CULEBRONES
 

A ritmo de culebrones se toparon en mitad de camino y, con el mismo salto, siguieron, como culebrones individuales, por senderos contrarios. 
 De lejos venían sonidos de tambores y platillos. 
 El que se fue por allá, culebreando compartió con otros. 
 El que se fue por acá, no lograba bloquear aquellos sonidos y seguía saltando, culebreando extraviado. 
 Descansó en una plaza, se sentó en una banca, y con fuerza se agarraba de ella para impedir que el movimiento lo arrancara de ahí violentamente. 
 Cerca; pasaban millares sin rostros, culebreando. 
 Empezó a correr viento y a pesar de lo grueso de su piel, sentía frío… tuvo que continuar los saltos para poder templarse. 

 Las luces de las habitaciones permitían ver las sombras moviéndose de todos aquellos que habían buscado refugio. 
 Y aunque habían construcciones de pesada piedra, sin ventanas; las vibraciones daban a entender que también allí estaba lleno de un ritmo culebrón. 
 Fue imposible que la prédica de siglos anteriores, de aquellos que se mantenían amarrados, evitando el movimiento, durara hasta hoy; porque ahora el cielo, los vientos, la lluvia, las nubes y la luz se movían a ritmo de culebrones. 

 Los tambores incitaban a moverse con un ritmo más acelerado, pero los platillos lo equilibraban… 

 La gran danza movía al planeta entero. 
 Incluso aquellos fetos que no conocían el mundo, ya culebreaban en los úteros de sus madres, y culebreando aparecían ante la luz, deseosos de hacerlo con más soltura. 

 Pero estaba agotado, la práctica de culebra lo tenía exhausto; 
y en sus sueños movedizos a ritmo de tambores, quería moverse suavemente con el sólo sonido de los platillos.

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