- Es alemán primo, nada que ver con esos brasileños que están por todos los callejones. Además mira que bonito, nuvecito, mira este parabrisas, es curvo, así no hay cliente que se resista. Mira el marcador primo, ¿ves? ¿cuándo has visto eso antes? El cliente ve a un taxi destartalado y apestoso y ve a éste escarabajo marfil y a cuál crees que se sube.
Este niño con juguete nuevo duró varios meses. En este tiempo estuvo buscándole más y más ventajas y cachibaches a su carrito. Buscaba diferencias entre su bólido y los misios escarabajos brasileños. Descubrió quince usos para el encendedor eléctrico. Desde sellar bolsitas de plástico hasta incluso, encender cigarros. Descubrió también que los escarabajos de la plebe no llegaban al mercado con cinturones de seguridad, mientras que en el suyo, por tener fuertes rasgos «doiches», era inevitable tan importantísimo accesorio. Fue así como a Santiago, en su afán de remarcar la nacionalidad de su automóvil, se le ocurrió amarrarse cada vez que salía. De arriba para abajo y de abajo para más abajo con su cinturón. Era tan raro ver a un taxista usándolo que los clientes conversadores comenzaban a hablar de esto, y fue así como la mente de Santiago se inundó de aquellas historias de vidas salvadas por metro y medio de cinturón. Está bien, me declaro culpable, yo también le conté mi historia con el cinturón, pero la mía es cierta, que a mí me salvó la vida este pedazo de tela Santiago, de no habérmelo colocado, no te estaría contando esto ahorita primo, y demás pavadas le decía.
Pero regresando al 24, este mismo día mi primo si que estuvo bajo la mirada de los dioses. En la Avenida Angamos, en pleno Surquillo, en medio de un tráfico espantoso, detrás de un pequeño camión destartalado, Santiago pensaba y soñaba.
- Qué día de miércoles, cuatro de la tarde y solo dos pasajeros hasta ahora. No lo puedo creer, y yo que pensaba llegar en la tardecita con un pavo bien gordito, llegar y mostrárselo a la familia, «Norma, mira lo que te he traído así que no me jodas», mis hijos se alegrarían «esto es para ustedes tres, pero con la condición de que me den dos besos cada uno, y también a su mamá, que lo va a cocinar como los dioses. ¡Feliz Navidad!», ¡día de miércoles!. Cómo no vuelan los pavos como las tortolitas y me cae uno del cielo carajo, y hago feliz a la family.
Pero en ese momento, ahí trancado detrás del camión ocurrió un milagro, algo increíble, una en veinticinco millones, porque a ningún otro peruano le podría haber pasado. De repente una de las puertas del camión que estaba delante de él se entreabrió y saltó disparado un enorme pavo, medio atolondrado, como si acabara de salir de una pelea masiva de pavos gorditos. Y fue a dar justo encima de la capota, delante del parabrisas, frente a donde debería haber, si fuera un buen día, un pasajero. Santiago no lo podía creer. Atolondrado y sobreexcitado, como si viera en el diario que los números del boleto ganador de la lotería coinciden con los suyos, Santiago abrió la puerta y dio un fuerte salto hacia afuera, pero olvidó que tenía puesto el cinturón de seguridad.
- Maldito cinturón -gritó- ¡Suéltate mierda!, ¡suéltate!
Santiago intentaba zafarse del asiento, pero los nervios, el calor, el aturdimiento, la gente que comenzaba a darse cuenta de la situación, no se, algo impedía que pudiera soltarse. Apretaba y apretaba el botón, jalaba por todas partes y nada. Intentaba salir por debajo y nada. Fue en este momento que a quince metros Santiago vio acercarse corriendo a un chiquillo, un mocoso con pinta de pirañita, Santiago desesperado, antes de que pudiera soltarse, vió cómo el pirañita agarró fuertemente al pavo por la panza y por el cuello, y se lo llevó corriendo, en sus narices, y Santiago solo atinó a insultar al mocoso.
Ocho horas después, Norma llevaba a la mesa dulceritas de diferentes colores, algunas con mermeladas, otras con margarinas, todas muy vistosas, y en una fuente cargaba pan francés y pan de yema.
Adrián Núñez