertirse en un ente autónomo, capaz de determinar tanto las
necesidades del individuo como las condiciones del entorno. En este estadio,
pues, el ego constituye todavía meramente el órgano de la interrelación
consciente entre las necesidades humanas y la naturaleza. Con todo, como las
características del ego están determinadas por el desarrollo de las fuerzas
productivas sociales, incluso en la comunidad comunista primitiva el ego está
sujeto ya a las pautas generales de la lucha por la existencia: la
jerarquización de las necesidades y de su realización. El individuo interioriza
en su conciencia el hecho de que, a nivel colectivo, en la vida práctica en
común, existe ya necesariamente una jerarquización entre los individuos según
sus capacidades y actitudes -todavía una jerarquización puramente natural- y,
según la escala de prioridades en las necesidades, una cierta jerarquización
espontánea y variable de las tareas para la vida en común.
Estas características de la
personalidad egóica se mantendrán posteriormente, sobredeterminadas por la
creciente autoalienación provocada por el desarrollo histórico de la propiedad
privada. Pero existe una diferencia fundamental: el egoísmo de la propiedad
privada es el producto de la autoalienación social, el egoísmo primitivo el
producto de la necesidad natural, de la existencia limitada. Esto
significa, a nivel psicológico, que existe un egoísmo natural, funcional, que
actúa como instrumento racional para mediar entre las necesidades humanas y su
realización social, coordinando las energías y capacidades prácticas del
individuo, organizando la experiencia, dirigiendo el proceso de conocimiento.
El egoísmo de la propiedad privada, y más en general el egoísmo como estructura
psicológica dotada de un contenido histórico determinado, es algo
cualitativamente distinto: es la transformación del egoísmo funcional en una
estructura independizada del control consciente, que domina y quiere dominar la
autoactividad psicológica y, por consiguiente, también la autoactividad física,
personal y social. Esto implica también que este egoísmo supone la ausencia de
una diferenciación consciente entre el ego y el ser psíquico total, e
igualmente entre los intereses individuales y las necesidades comunes, entre la
lógica propia y la lógica de la naturaleza. Esta ausencia de "conciencia
interior" o "conciencia espiritual" es, pues, un resultado
histórico y no un simple punto de partida. Si bien el egoísmo tiene su
condición formativa en la economía de la escasez y en la lucha por la
existencia individual, una vez formado desarrolla una naturaleza propia y se
vuelve autónomo. Por esa razón solamente podrá ser transformado mediante la
toma de conciencia de que constituye una contradicción con los fines de la
existencia humana y la aplicación de una voluntad consciente.
Por consiguiente, tenemos,
en primer lugar, que suprimir la autonomización que el ego experimenta con el
desarrollo de la sociedad de clases. Esta autonomización expresa, precisamente,
que la inteligencia técnica, mediadora, se ha convertido, gracias al desarrollo
de las fuerzas productivas, en el hecho determinante del desarrollo humano, y
porque este desarrollo se concibe todavía reducido a un progreso
preeminentemente exterior, material, objetivo, en lugar de como un desarrollo
total, simultáneamente material y espiritual. La propia vida espiritual es
reducida, principalmente, al desarrollo de un conocimiento técnico, se mantiene
predominantemente limitada a la actividad cultural, esto es, al enriquecimiento
intelectual mediante diversos medios, en lugar de considerar esa cultura como
un mero soporte para la continua ampliación de la vida real total en todos los
aspectos. El crecimiento del conocimiento intelectual, no el crecimiento de la
autoactividad, de la experiencia, de la vida real, es lo que se considera como
lo determinante del progreso humano. Así, la cultura capitalista expresa hasta
el extremo -potenciada por la división del trabajo intelectual/manual- esta
separación entre pensamiento y experiencia y la subordinación de la segunda al
primero; de esto deriva el carácter esencialmente idealista de la cultura
dominante. El verdadero "materialismo" consiste, en cambio, en
considerar la experiencia y su crecimiento en todas las direcciones y
posibilidades como el fundamento determinante del conocimiento y, por consiguiente,
de la experiencia humana. Implica, pues, una actitud mental completamente
nueva, orientada a una relativización radical de la inteligencia egóica para
poder abrir la conciencia realmente a la experiencia -o, mejor, como decía
Marx, permitir que la experiencia se abra paso en la conciencia-. El ego como
órgano autónomo de la personalidad o conciencia total -y por extensión, de la
psique total- existe debido a la separación natural entre las necesidades
subjetivas y la naturaleza. Su superación, entonces, solo podía en el pasado
entender-se de forma "mística".
Pero volvamos a la
caracterización de la personalidad egóica.
3. La subjetividad jerárquica.
El sentido de jerarquía es
una herencia de la animalidad, no algo específicamente humano. Lo que en los
instintos se expresa de modo prerracional, en la subjetividad jerárquica se
expresa de modo pseudorracional y llega a conformar una forma de pensar
unilateral, adialéctica, mecanicista y dominada por los impulsos subconscientes
de tipo físico, vital y emocional. El ego, por otra parte, es un canal limitado
y solamente puede actuar de modo jerarquizante. Por un lado, los instintos
animales de apropiación del territorio, posesión sexual y, en definitiva, de
asegurar-se las condiciones elementales de la supervivencia corporal del
individuo y de la especie, adquieren su expresión ampliada y pseudorracional en
la sociedad de clases. Por otro lado, el intelecto egóico, en tanto
superestructura, al estar autonomizado respecto de los impulsos subconscientes
de la estructura psíquica total, se encuentra frente a un caos ciego que tiene
que ordenar y que, como instrumento diseñado para determinar prioridades y
dirigir acciones precisas, tiende a someter a una jerarquización rígida.
