EL OFICIO DE ESCRIBIR

Lo dejó caer de pasada, suelto de huesos,
repitiendo aquello que dijera Ginsberg por París
hará un año o dos antes de su muerte.
"Si desea mantener la vitalidad el vigor
las ganas viscerales de escribir poesía,
acuéstese con poetas jóvenes".
Me lo dijo sin ruborizarse en una de sus visitas a Lima
-vendía unas propiedades familiares- cuando notó en mí
un cansancio, cierta pesadez de movimientos,
un desgano al tirarme los mismos polvos,
cuando le confesé que escribía poco, tarde o nunca.
Hace años, hará unos veinte, Mora escribió que no quería
vivir como Martín Adán ni morir como Washington Delgado.
Nunca supe a qué se refería
Porque la vida no se elige, la vida se padece.
Ribeyro escribió a su vez algunos apuntes donde afirmaba
que se empieza escribiendo por pasión,
se continúa por oficio y al último se hace por vicio.
A mi edad he subido de peso, debo admitirlo,
hay un asomo de mirada animal, me desplazo con dificultad
y rara vez me sacan de la cincuentena de dormitar delante del televisor.
Alrededor existen escasas circunstancias.
Tengo unas hemorroides que sangran en el momento menos pensado,
el alcohol mella mi salud
y tengo la ingrata sensación de haberlo escrito todo.
Ah tiempo en que los celajes bullían en el estómago
Y observaba clarear desde un cielo cetrino.

 

PLUMA Y CUCHILLO

Era hora de que me siente y escriba.
Que vague, recuerde, trace palabras
buscando calor en mi sangre sucia.
Meses que me ven como el cojudo pinche cornudo
saco largo temblando ante el régimen, los asaltantes,
los cobradores, mequetrefe de Surco,
ese barrio maleteado que mira al futuro con optimismo.

Hora de que me siente y ponga la cabeza en blanco.
Me sostengo en dos estacas -máximo-
porque ya que vivo, vive,
deseo ver hasta dónde voy y de qué soy capaz.
Pinga que me van a venir como si fuera un niñito,
un atrasado de lo formal que se me ve,
aguantando duro y parejo, con un palo y una soga.
Cabreado, entre si así lo desea, pero entre ya,
que cuando me siento y escribo
He de levantarme y cortarlo de un tajo
-brillante como la estirpe eterna-
a ti o a ella o a él, a quien intente hablarme al oído.

 

 

Abelardo Sánchez León. El mundo en una gota de rocío (Peisa, 2000)

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