Los primeros
síntomas le pasaron desapercibidos hasta varios
días después, justo en el momento que
descubrió la maldita palabra amagándose entre
la multitud de congéneres que se exhibían
rijosas desde la página de sucesos de la
última edición del "Socorro de la
Mañana", quinta impresión del día
anterior. Desarrugó con los puños el aceitoso
papel que hasta entonces había cumplido con decoro su
sufrida función de envolverle el bocadillo de
atún y le permitió ante sus ojos recuperar su
razón de ser:
"LA
ESCALOFENDRIA: UNA ENFERMEDAD QUE DURA, PERO QUE
MATA.
Durante los
últimos meses se han producido un número no
determinado, pero preocupante, de extraños procesos
clínicos que han motivado a un escogido grupo de
médicos del hospital zonal al seguimiento y estudio
de los mismos. Las autoridades locales, haciendo gala de su
habitual diligencia, han nombrado una Comisión de
Investigación y Desarraigo del Mal Conocido Como
Escalofendria, que así es como se le llama a la tal
Enfermedad. (Nombre patrocinado por la afamada y bien
surtida fábrica de cervezas LA ESPUMILLA). Es el caso
de que bien entrado el anterior mes de Junio se llegó
hasta la dependencia hospitalaria el convecino llamado
Wladimir Ilich Martínez, el cual con gran desasosiego
de sus nervios intento explicar su congojo a la enfermera
receptaria de entradas y urgencias. Ante lo gran atropellado
del intento y lo acuciante del in suceso, la enfermera,
haciendo gala de su habitual diligencia, corrió en
busca de la ayuda del doctor de vigilancia al que
encontró en su puesto del deber. Éste, viendo
lo perentorio que se presentaba el proceso, entró en
acción inmediatamente ordenando la rauda
hospitalización del penado Ilich y prescribiendo al
punto la sedación del susodicho para ahorrarle la
conciencia de sus males hasta la llegada del Ilustrorio
Doctor Jefe del Departamento de Enfermedades
Intituladas.
Fue la
desgracia que no hubo tal, pues el finado Ilich,
precisamente al punto de llegar el Doctor Carlos Manuel
Dossantos de la Belladona (recién casó a su
bella hija Norita que le llenará de nietos para el
bien de la Medicina y el País), nos dejó en el
desconsuelo junto a su desconsolada y cerca de seis
retoños que ahora surten el valle de
lágrimas.
Pero el
destino de la vida es una llave de doble vuelta y al poco un
nuevo caso clínico llegó con el tiempo justo
de expirar a los pies del Prohombre Doctor. Este segundo
éxpiro, que, como habrán comprendido al punto
los atentos y congraciados lectores de éste que les
cuenta (sobre todo a ti, mi Purita, mi amor, mujercita que
me esperas con deber de hogar cumplidito para el bien de la
patria mía, y de ustedes mis hermanos en el honor de
los biennacidos), era hombre de letras y urbanismo formado,
llegó a balbucir unos inconexos gemidos de despedida
que sirvieron al Doctor, a la vez del halago de las buenas
formas sociales, de destello de su brillante inteligencia y
magnificiente quehacer por la gloria y el bienestar de sus
conciudadanos. Al punto comprendió que el yaciente,
quizá zaherido por la cruel espada llamada Paradoja,
había llegado hasta su "después de" sin el uso
(que no abuso) de su primigenia y más amada por
lograda destreza: la palabra. El Honoroso Doctor, haciendo
gala de su habitual diligencia, al punto concretó en
su instrucción del caso que este era un hallazgo
clave: Era de resaltar que hecho un estudio
estadístico de los casos habidos, y los que
más tarde al hilo del sucederse de los días
que se fueron aconteciendo lo corroprobaron, el ciento por
ciento de ellos (no habiendo prueba de lo contrario en el
primer caso al no esperar a la Sabiduría del Doctor y
permitirle un somero examen antes de partir hacia las
arribas y los esperares de nosotros sus deudos)
cumplía la misma condición conectiva: Los
finados se despedían por así decirlo con las
manos pues les era de todo punto imposible hacerlo con la
voz. Pero es más (y aligero por falta de espacio
redactivo y consignas superiores que como dice el dicho:
donde manda capitán... pero no es el día
todavía de hablarles de incompetencias laborales y a
buen entendedor...) los más de trescientos o
cuatrocientos casos habidos (los voceros ya suman los mil)
