VANO OFICIO

Desde el momento en que Igor se recostó en la silla
sintió que algo andaba mal. Tenía una rara sensación,
pero trató de desalojar aquella idea de su mente. De
manera mecánica, se alisó su larga cabellera azabache.
Cogió los libretos y trató de concentrarse
inútilmente. No pudo. Acto seguido, arrojó los papeles
en la mesa de su escritorio. Aún recordaba que en la
mañana, cuando ingresó al canal, el guachimán lo
saludo y él le respondió con un ligero movimiento de
cabeza, sin mirarlo directamente, pero creyó adivinar
en su rostro una ligera sonrisa. Se sienta frente a su
computadora. Revisa su correo electrónico. Encuentra
una retahíla de mensajes de una lista de Literatura
con críticas a su programa cultural. Los lee y entre
enojado y confuso piensa: "Pucha, estos diletantes, a
ver vengan y pónganse frente a las cámaras; como si
fuera tan fácil". Alguien interrumpe abruptamente sus
cavilaciones; tocan la puerta y le gritan: Igor, Igor,
cinco minutos para salir al aire. Se levanta de la
silla, apaga la computadora y su juego de Play
station. Se ordena el saco del terno que es de un
riguroso color negro. Se vuelve a alisar sus cabellos
y juega con ellos con sus dedos, por unos segundos.
Recoge los guiones y hace un último esfuerzo por
identificar qué es aquello que lo molesta, que aún lo
perturba. Finalmente sale del camerino. Ingresa al set
de televisión. Se sienta en su cómodo sillón. Levanta
una de sus piernas y la pone encima de la otra.
Recuesta su codo en uno de los brazos del mueble y se
pone dos dedos en la mejilla derecha. Mira atentamente
la cámara que tiene frente a él y escucha por el
audífono, las rutinarias palabras: tres, dos, uno,
cero, en el aire; Igor hable, está en el aire:

-¡Carajo, la caspa; me olvidé de lavarme el pelo!


Edgardo Jimenez

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