Julio de 1997 (extracto)


Los aeropuertos son lugares vacíos. Todas las presencias son accidentales, pasajeras, ficticias. Esa vez tenía yo que esperar dos horas mi próximo vuelo, y no podía ni leer ni conciliar el sueño en esos asientos de tortura oriental hechos en Hong Kong. Atrás mío unos adolescentes escuchaban un ruido indefinible y movían toda la fila de asientos con su vaivén electrizado. Al lado izquierdo, cómo habría podido ser de otro modo, un gordo de cara rosada y barba de tres días roncaba con la cabeza echada hacia atrás. Guardé el best seller que había dejado de empezar por octava vez, y cuando levanté la vista, la vi.

Fue todo lo contrario de un déjà vu, nunca la había visto y lo sabía. Sin embargo, toda mi vida había esperado encontrarme con esa mirada tan poco familiar como sólo algo absolutamente decisivo puede serlo. Se sentó a mi lado derecho dejando su equipaje de mano en el suelo frente a ella, sólo tenía un maletín liviano. No estaba vestida de manera especial, tendría alrededor de mi edad, ojos claros, pelo trigueño, labios rojos, dedos delgados. Pero no fue nada de esto lo que me llamó la atención. Me cautivó su silencio.

Could you please watch while I go to the restroom? No sé si alguna vez le perdone que haya roto el encanto; deberemos hablar sobre eso alguna vez. Yeah, sure. Traté en vano de identificar su acento, la frase había sido demasiado corta y apenas la había alcanzado a fijar en mi memoria. Pero ver sus ojos, sin estar ella ahí, oír su voz, no sus palabras, su voz. El maletín no debía ser tan liviano después de todo, si no lo habría llevado consigo. Pensé por un momento que podría tratarse de un atentado o algo similar (quizás hubiera un sofisticado explosivo plástico adentro), pero mis erráticos pensamientos fueron interrumpidos por su regreso. Thank you very much, sus ojos se clavaron, azules turbios, en los míos, creo que dije algo, mi nombre también. Ella dijo el suyo, repitió el mío, y calló. La vi cruzar las piernas y mirar por la ventana, ya anochecía sobre la ciudad y se veían algunas avenidas iluminadas cruzando los cerros distantes. Jugó con su pelo unos minutos, me pareció soñar frente al mar, casi escuchar gaviotas. No supe cuánto duró hasta que a mi lado izquierdo ya no estaba el bello durmiente sino un alfeñique de terno y corbata que me contaba, mostrándome fotografías inverosímiles, cómo había sido raptado por extraterrestres. It’s not the way the movies want to have us believe, cómo decirle que volviera al planeta donde lo habían tenido, que me dejara en mi ensoñación, que no fuera a causar que ella se molestara y se fuera (habría tenido que seguirla). We’re raising funds to organize the arrival, claro, en algún momento tenía que venir la organización, los hermanos y el dinero, la verdad no podía haber nada más estúpido que darle unos dólares al et ése para que se fuera, pero lo hice (no sé cuánto le di). Cuando me volví ella ya no estaba ahí.

Han pasado los años, y aún despierto por las noches escuchando su voz repetir mi nombre. Oír su voz. Tomar su mano. Ya nada es como esa noche en el avión. Resultó ser mi vecina en el vuelo de conexión, comimos algo desabridamente francés con un vino californiano, y la oí reír por primera vez. Iba por un mes a aprender español a Ecuador, trabajaba en una compañía de seguros, y muchas otras cosas. Pareció interesarle lo que yo hacía, y por cómo memorizó todo exactamente supe que sí le había interesado. Why didn’t you fly to Ecuador directly? No sé qué me hizo preguntar eso. Why should I have done that? This was the way to meet you. Su silencio duró horas, o tal vez segundos, en todo caso una eternidad. Le hice dejar la copa de Chardonnay sobre la bandeja y tomé su mano entre las mías. El sobrecargo pasó preguntando no sé qué brutalidad, empezaron a dar una película de Schwarzenegger, no podría haber sido peor. Y sin embargo, fue perfecto. No dijo nada, pero vi que sus labios articulaban mi nombre al acercarse a los míos.


1