NOTAS SOBRE UN PINTOR: UNA APROXIMACIÓN A LA TRAYECTORIA DE FRANCISCO IGEÑO




Antes de intentar desentrañar el complejo entramado material e intelectual que esconde la obra de Francisco Igeño, creo conveniente dedicar un breve comentario a su biografía.


Nació y creció en la Córdoba de los años cincuenta. Francisco Igeño fue un niño solitario e introvertido que pasaba las horas garabateando papeles. Su mundo interior, plagado de fantasías infantiles, se refugiaba entre las frescas paredes de aquella antigua casona que sus padres habitaban en Posadas. Transcurrían todavía tiempos austeros de la posguerra cuando nuestra pequeño artista aprendió algunas nociones elementales de dibujo bajo las enseñanzas diarias de un maestro particular. Huelga decir la relevancia que dicha disciplina adquirirá posteriormente en su obra, como también será importante para la carrera de Igeño el traslado con su familia a Madrid en 1963. Con ello se libró del quizá excesivo provincianismo que aún imperaba en nuestro país. En la capital española concluye Francisco sus estudios de bachillerato y, tras un breve pero trascendente "paseo" por la Escuela de Arquitectura, el artista decide dedicarse de lleno a lo que desde niño le había cautivado: la pintura. El ingreso en la Asociación de Acuarelistas de Madrid en 1970 y su paulatino dominio de la acuarela le abrirá las puertas de un arte que comenzaba a vislumbrarse ya como expresión propia, siendo objeto su joven obra de varios premios importantes. Vendrá después la incorporaci6n de nuevos modos de hacer, el óleo, el acrílico, las mixturas, el collage... Es el momento de darse a conocer a las galerías madrileñas más punteras, tiempos de gran actividad expositiva que desembocan durante los ochenta en un constante saber estar en la palestra a través de ferias, encuentros y certámenes que indudablemente darán su fruto. Una presencia pública que ni ha entorpecido su trayectoria personal ni el devenir plástico de ese Francisco Igeño autodidacta y sus fascinantes exploraciones como "pintor-investigador" Proclamado antiacademicista pero alejado de cualquier concesión anárquica, Igeño es un artista que se afianza cada vez más en la disciplina del trabajo diario y al mismo tiempo está convencido de la riqueza que entraña lo espontáneo, la sorpresa constante de una imaginación siempre viva, de un arte que ante todo conserva el tesoro de la libertad.



SILLAS PARA UNA EXPOSICIÓN

La exposición "30 Sillas para Van Dyck" de Francisco Igeño está integrada por una serie de treinta cuadros/relieve en madera, collage y técnica mixta cuyas dimensiones van desde el gran formato (con piezas de 2X2 como el impresionante díptico titulado "Cabestán") hasta formatos medios y pequeños, sin olvidar la gran pieza en tres dimensiones que cierra la muestra. Se trata de un monográfico cuyo motivo principal, es decir la silla, sirve de pretexto iconográfico al artista para llevar a cabo interesantes variaciones plásticas en diversos materiales como la madera, el hierro, la tela, el pigmento,... al margen de sujecciones tipológicas concretas, pero con una deliberada intención realista. Es esa realidad objetiva la que inspira al artista y se convierte, por apropiación, en protagonista irrevocable de un ámbito nuevo, subjetivo (la obra).

¿Cómo surge la serie "30 Sillas para Van Dyck"?. Después de "La Casa de Line", concluida a finales del pasado año, Igeño experimenta un breve aunque decisivo paréntesis en su evolución durante el cual surgen replanteamientos sobre lo anterior e intuiciones futuras. Esta etapa intermedia desembocará casi por azar en una nueva serie cuya temática poco tendrá que ver con los "estudios en torno a un paisaje" que entonces ocupaban el quehacer del pintor. El título "30 Sillas para Van Dyck" surge de manera circunstancial tras su ultima muestra en la sala Van Dyck.

¿Por qué la silla?. La cosa-silla seduce definitivamente al artista por la paradoja de ser algo útil con enormes posibilidades plásticas. Se trata de un objeto diseñado para el descanso, que en este caso adquiere un significado simbólico muy concreto: reposo físico y psíquico del artista tras un intenso periodo creativo. Lugar para la reflexión. La silla es también recurso intemporal del arte, mito al que se requiere casi sin querer, testigo mudo de intrigas, pasiones o soledades que a lo largo de la historia han ocupado cuán incontables estancias de humildes hogares y fastosos palacios. La silla es, para Igeño, evocación de recuerdos de infancia y adolescencia en el caserón de Posadas, imagen borrosa de cinchas, bastidores, patas recias y asientos donde los mayores solían acomodar con desdén sus honorables posaderas...la silla es, en fin, emblema de lo humano, cosa inerte en cuya insignificancia material recae todo el peso de un tiempo que va dejando tras de si la huella poética de vivencias y recuerdos.

