OPHELIA
de Waterhouse, claro


MANCHESTER
Cathedral


CAERNARFON
Castell


YORK
City and minster


YORK
Minster and city


SNOWDONIA
yng Nghymru




Los días son eternos, las semanas pasan como en una ensoñación.

   Varios meses de venenoso nomadismo me han servido para recorrer sitios tan dispares como Cagliari, Lisboa, Estoril, Amsterdam, Leiden, Santiago de Chile, Viña del Mar, Aix-les-Bains, Boston y Cambridge en EEUU (sin mencionar lugares más pequeños y aún más dispares). Me he perdido en todos y cada uno de esos lugares —no buscando el camino para llegar a una estación, o una casa, o una tienda, sino buscando el camino que me lleve a "un lugar en el mundo". La jefa y amiga de Sabrina Fairchild se encontró a sí misma en París; yo sé que la Ciudad Luz sólo me serviría para perderme más.

   Llevo más de un mes en una ciudad del noroeste de Inglaterra que tiene algo en común con Leipzig: la población disminuye y desaloja viviendas y negocios. A diferencia de la ciudad sajona, no obstante, Manchester es (1) enorme, (2) vital y (3) desordenada. (Por supuesto, alguien podría calcular correlaciones entre estas características; se lo dejo a alguna niña que esté haciendo un posgrado en urbanismo, o a algún muchacho que se haya aburrido de Marilyn Manson o DJ Shithead y quiera hacer otra cosa en el computador.) Lo de enorme no es problema, porque hay un buen sistema de transporte público, y como me vine de Suiza en auto por el momento puedo salir de la ciudad con relativa facilidad. Lo de vital es tan importante; por fin puedo comprar libros en inglés... Y lo de desordenada, bueno, nada puede ser perfecto, supongo.

   La comida en Inglaterra no es tan mala como dicen; es muchísimo peor. El destino no me quiso favorecer con una cocina esta vez, así que mi microondas y un hervidor de agua no me sirven para imaginarme que no lo estoy pasando mal. Recurro a sucedáneos monótonos como la comida india, tailandesa o china, pero me sé profundamete infeliz en lo culinario. La gente tiene algo de la Europa continental del norte: son más bien reservados, enrollados, descorteses. (Pero que nadie los vaya a confundir con los sajones, por favor. Me cuesta imaginar un absimo más decadente de la Civilización Occidental que aquél.) Sé que muchos europeos continentales, con los cuales departo habitualmente durante mis desayunos high-fat & high-cholesterol, tienen y atesoran una idea un tanto romántica de los ingleses: sofisticados, ex superpotencia naval y política, Royal Society, Oxbridge, well-educated y todo lo demás. Sin embargo, pienso en el portero oligofrénico que me sube la barrera para estacionar el auto, en el hincha promedio del Manchester United, en los adictos a la lotería que entrevistan en la televisión y tantos otros personajes memorables que me toca ver a diario (también en la universidad, por si se me acusa de tendencioso). También pienso en los fantásticos y civilizadísimos deportes que el género humano le debe a ciudadanos británicos, como los galgos despedazando vivas a las liebres mientras la gallada se arruina apostando, el boxeo ilegal a la Snatch y por supuesto que el cricket (donde no se entiende un carajo), y me inclino por creer que la construcción del very British ése es, digamos, un tanto subjetiva.

   Afortunadamente, sitios de gran interés para alguien como yo se encuentran muy cerca: York, hacia el noreste, y Gales, hacia el suroeste. El invierno ha dejado pocos follajes intactos en los alrededores, pero los hay, especialmente en el poniente de Gales. Me encontrarán allí con frecuencia, si me buscan. Frente al mar.

 

Manchester, febrero de 2003

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