Los libreros me inspiran mixtos impulsos de admiración y asco.
Admito que me encanta torturarlos, y tengo para ello un talento extraordinario. Siempre les pregunto por ese libro que deseo y que no ha sido editado recientemente.
Mi libro favorito para este tergiversado propósito es una edición español-latín de Las Metamorfosis de Ovidio con ilustraciones de Pablo Picasso, que no existe y es una lástima siendo Picasso español y estando el latín tan fuera de currículo últimamente. Prueben ustedes y vean a su librero favorito cambiar de color.
En mi más reciente aventura pasé por una librería, entré y pregunté "¿Sabe usted si existen ediciones recientes del Diccionario de Autoridades?" El librero me ofreció un Pequeño Larousse y dijo que podía conseguirme un RAE si se lo pagaba por adelantado. Al rescate vino una mujer con cara de japonesa, quien dijo que probablemente había un Diccionario de Autoridades en su oficina, que es un centro de estudios hispánicos de una universidad. La mujer fue amable al extremo de explicar pacientemente al librero cómo el dicho Diccionario es un libro altamente especializado.
La ocasión anterior fue menos espectacular pero asimismo frustrante. Recuerdo, y tal vez recuerdo mal, que el Fondo de Cultura Económica tiene un tomo doble de Palinuro de México y José Trigo, es decir un tabique de muy respetables dimensiones. El librero en cuestión repasó el catálogo y me garantizó que dicho objeto no existe bajo el sol. Cómo yo recuerdo haberlo visto sigue sin aclararse.
Si están ustedes en México, una especie de ruleta es preguntar por el número 100 de la Sepan Cuántos. Necesitan suerte para hallarlo pero de vez en cuando sucede.
Por otra parte fantaseaba que algún día me gustaría tener una casa y la exclusiva tarea de llenarla de libros, y en mi fantasía el catálogo comienza así:
Soñar, soñar. Mientras tanto, seguiré hostigando libreros. Formica bestiola est