SANTIAGO
al pie de los Andes


PIANOS
mi padrino hacía estas cosas


LIBROS
sin ellos, quién nos hablaría desde las tumbas sin asustarnos


ZÜRI
a orillas del Limmat


CAMBRIDGE
en verano no sólo se estudia

KÖLLE
es lo que se ve antes de cruzar el Rhin en tren

LEIPZIG
mi edificio preferido




Ni siquiera puedo confesar que he vivido: tan sólo que nací, a fines de los sesenta, en un lugar que insisten en llamar Chile. (Es un lugar cercano algunas veces, lejano otras.) Mis antepasados, como es frecuente en esos sitios, provienen de ciudades y pueblos desperdigados y acaso remotos, de Europa y América. Me siento y me sé unido por lazos fuertes y a ratos invisibles con los Andes y los Alpes, con el Océano Pacífico, algún río y lago...

    He incurrido más de una vez en el error de estudiar disciplinas que me han ayudado a entender fenómenos que antes no comprendía. Imagino que entiendo qué persigue un Banco Central al subir las tasas de interés. Creo que comprendo cómo funcionan los sistemas verbales de idiomas selváticos, y tal vez incluso qué es una cultura. Profeso un escepticismo medular acerca de las escuelas literarias. Pero también sé cómo transformar un preludio barroco en un blues, y a su vez hacer de éste una pieza funk. Y a veces no puedo resistirme y —escribo.

    He vivido en Santiago de Chile y Zurich la mayor parte de mi vida. He visitado España, Francia, Austria e Italia. He recorrido Escocia y conocido el sur de Inglaterra y Dublín. He morado algún breve tiempo en Cambridge, una temporada en Colonia, y ahora me ha tocado un tiempo largo en Leipzig. Tengo nostalgia de mis viajes anuales por el suroeste o noroeste de EEUU y por Canadá. Todos estos lugares me han quitado algo, y más de uno me ha hecho un regalo.

    Mi principal ocupación consiste en seguir la autobiografía de Jung: recuerdo, sueño y pienso, y hasta ahora siempre he hallado quién me pague por hacer lo primero y lo último. He leído lo suficiente para descubrir que mi voz no es sino el lugar inasible donde concurren muchas voces. He cometido fechorías inconfensables que me han servido para aprender algo de humildad. He sufrido la angustia, el temor y la soledad en dosis homeopáticas, por lo cual admiro con credulidad los caminos del emigrante, del exiliado y del perseguido, que a veces incluso se unen.

    Desde que EEUU ganó la Guerra Fría los puestos de trabajo interesantes se han hecho más inestables y escasos, pero una vaga esperanza me impulsa a tragarme los sollozos cuando me duele el mundo con su trata de blancas, sus campos minados y sus clubes de depredadores. Más aún, planeo traer un niño al planeta para que continúe lo que su madre y yo dejemos inconcluso, comience lo que no podremos empezar, o simplemente respire, ame y ría. Quizás él, o ella, pueda aventurar esa confesión de la que me siento incapaz, esta tímida primavera en una Sajonia mustia.

 

Leipzig, abril de 2003

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