SOBRE LA EDAD DE LA NAVIDAD

 

 

 

He reflexionado mucho sobre la Navidad para hablar de ella, porque es cierto que la Navidad llega y también es cierto que siempre me pilla por sorpresa.

Y me he preguntado: ¿Tienes la edad de la Navidad? Pregunta curiosa... Jamás lo había pensado de esta manera, pero he llegado a la conclusión (y es una opinión personal) de que la Navidad tiene edad.

 

Cuando era niña, la Navidad era genial. Empezaba el mismo día que en el colegio se daba una pequeña fiesta a golpe de panderetas, zambombas y cantos de villancicos. La alegría reinaba por todos los rincones del colegio; chiquillas que corrían y reían por todos los rincones, profesoras que se contagiaban de la alegría reinante que llenaba las clases.

Luego, llegabas a casa, montabas el arbolito junto a tus hermanos (o el Belén), y el corazón se te iba llenando de un algo especial que no tenía forma. Todo a tu alrededor se transformaba. La vecina antipática que vivía al lado, no te lo parecía tanto, incluso se diría que se esforzaba en sonreírte y tú le sonreías.

Algunos años, la Navidad se vestía de blanco y esto era ya todo un cúmulo de sensaciones. Te ponías los guantes, la bufanda... Y te tirabas a la calle a construir el clásico muñequito de nieve, que jamás sabías como empezar y que al final te quedaba hecho un churro. Al terminar la grandiosa obra de la que te sentías orgullosísima, te entretenías en tirar bolas de nieve a todo aquel que te resultaba familiar.

Pero todo esto no tiene color si lo comparamos con el tan ansiado momento de recibir regalos. ¡Dios!... Los regalos de Navidad... A mí nunca me los dieron el dia 25 (eso era un modernismo que en mis años no se llevaba), así es que te pasabas toda la Navidad esperando que llegara el día de los Reyes Magos. Escribías esa carta que jamás llegaría a ningún sitio. La intentabas hacer lo más extensa posible, hasta que tu madre o tu padre le daban un repasito y te decían: "Hija, no pidas tantas cosas que los Reyes han de atender a muchos niños." Y empezabas a pensar en qué cosa borrar... ¡Eran todas tan importantes! La reducías todo lo posible y al final siempre venía recortadísima; jamás me explicaba por qué no podían traérmelo todo, a ellos no les costaba tanto...

También recuerdo la cena de Nochebuena, envuelta siempre en cantidad de villancicos que sonaban tan estridentes en aquel viejo tocadiscos que mi padre poseía. Mi madre se afanaba aquella noche en la cocina, intentando poner sobre la mesa todo aquello que sabía que nos gustaba. Nunca hubo en aquella mesa, los clásicos langostinos, el cordero o el pavo, que hoy se consumen como rosquillas. Mi familia era humilde y nosotros muy felices con una mesa repleta de "fritillos" (empanadillas, calamares, croquetas, palitos de merluza...). Y como colofón, la tan esperada y ansiada sesión de dulces. Mi madre siempre tenía que apartar para cada uno, una parte equitativa, para que lo más "ansiosos" no se lo comieran todo y nos dejaran sin nada a los más lentos. Mi hermano el mayor era una máquina con los dulces. Así es que esperábamos pacientemente a que mi madre hiciera el reparto equitativo y luego cada uno comía a su ritmo, de su montoncito, mientras nos reíamos un montón con cualquier chorrada. Era una noche para reír, para estar alegres por encima de todo.

Luego, sin poder evitarlo, creces. Llegas a adoslecente, sabes que no hay Reyes Magos; cambias la lista de juguetes por la ropa nueva que vas a ponerte para ir de fiesta; el arbol ya no se pone. La cena de Nochebuena pasa a ser una cena rápida, para poder marcharte cuanto antes con los amigos.

Y llega una nueva etapa... Te casas , tienes hijos y, en este momento, vuelves a recuperar la magia de la Navidad. Empiezas a transmitir las sensaciones recogidas en aquellos años de niñez... Sabes que el día en que dan las vacaciones de Navidad es el momento justo en que se dispara el pistoletazo de salida. Empiezas a revisar las cartas de los Reyes Magos, y a recortar (con una sonrisa nostálgica). Te afanas en recorrer grandes centros comerciales en los que encontrar todo lo que los niños te han pedido. Y descubres una nueva ilusión: guardar los regalos y colocarlos debajo del arbolito cuando los niños duermen (que suelen hacerlo a altas horas de la madrugada por la cantidad de nervios acumulados). Y bien temprano, ¡arriba!... Los niños ya descubrieron los regalos y vienen corriendo a la cama cargados con todos ellos en sus manos. La cena de Nochebuena, como siempre, se llena de villancicos, de ruidos y de griteríos. Y mientras, tú estas en la cocina, peleándote con las sartenes, los platos, la mesa (que intentas que esté tan llena como cuando eras niña).

Y tus hijos se hacen mayores... Se acabó de nuevo la magia...

Ahora... supongo que el día que me convierta en abuela, y vuelva a haber niños, la magia de la Navidad regresará de nuevo. Diciembre - 1997.

 

 

 

 

 

 

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