Con cinco
discos editados y en pleno proceso creativo del que será su tercer
álbum de estudio, el dúo riverense Groove Mulita se ha constituido
en el grupo más prolífico de la movida electrónica
del departamento de Cerro Largo. Instalados en el establecimiento San
Miguel Moog, a unos 5 kilómetros de Fraile Muerto, Segundino Péres,
capataz de estancia (sítara y flauta traversa) y Lucas, cruza de
cimarrón con ovejero inglés (voces y programación),
no dejan que el vértigo de su ascendente carrera los aparte de
la senda de experimentación que se trazaron desde el primer día.
El abordaje que los Groove Mulita hacen de la música electrónica
es más que nada conceptual. "Desconfiamos de la tecnología.
El mejor sampler se inventó hace miles de años y es el cerebro
humano. No tenemos computadora, pero somos más electrónicos
que los Chemical Brothers", espeta Péres, mientras rebobina
un cassette TDK en el portaestudio de cuatro canales donde están
por grabar el sexto track del nuevo disco, que todavía no tiene
nombre.
La música de Groove Mulita podría definirse como un voraz
monstruo de dos cabezas. Una cultiva un sonido melancólico que,
sin ánimo de hacer comparaciones, dialoga con los climas envolventes
de los islandeses Sigur Ros y se regodea en melodías que bien podrían
haber salido de los sintetizadores de unos tempranos Kraftwerk. Estas
canciones hablan de la soledad del individuo, la desazón ante un
mate lavado, la vida extraterrestre o el queso de cabra. Los ladridos
de Lucas, inflamados de angst canino, se superponen sobre bases
de textura atmosférica y delicadas armonías pop que contrastan
con la sonoridad aterciopelada de la sítara de Péres, generando
paisajes levemente ondulados, climas templados y cuatro estaciones bien
diferenciadas. La otra cabeza, por la que son más conocidos, es
decididamente dance: beats contagiosos que invitan a mover el esqueleto
hasta al más chúcaro y letras politizadas que piden la revolución
en la pista de baile.
Comienzo
quieren las cosas
La historia de la banda se remonta a principios de la década de
1990, cuando Lucas escapó de su hogar en Rivera, donde respondía
al nombre de Sultán, y se radicó en la localidad de Minas
de Corrales. Allí conoció a Péres, con quien comenzaron
a intercambiarse discos de The Orb, Los Iracundos y Sonido Cotopaxi, además
de entablar una profunda amistad. A fines de 1997, luego de que Lucas
sufriera un grave accidente corriendo detrás de una pick-up bajo
los efectos del Éxtasis, iniciaron las jam sessions donde se gestó
el embrión de lo que es hoy Groove Mulita. Su primera grabación,
Follow me to the pulpería, se convirtió en un éxito
de la noche a la mañana. El tema combinaba loops histéricos
de balidos y mugidos con una percusión tribal de reminiscencia
guaraní. Meses después, el dúo completó su
disco debut, titulado simplemente Groove Mulita (1999), que incluía
ocho remixes diferentes de Follow me to the pulpería y una
infecciosa versión jungle de A desalambrar, de Daniel Viglietti.
La música del dúo trascendió fronteras en un periquete.
Siguieron el lounge rural de Forraje tierno (2000) y el acid house
de Yerra Psycho (2001), discos que llamaron la atención
del sello alemán especializado en folclore tirolés Alzheimer
Records, que lo editó en toda Europa oriental en formato vinilo.
La mudanza a San Miguel Moog produjo el furibundo drum n' bass de Dead
Monk Sessions (2002), que consiguió distribución en Japón,
donde los Groove Mulita tienen estatus de banda de culto y son reverenciados
por artistas como Cornelius o Pizzicato Five.
El dúo no se cuestiona demasiado el virtual anonimato que padece
al sur del río Olimar. "Montevideo en general nos ha dado
la espalda. Cuando recién empezamos fuimos a hablar con Nasser
para que nos produzca un disco, pero nos sacó carpiendo",
cuenta Péres sin el mínimo ápice de rencor. El año
pasado el grupo recibió una oferta para participar del festival
itinerante Creamfields, pero no hubo aerolínea que quisiera llevar
a Lucas en clase turista. Ese incidente fue determinante para que el dúo
decidiera no hacer más presentaciones en vivo. "No merece
ser tratado como un músico de segunda categoría", dice
Péres, mientras Lucas lame su mano en una clara demostración
de afecto. Sólidos pero flexibles, cual caparazón de mulita,
el grupo vuelve al trabajo. "Tenemos una urgencia creativa que a
veces nos aparta de la realidad", confiesan, y caminan, con la puesta
del sol sobre los hombros, hacia el galpón que hace las veces de
estudio y cocina. Groove Mulita vuelve a las trincheras. La pista de baile
agradecida.
(Publicado
en nomascaries.com.uy, portal de la Asociación Uruguaya de Odontología
Forense, sección Masticando la Música, abril de 2003)
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