La Paradoja de la Edad de las Comunicaciones y el Progreso
La fragmentación y la soledad, sin embargo, no me parecen tan lejanas como uno las siente al leer la novela. La verdad es que no nos damos cuenta del mundo en que vivimos. En esta época en que termina el milenio hay muchas cosas que son últimas en su especie (me refiero no sólo a animales en extinción); a veces pareciera que el lugar por donde caminamos nunca más será pisado o que el césped donde tomamos una siesta será quemado, o los besos y las caricias de tu mujer se esfumarán y ni siquiera tendrás tiempo de llorar tu pérdida pues vendrán peores. Estamos cayendo y no nos percatamos. Caemos cuando no entonamos el canto de alabanza a lo sublime (sea Dios, una mujer, las lágrimas de un viejo), caemos cuando buscamos lo superfluo, caemos cuando anteponemos el orgullo y la vanidad ante la bondad y la humildad, caemos cuando no aceptamos la duda y la soberbia de la certidumbre invade nuestro espíritu, cuando creemos en el discurso del progreso justificando barbaridades –progreso que es la anulación del individuo y su entorno, el avance de las masas informes y la pérdida de lo auténtico -, nos desmoronamos cuando creemos saber qué es lo bueno para todos, cuando el dogma es más fuerte que la voluntad y el espíritu. Ir conduciendo, avanzando hacia una nube de gases tóxicos todos los días es, sin duda, una clara señal de nuestra caída, pues cualquier animal o insecto tendría una reacción instintivamente contraria: se alejaría, conduciría en dirección opuesta a la nube. Pero nuestra tragedia más grande es que hemos perdido el rumbo y las palabras para expresar lo perdido. Cito a Peter Stillman en Ciudad de Cristal de Auster: “No sólo hemos perdido nuestro sentido de finalidad, también hemos perdido el lenguaje con el que poder expresarlo”. El personaje de Auster se refiere a que hemos perdido el lenguaje primigenio, aquel que no tendría diferencia alguna entre significado y significante: la palabra es la cosa y viceversa. Tal vez nuestro lenguaje esencial sea el llanto desgarrado, la sonrisa distante, el sollozo, la mirada ausente, la carcajada, el hacer el amor, el sexo físico, la locura, el gesto automático y el guiño secreto; es nuestra naturaleza dubitativa, dual, la que origina la multiplicidad de interpretaciones que se pueden hacer de un mismo lenguaje. El hombre intenta renunciar a su carácter individual, agrupándose en países, razas, partidos políticos, ideologías, clases sociales, costumbres, etc., escapando así a la soledad intrínseca del hombre. No valoramos la belleza de nuestra precaria situación, no apreciamos el vértigo de la soledad en su magnífica extensión, estamos como tirando constantemente la pelota al córner, aplazando el encuentro con nuestra esencia, negándonos a ver nuestra caída, viendo en su lugar avance, ascenso, progreso. A nuestra época se le llama “La Era de las Comunicaciones”, y creemos realmente estar más comunicados con el mundo, nos creemos el cuento de la globalización y de los grandes consensos y convenciones universales, pero es todo una mascarada, nuestra realidad está falseada, pues es manejada por los medios de comunicación que actúan como filtro de la realidad. Vemos, como señala Baudrillard, guerras como la del Golfo Pérsico por la televisión en vivo y en directo, sin saber si ésta realmente existió como la vimos. Todo está determinado por poderes ocultos, por intrincados laberintos burocráticos, por el exceso de información y lo sesgado de ésta. El hombre es un ser caído, ya desde el génesis sabemos que estamos expulsados del paraíso, y durante toda nuestra milenaria existencia hemos buscado el paraíso acá en la tierra, e incluso hemos creído encontrarlo. Colón pensó que había llegado al paraíso, pero ni siquiera esta idea utópica fue suficiente para salvar nuestra tierra, puesto que el hombre se encargó durante los siglos venideros en transformarla en una nueva Babilonia. El hombre, en su estado actual –tal vez seamos sólo el “ensayo” de un inexperto Dios adolescente -, es mejor que no conquiste paraísos terrenales dado su especial talento en destruir lo que toca, pelearse con su entorno y contaminar todo lo que le rodea. Parece haber una constante guerra, como canta Leonard Cohen: “hay una guerra entre el rico y el pobre / una guerra entre el hombre y la mujer / Hay una guerra entre la izquierda y la derecha/ Hay una guerra entre el blanco y el negro / Una guerra entre los que dicen ‘Hay una guerra’ y los que dicen ‘No la hay’”. Escapar de la guerra; salvación, redención, es todo lo que buscamos. Dónde encontrarla no lo sé, pero sí sé cómo buscarla, tratando cada día de asomarse a las ventanas de lo divino, en un beso de Rosario, la sonrisa de los míos, beber agua cuando se está seco y cansado, ver el nacimiento de una idea o la contemplación del reflejo de los faroles en el estanque. Disfrutemos nuestras caídas, vivamos la belleza del fracaso, levantémonos como hermosos vencidos derrotando a la tragedia de nuestra triste condición, alegrándonos de ella, del regalo de la incertidumbre, de la posibilidad de elegir y equivocarse; demos gracias por no vivir eternamente, por lo menos no en este mundo. La soledad es hermosa cuando se tiene conciencia de ella, y cuando estás acompañado de seres que también la tienen, y sabes que la soledad no es una invención sino que es la esencia del hombre. |