Desde el punto de vista
psicológico, nuestro ser total puede entenderse como un conjunto de capacidades
y necesidades. Es un ente dinámico y evolutivo, esto es, expansivo, de modo que
la satisfacción de una necesidad deja paso a la manifestación de otra
necesidad, correspondiente a un plano del ser distinto, e igualmente el
desarrollo de una capacidad deja el camino libre al desarrollo de otras
potencialidades. Como la esencia humana es múltiple, comprende diferentes
niveles o planos psico-somáticos, la subjetividad jerárquica resulta ser una
estructura tanto más opresiva cuanto mayor es el grado de libertad potencial
que permite la vida material.
Dado que los impulsos
relativos a la supervivencia, al placer físico, a la seguridad y el poder sobre
la vida, son los que prevalecen en la psique animal, podemos decir que el ser
humano, tal y como ha sido hasta ahora, tal y como lo conocemos, es un ser
de transición, ya que no logró elevarse sustancialmente aún sobre esta base
psicológica animal y subconsciente. Sus logros en el desarrollo del plano
emocional, comunicativo, intuitivo, autoexpansivo -por mencionar los distintos
planos superiores que relata la psicología yóguica y sus funciones- de su vida
psicológica, son todavía incipientes. Intentar subordinar a la razón los
impulsos animales, controlarlos, es un empeño infructuoso en la mayor parte de
los casos, y en el mejor sólo logra resultados temporales.
El egoísmo, como estructura
directiva o como forma de la personalidad aparente, se sitúa sobre esa base
psicológica histórica, en la que la conciencia humana no está todavía lo
suficientemente desarrollada para permitir una labor de autoorganización
interior y, en general, un autodesarrollo psicológico consciente. Porque
dominan los impulsos subconscientes dirigidos a la autopreservación de la vida,
ampliados hasta perder su significación original por el desarrollo social, por
esto la jerarquización de las necesidades tiene un carácter vulgarmente
materialista, precisamente porque la vida de los seres humanos tiene ese mismo
carácter vulgarmente material; mientras, los impulsos "espirituales"
-la dicotomía espiritual/material tambiénn tiene su origen en la pobreza de la
vida material- solamente pueden satisfacerse de modo falso, antinatural,
alienado.
En lugar del libre desarrollo
de los individuos a la vez interior y exterior, tenemos la subordinación de la
vida interior a la vida exterior y, en consecuencia, la sublimación alienada de
los impulsos interiores bajo formas exteriores (exteriorizadas o solamente
ilusoriamente exteriores, como en la religión). Los impulsos psíquicos, tanto
los más bajos como los más altos, son identificados con formas materiales de
realización, sin que exista en absoluto discernimiento entre la forma exterior
y el contenido psíquico, y, por consiguiente, posibilidad de autodeterminación.
Sobre esta base todas las necesidades psíquicas son identificadas con
objetos y mercantilizadas bajo el capitalismo, convirtiendo a los seres humanos
en esclavos agradecidos de poder disfrutar de sus productos autonomizados en
lugar de reconocer en esos productos su propia deshumanización y rechazar toda
la sociedad capitalista como una degradación del espíritu humano y en la cual
la felicidad humana no puede prosperar.
4. Las condiciones para la superación del egoísmo.
Únicamente con la
reconexión de la mente consciente con los niveles subconscientes pueden ser
transformadas las estructuras psicológicas instintivas y podemos llegar,
desplegando la capacidad meditativa, a una autoorganización psíquica consciente
de los diversos impulsos. Esto significa, también, que el pensamiento debe
llegar a adquirir un carácter espontáneamente holístico y dialéctico, a
reestablecer la unidad con la autoactividad psíquica total y así a convertirse
en instrumento para una autorrealización integral humana, superando el modo de
vida jerarquizado en torno a la satisfacción de las necesidades materiales.
La importancia de la
dimensión psicológica o espiritual de la autoliberación humana radica no sólo
en que el egoísmo constituya un obstáculo para el desarrollo de la autonomía,
sino en que el capitalismo, lejos de superar la lucha por la existencia, la
exacerba como nunca antes, ya que para el proletariado todas sus condiciones
fundamentales de existencia son propiedad ajena y están sujetas al movimiento
ciego de la economía capitalista. Su existencia misma como clase desposeída es
una existencia en la precariedad más completa, y esto se hace cada vez más
cierto en la medida en que el capitalismo es más incapaz de mantenerse sin
degradar continuamente la situación del proletariado.
Dado todo esto, la
autoalienación subjetiva adquiere en el capitalismo un desarrollo extremo en
comparación con las sociedades anteriores, tanto por su profundidad (llegando a
subsumir por completo la personalidad egoísta y a convertirla en su agente
activo) como por la multiplicación de sus formas (un aspecto que no hemos
tratado aquí, pero que podemos resumir enumerando las categorías específicas de
la alienación en la producción mercantil y capitalista: fetichismo,
cosificación, despersonalización, subsunción del trabajo en el capital, etc.).
