Comunismo y liberación nacional*

Las tesis de la independencia proletaria

 

 

 

Índice

 

 

Prefacio

 

I. Los fundamentos teóricos.

 

II. La perspectiva histórica.

 

III. La situación actual.

 

IV. Nuestro caso particular en Galiza.

 

V. La trayectoria histórica del movimiento proletario gallego.

 

VI. La significación del actual independentismo gallego para el proletariado.

 

VII. Conclusiones y perspectivas para el comunismo de consejos en Galiza.

 

 

 

 

 

Prefacio

 

  El objetivo de elaborar las siguientes tesis es proporcionar las bases para un debate entre aquell@s que tengan interés por la cuestión de la liberación nacional y su relación con la transformación social revolucionaria, pero que no se vean plenamente identificad@s con las organizaciones existentes, sobre todo en el plano práctico.

 

  La controversia histórica que siempre existió entre la lucha por el comunismo y la conquista de la libertad nacional no se resolverá, naturalmente, con discusiones teóricas. Mucho menos con elucubraciones escolásticas. Nuestro objetivo es, siguiendo el orden del texto, en primer lugar clarificar las posiciones marxistas originales sobre el asunto y considerarlas a la luz del desarrollo histórico hasta la época actual. En segundo lugar, situarnos en el contexto presente internacional y de Galiza, entrando en éste último apartado también en un análisis histórico general. En tercer lugar, consideramos la historia del movimiento proletario gallego hasta hoy y la significación del independentismo en este contexto. Por último, trazamos una serie de conclusiones y perspectivas para el comunismo de consejos en Galiza.

 

  Esperamos que el tono polémico del texto, especialmente en las partes que tocan el caso gallego, no disminuya la atención sobre las ideas fundamentales. Por supuesto, el texto no es imparcial, pero, como decíamos antes, nuestro objetivo no es formular verdades eternas, sino servir como base para un debate abierto entre l@s proletari@s conscientes.

 

  Por último, sentimos que a veces el texto pueda resultar un tanto repetitivo. Dada su extensión, como no podía ser de otro modo, tuvo que ser elaborado por partes, ampliado y reordenado, sin tener mucho tiempo para cuidar a veces la forma.

 

 

 

I. Los fundamentos teóricos.

 

 

1

 

  La mayoría de l@s supuest@s marxistas, cegad@s por la tradición leninista y por el nacionalismo burgués, consideran la llamada "cuestión nacional" como un obstáculo para la emancipación proletaria o, cuando menos, ven la liberación nacional como un interés exterior a la  perspectiva común de clase, en lugar de considerar la liberación nacional como parte necesaria y universal de la emancipación proletaria. Éste, sin embargo, era el enfoque marxiano esencial de la cuestión, enfoque que se opone tanto al "principio nacional" como al internacionalismo ideológico que pretende hacer abstracción de las diferenciaciones nacionales.

 

 

2

  

  A diferencia del pensamiento revolucionario proletario, el nacionalismo burgués es incapaz de construir una teoría histórica que vaya más allá de los límites del capitalismo. Esto se expresa en su mistificación de la propia historia, considerando a la Nación como sujeto del proceso histórico y como una categoría eterna. En su visión de la historia se confunden y mezclan la ideología y los hechos. Por otra parte, al adoptar como punto de partida objetivo y como sujeto histórico a la Nación, en lugar de la actividad y relaciones sociales humanas y de los individuos concretos, su tendencia es necesariamente idealista y no profundiza en las determinaciones históricas. Así, tiene que reproducir todas las mistificaciones que la propia realidad social crea debido a las relaciones alienantes, viendo el mercado como determinante de la producción, la política como determinante de la economía, la cultura como lo determinante de la existencia de la nación, etc.

 

  El materialismo histórico es incompatible con la historiografía nacionalista. La pretensión de utilizar el materialismo histórico para elaborar la "historia nacional" significa deformarlo. Al no partir de la actividad de los individuos reales, sino de un sujeto abstracto, la nación,  su historia sirve únicamente, en el mejor de los casos, para describir la formación de la nación y justificar su existencia. No se pueden explicar realmente las causas determinantes del devenir histórico de la comunidad nacional sin remitirse a su base material en la actividad humana concreta, lo que significa, más concretamente: el desarrollo de la producción y de la lucha de clases. El resultado es:

 

         1º) sustitución de la contradicción entre fuerzas productivas y relaciones de producción por la contradicción -necesariamente abstracta, bajo este enfoque- entre nación oprimida y nación opresora (Galiza-España, p.e.), y

 

         2º) sustitución de la lucha de clases por la lucha entre naciones.

 

  El trasfondo de esta mistificación no es otra cosa que la negativa a explicitar el propio punto de vista de clase en el marco del análisis histórico; pues solamente desde esta perspectiva subjetiva puede pretender escribirse una historia de la nación distinta de la determinada por el desarrollo de los modos de producción y la lucha de clases. En lugar de considerar la totalidad de la vida nacional desde el prisma de la lucha de clases, se considera la lucha de clases como un fenómeno nacional más, y se difumina siguiendo un criterio empirista en numerosas luchas estamentales (los obreros, los jóvenes, las mujeres, los intelectuales, el campesinado, etc.).

 

  Las relaciones internacionales son, siguiendo esta lógica, presentadas como las determinantes de las relaciones sociales que imperan en la propia nación, en lugar de considerar ambos planos como interrelacionados e interdependientes. Aquí también se busca la causa histórica del subdesarrollo nacional en la opresión política exterior, en lugar de ver ambos fenómenos como resultados de la dinámica natural del desarrollo histórico de la acumulación de capital. Dicho de otro modo: la dialéctica desarrollo-subdesarrollo es inherente al capitalismo, e implica no sólo el interés de la burguesía dominante en mantener esa relación, sino también el de la burguesía dominada. Esta dialéctica tiene como fundamento que el sistema capitalista no es una suma de economías nacionales, sino una totalidad indivisible. La teoría de que el capitalismo vino impuesto a Galiza desde el exterior es completamente ahistórica y reemplaza la explicación de la necesidad histórica del desarrollo capitalista de Galiza, que deriva del desarrollo de las fuerzas productivas en la sociedad feudal y la consiguiente internacionalización del comercio, por el relato de un accidente: el hecho de que las primeras formas importantes de capitalismo en Galiza se vinculen a capitalistas de otras nacionalidades.

 

 

3

 

  Para el marxismo revolucionario, la comunidad nacional actual y su futuro, en tanto forma singular de la comunidad humana, es una cuestión subordinada al objetivo de la emancipación de l@s proletari@s, a la revolución comunista. Pero esto no se debe a que pongamos el internacionalismo por encima de los problemas nacionales, sino a que l@s proletari@s no tenemos patria.

 

  El capitalismo significa que "el hombre mismo es un valor de cambio, que la abrumadora mayoría de la población de las naciones constituye una mercancía, que puede ser determinada sin tener en cuenta «las condiciones políticas de las naciones»". Por esa razón: "La nacionalidad del obrero no es ni francesa, ni inglesa, ni alemana: es el trabajo, la esclavitud libre, la automercantilización. Su Gobierno no es ni francés, ni inglés, ni alemán: es el capital. Su aire nativo no es ni francés, ni alemán, ni inglés: es el aire de la fábrica. La tierra que le pertenece no es ni francesa, ni inglesa, ni alemana: está a unos cuantos pies bajo el suelo." (Karl Marx, Proyecto de un artículo sobre el libro de Friedrich List «El sistema nacional de economía política», 1845)1

 

  En la medida en que el proletariado es una clase desposeída de sus propios medios de subsistencia, carece de patria. A lo máximo que puede llegar es a asumir el patriotismo de la burguesía, pensando que, esforzándose por el bien de su "patria" -del capitalismo y de la burguesía-, colaborando con la clase enemiga, obtendrá alguna concesión. En la sociedad capitalista, sus sentimientos nacionales solamente encuentran un objeto verdadero en su propia comunidad de clase y popular espontánea, y en su entorno ambiental. Pero esto no es para él una patria, dado que, por una parte, sus medios de subsistencia no proceden de ahí, y, por otra parte, porque se trata de algo que está crecientemente subordinado a los imperativos del capitalismo. El proletariado no es ni siquiera "dueño" de su vida privada.

 

  A medida que desarrolla su conciencia de clase, el proletariado comprende esta desposesión y que su patria -si se quiere utilizar este concepto- no podrá nunca ser suya más que mediante la supresión de la sociedad de clases. La revolución proletaria es, entonces, en el plano nacional, la conquista de la patria y la transformación de la comunidad nacional de acuerdo con las nuevas relaciones sociales comunistas.

 

  Dado que el proletariado no tiene patria, tampoco tiene libertad nacional. Su única libertad consiste en venderse como mercancía y en reproducirse como tal. La revolución que le permita liberarse tiene, por tanto, que ser una revolución radical y universal, un proceso de autoliberación total de los individuos que implica, como forma, la supresión de la sociedad de clases y del Estado: el comunismo. En cuanto este régimen social significa el establecimiento de una forma de comunidad en la que la libertad de cada un@ es la condición de la libertad de tod@s, incluye ya la realización más plena de la libertad de todos los individuos para vivir conforme a sus particularidades culturales y de carácter, y para conformar, siguiendo ese mismo principio, sus propias estructuras sociales en todos los planos. Por eso, la libertad nacional de l@s proletari@s constituye una parte esencial del comunismo y, por tanto, también del internacionalismo comunista.

 

  Esto lo explica con mucha claridad el propio Marx:

 

  "Para que los pueblos sean capaces de unirse verdaderamente, tienen que tener intereses comunes. Y para que sus intereses se hagan comunes, las relaciones de propiedad existentes deben suprimirse, pues estas relaciones de propiedad implican la explotación de unas naciones por otras: la abolición de las relaciones de propiedad existentes concierne únicamente a la clase obrera. Sólo ella tiene, también, los medios para hacerlo. La victoria del proletariado sobre la burguesía es, al mismo tiempo, la victoria sobre los conflictos nacionales e industriales que hoy enfrentan a los diversos países con hostilidad y enemistad. La victoria del proletariado sobre la burguesía es también, por eso, la señal de liberación de todas las naciones oprimidas." (Marx, Discurso sobre Polonia, 1847)

 

  Con el hundimiento del capitalismo se hunden, también, las comunidades nacionales existentes: "no es sólo la vieja Polonia la que está perdida. La vieja Alemania, la vieja Francia, la vieja Inglaterra, el conjunto de la vieja sociedad está perdido. Pero la pérdida de la vieja sociedad no es pérdida para aquellos que no tienen nada que perder en la vieja sociedad, y éste es el caso de la gran mayoría en todos los países en la época actual. Tienen, en su lugar, todo que ganar con el derrumbe de la vieja sociedad, que es la condición para el establecimiento de una nueva sociedad, una ya no basada en antagonismos de clase." (Ibid.)

 

  Ésta, por tanto, es la perspectiva esencial, la conexión esencial, entre la lucha revolucionaria del proletariado y la lucha de liberación de las naciones oprimidas. Solamente sobre esta base puede crearse una verdadera unidad internacional, que esté por encima de los conflictos que enfrentan los distintos pueblos bajo el capitalismo. La supresión proletaria de la situación de opresión nacional no se ve aquí en el mero cambio de las relaciones entre las naciones, sino que va a su raíz -las relaciones de producción capitalistas- y se integra como componente del proceso total de destrucción de la sociedad de clases y de creación de una sociedad nueva, sin clases. Dicho con los términos del Manifiesto: la elevación del proletariado a clase dominante coincide con su autoconstitución en nación.

 

 

4

 

  Esta perspectiva radical, que une liberación nacional y revolución proletaria, es el principio esencial que se viene negando hasta ahora, por la influencia sobre el proletariado tanto de los nacionalismos burgueses dominantes como de los nacionalismos burgueses dominados. Incluso la "izquierda" independentista reniega de esta perspectiva, al menos prácticamente, del mismo modo que lo hiciera el bolchevismo. El anarquismo está más próximo a este punto de vista, pero, como ocurre a nivel general, sus posiciones políticas tienen habitualmente un carácter rígidamente idealista o arbitrario, y en el caso de la autodeterminación nacional no es distinto. Así, el anarquismo tradicional limita la defensa de la autodeterminación nacional a una vez consumada la revolución social, o, por el contrario, suscribe acríticamente propuestas nacionalistas burguesas y pequeñoburguesas -normalmente, siempre que no vayan orientadas al puro separatismo-. O sea, la posición anarquista típica puede bien definirse como inconcreta teóricamente y vacilante en la práctica.

 

  Dado que el proletariado solamente pode constituirse en sujeto autónomo a través de la lucha de clases, los derechos democráticos no pueden ser para él más que medios tácticos para realizar sus objetivos, no fines en sí mismos. La democracia proletaria es una realidad antagónica al capitalismo. El derecho de autodeterminación nacional no puede, por consiguiente, ser asumido como un principio, como tampoco la defensa de la democracia burguesa -y el derecho de autodeterminación no es, sobre la base del capitalismo, en principio más que otro derecho democrático burgués-.

 

  La autodeterminación nacional real del proletariado no está garantizada ni encuentra sus condiciones histórico-materiales, tanto objetivas como subjetivas, en ningún derecho político, ni en una determinada forma externa (territorial y cultural) de la estructura del poder político (un marco autónomo de negociación laboral, un estatuto de autonomía regional, un Estado nacional independiente, etc.), sino solamente en su propia lucha de clases y en su movimiento autónomo de clase. Por la misma razón, la lucha revolucionaria del proletariado no depende esencialmente para su desarrollo como lucha nacional de la forma particular que adopte la dominación capitalista, ni siquiera cuando ésta es una combinación de dominación capitalista autóctona y foránea. Su posición de clase en la sociedad es la que le dirige contra la dominación capitalista como tal. No tiene el menor interés en reformar esa dominación sin suprimirla una vez el capitalismo deja de ser un sistema social progresivo. Todos sus objetivos políticos se orientan a socavar y destruir las estructuras del poder capitalista sin distinción, su lucha económica tiende cada vez más a convertirse en una lucha política ante la inviabilidad de las reformas y la creciente ofensiva que contra él dirige la clase capitalista. Y en el curso de esta lucha es como el proletariado se autodesarrolla como sujeto consciente, crea sus propias organizaciones autónomas y estructuras de poder propias, e impone al capital nuevas condiciones y marcos de lucha. Si el Estado burgués es uninacional o plurinacional, es una cuestión insignificante desde un punto de vista comunista-revolucionario. (Por otra parte, el punto de vista reformista, igual que se vuelve cada vez más utópico según se profundiza la tendencia decadente del capitalismo, también en lo que respecta a la "cuestión nacional" se vuelve más demagógico y vacío de contenido.)

 

  L@s comunistas revolucionari@s, al mismo tiempo que reconocemos la importancia de teóric@s como Rosa Luxemburg o Anton Pannekoek por su defensa incondicional del internacionalismo proletario y de la independencia de clase -o, por otro lado, la importancia de las ideas anarquistas sobre la libre federación como principio de la sociedad comunista- tenemos que refutar sus posiciones sobre la autodeterminación y la independencia nacionales. Ellos coincidieron en abordarlas desde la perspectiva de los intereses del proletariado DENTRO del capitalismo, y cuando consideran la revolución comunista son incapaces de reconocer la importancia y complejidad de su dimensión nacional. Subestimaron, en consecuencia, también la importancia táctica y la trascendencia para el desarrollo de la conciencia proletaria de las luchas nacionales, obstinándose muchas veces en posturas dogmáticas. En esto abandonaban la teoría marxiana y recaían en posiciones socialdemócratas. Por eso, estas teorías, junto con el apatridismo y el pseudo-indiferentismo nacional, han servido como apertura para la penetración inconsciente del nacionalismo burgués dominante dentro de los agrupamientos proletarios.

 

  No obstante, la gran importancia de Luxemburg, Pannekoek y otros, reside en que, a diferencia de los bolcheviques, supieron mantener firmemente una posición internacionalista y defender la independencia de clase del proletariado, de modo que, al mismo tempo, siguen siendo hoy una base de orientación imprescindible para clarificar el problema de la liberación nacional y la actitud a tomar ante los conflictos inter-nacionales.

 

 

5

 

  Según Marx, la posición acerca de la defensa proletaria de la autodeterminación nacional dentro del capitalismo habrá de cumplir tres criterios fundamentales (vea-se el Discurso sobre Polonia de 1875):

 

         1) Un "pueblo subyugado" prueba su "derecho histórico a la autonomía nacional y a la autodeterminación" en la medida en que emprende una "lucha incesante y heroica contra sus opresores". Solamente de este modo puede ese pueblo "cooperar como una fuerza independiente en la transformación social", porque "mientras tanto la vida independiente de una nación sea oprimida por un conquistador extranjero dirige inevitablemente toda su fuerza, todos sus esfuerzos y toda su energía contra el enemigo externo; durante este tiempo, por consiguiente, su vida interna permanece paralizada; es incapaz de trabajar por la emancipación social".

 

         2) La situación "geográfica, militar e histórica" del país, teniendo en cuenta el contexto histórico mundial. En el capitalismo ascendente era prioritaria la disolución de los Estados feudales como el ruso y la oposición a la independencia nacional de aquellos pueblos que servían de base a la persistencia del antiguo régimen, en lugar de servir al ascenso del capitalismo y, por consiguiente, a la futura emancipación del proletariado. En la fase de estancamiento del capitalismo, que comienza con la I Guerra Mundial, lo principal pasó a ser la desestabilización de la dominación de la burguesía imperialista en sus países de origen, mediante la lucha revolucionaria anticolonial, procurando orientarla lo más posible en un sentido revolucionario-proletario. Con el declive abierto del capitalismo, de lo que se trata no es ya de desestabilizar, sino de comenzar a destruir violentamente esa dominación, o sea, de transformar las luchas de liberación nacional en revoluciones proletarias (que, en muchos casos, si no en la mayor parte, ya son sustentadas por una masa mayoritaria de proletari@s).

 

         3) El criterio principal es la posición nacional dentro de la lucha de clases mundial, o más precisamente, la relación entre los movimientos nacionales de los países considerados y la lucha por la emancipación de la clase obrera, que es internacional. Así, Marx y Engels se oponían a los "pueblos contrarrevolucionarios" y a la "teoría de la unión fraternal universal de los pueblos, que llama indiscriminadamente a la unión fraternal sin considerar la situación histórica y la fase del desarrollo social de los pueblos individuales" (Engels, El pan-eslavismo democrático, 1849). La situación histórica determina si los movimientos nacionales cumplen o no un papel revolucionario, y esto está por encima de otras cuestiones -ya que, a su vez, el papel social y político revolucionario está directamente interrelacionado con el nivel de desarrollo económico-.

