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RED AMBIENTALISTA POR LA PAZ |
Michel Serres
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Estamos viviendo ciertamente
un período agitado de nuestra vida política, en el que con
toda seguridad está en juego el futuro de la patria, la convivencia
social, el bienestar colectivo y la construcción de una sociedad
capacitada para los retos del próximo milenio. La sociedad colombiana
no tiene más camino que la paz para superar el agudo conflicto social,
económico y ambiental que ha vivido por décadas.
Para ello será necesario, entre otras muchas posibilidades, construir alternativas desde las regiones y los espacios locales que faciliten la promoción de propuestas de calidad de vida y bienestar para las comunidades tradicionalmente marginadas. Alternativas que permitan la creación de riqueza a partir de los recursos propios. Que garanticen la seguridad agroalimentaria y la conservación de los ecosistemas. Que promuevan nuevas formas de relacionamiento entre las personas y entre éstas con la naturaleza. Que fortalezcan la participación con equidad en el intercambio de bienes con otras comunidades. Que permitan el desarrollo y la independencia de los valores y las culturas tradicionales. La propuesta de territorios de paz para la vida quiere erigirse como una alternativa para Ser y vivir un nuevo país, lo que significa ser solidarios para crear justicia social, ser tolerantes para permitir la diferencia y la expresión multicultural, ser participativos para reconocer el aporte del Otro, ser justos para crecer con igualdad, ser desprendidos para lograr la equidad, ser justos para derrotar la impunidad, ser honestos para merecer legitimidad, ser honrados para obtener confianza, ser patriotas para defender el bien común y ser ambientalistas para alcanzar el posdesarrollo con paz social y en armonía con el medio natural. Inicio | Aspectos deseables | La globalización | Proclama económica | Propuesta de paz | Nuestro momento Aspectos deseables para la construcción de un nuevo país
La globalización y la vida local: en búsqueda de nuestra identidad La globalización ha conducido a la homogeneización de los deseos. El hecho de que la gente desee el mismo estilo de vida, hace que se pierda la posibilidad de la diferencia. La creatividad inherente a la diferencia se ve imposibilitada por la homogeneización de los deseos, resultando letal para con la diversidad cultural. La sociedad de la productividad ofrece unos productos estandarizados, que por ser homogéneos no tienen la flexibilidad que les permita adecuarse a los ecosistemas y que conducen al despilfarro de energía, sobreutilización de la naturaleza y a un trabajo improductivo de los hombres. Se pierde también la diferencia del cuerpo real con el cuerpo deseado. Todos desean el cuerpo de la publicidad, el artículo de la propaganda, tener entre los brazos el cuerpo que es modelado por la moda. Ese cuerpo es el parámetro frente al cual se valora lo propio. No hay un reconocimiento de sí mismo sino en función de la carencia o cercanía con lo deseado. Todos nos valoramos por el modelo. Deseos que por homogéneos resultan incontrolables, conducen sin duda a la voluptuosidad del espíritu y al agotamiento de las fuentes de satisfacción. El mundo se ve amenazado por el desborde de deseos homogeneizados. Al mismo tiempo se presenta la homogeneización de los discursos. Cuando todos los discursos se dirigen al mismo referente no puede haber comunicación. Los discursos que se alejan de lo modelado son incomprendidos o censurados, ellos no están en la globalización de los mercados. El discurso que se aleja del modelo es proscrito por la publicidad y puesto en silencio. Cuerpo y discurso se encuentran alienados en las cosas, en las mercancías. La palabra se ve silenciada por la homogeneidad. No hay distinción entre una y otra palabra. Nadie, ni en rincón más lejano, es ajeno a esta realidad. ¿Será acaso que nos avecinamos a la época de una única cultura universal, a una única racionalidad, a la racionalidad de la modernidad que se nos cuela por las rendijas? ¿o es acaso posible que otras racionalidades encuentren su lugar en los discursos locales?. La localidad, es decir, esa pequeña burbuja colectiva que constituye nuestro hábitat, se ve permanentemente penetrada por discursos globales que retan a la interpretación y que pueden resultar, como el canto de las sirenas, aletargadores e ilusos. La posibilidad de mediación de esos discursos depende del grado de reconocimiento de identidad que podamos haber logrado en nuestro entorno. Lo local está siendo penetrado por mercancías que desplazan la capacidad creativa y los saberes tradicionales. Es un intercambio de valores desigual. Los industriales se apropian del excedente agrícola por la vía de la comercialización de productos industriales, donde el valor agregado por los saberes tecnológicos son el secante para sustraer del trabajo agrícola un valor acumulable. Lo local se ha constituido desde este punto de vista en un nicho para el consumo global. Esta homogeneidad que nos arrebata la creación es posible vencerla en un reconocimiento crítico del reino del mercado. Sólo es posible lograr nuestra propia identidad como pueblo, como corporeidades, en la identificación de nuestro papel en la sociedad, en el proceso mismo de