Con el desarrollo de las
fuerzas productivas de la humanidad alcanzado hoy, la separación entre las necesidades
subjetivas y la naturaleza, entre sujeto y objeto, puede ser superada por la
organización consciente de las fuerzas productivas sociales, de modo que
necesidades subjetivas, fuerzas productivas sociales y naturaleza constituyan
una unidad orgánica y armónica. Esto, por supuesto, ya es realmente así, pero
como una unidad contradictoria y afectada de mecanicismos, de jerarquizaciones
(por la mentalidad jerárquica). Una vez que el objeto de las necesidades y las
necesidades mismas están unidos orgánicamente, deja de ser necesario un órgano
autónomo en sí mismo para determinar este proceso, el proceso de la praxis
humana. Las funciones del ego dejan de ser jerarquizar las necesidades y las
energías humanas en función de las condiciones de existencia limitadas, para lo
cual ese órgano debe poseer autoridad propia -el individuo tiene que
desdoblarse interiormente-. El ego pasa a ser simplemente el órgano mental para
la coordinación entre los impulsos y la acción finalística para su realización;
su función determinativa no consiste ya en jerarquizar, sino en dirigir
conscientemente -y de acuerdo con la conciencia- esa coordinación. La autonomía
del ego respecto de la psique total queda así suprimida, y el ego pasa a ser
simplemente el órgano de expresión del ser psico-somático total, desenvolviendo
unas nuevas características de plasticidad mental, capacidad contemplativa y
meditativa, de introspección, de intuición y utilización del potencial creativo
del cerebro. Podremos llegar así al estado espiritual que se vislumbra en los Manuscritos
de Marx, cuando con la liberación de todos los sentidos y cualidades
humanos y la supresión de las relaciones sociales alienantes se haga posible la
"apropiación sensible" del mundo como realidad no sólo
material, también espiritual.
En la sociedad
capitalista el egoísmo acumula, pues, dos niveles de desarrollo histórico: la
autonomización del ego, y su carácter de órgano central para la lucha por la existencia.
La transformación comunista de la vida humana habrá de suprimir ambos aspectos,
porque la supresión de la lucha por la existencia exterior solamente puede
acometerse mediante la liberación más amplia y plena de la autoactividad
humana, de las capacidades humanas, sobrepasando así el estado de limitación
propio de la lucha por la existencia que se ha interiorizado históricamente. No
sólo la autonomización del ego respecto de la conciencia activa, sino también
la autonomización "natural" respecto del ser total, deben ser
superadas (y esa autonomización natural7 radica, a
nivel mental, en la ignorancia del carácter total, de la unidad esencial como
un todo, del ser propio).
Con el desarrollo de la
verdadera autonomía de los individuos aflorará y será superada la existencia
autonomizada del ego; con la superación de la lucha por la existencia
individual el ego dejará de ser el órgano central tanto de la vida práctica
como de la conciencia, recobrándose el sentido de totalidad, la conciencia
total espontánea de la unidad del propio ser, de la comunidad humana y de la
naturaleza. Este será, por supuesto, un largo proceso histórico para la
especie, pero es algo en lo que hay que esforzarse desde ya y que será determinante,
en su correspondiente medida, para la victoria de la revolución proletaria y
para el posterior desarrollo de la sociedad comunista hasta el estado
anárquico.
Por otra parte, la
identidad del proletariado como clase revolucionaria es la forma embrionaria
que adopta la identidad humana genérica restablecida, en oposición a la
sociedad dividida en clases, en la que esta identidad solamente puede existir
de modo abstracto, alienado de la vida real. En la comunidad revolucionaria
de l@s proletari@s, a la vez como clase y como seres humanos plenos, puede
entonces existir realmente el amor como principio social y convertir-se en una
potencia para la realización del comunismo.
«...La superación
positiva de la propiedad privada, es decir, la apropiación sensible por y para
el hombre de la esencia y de la vida humanas, de las obras humanas, no ha de
ser concebida sólo en el sentido del goce inmediato, exclusivo, en el sentido
de la posesión, del tener.
El hombre se apropia su
esencia universal de forma universal, es decir, como hombre
total. Cada una de sus relaciones humanas con el mundo (ver, oír, oler,
gustar, sentir, pensar, observar, percibir, desear, actuar, amar), en resumen,
todos los órganos de su individualidad, como los órganos que son inmediatamente
comunitarios en su forma, son, en su comportamiento objetivo, en su
comportamiento hacia el objeto, la apropiación de este.»
* * *
«La propiedad privada nos ha
hecho tan estúpidos y unilaterales que un objeto sólo es nuestro cuando lo tenemos,
cuando existe para nosotros como capital o cuando es inmediatamente poseído,
comido, bebido, vestido, habitado, en resumen, utilizado por nosotros. Aunque
la propiedad privada concibe, a su vez, todas esas realizaciones inmediatas de
la posesión sólo como medios de vida y la vida a la que sirven como
medios es la vida de la propiedad, el trabajo y la capitalización.
En lugar de todos
los sentidos físicos y espirituales ha aparecido así la simple enajenación de todos
estos sentidos, el sentido del tener. El ser humano tenía que ser
reducido a esta absoluta pobreza para que pudiera alumbrar su riqueza interior
(...).
La superación de la
propiedad privada es, por eso, la emancipación plena de todos los
sentidos y cualidades humanos; pero es esta emancipación precisamente
porque todos estos sentidos y cualidades se han hecho humanos, tanto en
sentido objetivo como subjetivo. El ojo se ha hecho un ojo
humano, así como su objeto se ha hecho un objeto social, humano, creado por el
hombre para el hombre. Los sentidos se han hecho así inmediatamente teóricos en
su práctica. Se relacionan con la cosa por amor de la cosa, pero la cosa misma
es una relación humana objetiva para sí y para el hombre, y viceversa. Necesidad
y goce han perdido con ello su naturaleza egoísta, y la naturaleza ha perdido
su pura utilidad, al convertirse la utilidad en utilidad humana.
Igualmente, los sentidos
y el goce de los otros hombres se han convertido en mi propia apropiación.
Además de estos órganos inmediatos, se constituyen así órganos sociales,
en la forma de la sociedad; así, por ejemplo, la actividad inmediatamente en
sociedad con otros, etc., se convierte en un órgano de mi manifestación vital y
en modo de apropiación de la vida humana.»
K. Marx, Manuscritos económicos
y filosóficos de París, 1844.
IV - Hacia un nuevo comienzo
1. La guerra espiritual contra el proletariado:
conciencia y organización.
