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LOS SÍMBOLOS NOS COMPROMETEN CON EL COSMOS |
Por: MAURICIO BELTRÁN
Poco a poco el bosque se ha hecho pequeño o distante. Los habitantes de las grandes ciudades no saben la procedencia del agua que beben, ni de la luz que encienden ni de los alimentos que consumen. Entonces el verde se vuelve una razón externa, un hecho lejano, una realidad que se comprende pero que no se palpa. Y la naturaleza aparece lejana porque no tenemos las claves que nos permitan comprenderla; la vida puede percibirse débil o despreciable cuando no existen las clavijas que afinen la fragilidad de esa cuerda delicada que hace a los seres animados. Para mantener los usos del suelo, para respetar las leyes de la coexistencia con otros seres en el globo terráqueo, los pueblos han ideado el más maravilloso de los avances de la evolución: la cultura. La generación de una sociedad incapaz de respetar la relación con los demás seres vivos se fue fraguando, entre otras, desde la tradición cristiana que le ordenó al hombre ser el amo de la creación, o desde tiempos de Gilgamech o de Heracles que, cubiertos con la piel de sus víctimas, se lanzaron armados a la conquista del mundo. Fue el siglo XX el que dio la puntada definitiva, cuando se han desarrollado las herramientas y los instrumentos tecnológicos para hacer de las armas la principal industria y de la comunicación el mecanismo para homogeneizar el gusto y el sentir de los mercados antes dispersos: aquellas garantizan el poderío, la destrucción y la acumulación de la riqueza, mientras que la comunicación permite mantener los mercados, ampliar los cubrimientos y a su vez acumular el poder económico. Las dos principales industrias del mundo apuntan primero contra todas las formas de vida y luego contra las culturas de los seres humanos. Es la cultura la que nos hace actuar y son los hábitos los espacios donde ésta se realiza. Entender unos y otros nos obliga a involucrar la dimensión ambiental en el día a día y, a su vez, en la estructura donde se forman los comportamientos y se modelan las relaciones de destrucción o de construcción. La cultura, como mecanismo de adaptación de los seres humanos a sus diversos entornos, nos ayuda a entender la crisis del actual modelo. Los discursos se alejan de las prácticas por falta de constataciones sociales, de normas fácilmente apropiables - y claramente transmitibles - de una generación a otra. De esta manera el mundo de los símbolos entra a formar parte del ambiente y es el sistema de regulación de las sociedades o su sistema de autoexterminio. Los mecanismos de transmisión de los valores como la Iglesia, la familia o la misma educación están cediendo impunemente su papel a unos medios de comunicación capaces de justificar cualquier cosa a cambio de sostener el mercado. Medios cuyo contenido simbólico es en esencia consumo, competencia y, de fondo, la búsqueda hegemónica para ejercer su dominio sobre un público uniformizado. La vida moderna se suele asociar a un cierto desprecio por la dificultad, con una tendencia al mínimo esfuerzo. Así pueden operar las comidas pre-listas o los empaques desechables, no la vida. El proceso de extinción de las especies animales a expensas del hombre y la uniformidad de los gustos, los alimentos y la cultura en general a expensas de la riqueza de los pueblos que habitan el planeta, se convierten hoy en le principal reto de los ambientalistas. Dentro del discurso ambiental global el tema de la homogeneización está un poco entre líneas. Se dice por ejemplo que ha empobrecido el uso de alimentos y que ha ampliado los poderes de las grandes transnacionales. Creo que el tema amerita capítulo aparte. Sería de interés considerar las pérdidas del sector agrícola colombiano y la competencia desleal entre productos subsidiados afuera y abandonados aquí. Los procesos de homogeneización del paisaje por la conversión en pastizales de páramos, selvas, humedales, lagunas, bosques andinos o de galería, etc. De otro lado, la homogeneización de los gustos, que convierte las culturas locales en material de archivo y se lleva de contera sus procesos de adaptación. Los festivales y fiestas de la cosecha (donde se redistribuían los excedentes y se renovaban las cimientes) reemplazados por el reinado. Los juegos tradicionales (donde se demostraban las destrezas en el campo, en el río, en la caza o en la recolección) convertidos en campeonatos de fútbol. La homogeneización del consumo que esclaviza mediante el poder adquisitivo y una cultura que depende del dinero plástico con un vasallaje difícil de cortar: como el endeude de los viejos tiempos caucheros o encomenderos... Las tarjetas de crédito nos convierten en apéndices de una cadena infinita. Por supuesto el simplificar y empobrecer los ritos cotidianos, se traduce en la homogeneización de la cultura y de los sentimientos. La primera mediante la conversión en esquemas de los pueblos y de sus valores: los negros rumberos; las negras mucamas o lavanderas; los indios, ladrones, brutos; los colombianos, coqueros contrabandistas; los latinos, vividores; los norteamericanos, defensores de los débiles, matando mil veces, siempre en defensa propia, a muertos latinos, colombianos, indios, orientales, negros y negras. En cuanto a los sentimientos estamos frente a la imposición constante