U n a s r e f l e x i o n e s :
Abstencionismo y praxis revolucionaria*
1. Participación o abstención.
Como práctica revolucionaria, la abstención significa reconocer el régimen parlamentario como un instrumento de la burguesía para dominar al proletariado, en el que el desarrollo de los intereses proletarios no tiene cabida, y que el voto individual no constituye un instrumento de la acción de clase, un medio adecuado a los fines de la clase.
Con todo, lo mismo puede decirse, en consecuencia, de todos los mecanismos representativos y jurídicos que desarrolla la sociedad capitalista, en gran parte con el apoyo o impulso activo del movimiento obrero reformista.
Está claro que la lucha revolucionaria significa destruir todos estos mecanismos y normas, pero también que, mientras el proletariado no sea capaz de asumir esa lucha revolucionaria, no puede prescindir de apoyarse en esos mecanismos y normas. Lo hace, sin embargo, movido por su debilidad y en procura de reformas. Es decir, desde un punto de vista revolucionario se trata de una conducta esencialmente regresiva y, en cuanto que tal, reaccionaria para el progreso del movimiento proletario. En estos casos, l@s proletari@s actúan como individuos burgueses, como propietarios privados, no como miembros de una clase.
Toda participación electoral, colectiva o individual, tiene como base el hecho de que es posible obtener ciertas mejoras limitadas mediante ella, sean cuales sean (económicas, políticas, culturales, estables o no, con un valor estratégico de cara a los fines del movimiento o meramente táctico). ¿No deberíamos, entonces, participar? Evidentemente, cualquier cambio en la estructura política tiene repercusiones en el plano económico e ideológico, afecta al curso de la lucha de clases. Por otro lado, si participamos en luchas reformistas económicas, también deberemos hacerlo en luchas reformistas políticas. La cuestión es, por tanto, el carácter práctico de las luchas reformistas en general y, ligado a él, el carácter de sus formas de acción.
Las luchas económicas autónomas significan que la clase obrera se esfuerza por sustraerse de los mecanismos representativos y jurídicos creados por el capital, que se traducen en la organización de la clase obrera en sindicatos y en la elección de delegados sindicales. Entonces, cuando se producen negociaciones y elecciones sindicales, ¿qué posición tomamos?
En primer lugar, nosotr@s no defendemos teórica ni prácticamente esos métodos, porque, aunque puedan servir para lograr ciertas mejoras inmediatas, en el contexto del capitalismo decadente no permiten conseguir cambios sustanciales en las condiciones de trabajo y de vida de la clase. Esto tiene que traducirse en una coherencia práctica. Esta coherencia no puede pasar por negar lo evidente. Al afirmar que estos métodos son intrínsecamente limitados, estamos también afirmando que contienen ciertas potencialidades inmediatas. Nuestra posición práctica tiene que ser, por tanto, fundamentalmente crítica: denunciando su insuficiencia -y con ella, por consiguiente, la de todo el movimiento de clase actual- e impulsando otros métodos más radicales y potentes.
¿Significa esto que, bajo ningún concepto, deberíamos participar en esas luchas? Evidentemente, no podemos participar en esas luchas como sus dirigentes ejecutivos, ocupando puestos de responsabilidad o colaborando activamente en actividades que, en si mismas, sirven para potenciar esos métodos en lugar de la evolución hacia otros. Sin embargo, no podemos dejar de participar prácticamente en todo aquello que nos implica como parte de la clase. Pero no defendemos la negociación ni la elección de representantes legales independizados de la autodeterminación de la clase, sino la lucha hasta la imposición unilateral de las reivindicaciones o hasta que se nos ofrezcan concesiones que se consideren suficientes dada la correlación de fuerzas.
Queda, no obstante, la cuestión de las diferentes pugnas fraccionales que tienen lugar en el movimiento reformista y el modo en que esto influye sobre el movimiento de masas y su evolución. ¿Es posible apoyar a una fracción partidaria o sindical frente a otras? Esto sería fácil de responder cuando se trata de relaciones establecidas en la base y en las que, por consiguiente, la vinculación organizativa no es necesariamente un elemento de peso. Allí las bases sindicales existen directamente como parte de la clase. Pero cuando se trata de apoyar una candidatura sindical frente a otra, podemos pensar que, aunque no es una solución, en determinadas condiciones puede suponer un avance o tener indirectamente un efecto de avance.