Sin espíritu libre, la
lucha material del proletariado será incapaz de superar el poder espiritual y material
del capitalismo. L@s proletari@s seremos conducid@s una y otra vez a la derrota
y al hundimiento creciente en la barbarie total, situando a nuestra clase ante
la disyuntiva histórica: revolución social o autodestrucción de la humanidad
(o "hundimiento común de las clases en lucha" como se dice en
el Manifiesto). El estado de derrota permanente que hasta ahora
constituyó la tendencia del movimiento de lucha del proletariado, es la
verificación práctica de esta dificultad: reducción de la lucha independiente
del proletariado a luchas inmediatas y parciales, ausencia de organización
independiente o desorganización completa, atomización y aislamiento de las
luchas, atomización y descomposición de la conciencia de clase.
La organización es el modo
en que el proletariado, de fuerza productiva para el capital, pasa a
constituirse en fuerza productiva para-sí, en productor del su propio
movimiento consciente. Sin la organización del proletariado el desarrollo de la
conciencia de clase no puede superar el estadio de la inmediatez y de la
atomización en los individuos y núcleos avanzados, no puede adquirir el
carácter de una fuerza efectiva a través de la propaganda, de la discusión
frecuente y del estudio. Tampoco puede madurar a un ritmo suficiente pues,
salvo esporádicamente, ningún movimiento proletario puede salir victorioso
en general sin dotarse de una organización autónoma y permanente, y con cada
derrota se produce un período de inactividad que retarda la maduración de la
conciencia de clase. Pueden también abrirse -y se abrirán- nuevas situaciones
revolucionarias, pero su duración es insuficiente para suplir la maduración
previa y el esfuerzo prolongado de l@s proletari@s mism@s para la su
autoliberación integral.
Por tanto, existe una
unidad dialéctica entre la conciencia de clase y la organización autónoma. Esta
organización es la forma social que adopta la autoactividad del proletariado,
en determinado nivel del su desarrollo como fuerza productiva para-sí. El
carácter de las relaciones sociales que conforman esta estructura organizativa,
que liga a los individuos entre sí, está determinado por el nivel de desarrollo
de las capacidades del proletariado, que esas relaciones sociales impulsan y
traban simultáneamente. De ahí la necesidad esencial, para realizar el
comunismo, de nuevas formas de organización, superiores a las formas adoptadas
dentro del capitalismo -que responden a la posición social del proletariado
como clase dominada-. Pero de ahí también que, para desarrollar nuevas formas de
organización, no baste con la simple ruptura con las viejas, sino que sea
preciso, además, liberar en el proletariado las capacidades y la energía
necesarias para concebir y dar vida a las nuevas formas de organización.
Cuando el objetivo del
movimiento obrero no era aún derrocar el capitalismo, sino más bien formas y
aspectos particulares del capital, el problema del desarrollo autónomo de la
subjetividad proletaria no podía ser asumido realmente. Así, al tiempo que, en
ciertas circunstancias, estas luchas por cambiar la forma del capitalismo se
presentaron en la forma ilusoria de luchas por el comunismo, su contenido
objetivo y subjetivo era aún semicapitalista -esto es, reformista, aunque las
luchas pudiesen adoptar en ciertos momentos formas revolucionarias-. Una vez
que el comunismo se presenta como históricamente necesario, el proletariado
tiene que liberarse de la ilusión de que su simple organización como fuerza
objetiva -con el resorte subjetivo de una serie de contravalores (una
subcultura obrera insertada en el sistema), sin cuestionar las relaciones
sociales existentes y la alienación que estas conllevan- es suficiente para
transformar la sociedad capitalista.
Esta insuficiencia de la
perspectiva del viejo movimiento obrero sobre las necesidades del
autodesarrollo subjetivo del proletariado se hace patente con el crecimiento
extremo del poder alienante del capitalismo. La vida cotidiana nos ilustra
continuamente con el enorme poder de los mecanismos de mercantilización total
de la actividad humana. Por tanto, para atravesar el muro de la falsa
conciencia integrada psicológicamente por los individuos, el antagonismo de
clases tiene que adquirir inicialmente dimensiones más y más explosivas y que
comenzar adoptado formas más y más extrañadas e irracionales en un princípio8,
hasta poder alcanzar una expresión apropiada como lucha de clase. Pero, si las
dificultades no dejan de crecer, en contrapeso el antagonismo no deja de
incrementarse, forzando o un cambio revolucionario, o un cambio
autodestructivo.
L@s que no logren
comprender que todas estas dificultades puestas al desarrollo de la conciencia
de clase y de la militancia proletaria son, en realidad, elementos
constitutivos de la dominación capitalista en su forma y nivel actuales, y que
es preciso tratarlos como parte de la guerra de clases que el capital realiza
contra el proletariado, tienen por fuerza que fracasar en la tentativa de
convertir la teoría revolucionaria en una fuerza real que prenda en las masas.
2. La re-religiosización de la sociedad
capitalista.
«[La religión] se ha
convertido en el espíritu de la sociedad civil, de la esfera del egoísmo, de la
guerra de todos contra todos. (...) Se ha convertido en la expresión de
la separación del hombre respecto a su comunidad, a sí mismo y a los otros
hombres -aquello que él era originalmente-. Ella es ya, solamente, la confesión
abstracta de la insania particular, de la extravagancia privada, del arbitrio.»
«La democracia política es
cristiana, en la medida en que, en ella, el hombre (no sólo un hombre, sino
cada hombre) pasa por ser soberano, por ser supremo, pero es el hombre en su
manifestación insocial y burda, el hombre en su existencia contingente, el
hombre tal como anda y está, el hombre tal como (por toda la organización de
nuestra sociedad) está corrompido, perdido a si mismo, alienado, tal como se
encuentra dado bajo la dominación de las relaciones y elementos inhumanos -en
una palabra, el hombre que aún no es ningún ser genérico efectivo-.»