de valores que antes enseñaban la vida y que ahora se aprenden frente a las pantallas. El miedo y el respeto a la muerte, por ejemplo, --que producía en los niños la imagen mustia de difunto velado-- se trocaron en los rostros descompuestos del ladrón abaleado, del agresor lanzado desde un edifico de Manhattan, del secuestrador molido a metralla. La muerte así, se convierte en un sentir normal, algo que pasa todos los días. De modo que el hilo tenue que nos decía "no matar", se vuelve muy fácil de romper. De igual manera, cuando el miedo se siente de manera recurrente en la tensión de los pasos y de las persecuciones televisivas, la experiencia personal - de verdad -, regresa a su referente mas inmediato, la ficción. No hay confusión, la realidad se deriva de la mentira y no viceversa. El amor sufrido o gozado en la novelas; la angustia, la rabia y el rencor hacia los personajes inicuos y frente a las injusticias evidentes se conoce en el blanco y negro de las series de buenos y malos. Las sociedades y las culturas, están entregando el proceso de formación de sus jóvenes a unos medios cargados sentimientos prefigurados y de razones mercantiles. De comportamientos y de hábitos concretos y de discursos vacíos. Por ello, la homogeneización del alma humana es un proceso que nos destruye, nos escarba, hasta encontrar ese punto en el corazón que algún día hizo que pueblos enteros creyeran que la tierra es la madre y como tal la trataban. Los medios, cuyo nombre confirma su sentido, sirven a fines determinados. Preguntarse sobre estos últimos tal vez resulte más fructífero que seguir replicando sobre la desastrosa carga que arrastran los encargados de la reproducción de la cultura global. La concentración de la propiedad y la distribución desigual en la producción de los mensajes, no los medios por sí mismos, han generado la crisis que ya desde 1970 hizo clamar por un nuevo orden mundial en la información y las comunicaciones a través de un informe suscrito por la UNESCO. No pudieron las Naciones Unidas cambiar los procesos que denunciaban y si pudieron los grandes conglomerados económicos apropiarse cada vez más de los medios que necesitaban. La tecnología fue complejizando las técnicas y simplificando los usos. Las maravillas del satélite, la fibra óptica, la comunicación virtual, los medios digitales permitieron crear canales y sistemas de transmisión global y abrieron las puertas a nuevos medios locales y regionales y nacionales. Colombia cambió en los últimos cuatro años de manera radical todas sus políticas de comunicación. El reordenamiento del espectro electromagnético y la adjudicación de estaciones radiales de AM y FM, entre las que se incluye la radio comunitaria, iniciaron el proceso que cumple la norma constitucional que consagra el derecho de todos los colombianos a fundar medios masivos de comunicación. Luego se reglamentó y se inició el proceso que está haciendo cambiar la televisión. Se crearon dos canales privados, y su papel va ligado a la suerte de los dos mayores grupos económicos del país y lo suyo es una televisión mercancía: es decir, buena en cuanto rentabilidad, poco original en su forma, adocenada a fórmulas ya exitosas en el mercado y por tanto repetitiva. Se iniciaron los canales regionales cuyo sentido de identidad con el público ha sido paralelo a la acogida de las audiencias; en ese sentido la televisión empezó a mostrar su cara de fin y no de medio, pues el país regional se hizo realidad en el Caribe, el Eje Cafetero, La Costa Atlántica, el Pacífico y La zona Andina. Los canales locales con y sin ánimo de lucro se están adjudicando en una diáspora de posibilidades por todos los rincones del país. Por último, la televisión comunitaria inicia poco a poco la cosecha de los grupos formados en talleres y cursos cada vez más depurados en sus objetivos y sus contenidos. Las antenas parabólicas, los sistemas de recepción satelital y los transmisores de amplio cubrimiento, tienen hoy la competencia de los pequeños equipos de 250 vatios que han hecho de la FM una frecuencia apetecida en muchos municipios donde la radio comunitaria no tiene competencia. El turno para la tv está a la orden del día, la inversión económica y los costos fijos dificultan la consolidación en el nivel comunitario, sin embargo ya son muchos los grupos y organizaciones sociales que empezaron el camino. Poco a poco el medio tiene sentido de fin. El fin de una sociedad democrática, en la cual el derecho a la diferencia marque las pautas del respeto y de la tolerancia. No sólo como reclamo a favor de las ideas propias sino también en consecuencia con las ideas contrarias. El fin de un país complejo, donde las múltiples expresiones raciales, religiosas, étnicas, lingüísticas y culturales tienen cabida y son la prueba de nuestra riqueza. El fin de la sociedad pluriclasista, pues el futuro común se debe construir desde la aceptación del poder económico como responsabilidad social y de las necesidades insatisfechas como problema de todos. El fin de una sociedad ambiental, donde podamos construir un nuevo impacto entre los hombres y una nueva cultura con la naturaleza. |
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Última actualización 19/06/1999
Por Germán Bustos Correo electrónico: atarraya@geocities.com |
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