han tejido el inmedible manto del Conocimiento que viste las
patriciacas sienes de nuestro Bienhechor el Doctor nuestro,
Glorioso en nuestro dirigimiento hacia la felicidad de la
paz y el "Bienestar" Social de la nuestra Amada Salud
Pública, el Honorabilísimo y Loado Doctor
Excelentísimo Señor Don Carlos Dossantos de la
Belladona, que ahora y por siempre velará por nuestro
latir. Pero como les decía, y acabando para que no
acaben algunos con mi paciencia y tenga que dirigirme a
instancias en las que se me valora y a las que no quiero
recurrir por prudencia, el vasto Conocimiento del Doctor
llegó a abrazar el misterio del proceso y a desbrozar
las brumas de la ignorancia que podían alejarnos de
la conquista de la Victoria. Así llegó el Gran
Doctor a esta relación de síntomas que
acompañan el desenvoltimiento de la
Enfermedad:
Es de
acontecer lo primero que los susodichos se notaban un
día como así que idos o venidos sin cuento;
para más explicar que a lo mejor llegaban a la puerta
de un compadre (o una comadre porque hasta se oye que alguna
de esas madres nuestras, nuestros gloriosos vientres
procreadores del futuro, ha doblado su pestaña por el
motivo que nos ocupa) y en abriéndoles a recibirlos
ya no sabían a qué habían ido, o si es
que habían ido y ya se iban. Cuando ya esto les
seguía sucediendo durante unos o muchos días,
el problema se les iba haciendo gordo, pues se le juntaba de
pronto al desoriento el aspaviento. El aspaviento era ya un
suceder grave y, en casos y horas, peligroso. Era lo que
pasaba que en el dirigirse al lugar donde no sabían
que se dirigían o si venían, o ya llegados al
mentado lugar, de pronto y sin verse ni pensarse, su dedo
meñique (vulgus pequeño), sin encomendarse a
su deseo ni conciencia, comenzaba un lento movimiento
independentista que iba acelerando progresivamente
quizás por la toma de confianza de la nueva libertad
conquistada; pero aquí no se terminaba el desatino,
pues al dedo infante le seguía toda su ascendencia y
pronto era ya toda la mano que bailaba a su antojo y al
menor pensar ni ver ya eran las dos manos y hasta los
juanetes decían llamarse pepes y hurgaban en el forro
del mocasín. Esto y el corrimiento del seísmo
a todo el cuerpo era un mismo decir con lo que los
desdichados ya corrían de aquí para
allá sin saber porque ni a qué, pero con la
congoja del desequilibrio que les provocaba que cada miembro
sintiese el derecho de tomar su camino sin encomendarse a
objeto ni destino. Pero si el correr constantemente hacia
varios sitios distintos a la vez y el tener que decir al
unísono hola o adiós por no saber qué
ya atormentaba a los interfectos, privados por tal acaecer
de su colocaduría y hasta del buen cobijo de su
familia, más prestos a creer en efectos
etílicos que en padecimientos no inscritos, el
siguiente aspecto sintomático ya terminaba de hundir
a nuestros idos en el más profundo desespero y olvido
de toda luz. Es de añadir que a los movimientos
convulsos y dispares y, dados por llamar en la
Terminología de la Ciencia Médica al Insigne
Doctor como Aspaviento, y a los ires y venires sin son, ni
hora, ni concierto, en visitas impropias a amigos y
conocidos, dados por llamar al Diligente Doctor como
Desoriento, venía ahora a tomar posesión del
victimado el más último, peor y definitivo de
los avatares, el dado por llamar al Conspicuo Doctor como
Fruncimiento. Era el tal el peor de los pesares, pues a todo
lo anterior se unía de una forma terrible una inmensa
mueca que a modo de sonrisa estúpida llenaba de forma
horizontal y de oreja a oreja la cara de los dolientes,
justo a la altura de lo que antes se podía pensar
boca. Era tal la impresión y desagrado que provocaban
las anteriores circunstancias que los perecederos eran
huidos por todos (sobre todo por sus amigos, cansados de
aguantar visitas que podían llegar a repetirse a lo
largo de toda la noche con el solo intervalo de un hola o un
adiós que cada vez se oía memos entendible) y
a las pocas semanas corrían en sus varias direcciones
con la boca abierta y moviendo espasmódicamente todas
sus partes movibles, desde las cejas a los pies, sin que
nunca dos de tales partes coincidiesen en un mismo sentido.