«El hombre no fue, por
tanto, liberado de la religión; obtuvo la libertad religiosa. No fue liberado
de la propiedad; obtuvo la libertad de propiedad. No fue liberado del egoísmo
de la profesión, obtuvo la libertad profesional.»
Marx, Acerca de la cuestión
judaica, 1843.
El reauge de la religión y
de los espiritualismos varios, vistos no solamente como una esperanza en el Más
Allá, sino cada vez más como una "liberación interior" y una
afirmación de los "valores" humanos9,
es una expresión de la autoalienación de los individuos para consigo mismos, y
solamente así puede explicarse su arraigo y extensión crecientes paralelamente
al declive material de la sociedad capitalista y a la consiguiente
intensificación del clima de inseguridad y desesperación vitales.
Toda forma de
espiritualidad práctica que no cuestione esa autoalienación de los individuos
resulta efectivamente amoldada a la vida alienada e integrada en el sistema
imperante, tendiendo a adquirir el carácter de una nueva ideología religiosa.
Con este proceso de
re-religiosización del mundo capitalista, que es el reflejo subjetivo del
crecimiento de la dominación material del capital sobre la vida social, pasamos
del viejo "opio del pueblo" al nuevo "éxtasis" de masas.
Pero, en sus contenidos, este "éxtasis" es solamente una reiteración
de la misma esencia religiosa bajo una forma más activa, que integra la
creencia teórica con la disciplina práctica. El cielo de la religión es
presentado otra vez como la verdad, como la realidad auténtica, de la vida
terrena. La vida real no debe ser transformada, sino meramente trascendida
psicológicamente. La experiencia de la verdad del mundo es situada fuera del
mundo sensible, o aún peor, como una realidad inefable, lo que implica una
autoalienación previa aún inconsciente-.
Todos estos espiritualismos
adoptan, no por casualidad, las formas organizativas y los patrones económicos
del capitalismo, amoldan sus enseñanzas a la "vida moderna", predican
la extensión de la espiritualidad interior a través de la integración en el
sistema existente, etc., cuando no son auténticas sectas en el peor sentido.
Por otra parte está la ideología
del comunismo del capital, que predica el ciudadanismo, los derechos
"humanos" del individuo privado, que "todos somos
responsables", que "depende de todos" el progreso, etc. (en
resumen, un comunismo espiritual bajo el dominio de la relación del
capital). A esta ideología religiosa general corresponde, en el plano
espiritual profano, la comunidad de los individuos dentro de la
autoalienación, la comunidad de los individuos como capitalistas virtuales,
como propietarios privados de sí mismos y como explotadores de los otros, cuya
asociación como comunidad social no pasa de ser la más salvaje lucha encubierta
de tod@s contra tod@s y, para propósitos oportunistas, una fuerza unitaria
contra otros grupos sociales, étnicos, nacionales, etc.
Todas las fuerzas
alienantes de la sociedad burguesa, tanto materiales como espirituales, tanto
directa como indirectamente ligadas al capital, confluyen sin embargo, en el
plano práctico, en la negación de la lucha de clases y de la revolución
proletaria. El proletariado es negado como clase capaz de autoemanciparse, como
clase que realmente es capaz de actuar independientemente de las otras clases
de la sociedad burguesa, mismo como clase realmente existente (las teorías de
la "desaparición" del proletariado, del "fin del trabajo",
etc.). Bajo el peso de esta negación están todas las minorías revolucionarias
que son incapaces de comprender este proceso en su dimensión espiritual y
oponerle una praxis integral adecuada. Pero la raíz de estas
deficiencias tenemos que verla no sólo en el poder espiritual del capitalismo
sobre las mentes y tendencias intelectuales en general, sino en la
incomprensión de la unidad entre liberación material y liberación espiritual.
3. La esencia de la organización del proletariado es
espiritual.
Para el comunismo de
consejos, el desarrollo espiritual del proletariado no es una simple emanación
de su organización material; más bien, es el resultado de una
autotransformación subjetiva operada a partir de la experiencia de la lucha de
clases; autotransformación que es un elemento integrante y determinante del
carácter de la organización, que no es otra cosa que una conjunción de las
fuerzas objetivas y de las capacidades subjetivas de l@s proletari@s en una red
de relaciones sociales propias y separadas de las relaciones sociales con la
burguesía. El proceso de autoliberación espiritual es el que determina, y se
expresa en, la creación de formas de organización y acción propias y
conscientes, por mucho que la construcción efectiva de estas organizaciones
dependa de la fuerza de la necesidad y de la lucha de clases -pues, desde el
punto de vista inmediato, las organizaciones de clase son el modo en que la
clase explotada reúne y despliega la energía necesaria para saltar al escenario
histórico, a la acción autónoma-.
«La organización del proletariado, que nosotros calificamos
como su instrumento de poder más importante, no debe ser confundida con la
forma de las organizaciones y asociaciones actuales, que son la expresión de
aquella dentro de los marcos aún firmes del orden burgués. La esencia
de esa organización es algo espiritual, la transformación del carácter
de los proletarios.»
Anton
Pannekoek, Acciones de masas y revolución, 1912.
La esencia de la
organización proletaria es la autoactividad consciente de l@s proletari@s
mismos, la expresión de su inteligencia, pero también de un espíritu colectivo
y de una comunidad que se corresponden y que contienen la negación del
capitalismo, la afirmación de la comunidad esencial de los seres humanos contra
el mundo alienado del capitalismo. Esta transformación espiritual es lo que
posibilita la transformación de la necesidad social en autoactividad subjetiva,
lo que posibilita la elevación de esta autoactividad material y espiritual más
allá de los límites de la vida alienada.
