Yo una vez me acosté con un cura. Un hermoso curita rubio de fino bigotito que luego se afeitó, presa de los remordimientos. Quiso afeitarse más cosas pero se lo impedí a tiempo. Ahora, ya más resignado, dicen de él que es uno de los más bondadosos,(pese a su tierna edad), curas de parroquia. Las beatas lo tienen como orito en paño. Yo procuro no ir mucho por la iglesia, para no recordarle viejas heridas, pero que quieren, la carne tira. Y él echa unos hermosísimos sermones.
Lo conocí cuando él acababa de salir del seminario, es decir, se había ordenado recientemente. Su primera parroquia la obtuvo como coadjutor en mi barrio. Yo participaba de las labores parroquiales por motivaciones, más que religiosas, humanistas.
Yo, evidentemente, tenía un conflicto con la iglesia. La iglesia no admite la homosexualidad. Y yo nunca negué mi condición. Mantenía lo que se diría un cordial-entendido-amistoso con las beatas y el propio cura. Este era algo carquilla, pero le interesaba más tener gente de valía a su alrededor que respetar a rajatabla las normas -No pretendo echarme flores, pero en comparación con el hato de beatas inútiles y parlanchinas que suelen pulular por las parroquias, cualquiera que tenga intenciones de realizar alguna labor practica es bienvenido- Con frecuencia hablábamos del tema y él se refería a "mi... enfermedad", con la pausa incluida, y yo siempre, por incordiar, le aclaraba "se refiere usted a que soy maricón, padre". Y así andábamos hasta que llegó el curita nuevo.
Joder, que tío. Ya digo. Rubito, guapito, bigotito. Bigotito que por cierto no le gustó nada al cura. Pensaba que ese tipo de adornos estéticos, en un servidor de la parroquia, no era adecuado ante dios. A mi, lo cierto es que me encantó. Y me hice muy amigo suyo. La verdad es que al principio, pensé que él cojeaba del mismo pie que yo. Luego comprendí que no cojeaba de nada. Era un autentico santo inocente. Por desconocer, desconocía hasta el significado de alguna palabrotas corrientes. Desde luego no era un tipo de la calle. Así las cosas me metí a fondo en la indigna tarea de "pervertirle". No me resulto muy difícil, no tuve que torcer ninguna costumbre natural. Aquel chico carecía absolutamente de costumbres sexuales. Creo sinceramente que aun no se explicaba ciertas serosas humedades nocturnas y creía sinceramente que se debían a algún desarreglo. Estoy seguro de que la primera vez que se le puso dura fue conmigo. En fin, cumplí mi papel mefistofélico y me cobré mi parte. Fue muy agradable, aunque después tuve que acometer la, aún mas dura, tarea de suavizarle los remordimientos.
El día que le quité de las manos aquellas tijeras de cocina se derrumbó, lloró, meditó, comprendió y aceptó que nada es tan grave en la vida. Ni siquiera haber pecado contra la carne (aun por el lado presuntamente errado).
Ahora es mas sabio que antes. Y creo que mas fuerte. Y aunque mantiene su inocencia, esta no le excluye el conocimiento de la posibilidad de maldad en el mundo, con la que tiene que enfrentarse en su condición de representante de un credo consolador. Creo que en realidad ahora se considera un autentico mártir en vida.
Sigo creyendo que le hice un favor. Muy bien correspondido, por cierto.