Entre Jazmín y una Molotov
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Alzo el volumen del walkman. A mi alrededor desaparecen los autos, la
algarabía de la calle, la vieja que me habla, el ruido del viejo motor
del microbús en el que voy. Es lo único que tengo: algo de música en
mis oídos y un poco de humo en los pulmones. Eso, un par de golpes en
la espalda y un leve ardor en los labios...

Alzo más el volumen y llego a la Plaza Francia. Hoy es día de lucha,
han dicho los más iracundos. Veo algunas caras conocidas entre la
multitud. Un par de compañeros de clases, que me pasan la voz desde
lejos, agitan sus banderas rojas con la foto del Che. Entonces saludo
aquí, allá. Veo a Eloisa, mi enamorada del ciclo pasado, con su nuevo
agarre, un flaco alto y estúpido de Derecho. Reconozco otro par de
gansos más por allí y más gente que llega a la plaza. Yo sólo busco a
Jazmín entre los demás, es lo único que me importa, pero nada.

La plaza se va llenando de jóvenes de todas las universidades y grupos.
Es fácil reconocerlos. Los de Católica tienen las manos pintadas de
blanco. Los del colectivo Amauta llevan sus clásicas banderas de
izquierda, pero hoy han decidido poner más color a la manifestación, el
rojo ahora es un carmín algo putón. Los de Anarquía, desgarbados y
sudorosos, ponen con su presencia la nota curiosa al asunto. En fin,
todos tienen un papel en este asunto. Los de Católica ponen las flacas
lindas, los de la Villa su ausencia, los de la Sanmartín su pose, los
de la Richi... -umm, no sé-, los de Cantuta sus muertos, los de la Uni
la fuerza de choque -llantas, etc- y los de San Marcos los gritos,
banderolas viejas y sprays para los muros; algunos, como yo, llevamos
algo más que eso en los morrales.

Roberto, el loco de filosofía, se acerca desde el otro extremo de la
Plaza en donde algunos ultiman una banderola, cambian letras y frases
de la última marcha en esa tela desteñida y llena de huecos. Me dice
que no agite mucho la mochila y tenga cuidado, no vaya a ser que se
caiga la gasolina, luego continúa: "no tardarán en pasar las masas por
esta calle. Ahora sí llegaremos al Congreso como los 'grandes'. Esta
vez ya no nos sacaran la mierda esos tombos hijoeputas, ya verán".

Le pregunto por Jazmín, me dice que no la ha visto y que me deje de
huevadas. "¡En estas horas pensado en la flaca, templado de mierda!
¡Aprende a luchar!" Me quedo callado antes que me hable de Rubín y Mayo
del 68, me tiene harto.

Me alejo para comprar un par de fallos, por si las moscas, para las
bombas lacrimógenas. La tía que vende los cigarros está algo asustada,
lo noto en sus ojos. Me dice: "joven, por qué le hacen esto al
chinito". Me río, no le digo nada porque acabo de ver los ojos del bebé
que lleva en las espaldas. Los ojos del pequeño en realidad no me dicen
nada, me dejan en blanco y creo que no vale la pena todo esto, después
de todo lo mismo da, nada cambiará.

A lo lejos veo a Nancy, la amiga de Jazmín, está con otras chicas muy
lindas. Me acerco con la timidez de siempre. Le doy un beso en el
rostro a todas. La loca de Ursula está con ellas, me sonríe como
siempre la cojuda, con esa mirada de mamona. Le pregunto por Jazmín a
Nancy y menciona que no la ha visto desde que salieron de la
universidad junto a los demás. Entonces le ruego que cuando la vea le
diga que estaré con Roberto y los otros. Bien, me dice. Yo me despido
de todas nuevamente con el ritual del beso que me tiene hinchado cuando
son tantas y riendo como yeguas.

Antes de que se alejen por completo, la loca de Ursula me lleva a un
lado y me susurra que vio a Jazmín junto a Freddy de sociales. Y quien
es ese, le digo despacio. No sé, pregunta por ahí, ¿tienes un fallo?
Sólo dos. Lanza pues. Primero, dime quién es ese. Está bien, pero no me
digas chismosa. Es uno de los dirigentes de la Facultad de Economía. ¿Y
qué hacen juntos? No sé, por qué te preocupa tanto Jazmín, existimos
mejores que ella. La miro y en silencio me digo que al menos ella no,
una mamona como ella jamás.

