LA ESFERA DE BORGES
La noción de Tiempo Circular navega con todas sus velas desplegadas por los fantásticos mares que inundan la vasta obra de Jorge Luis Borges.  Uno de los primeros ensayos en que Borges habla derechamente del «tiempo circular», es el ensayo homónimo que  se incluye en su obra Historia de la Eternidad.  Borges nos entrega una primera noción del concepto traduciendo un pasaje de la obra Dialogues Conceming Natural Religion (1779) de David Hume: 

No imaginemos la materia infinita, como lo hizo Epicuro; imaginémosla finita.  Un número finito de partículas no es susceptible de infinitas transposiciones; en una duración eterna, todos los órdenes y colocaciones posibles ocurrirán un número infinito de veces.  Este mundo, con todos sus detalles, hasta los más minúsculos, ha sido elaborado y aniquilado, y será elaborado y aniquilado: infinitamente. 
 (Borges. Prosa Completa, vol. 1, p.366). 

Este concepto de materia finita, implica que el tiempo no es una concatenación absoluta en la que se puede reconocer un «antes» y un «después», sino que es un concepto cíclico en tanto el retorno es eterno.  Materia finita (aunque «desmesurada», como lo señala  Borges en el ensayo «La Doctrina de los Ciclos») implica, como tal, un número finito de permutaciones.  Por lo tanto, un tiempo infinito, en el que todas las permutaciones posibles deben realizarse (número infinito), requiere que el universo se repita. Cito a Borges («La Doctrina de los Ciclos): 

De nuevo nacerás de un vientre, de nuevo crecerá tu 
esqueleto,de nuevo arribará esta misma página a tus manos 
iguales, de nuevo cursarás las horas hasta la de tu muerte 
 increíble. (Borges.  Prosa Completa, vol. 1, p.355) 

Con esto, tenemos una primera noción de»tiempo circular», que se basa en la repetición cíclica infinita, asociado a la imagen del «eterno retorno», sin tomar esta imagen como retroceso sino como avance infinito hacia el punto de partida, recorriendo la circunferencia finita para volver al mismo punto; vemos como lo grafica Borges en el poema «La Noche Cíclica», del cual transcribo la primera y la última estrofa: 
Lo supieron los arduos amigos de Pitágoras: 
Los astros y los hombres vuelven cíclicamente; 
Los átomos fatales repetirán la urgente 
Afrodita de oro, los tebanos, las ágoras. 
......................................................................... 
Vuelve la noche cóncava que descifró Anaxágoras; 
Vuelve a mi carne humana la eternidad constante 
Y el recuerdo ¿el proyecto? de una noche incesante: 
Lo supieron los arduos amigos de Pitágoras... 
(Borges. Antología Personal, p. 144) 
 

El poema termina exactamente igual a como comienza, y los punto suspensivos al final nos hacen suponer que este poema seguirá repitiéndose infinitamente, la noche cóncava estará eternamente sobre elBorges «presente» que escribió el poema: «Volverá toda noche de insomnio: minuciosa./ La mano que esto escribe renacerá del mismo/ Vientre...». Así también le ocurre a Stephen Albert en el cuento «El Jardín de Senderos que se Bifurcan»: 

-Antes de exhumar esta carta, yo me había preguntado de·qué manera un libro puede ser 
infinito. No conjeturé otro procedimiento que el de un volumen cíclico, circular. Un volumen cuya última página fuera idéntica a la primera, con posibilidad de continuar indefinidamente. Recordé también esa noche que está en el centro de Las mil y una noches, cuando la reina Shahrazad (por una mágica distracción del copista) se pone a referir textualmente la historia de Las mil y una noches, con riesgo de llegar a la noche en que la refiere, y así hasta el infinito. 
(Borges. Ficciones, p. 142) 

Aquí, la noción circular sobrepasa el concepto de tiempo, pues el jardín de senderos que se bifurcan es el laberinto caótico absoluto, la obra ‘incomprendida de Ts’ui Pên, en la que este opta simultáneamente por todas las alternativas (a diferencia del hombre, que en todas las ficciones opta por una alternativa eliminando así la otra), creando de esta manera: «diversos porvenires, diversos tiempos, que también proliferan y se bifurcan». (Borges. Ficciones, p.143). Ts’ui Pên creía en infinitas series de tiempos, las cuales abarcan todas las posibilidades. Esto implica una red infinita de tiempos paralelos, en la que sus ramificaciones a veces se topan y otras no. Los círculos temporales se van tejiendo cíclicamente y de·forma paralela como anillos de guirnaldas (como en el cuento «El Otro·Cielo» de Julio Cortázar) infinitas. 

