La Anunciación sucedió
en la azotea.
—¿Cuánto me vas a querer?
—Todo cuanto te dejes, y tal vez un poco más.
—Quiero ser tuya.
—No puedes. No poseo nada más que mi cabeza.
—¿Y tu corazón de quién es?
—Del Demiurgo, de la vida y de las estrellas, a partes iguales; lo
tengo en el pecho en calidad de préstamo y sin ninguna clase de
garantía.
—Si no fueras lo que eres, ¿qué serías?
—Sería terrorista.
—¿Y eso por qué?
—Escucha las estadísticas de los ecologistas, sobre el tema
que quieras: emisión de gases, deforestación, desaparición
de especies, basura nuclear, calentamiento global. La civilización
occidental debe ser destruida antes de que acabe con el mundo, ¿no?
—Si el status quo no te place debes convertirte en revolucionario,
no en terrorista.
—Para ser revolucionario se necesita proponer una alternativa. Yo no
tengo ni la estupidez ni el ego para declarar que conozco una alternativa.
No tengo alma de predicador.
—De terrorista, ¿qué te gustaría hacer?
—Descabezar estados y ejércitos; hacer reír a la gente
común y corriente; profanar los templos de la política y
del progreso; aturdir al rico; asustar a todos; matar sin motivo y querer
con razón; discutir con la muerte; desmantelar aviones y barcos;
tirar satélites a pedradas; convertir torres de alta tensión
en molinos de viento; vaciar presas; pintar de rosa el agua potable...
—Si fueras a matar a alguien ¿por quién comenzarías?
—Por tí, desde luego.
—¿Yo por qué?
—Uno no tiene autoridad moral para aterrorizar a otros si no prueba
el veneno primero.
—Eres terrible.
—Lo bueno es que soy yo, y no un terrorista.
—Buen terrorista serías.
—Ya sabes que me encantan las paradojas, corazón.
—Duerme.
—Duerme tú.
—Tú primero.
—Tú después.
—¿Me quieres mucho?
—No.
—Yo también.
—Sí te quiero.
—Yo tampoco.
—No soy buena persona. Tengo manías.
—¿Será?
—Sí.
—¿Como cuáles?
—Me gusta tener varios cepillos de dientes. Cuando cambio las sábanas
de la cama, las cambio por unas iguales. Desarrollo relaciones emocionales
con los bolígrafos y con los suéteres. Me gusta ducharme
de madrugada algunas veces. Hablo con los aparatos eléctricos. Tengo
una obsesión por la canción de los elefantes en la tela de
la araña...
—Nada suena imperdonable.
—¿Entonces sí me quieres?
—¿Enquonces mí se tienes?
—¿Entquientes mí se quonces?
—Ajá.
—¿Te gustan los cuentos?
—Sobre todo los míticos, los que relatan una acción reiterativa
en forma simbólica.
—¿Qué?
—Reinterpretación. Me gusta la versión de Dalí
sobre la leyenda de Guillermo Tell. Una vez quise imitarlo y reinterpreté
la anunciación.
—¿Y?
—No soy Dalí. Resultó algo bastante obsceno y nada poético.
—¿La obra y gracia del Espíritu Santo era ejecutada más
bien en vivo por el arcángel Gabriel?
—Ni más ni menos.
—Tienes razón. Es de muy mal gusto.
—Quiero pensar que al menos Gabriel debió haber sido muy guapo.
—¿Tangible también?
—Me gusta pensar que sí.
—¿Como tú?
—¿Cómo, tú?
—¿Cromo?
—¿Bromo?
—Pomo.
—Gnomo.
—Plomo.
—Pozo.
—Polo.
—Me doy.
—¿Te gustan las nubes?
—La lluvia, y las tormentas eléctricas.
—¿Los rayos?
—Las centellas.
—¿El ruido?
—También las nueces.
—¿Las goteras?
—Los charcos.
—¿Los tinacos?
—No. Me gustan más los tanques de gas que los tinacos.
—¿Gas doméstico?
—Sí, pero también los tanques de acetileno, y los de
oxígeno, y los tanques inoxidables de nitrógeno. ¿Sabes
un secreto? Los tanques de acetileno son duendes.
—¿Muerdes?
—Ya sabrás.
—¿Es amenaza?
—Es esperanza.
—Eses peran záz.
—¿Tú muerdes?
—¿Tú mueres?
—Sí, pero no pronto.
—Achis.
—Y mira que la muerte me da curiosidad. Mi muerte me va a admirar tanto
que me pedirá mi autógrafo y dirá: "Hace mucho que
moría por conocerte", y yo responderé: "Igualmente, pero
qué se le iba a hacer".
—Hoy hace mucho que moría por conocerte.
—Va a ser todo un honor, el día que mi muerte venga. La voy
a reconocer, y la voy a querer mucho, mucho. Le voy a hablar bajito y nos
vamos a entender bien.
—Las conversaciones tienen cuatro pies.
—¿Y si conversan dos cojos?
—Buena la hiciste. Habría tres clases de conversaciones entre
cojos: dos pies izquierdos, dos pies derechos, y pies mixtos. Como quiera
me parece que con cuatro pies en juego son mayores las posibilidades de
llegar a un arreglo armónico.
—Tu muerte podría tener mi cara.
—Qué macabro es el amor.
—¿El amor y la vida?
—¿Y la muerte?
—También pasa.
—Te quiero mucho. Quiero ser un animal peludo para ovillarme junto
a tí.
—No me lo tomes a mal: eres un animal peludo. El resto queda en tus
manos.
—Tal vez también te odio mucho.
—Detrás de todo proceso de seducción se esconde una ambivalencia.
—En eso te equivocas, porque aquí estamos jugando a muchas cosas
pero a la seducción no.
—¿Cómo es eso?
—No tengo la suficiente solemnidad ni la suficiente hipocresía
para seducirte.
—Me parece que más bien te anda sobrando descaro.
—Eso también.
—Con todo, no te marcha mal.
—¿El proceso de ambivalencia, o el de seducción?
—Ambos te marchan.
Creado: 22 de enero 2002.
Hormiga
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