La lucha final no
será fundamentalmente una lucha material que libere el espíritu del
proletariado, una acción determinada por la condición social del proletariado
que le obligue la autoliberarse. Será esencialmente una lucha espiritual del
proletariado que aspira a su completa autoliberación, una acción determinada
por la conciencia real -espontánea o racional- de que su autorrealización
humana solamente podrá tener lugar suprimiendo aquella condición social
material, esto es, las determinaciones materiales de su existencia social como
clase. La primera clase de lucha sería sólo la de un movimiento ciego buscando
desesperadamente una salida; la segunda clase de lucha es la de un movimiento
consciente que busca su plenitud humana, a través de supresión revolucionaria
de su condición social.
Precisamente en la negación
de la posibilidad de una verdadera autorrealización, de una vida no sujeta al
mundo alienado y mercantilizado, está el núcleo de la guerra espiritual que
desenvuelve el capitalismo contra el proletariado, y que es una expresión
natural del auténtico carácter del capital: una fuerza social cuyo carácter
esencial es ser la transformación del producto del trabajo en un poder extraño
que le oprime y se le opone, un automovimiento cuya naturaleza es la
desrealización del trabajador. Aquí radica la barbarie capitalista: en que
mientras que el proletariado, a medida en que su existencia social se vuelve
incompatible con el régimen capitalista, se ve forzado a luchar contra éste, y
a descubrir en su lucha el único modo de progresar hacia su autorrealización
humana, a liberar sus propias potencialidades totales, por su parte el
capitalismo produce y hace crecer continuamente la desrealización humana y,
especialmente, la desrealización humana del proletariado -donde se encuentra
condensada-.
Lo fundamental para
catalizar y ayudar a este proceso de autoliberación no es, con todo, favorecer la
unidad de la clase, formas de organización determinadas u objetivos externos
por los que luchar; esto debe situarse siempre sobre la base esencial de un
esfuerzo en pro de la autoclarificación y autoliberación espiritual, verse como
medios para este proceso, cuya traducción práctica y material será el
fortalecimiento del movimiento vivo, de su independencia, conciencia, comunidad
y demás capacidades humanas.
«La única relación que aún mantienen
los individuos con las fuerzas productivas y con su propia existencia, el
trabajo, ha perdido en ellos toda apariencia de autoactividad y sólo conserva
su vida empequeñeciéndola.»
«Las cosas, por tanto, han
ido tan lejos, que los individuos necesitan apropiarse la totalidad de
las fuerzas productivas existentes, no sólo para poder ejercer su
autoactividad, sino, en general, para asegurar su propia existencia.»
«La apropiación de estas
fuerzas no es, de suyo, otra cosa que el desarrollo de las capacidades
individuales correspondientes a los instrumentos materiales de producción
(...), el desarrollo de una totalidad de capacidades en los individuos mismos.»
«La apropiación (...) sólo
puede llevarse a cabo mediante una asociación (...) universal, y por
obra de una revolución en la que, de una parte, se derroque el poder del modo
de producción y de relación anterior y la organización social correspondiente y
en la que, de otra parte, se desarrollen el carácter universal y la energía que
el proletariado necesita para llevar a cabo la apropiación, a la par que el
propio proletariado, por su parte, se despoja de cuanto pueda quedar en él de
la posición que ocupaba en la sociedad anterior.
Solamente al llegar a esta
fase se une la autoactividad con la vida material, lo que corresponde al desarrollo
de los individuos como individuos totales y a la negación de lo que hay en
ellos de natural; y a esto corresponde la transformación del trabajo en
autoactividad y la transformación del trato condicionado anterior en trato [o
interrelación] de los individuos como tales. Con la apropiación de la totalidad
de las fuerzas productivas por los individuos asociados acaba la
propiedad privada.»
Marx/Engels, La ideología
alemana, 1846.
4. Conclusión, que es sólo un nuevo comienzo.
La lucha final no será
resultado de ninguna "preparación revolucionaria"
político-ideológica. Es la lucha objetivamente establecida entre la necesidad
de la especie humana de un nuevo modo de producción, y todas las fuerzas que
atan al sujeto revolucionario potencial a la vieja sociedad e impiden el paso
de su potencia a acto. La autoliberación espiritual de los individuos y la
lucha revolucionaria colectiva son un mismo proceso, un mismo esfuerzo
bidireccional y simultáneo para el futuro. Esta unidad interna es lo decisivo
de la victoria o de la derrota, pero necesariamente -debido a la propia
condición social del proletariado como clase alienada y dominada- la
autoliberación espiritual como proceso es el motor del movimiento
revolucionario, en tanto movimiento realmente capaz de negar y superar el
estado existente.
Que, en la actualidad, este
hecho no se presente -a primera vista- como el motor, si no es mera apariencia,
significa solamente que el movimiento del proletariado está todavía insertado
por completo dentro de los limites del capitalismo y es incapaz de superarlo,
por más lejos que el antagonismo objetivo de clase pueda impulsarle a
radicalizarse, porque su conciencia no está suficientemente desarrollada. La propia
radicalización vital, que es el modo en que el antagonismo de clases se expresa
psicológicamente en su forma más inmediata, requiere un salto cualitativo para
poder devenir en radicalización mental y anímica profundas del proletariado,
para despertar sus aspiraciones esenciales a la libertad y a la rebelión contra
la existencia limitada. Requiere de un proceso acelerado de autodesarrollo de
la conciencia de clase que únicamente pueden acometer los proletarios reales
por sí mismos.
«...Lo que se denomina el
'fracaso de la clase obrera' es, en realidad, el fracaso de sus estrechos
objetivos socialistas. La verdadera lucha por su liberación tiene aún que
comenzar; visto de este modo, lo que ha sido conocido como el movimiento obrero
del siglo que queda atrás, fue sólo una sucesión de escaramuzas precursoras.