No le creo a la loca Ursula. Cómo si no supiera lo que es capaz de
hacer por enredar su lengua con cualquiera. ¿Y, si resulta ser verdad?
¿Si tal vez le gusta otro? Estos días Jazmín ha estado muy extraña.
Hemos hablado poco y hasta reñido por tonterías. Pero que me salga así
de pronto con el tiro por la culata, con un tipo y de otra facultad,
está difícil.

¿Y, me invitas o no el fallo que te pedí? No. Ya te dije que son para
evitar el ardor en los ojos y la garganta cuando tiren las bombas
lacrimógenas. Compra otros pues.

Me quedo callado porque no tengo más que para mi pasaje de vuelta a
casa. Pongo un fallo en los labios de la loca y en los míos. Que se
jodan las bombas, yo sabré aguantarlas. Los fósforos están algo
húmedos, prenden con dificultad. Me revienta estar en este lugar, sin
mi Jazmín.

En el centro de la Plaza se improvisan unos breves discursos contra el
régimen actual, los gobiernos pasados, los congresistas, los payasos,
los matones y a quienes puta se les ocurra rechazar a los enrevesados
oradores. Se corean algunos lemas farragosos, vivas, más vivas y más
mueran antes de partir por las calles gritando lemas y haciendo de la
furia un espectáculo.

Entre largas avenidas la gente nos mira con un desprecio inconcebible,
algunos nos gritan: "vayan a estudiar, a trabajar, vagos". Yo les hago
señas con mi dedo medio y el brazo alzado, para evitar liarme a golpes
con cualquiera por ahí. Pero nada es más importante ahora que
encontrar a Jazmín.

Roberto se acerca y me dice que esperemos a ver cómo va la cosa. Los de
Construcción Civil han sido apaleados más adelante y eso ya es cosa
seria, el gobierno va en serio, debemos tener cuidado. Cómo si no lo
supiera, huevón.

Los niñitos de manos blancas no quieren provocar nada serio y en
general los de las otras universidades. No sé en qué terminará esto.
Tengo un mal presentimiento. ¿Has visto a Jazmín?, le
pregunto. "¡Carajo, loco! ¡Te estoy hablando en serio, no vengas otra
vez con eso! Escucha bien, no te alejes, porque cuando la cosa esté
fea salimos al frente, ¿entendiste?".

Antes de despedirse, me dice: "respecto a Jazmín, sí la he visto, más
adelante, con Freddy, uno de Economía". ¿Quién es ese?, le digo. Me
mira extrañado. "Reparte esto nada más", me indica y me da unos
panfletos al tiempo que se aleja para coordinar con otros.

Hemos llegado a una gran avenida. Todos marchamos a paso lento, cómo si
estuviésemos yendo al despeñadero. Me adelanto para buscar a Jazmín.
Nada.

La Loca Ursula se me acerca. ¿La Viste?, le pregunto. Sí. ¿Dónde? Más
adelante. Entonces allá voy. Te acompaño si quieres. Bueno, de algo me
servirás. No jodas, huevón.

Avanzamos unos metros y veo a Jazmín desde lejos, entre algunos que le
hacen conversación más adelante, donde están la mayoría de dirigentes
posando para la foto y las cámaras de televisión. Ya es muy difícil
llegar hasta allá. Hay mucha gente apretujada. Le digo a la loca
Ursula que me haga el favor de agarrar mi mochila mientras intento
llegar hasta Jazmín. Lo hace y yo me escabullo entre los demás.

Estoy a un metro, detrás de Jazmín. Intento tocarle el hombro y decirle
que la estaba buscando, pero su cabello y la fragilidad de su cuerpo me
hacen pensar en que debería ser más sutil. En eso la gente empieza a
correr y gritar. Nos lanzan las primeras bombas lacrimógenas.

No puedo ver. El gas me ha invadido el rostro y siento náusea. Un ardor
brutal me nace en la nariz y fulmina mis ojos. Corro para intentar
buscar a Jazmín. Nada. Sólo veo siluetas corriendo en todas
direcciones. Gritos y gramputeadas se escuchan a lo largo de la calle.

El ardor es insoportable. Entonces trato de huir a campo abierto. Los
policías ya empiezan a arremeter contra la multitud a porrazo limpio.
Veo a Marco, al pasivo y tan estudioso Marco, con sus lentes de poto de
botella, que es molido a palos por dos policías. Saco fuerzas de dónde
no hay y de un puntapié hago tambalear a uno de los gigantes. Ahora se
me vienen encima los dos tombos. Marco, cobarde, huye y me deja solo.
Ahora soy yo el magullado, atrapado entre la ley y la pared.