 

  No obstante, este tercer criterio implica, también, considerar la situación histórica desde una perspectiva internacional: los países coloniales tienen que considerarse como formando una misma estructura con sus países colonizadores (en los tiempos de Marx, el caso de Irlanda con Inglaterra). Por esa razón, puede ocurrir que un movimiento más avanzado surja en un país más atrasado, debido a la intensificación de los antagonismos sociales provocada por su posición económica a nivel mundial; o que, en un país relativamente avanzado, los antagonismos de clase se atenúen. No obstante, en el primer caso eso no suprime automáticamente el atraso histórico acumulado, lo que solamente puede lograrse a través de un esfuerzo consciente; y, en el segundo, la mayor maduración del capitalismo proporciona al proletariado una experiencia mucho más rica y profunda y crea las condiciones para un desarrollo subjetivo superior.

 

  Por tanto, la situación histórica nacional depende, por un lado, del desarrollo de la lucha de clases nacional, y por otro, de la interrelación entre esta lucha de clases y el desarrollo económico internacional (en el que, a su vez, repercuten las luchas de clases de los países correspondientes).

  

 

6

 

  La perspectiva proletaria sobre la liberación nacional no se limita a la lucha en las naciones oprimidas, sino que es un objetivo universal. No sólo en el sentido de la libertad nacional del proletariado en las naciones opresoras, sino también en el sentido de la interdependencia de todas las naciones a través del mercado mundial. Desde este punto de vista, la condición decisiva de la supresión de la opresión nacional a escala mundial es la revolución proletaria en los centros imperialistas, ya que éstos actúan como freno a la vez de los esfuerzos por la liberación nacional como de los esfuerzos por la emancipación proletaria de los demás países. Por esta razón, Marx, en su Discurso sobre Polonia de 1847 ante los Cartistas, les exhorta: "De modo que vosotros, cartistas, no debéis simplemente expresar píos deseos de liberación de las naciones. Derrotad a vuestros propios enemigos internos y entonces podréis estar orgullosos de haber derrotado a la vieja sociedad entera." Éste es el sentido esencial de la frase que, en el mismo momento, pronuncia Engels en su intervención: "Una nación no puede llegar a ser libre y al mismo tiempo continuar oprimiendo a otras naciones" (Engels, Discurso sobre Polonia, 1847).

 

  Pero esto en absoluto debe interpretarse de modo simplista. En "El movimiento revolucionario", de enero de 1849, Marx formula que: "El derrocamiento de la burguesía en Francia, el triunfo de la clase obrera francesa, y la liberación de la clase obrera en general es (...) el grito de convocatoria de la liberación europea." Una "exitosa revolución en Francia" provocaría, como "primer resultado", una "guerra europea", que implicaría a Inglaterra y adquiriría, debido a su papel de centro imperialista, el carácter de una guerra mundial. "Solamente una guerra mundial puede romper la vieja Inglaterra, lo mismo que sólo esto puede proporcionar a los Cartistas, el partido de los obreros ingleses organizados, las condiciones para un alzamiento exitoso contra sus poderosos opresores. Solamente cuando los cartistas encabecen el gobierno inglés pasará la revolución social de la esfera de la utopía a la de la realidad." (Ibid.). Esa guerra mundial implicaría, por supuesto, una intensificación de las luchas de liberación nacional y de las luchas democráticas contra los regímenes feudales.

 

  Vemos, pues, que para Marx existe un encadenamiento entre revolución social y luchas de liberación nacional, precisamente porque el capitalismo mundial es la base común de los antagonismos que las provocan. Y vemos que la guerra mundial es el escenario donde ambas pueden aliarse. El bolchevismo intentó trasladar, erróneamente, esta perspectiva a la época posterior, con condiciones distintas, pretendiendo que las luchas de liberación democrático-burguesas de las colonias sirviesen para debilitar los centros imperialistas. En realidad, sin embargo, eran las colonias las que eran la parte dependiente y débil, no los centros imperialistas, que podían seguir manteniendo esos países en una situación subordinada mediante los mecanismos económicos. Y en los casos en que esos países asumieron sistemas de capitalismo de Estado, siguiendo el modelo bolchevique, lo único que ocurrió es el cambio de una dependencia del capitalismo "libre" por la dependencia del bloque "socialista", reducida en cualquier caso parcialmente mediante la intensificación brutal y extrema de la explotación del proletariado acompañada de una dictadura totalitaria.

 

  La teoría leninista del "eslabón más débil de la cadena imperialista" es completamente opuesta al razonamiento de Marx, precisamente porque, si existe una constante metodológica en sus formulaciones, es que el centro dinámico de la revolución proletaria está en los países más desarrollados y no en los países subdesarrollados. El papel de los países periféricos tiene que verse, entonces, desde la perspectiva de su interacción con la lucha de clases en esos centros dinámicos de la economía mundial. Las luchas revolucionarias en los países periféricos pueden servir para acelerar e intensificar la lucha de clases en los países centrales, como hizo la Revolución rusa de 1917 a respecto de Alemania (revolución de 1918-23), pero no pueden reemplazar el proceso de autodesarrollo del proletariado de los países centrales ni reemplazar su posición determinante en el proceso revolucionario mundial, determinada por las condiciones económicas. Esta interacción es el factor decisivo. Sin ella no son posibles ni la liberación nacional ni la revolución comunista.

 

  Siguiendo este mismo razonamiento histórico-materialista, el factor decisivo en la destrucción del Estado español es la lucha internacionalista del proletariado ubicado en los centros de acumulación capitalista. Pero hoy, a diferencia de los tiempos de Marx, el desarrollo económico y político-militar del capitalismo mundial hace que el problema tenga que abordarse desde un punto de vista directamente mundial, tornándose completamente insuficiente considerar solamente el marco europeo, y ni que hablar del marco de un solo Estado. Sin una revolución proletaria en los EEUU, o simultáneamente en varios de los principales países europeos (Inglaterra, Alemania y Francia) y el Japón, ningún intento revolucionario, tanto de una verdadera autodeterminación nacional como de una revolución proletaria, puede tener futuro.

 

 

 

II. La perspectiva histórica.

 

1

 

  La época de Marx y Engels fue la época del capitalismo ascendente. Con base en esto estaba moldeándose la configuración territorial, cultural y política de las distintas naciones modernas en Europa y Norteamérica. La posición proletaria debía ser favorecer el desarrollo del capitalismo para, de este modo, fortalecer las bases materiales de su propia revolución, y al mismo tiempo intentar introducir sus propios objetivos en los movimientos nacionales, especialmente a través de la lucha democrática.

 

  Una vez abandonada la expectativa del declive del capitalismo a corto plazo, se intentó adoptar una posición más flexible. Considerando la interdependencia de la explotación nacional y la explotación de clase, la liberación de las naciones oprimidas serviría para desestabilizar la dominación de la burguesía nacional dominante en su propio país (el caso de Irlanda e Inglaterra). Además, por lo menos en teoría, contando con que el declive del capitalismo no se retardase mucho, la participación del proletariado en las luchas de liberación nacional podría servir también para estimular su lucha de clase, en el sentido de concentrar el antagonismo social en su propia lucha de clase nacional, disolviendo la influencia del nacionalismo burgués. Esta posición la recogió, en el siglo XX, Lenin, aunque más desde un punto de vista teórico que práctico: en la práctica, los bolcheviques confundieron la táctica con los principios y convirtieron el derecho a la autodeterminación de las naciones en una condición general e irrenunciable de la revolución proletaria.

 

  Con la crisis mundial de la década de 1970 se cerró esa última fase histórica y comenzó el declive abierto del capitalismo. En estas condiciones, la táctica anterior carece de sentido, porque:

 

        1) la liberación nacional, desde el punto de vista del desarrollo económico de la sociedad burguesa nacional, no es ya realizable en el capitalismo, y la consecución de la independencia política llegó a carecer de cualquier significación dado el inmenso poder del capital mundializado; y

 

        2) la revolución comunista se convierte en el único programa viable, y en una necesidad cada vez más imperativa para el movimiento proletario.

 

  Debe, por consiguiente, formularse un nuevo enfoque: el de la unión directa y total de la liberación nacional y de la revolución comunista, de su integración en un único proceso. Esto, por supuesto, significa que:

 

        1) dadas las condiciones históricas, solamente el proletariado, la única clase revolucionaria de la sociedad burguesa, puede afrontar consecuentemente, y llevar hasta el final, la lucha de liberación nacional;

 

        2) que el objetivo de la liberación nacional tiene que adoptar una forma convergente con la de la revolución comunista, al mismo tiempo que recibe de ésta un carácter radical y universal del que antes carecía.

 

  En resumen, según las tres grandes fases históricas que recorre el movimiento proletario, se configuran tres tácticas:

 

1ª Fase (capitalismo ascendente): la liberación nacional -en la forma, entonces, de la revolución democrático-burguesa nacional- como una precondición para la revolución proletaria.

 

2ª Fase (capitalismo en estancamiento): la liberación nacional -en la forma de la revolución anticolonial- como primera etapa de la revolución social.

 

3ª Fase (capitalismo en declive abierto): la liberación nacional, en la forma de la revolución proletaria y, por tanto, como un componente del proceso de supresión del capitalismo.

 

 

2

 

  Desde el punto de vista marxista, existen dos condiciones para diferenciar entre nación y nacionalidades: si los pueblos poseen o no las condiciones industriales para la independencia y la viabilidad.

 

   Las condiciones para la independencia residen en el desarrollo de una acumulación de capital autocentrada, que provea de los medios económicos para desarrollar una estructura económica nacional integrada. Sobre esta base económica integrada es como puede desarrollarse una totalidad social autorreferencial y con una historia propia, diferenciada: la nación. Los pueblos que carecen de esta base no pueden formar una nación en el sentido moderno: no constituyen comunidades de vida, de destino, sino solamente comunidades de cultura.

 

  Las condiciones para la viabilidad de las naciones reside en poseer las condiciones para esa acumulación autocentrada. Este desarrollo requiere, en el capitalismo, de una amplia actividad comercial internacional propia, que abastezca de todos los elementos necesarios para el desarrollo material de la sociedad.

 

  Pero es preciso entender que las condiciones concretas para la independencia y la viabilidad de las naciones varían a medida que se desarrolla el capitalismo mundial. En el siglo XIX, una de las condiciones necesarias para la viabilidad de la economía nacional era una elevada población, porque el capitalismo tenía todavía una composición orgánica del capital media muy baja2. Por otro lado, la acumulación de capital primitiva que permite el desarrollo de una economía nacional autocentrada aumenta progresivamente con el crecimiento de la concentración del capital, lo mismo que ocurre para los capitales individuales, que de lo contrario no pueden entrar en el mercado en condiciones competitivas.

 

  Pero, como decíamos anteriormente, lo decisivo es el criterio de la lucha de clases. Los "pueblos ahistóricos", que no son capaces de desarrollarse como nación, se convierten en históricos en el momento en que retoman la acción histórica, luchando por su liberación nacional. Como afirmaba  Engels en su artículo contra el pan-eslavismo: "Todo eso, no obstante, no sería todavía decisivo. Si en cualquier época, mientras estaban oprimidos, los eslavos hubiesen comenzado una nueva historia revolucionaria, eso por sí mismo habría probado su viabilidad. Desde ese momento, la revolución habría tenido un interés en su liberación". "Un solo intento valiente de una revolución democrática, aun si fuese aplastada, extingue en la memoria de los pueblos siglos enteros de infamia y cobardía, e inmediatamente rehabilita la nación, no importa cómo de profundo haya sido menospreciada."

 

  Dicho más simplemente: la lucha de clases es lo que decide sobre el proceso de formación de las naciones, no el curso ciego y desordenado de la acumulación capitalista. Según las condiciones capitalistas dadas, todas las naciones subdesarrolladas son incapaces de avanzar en el sentido de la independencia y de crecer en viabilidad. Según la lucha de clases, las naciones subdesarrolladas pueden y deben alcanzar su plenitud y autosuperación como comunidades humanas singulares a través de la revolución proletaria mundial, suprimiendo la totalidad de las relaciones de explotación y dominación existentes.

 

 

 

 

3

 

  Podemos diferenciar subdesarrollo y atraso por que el primero implica unas relaciones económicas internacionales consolidadas, tales que la acumulación interna de capital es tan débil que puede ser persistentemente limitada y desviada en beneficio de la acumulación de capital foránea. El atraso indica, por su parte, solamente una diferencia relativa, una posición inferior en el mercado, sin que la acumulación nacional de capital resulte por eso extrovertida de modo estructural. Una vez claro el concepto, resulta evidente que las naciones subdesarrolladas no pueden lograr su pleno desarrollo nacional sin destruir esas relaciones internacionales de subordinación. El problema no es nacional, sino internacional, y está directamente vinculado a la acumulación de capital -o sea, la existencia normal de la relaciónn capitalista, que solamente puede existir en cuanto produce y acumula sin cesar-. Por eso, los intentos de lograr un desarrollo nacional libre de las naciones subdesarrolladas sin alterar fundamentalmente las relaciones económicas a escala internacional no podían progresar.

 

  Por una parte, lograr la independencia política no alteraba en nada estas relaciones. En lugar de significar una soberanía real, solamente significaba un cambio de forma en la dominación imperialista3.

 

  La autonomía política real determina la posibilidad de autocentrar la acumulación de capital, pero no puede, por si misma, resolver el problema del subdesarrollo y extroversión de la acumulación.

 

  En los casos en que se intentó aplicar sistemas de capitalismo de Estado, desde el tipo bolchevique al tipo fascista o mixto, para resolver el problema de la acumulación, estos lograron resultados completamente insuficientes, pues el problema de la desviación de la acumulación capitalista de una nación a otra/s tiene como causa la estructura del propio capitalismo mundial. Y toda economía nacional tiene que integrarse en este capitalismo mundial lo quiera o no para poder subsistir y desarrollarse. Solamente logrando un desarrollo capitalista igual o superior al de las naciones opresoras podría consolidarse esa acumulación de capital autocentrada. Por esta misma razón, Marx y Engels decían que la revolución proletaria tendría que comenzar en varios de los países más avanzados para poder triunfar.

 

  Si los países comunistas no poseen los suficientes recursos para la viabilidad ni tienen un nivel de desarrollo productivo superior, entonces tienen que acabar víctimas de la dependencia del capitalismo mundial (en concreto, de los países capitalistas que sea) que, por un lado, frenará la prosecución de su acumulación autocentrada, y por el otro introducirá las consecuencias de las crisis capitalistas internacionales. Estos mismos factores explican también, en parte, el colapso de las formas estatistas de acumulación en los países llamados "socialistas", con la diferencia de que allí existía también la relación de producción capitalista, con su tendencia al descenso de la tasa de ganancia. Esto último fue lo decisivo, pues no se trató ni mucho menos de que estos países se convirtiesen en colonias -salvo los que ya lo eran, potencial o efectivamente, dado su elevado atraso- o que no pudiesen recuperarse de una crisis en términos absolutos. Estas tendencias económicas, que socavan la acumulación de capital, se combinaron con la tendencia a la falta de rentabilidad interna para la clase burocrática de la propia forma de acumulación. Al mismo tiempo, todo esto significó el estancamiento, si no la degradación, del progreso social, atizando la lucha del proletariado contra el totalitarismo policiaco. Así, se impuso finalmente un cambio en el modelo de acumulación que, siguiendo el modelo occidental, adoptó la forma de una liberalización de la economía, y en el que la propia clase burocrática tuvo un papel protagónico y lucrativo allí donde pudo.

 

  Con el colapso del capitalismo de Estado en sus diversas formas, en esos países se produce en general una involución histórica por la presión de los capitales extranjeros más potentes e invasivos, involución tanto más fuerte dependiendo de la debilidad económica de los países concretos. Esto también es ya parte de la historia conocida.

 

  Pero volvamos a la cuestión del desarrollo nacional.

 

  En la actualidad, el problema consiste en que las condiciones necesarias para formar y desarrollar una nación propiamente dicha, o si se prefiere, una nación burguesa, han dejado de existir. Igualmente, el desarrollo libre de las naciones subdesarrolladas. Sólo es posible la subdivisión política de naciones ya existentes, debido conflictos entre las grandes fracciones capitalistas que las integran. Tanto la formación de nuevas naciones a partir de comunidades de cultura y carácter hasta ahora desestructuradas, como el desarrollo libre de las naciones subdesarrolladas, sólo serán posibles mediante una revolución proletaria y el desarrollo de una economía comunista internacional. Entonces, con la dirección y organización consciente del desarrollo de las fuerzas productivas, será posible proporcionar una base económica propia a las comunidades de cultura que así lo quieran y que éstas puedan, así, desarrollarse libremente.

 

  Pero esta futura fase de desarrollo histórico de las naciones ya no será propiamente una fase de ascenso, sino de disolución, en la que las naciones pasarán a convertirse en singularidades interactuantes e intercomunidadas de una única comunidad humana mundial.

 

 

4

 

  Esta perspectiva acerca del desarrollo futuro de las naciones ya fue esbozada hace más de un siglo por Marx y Engels y plasmada en el programa de la Liga Comunista.

 

  En el esbozo de la "Confesión de fé comunista" (1847), que constituirá el primer borrador del que luego será el Manifiesto, elaborado por Engels y otros miembros de la Liga, se postula:

 

  "Cuestión 21: ¿Continuarán existiendo las nacionalidades bajo el comunismo?

 

   Respuesta: Las nacionalidades de los pueblos que se agrupen juntas de acuerdo con el principio de la comunidad serán justamente tan compelidas por esta unión a mezclarse entre sí y, de este modo a suprimirse, como las diversas diferencias entre los estados [de la sociedad civil] y las clases desaparecerán a través de la supresión de su base, la propiedad privada."

 

  La Liga Comunista se definía como una "liga antinacionalista que está abierta a todos los pueblos" (Círcular del I Congreso, 1847). No obstante, no se trataba del antinacionalismo burgués, que opone la unidad y los intereses imperiales de las naciones dominantes a las aspiraciones de las distintas clases de las naciones oprimidas, y que en su versión "radical" viene a considerar éstas últimas como esencialmente capitalistas mientras ve en las unidades imperialistas una antesala para el comunismo.