Volviendo al concepto absoluto de que un hombre puede ser, dentro de la infinita e intrincada red de series cronológicas, todos los hombres, vemos cómo Borges se plantea el «tiempo circular» en cuentos como «El Inmortal»: 

Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. No es extraño que el tiempo haya confundido las que alguna vez me representaron con las que fueron símbolos de la suerte que me acompañó tantos siglos. Yo he sido Homero; en breve seré Nadie, como Ulises; en breve seré todos: estaré muerto. 
(Borges. ElAleph, p.25) 

El hombre, como concepto absoluto, adquiere la forma de una paradoja eterna, en medio de este tiempo que se hace presente en ausencia.  El «inmortal» morirá para volver a ser «todos los hombres» (Homero) y «nadie». El «tiempo circular» adquiere la categoría de evolución cíclica, en la que el presente, como único concepto real en su dinamismo infinito, se manifiesta como instante eterno, punto abstracto en que se entrecruzan toneladas del pasado y proyecciones de un porvenir que está ya tejido. 

Sin embargo, la noción del presente («un cuando») es tan absurda como las de pasado y futuro si estos dos últimos son infinitos: 
En el tiempo, porque si el futuro y el pasado son infinitos, no habrá realmente un cuándo; en el espacio, porque si todo ser equidista de lo infinito y de lo infinitesimal, tampoco habrá un dónde. Nadie está en algún día, en algún lugar; nadie sabe el tamaño de su cara. 
(Borges. Prosa Completa, vol.2. «La Esfera de Pascal», p. 136). 

Detrás de esta paradoja humana -del hombre perdido en la estructura circular de un tiempo que está constantemente huyendo de él, que nunca puede alcanzar, pero que a veces este si lo alcanza a él, en la «increíble muerte»-subyace otro concepto borgiano más amplio, paradójico y absoluto, el de la esfera como sustancia de Dios o de la naturaleza como arquitectura del universo, que el escritor argentino sustenta primero citando a Giordano Bruno: 

Podemos afirmar con certidumbre que el universo es todo centro,o que el centro del universo está en todas partes y la circunferencia en ninguna. (Borges. Prosa Completa, vol.2.»La Esfera de Pascal», p. 136),y luego a Pascal: 
La naturaleza es una esfera infinita, cuyo centro está en todas partes y la circunferencia 
en ninguna. (id., p. 13 7) 

Concepto totalizante este último, en Borges se entrecruzan las nociones espacio-temporales del pasado, presente y futuro, desde los presocráticos hasta la «Nueva Física». El tiempo circular (o cíclico) y la noción de esfera como substancia del universo, son dos reversos de la misma moneda (que en Borges son casi infinitos), dos nociones que nos acercan a la arquitectura y estructura profunda de sus escritos, y así también los de todos los autores. Borges cita a Valéry: 

La Historia de la literatura no debería ser la historia de los autores y de los accidentes de su carrera o de la carrera de sus obras sino la Historia del Espíritu como productor o consumidor de literatura. Esa historia podría llevarse a término sin mencionar un solo escritor. 
(Borges. Prosa completa, vol.2. «La Flor de Coleridge», p.138). 
 

La obra de Borges se alza como una esfera majestuosa y desmesurada, en la que cada palabra es el centro y todas las obras de la literatura y de la humanidad y los tiempos son su circunferencia que aún no vislumbramos completamente, y tal vez nunca podamos hasta que nazca Borges de nuevo «del mismo vientre.»

 
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