sábado,
23 de octubre de 2004
Por Jorge L. Pérez
USTED SABE
cómo son las cosas a veces: uno se pone a pasar canales con el control remoto y
de pronto cae en una de esas malas rachas en las que tal parece que, no importa
la hora ni el día que sea, están pasando la misma película en tres canales
diferentes.
Y en tres etapas de gestación diferentes
también: comenzando por aquí, a mediados por acá, terminando en su punto
culminante en el canal de más allá.
Es muy natural, pues, que uno intuya que
alguien allá arriba está mandándole una indirecta y se resigne a lo
inevitable: ver la dichosa película.
La película era 'A League of Their Own'. ¿La
recuerdan? La cinta de Tom Hanks acerca de la liga femenina de béisbol
profesional que existió en los Estados Unidos durante los años de la Segunda
Guerra Mundial.
Tuvo bastante éxito en su tiempo -es de 1992-
y, a fin de cuentas, debe ser reconocida como una de las mejores películas
hollywoodenses sobre el béisbol... lo que no es decir mucho.
El cine beisbolero no tiene su 'Raging Bull',
como lo tiene el cine boxístico, y, cuando uno la vuelve a ver a estas alturas,
se da cuenta de que 'A League of Their Own' deja por lo menos un cliché en base
y esperando remolque en cada una de sus nueve entradas.
Sin embargo, 'A League of Their Own' tuvo la
virtud de aportar una frase clásica a la lista de frases clásicas del cine:
"¿Llantos? ¡No puede haber llantos en
el béisbol! ('There's no crying in baseball!)", regaña Hanks, en su papel
de un dirigente borrachón, a una jugadora que de pronto irrumpe en llanto en
pleno 'dugout'.
No sé si verdaderamente es así -que no se
pueda llorar en el béisbol-, o si eso es algo que también se aplica a otros
deportes.
Lo que sí sé es que en el boxeo -tal vez el
más machista de los deportes-, sí ha habido casos de hombres hechos y derechos
que han mostrado una sensibilidad inusitada y que hasta se han puesto a llorar...
incluso encima del ring.
Uno de los más famosos, claro está, fue el
llanto histérico con el que el peso completo Oliver McCall inundó el ring
cuando, al parecer, sufrió un colapso nervioso mientras peleaba con Lennox
Lewis por el cetro pesado del CMB en 1997, provocando su derrota por nocaut técnico
en el quinto asalto.
McCall acababa de completar un programa de
rehabilitación por su adicción a las drogas y lo único que demostró su
comportamiento sobre el ring frente a Lewis -un hombre al que él había
noqueado en un combate anterior- , fue que él aún no estaba preparado,
mentalmente, para volver a pelear.
Entretanto, aquí en Puerto Rico, el
entrenador Félix Pagán Pintor recuerda el momento en que vio llorar por única
vez a Wilfredo Gómez, un peleador que siempre batalló a sangre y fuego sobre
el ring y que manifestaba, en sus combates, un deleite casi quirúrgico en su
dominio del arte de hacerle daño a un rival.
"Un día yo estaba en su apartamento del
ESJ Towers (en Isla Verde) cuando cogí la llamada en la que le dijeron que
Salvador Sánchez había muerto", recordó Pagán Pintor.
El mexicano Sánchez, naturalmente, fue quien,
el 21 de agosto de 1981, noqueó a Gómez en ocho asaltos para romperle el
invicto, comenzando ahí mismo Gómez la obsesionada búsqueda de una revancha
que, en julio de 1982, le arrebató para siempre un accidente automovilístico
ocurrido en México.
"Mientras Gómez hablaba por teléfono,
vi que le bajaba una lágrima", continuó Pagán Pintor.
Era una lágrima que contenía tanto de
tristeza, como de rencor.
"Wilfredo me dijo: 'Ese -------- nunca me
permitió volver a pelear con él' ".