 

  El desarrollo de las posiciones de Marx y Engels sobre la nacionalidad desde La Ideología Alemana hasta el Manifiesto del Partido Comunista va en el sentido de reconocer la apropiación proletaria de la nacionalidad. En la Ideología (1846) y unos años antes, se concluye que el desarrollo de la economía mundial ha disuelto ya virtualmente las nacionalidades, y que, al producir al proletariado como clase mundial, que en su ser social encarna la negación de la propiedad privada, produce también en el ser del proletariado la negación de toda nacionalidad. Formulando esto con mayor claridad, en la Confesión de Fé Comunista se afirma que las nacionalidades se suprimen en el mismo sentido en que se suprime la separación de los individuos en estratos y clases sociales. Igual que esto no significa la supresión de los individuos como individuos políticos, ni como individuos que producen y regulan su vida material, sino solamente la eliminación de una forma restrictiva y opresiva, así tampoco la supresión de la nacionalidad podía significar otra cosa que la supresión de la forma limitada y alienada que posee la singularidad colectiva de la vida humana en cada comunidad nacional en el marco de la sociedad burguesa.

 

  En el Manifiesto, al procurarse un documento más claro desde un punto de vista práctico, aparecerá un enfoque en apariencia muy diferente, pero que en realidad describe la transición histórica práctica entre el carácter nacional de la sociedad burguesa y su superación en el comunismo. En lugar de incidir en el aspecto meramente negativo del problema, el Manifiesto incide en el positivo, en la reapropiación de la vida nacional por el proletariado, su "autoconstitución en nación". Y lo mismo que se afirma el carácter necesariamente internacional del movimiento proletario y de su emancipación, se da a entender que la lucha revolucionaria debe, en primer lugar, adaptarse a las condiciones históricas de cada país y adoptar una forma nacional.

 

  La relación entre el desarrollo de la lucha nacional y de la lucha internacional, desde el punto de vista comunista, debe reconocer, como se detalla más ampliamente nos Principios del Comunismo de Engels (1847), la interdependencia objetiva y la necesidad de una simultaneidad entre los distintos movimientos nacionales. La revolución en un solo país es imposible. Por tanto, solamente una organización que sea, ya en esencia, internacional, puede ser consecuentemente revolucionaria.

 

  Por eso, cuando los objetivos específicamente nacionales de l@s trabajadore/as de un país entran en oposición con los objetivos generales del conjunto del proletariado, los primeros deben quedar en segundo plano4:

 

  "Tenemos que colaborar en la liberación del proletariado occidental y debemos subordinar a este objetivo todos los restantes y, por muy interesantes que sean los Estados balcánicos y demás, cada vez que su esfuerzo de liberación entre en conflicto con el interés del proletariado: ¡que otros se ocupen de ellos! También los alsacianos están oprimidos... pero, si en la víspera de una posible revolución liberadora, provocan una guerra entre Francia y Alemania, excitan nuevamente el odio entre ambos pueblos, retrasan de ese modo la hora de la Revolución, yo diría: ¡Alto! ¡Tened la misma paciencia que el proletariado europeo! En cuanto éste se libere, vosotros seréis igualmente libres. ¡Hasta ese momento no toleraremos que estorbéis los progresos del proletariado en lucha!". (Engels, Carta a Berstein, 1882)

 

  La cuestión no es si se defienden o no los intereses específicamente nacionales del proletariado de cada país. La cuestión es que la lucha del proletariado es una lucha internacional, que las distintas luchas nacionales no son, en realidad, luchas separadas entre sí, sino luchas interrelacionadas. Que esta interrelación sea consciente o inconsciente, es algo que no incumbe aquí. Por tanto, igual que, en general, en una situación ideal, toda lucha proletaria debería esperar a que se den las condiciones básicas necesarias para su desarrollo, y a que exista la posibilidad objetiva para su triunfo, las luchas nacionales deben esperar su momento, considerando tanto las condiciones nacionales que son su ponto de partida inmediato, como las condiciones internacionales en conjunto5. El fundamento de esto es, como intentamos aclarar antes, que el proletariado no puede obtener la verdadera libertad nacional dentro del capitalismo, que cualquier "libertad nacional" dentro del marco burgués no es para él más que una reforma del capitalismo, una concesión dentro de la desposesión. Ello, por supuesto, no puede reconocerlo la llamada "izquierda patriótica", porque para ella la lucha nacional es siempre, por principio, una lucha independiente de las condiciones internacionales. Su ponto de vista es el de la pequeña burguesía, no el del proletariado, y en la medida en que agrupan al proletariado, lo agrupan bajo una forma de conciencia alienada y con una praxis no revolucionaria.

 

5

 

  La teoría de los "pueblos ahistóricos" supone, naturalmente, algo difícilmente asumible para los falsificadores del pensamiento marxiano, que por eso atribuyen esta teoría en exclusiva a Engels. Como hemos visto, aparte de la expresión "pueblos ahistóricos", esta teoría no es más que una aplicación general del materialismo histórico, y como tal debe actualizarse en función de los cambios en las condiciones históricas y desde la perspectiva de la emancipación del proletariado.

 

  En la época de Engels, esta teoría explicaba que, en ausencia de condiciones para un desarrollo independiente viable, la independización de los "pueblos ahistóricos" los convertiría en un núcleo reaccionario y sería contraproducente para el desarrollo histórico del capitalismo, que crearía las condiciones para la emancipación proletaria. Sería perjudicial para los intereses del proletariado, tanto dentro del capitalismo como para la lucha por la revolución social. Por eso, en esta situación, los intereses del proletariado coincidían con los de la burguesía dominante en ciertos Estados en su oposición a la independización nacional de ciertos pueblos, o, más exactamente, a los movimientos separatistas que tenían un contenido históricamente reaccionario.

 

  En la época actual, en la medida en que el propio capitalismo deja, él mismo, de ser un sistema viable; en la medida en que deja de posibilitar el desarrollo independiente de las naciones en general, formando una clase capitalista multinacional cuyo único vínculo nacional es la utilización del poder de los Estados nacionales en los que tiene más influencia para impulsar su expansión mundial y defenderla con la fuerza; en la medida en que se crean instituciones económicas, políticas y militares mundiales que configuran prácticamente un Estado mundial; en esta medida el punto de vista acerca de los "pueblos ahistóricos", las naciones sin Estado, las naciones subdesarrolladas, tiene que situarse en la óptica de la lucha por la revolución comunista mundial y, por tanto, de la autoconstitución del proletariado en nación en cada país.

 

  Las comunidades precapitalistas que aspiran a su reconocimiento político y desarrollo económico, como las comunidades indígenas en América Latina; las naciones o nacionalidades sin Estado en los Estados europeos; las naciones subdesarrolladas de todos los continentes. Para todos estos casos el criterio fundamental sigue siendo que demuestren, por medio de la lucha contra la permanencia de su situación, su propia viabilidad histórica. Pero esta viabilidad no puede ya medirse según los parámetros capitalistas, sino según los parámetros comunistas. De este modo, si por un lado el comunismo permitirá la constitución libre de todas las comunidades nacionales, sobre la condición de su interrelación, cooperación y solidaridad comunistas a escala mundial, por el otro exige que, para ser progresivos, los movimientos en pro del reconocimiento y libertad nacionales tengan una orientación decididamente social, uniendo a la perspectiva de la libertad nacional la de la transformación social revolucionaria.

 

  Por tanto, situándonos en el momento presente, el objetivo de la independencia o la libre autodeterminación nacional dentro del capitalismo no pueden, dadas las condiciones, ser en ningún caso apoyados por el proletariado como un principio general, sino solamente en casos concretos y desde la perspectiva de la revolución mundial. No obstante, la importancia táctica de esta cuestión es mucho mayor hoy que en el pasado, pues afecta directamente a la fase histórica en la que el movimiento proletario deberá madurar y desarrollarse en dirección a la transformación revolucionaria de la sociedad. En cualquier caso, aparte del respaldo o no a las luchas de liberación nacional según su contenido social, nuestra formulación no significa una política de oposición a la autodeterminación nacional como tal, incluso dentro del capitalismo, sino una oposición a las políticas nacionalistas que conducen a su falsificación para proletariado, reclamando al pueblo abstracto, a la sociedad civil nacional, como sujeto político del llamado derecho de autodeterminación, y mistificando las condiciones de la autodeterminación del proletariado como nación utilizando la ideología democrática burguesa.

 

  Evidentemente, dado que estamos hablando de contenido social progresivo de los movimientos de liberación nacional, hemos que hablar de lo que se entiende por comunismo, de la comprensión acerca de la autoliberación del proletariado. Sin una comprensión clara de esto, según criterios histórico-materialistas, no de un modo idealista, no es posible determinar qué movimientos son realmente progresivos y cuales no, y, aún más, si lo son las prácticas sociales que estos movimientos desarrollan a escala masiva (pues existe la posibilidad cierta de que, en determinada fase de su desarrollo, una aspiración comunista pueda convivir mezclada aún con prácticas reformistas).

 

  Si realmente se asocian independencia nacional y revolución social proletaria, entonces l@s comunistas podremos apoyar esos movimientos nacionales a pesar de sus incoherencias. Pero esto implica que estos movimientos no se dirijan contra el desarrollo del proletariado en el sentido de su autonomía de clase. Esto exige que sean verdaderos movimientos espontáneos y no engendros resultantes de las manipulaciones del "nacional-bolchevismo" o de la influencia del nacionalismo burgués -en resumen: que no sean movimientos de liberación nacional de carácter capitalista-.

 

  En consecuencia de este análisis, nosotr@s no nos oponemos a ninguna forma de nacionalismo por principio, sino que nos oponemos a:

 

        1) su carácter ideológico y rasgos sectarios o nacionales-exclusivistas;

 

        2) su contenido teórico, organizativo y práctico no proletario, sino inspirado por otra visión e intereses de clase o estratos de clase;

 

        3) la separación entre liberación nacional y revolución proletaria mundial.

 

  Con el declive del capitalismo, en las naciones oprimidas una parte del proletariado comienza a evolucionar en la perspectiva de la unidad entre la revolución proletaria y la liberación nacional. Este camino implica atravesar todas las formas ideológicas existentes que intentan representar ese objetivo (a veces hipócritamente, a veces subordinando la primera a la segunda, a veces en un intento sincero pero impedido por una forma de conciencia práctica alienada). Es un camino que no puede recorrerse más que sobre la  base de la actividad práctica y de la maduración a través de la correspondiente experiencia práctica. Bajo estas formas ideológicas, que podemos agrupar en el concepto de "socialismo nacional", se agrupan elementos pequeñoburgueses y proletarios, y dentro de estos últimos, elementos atrasados y avanzados. De estos elementos proletarios, los primeros no aspiran sinceramente al fin revolucionario, y en realidad buscan solamente mejorar su situación en el capitalismo, con lo cual el objetivo de la autodeterminación nacional bajo el capitalismo toma precedencia, por una simple cuestión de aparente viabilidad práctica, frente al objetivo revolucionario de clase. Los segundos, en cambio, aspiran realmente a la sociedad sin clases, y sólo se atan a la praxis reformista con la esperanza de que sirva para impulsar la lucha de clases en un sentido revolucionario. En la medida en que el carácter conservador y reformista de las ideologías nacionalistas de extrema izquierda se haga patente para estos elementos avanzados, se verán impulsados a separarse de estas organizaciones y a crear nuevos agrupamientos con base en los principios revolucionarios-comunistas.

 

  En el caso concreto del anarquismo, tradicionalmente "apátrida", en realidad imbuido más o menos inconscientemente del nacionalismo de la burguesía nacional dominante, l@s proletari@s influenciados por esta ideología deberían llegar a comprobar la alienación de su política a respecto de sus intereses de clase en su forma nacional, pero esto puede ser algo mucho más difícil debido precisamente a las mistificaciones construidas en torno al indiferentismo nacional. Con todo, la experiencia demuestra que estas mistificaciones no hacen a las agrupaciones anarquistas impermeables al curso de la lucha de clases y a sus expresiones conscienciales.

 

  En cualquier caso, lo que pretendemos aquí es contribuir a la clarificación del problema y preparar el camino para la organización revolucionaria comunista.

 

  

6

 

  En la época de Engels era la lucha por la revolución democrático-burguesa, en la época posterior fue la lucha por la independencia de las colonias, en la época actual la lucha por la supresión del capitalismo. Con estos criterios es cómo se puede diferenciar entre un movimiento nacionalista progresivo o reaccionario en cada época. Y, considerando estas fases como pasos históricos a dar en cada país, puede medirse el progreso y posición histórica política de las naciones subdesarrolladas: establecimiento de la democracia burguesa, lucha por la independencia política, lucha anticapitalista de liberación nacional (hablamos aquí de anticapitalismo considerando que puede tratarse de movimientos pequeñoburgueses radicalizados, no sólo de una lucha proletaria o dirigida por el proletariado).

 

  En el caso de Galiza, el estatuto de autonomía significó, a escala nacional, la lucha por una democracia burguesa propia, pero no se fue más allá de eso, excepto por fuerzas aisladas (independentismo). Pero la segunda fase teórica, de lucha por la independencia política, carece en las condiciones históricas presentes de viabilidad, y tiene que fusionarse con la fase siguiente, cuyo contenido social es más avanzado. Esto explica las dificultades del proletariado gallego para capacitarse para afrontar la situación, pues se le exige una doble maduración política: la correspondiente a la conciencia nacional, y la correspondiente a la conciencia revolucionaria.

 

  Por todas estas razones, el pueblo gallego es, debido a su posición histórica (bajo desarrollo capitalista y bajo nivel de desarrollo proletario), en la actualidad un pueblo mayoritariamente reaccionario. No porque la mayoría de su población no esté interesada objetivamente en una transformación social. Esta realidad solamente cambiará -y puede y debe cambiar- cuando se forme un movimiento significativo en este sentido: un movimiento revolucionario proletario, consciente de sus especificidades nacionales y, al mismo tiempo, decididamente internacionalista. Mientras tanto, la propia existencia del independentismo de izquierda es, como producto histórico de la lucha de clases, una experiencia abortada en el camino del proletariado hacia este objetivo. Por su contenido y acción limitados, este independentismo solamente puede evolucionar, una vez escindido del dinamismo social del que nació, en el sentido de la integración capitalista o en el sentido de su autodisolución. El avance del independentismo bajo las formas sindicales y partidarias, mediante la inserción en las prácticas parlamentarias y reformistas, es el avance hacia su muerte como fuerza semirevolucionaria. En cambio, la orientación hacia la lucha de clases radical, hacia la construcción de un nuevo movimiento proletario, autónomo y revolucionario, es su única posibilidad de realización, pero implica superar el nacionalismo burgués y el bolchevismo.

 

  Mientras el independentismo no avance en este sentido, su papel en la lucha de clases será contrarrevolucionario. De hecho, toda su política viene a construir y fortalecer una nueva burocracia sindical y partidaria, a atacar el sentido de independencia de clase del proletariado, a construir nuevas ilusiones y preparar nuevas derrotas para l@s proletari@s, pero que servirán, en tanto, para conducir a una minoría dirigente hasta el poder político capitalista.

 

  La oposición existente entre el comunismo proletario y el independentismo actual puede mirarse a la luz del ejemplo siguiente. En su artículo contra el pan-eslavismo, Engels contrapone al caso de los eslavos el ejemplo de los polacos: "Oprimidos, esclavizados, saqueados, siempre han estado del lado de la revolución y proclamaron que la revolucionarización de Polonia es inseparable de la independencia de Polonia".

 

  Mientras tanto: "Entre todos los pan-eslavistas, la nacionalidad, es decir, la imaginaria nacionalidad eslava común, tiene preferencia sobre la revolución. Los pan-eslavistas quieren unirse a la revolución con la condición de que se les permita constituirse todos los eslavos sin excepción, independientemente de las necesidades materiales, en Estados eslavos. (...) Pero la revolución no permite que le sean impuestas condiciones ningunas. O uno es un revolucionario y acepta las consecuencias de la revolución, cuales quiera que sean, o es conducido a los brazos de la contrarrevolución y un día se encuentra, quizás sin saberlo o desearlo, de brazo dado con Nicolás y Windischgrätz." (ibid.)

 

  Los objetivos específicamente nacionales no pueden ponerse por delante del avance mundial de la revolución proletaria. Esto, por fuerza, tiene que llevar al interclasismo y a la colaboración de clases, y, en el peor de los casos, a un papel abiertamente contrarrevolucionario cuando surja una situación revolucionaria. No casualmente estas actitudes nacionalistas-burguesas están siempre latentes en el reformismo. El reformismo es siempre nacionalista o internacionalista en un sentido burgués: oportunista, egoísta, estrechamente nacional e imperialista.

 

  Con todo, el internacionalismo proletario no excluye una forma no ideológica de nacionalismo que exprese la aspiración del proletariado a constituirse en nación y que, por consiguiente, se una y contribuya a la lucha por la revolución internacional, considerando ésta última como condición de la segunda, en lugar de hacerlo a la inversa. Expresado sintéticamente: no la independencia como condición y medio para el comunismo, sino el comunismo como condición y medio para la independencia.

 

  Como ya decía Engels:

 

  "Yo sostengo, por tanto, la visión de que dos naciones en Europa tienen no sólo el derecho, sino aun el deber, de ser nacionalistas antes de llegar a ser internacionalistas: los irlandeses y los polacos. Son los más internacionalistas en cuanto son genuinamente nacionalistas. Los polacos entendieron esto durante todas las crisis y lo han probado en todos los campos de batalla de la revolución. Privémosles de la perspectiva de restaurar Polonia o convenzámosles de que la nueva Polonia rápido caerá por sí misma en su regazo, y allá se irá todo su interés en la revolución europea." (Engels, Carta a Kautsky, 1882)

 

 

 

III. La situación actual.

  

1

 

  La defensa de la autoconstitución del proletariado en nación tiene que orientarse según criterios internacionalistas. No puede convertirse en un mero sustituto ideológico de la reivindicación burguesa del derecho de autodeterminación nacional.

