11 de noviembre de 2000
Historia de un Soneto
mis angustias. En un descompensado movimiento de equilibrio, durante mis ejercicios
calisténicos acuáticos, agité con desesperación las manos tratando de agarrar el aire
para asirme y sentí que se ahogaron mis ilusiones: perdí los anillos. Anudados en un
solo haz, agrupaban las recordaciones de las fechas e instantes de inviolables
recuerdos: nuestro matrimonio (1942); remembranzas de una media vida, las bodas de
plata (1967); y el comienzo a la plenitud y al gran acopio de recuerdos e ilusiones
deshojadas cuyos frutos maduros ya, veíamos engendrados en tres generaciones:
nuestras bodas de oro (1992). Todo se quedó perdido y enterrado en la deleznable
arena de la playa. Cabizbajo, atraganté lágrimas secas de pesadumbre. El horóscopo
de mi futuro se presagiaba sombrío. Había fincado en ese "aro brillante", muchas
certezas de estabilidad emocional.
Aun estando fulgurante el sol del Caribe en sus esplendideces permanentes, las
nubes de la incertidumbre comenzaron a oscurecer mi visión. Me puse irascible, como
es mi costumbre en casos similares, pero llorando en silencio mi angustia. Un rictus de
extraña hilaridad, abrió la comisura de mi entereza. Pensé pensamientos embriagantes.
Quise "tejer" un soneto. Mis manos de por sí ágiles para enhebrar ensueños, reprimidas
por la zozobra angustiante de esa pérdida, titubeantes comenzaron a zurcir el primer
cuarteto, que al concluirlo quedó grabado en mi memoria.
La inspiración se detuvo de repente entre la certeza e incertidumbre, mezcladas
en un coctel ambicioso de sabores opuestos; dudaba de si volvería a ver esa "alianza".
Ofrecí una propina generosa a los muchachos de la playa. Ellos presurosos y
entusiastas aceptaron mi reto, con la ambición desmesurada que el dinero produce en
los corazones despiertos de los pescadores o buceadores de ilusiones.
Y seguía el "soneto" horadándome con impertinencia. Virgen permanecía el
segundo cuarteto. Debía reflejar, lo pensé, la desazón y angustia por mi "bien" perdido.
El tenue susurro de mi musa alada, como en un olvido involuntario, me musitó lo que
debía escribir. Acicateado entre mi angustia y la serenidad, recuerdo a la perfección el
contenido del cuarteto. Ensimismado, el brillo imaginario de mi argolla, encandiló mi
mente. Hice cábalas de quimera. Abandoné la playa y fui a refugiarme en la sombra de
la alcoba. El primer terceto comenzó a dibujarse como en una luz difusa de esperanza.
No recuerdo si dormí o soñé despierto, sentencioso, escribí el terceto para mí solo.
************************************************* Un golpe constante, persistente, agitado y febril oí de improviso. Abrí la puerta. El
sol ardiente del Caribe en ese preciso momento se ocultaba entre nubarrones que
presagiaban tempestad. En la penumbra se dibujó la silueta de un desconocido. Con la
sencillez y la certeza del buceador experto, triunfante me dijo: ¡"Señor, yo le encontré su
anillo"!. Y como desenredando un pescado del anzuelo, de entre sus dedos largos y
filudos brilló mi adorado triple "aro".
No sé o si lo sé, no cuento mi reacción. Los secretos del alma se deben guardar
escondidos. Porque al abrir el corazón y desnudar los sentimientos, los lectores pueden
marchitarlos con sus burlas, risas o indiferencias ¿Callo mi estado de ánimo, en ese
momento? No lo sé. El "triple aro" se convirtió para mí, en un amuleto..
Pagué el premio prometido, mucho dinero pero insignificante, para el valor
sentimental y recordatorio que había recuperado. Respirando ya tranquilo, pude rematar
mi soneto, con el segundo terceto.
Los pensamientos sombríos del infortunio se tornaron en anhelos y consoladoras
esperanzas. Mi tristeza espiritual se convirtió en un carnaval de ilusiones. ;La cara de
ella volvió a iluminarse en una resurrección de recuerdos, y sentenció cariñosa y
segura:
¡Ahora si celebraremos nuestras bodas de diamante!
Un abrazo y beso enamorados, sellaron nuestro compromiso de felicidad,
alumbrados por el cálido sol del Caribe, que apareció de nuevo, como testigo de esa
"alianza" que imaginamos posible: Nuestras bodas de diamante.
Epilogo. En ese momento traté de recordar mi soneto, ni aún hoy lo he logrado.
Una nube del olvido lo enterró para siempre. La ausencia corporal de ella, no ha podido
borrar de mi mente, esa su risa juvenil, tintineante y feliz, que sigue alentándome y me
acompaña siempre.