Tan conmovido y frustrado estaba, de hecho,
que, según recuerda Pagán Pintor, Gómez viajó de inmediato a México, tanto
para asistir al sepelio de su némesis, como "para estar seguro de que era
verdad" lo de su muerte.
El entrenador cree que esa derrota ante Sánchez
"no tan sólo le quitó el invicto a Gómez, sino que lo destrozó".
Cuando llegó de Las Vegas después de la
derrota que estremeció a todo el país, por ejemplo, Gómez traía puestas unas
enormes gafas negras, para disimular el castigo que prácticamente le había
desfigurado el rostro.
"Yo le dije, 'Papo, ¿que es lo que tú
eres, un artista o un boxeador?' Pues los boxeadores tienen que estar cortados o
hinchados, así que quítate eso".
Y Gómez le hizo caso.
Pero tal vez ese orgullo herido del boxeador
avergonzado por una derrota tuvo su ejemplo más célebre en Floyd Patterson,
quien, según se cuenta, luego de haber perdido el título al ser noqueado por
el sueco Ingemar Johanson en 1959, estuvo semanas enteras sin salir de su casa.
Y, cuando lo hacía, se valía de pelucas y
bigotes falsos para que no le reconociera la gente.
Al contrario de Gómez, Patterson tuvo la
oportunidad de volver a pelear con Johanson, a quien noqueó para reconquistar
el campeonato... y su sentido de la dignidad.
Pero hay algo que es mucho más difícil de
superar que una mera derrota boxística: la muerte de un rival como consecuencia
de los golpes que uno le acaba de conectar.
Se dice que en el pesaje antes de su tercera
pelea con el santomeño Emile Griffith, señalada para el 24 de marzo de 1962 en
el Madison Square Garden, el cubano Benny Kit Paret acusó de homosexual al
talentoso campeón del peso welter, quien, esa noche, se ensañó con él y, en
determinado momento, le conectó 38 golpes seguidos cuando Paret se encontraba
pillado en una de las esquinas. Paret moriría diez días después y, con él
también pareció expirar el instinto asesino de Griffith, quien, aunque luego
se apoderaría también de campeonatos en las 154 y las 160 libras, siempre
admitió que nunca más había vuelto a tirar sus golpes con toda su potencia.
En otro caso parecido, luego de que el
colombiano Jimmy García muriera en 1995, dos semanas después de que cayera
noqueado en el undécimo asalto de su pelea por el cetro superpluma del CMB con
Gabriel Ruelas, el campeón mexicano atravesó por una crisis emocional que
terminó alejándole del boxeo: Ruelas juraba que, cada vez que peleaba, se le
aparecía la silueta de Jimmy García flotando detrás de su rival.
Por último, el 28 de febrero de este año,
Ricky Quiles, un zurdito de ascendencia boricua que pega tanto como lo indica su
récord de 36-6 y ocho nocauts, derrotó por decisión en 12 asaltos al peruano
Luis Villalta en una ardiente pelea celebrada en Coconut Creek, Florida.
Pero Villalta se desplomó en su camerino poco
tiempo después y murió a los cuatro días.
"Ricky quedó completamente devastado",
dijo días atrás Peter Kahn, de la compañía promotora Warrior's Boxing, de
Florida, a la cual está ligado el peleador.
"No sólo no quería boxear más... no
quería hacer nada".
Por suerte, agregó, "él tenía a su
esposa, a sus amigos que le apoyaban. Además, Ricky es muy religioso".
"Poco a poco fue dándose cuenta de que
lo que había ocurrido no había sido su culpa y lo dejó todo en manos de Dios".
Quiles reapareció el 5 de agosto, cuando
derrotó por decisión al puertorriqueño José 'Canito' Quintana.
Comprendió, como eventualmente comprobamos
todos, que después del llanto y el sufrimiento, sólo una cosa que se puede
hacer, ya sea uno boxeador o no...
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Last update October 29, 2004
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