 

  En la época de Engels, con las distintas nacionalidades todavía convulsas por el desarrollo ascendente del capitalismo, la política revolucionaria tenía que tomar posiciones acerca del proceso de unificación y separación de las distintas nacionalidades para conformar nuevos Estados. Ante esto, se defendió la formación de Estados amplios, basados en las naciones más desarrolladas, en lugar de Estados pequeños. Ello implicaba defender, en efecto, lo que hoy llamaríamos Estados plurinacionales.

 

  Una vez las naciones-Estado estaban básicamente consolidadas, la cuestión principal pasó a ser el problema de la autonomía de las distintas nacionalidades dentro de esos Estados plurinacionales, por un lado, y el problema de las colonias, por el otro.

 

  Con el declive abierto del capitalismo, sin embargo, se produce una desintegración social de esas comunidades plurinacionales y un agravamiento del subdesarrollo colonial, como consecuencia de la intensificación de la competencia y de la lucha por incrementar la acumulación de capital, que tiende a ralentizarse. Esto da lugar a un avivamiento de las tensiones inter-nacionales dentro de esos Estados plurinacionales, y entre los Estados imperialistas y los Estados coloniales, dando lugar a la formación de movimientos nacionalistas de izquierda -ni mucho menos necesariamente revolucionarios- así como al fortalecimiento de los nacionalismos burgueses sometidos.

 

  Estos conflictos se acentúan tanto más cuanto menor sea el grado de integración y de igualación económica existente entre las nacionalidades que integran el Estado o entre los países. Se acentúa así el radicalismo del nacionalismo previamente existente y/o surgen nuevos nacionalismos emergentes. Se trata, sin embargo, de una tendencia que deriva espontáneamente del declive del capitalismo: de un subproducto de la decadencia capitalista. No son movimientos conscientes y que se muevan inspirados por las posibilidades futuras que laten en el presente, sino movimientos que miran hacia el pasado y que buscan preservarlo y enaltecerlo en el futuro. L@s proletari@s, por su parte, mientras que permanecen siendo individuos de la sociedad burguesa, actuando como propietarios privados de su fuerza de trabajo y medios de subsistencia, no son ajenos a este fenómeno.

 

  Si l@s proletari@s tienden, cuando actúan así, como individuos alienados, a ver espontáneamente en el capital nacional su fuente de supervivencia, a identificarse con la comunidad de cultura y carácter nacional antes que con sus intereses como clase; igual que sucede esto, ocurre también que, ante el declive de esa fuente de supervivencia, tienden a reaccionar con un movimiento defensivo en nombre de esa comunidad nacional, dejando a un lado sus intereses de clase.

 

  Partiendo de este estado de la sociedad, la política revolucionaria tiene que enfocarse principalmente hacia el problema esencial: que la libertad y el pleno desarrollo de la vida nacional del proletariado es imposible en el capitalismo, y que esto no es cierto solamente para el proletariado de las naciones oprimidas, sino también para el proletariado de las naciones opresoras. Éste es el único modo de reenfocar las aspiraciones nacionales, llevándolas del terreno de la defensa alienada del capitalismo "nacional" al de la lucha autónoma como clase revolucionaria mundial. Entonces, se vuelve imprescindible precisar cuál forma política asumirá la liberación nacional en un régimen comunista auténtico.

 

  Las formas transitorias que adopte la liberación nacional, desde la unificación más estrecha de las distintas nacionalidades en una unidad política común, hasta la plena separación, es una cuestión subordinada al avance del comunismo, que es la condición de su verdadera efectivación. Con todo, el primer criterio señalado, acerca de preferir la unidad a la separación, es algo universalmente válido, aunque sujeto a las condiciones de la lucha de clases internacional. Pero este criterio presupone que se trate de una unidad libre, no forzada, pues en ese último caso engendraría resultados contraproducentes tanto para la comunidad nacional perjudicada como para la unidad y avance del movimiento internacional.

 

  En cualquier caso, la separación política, la independencia política en el sentido burgués, no puede ser más que una fórmula transitoria. Por sí misma significaría siempre un retroceso (inevitable o evitable), sería el indicativo de una parálisis de la revolución. Porque lo único que el proletariado necesita incondicionalmente es una independencia constituyente a todos los niveles de la organización de la vida social, para conformar sin interferencias todas las relaciones sociales internas y todas las relaciones con las otras nacionalidades. Evidentemente, esto sólo será posible destruyendo toda la ideología burguesa nacional, especialmente la de la fracción dominante de la burguesía (en nuestro caso, la de la burguesía española), tanto dentro de la nación dominada como en la nación dominante. Considerando nuestro caso, esta posición es absolutamente incompatible con defender y reconocer el carácter uninacional del Estado español.

 

  Para concretar más, desde el punto de vista de las diferentes etapas constituyentes, podemos establecer como esquema ideal de formas políticas: 1º) la independencia plena (autodeterminación), que implicaría un período de reorganización total de la vida social nacional y de las relaciones internacionales; 2º) el paso a una confederación, en la medida en que avance ese proceso de reconstitución integral, y finalmente, 3º) una federación. En cualquier caso, el paso por diferentes formas políticas no anula el principio permanente de la independencia constituyente de cada comunidad nacional. Y, en el caso gallego, este esquema no presupone en absoluto que este enfoque se encuadre en el marco limitado del Estado español. Hoy es evidente que el marco inmediato a considerar no es éste, sino el directamente europeo, y que en este proceso político una hipotética confederación o federación peninsular solamente debería verse como una mediación a corto plazo.

 

  A la luz de este análisis podemos juzgar las distintas posiciones acerca del conflicto entre las distintas comunidades nacionales bajo el Estado español.  La defensa de la unidad del Estado español, incluso defendiendo el derecho de autodeterminación, es una concesión al nacionalismo burgués dominante. Igual que no asumimos el programa de las burguesías "periféricas", tampoco asumimos el del nacionalismo español. Defendemos, pues, la disolución de la unidad política definida por el Estado español y, tanto por motivos económicos como culturales, defendemos la conformación de una unión libre y solidaria de todos los pueblos peninsulares (lo cual implicaría, también, la disolución del Estado portugués como unidad política separada).

 

  Este objetivo de la disolución del Estado español tiene que unirse, por supuesto, al objetivo de su destrucción en cuanto Estado burgués, trasladándose el problema a la forma plurinacional que asuma el poder proletario en una situación de revolución abierta. Esto, por otra parte, facilita enormemente la resolución del problema, pues la constitución de ese poder tendrá que ir de abajo a arriba. De todos modos, eso no descarta que resurjan los conflictos nacionales mientras las condiciones materiales para ellos subsistan. De ahí la necesidad de formular claramente los principios políticos de la unidad internacional.

 

  Por otra parte, tampoco consideramos que el movimiento independentista gallego actual pueda llegar a concordar con nosotr@s. Su filiación con la ideología nacionalista burguesa le impide ver claramente la necesidad del internacionalismo y poner por delante los intereses de la revolución mundial frente a los exclusivamente nacionales. Si bien puede llegar a considerar la revolución como un proceso necesariamente mundial, no ve este carácter mundial más que como una combinación abstracta de procesos nacionales separados, como si estos procesos no fuesen estrechamente interdependientes e interactuantes. La experiencia del bolchevismo ruso fue muy ilustrativa al respecto. En lugar de orientar sus esfuerzos a la revolución mundial, a riesgo del desmoronamiento en Rusia, prefirieron intentar mantener el régimen bolchevique ruso en el aislamiento, permitiendo la reestabilización de los grandes poderes imperialistas; con eso, firmaron el fin de cualquier avance hacia el comunismo en Rusia y, con la destrucción del movimiento revolucionario en los países europeos, la política mundial bolchevique adquirió un carácter puramente oportunista e imperialista.

 

  O sea, no se trata solamente del futuro de la revolución proletaria en una nación. SE trata de que cualquier posición nacionalista burguesa puede crear las condiciones para su propia derrota nacional, y, al mismo tiempo, desviar los esfuerzos revolucionarios del proletariado internacional. Tampoco la crítica y superación del independentismo burgués es, por tanto, un problema exclusivamente nacional.

 

 

2

 

  La separación entre independencia y comunismo tenía sentido, históricamente, en la expectativa de un desarrollo autocentrado de la acumulación capitalista, utilizando un nuevo Estado nacional para este fin. Pero esta posibilidad de desarrollo, que aún podría parecer viable hasta la década de los 70, fue después negada tajantemente por el devenir del capitalismo mundial. La lucha por la independencia nacional no solo tendrá que librarse, entonces, en contra de la propia burguesía nacional -como de hecho admiten los independentistas gallegos (aunque un sector se empeñe en negar el carácter gallego de esta burguesía utilizando criterios culturalistas, y aunque en general tod@s mistifiquen esta lucha de clases presentándola como una lucha de "Galiza" contra "España"). Una auténtica independencia nacional no podrá realizarse más que sobre bases comunistas internacionales y, por tanto, solamente puede constituir un objetivo histórico real para la revolución proletaria. Contra esta perspectiva están todos los sectores pequeñoburgueses y reformistas, cuya práctica política se opone a la centralidad del conflicto de clases sobre el conflicto entre naciones y, por tanto, a todos los puntos fundamentales que hemos definido hasta ahora. En realidad, en cuanto adoptan una ideología o programa político calificable de "socialista", no son más que socialistas reaccionarios.

 

  Lo que define el socialismo reaccionario es que, como afirma el Manifiesto Comunista, su punto de vista representa los intereses de la pequeña burguesía, cuyos elementos "ven aproximarse el momento en que desaparecerán por completo como fracción independiente de la sociedad moderna". Cuando "defienden la causa del proletariado contra la burguesía" lo hacen desde la perspectiva de los intereses "del pequeño burgués y del pequeño campesino". Aunque su crítica del capitalismo pueda confluir con la del proletariado, su práctica mira hacia el pasado, pretendiendo "encajar por la fuerza los medios modernos de producción y de cambio en el marco de las antiguas relaciones".

 

  Con esto último, el Manifiesto se refería al artesanado feudal de mediados del siglo XIX, sobrepasado cada vez más por el desarrollo de la industria capitalista a gran escala. Hoy hacemos referencia a las formas de capitalismo de Estado nacional, igualmente sobrepasado por el crecimiento mundial de la acumulación de capital, así como por el desarrollo de la contradicción entre las fuerzas productivas y las relaciones de producción capitalistas, que en todos los países convirtió en no rentables en sentido capitalista todas las políticas de capitalismo estatal6. Si el "capitalismo nacional" es utópico en general, el capitalismo de Estado, por abierto que sea internacionalmente (conformando un bloque de países, por ejemplo), no puede tampoco resolver la contradicción de modo ninguno. Se verá obligado, como la burguesía, a intensificar cada vez más la explotación del proletariado para mantener el crecimiento de la acumulación (se mida este crecimiento en términos de toneladas de producción u otra medida "física" o estadística, o abiertamente en términos de valor). La única diferencia será que, en lugar de por burgueses individuales, el proletariado será explotado por una burocracia estatal.

 

  Por otra parte, la no superación del leninismo indica a las claras que el independentismo gallego actual, si tuviese el poder, reproducirá de nuevo el viejo modelo de capitalismo de Estado, a pesar de todas sus veleidades democráticas sobre la participación popular. Solamente hay que considerar su organización y praxis política actual para entender que, como mucho, se trata de sinceras declaraciones de intenciones, desconectadas de su praxis política real. Su concepción del socialismo/comunismo es reaccionaria porque se opone al progreso del proletariado y utópica porque sus objetivos son completamente irrealizables partiendo de sus premisas.

 

 

3

 

  En las condiciones actuales, los movimientos democráticos de liberación nacional son movimientos reaccionarios. Dividen al proletariado por nacionalidades, involucrándole en frentes interclasistas, confundiéndole con demagogia populista, desviándole de la lucha por sus propios objetivos de clase, reforzando sus ilusiones en los métodos reformistas. Por otro lado, incapaces de hacer frente al capitalismo mundial, mas empeñados en una lucha a escala nacional, estos movimientos solamente pueden conducir a reformas insustanciales y a derrotas cada vez más graves, cuando no a su propia autodestrucción y al hundimiento de quienes los sigan. Reconociendo el poder del capitalismo mundial, tienden actualmente a buscar formas de cooperación y acción unitaria internacional, pero que, por su contenido y por su fuerza real, no pueden pasar de ser ataques superficiales. Se trata de una coalición que puede coincidir en presionar sobre la política imperialista, pero no atacar el capitalismo como tal. Éste es el trasfondo de la participación de estos movimientos y organizaciones en las plataformas "anti-globalización", en las que podemos incluir el independentismo gallego como parte de su extrema izquierda.

 

  Los movimientos y luchas de liberación nacional solamente pueden cumplir en la actualidad un papel progresivo considerando sus repercusiones sobre la lucha de clases nacional e internacional, no por sí mismos. Éste es el criterio decisivo: el punto de vista de la lucha de clases.

 

  Cuando hablamos de las repercusiones en el plano de las relaciones internacionales, contribuyendo a resituar el conflicto de clases como el central en detrimento del conflicto entre las naciones, esto exige un análisis muy cuidadoso de cada caso concreto. Si bien la derrota de un imperialismo nacional puede intensificar la lucha de clases en ese país, también puede, si esa lucha no prospera para el proletariado, convertirse en su contrario, y tornarse en un reforzamiento del nacionalismo burgués (el caso alemán entre el primer asalto revolucionario de 1918 y la victoria del partido nazi en 1933). También puede suceder lo contrario, o que, en el caso de un país colonial, la independencia política revierta bien en el fortalecimiento de las posiciones de la burguesía nacional o bien en el avance del proletariado.

 

  Por eso no es posible para l@s revolucionari@s proletari@s tomar una posición fija sobre los movimientos nacionales y es preciso considerar siempre la situación concreta en todos los aspectos. Cualquier apoyo táctico a un movimiento independentista depende de sus repercusiones en la lucha de clases nacional de los países afectados.

 

  En el caso gallego, solamente podríamos considerar el apoyo a una lucha por la independencia política que no cuestionase realmente el capitalismo -o sea, encuadrada en las formas burguesas de la lucha política, aunque cuestione su marco territorial nacional-, en la medida en que ésta pudiese funcionar como un factor de fortalecimiento del movimiento proletario gallego y de debilitamiento de la dominación de la burguesía imperialista en el Estado español. Para que esto sea así es necesario que exista, como condición previa, un verdadero movimiento proletario, consciente e independiente, tanto en Galiza como en los centros capitalistas del Estado español. De lo contrario, derivaría en el debilitamiento relativo del proletariado gallego (enfrentado ahora él solo a un Estado propio o cuando menos a unas fuerzas políticas burguesas incrementadas) y en el fortalecimiento del nacionalismo burgués español, lo que podría derivar en un conflicto bélico.

 

  Es considerando esta complejidad y las enormes repercusiones históricas, que se debe entender por qué l@s auténticos comunistas no podemos defender principios nacionales diferentes de los principios de clase, que hemos que limitarnos a dar a estos últimos una forma nacional, tenemos que mantener siempre la defensa de los intereses del proletariado independientemente de la nacionalidad. Esto, naturalmente, son incapaces de asimilarlo los independentistas burgueses que se dicen comunistas, precisamente porque su posición es, en el plano general, reformista en lugar de revolucionaria, y en el plano específicamente nacional, burguesa en lugar de proletaria. 

 

 

4

 

  El nacionalismo en la época actual solamente puede tener sentido para el proletariado en la medida en que se enfoque hacia la supresión del capitalismo. Esto es, en la medida en que formule la conquista de la independencia política como forma externa de la revolución comunista, considerando el establecimiento nacional y la extensión internacional del comunismo como la base imprescindible para su efectivación. Esto significa una transformación radical del concepto mismo, del contenido social, de la liberación y de la independencia nacionales.

 

  El independentismo, y parte de la extrema izquierda, se adhiere a lo que podemos llamar la "concepción liberal" del derecho de autodeterminación, proclamándolo como principio incondicional y parte irrenunciable del programa del proletariado. Para nosotr@s no existe un "principio nacional" distinto del de la lucha por la emancipación de l@s proletari@s. En cambio, el único principio de l@s comunistas es la revolución: toda medida, toda práctica que no favorezca la revolución, tiene que ser suprimida y reemplazada. Y dado que la revolución significa una transformación acelerada y de conjunto de las condiciones históricas, la política comunista tiene que estar orientada por unos principios revolucionarios claros y, simultáneamente, tener la máxima flexibilidad en las posiciones tácticas, que tienen que estar en cambio continuo.

 

  Ora bien, no sobra insistir, a lo que l@s comunistas revolucionari@s nos oponemos no es a la autodeterminación nacional en general, sino a la autodeterminación nacional en cuanto autodeterminación de la burguesía e instrumento del capitalismo contra el proletariado. Por esa razón, la política proletaria no se orienta a negar el derecho de autodeterminación o la posibilidad de la independencia política nacional, sino a señalar las implicaciones que, según las condiciones, esto tendrá para el progreso del proletariado. Por esa razón, por ejemplo, oponerse al independentismo como tal es, desde nuestro punto de vista, la expresión de la penetración del nacionalismo dominante en la conciencia de l@s proletari@s, y en particular de aquell@s que se reclaman comunistas. Por eso, siempre señalamos el carácter ideológico y burgués del independentismo existente -así como de la oposición prevaleciente a él-, al tiempo que nos oponemos a tomar una posición de principios diferente de la expresión de los principios generales del comunismo en su aplicación específica a la problemática nacional.

 

  Igualmente, nos oponemos a toda división del proletariado en líneas nacionales, tanto por parte de las estrecheces nacionalistas como por parte del internacionalismo dogmático (tras del cual, a veces, se oculta también la influencia espiritual "expansionista" del nacionalismo burgués de las naciones dominantes). Está claro, no obstante, que un internacionalismo consecuente exige el objetivo de formar una nueva internacional comunista, pero ninguna organización independentista está por esta labor, igual que las organizaciones que se proclaman antinacionalistas hoy y que no reconocen realmente la importancia de la dimensión nacional de la lucha proletaria. Por supuesto, existen diversas "internacionales de partido", pero que no se caracterizan precisamente por constituirse a partir de la libre unión de las distintas nacionalidades. En el mejor de los casos, lo que hay es una libre unión alienada.

 

 

 

IV. Nuestro caso particular en Galiza.

  

1

 

  La visión histórica del nacionalismo burgués está orientada la enaltecer los "valores nacionales", no a una comprensión científica del proceso histórico. Su comprensión económica e histórica no va más allá de la economía política burguesa y de la historiografía burguesa. Cuando pretende apropiarse de la metodología marxista, sólo adquiere de marxista la forma externa.