comunicarnos y de relacionarnos, en la construcción de las estructuras sociales que lo permitan, que permitan la liberación de los deseos para poderlos limitar. Ser nosotros mismos y proscribir la imagen que de nosotros se tiene es la única manera de romper las ataduras del mercado. Inicio | Aspectos deseables | La globalización | Proclama económica | Propuesta de paz | Nuestro momento Proclama económica para los territorios de paz El papel que le ha sido asignado a nuestros países, con o sin guerra interna, es el de proveedor de fuerza de trabajo barata y de recursos naturales. Sin embargo, no se trata sólo de la explotación inmediata de éstos sino de una expropiación consuetudinaria dada por la transferencia de recursos por pago de la deuda eterna contraída, con lo que se va al exterior buena parte del equivalente monetario de los bienes producidos por el país. Con ello se pierde la posibilidad de invertir esos recursos en el fortalecimiento de una economía independiente y autogestionaria. Otro asunto que hace más patética la situación es la transferencia de nuestras riquezas por la vía del intercambio económico y ecológico desigual. Así, se transfiere una cantidad de nutrientes en la producción de productos útiles al norte sin que se reconozca su valor y se dejan de obtener unos productos adecuados a nuestros ecosistemas para adoptar el uso de especies modificadas, como es el caso de varias semillas llamadas mejoradas. Por estas vías se transfieren unos valores ecológico-económicos que carecen de compensación. Esto se aprecia en el desconocimiento del valor de la biodiversidad y del saber tradicional indígena, campesino o negro sobre el manejo de los ecosistemas del trópico, o el desconocimiento del valor de los recursos naturales que son impactados por las actividades productivas de las compañías transnacionales. Esta destrucción histórica de recursos naturales y de culturas genera una especie de "deuda ecológica-social" para con nuestros pueblos. Por otra parte, el modelo de acumulación de capital de nuestra economía, además de la degradación de las condiciones naturales del territorio y la permanente violencia social y cotidiana, genera el desgaste y pérdida de la capacidad vital de las personas, es decir, el consumo de facultades de los humanos, acelerado por un modelo productivista que trae consigo lo que podríamos denominar una deuda epidemiológica para con la población productiva. Esta es parte de la deuda social: pérdida de valores vitales de unos que como por arte de magia y mediante mecanismos que la economía sabe explicar, se traslada a las arcas de otros en forma de dinero. Sabemos que la guerra no se da por la falta de desarrollo sino a consecuencia del modelo de desarrollo. La distribución se ha efectuado de manera que los sectores más golpeados por la inequidad son quienes tienen menos espacio o sólo tienen acceso a aquel de características más precarias para garantizar su sobrevivencia. Esa inequidad en el reparto del valor del espacio, particularmente en el campo, es causa de los conflictos. El sector rural de la economía se enfrenta a situaciones desiguales e inequitativas. En primer lugar se presenta una gran inequidad en la distribución de tecnología, en la distribución de beneficios monetarios y no monetarios del agro y en la distribución de ecosistemas. En segundo lugar en el campo se depende grandemente de insumos agroquímicos derivados del petróleo que incrementan los costos en el manejo de insectos, enfermedades y fertilización, con lo cual los campesinos al tiempo que han perdido su independencia y productividad, se han visto sometidos a una gran erosión genético-cultural que atenta contra la identidad y la biodiversidad propias en beneficio del gran capital. En efecto, el campo colombiano, donde vive una gran porción de los nacionales más pobres, fue abandonado a su suerte con las políticas aperturistas perdiendo productividad y generando desempleo y abandono, lo cual se agrava más con la situación de violencia en el campo, a tal punto que hoy se ha multiplicado por cinco la cantidad de alimentos e insumos que se importan desde otros países a Colombia (en sólo siete años pasamos de importar un millón de toneladas de alimentos a cinco millones de toneladas). Así, hoy tenemos un campo donde sólo las principales agroindustrias vinculadas al gran capital y ubicadas en las mejores tierras logran sostenerse, mientras que millones de pequeños y medianos campesinos sobreviven en condiciones de trabajo precarias, improductivas, sin crédito y con asistencia técnica inadecuada, además de encontrarse en terrenos pertenecientes a ecosistemas frágiles que en la mayoría de los casos presentan un enorme deterioro ambiental. La dominación de territorios geopolíticamente estratégicos igual representa causas del conflicto social. No es de extrañar bajo estas premisas que el dominio por las zonas generadoras de agua, por las fuentes de agua, por el uso de los recursos hídricos de determinadas zonas haya sido visto por algunos analistas como fuente de conflictos futuros de la humanidad. De ahí la importancia de estrategias de manejo de los ecosistemas en condiciones de una distribución democrática del valor que representan. Nuestra perspectiva es procurar la autosostenibilidad de programas de paz en los territorios. Para ello hemos de calificar a los