En el primer caso, de apoyar a una fracción reformista, el avance que se podría lograr en términos de mejoras inmediatas sería a costa de incrementar las ilusiones reformistas y, por consiguiente, la debilidad de la clase frente al capital. En el segundo caso, de apoyar candidaturas, es posible que este cambio en la representación pueda funcionar como un elemento activo en la maduración de la clase como sujeto revolucionario. Al intentar realizar sus propias ilusiones, la clase se desengaña y madura, aunque no de manera inmediata y rápida. Se forman de este modo experiencias que van constituyendo la base subjetiva para un cambio cualitativo en la conciencia proletaria. La primera objeción, clásica, es que apoyar estas ilusiones, aunque sea planteando abiertamente que son tales y que el objetivo tiene que ser otro (la maduración revolucionaria) -esto es el parlamentarismo revolucionario--, tiene que provocar necesariamente entre las masas una confusión aún mayor. Vayamos más allá.
2. El trasfondo de las tácticas sufragistas y parlamentaristas.
Al formular esa táctica partimos necesariamente de la base de que "nosotr@s" (si directamente o a través del apoyo a otros, da igual) vamos a dirigir en cierto sentido la autoactividad de la clase. Se trata no de una táctica orientada a proporcionar elementos de clarificación, sino de una táctica orientada a dirigir políticamente a la clase, de una táctica de partido, de jefes.
Partiendo del supuesto de que nuestra política sea sincera, tendremos que explicar abiertamente esa táctica a la clase obrera. Pero explicar una táctica de participación en las elecciones burguesas como siendo un elemento del desarrollo de la lucha revolucionaria -que es, por definición, una lucha contra esos métodos-, aunque se haga de un modo claro, no tiene utilidad más que entre una minoría consciente, que actuará independientemente de la clase. La mayoría de la clase no puede acceder a tal comprensión fuera de una situación revolucionaria o de ascenso de la lucha de masas, y cuando esto está en marcha, tal comprensión no es ni prioritaria ni necesaria. Es más, en esos momentos puede contribuir a desviar la lucha revolucionaria hacia el apoyo táctico de métodos de colaboración de clases -y, en esencia, esto es lo que son todos estos métodos, aunque bajo ciertas condiciones puedan resultar favorables al proletariado-. De hecho, para el sector receptivo a ese tipo de tácticas, lo que transmite es una concepción burguesa de la lucha política, en la que la parte más consciente debe actuar en el sentido de dirigir a la parte menos consciente en lugar de promover su salto a la actividad autónoma.
A nivel práctico, el hecho de que una minoría desarrolle una práctica táctica que considera a la masa como un factor pasivo significa, en realidad, tratarla, relacionarse con ella, efectivamente como tal. No es posible votar por una candidatura, afirmando que eso servirá para demostrar ante la clase que estos métodos no valen y que los sindicatos y partidos son organismos burgueses, y al mismo tiempo promover la superación radical de esos métodos por considerarlos burgueses, colaboracionistas. Es posible individualmente o como minoría, pero para la mayoría esta práctica resultará francamente incoherente e impedirá ver con claridad la diferencia radical que nos separa del resto de fracciones organizadas. Ya lo decía Paul Mattick:
"En el capitalismo, ninguna organización puede ser coherentemente anticapitalista. La 'coherencia' se refiere meramente a una actividad ideológica limitada que es el privilegio de los individuos y de las sectas."
En realidad, la participación electoral es la forma, a nivel de base, de la participación en los parlamentos, las superestructuras de la dominación de clase capitalista. Tenía sentido y justificación cuando la prioridad histórica era la consecución de mejoras para la clase obrera, porque el capitalismo estaba aún en expansión y no era posible desarrollar un movimiento revolucionario. Pero esta prioridad estaba entonces definida por la dinámica espontánea de las masas, no por el voluntarismo de un partido. La idea de que es posible anteponer los criterios de la minoría a la hora de la acción de masas es una reminiscencia de la época utópico-sectaria.