Los intelectuales, que están acostumbrados a reducir la lucha social a las
fórmulas más abstractas y simples, se inclinan a subestimar el tremendo alcance
de la transformación social a realizar que está ante nosotros. (...) Se olvidan
de cuál profunda revolución interior debe tener lugar en las masas
obreras; qué suma de lucidez, de solidaridad, de perseverancia y valor, de
noble espíritu combativo, es necesaria para vencer el inmenso poder físico y
espiritual del capitalismo.»
«En esta última fase del
capitalismo, la amenaza de la destrucción masiva hace de la lucha una necesidad
para todas las clases productivas de la sociedad, los campesinos e
intelectuales tanto como los obreros. Lo que se condensa en estas frases cortas
es un proceso histórico extremadamente complejo, que ocupa todo un período
de revolución, preparado y acompañado por luchas espirituales y cambios
fundamentales en las ideas básicas. Estos desarrollos deben ser
cuidadosamente estudiados por todos aquellos para los que el comunismo sin
dictadura, la organización social sobre la base de la libertad conscientemente
dispuesta por la comunidad, representa el futuro de la humanidad.»
Anton Pannekoek, El fracaso de
la clase obrera, 1946.
La fuerza del ideal, su
realidad, tiene que abrirse paso en el alma de l@s proletari@s, para que éste
se convierta en una auténtica dirección interior, en el principio rector de su
praxis.
«No basta con que el pensamiento
se abra paso para hacerse realidad, la realidad misma tiene que abrirse paso en
el pensamiento.»
***
«...La fuerza material
tiene que derrocarse mediante la fuerza material, pero también la teoría se
convierte en una fuerza material así que prende en las masas. Y la
teoría es capaz de prender en las masas cuando demuestra ad hominem [ante
el hombre], y demuestra ad hominem cuando se hace radical. Ser radical
es asir el problema en la raíz. Y la raíz para el hombre no es sino el hombre
mismo.»
Marx, Introducción a la
Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel, 1843.
Solamente cuando su
aspiración a la libertad encuentra su expresión racional pueden los ideales
-que para la clase proletaria no son algoo desligado de su existencia material-
tomar raíces y convertirse en una fuerza práctica de autotransformación. La
"luz" de la verdad no procederá de ninguna teoría
"ilustrada", como ocurrió con la revolución burguesa, ni de ninguna
fuente exterior al individuo, como predican los "gurus" espiritualistas,
sino que será el producto del reencuentro del individuo con su verdadero ser
interior, con su nivel psíquico profundo, para unir la energía y la aspiración
que laten ahí con la inteligencia y la voluntad sociales prácticas.
La lucha final, la
verdadera lucha revolucionaria -distinta de las escaramuzas del pasado-, es una
lucha total contra la autoalienación humana, una lucha contra el trabajo,
contra la vida cotidiana, contra las ideologías; una lucha por la
transformación del trabajo en autoactividad libre, de la vida cotidiana en
autorrealización humana, del pensamiento ideológico en pensamiento creativo y
en unión viva con la actividad práctica; en resumen, la transformación de la
vida social en una autocreación y autoconocimiento continuos de la especie
humana.
E, igual que la teoría
revolucionaria solamente puede prender en las masas en la medida en que asume
los problemas humanos en su raíz, la lucha revolucionaria solamente puede ser
asumida por el conjunto del proletariado en la medida en que sea una lucha
radical por la autoliberación humana, por una nueva humanidad, y que la
revolución proletaria se presente como un nuevo comienzo de la evolución
humana. Pues, como ya decía Marx en 1844,
«El comunismo es
[sólo] la posición como negación de la negación, y por eso, el momento real
necesario, en la evolución histórica inmediata, de la emancipación y
recuperación humana. El comunismo es la forma necesaria y el principio
dinámico del próximo futuro, pero el comunismo no es, en cuanto tal, la
finalidad del desarrollo humano, la forma de la sociedad humana.» (Marx, Manuscritos
de París)
El comunismo es solamente
el modo de producción de esa nueva humanidad, no lo que da sentido a su
existencia, la forma de su vida. Este sentido y forma están ya implícitos en
las condiciones de su realización. Para autoconstituirse en sujeto
revolucionario total, el proletariado tiene que integrar, y desarrollar de modo
integrado, su fuerza y su conciencia como clase, pero también todas sus necesidades
y capacidades como ser humano. Tiene que integrar la praxis social con la
praxis personal, el desarrollo individual con el desarrollo colectivo, la
dimensión material de la vida con la dimensión espiritual.
Solamente de este modo,
mediante un proceso de autotransformación, se autoconstituye el proletariado no
como un sujeto revolucionario total abstracto, meramente teórico -mero producto
del esfuerzo intelectual, y, por consiguiente, irreal en su comprensión
práctica y en la posibilidad, por esta vía, de realizarse a nivel del conjunto
de la clase-, sino como sujeto revolucionario total concreto, como fuerza
productiva del movimiento comunista real. Entonces las ideas comunistas dejarán
de ser una mera fuerza espiritual que actúa en el plano intelectual y
comenzarán a actuar como verdaderas fuerzas materiales dentro del tejido de la
psique, transformándola y convirtiéndola en el poder constituyente de una nueva
evolución humana, que tendrá su primera expresión en la transformación del
mundo por la revolución proletaria.
Este desarrollo superior
requiere, como medio, la unidad viva de la praxis, la unidad interactuante y
creativa del pensamiento y de la acción, para lograr, por este medio, la unidad
consciente del espíritu todo con la realidad del mundo, la unidad del proceso
de transformación social con el proceso de autotransformación humana; será la
revolución radical y universal que marcará el comienzo de la verdadera historia
humana. Esto es lo que denominamos la praxis revolucionaria viva e integral.
