“La única razón por la que
hago grabaciones es porque
es como escribir la música, así
no se pierde en al aire”.
Miles Davis.
A principios de los años sesenta, Miles Davis –con una pequeña ayuda de los medios- se tornó en una figura enigmática. En sus conciertos, raramente se comunicaba verbalmente con la audiencia, casi siempre tocando de espalda al público. Sanamente rehusaba las entrevistas, se le veía sonreír poco y se vestía con tal elegancia que aterrizó en la portada de la revista G.Q. quién lo nombró el hombre mejor vestido en 1961. En resumen, Miles Davis era –y por esta razón continúa siendo- un individualista en su comportamiento y en su interpretación. Hacia fines de los años cuarenta ya había consolidado su prestigio, pero en esa época y durante cuatro años, a partir de 1949, se cayó a la heroína. Es que la música - y sobre todo el jazz- está en el cielo y a veces hay que subir a buscarla. Flota por un camino que se cruza muchas veces con la embriaguez y las alturas. Como hombre apasionadamente independiente, su adicción se le había hecho insoportable. Se encerró durante dos semanas en un departamento en Detroit y sin ayuda de nadie consiguió romper el hábito. Después de una etapa en la que el trabajo se hizo escaso y se empeñaba en desentederse de todo (la música incluso), creó algunos de sus discos más memorables, (Milestones y Kind of blue) basados en un estilo llamado “modal” jazz, en el cual el improvisador recibe una escala o series de escalas para improvisar sobre ellas. Unas horas antes de la grabación de “Kind of blue”, Miles concibió lo que quería tocar. Llegó al estudio con unos bosquejos que indicaban al grupo que se iba a hacer. Junto a John Coltrane, Bill Evans, Wynton Kelly, Paul Chambers y Jimmy Cobb, grabó una de las obras maestras del jazz. Ninguno de los músicos había tocado los temas antes de la grabación. Como dijo el baterista Jimmi Cobb: “Kind of blue tiene que haberse hecho en el cielo”, porque hay algo trascendental, poético, quizá celestial en la música de este disco. “Él no se deja aburrir con trivialidades, él te dice directamente que le gusta y que no. Te deja ser tan creativo como quieras ser, mientras no heches a perder su música. Muchos artistas dicen: Hey, No toques mi música, no hagas eso, no hagas aquello, no quiero sonidos eléctricos, no uses un bajo Fender, pero Miles va tan adelante que está en tu misma frecuencia, lo que es una gran dosis de emoción”. (Entrevista a su productor, Teo Macero, en 1971). Cuando algo no le gustaba en una grabación no era porque había cometido un error, generalmente era porque no lograba imprimir lo que ese momento estaba sintiendo. Miles captura el sentimiento preciso en una respiración, exhalando con una intensidad propia de un tornado, haciendo de cada nota una joya. En 1975, Miles continuaba sólido, tocando música que era medio siglo más joven que él. En sus conciertos, conducía a su grupo de exploradores a través de una selva electrónica. "Al advertir un claro, Davis hace una señal, extendiendo los dedos, y el grupo se detiene y se queda inmóvil mientras un saxo soprano o una guitarra eléctrica o incluso la trompeta líder se adelanta, sola, para contar lo que ve. El director escucha, mientras decide el camino. Con el cuerpo arqueado, marca con la cabeza el ritmo deseado, hace una seña al guitarrista y el grupo sigue y se reinicia el viaje”. (Gene Williams comentando en el Washintong Post, 1974). En esa época era un poco más accesible, pero continuaba
siendo un sujeto de controversia, un artista de desconcertante dicotomía:
atraía con su música, ofendía con su personalidad.
Un verano se sentó frente a la ventana en su departamento en
Nueva York y escuchó. Lo que oyó fue el sonido de las calles.
Quiso grabar un disco que capturara el sonido de la ciudad, esa mezcla
de ondas naturales y creadas por el hombre que flotaban por su ventana.
Estaba sintiendo el Hip-Hop. Buscó a otros músicos que sintieran
el sonido de las calles. Así grabó junto a Easy Mo Bee “Doo
Bop”. El joven Easy programaba las bases. Cuando Miles estaba feliz con
lo que escuchaba sacaba su trompeta y se acercaba al micrófono.
Simplemente empezaba a tocar. Grabaron 6 temas de esa forma, era mágico.
En los pasados 20 años Miles Davis apuntó su trompeta hacia nuevas direcciones y llevó su música a áreas muy lejos de lo acústico. Al parecer sus acordes, silencios y vibratos siempre tendrán algo más que entregar. Si lo sigo escuchando, una y otra vez, será quizás porque
siento que ahí hay algo más, algo que todavía no he
escuchado y doy gracias porque su música no se perdió en
el aire.
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