Los archivos musicales de Caracé Couto

Entrevista: Irineo Cabral

"Grabar discos no es una necesidad"

Del folclore al rock sin escalas, la trayectoria de Irineo Cabral no tiene parangón en la música uruguaya contemporánea. Caracé Couto viajó hasta Cerro Chato y, tras semanas de búsqueda, dio con el paradero del que algunos definieron como el Bob Dylan latinoamericano. En el rincón más oscuro de un bar que bien podría haber salido de la pluma de Truman Capote, Cabral habló de (casi) todo.

por Caracé Couto (enviado a Cerro Chato)

Acodado al mostrador del único bar del pueblo, Irineo Cabral da lentas pitadas a su armado. Espera sin prisa que le sirvan otro vaso de caña y, cuando finalmente se percata de nuestra presencia -la mía y la del fotógrafo-, hace un gesto austero con la mano. Nos está saludando. Es la hora de la siesta y el lugar está vacío. No demoramos en acomodarnos en la mesa del fondo, la que está más cerca del baño y más lejos de la puerta. Es un rincón de poca luz, donde Cabral dice sentirse más a gusto. "El problema es que hoy todo se ilumina demasiado", dice. "Nos olvidamos del placer de la penumbra y las sombras".

-Usted comenzó su carrera muy joven. ¿Qué recuerdos tiene de aquella época?
Cuando empecé a cantar tendría unos quince años. Apenas sabía tocar la guitarra, pero a la gente le gustaba cómo me esforzaba por llegar al final de una canción, o cuando remataba una milonga por la mitad porque no sabía como seguía. Al principio tocaba sólo en reuniones familiares, hasta que surgió la posibilidad de actuar una vez por mes en el club Artigas. Por esa época empecé a escuchar a Zitarrosa, que fue una gran influencia y una motivación para componer mis propias canciones.

-Llegó a Montevideo en plena efervescencia de la apertura a la democracia. ¿Cómo fueron sus primeros contactos con el ambiente cultural?
Al principio fue muy difícil. Yo era todavía muy joven y vivía en la casa de mi abuela paterna. Era una señora muy estricta y no me dejaba salir de noche, por lo que no pude hacer muchas amistades en ese entorno. Cuando cumplí los 25, la situación cambió. Mi abuela falleció y recuperé la libertad que había perdido durante esos años. Claro que para ese entonces, la realidad era muy distinta. Y yo había cambiado la guitarra criolla por la eléctrica. Escuchaba a The Clash.

-No es muy común que un rockero tenga sus raíces musicales en lo que mucha gente engloba como folclore. Sin embargo, a ud. la mezcla le ha valido un estilo muy particular.
Supongo que sí. Son cosas que uno no siempre elige. Al principio fui muy resistido. La versión death metal que hice en el '92 de El violín de Becho no cayó muy bien. Algunos me tildaron de comercial. Sin embargo, es el bonus track de la recopilación que el año pasado editó Ayuí. Coriun (Aharonian) me pidió especialmente que la incluyera. También fue difícil encontrar músicos para que me acompañaran. Eso me llevó a experimentar con los sintetizadores. De alguna forma me convertí en un hombre orquesta.

-Pasaron ya ocho años desde que se editó en vinilo Dicen que no sirvo para esto, su único álbum de estudio. ¿Tiene pensado volver a grabar?
Para mí grabar discos no es una necesidad. La música no es algo que se pueda encerrar en un disco. La música fluye. Una canción en un disco es una canción muerta. En cambio, puede revivir mil veces cuando la interpreto en vivo, reencarnar en otras formas. Grabé Dicen… porque necesitaba la plata. Esa es la realidad. De otra forma, nunca hubiera accedido. Tampoco me sirvió de mucho, porque se vendieron muy pocas copias.

-Cuando pasaba por su mejor momento artístico se auto exilió aquí en Cerro Chato. ¿Su alejamiento de los escenarios es definitivo?
Me alejé de los escenarios, pero no de la música. Toco en mi casa, a veces en este bar. Pero no me interesa volver a Montevideo. La exposición termina siendo muy desgastante. Lo mismo con las giras. Si la sociedad baja las revoluciones y todos empezamos a vivir al ritmo de la naturaleza, podría considerarlo. Pero dudo mucho que viva para ver un cambio.

(Publicado en Volar, mensuario de la Asociación Colombófila del Uruguay, agosto de 1997)

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