miembros de las organizaciones sociales y de gobierno en el manejo adecuado de los recursos, en pos de procesos económicos de alta sustentabilidad ambiental. El paradigma de la racionalidad moderna ha mostrado inviabilidad económica, social y cultural a riesgo incluso de poner en peligro la vida misma. Por ello la economía para la vida y la paz tendrá como premisa el control y la limitación del sobreconsumo de productos suntuosos, y la inversión en procesos que garanticen el acceso seguro al alimento y aporten a la conservación de los recursos para garantizar la vida de las futuras generaciones. Como principio ético, las inversiones económicas deberán tender al desarrollo de una capacidad de producción de bienes de interés prioritario para las comunidades locales, en principio para los segmentos más vulnerables, niños, mujeres y ancianos. A estas inversiones para una economía de paz las llamaremos ambientalmente sanas, lo cual no es sólo un asunto de la técnica sino de la justicia y el bienestar. Orientaremos las acciones productivas hacia aquellos procesos que reducen el consumo energético y particularmente el consumo de energía fósil, que evitan el deterioro de los recursos hídricos, que mantienen la fertilidad natural, que no atentan contra la diversidad biológica. Siendo nuestra búsqueda garantizar unas mejores condiciones de existencia de personas y comunidades, no puede ser admisible que los efectos de nuestro accionar económico sean la deprivación del bienestar o el desmejoramiento de las condiciones de vida. A la vez que satisfacción de necesidades esenciales es necesario, en una perspectiva sostenible, limitar los deseos y el consumismo y las posibilidades de acumulación y concentración de riqueza en manos individuales. Es claro que las garantías económicas para las personas vinculadas a estas estrategias de paz no pueden recaer de manera exclusiva en la iniciativa de la sociedad civil, sino que, en el ámbito de los derechos humanos, los derechos económicos deben ser garantizados a los individuos por el Estado. Los derechos económicos que se ocupan del proceso de producción mismo y de la participación en él son fundamentalmente los derechos al trabajo y los derechos a alimentarse y a la vivienda. En la búsqueda de la paz hemos de proponernos formas económicas que contemplen tecnologías apropiadas a las condiciones de los ecosistemas de las regiones de paz. Es necesario que se promuevan y difundan tecnologías blandas y que los pobladores de esas regiones tengan acceso a asistencia técnica y financiamiento, de manera que puedan conducirse hacia una producción sana y ecoeficiente. En este marco resulta posible el impulso de redes y circuitos de producción y comercialización de excedentes en una perspectiva de autogestión ecoeficiente y económicamente sostenible. En esta tarea debemos empeñarnos conjuntamente con las cooperativas, organizaciones no gubernamentales, agencias de cooperación, empresas de mayor envergadura y las instituciones gubernamentales responsables. Sin duda, no sería ajeno a las orientaciones de muchas instituciones y empresas empeñadas en la adopción de métodos de producción y cooperación sostenibles, adelantar convenios para una producción limpia, garantizando cubrir los riesgos ocasionados por los costos incrementales. Es necesario lograr la convergencia de la racionalidad ambiental y la eficiencia económica entre comunidades y productores, minimizando la generación de externalidades negativas de los procesos productivos depredatorios que predominan. Una estrategia económica, en el marco de la búsqueda de probar y tensionar el paradigma ambientalista obliga la articulación de dos vertientes de los movimientos sociales: la economía autogestionaria y el movimiento ambientalista. Inicio | Aspectos deseables | La globalización | Proclama económica | Propuesta de paz | Nuestro momento Una propuesta de paz El discurso de la paz pareciera contener una única manera de lograrla, cuando hay centenares de discursos sobre ella y muy pocos consensos de fondo. Todos deseamos la paz, ¿pero es la misma paz la que todos deseamos? ¿no será que unos desean para otros la pax romana?. A nuestro entender hay que hablar diferenciadamente de paz y de solución al conflicto armado. Una cosa es que los actores armados, entre ellos y el Estado, negocien procesos de resolución del conflicto armado y otra cosa es que con ello queden resueltas las causas que han originado ese conflicto en el país. Es posible que por parte de algunos de los actores armados se pretenda llegar a la paz, esto es, disparan desde trincheras económicas y políticas, desde otras trincheras, son lobos vestidos con piel de oveja. La historia de Colombia no es huérfana de ejemplos. Esta situación nos lleva a la siguiente pregunta: ¿qué es lo que desde el punto de vista del ambientalismo la paz debe resolver?. Sin duda afloran a la vista dos respuestas, por una parte el conflicto entre los humanos y por otra el conflicto entre las culturas y los ecosistemas. Pero si de paz se trata, estos conflictos se han agudizado particularmente por las maneras como desde la modernidad y particularmente desde las relaciones sociales capitalistas se han producido. Hacer la paz es entonces desatar maneras de reconciliar las relaciones de los hombres con la ecología y entre los hombres mismos. No se trata