Cerca de la piedra
Sin embargo, estoy convencido de que Mozart no le llegaba ni a la rodilla. Mentalmente, me refiero a mentalmente. El muchacho poseía un cerebro musical perfecto. Componía como por arte de magia, de pronto, sin pensarlo conscientemente. Las melodías le fluían. Hablaba cantando. No señor, no sentí remordimientos cuando le estampé la culata del fusil. Él silbaba escupiendo sangre, no se callaba. Era un comunista, pues. Yo, yo era joven y obediente.
Lo que duran dos peces de hielo en un Whisky on the Rocks
Apurando el paso, los mozos se aproximaron a la puerta de mi habitación. Yo vociferaba, cargado en hombros, beodo y excitado. Abrieron la puerta. Mi mujer, cubierta tras una bata del hotel, me observa con sus ojos quietos, afilados. Como cuando vemos a un pájaro al vuelo cagar en el auto del vecino. Me miraba porque le bloqueaba la trayectoria de la mirada. Por lo menos, era mi esposa. Joven, rubia, atractiva. Yo arrastro, beodo, una calvicie prematura, caries, ingente decadencia. No sé por qué aceptó. Me lo traigo entre dientes. Furioso, se lo he de soltar como un vendaval. Clavaré en ella mis puños hasta que los mozos, ansiosos por vengarse del amo, me combatan y, poco después, felices, me depositen sobre el colchón. Dejen que mi cuerpo se pudra allí, sobre la cama, así, tal como ella acaba de decir, antes de cerrar con un portazo -sus ojos tibios, pero afilados-, let him lie there and rot, that motherfucker.
Candela
Rebosa por las quebradas esquinas el vómito volcánico. Desparrama candelas por el aire la nube de cenizas. El auto posa apagado al ras del camino. El destartalado esqueleto de su dueño arroja metano, CO2, otros gases varios, vitaminas, minerales. Se ve como un coral, besado en sus orillas por el hirviente campo líquido de lava, como un megalito animado escarbando sobre la tierra joven, o el mar. El motor del auto no suena. Es rojizo, negruzco, pura carrocería; está apagado. Antes de la explosión, funcionaba. Algo debió liberar los gases del tanque; éste no explotó, por más que su dueño lo había apagado antes de prenderse.
Made in USA
Johny es made in usa, dijo la abuela. Los otros nietos no la entendieron. Eran ya mayores; por eso, no entendían. La abuela, sí. No le importaba. probar con cosas nuevas. Sus nietos eran, también, abuelitos. No les gustaba jugar con la vida. Eran conservadores. La abuela, en cambio, compraba recetas genéticas al por mayor, caldos de autoayuda, contrataba especialistas. Johny era un niño bueno. Perfecto. Un diamante. Sus extremidades simétricas se proyectaban hacia afuera cuando jugaba a darse volantines. Abuela, ¿qué es lo que te han traído?, preguntó uno de los nietos. Un nieto, un nieto perfecto, dijo. Lo han construido perfecto, para mí, de los primeros modelos en venir inmortales, dijo. Un nieto importado, dije yo, recostado sobre la cama, carcomido por el cáncer, viejo recio resistiendo con firmeza, masticando remedios homeopáticos, cubierto con cataplasmas. Lo que nos faltaba, dije. Importado, dije.
Cabalgando una yegua lampiña
Se desparramaron por el campo las compañías. Campeaban las llamas y los gritos. Maldecían los curas, sentados dentro de sus oficinas. Las catedrales se partían. Los automóviles se detenían. Un soldado calvo se desprendió del pelotón. Pidió permiso, y el jefe asintió. Una columna de paramilitares y matones locales se adhirió a su rastro. El calvo dirigió la operación con precisión. Al despuntar el alba, roto el velo de neblina, salieron las amas de casa a lavar pantalones. Sus maridos, jóvenes y bien vestidos, se despidieron y salieron, prestos, a trabajar. Encima de la ciudad, flotaba un espejo. Los jóvenes maridos, uno por uno, iban levantando el rostro y descubriendo, sorprendidos, que les habían depilado la cabeza. Rugidos y aullidos saludaban al sol que salía. Los pelotones ya habían franqueado la población y se dirigían hacia las colinas.
Martín Aspíllaga