Los grupos revolucionarios solamente pueden existir y desarrollarse como tales sobre la base del principio de actuar de acuerdo con las condiciones históricas que determinan el movimiento de masas. Esto, por supuesto, no obsta para que no sigan haciendo una propaganda lo más intensa posible del programa "máximo". Esta fue la característica general de l@s marxistas revolucionari@s en el movimiento socialdemócrata entre fines del siglo XIX y principios del XX, dejando a un lado sus ilusiones en este movimiento. Ello significaba partir del reconocimiento de que una praxis revolucionaria no era viable, debido a la dinámica de masas: que la lucha revolucionaria debía esperar. Significaba asumir una praxis reformista, pero vinculándola teóricamente al objetivo revolucionario. Esto, sin embargo, llevó a una gran confusión histórica que todavía hoy prevalece.
El error fundamental consistió en pretender que podía existir una transición gradual entre el reformismo y la revolución sobre la base de la dirección revolucionaria. Y este error está tan presente en el marxismo original como en el anarquismo bakuninista. Desde el punto de vista de la forma, es una reproducción más evolucionada del principio blanquista. Es una teoría en la que el cambio cualitativo sigue siendo determinado por la dirección dada por una minoría -cuyo corolario es que la extensión formal de esa dirección (o partido) a la mayoría significa automáticamente la revolucionarización real del movimiento-. En la práctica, sin embargo, significa la tergiversación y la pérdida del sentido práctico-revolucionario de la teoría misma, como ocurrió con el cuerpo teórico marxiano.
Desde nuestro punto de vista, la historia demostró que la transición entre el reformismo y la revolución se realiza mediante un proceso de ruptura, no de desarrollo gradual más o menos acelerado. O, mejor, que la ruptura precede a un desarrollo gradual que es ya cualitativamente diferente del anterior. Esto lo ilustra muy bien la trayectoria de formación del comunismo de consejos a partir de la ruptura con la socialdemocracia durante la I Guerra Mundial por parte de diversos grupos radicales, especialmente en Alemania y Holanda. Pero no es que un desarrollo gradual (ascendente, reformista) provoque la ruptura, sino que es precisamente el declive, el descenso de ese desarrollo gradual, lo que fuerza esa ruptura.
Este descenso se concreta, en el caso del movimiento obrero, en un proceso de intensificación y totalización multidireccional de la explotación y de la dominación capitalistas, tal que el propio movimiento obrero no puede, en realidad, seguir desarrollándose sin alienarse por completo, llegando a perder mismo su carácter de clase. Así, de motor del desarrollo de la lucha y de la conciencia de la clase obrera, el viejo movimiento reformista se convirtió en traba y en agente destructivo. Esto se traduce en un proceso de descomposición del movimiento obrero como tal, hasta que sea capaz de asumir una nueva forma adecuada a los requerimientos prácticos de un desarrollo superior en las condiciones históricas dadas.
En conclusión, volviendo sobre la cuestión de la abstención, podríamos decir que l@s revolucionari@s podemos utilizar nuestro voto individualmente, como consideremos mejor, pero que esto solamente es asumible cuando nuestra acción social es todavía completamente insignificante. Aun así, ello sería presuponer una diferencia entre lo que decimos para una minoría que actúa sobre la clase, y lo que haga un individuo. No existe, en realidad, tal diferencia, salvo en apariencia, cuando el individuo no pasa de ser prácticamente otro individuo anónimo más, cuando no actúa ni se referencia socialmente como revolucionario.
