El principio y el fin

Para Guille Cuevas

-Lo más importante de una dona, ¿sabes lo que es?: el hoyo.

El hoyo, repitió Mariana en voz un poco más baja, como reafirmando la convicción.

-Sí, no te rías. Lo que pasa es que te vas con lo evidente. La teoría, para tu información, es más ilustrativa que lo empírico, a pesar de que es menos palpable. Entender el sentido del hoyo es más importante que captar el volumen del pan. ¿Qué sería de la dona sin el hoyo? ¿Realmente podría llamarse dona? Y algo más: los huecos de la dona son como los ombligos: a pesar de la semejanza, no existen dos iguales.

Habíamos estado tomando café y comiendo donas en la terraza de su casa y el increíble don de encontrar lo extraordinario en la trivialidad volvía a hacerse presente en la voz de Mariana. Torbellino de ideas, huracán de palabras, inventario de cosas y acciones sin forma, sin color, sin volumen, su palabra volvía a sumirme en la fascinación y a impulsarme a los límites de la impaciencia.

-Puedo comerme una dona y en cada mordisco destruir la figura, y sin embargo el hoyo permanece. ¿Captas cuál es el punto de cohesión, el núcleo de toda esa materia?

Cuando la conocí trataba de entablar contacto con inteligencias de otras galaxias mediante el sistema de escribir mensajes en el agua que algún día, aseguraba, alguien podría leer. Su índice siempre húmedo me apuntaba acusador:

-Tú eres incapaz de comprender las cosas. Si oyes que Santo Tomás predicaba que un buey voló, tú volteas hacia el buey y esperas que levite. Que flote, pues. ¿Te parece ridícula mi escritura en el agua? Pobre de tí; jamás podrás comprender que el universo cambia irremediablemente en cada acción, con cada pensamiento. ¿No te das cuenta de que si mueves una piedra, o derribas un  árbol, o entierras un pariente el cosmos ha cambiado? No puedes alterar el estado de las cosas impunemente. No importa que no entiendas; me caes bien porque escuchas como si esto realmente te importara, aunque en el fondo sienta que tu entendimiento es como un laguna tersa en la que nadie ha escrito nada.

¿De cuál fumas, Mariana?, pensaba yo en esas ocasiones, pero ella ni fumaba, ni tomaba, ni tenía signos visibles de locura. Era una alumna más de la prepa y repetía nombres de héroes, teoremas y fórmulas químicas impecablemente con una sonrisa de suficiencia. "Esta es de las que gozan estudiando", pensaban los maestros. Yo sabía que no. En el trasfondo se burlaba de todas esas cosas. Para ella el verdadero conocimiento eran los saltos de trapecio sin red protectora que llevaba a cabo bajo la carpa de su imaginación. En mí había visto como signo fatal el confidente de sus extravíos, y cuando algo le bullía me llevaba a un rincón, a una banca apartada y me decía "¿Qué crees que estuve reflexionando"? Y ese "reflexionando" era para mí el anuncio de una tormenta de juicios y argumentos contra los que no podía sino guarecerme en los tejabanes de mi vida sin complicaciones.

-Una dona simboliza el principio y el fin en eterno retorno. Por donde tú la mires no hay un punto que la remita a un antes y un después, a un inicio y a un fin. Metáfora de la existencia que empieza donde acaba lo empezado. ¿No es demasiado denso para ti? ¿Y sabes qué sustenta ese siempre por siempre? ¡Claro que lo sabes! ¡Por supuesto que el hoyo!

Yo salía con ella a todas partes. Como calcomanía, la iba siguiendo por clases y recesos, por fiestas, caminatas y mandados. Me gustaba, para qué negarlo, y a mis cuates les dije que Mariana era mi novia, pero ella estaba más allá de los sucesos ordinarios de nuestra adolescencia. "Somos tan sólo amigos, circunstancialmente amigos", me decía. Una noche, después del cine, al despedirme, sin poder contenerme, la besé. Pareció no asombrarse aunque supe que no le había gustado. "Esto no cambia nada, ¿eh?, me dijo. "¿No que el cosmos cambia con nuestras acciones?", repliqué. "Sí, pero no tan pinches", y cerró la puerta.

-Además en la antiguedad la palabra dona quería decir dama, dueña... mujer, pues. Sonrió con malicia mientras sus ojos buscaban la más mínima reacción en mi cara de palo. "¿Por qué crees?."

Mariana no terminó la prepa aquí. A su papá, que era un señor estirado muy diferente a ella, le cambiaron su lugar de trabajo y cargó con su familia primero a Guadalajara, luego a Puebla y al final le perdí la pista. Hoy, sin saber por qué, me acordé de aquella tarde en que me habló de las donas.

-¿Oíste al maestro en la clase de lógica? Hablaba del ser y de la nada como dos cosas diferentes. Pobre iluso; la dona lo rebate sin remedio. Aquí -y tomó una entre el pulgar y el índice- ¿qué hay? ¿Hay un hoyo o no hay nada? Si hay un hoyo entonces es el ser; si no hay nada ¿para qué un nombre para algo que no existe? ¿Digieres la contradicción?

Le dí un sorbo al café y cuando estiré la mano advertí que ya el plato estaba vacío. Devolví el movimiento con toda discreción y me rasqué la mejilla. Desde el principio había estado buscando el fin de la andanada y sentí que era el momento.

-¿Te queda claro, no? dijo Mariana en ese tono que no admitía réplica.
-Sí, dije por no alegar.


Tomado de El principio y el fin. Rubén Martínez. Editado por el Instituto Colimense de Cultura y el Gobierno del Estado de Colima. Colima, Col., 1994.


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    Ultima modificación: 14 de marzo de 1996.
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