En mi mente se confunden los colores y las formas. Veo sus cascos, sus
rostros ariscos, sus escudos que me empujan más al muro, sus varas que
hacen recogerme y cubrir mi cabeza que es su objetivo. Siento la furia
con que caen las varas, pero no siento dolor, nada, ni un sólo varazo
me baja la mirada, me cubro el rostro para tratar de observarlos, de
entenderlos, ver que en realidad no quieren golpearme para que salga
huyendo del lugar, no, ahora lo sé, lo hacen porque quieren
destrozarme, es odio lo que me tienen: soy el enemigo.

¿Mamá, en el cielo yo seré un ángel? Sí, mijito, serás un ángel si te
tomas todita la sopa. ¿Y en el cielo también hay sopa? No, en el cielo
sólo hay caramelos y nadie te obligará a nada ni a tomar la sopa ni a
hacer lo que tu no quieras. ¿Y qué no quiero? No quieres que te peguen
ni te hagan sufrir. No me gusta llorar, mamá.

Así que me aguanto. No les doy el gusto de sentir dolor a esos
hijoeputas. De pronto disminuyen los golpes. ¿O es que me desmayo?
Escucho una voz gangosa, de extranjero, que grita muy cerca. Les grita
a los policías. Es un periodista gringo quién intenta ayudarme y
apartar a los policías de mi lado. Con su castellano enredado les
grita: "¡Qué hacen pues! ¡Que hacen pues! ¡Por qué pegan, es un chico!
No hacer nada malo, es su derrecho protastar".

Finalmente el gringo los espanta. Yo me levanto de este rincón como si
nada para escupir sobre los cascos y escudos de esos policías. Voy a
explotar de ira. Después de todo me la doy de valentón. Ahora la ley
quiere vengar la insolencia de los escupitajos. Y el gringo que los
aparta con su cámara fotográfica me envalentona más. Yo también quiero
golpear, patear y moretear cuerpos, pero veo al gringo volteando hacía
mí, dándome una mirada seca, como diciendo: ya huevón vete de una vez,
te van a matar, no van aguantarse.

Me quedo frío. Entonces decido correr de ese lugar, pero no por huir
sino por aquella mirada trémula, mezcla de fuerza-vida-temor, que
reflejó los ojos del gringo. Fue eso exactamente lo que me obligó a
zafar culo de allí y correr hacía los míos que estaban en el otro
extremo de la calle.

Cuando llego hacia lugar seguro, dónde están atrincherados el resto de
manifestantes, recién puedo sentir los embates de la zurra. Un fuerte
dolor se trepa de mi espalda y no la suelta hasta hacerme delirar. Mis
brazos se empiezan a hinchar. Ya no aguanto más.

¿Mamá, en el cielo yo seré un ángel? Sí, mijito, serás un ángel si te
duermes temprano. ¿Y en el cielo se duerme temprano? Sí, pero si
primero haces tu tarea. No quiero dormir temprano ni hacer la tarea.
Entonces no serás un angelito.

Alguien me toma del brazo, me dice: "¿Estas bien, amor? ¡Qué te han
hecho! Dónde estabas. Todo el día te he buscado". Es Jazmín, no le digo
nada. En eso llega la loca de Ursula y me dice algo que ya no entiendo
ni mucho menos quiero escuchar. Le pido mi mochila. Me la entrega. La
tomo con mi mano derecha y palpo desde afuera si todavía sigue allí,
adentro, la molotov. Una lágrima se me escapa de impotencia. Del otro
brazo me apoyo de Jazmín quien me acoge con su cuerpo y lleva en su
hombro. La molotov esperará para la próxima, Jazmín también. Ellas son
lo único que necesito para vivir mañana.

Una duda vuela sobre mí. Antes de continuar caminado junto a Jazmín se
lo pregunto a la única moneda que tengo en el bolsillo. A veces, sobre
las cosas que me abruman y no puedo decidir, busco una salida en el
azar de las monedas. "¡Qué haces!", me pregunta Jazmín desconcertada.
Me digo que si sale cara me voy a casa a descansar. Tres veces se lo
pregunto en silencio a las monedas y aunque de tres dos dicen "casa" yo
decido por "calle".

 

 

juliocesarvega

 

 

ATRAS
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