La evolución de la composición de los parlamentos sindicales y partidarios está interrelacionada con el desarrollo de la clase obrera como sujeto consciente, pero este es un proceso espontáneo de maduración de las masas. Querer orientarlo conscientemente no es posible, porque la conciencia solamente puede formarse como un producto práctico -no un producto de la propaganda revolucionaria, que tiene una función solo complementaria-. Intentar hacerlo es caer en una forma de práctica dirigentista, pretender abordar algo que solamente puede abordar la clase misma como un todo, y, es más, pretender controlar el proceso histórico cuando este es, en realidad, un proceso ciego e irracional. Aquí la coherencia teórico-práctica de cualquier sujeto parcial (el individuo, la minoría, una clase obrera nacional mismamente) tiene que darse de bruces con la dinámica histórica. Porque la acción autocoherente de ese sujeto parcial implica alterar la dinámica total, modificándola; pero esa dinámica total no reacciona ante esa intervención voluntaria adecuándose a la voluntad, sino absorbiendo esa energía y convirtiéndola en un momento de su dinámica de desarrollo espontánea, mucho más fuerte y determinada por las condiciones totales. Solamente la acción consciente de masas tendría la fuerza necesaria para producir una alteración tal, para ejercer un control relativo sobre el curso histórico sobre la base de premisas conscientes. Entonces, como el desarrollo histórico no puede ser dirigido por la fuerza de una minoría, lo que en su momento pudo ser una intervención acorde con las finalidades de un sujeto parcial se convierte, considerada a nivel del proceso total, nada más que en una inflexión más de ese desarrollo ciego total, de modo que:
1) no se cambia el curso histórico más que en la forma, pues no se llegan a alterar los principios y tendencias fundamentales del mismo (tampoco su reflejo en la subjetividad del proletariado) y
2) esa intervención se demuestra ineficaz para transformar la totalidad, provocando una crisis de orientación en aquell@s que se aferran a ella, vacilando entre el oportunismo y el sectarismo.
Finalmente, lo primero conduce al fracaso del proyecto de dirección, que cae en la impotencia, y lo segundo conduce a la desacreditación de esa praxis como praxis revolucionaria.
3. La práctica antiparlamentaria de l@s comunistas de consejos.
Por último, hay una cuestión fundamental en la práctica. L@s comunistas de consejos no defendemos la "abstención" frente a los agentes y instituciones de la burguesía (en todo caso, la abstención tiene que ir ligada a una práctica de oposición autónoma). Tampoco pretendemos meramente boicotear y sabotear su actividad como instrumentos de dominación sobre el proletariado. Nuestro objetivo es el desarrollo de organismos de poder proletarios que les hagan frente.
Nosotr@s no vamos a hacer campaña por la "abstención activa" al estilo anarquista. Para nosotr@s la organización autónoma no es una alternativa a la dominación capitalista. No es posible disociar el desarrollo de organizaciones revolucionarias -y mucho menos si son organizaciones de masas o pretenden serlo- de la lucha contra la dominación capitalista como tal (no vale aquí la apelación típica, con nulo valor práctico, de que tal o cual lucha puramente reformista supone un ataque a esa dominación, apoyándose en que es una lucha asamblearia, combativa, etc. Todo esto es insuficiente). No pretendemos agrupar gradualmente fuerzas dentro de la sociedad capitalista hasta que estalle la situación revolucionaria por si misma. Nuestra táctica no se orienta a separar al proletariado del capital. Esto tiene que hacerlo, y solamente puede hacerlo, el proletariado por sí mismo, gracias a su maduración, o se tratará de una separación meramente aparente, ideológica y organizativo-formal. Nuestra táctica consiste en promover el enfrentamiento activo y autónomo del proletariado con el capital, la revolución consciente.
Además, l@s comunistas de consejos no somos un partido en el sentido "histórico" (GCI), que defienda posiciones "invariantes" independientemente de las condiciones y dinámica del desarrollo histórico material. Este enfoque tiene que conducir directamente al sectarismo de partido. Nuestras posiciones concretas están históricamente determinadas, igual que la lucha de clases. No defendemos intereses especiales aparte de los intereses generales del proletariado, y esto incluye todas las dimensiones de nuestra actividad.
Considerando la problemática electoral más inmediatamente, es evidente que la abstención electoral del proletariado beneficia al ala más dura y reaccionaria de la burguesía. Frente a esto, en un contexto no revolucionario, lo que debemos hacer es, simplemente, promover entre el proletariado mismo la conciencia clara de este hecho, pero poniendo el acento en que cualquier otro gobierno no alterará sustancialmente ni las condiciones sociales ni la dinámica de desarrollo actuales. Esta formulación pone en evidencia, simultáneamente, que el indiferentismo político no conduce a ninguna parte, salvo a acelerar, si cabe, la ofensiva del capital contra el proletariado. No tanto por la ideología o supuesta base social del partido que tome el gobierno, sino principalmente por las relaciones reales entre las clases -determinadas por el desarrollo económico, y que se expresan en la configuración crecientemente totalitaria del poder político capitalista- y por las tendencias definidas por el curso de la lucha de clases, que pueden ser de contención o de avance de la ofensiva política capitalista.
