Le escribo convencido de que el propósito de mi carta no es menos extravagante que su vida, si me permite decirlo. Las noticias que he tenido de usted hacen oscilar su ilustre interés entre los asuntos culturales y las bombas de racimo; francamente y con todo el respeto del mundo, me lo imagino como un hombre bastante loco: en eso cifro mis esperanzas. Pienso en lo molesto que pueden llegar a resultarle las numerosas misivas de esta clase que debe recibir casi cotidianamente, y me apena suponer que pongo a prueba su paciencia. Tal es sin embargo, la porción más pequeña del precio que debemos pagar ambos, usted por ser poderoso en los términos humanos usuales, y yo por ser artista. Bueno, después de este preámbulo vamos al tema:
Estaré feliz de recibir noticias de su puño y letra, aunque no me he hecho ilusiones de clase alguna. Incidentes como este no hacen la vida de tipos carismáticos como usted y yo. Nuestra misión, estimado señor Cardoen, es descubrir nuestro origen e indagar acerca de nuestro destino (acaso no sean una misma cosa). Aquello que hace que interactuemos de esta manera, no asoma más allá de lo que nos hemos acostumbrado a tratar como asuntos humanos. Existe otro mecanismo por el cual nos vinculamos usted, yo, y el resto de los hombres; su naturaleza es un misterio para la inmensa mayoría de nosotros por una razón muy lógica, y a su vez desconocida. Pero eso es ya tema para otra carta, espero no haberlo cansado con mi teología de tercera mano; por último, si no llegamos a vernos (cosa que no me extrañaría), reciba al menos mi saludo y la reiteración de este aforismo insignificante: tenemos un origen, tenemos un destino.
Abdul, el adorable
Esta carta, enviada por el adorable Abdul Jamal (la paz sea con él) a la graciosa persona de C.Cardoen, en Marzo de 1997, se hace extensiva a quien se estime con medios suficientes como para aliviar la carga material del titular, un humilde servidor del Todopoderoso. Encontrarán sus señas a través de los responsables de la revista. |