Letyg
EL Adiós
Adiós
pues,
¿nada olvidas?
Esta bien puedes irte
Ya nada mas debemos decirnos
¿para qué?
Te dejo,
partir puedes
Pero... aguarda un momento,
esta lloviendo
Espera a que deje de llover
Abrígate, esta haciendo mucho
frío en la calle
Ponte capa de invierno y abrígate
muy bien
Todo te lo he devuelto, nada
tuyo me queda
Tu retrato te llevas y tus
cartas también
Por ultima
vez... mírame
¡vamos a separarnos!
Óyeme,
no lloremos pues, necedad sería
y ¿qué esfuerzo debemos los
dos hacer ahora
para ser lo que fuimos... lo
que fuimos un día?
Se habían
nuestras almas tan bien compenetrado
y hoy de nuevo su vida cada
cual ha tomado
Con un distinto nombre por
senda aparte iremos a herrar, a vivir solos
Sin duda sufriremos,
sufriremos un tiempo,
después vendrá el olvido que
todo lo perdona
Tu, de mi
desunida, serás lo que antes fuiste,
Yo lo que antes he sido
Dos distintas personas seremos
en la vida
Vas a entrar desde ahora por
siempre en mi pasado
Tal vez nos encontremos en la
calle algún día
te veré desde lejos con aire
descuidado
y llevaras un traje que no te
conocía
Después pasaran meses sin que
te vea
En tanto,
habrán de hablarte amigos de
mi... yo bien lo se
Y cuando en mi presencia te
recuerden el encanto que fuiste en mi vida;
¿Cómo esta? les diré
Y que grandes creímos
nuestros dos corazones
y que pequeños, ¡cómo nos
quisimos tu y yo!
¿Recuerdas otros días?... ¡que
gratas ilusiones!
y mira en lo que ahora nuestra
pasión quedó
y nosotros, lo mismo que los
demás mortales,
en promesas ardientes de
tierno amor creyendo verdad que humilla!!
Todos somos acaso iguales,
somos como los otros...
Mira, sigue
lloviendo, quédate, ven... ven, no escampa y en la calle hace frío...
Quizá nos entendamos
Yo no se de que modo, aunque
han cambiado tanto tu corazón y el mío, tal vez al fin digamos;
¡“no esta perdido todo,
hagamos lo posible!,
¡que acabe este desvío!”
Vencer nuestras costumbres es
inútil ¿verdad?
Ven, siéntate,
a mi lado recobraras tu hastío
y volverá a tu lado mi triste
soledad.
Paul
Gerardi
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El seminarista de los ojos negros
Desde la ventana de un casucho viejo
abierta en verano,
cerrada en invierno
por vidrios verdosos y
plomos espesos,
una salmantina de rubio
cabello,
con ojos que parecen
pedazos de cielo,
mientras la costura
mezcla con el rezo
ve todas las tardes
pasar en silencio
los seminaristas que van
de paseo.
Baja la cabeza sin
erguir el cuerpo,
marchan en dos filas
pausados y austeros,
sin mas nota alegre
sobre el traje negro,
que la beca roja que ciñe
su cuello
y que por la espalda
casi roza el suelo.
Un seminarista entre todos ellos,
marcha siempre erguido
con aire resuelto,
la negra sotana dibuja
su cuerpo
gallardo y airoso,
flexible y esbelto
él solo a hurtadillas y
con el recelo
de que sus miradas
observen los clérigos,
desde que en la calle
vislumbra a lo lejos
a la salmantina de rubio
cabello
la mira muy fijo, con
mirar intenso,
y siempre que pasa le
deja el recuerdo
de aquella mirada de sus
ojos negros.
Monótono y tardo va pasando el tiempo
y muere el estío y el
otoño luego,
y vienen las tardes
plomizas de invierno,
desde la ventana del
casucho viejo
siempre, sola y triste,
rezando y cosiendo,
la tal salmantina de
rubio cabello
ve todas las tardes
pasar en silencio
los seminaristas que van
de paseo.
Pero no ve a todos; ve
solo a uno de ellos,
su seminarista de los
ojos negros.
Cada vez que pasa gallardo y esbelto,
observa a la niña que
pide aquel cuerpo
en vez de sotana
marciales arreos.
cuando en ella fija sus
ojos abiertos
con vivas y audaces
miradas de fuego
parece decirle - ¡Te
quiero!, ¡Te quiero!
¡Yo no he de ser cura,
Yo no puedo serlo!
¡Si no soy tuyo, me
muero, me muero!
a la niña entonces se
le oprime el pecho,
la labor suspende y
olvida los rezos,
y ya vive solo en sus
pensamientos
el seminarista de los
ojos negros.
En una lluviosa mañana de invierno,
la niña que alegre
saltaba del lecho,
oyó tristes cánticos y
fúnebres rezos
por la angosta calle
pasaba un entierro,
un seminarista sin duda
era el muerto
pues cuatro llevaban en
hombros el féretro
con la beca roja por
encima cubierto
y sobre la beca el
bonete negro,
con sus voces roncas
cantaban los clérigos,
los seminaristas iban en
silencio,
siempre en dos filas
hacia el cementerio,
como por las tardes al
ir de paseo.
La niña angustiada
miraba el cortejo,
los conoce a todos a
fuerza de verlos,
tan solo, tan solo
faltaba entre ellos,
el seminarista de los
ojos negros.
Corrieron los años, pasó mucho tiempo
y allá en la ventana
del casucho viejo,
una pobre anciana de
blancos cabellos,
con la tez rugosa y
encorvado el cuerpo,
mientras la costura
mezcla con el rezo,
ve todas las tardes
pasar en silencio,
los seminaristas que van
de paseo.
