El MACHETEO
Definitivamente no calza. La verdad es que aburre escuchar el cuento de los jaguares y del crecimiento económico. Cansa, porque en las calles de esta ciudad uno se encuentra con una realidad que contrasta absolutamente con lo que debiera ser la evolución y desarrollo de un país. Para ser más claros, se debería hablar de una involución y de rapiñas, porque es un hecho que en cualquier lugar donde uno se encuentre de Santiago, todos los días se sufre el desagradable y abusivo macheteo de presuntos ciegos, colegialas, colectas, niños, farsantes, mujeres con guaguas y muchísimos bolseros más, que buscan en los bolsillos e inocencia de la gente, una sucia causa para alimentar sus fechorías. 

El bolseo se ha extendido como una auténtica plaga, pasando ha convertirse en una verdadera expresión cultural del pueblo chileno, o mejor dicho en una expresión teatral basada en la interpretación de dramas y falsedades, en el que el arte de mentir, engañar, manipular, extorsionar, intimidar, etc., etc., y etc., cobran vida en cada micro de recorrido, estación de metro, o estadio de fútbol, con el único fin de obtener dinero. Más encima, los frescos que viven de la limosna, realizan su labor con prepotencia y malos gestos, con lo que consiguen intimidar a la gente, que apenas puede distinguir al machetero del delincuente. 

El abuso institucionalizado. 
El abuso de la caridad ha llegado a las múltiples e innumerables instituciones de beneficencias, que acosan todos los días al ciudadano común. Pareciera ser que el único trabajo que se dan estas organizaciones, es repartirse los días del calendario del mes, para salir a pedir plata. Todo esto engendrado por la Teletón, que en su momento hizo enorgullecerse a los chilenos de su espíritu solidario, pero que terminó convirtiéndose en un oscuro negocio y mal ejemplo para todos, o para casi todos, porque cuando cualquier organismo necesita dinero para a, b o c, lo único que se les ocurre es armar una colecta para poder lograr sus objetivos. 

Esta situación que se ha vuelto tan común, ha llegado a preocupantes niveles de agresividad. Para los partidos de fútbol, los hinchas se lanzan encima del conductor, exigiendo plata para la barra, a tal punto de tener que disculparse por no poseer monedas en el bolsillo. Y si no es una cancha el lugar donde pasan estas situaciones, bien puede ser en un recital de música, en el cual el pecado de estacionarse cuesta hasta  $1000, cantidad por la que no se recibe ni boleta, ni seguridad alguna. Por supuesto que la persona que hace esa cobranza no tiene ningún tipo de papel o carnet, que acredite que trabaja en ese lugar, y que es la encargada de realizar la cobranza. 

Bolsillo roto... 
El macheteo se está convirtiendo en patrimonio exclusivo de los chilenos, y llega a tan altos niveles de denigración, que causa vergüenza ajena en varios tipos de situaciones. Con asco recuerdo que una vez en Chiloé, se me acercó una pareja de mochileros que lucían mucho más pulcros que la mayoría de los turistas que habitaban la zona, -entre los que me incluyo-, pidiendo una moneda para almorzar, porque se habían quedado sin plata; o cuando en una clase en la universidad, un grupo de estudiantes pasó solicitando “unas monedas” para financiar su campaña al centro de alumnos; o cuando en la Alameda me encararon unos barbetas pidiendo plata para hacerle una estatua a Salvador Allende; o cuando en el metro Los Heróes, cada semana que hay un partido importante de fútbol, tipos de la Garra Blanca están a la salida del andén pidiendo monedas para alentar al Colo o a la Selección; o cuando las colegialas con jumper y cara de caliente se acercan diciendo “¿oye, me day cien pesos”; o para que nombrar a los distintos grupos de trabajadores que se pasean con pancartas que dicen “estamos impagos, por favor, tenemos que alimentar a nuestros hijos”; y así innumerables situaciones que llega a dar lata seguir contando, porque no acabaría nunca. 

Esta aberrante situación que llego a odiar profundamente, se multiplica y se reproduce velozmente. Pareciera ser que se perdió la dignidad y el orgullo, o que el asunto de los jaguares a hecho creer a un montón de gente floja que existe otro montón de gente que tiene ene plata, y lo peor de todo es que el cuento termina convirtiéndose en vicio de patanes que se vuelve más ingrato cuando a uno lo ven con cara de estar caído al billete, cuando a los más uno podría estar caído al litro. 

 
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