Las condiciones subjetivas
de esta revolución están dadas por la autoliberación integral del proletariado,
que habrá de desarrollar las formas de autoactividad superiores que son
necesarias para sobrepasar el estadio actual.
«No es de
salvadores supremos:
Ni Dios, ni
César, ni tribuno.
¡Productores,
salvémonos nosotros mismos!
¡Decretemos la
salvación común!
Para que el
ladrón devuelva lo robado.
Para sacar el
espíritu del calabozo,
¡Soplemos
nosotros mismos nuestra forja,
Golpeemos el
hierro cuando está caliente!»
(E. Pottier, La
Internacional)
* * *
«La inversión del comportamiento individual
en su contrario, un mero comportamiento de objeto, la diferenciación de
la individualidad y la contingencia por los individuos mismos, es, como ya
hemos demostrado, un proceso histórico y asume, en las distintas fases de
desarrollo, formas siempre distintas, más agudas y más universales. En la
época actual, la dominación de las formas materiales sobre los individuos, la
opresión de la individualidad por la contingencia adquirió su forma más aguda y
más universal, imponiendo con esto una tarea determinada a los individuos
existentes. Pone ante ellos la cuestión de sustituir la dominación de las
relaciones y de la contingencia sobre los individuos por la dominación de los
individuos sobre la contingencia y las relaciones. (...) Esta tarea,
impuesta por las relaciones existentes, coincide con la tarea de organizar la
sociedad de modo comunista.
Ya hemos puesto de manifiesto antes que la
supresión de la independencia de las relaciones frente a los individuos y de
subyugación de la individualidad a la contingencia, de subsunción de las
relaciones personales bajo las relaciones generales de clase, etc., está condicionada
por la supresión de la división del trabajo. E hicimos ver, así
mismo, que la supresión de la división del trabajo está condicionada, a su vez,
por el desarrollo del intercambio y de las fuerzas productivas a una universalidad
tal, que la propiedad privada y la división del trabajo se conviertan en una
traba para ellos. Y hemos puesto de relieve, igualmente, que la propiedad
privada sólo puede suprimirse bajo la condición de un desarrollo omnilateral de
los individuos, una vez que el intercambio y las fuerzas productivas con que se
encuentren sean omnilaterales y sean apropiadas sólo por individuos
desarrollados ellos mismos omnilateralmente, es decir, para que la libre
actividad de su vida pueda realizarse.
Hemos puesto de manifiesto que los
individuos actuales necesitan suprimir la propiedad privada porque las fuerzas
de producción y las formas de intercambio se han desarrollado ya con tal
amplitud que, bajo el imperio de la propiedad privada, se convierten en fuerzas
destructivas, y porque el antagonismo entre las clases ha llegado a su máxima
culminación. Al fin, hicimos ver que la base dada de la supresión de la
propiedad privada y de la división del trabajo misma es la unificación de
los individuos a través de las fuerzas productivas y el intercambio mundial.»
Marx/Engels, La Ideología
Alemana, 1846.
* Ígneo nº 7, verano de 2006, «¿Un
capitalismo mejor es posible? Anarquía del capital o anarquía revolucionaria».
Para esta edición el autor ha realizado algunas correcciones sueltas. Los
artículos del boletín, una vez se incluyen en él, son asumidos colectivamente
en líneas generales, de ahí que nunca vayan firmados individualmente.
7 Resumiendo: la autonomización natural del ego no implica
autoalienación. Entre el egoísmo natural y el egoísmo de la propiedad privada
existe el mismo cambio cualitativo que entre la comunidad natural e la sociedad
de clases. Ora bien, si la autoalienación es lo específico del egoísmo actual,
a autonomía natural es el fundamento general, la base. Como, por ejemplo, con
el poder político: el Estado es la forma específica del poder político en la
sociedad de clases, pero la base del Estado es la existencia del poder político
en general, que va emergiendo ya en la sociedad de transición a la propiedad
privada. El comunismo exige la superación del poder político mismo, que en su
existencia "preclasista" consiste también en que el poder de los
individuos es puesto como un poder ya formalmente autónomo (basado en la
autoridad moral, etc.); por eso los individuos de la comunidad primitiva no
eran individuos autodeterminados, sino individuos unidos inconscientemente, de
modo puramente natural, a la comunidad. En este estadio primitivo la psicología
egoísta no podía superarse porque estaba aún infradesarrollada y oculta por el
manto de las relaciones comunitarias.
8 Desde todas las formas de sublimación mediante conductas compulsivas,
consumo abusivo de drogas, hasta, en casos extremos, conductas violentas
antisociales (los casos de asesinatos cometidos por proletari@s en los EEUU, en
venganza por despidos, y que no distinguen a jefes de compañeros, pueden verse
como un ejemplo extremo de esto. Por otra parte, la violencia de género también
actúa como un canal de esta violencia irracional, sin que bajo ningún concepto
pueda entenderse como "violencia doméstica", esto es, radicada en el
ámbito de las simples relaciones familiares).
9 Esto es cierto hasta el punto de que las prácticas espirituales y
físicas procedentes del yoga, del taoísmo, etc., son despojadas de su sentido
transformador profundo para con la constitución psicológica de los individuos
-cuando aún lo conservaban originalmente--. En cambio, se mantiene o se refuerza
su halo espiritualista y mistificador, convirtiéndolas en mecanismos de
re-integración espiritual de los individuos en la vida alienada del
capitalismo. Así, en nombre de la "paz interior" se promete una
"liberación espiritual" sin transformar radicalmente toda la
estructura psicológica, en especial el pensamiento.
Por otra parte, la ideología
de los valores o derechos humanos se extiende también bajo esta doble
apariencia, religiosa y arreligiosa, cuando en realidad constituye la
mistificación religiosa por excelencia, la justificación por derecho divino o
derecho natural del individuo como propietario privado.