 

  La "historia" construida desde el prisma del nacionalismo burgués no parte de criterios materialistas históricos, sino que se centra en las grandes personalidades y hechos históricos aislados. De este modo construyen, mediante la abstracción del contexto, una historia a la medida de sus objetivos políticos. Ello solamente puede evitarse partiendo de la visión de totalidad y del estudio materialista del desarrollo social a la luz de las formas que adopta la actividad humana y las relaciones sociales que ésta establece.

 

  Este estudio histórico-materialista indica, en el caso de Galiza, que el desarrollo de la producción mercantil durante el medievo y la modernidad temprana no condujo a la formación de centros económicos de acumulación de capital suficientes para impulsar el desarrollo de una economía autocentrada, lo que sería determinante para formar una burguesía propia y para conformar una nación en el sentido moderno. Esta carencia se mantuvo como una constante hasta el siglo XX, y constituye la base que posibilita la intensificación de las relaciones de dependencia estructural del capital foráneo a medida que el sistema capitalista en general se internacionaliza y que su tendencia histórica al derrumbe se impone con fuerza creciente. Para decirlo claramente: desde un punto de vista histórico-materialista, Galiza no fue nunca una nación "histórica". Las clases dominantes gallegas nunca reclamaron esta condición ni tuvieron la fuerza o la intención de luchar por la independencia nacional. Solamente en el siglo XX, con el desarrollo de una burguesía autóctona débil, comienza a abrirse paso un movimiento nacionalista gallego propiamente dicho. Este movimiento no representaba más que a esa fracción débil de la burguesía y no tenía, por tanto, un carácter independentista. Provincialismo, regionalismo, nacionalismo federalista, son los sucesivos reflejos ideológicos por los que atraviesa la débil burguesía autóctona en su débil crecimiento histórico hasta hoy. 

 

  Sin embargo, esto no resuelve la cuestión: ¿la dependencia colonial excluye la formación de una nación al privarla de su independencia y viabilidad?

 

  Los criterios marxianos a respecto de las condiciones para formar una nación sobre bases capitalistas hay que considerarlos desde la perspectiva de la lucha de clases cuando tratamos de países sometidos al subdesarrollo. Lo que sucede en estos países es que el proceso de formación o construcción de la nación, que toma raíces en la realidad nacional, está confrontado con el proceso de formación de capital, que está determinado internacionalmente. El desarrollo de la comunidad nacional y el desarrollo del capitalismo se encuentran, pues, en antagonismo, lo que marca todo el devenir histórico de estas sociedades nacionales. No se trata aquí, por tanto, de pueblos "ahistóricos", dado que sí puede verificarse que dirigen sus esfuerzos a lograr un desarrollo propio, en la medida de  sus posibilidades. Sin embargo, este esfuerzo lo desempeñan fundamentalmente las clases populares, mientras que la mayor parte de la burguesía se amolda a la dinámica de desarrollo extrovertido impulsada por el capital extranjero. Por eso el conflicto nacional adopta la forma de una lucha de clases triple:

 

          1) entre el proletariado nacional y el capital extranjero,

 

          2) entre el proletariado nacional y el capital autóctono y

 

          3) entre el proletariado nacional y la pequeña burguesía y elementos precapitalistas.

 

  Y de todos estos elementos, los únicos con los que puede mantener una alianza es con la pequeña y mediana burguesía durante la etapa histórica reformista -hoy sobrepasada-, y con los elementos precapitalistas (si quedan) en tanto no se transformen en elementos burgueses (por ejemplo, en el caso de la economía de subsistencia).

 

  Para que esta situación de interdependencia entre el desarrollo de las naciones o capitales opresores y el subdesarrollo de la nación oprimida pueda darse, tiene que existir entre la nación oprimida y la nación opresora una gran diferencia de desarrollo material (económico y, por tanto, también de la industria y poder militares). Esta diferencia puede ser ocasionada por un atraso histórico largamente forjado, pero también puede ser un atraso inducido. En el caso de Galiza parece claro, a la luz de los datos históricos, que una serie de circunstancias -en parte, el "asovallamento" económico-político en el medievo- motivaron un debilitamiento del desarrollo económico desde la fase feudal, socavando la acumulación primitiva y retardando la formación de una base capitalista autóctona. Por estas razones, puede decirse que la posición colonial de Galiza comienza a prefigurarse en la época medieval.

 

  Todo esto explica el tardío emerger de la conciencia nacional en Galiza y que las aspiraciones nacionales tuviesen que dirigirse a la vez contra la burguesía foránea y contra la burguesía autóctona, dependiente. La dificultad consiste en que la revolución burguesa en Galiza no llegó a desarrollarse y, en su lugar, la pretensión del nacionalismo burgués era dotarse de una base popular que le permitiese llegar a una revolución burguesa tardía, una revolución burguesa dirigida contra la propia burguesía, demasiado débil o desarraigada de las condiciones nacionales. Esto es lo que está detrás del nacionalismo gallego moderno, y que se conserva más claramente, y se desarrolla más radicalmente, en su ala independentista.

 

  En conclusión de estos análisis, Galiza no fue ni es aún una nación histórica, una comunidad nacional afirmada y consciente. Esto afecta no sólo al plano económico, sino también a toda la dimensión espiritual de la existencia nacional. Desde esta última óptica, lo más relevante no es la presión de la cultura dominante española sobre la autóctona, sino el propio carácter subalterno y servil interiorizado en la cultura gallega y que tiene su corolario en el autoodio y autodesprecio culturales y en la negativa a reconocer su sustancialidad nacional.

 

  

2

 

  Aunque las características de nacionalidad, o como hoy se estila, el "hecho diferencial", del pueblo gallego existen claramente desde la Edad Media, las clases dominantes en Galiza nunca impulsaron ningún movimiento de independización política. Ni la nobleza feudal, ni la burguesía, tuvieron el poder o el interés para hacerlo. Así, solamente desde mediados del siglo XIX comienza a formarse una tendencia política nacionalista muy débil y moderada, con base en la pequeña y mediana burguesía progresista que, debido a la su propia falta de apoyo en la estructura económica, busca por necesidad el apoyo de las clases populares, especialmente del campesinado, que constituía entonces la mayor parte de la población.

 

  En la historia de la humanidad el desarrollo económico no depende fundamentalmente de la existencia de instituciones políticas, sino las instituciones políticas del desarrollo económico. De  hecho, el poder político formalmente independizado de la sociedad solamente existe como una expresión del crecimiento de las desigualdades sociales que se produce durante la transición entre la sociedad sin clases primitiva y la primera sociedad de clases, momento en el que adquiere la forma de un Estado propiamente dicho, con su burocracia y cuerpos represivos separados de la masa del pueblo.

 

  El proceso de centralización de los Estados feudales bajo las monarquías absolutas, como ocurrió bajo el reinado de los Reyes Católicos en el Estado español, era el reflejo del desarrollo de la producción mercantil y de la acumulación capitalista primitiva, que impulsaban el desarrollo del comercio frente a las restricciones feudales que dividían el mercado. Sin embargo, en el caso español existe la particularidad de que, gracias a las grandes riquezas procedentes de las colonias exteriores, se produjo un gran fortalecimiento económico de la monarquía feudal y de la aristocracia terrateniente, lo que retardó el posterior desarrollo capitalista, desplazándolo de los núcleos castellanos a la periferia vasca y catalana.

 

  Desde el punto de vista del desarrollo económico gallego, dada la posición económicamente subordinada de Galiza después de la consecución del control económico de los feudos gallegos por la monarquía española, el carácter que tomaba el desarrollo económico de la sociedad española tenía que limitar el desarrollo gallego y que retardarlo aún más de lo que lo hacía para la propia sociedad española. Esta relación de colonialismo interno o intraestatal no deja de ser fundamentalmente económica, aunque en el feudalismo economía y política, dominación económica de clase y dominación política "nacional", se presentasen mezcladas, como una y la misma cosa, dado que los señores feudales eran, simultáneamente, los detentadores directos del poder económico y del poder político reales.

 

  Para formular el problema en términos generales, esta correlación entre desarrollo y subdesarrollo impide el desarrollo de la acumulación primitiva en Galiza, inhibe el desarrollo de la producción mercantil y del comercio, impide la centralización política de recursos económicos adecuada a su expansión, mientras que, por otro lado, la presión económica imperialista no deriva en el sentido de impulsar el desarrollo capitalista (deformado) de Galiza hasta tiempos tardíos, como ocurrió también con una buena parte de la nación española, que a principios del siglo XX sigue siendo también aún preeminentemente agraria y con una industria poco extendida y atrasada. Una vez el impulso al desarrollo capitalista autóctono adquiere cierta fuerza en Galiza, tiene que enfrentarse a un desarrollo capitalista y estatal, tanto dentro del Estado español como a nivel internacional, con el que es incapaz de competir, y que políticamente no puede frenar.

 

  Pero es natural que los nacionalistas burgueses no comprendan el problema. La teoría económica burguesa considera los problemas económicos desde la óptica del mercado y de la tecnología, pues los problemas de la acumulación quedan más allá de su territorio de influencia práctica. Como mucho, puede idear mecanismos políticos, como aranceles, restricciones al comercio, etc., o mismo la intervención económica de los gobiernos, para paliar las consecuencias de la acumulación, pero sin que eso pueda alterar su dinámica determinada internacionalmente.

 

  En los programas de las propias organizaciones independentistas se expresa aún la profunda estupidez de considerar Galiza como una nación empobrecida cuando, según ellos, posee riqueza en la forma de abundantes recursos naturales, sectores tradicionales, etc. Esta forma de pensar es completamente ahistórica. No porque no adopte una "perspectiva histórica", sino porque ésta es meramente abstracta. La única perspectiva histórica real para analizar la situación actual de Galiza es la perspectiva del desarrollo histórico de los modos de producción y de la lucha de clases hasta hoy.

 

  La base propia del desarrollo capitalista, junto con sus premisas económicas históricas, no tienen directamente ninguna relación con la riqueza natural, y solamente parcialmente con la existencia de una base económica tradicional.

 

  Las premisas del capitalismo están en el desarrollo de la producción mercantil, de la acumulación usuraria y de la expansión del comercio y la circulación monetaria a lo largo de la Edad Media. Aunque todo este proceso crea los primeros núcleos de acumulación primitiva de capital, posibilitando la transformación de los maestros artesanos feudales en verdaderos capitalistas y la formación de capitalistas a partir de la usura y el comercio -que pasan a emplear colectivamente a trabajadores a cambio de un salario-, éste no es, tampoco, el motor del desarrollo de la producción capitalista. La base propia o específica de la forma capitalista de explotación del trabajo no está constituida por la riqueza natural del país o las artes tradicionales de sus gentes, sino por el desarrollo científico-técnico (la riqueza tecnológica). Pero esta riqueza tecnológica solamente funciona como un elemento activo cuando se transforma en capital, esto es, cuando existe la acumulación de capital necesaria para que esta tecnología se transforme en capital fijo.

 

  Por tanto, es absurdo hablar de la riqueza como algo inherente a una nación o sociedad, a no ser que se tenga la burda concepción de que la riqueza no es una categoría social, que adopta formas distintas según el régimen de producción. Precisamente el hecho de que las únicas riquezas destacables sean las mencionadas por nuestros independentistas, es una señal efectiva de la situación de "empobrecimiento" de Galiza, además de que éste no se limita a lo económico, sino que, como se ve, afecta directamente a la vida política y cultural.

 

  

3

 

  Podemos decir que Galiza, como otras naciones colonizadas, es una nación subdesarrollada, no sólo en el sentido del subdesarrollo social en general, sino también como tal nación, a causa del sometimiento económico, político y cultural histórico. Si la historia de Galiza siguió un curso no independentista es precisamente debido a esto, no, como en el caso vasco o catalán, por una cuestión de conveniencia.

 

  Aquí es preciso resolver una cierta confusión histórica. En su artículo "¿Qué tienen que hacer las clases trabajadoras con Polonia?", de 1866, Engels ya dejaba claro que: "No hay ningún país europeo donde no haya diferentes nacionalidades bajo el mismo gobierno. (...) Es más, ninguna frontera estatal coincide con la frontera natural de la nacionalidad, la de la lengua."

 

  La cuestión de la formación o existencia de una nación no debe confundirse con su dimensión estatal. La idea de que la nación encuentra su realización en un Estado nacional exclusivo es una idea netamente burguesa y ahistórica. Las naciones encuentran su realización política en Estados uninacionales o plurinacionales, lo mismo que un Estado "nacional" puede encontrar su soporte socio-económico en la colonización de otras naciones. Ocurre, entonces, que una nación puede encontrar su forma política en un Estado que no es exclusivo de ella:

 

           1) porque, por si misma, no posee las condiciones necesarias para constituir su propio Estado, que pueden resumirse en la ausencia de una clase burguesa socialmente cohesionada y con posibilidad de generar un desarrollo económico autocentrado;

 

           2) porque la integración en un Estado plurinacional es económica y políticamente ventajosa, frente al esfuerzo económico y el coste del conflicto político-militar de enfrentar-se la un Estado previamente existente;

 

           3) porque durante la acumulación primitiva su actividad mercantil alcanzó ya una expansión muy amplia y posee un interés activo en mantener un Estado "plurinacional" anterior.

 

  El caso de Galiza puede inscribirse en la primera situación hasta el siglo XX, pero durante éste comienza el desarrollo de una burguesía propia, que continúa hasta hoy. La clase burguesa gallega está organizada políticamente y cohesionada tanto económica como ideológicamente, aunque sea débil en comparación con la burguesía dominante en el Estado español y asuma, por consiguiente, su cultura. Entonces, Galiza pasa a situarse en el segundo caso. El tercer caso sería el de Euskadi y Catalunya, y de ahí el carácter netamente burgués de su nacionalismo dominante. Debido al poder de este nacionalismo, se explica también que en estas naciones surgiese una izquierda independentista fuerte y con una amplia base de masas, al tiempo que firmemente anclada en el reformismo.

 

 

4

 

  La distinción política entre naciones y nacionalidades solamente tiene valor desde la perspectiva de defender, o no, su constitución política en Estado burgués separado. Es una distinción inesencial desde el punto de vista del comunismo, porque la revolución comunista significa establecer una nueva base económica organizada de modo consciente, según el conjunto de los intereses de la población, y entre ellos está la comunidad y la proximidad históricas de carácter y de cultura. Implica, pues, una economía mundial que integre en condiciones de igualdad a toda la humanidad.

 

  La distinción entre naciones y nacionalidades se vuelve contrarrevolucionaria en el momento en que la misma existencia de los Estados burgueses nacionales se ha convertido, junto con el capitalismo, en un elemento regresivo para el progreso de la humanidad. El comunismo significa la libertad más plena para todos los individuos y comunidades y, por consiguiente, abole toda distinción política rígida entre los distintos tipos de agrupamiento humano, en particular entre regiones, naciones y nacionalidades.

 

  La "nación sin Estado" es una realidad empírica, no una categoría histórica. Las burguesías vasca y catalana, por ejemplo, tienen su Estado en el Estado español, lo que no tienen es, más precisamente, un poder político propio, una autonomía plena para gestionar sus asuntos económicos según su conveniencia particular. Esto es lo que persiguen actualmente con su lucha por reformar el Estado español. Pero sus objetivos no se limitan a incrementar su poder político en su propio ámbito nacional, sino a un mayor poder político sobre el conjunto del Estado, precisamente porque sus intereses se extienden por todo el mercado "español".

 

  Por supuesto, los proletariados vasco y catalán, como el gallego, no tienen, evidentemente, en el Estado español "su Estado". Pero esto no se debe, fundamentalmente, a que este sea un Estado español, sino a que es un Estado burgués. Esta mistificación del contenido del problema nacional para el proletariado es lo que separa radicalmente al comunismo del separatismo burgués, no importa cuanto éste último pueda reclamar la representación de los intereses de l@s proletari@s. Si no dominase la burguesía, el poder político y el curso del desarrollo social tampoco se organizarían y dirigirían según los criterios capitalistas "nacionales" imperantes, a la vez que el poder político unificado no tendría un carácter opresivo para las distintas naciones. Por tanto, la cuestión fundamental es que el independentismo "de izquierda" parte de una perspectiva capitalista-burguesa, no de una perspectiva comunista-proletaria. Solamente cuando el capitalismo no se considera como el origen de los males de la sociedad puede formularse la independencia política como primer objetivo. Solamente cuando el objetivo no es destruir el capitalismo, sino reformarlo, tiene sentido insistir en la diferenciación nacional y hablar de "capitalismo español" y de "Estado español" para definir al enemigo.

 

   Desde un punto de vista práctico, la diferencia entre comunismo e independentismo está en que mientras el independentismo defiende un frente popular, o sea, interclasista, que agrupe a todos los elementos potencialmente opuestos a la opresión nacional, el comunismo defiende el frente único del proletariado, su independencia de clase, como condición de cualquier alianza posterior. Y, considerando que el capitalismo ya no es un sistema socialmente progresivo, condiciona esta alianza a la lucha por la supresión del capitalismo y solamente apoya tácticamente las luchas de la pequeña burguesía en cuanto éstas se convierten en luchas contra la dominación capitalista como tal, convergiendo con los intereses del proletariado.

 

  El futuro de Galiza depende de la lucha de clases.

 

 

 

V. La trayectoria histórica del movimiento proletario gallego.

  

1

 

  Para el proletariado gallego, el ascenso del movimiento reformista comienza a principios del siglo XX, formando las primeras organizaciones obreras independientes. Estas seguían el modelo de las organizaciones precedentes, de ámbito estatal, y se integraban con ellas, lo cual era propio de esa fase incipiente de desarrollo en un contexto de atraso económico y social en contraste con otras partes del territorio estatal, más avanzadas.

 

  Con la guerra civil y la posterior represión franquista, los débiles agrupamientos de preguerra (UGT-PS, CNT-FAI, POUM) son destruidos o quedan inoperantes. Por entonces, el nacionalismo burgués gallego, representado por el Partido Galeguista, no tenía influencia significativa sobre la clase obrera.

