Romance de los Ojos Antíguos


Para Juanita

Dos ventanas de piedra pulida me observan desde su marco de marfil de India. Orgullosas, no aceptan la mirada directa que les hago, temerosas de revelar sus secretos. Son majestuosas conchas que guardan en su interior ríos de canela y especias... quizás algo de oro viejo y sí, definitivamente, algo de materia terrestre.

¿Cómo debe de comportarse el caballero ante tal portento?, ¿Acaso intentar penetrar furtivamente en los recovecos de la obscuridad, con la esperanza de robar sus tesoros?, ¿o debe llamar a una Santa Cruzada para, sin tregua, buscar el balance necesario y conseguir su apertura?; ¿será necesario disfrazar su intento de fría esperanza por uno de aparente tregua?; ¿Cuáles son las palabras que se pronunciarán en batalla y cuáles en la intimidad de una alcoba?; ¿Cuáles abren el camino hacia el centro ginésico de esas piedras pulidas en el marco de marfil de India?

Un misterio. Muchas dudas. Mil mentiras y una verdad. Engaño y confianza. Amor y muerte. Imágenes y sombras que escapan a su dueño para juguetear alegres por la pantalla de luz. Dualidad eterna enfrascada en conversaciones que saltan de un lado para otro, buscando acaso una esperanza que renace y muere en pocos segundos, pero que brilla en el filo de la espada del tiempo. Espacio libre, sin retorno, pero sin principio. Mil soledades y una compañía. Vejez y juventud son lo mismo en manos de Cronos, que, desmemoriado, las borra del cristal empañado con miles de palabras.

En el universo sin centro de la vaguedad, el caballero busca la llave a las ventanas antiguas, en la cara de la hija de Cronos y Rhea. Diosa desconocida, sin favores, sin rumbo y sin templos. Vigía de la sabiduría y sirviente de Atenea. ¿Qué sacrificios serán necesarios, qué hecatombes hay que desatar, qué portentos son menester para que, finalmente, la ciudad se rinda?

H.G.

Enero, 2000 A.D.

 
     
1