La labor suspende, los mira y al verlos,
sus ojos azules ya
tristes y muertos,
vierten silenciosas
lagrimas de hielo,
sola, vieja y triste, aún
guarda el recuerdo,
del seminarista de los
ojos negros.
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EL ARBOL DE LOS AMIGOS
Existen personas en nuestras vidas que nos hacen felices por la simple casualidad de haberse cruzado en nuestro camino.
Algunas
recorren el camino a nuestro lado, viendo muchas lunas pasar, mas otras apenas
vemos entre un paso y otro.
A
todas las llamamos amigos y hay muchas clases de ellos. Tal vez cada hoja de un
árbol caracteriza uno de nuestros amigos.
El
primero que nace del brote es nuestro amigo papá y nuestra amiga mamá, que nos
muestra lo que es la vida. Después vienen los amigos hermanos, con quienes
dividimos nuestro espacio para que puedan florecer como nosotros. Pasamos a
conocer a toda la familia de hojas a quienes respetamos y deseamos el bien.
Mas
el destino nos presenta a otros amigos, los cuales no sabíamos que irían a
cruzarse en nuestro camino. A muchos de ellos los denominamos amigos del alma,
de corazón. Son sinceros, son verdaderos. Saben cuando no estamos bien, saben
lo que nos hace feliz. Y a veces uno de esos amigos del alma estalla en nuestro
corazón y entonces es llamado un amigo enamorado. Ese da brillo a nuestros
ojos, música a nuestros labios, saltos a nuestros pies.
Mas
también hay de aquellos amigos por un tiempo, tal vez unas Vacaciones o unos días
o unas horas. Ellos acostumbran a colocar muchas sonrisas en nuestro rostro,
durante el tiempo que estamos cerca. Hablando de cerca, no podemos olvidar a
amigos distantes, aquellos que están en la punta de las ramas y que cuando el
viento sopla siempre aparecen entre una hoja y otra.
El
tiempo pasa, el verano se va, el otoño se aproxima y perdemos algunas de
nuestras hojas, algunas nacen en otro verano y otras permanecen por muchas
estaciones. Pero lo que nos deja más felices es que las que cayeron continúan
cerca, alimentando nuestra raíz con alegría. Son recuerdos de momentos
maravillosos de cuando se cruzaron en nuestro camino.
Te
deseo, hoja de mi árbol, paz, amor, salud, suerte y prosperidad. Hoy y
siempre...Simplemente porque cada persona que pasa en nuestra vida es única.
Siempre deja un poco de sí y se lleva un poco de nosotros. Habrá los que se
llevaran mucho, pero no habrá de los que no nos dejaran nada. Esta es la mayor
responsabilidad de nuestra vida y la prueba evidente de que dos almas no se
encuentran por casualidad.
JORGE LUIS BORGES
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EN PAZ
Muy
cerca de mi ocaso, yo te bendigo, vida,
por que
nunca me diste ni esperanza fallida
ni trabajos
injustos ni pena inmerecida;
Por
que veo al final de mi rudo camino
que yo fui
el arquitecto de mi propio destino;
que si
extraje las mieles o la hiel de las cosas,
fue por que
en ellas puse hiel o mieles sabrosas;
cuando
plante rosales coseche siempre rosas.
. . .
Cierto, a mis lozanías va a seguir el invierno;
¡mas tu no
me dijiste que mayo fuese eterno!
Halle
sin duda largas las noches de mis penas;
mas no me
prometiste tú sólo noches buenas,
y en cambio
tuve algunas santamente serenas . . .
Amé,
fui amado, el sol acaricio mi faz.
¡Vida, nada
me debes! ¡Vida, estamos en paz!
Amado
Nervo
México
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LA CARTA QUE NUNCA ENVIE.......
No se
dónde estas...
y esta carta
la escribo, no por ti, no por lo que eres
Tal vez...
por el pasado... por las cálidas y
sosegadas
horas que tu locura o capricho me hayan
regalado...
Y si digo
locura no pienso en tu cabeza transmutable y
voluptuosa,
sólo pienso en los momentos en que de
infernal
pasión parecía tu corazón entregar, uno a
uno, los pétalos
de una rosa.
O tal
vez escribo para mí... escribo para mi corazón,
escribo para
mi alma... o escribo para mis
sentimientos
que alguna compensación han de tener por
haberlos
feriado a cambio de vanidad y sufrimiento.
¿Qué
quieres que te diga? ¿Que te quise como mujer,
como un
fantasma o como mi amante? Como mujer Dios te
premió con
todos los encantos terrenales; como
fantasma,
vagas, y tu vida vaga como un fantasma... y
como amante
medrosa y sin mañana. ¡Qué dolor decirlo,
pero mi alma
fue, para ti, demasiado grande!
¿Sabes
lo que es el alma? ¿Sabes dónde se aprende a
vibrar, a
gozar y a sufrir con el dolor, la alegría y
la
esperanza? ¿No sabes? Pero ¿Acaso crees que existen
pasajes o
tratados donde te enseñen a amar como hasta
ahora nunca
has amado? ¿Crees que conociendo a
Sócrates,
Platón o Aristóteles tu alma se te ensanche
y pueda
cimbrar como la mía te lo ha mostrado? Yo te
digo que no.
Cosas
como éstas, sólo se aprende las entrañas de la
madre que
nos concibió y mi madre me dió una esencia
tan
desaforada que para amarte ¡Mucha alma me sobró!
Perdóname
por esta carta, aunque sé que nunca la
enviaré.
Primero
porque... no sé dónde estás y segundo, porque
después de
amarte tanto, el alma que te escribe no te
quiere
ofender.
Girado y
de la Espriella
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