 

 

2

 

  Con el ascenso de la lucha de clases entre fines de los 60 y comienzos de los 70, aparece una tendencia al desarrollo de la conciencia de la clase obrera como clase nacional, aunque se mantiene dependiente del nacionalismo burgués (PSG, UPG). Se elevan también la conciencia y la lucha de clase, en un proceso canalizado principalmente a través del movimiento de las Comisiones Obreras, y que choca rápidamente con la dominación del PCE sobre las mismas. Así, en ese período surgen aceleradamente dos agrupaciones independientes: Galiza Socialista, con base en Vigo y concentrada en Citröen, y Organización Obreira, también mayormente con base en Vigo. En esta época, en el conflicto de clase se va incluyendo la conciencia progresiva de las  desigualdades nacionales en las condiciones de trabajo y de vida, al tiempo que la lucha económica y la lucha política tienden a fusionarse. Frente a las CCOO reducidas al sindicalismo de "reconciliación nacional" por el PCE, estas luchas y esta conciencia impulsan en Galiza el desarrollo de organizaciones nacionales de clase independientes.

 

  

3

 

 En 1975 aparece el Sindicato Obrero Galego, nucleado en la Frente Obrera de la UPG (Unión del Pueblo Galego). Esta última fuera formada con objeto de proporcionar una base de masas, y una influencia sobre el movimiento proletario, a este partido pequeñoburgués, creado por una minoría radical de la intelectualidad. De hecho, dado el desarrollo de la lucha de clases y el gran peso del PCE, la intelectualidad no podía formular ningún proyecto nacionalista radical y llevarlo adelante sin buscar abiertamente la adhesión del proletariado, lo que se tradujo en la asunción de la perspectiva socialista -tal y como se formulaba dentro del molde político estalinista- y en un esfuerzo por dotarse de organizaciones de masas propias.

 

  No obstante, el contexto de ascenso de la lucha de clases y de ascenso de la conciencia como clase nacional provoca que la Frente Obrera de la UPG se convierta en un espacio de reagrupamiento de fuerzas provenientes de los núcleos avanzados de la clase. Como ese ascenso incipiente se expresaba, por un lado en términos sociales generales de un modo reformista, como una búsqueda del reconocimiento, por parte del orden burgués, de la clase obrera como parte a tener en cuenta de la propia sociedad burguesa; y, por otro lado, lo hacía en los términos específicos de un país subdesarrollado y oprimido por un Estado nacional ajeno, este ascenso se expresó en la forma de un movimiento socialreformista con una aspiración a la libertad política nacional que oscilaba entre el autonomismo estatista y la independencia política plena. Pero la influencia de la UPG y del nacionalismo intelectual burgués en general tendrá sus consecuencias limitantes sobre el desarrollo de la conciencia proletaria.

 

  

4

 

  Con el reflujo de la lucha de clases a fines de los 70, se abre un período de crecientes escisiones. El devenir hacia el sindicalismo, después de experiencias más próximas a la autonomía obrera -desde las luchas asamblearias de masas hasta la formación de organizaciones militantes avanzadas como Organización Obreira- es el producto de este contexto de reflujo radicado en la "transición" (un proceso de integración acelerada de las viejas organizaciones obreras en el Estado capitalista, combinado con el maquillamiento democrático-burgués del mismo).

 

  Por esas razones, la formación, primero del SOG, y luego de la Intersindical Nacional Galega, deben verse como el comienzo de un retroceso, aunque, desde un punto de vista formal, sean no obstante auténticas autoafirmaciones del proletariado gallego como clase nacional -si bien, como clase alienada, como clase para el capital-. Aunque necesario para el proletariado gallego, para desarrollar libremente su conciencia de clase en su forma específica y  poder llegar así a una verdadera unidad internacionalista con l@s proletari@s de otras naciones, se trata con todo de un paso históricamente regresivo.

 

  Además, en la dinámica del contexto de reflujo, y en el paralelo crecimiento de la tendencia burocrática, está la causa de que, por un lado, la formación de organizaciones nacionales se envuelva con un espíritu burgués, como afirmación de una nación frente a otras, y que este carácter nacional acabe por tener un sentido restrictivo y aislacionista. Y, por el otro, estas nuevas organizaciones sindicales y partidarias rápidamente se burocratizan y se integran en la acción puramente reformista y parlamentarista. 

 

 

5

 

  Políticamente, en el periodo de fines de los 70 hasta mediados de los 80 se decantan claramente dos tendencias: una puramente reformista, que dará lugar al sindicalismo nacional mayoritario de la CIG (Confederación Intersindical Galega) y al Bloque Nacionalista Galego, y otra que busca la ruptura con la tendencia a la integración capitalista, pero sin cuestionar aún el encuadramiento capitalista, que dará lugar a pequeñas organizaciones sindicales más a la izquierda (la Confederación Xeral de Traballadores Galegos en 1985; y más tarde, separando-se de la CIG, la Confederación Unitaria de Traballadores en 1998) y a pequeños partidos como la FPG (1988) y su escisión, la Asembleia do Povo Unido (1989) -y más recientemente, a la formación de Nós-Unidade Popular-. En el transcurso de este período también se van decantando, dentro de esta última tendencia, una tendencia más aferrada a las concepciones reformistas típicas de los PCs estalinistas, y otra más progresiva -pero solamente en el sentido de que tiende a llevar al extremo la contradicción entre su teoría (bolchevique-independentista), supuestamente revolucionaria, y su práctica completamente reformista-.

 

 

6

 

  Mientras que estas fracciones sindicales y políticas se entretenían en sus choques y escisiones, lo cierto es que poco o nada hicieron para impulsar el desarrollo de la clase obrera en un sentido revolucionario. Por contra, la clase obrera siguió, a nivel de masas, el proceso sordo, alternado con luchas más o menos reducidas en intensidad y extensión, salpicado por alguna lucha amplia y de alcance, que es el auténtico modo en que se lleva a cabo históricamente la maduración espontánea de la conciencia de clase. Esas fracciones, encuadradas aún en la praxis reformista y, por consiguiente, en el orden burgués, no han actuado significativamente como vanguardia real que elevase este proceso de desarrollo espontáneo de la conciencia a un proceso organizado y racional. No podían hacerlo porque sus formas de organización responden a otro papel: el papel de luchar por mejoras dentro del capitalismo, sea a través del parlamentarismo laboral, sea a través del parlamentarismo político.

 

  Esto es lo que explica que las bases de estas tendencias disminuyesen entre el proletariado o se mantuviesen estancadas en lugar de crecer. Por su parte, en la tendencia más radical este creciente aislamiento se tradujo, en lugar de en un giro táctico en favor de elevar la comprensión teórica acerca del alcance de los problemas prácticos y desenvolver una propaganda y agitación revolucionarias inmediatas, en un giro oportunista en una búsqueda para concentrar fuerzas (la famosa "unidad del independentismo") y en una creciente fosilización ideológica.

  

 

7

 

  Como expresión más avanzada de este proceso ideológico-político (que es parte superestructural del proceso de maduración de la conciencia de clase, que transcurre a través de las luchas sociales de masas), se formó más recientemente Nós-Unidade Popular. Esta organización confluye sobre dos tendencias: la del independentismo pequeñoburgués ultrarradical de la tendencia APU, desesperado por años de grupusculización sectaria, y la del dirigentismo marxista-leninista de Primeira Linha, que combina ese radicalismo pequeñoburgués con una perspectiva reformista completamente oportunista. De este modo, adoptando el modelo vasco de plataforma independentista, se trata de una organización en sí misma fundada en un espíritu oportunista y en la desesperación.

 

  Sin embargo, en Nós-UP se condensan dos procesos políticos históricos: por un lado, la crisis y degeneración de la vieja izquierda reformista; por el otro, la tendencia de parte de la clase obrera a buscar vías para elevar su lucha a nivel político. Esto explica que se convirtiese hasta cierto punto en un canal para algunos elementos proletarios ascendentes que, no obstante, no representan a vanguardia real de la clase, hoy mayormente desorganizada7. Pero no vamos a considerar aquí esta contradicción entre la vanguardia de masas y ese sector intermedio que vacila aún entre el reformismo y la revolución, entre el radicalismo verbal y la práctica oportunista. El desarrollo de esta contradicción depende fundamentalmente del avance de la decadencia del capitalismo y de su incidencia en la agudización y generalización del antagonismo de clases.

 

  

8

 

  Retomar hoy, y llevar más allá, la experiencia del asamblearismo de los 70, de la organización militante... o sea, de los elementos incipientes de la autonomía proletaria gallega; desarrollar una concepción y un programa de lucha revolucionarios-proletarios, para unir revolución mundial y liberación nacional; estas son, respectivamente, la tarea práctica y la tarea teórica más inmediatas para l@s comunistas revolucionari@s galleg@s.

 

  Dado el curso histórico, el paso positivo siguiente en el desarrollo de la izquierda independentista será el paso al comunismo de consejos -que este paso se presente como tal abiertamente o no, que se desarrolle conscientemente o no, que se efectúe a través de un lento proceso de rupturas o a través de un salto acelerado, será el aspecto meramente formal-. Pero este paso no se producirá sin que la lucha de clases haga volar por los aires la adhesión a las superestructuras político-ideológicas actuales, formadas por programas, ideologías, dirigentes, que conforman hoy la organización del independentismo gallego. Si nuestro análisis es correcto, de la actual izquierda independentista saldrán nuevos agrupamientos, que servirán como polo de confluencia política para los elementos de vanguardia hasta ahora dispersos.

 

  Mientras tanto este proceso de ruptura y superación no se produzca, veremos crecer sin límites el oportunismo y el reformismo de las organizaciones independentistas, funcionando en última instancia como muros de contención de la lucha de clases dentro del capitalismo. La extrema izquierda es, en general, el último muro que separa al proletariado del derrocamiento del poder burgués. El comunismo de consejos, en el sentido que nosotr@s le damos, no es otra ideología más, no es un sistema cerrado de ideas al que debería amoldarse el movimiento real: es el movimiento proletario elevado a la conciencia revolucionaria total y viva, por oposición al bolchevismo y a todas las formas de recuperación socialdemócratas y pequeñoburguesas.

 

 

 

VI. La significación del actual independentismo gallego para el proletariado.

 

1

 

  Aunque la génesis de la ideología independentista es pequeñoburguesa, no proletaria, su extensión al proletariado es el resultado de dos factores:

 

         1) la composición del proletariado (entre 1977-82, el trabajo asalariado ocupa aún a menos de la mitad de la población activa);

 

         2) el estado incipiente del proceso que, determinado por la forma histórica especial que adopta la contradicción trabajo-capital en una nación sin Estado y en posición económicamente colonial, impulsa al proletariado a elevarse como clase nacional, y que es parte paralela del proceso general de elevación del proletariado como clase revolucionaria;

 

           3) un contexto internacional no propicio a la revolución mundial y, por consiguiente, al desarrollo práctico del internacionalismo proletario.

 

  La debilidad estructural del proletariado y las formas de simbiosis que adopta con formas de trabajo autónomo y precapitalista, sus ligaciones con el ámbito y la cultura rurales anclados en la tierra y en la lengua -elevadas por el nacionalismo burgués gallego, débil, a símbolos de la existencia nacional-, combinados con la debilidad de su conciencia propia y con el contexto internacional señalado, crearon las condiciones para que la maduración de la conciencia de clase del proletariado gallego tenga que pasar (en su aspecto de conciencia de clase nacional, de clase revolucionaria que habrá de derrocar el poder de la burguesía en su propio país y transformar el conjunto de la sociedad nacional) por la forma de la ideología independentista.

 

  Esto significa, por otra parte -y a pesar de que l@s individuos directamente involucrad@s piensen-, que el independentismo proletario no tiene, en el contexto de Galiza, nada que ver desde un punto de vista histórico y práctico con el independentismo vasco o catalán, enraizado en naciones capitalistas avanzadas y que expresa no una forma de conciencia de clase deformada ideológicamente, sino una forma de adhesión del proletariado al nacionalismo burgués y, por consiguiente, la subordinación voluntaria de su emancipación como clase a la "liberación nacional".

  

 

2

 

  En sus comienzos, las organizaciones independentistas y sus precursoras directas no han sido formadas por el proletariado, sino por elementos de la intelectualidad. Matriz del independentismo gallego -se la considere o no independentista en la práctica, es otra cuestión que aquí no es relevante-, la UPG no reconocía en sus principios (1964) al proletariado como sujeto revolucionario. Para ella sólo existía el "pueblo gallego" como sujeto de una "liberación nacional", aunque reivindicase la "socialización" de los medios de producción. En realidad, se trata de la típica fórmula tercermundista, que encubre una posición interclasista: "el pueblo gallego ejercerá el Poder en Galiza". Es una característica de las ideologías políticas burguesas que, en lugar de determinar como su sujeto político a individuos concretos, definidos por sus intereses sociales históricamente determinados, se llenen la boca con generalidades abstractas como "el pueblo", "los individuos", etc.

 

  

3

 

  Las organizaciones e ideologías políticas no definen su carácter de clase y significación histórica por su composición social, sino por los resultados de su práctica. La pregunta, pues, es: ¿de qué sirve el independentismo al proletariado gallego? En lo que lleva de existencia, acumula dos resultados generales:

 

         1º) escindir la lucha de clase general del proletariado, esencialmente internacional, de su lucha nacional específica en las condiciones gallegas (lo mismo que el resto de organizaciones reformistas sin distinción nacional);

 

         2º) imponer, por lo menos allí donde ejerce una influencia política significativa, que ninguna corriente revolucionaria pueda realmente prosperar en Galiza sin asumir el objetivo de la liberación nacional en el sentido de crear una sociedad nacional libre, o por lo menos imponer una cierta clarificación de las posiciones políticas a nivel de la izquierda radical.

 

  Respecto a lo primero, habría que decir que, en realidad, lo que el independentismo formula de modo más o menos consciente, bajo fórmulas más o menos mistificadoras (que pretenden subsumir la lucha de clases en la lucha entre naciones), es el resultado práctico del movimiento obrero reformista.

 

  El reformismo no sólo deja de lado las luchas que amenazan la estabilidad del sistema capitalista; también produce directamente divisiones dentro de la clase obrera entre los distintos países y dentro del propio país, al integrarse progresivamente en el capitalismo y adherirse a las distintas fracciones de la burguesía. Lo que se precisa, pues, es comprender que el independentismo actual es el resultado histórico de la degeneración del movimiento obrero anterior en instrumento del capitalismo, y del fracaso de la clase obrera mundial como sujeto revolucionario debido a su inmadurez histórica.

 

  Igual que la clase obrera solamente puede madurar en lucha contra el capitalismo decadente, engendrando una situación sin salida y un enemigo absolutamente irreconciliable con el que batirse por el futuro de la humanidad, la conciencia nacional de la clase obrera solamente podrá ir más allá del independentismo, esto es, de la forma más radical, más revolucionaria, del nacionalismo burgués, en la medida en que madure en su conciencia revolucionaria general. El independentismo gallego, no por causalidad, está unido a la forma extremista del reformismo, a la extrema izquierda. Esto tiene su base no simplemente en la composición social o en el voluntarismo revolucionario de la intelectualidad radical, sino en la trayectoria histórica práctica que sigue el proceso de maduración del proletariado gallego como sujeto revolucionario. El proletariado solamente puede ser independentista en el sentido presente porque no es capaz de concebir todavía su autoliberación como clase nacional, porque concibe su emancipación en términos capitalistas -o sea, inconscientemente, la sitúa todavía dentro de los límites que le son propios en el capitalismo-.

 

 

4

 

  Lo anterior explica claramente el por qué de la ligación estrecha de independentismo y bolchevismo en Galiza. El bolchevismo-nacional quiere conquistar un poder "democrático-popular" para declarar la independencia política, y como segundo paso, llevar adelante una "socialización" de los medios de producción que suprima la propiedad privada. Para el comunismo, sin embargo, no existe separación entre la formación de órganos de poder proletario y su ejercimiento de la dominación política sobre la burguesía por un lado, y el proceso de supresión de la propiedad privada (y de la propiedad capitalista de Estado), por el otro.

 

  El proletariado, en la medida que se organiza y actúa como poder revolucionario, suprime simultáneamente la propiedad privada de los medios de producción, suprime la autoridad del capital sobre el proceso de trabajo y sobre toda la actividad económica. La separación entre la "toma del poder" y la "socialización" solamente cabe en una revolución de tipo jacobino, en la que las masas se subordinen completamente a un partido dirigente que será el depositario real del poder y el que decidirá el cómo y el cuándo de la socialización. Significa que, en la práctica, las masas proletarias no poseen el poder real, que están subordinadas a los intereses de otra clase.

 

  Además, al instituirse él mismo como poder revolucionario, como "dictadura de las masas" contra los capitalistas y sus lacayos, el proletariado suprime también el fundamento orgánico del Estado en el sentido actual de la palabra, eliminando la separación entre el poder político y la sociedad civil. Los consejos obreros, los órganos delegativos que centralizan el poder del proletariado, no son ya organismos burocráticos, parlamentaristas o constituidos en función de partidos, sino que son los órganos de expresión del proletariado mismo, como masa, de abajo a arriba; sus delegados y delegadas están siempre sujet@s a mandato imperativo, revocabilidad y rotación, y con la reducción progresiva de la jornada laboral se suprimirá rápidamente y por completo cualquier necesidad de separar las funciones directivas de las ejecutivas, el trabajo de dirección del trabajo en la producción, y el trabajo manual del trabajo intelectual en general.

 

  

5

 

  Como síntoma del atraso político del proletariado gallego, que reproduce el fenómeno del caciquismo rural a escala más amplia y mezclada con elementos más modernos, la interpretación prevaleciente de la teoría marxiana que se extendió en Galiza (por lo menos, después de la  guerra civil) fue la estalinista. El autoritarismo pragmático del estalinismo y su inmediatismo reivindicativo oportunista, encajaron con facilidad en la mentalidad dominante entre unas masas proletarias marcadas por la dispersión, el peso de la cultura rural y ansiosas del "progreso" que el capitalismo podía ofrecer -pero que a Galiza aún no había llegado-.

 

  Con el derrumbe de la URSS y la restauración del capitalismo convencional en los países del "bloque socialista", se produjo la necesidad de un giro urgente dentro de los partidos leninistas, especialmente en los de tendencia estalinista. Esto ha provocado la bifurcación del independentismo en dos tendencias: una que se reafirma en el estalinismo, viendo en el derrumbe de la URSS el resultado de un complot burgués, y otra que comienza a rechazar con dificultades la herencia estalinista para criticar aquel "modelo de socialismo".