Ante tamaño espectáculo no extraña a
nuestro buen entender que los niños diesen en
perseguirlos y apedrearlos a la voz de: "A por el del
carcajeo" (que así se les mentaba por el pueblo a los
tribulados). Las autoridades, haciendo gala de su habitual
diligencia, tomaron cartas en el asunto y para que los
insucesos, que de aislados tornaban en continuos, no
llegasen a soliviantar la preciosa paz de nuestra
ciudadanía dieron en poner en sitio seguro, aislado y
lejos del vino, a los dados al carcajeo, que ellos
creían. Es en esto que actuó, haciendo gala de
su habitual diligencia, el Prócer Doctor Don Carlos
Manuel Dossantos de la Belladona y gracias al estudio de los
casos que llegaron a sus Dotes resolvió en conocer y
apuntar los saberes pertinentes sobre la llamada enfermedad
de la Escalofendria (recuerde: Cerveza La Espumilla, deja su
garganta como Maravilla) y de su idiosincrasia y
desenvolvimiento, llegando a descubrir el más
importante y clave de todos los factores que
permitirá el descubrimiento del proceso desde su
inicio y su atajo y extracción para que las vidas de
ustedes, mis conciudadanos en la Paz y el Honor, sigan su
camino recto, sin desorientos ni visitas impestuosas. Como
les venía en contar esta mi crónica, es el
crucial e inescrutable caso que antes de todos estos
síntomas relatados se da otro que viene a ser como el
padre de todos ellos, pero que dada su poca apariencia en un
País como Éste, de gente trabajadora y poco
parlanchina ni dada al comadreo, fue imposible de descubrir
hasta la Irrupción del Conocimiento del Preclaro
Doctor. Y es este su relato descriptorio:
Todo comienza
mucho antes de la primera visita o del primer correteo en
dirección dispar. Es, según los Estudios del
Famoso Doctor, dos o tres meses antes de esta definitiva y
concluyente fase crítica cuando el futuro yacente se
levanta un día a lo mejor, o incluso ya entrada la
tarde cuando sólo piensa plantar la horizontal en su
pieza y esperar que se aleje la calor, y es esto que se
dirige al baño, o simplemente se recuerda en la
penumbra, y se queda mirando la cara en el espejo en un
repente de asombro y perplejía: ¿Pero de
quién es esa cara aplanada y como de loza que me mira
cada día?, puede llegar a preguntarse. Y si es una
mente dada al por qué y al tejemaneje puede
preguntarse después: ¿Y por qué todos los
días la misma? Y para los casos más graves:
¿Pero desde cuando siempre la misma?,
¿Dónde está la otra, la mía, la
que me sonreía? Y ya desde aquí está la
Escalofendria avanzando hasta el deterioro de cualquier
control y a ese día viene el siguiente y así
hasta que es que ve la cara sin mirarse al espejo ni dormir
la atardecida, y las preguntas vienen cada vez más y
todos los por qués se atan como longanizas y el tipo
los quiere contestar pero ellos se agolpan y no le da tiempo
ya ni de pensar y de repente un día, cuando ya de
esto van quince o hasta un mes, el hombre va a decir basta,
o coño, o carajo, ya está bien de tanto por
qué, pero no puede porque la palabra ya no la
encuentra, sólo hay por qué y angustiado se lo
quiere contar a su mujer, pero no puede y va a los amigos
desesperado a decírselo, pero no puede porque
sólo recuerda el por qué y la cara de loza y
quiere borrarla, recordar la sonrisa y sonreír como
entonces, y lo intenta y va y viene de aquí
allá con esa mueca que quiere ser risa en la cara, a
lo amigos, sin saber si va o viene, queriéndoles
hablar, preguntar qué cara ven ellos, pero el
desespero ya lo lleva dentro y las palabras se le han
perdido, y ellos no le entienden, sólo se enfadan y
se asustan de verlo ir y venir corriendo diciendo sin ton ni
son hola o adiós. Es entonces cuando la Escalofendria
ya es la dueña del finiquitante y nada se puede
hacer, cualquier día a mitad de una de sus idas o
venidas el Aspaviento se desata ya sin sujeción y a
él poco menos que le queda ya balbucir
adiós.
Es esta la
toda y entera descripción de síntomas y
efectos de la enfermedad dada por llamar al
Ilustrísimo Doctor la Escalofendria, mal llamada por
el bajío "el carcajeo", en cuyo conocimiento y
resolvimiento tantos esfuerzos Inconmensurables ha puesto
nuestro Bienhechor (y en cuyo periódico tengo el
honor y gozo de trabajar, bien que le pese a redactorcillos
que ahora no aviene nombrar) hasta el punto de que ya llega
la hora de que un seguro remedio de esta enfermedad aparezca
en las vitrinas la Farmacopea Dossantos que, haciendo gala
de su habitual diligencia, tan provechosamente dirige su
Blanca hija Purita (desde hace poco junto a su
Apolíneo Ernesto Miguel de la Plaza Tomada)
RECUERDE: CERVEZA LA ESPUMILLA... MÁS
FRESCA QUE UNA AGUADILLA.
JOL LAW