simplemente del mantenimiento de la base natural de la sociedad, ni de un pacto entre economistas, políticos y ambientalistas, sino del establecimiento de unas maneras de percibir y actuar frente al mundo sin que nos precipiten a la miseria y sin que se degraden los hábitats, es decir, que limiten la acumulación de capital y la concentración del ingreso. Esto, como afirma el profesor Augusto Angel, no es posible sin un cambio cultural, que no es simplemente tecnológico sino que incluye todos los factores de la cultura, como son las relaciones sociopolíticas y el delicado pero consistente mundo de los símbolos. No es posible para los ambientalistas una paz sin democracia y sin solución de las necesidades espirituales y materiales esenciales de los humanos. Por ello la paz no puede darse al margen de la democratización de los procesos productivos. Por el contrario, se da esencialmente en los procesos de producción. Es allí principalmente donde se vulneran los equilibrios de los ecosistemas y donde se vulneran las relaciones entre los humanos. Donde se originan los procesos de acumulación y de pauperización. Donde se pierde la humanidad para dar lugar a cosificación. Para nosotros los ambientalistas la paz no es sólo un asunto entre los humanos sino también una cuestión mundana. La paz significa darle dignidad a la naturaleza. Pero no sólo a la naturaleza prístina, sino a la naturaleza que hacemos los humanos, a la naturaleza inserta en nuestras obras. Darle dignidad a la naturaleza antrópica significa hacer más viable y plausible el habitar de los humanos en la tierra. La paz es para nosotros un trabajo en pos de alternativas de vida para la sociedad. No es un asunto abstracto y retórico. No es una panacea dada por los dioses. No es un estado de nirvana del espíritu. La paz es una construcción social, no un a priori del bienestar. La paz se gana y se pierde. Está en el equilibrio de la balanza de la justicia. Paz sin justicia no existe. La paz deviene del equilibrio. De la simbiosis entre ecosistemas y sociedad. Cuando la balanza se inclina en favor de unos pocos sectores privilegiados de la sociedad la paz se rompe. La paz se rompe cuando la balanza del equilibrio de los valores se inclina en contra de lo humano, en contra de la vida: pérdida de valores del entorno, de valores humanos, desvalorización de las culturas a que nos somete la homogeneización. Estas pérdidas sin duda provienen de los modelos de desarrollo que se han enraizado en la humanidad. Para nosotros la paz implica la construcción de una ética de la vida diaria, no sólo unos tratados sobre moral sino una práctica moral y unas reglas de convivencia. Estas reglas no son la convivencia con la desigualdad y la injusticia. Algunos pregonan la convivencia para que los pobres vivan en sumisión con el hartazgo que se enseñorea a su alrededor. Pregonan la convivencia para que sus intereses no sean tocados, para que no les perturben su paz de millonarios. Un sentido ético de la paz sin duda nos lleva a nuevas reglas de la sociedad, a un nuevo contrato socio-ecológico. Una paz donde se redefinan los mínimos sociales de los que el Estado sea responsable, que limite el enriquecimiento y la acumulación desmesurada, que nos permita una verdadera convivencia con el planeta. No se trata pues de una ética en el estrecho marco del Estado de derecho, sino una ética de la vida diaria y de convivencia con el universo mundano. La paz no será posible mientras no se garanticen una condiciones de oferta de recursos naturales para las generaciones futuras. El agotamiento de las fuentes de vida a que conduce la insaciable apetencia de nuestra sociedad actual pone en riesgo la paz del futuro. Una pérdida irrecuperable de los ecosistemas de Páramo por ejemplo abocaría a las generaciones futuras en nuestros territorios a conflictos por el agua, que hoy ya se atisban. La paz debe ser necesariamente un proceso descentralizado. Fortalecer la paz en las regiones no significa la desarticulación de las iniciativas entre sí. Por ello hemos de procurar unas estrategias articuladoras del ambientalismo a nivel nacional. Pero la paz debe construirse desde la localidad. Es la manera de lograr que la región se exprese, que se le reconozca su derecho a la palabra como interlocutora válida. La paz en la región es una manera de vencer los procesos de centralización seculares de la política. Nos encaminamos a potenciar y aprovechar para la vida y la paz el gran potencial social y ambiental de los territorios. Estamos dispuestos a demostrar que las regiones son capaces de generar autonomía en la gestión ambiental y de paz del territorio. Unas estrategias de vida en un tamaño justo. La posibilidad de tener estructuras con autonomía relativa depende tanto de los recursos como de la fortaleza organizativa que se logren desatar y de las relaciones entre organizaciones e instituciones locales en la implementación de estrategias de vida que nos garanticen nuevos lazos entre los humanos y con la naturaleza. El fortalecimiento de la autonomía
regional se entiende sobre la base de que las regiones son capaces de participar
en la definición de las reglas y normas que rigen su proceso y pueden
velar por el cumplimiento de las mismas. La madurez de estos procesos decentralizados
depende de que puedan valerse por sí mismos y pensar con cabeza
propia.