 

  La primera tendencia es la seguida por la FPG, según la cual, además: "Desaparecida la URSS y el campo socialista, el movimiento obrero... pierde su más firme apoyo" (IV Asamblea Nacional, 2002). La segunda tendencia es la seguida por Nós-UP, liderada por Primeira Linha, cuya base ideológica está más próxima al trotskismo.

  

 

6

 

  Veamos más concisamente esta tendencia a la ruptura con la tradición estalinista.

 

  La crítica de Primeira Linha del estalinismo no pasa de ser una crítica abstracta. En su primer congreso se apresuró a asumir tácita y superficialmente la teoría trotskista de la degeneración del Estado soviético, condenando la "política" de Stalin y afirmando que el problema de la URSS era la falta de libertades políticas. En el más reciente tercer congreso aclaran que el "socialismo en un solo país" fue una "respuesta inadecuada" al aislamiento de la URSS, pero critican la "ruptura de la alianza estratégica con el campesinado" a causa de las "insuficiencias teóricas del PCUS".

 

  Todas estas críticas matizadas tienen por base la dependencia ideológica radical que existe entre independentismo y estalinismo. Lenin mismo nunca estuviera dispuesto a declararse independentista, ni a subordinar el socialismo al objetivo de la independencia política nacional. Solamente con Stalin aparece el concepto del frentismo de liberación nacional tal y como lo entienden nuestros independentistas. Aquí reaparece, oculto, el concepto de la "revolución por etapas" -primero, democracia burguesa y/o independencia política; segundo, estatización de los medios de producción y de la riqueza social (el "socialismo" leninista)-, en lugar del concepto de "revolución permanente" que define en cualquier caso correctamente la pretensión de Lenin de avanzar directamente de la democracia burguesa al socialismo.

 

  Dicho más concisamente, sólo en el marco de la ideología estalinista cabe situar dentro del mismo proceso revolucionario dos momentos de naturaleza opuesta y protagonizados por sujetos diferentes: la autodeterminación nacional del pueblo y la revolución proletaria. En realidad, detrás de esta disyuntiva teórica está, como forma de rejuntar prácticamente ambos extremos, el papel dominante del partido leninista. Pero la cuestión es que la auténtica revolución proletaria, la revolución que suprimirá las relaciones de clase -el trabajo y la vida alienadas- y transformará en el mismo sentido el conjunto de la sociedad, no es un asunto de partido, no es algo que pueda acometer un partido ni una masa sujeta a un partido (o sindicato). Solamente puede ser el resultado de la libre asociación y del desarrollo consciente de la autoactividad de l@s proletari@s. 

  

 

7

 

  La teoría trotskista de la degeneración del Estado soviético, que comienza a abrirse paso aún recientemente en el movimiento independentista, sirve en la práctica como mero maquillaje ideológico de su reformismo práctico. Ejemplo de esto es su apoyo a Cuba. Se rechaza el estalinismo por motivos teóricos y se reemplaza por recetas "técnicas" que subsanarían sus "errores". Pero ideas como las que sostiene Primeira Linha, de que se "erradique la explotación del salario mediante la abolición de la ley del valor", o de que el pueblo se autoorganice separadamente del Estado "obrero", son una contradicción en términos. Si existe salario, existe valor, la riqueza no es distribuida de acuerdo con la medida del tiempo de trabajo invertido en ella. Además, la "explotación del salario" da a entender que se ve la explotación en el hecho de que salario y plusvalor se opongan, no en el hecho de que la riqueza adopte la forma económica del valor y que las relaciones sociales de producción opongan trabajo necesario y trabajo excedente, dando lugar a la subordinación del trabajo vivo al trabajo muerto. Esto solamente puede superarse mediante la dirección directa de la producción por l@s trabajadore/as mism@s.

 

  Por otra parte, lo que es preciso políticamente es que el llamado "Estado obrero" sea él mismo solamente la superestructura visible de la autoorganización del "pueblo", no que el "pueblo" se organice por separado del Estado, reproduciendo así la división entre Estado político y sociedad civil propia del capitalismo y de la sociedad de clases (salvo cuando, formalmente, como en los estamentos del feudalismo, existe una fusión entre Estado y sociedad).

 

  Las insinuaciones sobre que los rasgos explotadores y opresivos del "socialismo" bolchevique serían consecuencias de "insuficiencias teóricas" son meras justificaciones para mantener intacto el mismo sistema de ideas. Igualmente, la pretensión de resolver el problema de la "degeneración burocrática" del "Estado obrero" haciendo que él mismo sea quien "fomente la participación obrera, el poder popular, sometido al estricto y permanente control de la democracia socialista".

 

  En el independentismo leninista el estatismo tiene una raíz muy fuerte, ya que, como postula Primeira Linha -y aquí representa un principio ideológico común a la izquierda independentista-, "sin Estado propio no es viable poner a andar la construcción de una sociedad socialista". Aquí, de nuevo, intersectan independentismo y bolchevismo para reafirmarse recíprocamente en su carácter pequeñoburgués.

 

  

8

 

  El carácter pequeñoburgués de la práctica independentista no se explica tanto por su ideología como por la separación que, desde fines de los 70, lo aleja del movimiento proletario real, de la lucha de clases. Y esto en un doble sentido, ideológico y orgánico.

 

  Por un lado, la descomposición de la vieja conciencia de clase reformista provocó crecientes dificultades para acercar la teoría independentista al proletariado, al tiempo que la creciente integración capitalista de los sindicatos y partidos mayoritarios impide su penetración en los mismos, impidiendo que el independentismo adquiera peso real en el movimiento proletario.

 

  Por otra parte, con el creciente tensionamiento de las contradicciones de clase, está actualmente afluyendo una minoría de elementos proletarizados jóvenes al independentismo, ilusionados por su carácter aparentemente radical. Pero no hay nada de "radical" en defender sindicatos y partidos nacionales, ni en defender la independencia nacional presentando candidaturas al parlamento.

 

  Esta contradicción entre la adhesión al reformismo bajo la cobertura de una ideología radical, y la tendencia a la radicalización de su base social, avanzará con el tiempo en el sentido de una polarización de clases que se exprese a través de escisiones y rupturas en un futuro próximo.

 

  Pero no estamos refiriéndonos aquí a la conocida alusión a las "bases obreras" de la FPG, comparadas con la juventud y elementos proletarios más dispersos de Nós-UP. En la medida en que estas organizaciones canalizan las tendencias vivas en el proletariado, en la medida en que son todavía formalmente organizaciones vivas -por tanto, exiguamente-, entonces la renovación progresiva de sus bases impondrá, siguiendo a la intensificación creciente de la lucha de clases, un giro en un sentido revolucionario. El obrerismo vulgar de la FPG, con su desprecio de las bases de Nós-UP, no tiene otro significado histórico que el siguiente: que la FPG, a pesar de reclamarse "abierta a todo el pueblo trabajador" y teniendo más larga existencia, solamente tiene arraigo en sectores tradicionales -y puntuales- de la clase obrera debido a su propia incapacidad para impulsar un movimiento de liberación nacional -sin entrar aquí a considerar el contenido de clase de ese movimiento-. Igual que tampoco es capaz de impulsar adelante el movimiento obrero, porque no rompe con las tácticas, las formas de acción y de organización reformistas, de modo que tampoco ha logrado expandir su base "obrera". De ahí el completo anquilosamiento práctico y teórico de la FPG y su supuesto obrerismo, en contraste con Nós-UP.

  

 

9

 

  El "internacionalismo" pregonado por el movimiento independentista es un "internacionalismo de los pueblos", un internacionalismo que prima el vínculo de la opresión nacional sobre el vínculo de clase. La consecuencia práctica de eso es el hecho de que no exista ni se pretenda construir ninguna organización internacional unificadora. En cambio, éste es hoy uno de los primeros objetivos. A lo máximo que se aspira es a una unidad "entre pueblos", a partir de la separación recíproca de los asuntos nacionales, esto es, sin constituir una verdadera unidad orgánica internacional. Por esa razón, no conciben ni el objetivo de la comunidad humana mundial ni que el internacionalismo práctico sea esencial para la lucha revolucionaria del proletariado. En cambio, la perspectiva de la 'revolución en un solo país' no es ni siquiera asumible como táctica para ningún comunista auténtico. El comunismo, como régimen económico, es la organización de la economía mundial de acuerdo con las necesidades y capacidades de todos los individuos y comunidades del planeta. Que la revolución pueda comenzar antes en un país o en otro, en un continente o en otro, asumir formas distintas en cada uno, etc., no significa en absoluto que la revolución proletaria sea una 'revolución nacional' en el sentido en que pretenden los independentistas al poner la independencia política por delante del socialismo.

 

 

 

VII. Conclusiones y perspectivas del comunismo de consejos en Galiza.

 

1

 

  Leídas las tesis precedentes, resultará evidente por qué, además de los motivos relativos a nuestra oposición al sindicalismo y los partidos (que no vamos a tratar aquí), los comunistas revolucionari@s no podemos militar en la izquierda independentista. Y, aún más, cuanto de estas motivaciones está ligado, en realidad, a la oposición al bolchevismo y al reformismo, no a dar una importancia menor a la problemática nacional -ni tampoco, por supuesto, debido a cualesquiera prejuicios ideológicos "antinacionalistas"-. La lucha contra el independentismo burgués comienza por la lucha contra el bolchevismo.

 

 

2

 

  El independentismo existente tiene un enfoque reformista de la lucha de clase, tanto en la táctica como en los principios, desligando el programa mínimo del programa máximo, o bien recayendo en la interpretación trotskista de las "medidas de transición". Esto es lo que se oculta detrás de las frases radicales y de los gritos de "¡¡¡Independencia!!!", y esto es, también, lo que realmente constituye la práctica social de este movimiento.

 

  Ciertamente, el independentismo alienta la "combatividad" de la clase obrera, pero solamente para ganar su apoyo y utilizarla para ganar posiciones en los sindicatos. Como cualquier partido, su objetivo es el poder para sí, no la liberación de l@s proletari@s. Su única particularidad, ideológica, consiste en negar el desarrollo del proletariado como sujeto revolucionario autónomo no simplemente sustituyendo su autoactividad consciente por la del partido, sino, al mismo tiempo, mistificando la lucha proletaria contra la opresión nacional como una lucha de la "nación gallega" contra la "nación española", manteniendo de este modo la lucha de clases encerrada dentro de las fronteras nacionales o, más exactamente, dentro de su campo político de acción de partido.

  

 

3

 

  La izquierda independentista gallega se forma como movimiento político en la década de los 70, a partir de la radicalización de las posiciones pro-proletarias dentro del ámbito de influencia del nacionalismo burgués, de tipo populista, de la UPG. Con la derrota del ascenso proletario de los 70 y la reacción "democrática", esas posiciones 'se fijan', en lugar de proseguir su tendencia evolutiva a romper con toda forma de nacionalismo burgués. De este modo, con el crecimiento subsiguiente del independentismo, crecen también estos rasgos reaccionarios y se reafirman; lo mismo que se reafirma, también, la herencia leninista frente a las tendencias a la autonomía que se expresan en las  luchas obreras más avanzadas. Igualmente, se consolida el papel dirigente de la intelectualidad radical, en lugar de ser sobrepasada y reducida a un papel secundario por la acción de masas proletaria.

 

 

4

 

  Las características burguesas del independentismo son la expresión, mediatizada por la creación de organizaciones políticas separadas de la masa, de la inmadurez histórica de la conciencia del proletariado. Por consiguiente, nosotr@s no consideramos el independentismo como una mera ideología política, sino como un movimiento social; tampoco consideramos determinante de su carácter de clase, aunque tenga también su importancia, la proporción de proletari@s en sus filas. Lo decisivo es la calidad, no la cantidad, la práctica, no la teoría. Es en el desarrollo histórico de la lucha de clases donde está la fuerza propulsora de la revolución, que incluye la superación de las viejas formas de acción, de organización y de pensamiento. Por tanto, aparte de exponer claramente  nuestras ideas, no es en absoluto nuestro objetivo superar el independentismo actual mediante discusiones teóricas o la elaboración de una "nueva teoría". Nuestras aportaciones deben considerarse como una reflexión más sobre el curso histórico de la lucha de clases y el modo de encauzar nuestras aspiraciones emancipatorias.

 

 

5

 

  El concepto de "pueblo trabajador" es una concesión a la pequeña burguesía que ya no se justifica de ningún modo. Hoy l@s asalariad@s constituyen el 70% de la población activa en Galiza, y continuarán creciendo. El concepto de "pueblo trabajador" es una expresión vulgarizada de la consigna de la "alianza del proletariado y del campesinado", aplicada extensivamente por el estalinismo a la pequeña burguesía urbana y a la intelectualidad. Desde nuestro punto de vista, sin embargo, solamente el proletariado, los trabajadores y trabajadoras que para sobrevivir se ven obligad@s a entregar su fuerza de trabajo al capital, a someterse a la producción de plusvalor, tienen en su ser social la determinación necesaria, como impulso y como experiencia, para suprimir la explotación capitalista y liberar a la humanidad de todas las formas de dominación y explotación existentes.

 

  La pequeña burguesía aspira a un Estado que respete la pequeña propiedad individual y la división intelectual-manual del trabajo, combinándolos con una gran industria estatizada puesta a su servicio. Semejante Estado solamente puede ser un Estado altamente autoritario, dado que la pequeña burguesía no posee ninguna cohesión social del género de la del proletariado, creada por el propio trabajo asociado y por la concentración del capital. Ese Estado, convertido en capitalista general, devendrá, por necesidad, en representante de la acumulación de capital, encumbrando para este objetivo a un puñado de políticos e intelectuales privilegiados como nueva clase dominante. Semejante "socialismo" es un engaño para el proletariado, y ni siquiera supondrá para él una "liberación nacional", pues toda su vida "nacional" seguirá oprimida por ese Estado esencialmente totalitario. Si lograse cierta mejora en el bienestar material y en la libertad nacional formal, sería solamente gracias a su propia explotación y opresión más intensificadas y totales.

 

  En definitiva, el independentismo significa en la práctica la renuncia a la centralidad del proletariado como clase revolucionaria que arrastrará tras de sí en su movimiento revolucionario a las grandes masas de la sociedad. En su lugar, el independentismo defiende la formación de un frente popular cuyo carácter de clase estaría supuestamente garantizado por la presencia central de un "partido comunista". De este modo, niegan prácticamente tanto el carácter proletario de la revolución como el carácter comunista de ese "partido" (que se niega teóricamente a sí mismo como tal al proclamarse como partido comunista "de liberación nacional"). La teoría independentista de la revolución socialista es la formulación mistificada de la praxis de la revolución burguesa en un país subdesarrollado y sometido a un Estado ajeno.

 

  Si l@s proletari@s tienen que buscar apoyo en el pequeño campesino, en el comerciante, en el intelectual profesional, etc., entonces significa que no están preparad@s para su autoliberación, y que lo más necesario es que l@s proletari@s revolucionari@s trabajen, de acuerdo con sus posibilidades, para promover la clarificación de las condiciones y de los medios que necesitan para liberarse.

 

  Pero, como hemos dicho, la explicación del carácter interclasista efectivo del independentismo no consiste en el análisis de su matriz ideológica, sino en el hecho histórico de que se desarrolla en separación del movimiento proletario real. El interclasismo no es el resultado de una determinada composición social considerada estáticamente, sino del desarrollo práctico que cimienta toda la vida histórica de las corrientes políticas.

 

  

6

 

  L@s nacionalistas pequeñoburgueses tienen que insistir continuamente en la dimensión cultural de la vida nacional, pues es en la vida cultural en la que, aparentemente, los individuos pueden ser autónomos bajo el capitalismo. La supuesta libertad cultural sería, por tanto, una realidad común para todos los individuos independientemente de su clase. Siguiendo la misma lógica democrático-burguesa, el independentismo no entra nunca a considerar el carácter de clase de la cultura nacional, ni a introducir criterios de clase para resolver los problemas nacionales. Así, por ejemplo, se defiende el reintegracionismo lingüístico con el tronco lusófono por motivos histórico-filológicos, pero no por un criterio internacionalista proletario. Así, su posición sobre la opresión lingüística y cultural consiste en reemplazar la imposición cultural actual, españolizante, por otra imposición cultural, galleguizante.

 

  Las ideas independentistas sobre la nación y la liberación nacional, y por extensión sobre la organización social, se fundamentan en la ideología democrática burguesa, no en las condiciones de la emancipación proletaria.

 

  

7

 

  El error teórico fundamental del independentismo es que pretende lograr la unidad de la liberación de clase y de la liberación nacional por la vía teórica. Esto es, mediante una solución programática y organizativo-formal -un tipo de partido revolucionario nacional-, una solución necesariamente abstraída, por tanto, del contenido social práctico. La unidad de la liberación de clase y de la liberación nacional solamente puede realizarse prácticamente, a través del desarrollo práctico del movimiento proletario mismo. Es autodeterminándose como sujeto social a través de la lucha de clases, como el proletariado se autodetermina también como comunidad nacional.

 

  En lugar de esforzarse por este desarrollo del proletariado como movimiento de clase revolucionario, el independentismo quiere que sea el proletariado quien se amolde a su proyecto de liberación nacional y se integre en sus organizaciones. Se trata de adoctrinar al proletariado, no de que se desarrolle por sí mismo a través de su experiencia en la lucha y de su despertar a la reflexión. En todo esto, el independentismo sigue paso a paso las líneas fundamentales de la teoría bolchevique.

  

 

8

 

  El independentismo concibe la nación existente como su marco de acción. El comunismo no concibe otro marco que la clase obrera mundial. El independentismo quiere preservar la nación existente, defendiéndola no sólo frente a las agresiones exteriores sino también en su "integridad" histórica lingüístico-cultural. En lugar de partir de la realidad del proletariado nacional para definir su proyecto de nación, pretende amoldar al proletariado a su concepción de la nación como ente uniformizado cultural y lingüísticamente, siguiendo en esto la teoría clásica del nacionalismo burgués y del bolchevismo.

 

  EL nacionalismo proletario, entendiendo por esto no una ideología, sino solamente la defensa de los intereses del proletariado en su forma nacional, significa todo lo contrario: la afirmación de la multiplicidad cultural y lingüística del proletariado, el esfuerzo por una nueva comunidad nacional sin clases y creada a partir de esa multiplicidad de elementos, sin proscribir el hecho de que formas culturales foráneas se hayan convertido, para una parte de la población trabajadora, en parte viva de su cultura individual y colectiva.