¿Qué procedimiento sigue? El método de Igeño se fundamenta en el artificio de convertir lo nuevo en viejo. es decir, en crear la ilusión de rusticidad mediante el envejecimiento artificial de materiales a estrenar. En este sentido el trabajo de Igeño se aparta voluntariamente del arte pobre, siendo ajeno a lo efímero o perecedero para reafirmar su laboriosidad técnica en la perennidad y la consistencia plástica de la obra de arte. Sus "sillas" y "sillones" adquieren así la calidez añeja de la madera y las tapicerías antiguas sin tener que recurrir al reciclaje o al desecho.



EN TORNO A LA OBRA DE FRANCISCO IGEÑO

Se define a si mismo como un "pintor matérico" que practica un "arte incorrecto". Valga esta última voz para reflexionar sobre la pretendida carga irónica de su mensaje. El término "pintor matérico" implica, además del acercamiento teórico a la tradición informalista española, un deseo personal de extender el lenguaje pictórico más allá de imposiciones formales sean éstas del signo que sean. En cualquier caso, él y su obra han tratado siempre de situarse al otro lado de etiquetas o escuelas.

Durante la etapa madura de Francisco Igeño, iniciada a comienzos de los noventa con el arranque de su trilogía serial "Capricho de Mujer", "La Casa de Line" y la presentada en esta exposición "30 Sillas para Van Dyck", perviven ciertas constantes plásticas como pilares de su trabajo. El afán por hacer de la madera un medio de expresión casi autónomo sería lo más destacable, pero existe además un progresivo interés en reforzar el carácter objetual, real, del cuadro y al tiempo hacer de él un verdadero "objeto parlante", que en "30 Sillas..." se evidencia de manera especial. Alrededor de estos dos objetivos primordiales giran las indagaciones últimas de nuestro artista y paralelamente a ellos se alzan dos líneas de actuación que he tenido a bien diferenciar. Una objetual-matérica, responde a la lectura visual de lo representado a través de su análisis plástico y dentro de la cual descubrimos la riqueza ecléctica de un Igeño fauvista, expresionista, dadaísta, cubista pero también clásica y realista. Vemos al artista/artesano que corta, ensambla, pega y vuelve a encajar los trozos de madera, componiendo y descomponiendo formas en un entramado de construcción cuasi arquitectónica hasta lograr la integración total de ese icono-silla al que debemos ir descubriendo dentro de cierto caos ordenado. La segunda tendencia a la que me refería incluye una interpretación conceptual-lírica de la obra y se relaciona con el mensaje que el artista pretende transmitir a través de una especie de diario íntimo de pintor: hechos, sensaciones, pensamientos, sueños fantasías... subyacen bajo la contundencia real del objeto en un discurso subliminal y antinarrativo plagado de guiños sentimentales.

A partir de aquí se pone en marcha un proceso de creación en el que no preocupa tanto la fidelidad formal del motivo inicial y sí interesa la naturaleza dinámica de la obra, su propio funcionamiento interno y esa capacidad intrínseca para comunicar a través del juego estético del conjunto de elementos que la conforman.

Para terminar no quisiera omitir ese espíritu barroco de raíz andaluza al que Igeño nos tiene acostumbrados y sobre cuyos sedimentos velazqueños se alzan los vivos colores de sus tapicerías y pigmentos o las porciones de cielos y aguas plateados, grises, nítreos...que acompañan y unifican toda la estructura como brumas líricas de un paisaje imaginado. Visiones magnánimas de luces y sombras, de manchas y reflejos que, lejos de oponerse a la parte, diría, constructivista de la obra, lo complementan y enriquecen.

Consciente de cuánto me dejo en el tintero concluiré diciendo que la personalidad artística de Francisco Igeño sobresale, en general, por su singular modo de afrontar el arte como actividad plena de sentido vital. Observar cada uno de estos cuadros- relieve es zambullirse en una apasionante contemplación retrospectiva a través de la cual nos encontramos cara a cara con el artista. Crear arte es para Igeño una constante búsqueda del Equilibrio, de la Belleza, en la que deben convivir armónicamente razón y emoción, ética y estética. Formas, materiales, lenguajes, modos de hacer... configuran una obra arriesgada pero coherente en la que sin duda el fin justifica los medios. Para llegar a ella debemos primero aprender a escuchar con la mirada.


______________________________________________________________________________________AMALIA GARCÍA RUBÍ














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