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Partir es fácil; regresar es lo que cuesta. Después de la experiencia inglesa y de la semana en Gales, llegar a Zurich fue algo inesperadamente incompleto. Aquí está mi casa, claro. Pero sin embargo— Mi trabajo está un poco estancado últimamente. La principal razón soy yo mismo, qué duda cabe, pero otra razón es que quienes me han prometido materiales no me los han enviado, lo que me lleva a debatirme amargamente entre pesadillas y fuegos fatuos sin poder aplicar los métodos que he aprendido para obtener esa escurridiza ficción que llaman "resultados". Muy pronto no importarán las razones; mi estadía en el centro de investigación de una universidad del sur de Australia me obligará a mentir: a mí mismo, a mis colegas, a quienes lean lo que escribo, quizás a Dios. Mentir, escribir, vivir —qué diferencia habrá. Este último tiempo he visitado sólo parajes cercanos o familiares en Suiza. Aprovechando la visita de una colega estadounidense he vuelto a recorrer Stein am Rhein, las Tierras Altas Bernesas, Berna, Zurich y Rapperswil. El polen insiste en impedirme disfrutar del hecho de estar vivo, por lo menos apenas salgo de casa, pero también esto está por acabar. Los niños juegan en jardines que son una supernova de flores amarillas, rosadas, rojas y blancas. Yo los observo a través de una ventana que me permite mantener los ojos abiertos y respirar con un ruido sobrenatural pero modesto, constante y friccional que me recuerda peligrosamente mi infancia. Uno nota que se empieza a poner viejo cuando prefiere poner un cómpac de música que uno tiene a escuchar algo en la radio, sobre todo algo que haya salido hace poco. El segundo álbum de Norah Jones ("Feels like home") no está ni remotamente a la altura del primero ("Come away with me") —por el contrario, todo lo banal y simplón que mancillaba el primero se ha transformado en el componente principal del segundo. El último álbum de Diana Krall ("The girl in the other room") es ciertamente mejor que varios de esos melosos numeritos con una infame mezcla de violín y voz sensual, pero definitivamente me quedo con el primero, ese de cuando los solos parecían solos. Yo le echo la culpa al productor y sigo esperando que alguien la rescate. (Y algo parecido pasa con los libros...aunque estoy dispuesto a que alguien me convenza de que "Big fish" es mejor o al menos igual que "Birdy".) Claro que este último tiempo he visitado otros parajes gracias a mis lecturas. Pero no quiero hablar de lecturas. Prefiero hablar de la escritura: aprovecho los ratos alejado del tráfago para avanzar en la novela que seguramente ya me ha dado fama entre algunos conocidos y tal vez nunca me la dé entre desconocidos. La comencé en Leipzig, perseveré en ella en Manchester, y mi regreso a Zurich y un cambio de estrategia al momento de escribir me sirvieron para —utilicemos una expresión que no utilizaría ninguno de "mis" personajes— "irme por un tubo". Y justamente eso es lo que tantos autores con experiencia dicen, algo que he podido empezar a vivir en carne propia: no son mis personajes, ya tienen una vida independiente de mí. Obviamente, falta mucho para decir que estoy cerca de terminar. Es mi primer intento, y nadie me paga por dedicarme tiempo completo (ni parcial) a esto —que no es sino mentir, escribir y vivir, en realidad. En realidad. Hm.
Zurich, abril de 2004 |