 

  La unidad de la nación proletaria reside en la comunidad consciente para satisfacer las necesidades y para desarrollar las capacidades y singularidades de tod@s, no en cualquier identidad uniformizadora de tipo cultural o supra-histórico.

 

  En resumen: l@s comunistas revolucionari@s queremos la destrucción de la nación burguesa para crear una forma de comunidad nacional superior, que se convierta en parte constitutiva de una comunidad del género humano en tanto se extienda mundialmente la revolución comunista. El independentismo quiere conservar la nación burguesa y está imbuido de un espíritu nacional burgués. Solamente en el proletariado puede el nacionalismo volver a tener una significación revolucionaria y emancipadora, pero de ninguna manera en el sentido "nacional" de la burguesía.

 

  En la comunidad humana mundial formada sobre la base de la economía comunista las diferentes singularidades nacionales interactuarán libremente para llegar a una forma de cultura humana realmente universal, superando su recíproco extrañamiento y extinguiendo así progresivamente cualquier "independencia cultural" en el estrecho sentido actual.

 

 

9

 

  L@s proletari@s no tenemos patria. Nuestro objetivo no es conservar la nación capitalista sino constituirnos nosotr@s mism@s en nación, suprimiendo el capitalismo. En esta elevación como clase nacional, la clase obrera se autodetermina y lucha contra la explotación nacional, que no es más que otra forma de la explotación de clase. Esta lucha no puede prosperar aislada, necesita de la unidad internacionalista activa con el proletariado de los demás países, especialmente cuando se incluyen dentro del mismo Estado. No basta con la simple solidaridad temporal. Pero tampoco esta unidad puede constituirse en la renuncia a la necesaria autonomía nacional en el sentido más pleno de la palabra ("darse las propias leyes"). Sucede, de este modo, que en el caso del proletariado gallego la destrucción del Estado capitalista no puede ser abordada aisladamente, y necesita de la unidad con todas las fracciones nacionales del proletariado que se ubican dentro del Estado español. En este sentido, estamos frontalmente en contra de la táctica independentista de "cada cual a lo suyo", que subestima el poder del enemigo así como las dificultades del proceso revolucionario. Lo que esta táctica expresa es una falta de consideración seria del objetivo revolucionario, su reducción a una consigna sin significación práctica en la actividad real de l@s independentistas.

 

  

10

 

  La unidad del proletariado como clase mundial es, como el proletariado mismo, un producto del capitalismo y de su carácter de economía mundial. Aunque la lucha de autoliberación del proletariado asuma en cada país rasgos diferenciales muy amplios y profundos en su forma, según las distintas condiciones históricas y la posición que tiene el país dentro del capitalismo mundial, el proletariado no lucha por liberar "a la nación", sino por liberarse a sí mismo (como clase y como comunidad nacional) de la nación existente, de la nación burguesa, sea oprimida o opresora, sea colonizada o imperialista. La revolución social proletaria significa, simultáneamente, la autoconstitución de l@s proletari@s en nación en todos los países y la transformación comunista-revolucionaria total de la vida nacional.

  

 

11

 

  Como el independentismo actual toma por base la nación burguesa y no su supresión revolucionaria, concibe la independencia nacional de acuerdo con los parámetros del capitalismo y del Estado-nación, o sea, de modo burgués. Una concepción de la independencia nacional sobre bases comunistas será radicalmente diferente de la del nacionalismo burgués. Aquí también sigue siendo absolutamente válido el principio de que "el proletariado sigue siendo nacional, pero de ningún modo en el sentido burgués" (Marx). Esta concepción comunista de la independencia nacional, inscrita dentro del marco de una unidad mundial conscientemente integrada por las diversas comunidades nacionales proletarias, es lo que nosotr@s queremos referir con el concepto de «independencia constituyente».

 

  La revolución burguesa fue esencialmente una revolución política, ya que su objetivo era permitir el desarrollo sin trabas de un modo de producción previamente existente. Así, la burguesía realizó la independencia política de la nación, recién formada como unidad económica durante el ascenso económico de la burguesía bajo el absolutismo. Surgió así el "Estado-nación". La revolución proletaria es esencialmente una revolución económica, pues su objetivo fundamental es crear un nuevo modo de producción, objetivo al cual se subordinan todas sus medidas políticas. El proletariado no posee una base económica propia independiente del capitalismo, solamente cuenta consigo mismo, organizado como fuerza productiva social consciente, y debe desenvolver sus capacidades sociales más allá del nivel en que el capital las confina dentro del régimen de explotación. Por eso, la fuerza de la emancipación proletaria no consiste en ninguna forma exterior de poder político, que pudiese mantenerse independientemente de la autoactividad consciente de la clase misma, sino que consiste en el propio desarrollo de l@s proletari@s como individuos totales y, por consiguiente, como sujetos políticos, formando una comunidad de lucha que destruye el poder capitalista y transforma las relaciones sociales que subordinan la actividad humana a la acumulación de riqueza excedente.

 

  La independencia política de la nación es un objetivo histórico de la burguesía, no sólo en el sentido de que éste corresponda a sus intereses generales como clase, sino también en el sentido de que es la única forma de independencia posible para las comunidades de carácter y cultura tomando por base la sociedad burguesa, el capitalismo. Incluso las naciones que actúan como imperialistas a escala mundial no son económicamente independientes en realidad, y precisamente su dependencia se muestra en la dialéctica desarrollo-subdesarrollo, o sea, en el hecho de que necesitan ser imperialistas y necesitan mantener como coloniales a otras unidades económicas nacionales, regionales, locales, etc.

 

  Desde un punto de vista económico, las naciones imperialistas no son más que los centros dominantes del proceso de acumulación mundial de capital, a donde afluye el grueso de la plusvalía extraída al proletariado mundial. Las naciones como tales no "oprimen" o "dominan" a otras, salvo en el sentido de que una burguesía imperialista sea capaz de dominar a su proletariado nacional hasta el punto de que éste sirva como carne de cañón en sus acciones colonizadoras. De igual modo, una vez suprimidas realmente las formas de producción precapitalistas -incluso cuando puedan subsistir en apariencia, encubriendo la proletarización real-, la explotación de una nación por otra ya no es preeminentemente más que una forma de la explotación de clase, dado que el proletariado constituye entonces la clara mayoría de la población trabajadora.

 

  Solamente con la revolución proletaria mundial se crean las condiciones para realizar la verdadera independencia económica de las naciones, transformando todas las relaciones económicas internacionales. Dado el carácter mundial de la economía capitalista, cualquier intento de realizar el desarrollo económico independiente de las naciones tiene que llevar al fiasco o a su elevación a naciones imperialistas. Incluso en los llamados países "socialistas", la "burguesía de Estado" puede solamente oponerse a las tendencias del capitalismo mundial temporalmente, y cargando sobre las espaldas de l@s proletari@s las consecuencias de sus arbitrariedades. Únicamente con el establecimiento de una economía mundial planificada en función de las necesidades sociales de toda la humanidad, integrando tanto lo que éstas tienen de universal como todas sus particularidades y singularidades, puede establecerse la independencia económica de las naciones. Naturalmente, esta independencia no tiene nada que ver con la "independencia nacional" en el sentido burgués: significa la más plena libertad de cada comunidad nacional para determinar permanentemente sus relaciones con las otras naciones, lo cual sólo es posible una vez se han suprimido las clases y los antagonismos de clase que dividen a la sociedad y al mundo.

   

 

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  Si con el desarrollo del capitalismo gallego el proletariado pasó, desde los años 60-70, del 40% al 70% de la población activa en la actualidad, dejando anacrónica la perspectiva y el programa interclasistas del independentismo, paralelamente el capitalismo gallego aparece cada vez más claramente como una economía amoldada a las necesidades exteriores de la acumulación de capital, asociando a la burguesía nacional con la burguesía extranjera. Esta forma de capitalismo nacional, caracterizada en su base por la sobreexplotación crónica del proletariado, en beneficio tanto de la burguesía nacional (tal y como existe, determinada por su posición internacional) como de la burguesía extranjera, es lo que llamamos en términos genéricos capitalismo colonial.

 

  El capitalismo colonial no significa en modo alguno que el antagonismo de clases adopte la forma del antagonismo entre la nación oprimida, formada preeminentemente por el llamado "pueblo trabajador", y la nación opresora, representada por la burguesía extranjera. Significa, al contrario, que el antagonismo de clases adopta, para el proletariado, una doble forma: por un lado, la forma general de la lucha de clases entre proletariado y burguesía nacionales, y por el otro la forma específica de la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía extranjera o, mejor, en un sentido más amplio, contra la forma colonial de las relaciones de producción que determina, por una parte una sobreexplotación del proletariado en comparación con los países dominantes, y por otra parte la extroversión del proceso de acumulación de capital a través del binomio estructural capital nacional dependiente-capital extranjero dominante.

 

  Puesto que en la época de la decadencia abierta del capitalismo la perspectiva de una salida del subdesarrollo es completamente utópica -y, de hecho, asistimos hoy a un proceso de recolonización del mundo en el que los países especializados en la producción agraria absorben ahora las formas de producción industrial intensivas en mano de obra, antes localizadas en los países capitalistas más avanzados-, el antagonismo de clases en su forma colonial específica no puede en modo alguno conducir a una alianza del proletariado con cualesquiera sectores "progresivos" de la burguesía, sino que tiene que orientarse, resuelta y directamente, a suprimir el capitalismo nacional y a crear las condiciones para el libre desarrollo nacional sobre bases comunistas.

 

  

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  El programa de capitalismo de Estado, que es el auténtico programa económico del bolchevismo, implica una visión reduccionista y ahistórica del problema de la transformación económica que va del capitalismo en declive al comunismo desarrollado. La decadencia del capitalismo radica en que la producción de plusvalor entra en contradicción con la supresión creciente de la parte del capital invertida en fuerza de trabajo (capital variable) en comparación con la parte invertida en maquinaria y materiales (capital constante). Llegado un punto, solamente incrementando continuamente la explotación absoluta del trabajo (producción de plusvalía absoluta) puede el capital mantener su rentabilidad o tasa de beneficio en ascenso, condición sin la cual la inversión se paraliza y la economía global se hunde en la crisis. Pero este incremento absoluto de la explotación choca contra límites biológicos y sociales: por una parte, la extensión de la jornada laboral y la reducción de los salarios tienen férreos límites en la extenuación e inanición del proletariado; por otra parte, este mismo proceso deja patente, de forma inmediata, que el capitalismo se vuelve cada vez más incompatible con la existencia de la clase obrera y de la sociedad en general.

 

  Por consiguiente, la pretensión de transformar la economía capitalista mediante la simple estatización y el establecimiento de 'relaciones capitalistas modificadas' (un trabajo asalariado desprovisto de explotación de clase, una producción de mercancías con precios regulados por el Estado, etc., etc.) solamente puede derivar, a través de la formación de una burguesía de Estado, en una vuelta al capitalismo convencional por la vía de la contrarrevolución burocrática y de la lucha de clases (excepto en el caso de que se produzca una revolución proletaria consciente). Igual que ocurrió en los países "socialistas", una fracción de la propia burocracia estatal fue quien acometió la transformación del viejo capitalismo de Estado en una forma de capitalismo "libre", con todas las consecuencias de descomposición de la estructura económica acarreadas por la imposibilidad de un verdadero desarrollo económico progresivo en el marco del  capitalismo mundial decadente. Poner a un Estado "proletario" como capitalista general solamente puede significar, en la práctica, crear las condiciones para reestablecer la división en clases de la sociedad, que está ya implícita en la separación entre Estado y sociedad civil.

 

  En resumen, en las condiciones actuales el programa de capitalismo de Estado es absolutamente reaccionario y sus consecuencias, en el supuesto de intentar aplicarse, serán catastróficas para el proletariado. Esto dejando a un lado el hecho de que, evidentemente, el capitalismo de Estado solamente puede superar el subdesarrollo nacional intensificando aún más la explotación del proletariado para competir con el capitalismo exterior. El capitalismo de Estado será solamente una continuación del capitalismo decadente bajo otra forma, que pretende hacerse pasar por su superación, pero que solamente podrá retardar el hundimiento último de la economía capitalista y descargar así, de modo más concentrado, sus consecuencias sobre el proletariado, cogiéndolo desprevenido (sirvan de ejemplo los efectos de la restauración del capitalismo "libre" en Rusia). Además, el capitalismo de Estado, incluso si realizado a escala internacional, no supera la división entre países coloniales e imperialistas, como se demostró en el papel imperialista de la URSS sobre sus países satélites.

  

 

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  Repitiendo lo dicho en el Manifiesto Comunista: el derrocamiento del capitalismo y la autoconstitución del proletariado en nación son un mismo movimiento. Para el proletariado la revolución social es la consumación de su independencia de clase frente al capital, del mismo modo que la consumación de su independencia como comunidad nacional frente la todas las fuerzas que le oprimen como tal. Al desenvolverse como movimiento autónomo que engloba a la mayoría de la sociedad, el proletariado se constituye, a la vez, en poder revolucionario y en comunidad social autónomos.

 

  Tanto la liberación de clase como la liberación nacional, para ser verdaderas, exigen la superación del bolchevismo y el abandono de todas las tácticas y concepciones reformistas y jacobinas. Esto significa, para el proletariado gallego, ir más allá del independentismo actual para llegar a una nueva perspectiva que unifique prácticamente ambos aspectos de la autoliberación proletaria.

 

  

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  L@s comunistas de consejos galleg@s luchamos contra el frentismo nacional y cualquier alianza de clases. No queremos ninguna alianza con las fuerzas reformistas e interclasistas organizadas. Reconocemos como único marco de colaboración la participación de igual a igual como proletari@s en la lucha de clases real. Luchamos por la separación del proletariado de todas estas organizaciones e influencias capitalistas, manteniendo solamente una coexistencia pacífica temporal en el contexto de las luchas inmediatas y siempre que no se orienten efectivamente a suprimir la autonomía de clase. Mediante la agitación política, dirigida a suministrar elementos de autoclarificación teórica y práctica, buscamos favorecer el proceso de decantación y autoorganización revolucionarias de los elementos más avanzados de la clase.

 

  En la lucha contra el bolchevismo y el reformismo, apoyamos condicionadamente a aquellas tendencias que desempeñen un papel progresivo frente a las que son puramente conservadoras, viendo especialmente en el parlamentarismo sindical y político, en el estalinismo y en el nacionalismo burgués, los más fuertes baluartes del sometimiento del proletariado al capitalismo.

 

  Nosotr@s no pretendemos aportar una solución definitiva a todos los problemas formulados. Solamente queremos difundir una propuesta cuya función sea servir como medio para la reflexión y discusión entre l@s proletari@s avanzad@s. Será a través de la lucha práctica como se clarificarán efectivamente todas estas cuestiones, aunque sea al precio de graves derrotas. Sabemos que nuestras orientaciones son difíciles de asimilar en el contexto actual, marcado por la falta de una perspectiva revolucionaria práctica y por la influencia de la ideología leninista y del nacionalismo burgués. Sin embargo, solamente rompiendo con todas las concepciones dominantes podrá la clase obrera desarrollarse como sujeto revolucionario y lograr su autoliberación.

 

 

  «La revolución comunista es la ruptura más radical con las relaciones de propiedad tradicionales, nada de extraño tiene que el curso de su desarrollo rompa, de la manera más radical, con las ideas tradicionales.»

Marx/Engels, El Manifiesto Comunista, 1848.

 

 

 



 

* Ígneo nº 5, diciembre de 2005, titulado «Hacia un nuevo comienzo... Por el comunismo, por la anarquía».

 

2 La composición orgánica del capital es la relación entre el capital variable y el capital constante medida en valor. Un nivel bajo significa que en el proceso de trabajo el volumen de maquinaria y materiales por obrer@ emplead@ es muy reducido, por lo que el trabajo es poco productivo y se requiere de grandes masas de fuerza de trabajo disponibles para expandir la producción sin que suban los salarios.

 

3 O como postula Engels en «El pan-eslavismo democrático»: "Concluimos... con la prueba de que los eslavos austriacos nunca han tenido una historia propia, de que, desde los puntos de vista histórico, literario, político, comercial e industrial ellos son dependientes de los alemanes y los magiares, que ya están en parte germanizados, magiarizados e italianizados; que si estableciesen Estados independientes, no ellos, sino la burguesía alemana e italiana de sus ciudades, gobernaría estos Estados, y, finalmente, que ni Hungría ni Alemania pueden tolerar la separación y constitución independiente de tales Estados inviables, pequeños e intercalados."

   En este párrafo de Engels parece estar contando la historia de la independencia política de las colonias latinoamericanas, africanas y asiáticas.

 

4 Esto también significa que puede ocurrir que la lucha proletaria en un país represente los intereses generales del proletariado, mientras que, dado su nivel de maduración, la lucha proletaria internacional puede adoptar formas y orientaciones contrarias al progreso general.

 

5 Esto no debe interpretarse en el sentido de que hay que contener la acción del proletariado cuando esta surge o está prefigurándose. Se trata simplemente de que l@s revolucionari@s debemos siempre contribuir a la clarificación de las condiciones e intereses de las luchas, en lugar de amoldarnos pasivamente a cualquier iniciativa de combate.

 

6 Con excepción, claro, de aquellas formas de capitalismo de Estado aplicadas en sectores en los que la burguesía no puede o no quiere asumir la iniciativa económica, y, generalizando más, todas aquellas inversiones que trasvasan riqueza proveniente de la clase proletaria para entregársela a la burguesía. En estos casos, si la burguesía pasa a controlar la producción de forma privada es habitualmente para efectuar la liquidación parcial o completa de los antedichos sectores.

 

7 Esta vanguardia es demasiado reducida y está demasiado dispersa. Comprendió negativamente las lecciones de la derrota del reformismo, y no alcanza todavía a tomar el impulso preciso, ni a tener la claridad de ideas necesaria, para poner en práctica la superación positiva del viejo movimiento obrero. Esto realimenta el problema de la falta de concentración y hace que pueda presentarse como un sector pasivo, limitándose cuando es posible a defender formas incipientes de lucha autónoma inmediata, como el asamblearismo radical y las huelgas salvajes.

 

 

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