Este es nuestro momento, el aquí y el ahora de nuestros sueños Nuestro cuerpo es un territorio para la conservación de la vida. Construir un relato de nuestra propia vida, recuperar la historia colectiva y de cada quien, poder palpar las diferencias y las cercanías, es parte del proceso de vida que deseamos proponer. La transformación no es posible si no comienza con uno mismo. Nuestro cuerpo, con sus deseos y cicatrices también es historia, también vivió acontecimientos, no sólo como conducta externa sino que está acá con todo su ser, es también ese pliegue material de lo existente. Las soluciones que parten de lo local, que se inician en un lugar determinado, como una explosión nuclear, que se expanden paulatinamente hasta cubrir todo el espacio y el tiempo que les es posible, es el tipo de soluciones que acá pretendemos. Contra la globalización hay que posibilitar el desenvolvimiento de la sociedad local hacia derivas históricas buscadas, intencionales, conscientes, que permitan cualificar las relaciones sociales y mejorar las condiciones de existencia material y espiritual de esas sociedades. El futuro puede empezar en cualquier sitio, allí donde haya una sociedad dispuesta a arrebatarle su historia a la modorra de la globalización. Para ello es necesario concentrar fuerzas. Hacer una irrupción agitada en la historia, gatillar el potencial de esa sociedad para redimirse. Quedarse en la localidad para evitar la guerra y la guerra de mercados que todo lo consume. Hacer unas propuestas preventivas de la guerra. Erigir refugios de bienestar para construir la paz, hacer secesión, hacer retiros, practicar la paz, apartarse de la violencia y de la muerte, construir lo local. Para nosotros, ambientalistas, la construcción de territorios de paz para la vida es un camino creativo y necesario para ganar terreno para la cultura, para la diversidad y para los sueños. Sabemos que el territorio lo construyen los seres humanos con sus prácticas, sus relaciones y sus percepciones. Los territorios de paz son una manera de refugiarnos en un nuevo orden ambiental para propiciar relacionamientos de equidad y solidaridad con los hombres y la naturaleza para desde allí convertirnos en adalides de la vida y la cultura. Los ambientalistas queremos la paz, nosotros no hemos proclamado ninguna guerra. Tenemos la intención expresa y subjetiva de construir la paz con el planeta y entre los humanos. Hemos sentido la muerte que acecha, hemos visto al desierto crecer y la vida que se despilfarra. Hemos asistido a la dilapidación de la vida humana en procesos de producción que carecen de sentido, que están orientados hacia nimiedades, hacia la producción de inconsútiles. Hemos percibido que la vida se dilapida en el uso desmesurado de los recursos naturales. Los ambientalistas nos declararnos
hacedores de territorios de paz para la conservación de la vida.
Sabemos que el rumbo de nuestras vidas puede ser distinto porque tenemos
la suficiente voluntad, energía, conocimientos, tradiciones y biodiversidad
para salir adelante y alcanzar nuestros sueños.
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Última actualización 19/06/1999
Por Germán Bustos Correo electrónico: atarraya@geocities.com |
El web del Movimiento Ambiental Colombiano es una contribuciónde Proyecto Atarraya al debate de ideas en el movimiento ambientalista colombiano. Los documentos presentados en este sitio representan únicamente la opinión de sus autores |