Nuestro enfoque del problema acerca de la utilización del sufragio debe resaltar siempre que todo depende de la acción del proletariado como clase, que tiene que mirar desde ahora hacia más allá del capitalismo. La táctica concreta que dé forma al antiparlamentarismo revolucionario (apoyo táctico, abstención, boicot, insurrección o doble poder) depende de las condiciones históricas objetivas y subjetivas en que se encuentre el movimiento proletario. La táctica revolucionaria debe servir, fundamentalmente, para reforzar y estimular la autoactividad consciente de l@s proletari@s.
Las tácticas eminentemente ofensivas -de boicot, insurrección política, formación de órganos de contrapoder revolucionario- se corresponden en general con un contexto de lucha de clases ascendente. Las tácticas de apoyo a ciertas fracciones parlamentaristas o las tácticas de abstención tienen sentido solamente en un contexto de descenso, cuando la lucha política autónoma de masas es algo casi que descartable; el carácter progresivo o no de este tipo de tácticas para el desarrollo del movimiento proletario depende de las condiciones históricas y de la utilización concreta de esas tácticas.
En primer lugar, el apoyo a fracciones parlamentarias solamente constituye una táctica adecuada en la fase ascendente del capitalismo, no en la fase de decadencia, cuando las reformas dejan de ser sostenibles. En estas condiciones, la lucha por reformas sólo puede realizarse y sostenerse mediante acciones de masas totalmente extraparlamentarias, contrapuestas a todas las fracciones del parlamento -que actúan como gestoras del sistema capitalista. No cabe hoy, en consecuencia, apoyo ninguno a cualquiera de esas fracciones.
En segundo lugar, la abstención solamente puede tener significación revolucionaria en la fase de decadencia del capitalismo. Éste fue uno de los grandes errores tácticos del anarquismo que, sin embargo, tenía una crítica completamente acertada del parlamentarismo y de sus efectos sobre la clase obrera (aunque, no obstante, no extendió esa crítica más que parcialmente al campo del sindicalismo). Pero el papel progresivo o reaccionario de la abstención está determinado fundamentalmente por la acción de masas. Para que cumpla un papel progresivo -pues, en sí misma, no es algo revolucionario-, la táctica de abstención debe servir para potenciar, e incluso lanzar, la acción de masas independiente.
Con todo, siempre hay que tener presente a la hora de definir las tácticas que todos los esquemas que podamos elaborar acerca de la correlación entre condiciones y métodos de acción solamente tienen valor como hipótesis de trabajo, dado que siempre son posibles cambios súbitos y acelerados en el curso de la lucha de clases. Por eso, es esencial no convertir la táctica en el todo, y poner siempre la defensa de los criterios y finalidades revolucionarias por encima de cualquier opción táctica.
En un contexto como el actual, en el que ninguna opción parlamentarista puede tener un papel progresivo desde el punto de vista de los intereses del proletariado, en la que el propio reformismo es un movimiento sin futuro alguno, cualquier apoyo al parlamentarismo, aunque se justifique por motivos temporales, sirve para potenciar la confusión política del proletariado. Además, cualquier táctica de participación o apoyo electoral pretendidamente revolucionaria es siempre, en el contexto actual, decidida por una minoría exigua de la clase obrera, con lo cual esa táctica está, en efecto, presuponiendo la inconsciencia y pasividad del proletariado. Por consiguiente, carece de la fuerza de la clase y, por tanto, de significación social. Por otro lado, o bien es una táctica partidista, esencialmente manipuladora, o bien es una táctica fundada en una perspectiva histórica, con lo cual solamente posee validez para una minoría o grupo de individuos, no es en cualquier caso una táctica de clase, sino una táctica de jefes, y su trasposición a la clase solamente servirá para crear confusión.
* Ígneo nº 5, diciembre de 2005, titulado «Hacia un nuevo comienzo... Por el comunismo, por la anarquía».