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Por las Voces Afirmativas
«Bien sabemos (y aquí cito a Laplantine, en Lamas, M., sept. 1994) “que las sociedades condenan determinados tipos de comportamientos y los obligan a llevar una vida subterránea o una existencia clandestina”. Esto es especialmente cierto para los que practican una sexualidad diferente a la considerada como la única normal: la heterosexualidad exclusiva.»
María del Pilar Sánchez
Católicas por el Derecho a Decidir A. C. México, D.F.
Con orgullo y satisfacción por mi trayectoria personal, quiero compartir con entusiasmo mi encuentro con la esperanza dinámica, los sueños infinitos, la gratitud por el asombro y la fe inquebrantable; saboreada con desiertos, oasis, abismos y peñascos que me han llevado a situarme frente a la vida como una católica convencida del Infinito Amor hacia todas las formas de la existencia. En 1967 ingresé a la vida religiosa como Franciscana Misionera de María. Inicié la formación como novicia en Zamora, Michoacán, y concluí esta etapa en Roma, Italia. Además de estudiar Filosofía de la vida religiosa, tuve la oportunidad de trabajar de cerca con algunos sacerdotes y cardenales que con su compromiso y entrega me fortalecieron y con sus dudas e interrogantes me mostraron la hazaña maravillosa de analizar y cuestionar para vivir con la experiencia de Jesús mi vida cotidiana. Como misionera trabajé en el Perú compartiendo con los pobres y marginados la vivencia de la exclusión. Después de una decena de años, decidí dejar esta forma de vida pero continué con mi compromiso asumido de construir espacios para cambiar las condiciones existentes, defendiendo mi concepción católica-humanista de respeto y tolerancia que encuentra su dimensión en un contenido libertario. De esta manera me he planteado estas reflexiones. Bien sabemos (y aquí cito a Laplantine, en Lamas, M., sept. 1994) “que las sociedades condenan determinados tipos de comportamientos y los obligan a llevar una vida subterránea o una existencia clandestina”. Esto es especialmente cierto para los que practican una sexualidad diferente a la considerada como la única normal: la heterosexualidad exclusiva. La convicción de que las sociedades cambian y de que es posible incorporar equitativamente a los diferentes al bienestar social, o de que incluso es posible aprender a no mirar como tales a muchos de ellos, porque algunas diferencias suelen no ser tales, es lo que ahora me conduce a reflexionar lo siguiente. Algo que caracteriza a una institución es la emisión del mensaje -usualmente implícito y generalizado- de un “así son y así se hacen las cosas”, además de una misión controladora que permite y avala sólo determinados comportamientos, al tiempo que niega, ridiculiza, obstaculiza, censura o castiga otros alternos. También la caracteriza el establecimiento y afinación paulatina de una jerarquía interna así como el conjunto de prácticas que expresan la ideología y la filosofía que son postuladas como válidas desde la cúpula jerárquica. Toda institución educa bajo sus preceptos y usualmente difunde sus creencias como conocimientos, apoyada en el hecho de que el olvido o la ignorancia de su origen nos lleva a reificarlos, es decir a considerarlos hechos naturales o mensajes divinos (Berger y Luckman, 1988). La Iglesia Católica es desde luego, una institución por excelencia. Sus voces institucionalizadas han considerado un desorden moral todo lo que difiere de la sexualidad también institucionalizada, esa que apuesta a una sola versión: la de la heterosexualidad exclusiva, solamente para la procreación. Han contribuido activamente a conformarla como norma, han reproducido y difundido mitos, han condenado al placer, han unido el sexo a la reproducción y han equiparado el sexo con el pecado. (Mejía, Ma. Consuelo, 1994). Lo han hecho con persistencia y furor, como si en ello les fuera la existencia. Sin embargo, es preciso leer y mirar más allá de los mensajes con fines ocultos. Es necesario, sobre todo, afinar los oídos, porque detrás del trueno ensordecedor de las voces institucionalizadas, existen otras que difieren y esclarecen desde esa diferencia. De entre ellas es posible destacar las cada vez más frecuentes reflexiones teóricas e investigaciones empíricas que nos señalan que las simbolizaciones y representaciones desplegadas a partir de la diferencia anatómica entre mujeres y hombres, han construido a los hombres y mujeres que somos; que la fuerza de la persistencia de las asignaciones que cada cultura impone diferentemente a cada sexo y su reafirmación a través de ritos, costumbres, tradiciones, ideas y muy diversas prácticas sociales, así como el olvido de las finalidades iniciales de la asignación diferenciada de funciones según el sexo, ha conducido a tomar como natural lo que ha sido una construcción social. Ahora es posible pensar y hablar desde el género, no sólo desde el sexo. Preciso es recordar que la distinción mujer-hombre es tan fundamental en las sociedades conocidas, que de hecho la vida social se organiza con base en ella lo que nos ha llevado a conformar lo que Sandra Bem llama la “polarización de los géneros”. Esta se refiere a la acentuada diferencia entre el género femenino y el masculino, y que no sólo define guiones mutuamente exclusivos para ser mujer u hombre, sino que define simultáneamente a cualquier persona o conducta que se desvía de esos guiones como problemática desde la perspectiva social, como innatural o inmoral desde una perspectiva religiosa, como anormal si se enfoca desde la biología o como patológica si se mira desde una perspectiva psicológica. El efecto de ello es construirlo y naturalizar un lazo de unión entre el sexo del cuerpo, nuestra mente y nuestra sexualidad (Bem, 1993). Sin embargo, tal naturalidad, el hecho de nacer mujer o varón no garantiza la identidad genérica masculina o femenina ni un apareamiento heterosexual. El amor de una mujer por un hombre no es más natural o imperioso en términos biológicos que el amor de una mujer por otra mujer. La respuesta erótica accesible a los seres humanos tiene vastas posibilidades, potencialidades muy diversas (Kapland, 1993) Las voces hegemónicas de algunas corrientes de pensamiento han disminuido los decibeles, lo cual no significa haber demostrado lo contrario- de aquéllos que, como resultado de sus reflexiones científicas, postulan que la heterosexualidad es también resultado de un proceso psíquico, o que un mismo proceso de estructuración psíquica puede resolverse tanto hacia la heterosexualidad como hacia la homosexualidad, sin que intervenga la voluntad del sujeto y que por tanto, ninguna es natural y ninguna implica necesariamente y de por sí, una patología ( Lamas, sept. 1994:13 ) Si las anteriores son voces disidentes al discurso científico hegemónico, como respuesta al proceso de institucionalización de la heterosexualidad exclusiva, también en la Iglesia Católica existen miradas capaces de ver no desde la institución, sino de observar a la institución y distanciarse de sus formas y posturas más caducas y excluyentes. En este sentido, como católicas que disentimos de la obediencia irracional a una jerarquía que no defiende la felicidad de las personas, hacemos nuestras las voces que manifiestan creer que lesbianas y homosexuales pueden expresar su sexualidad, de una manera congruente con las enseñanzas de Jesucristo, que hablan de la prioridad del Amor sobre la ley y de que toda sexualidad debe ser ejercida en una forma ética, responsable y generosa. Basamos nuestra posición en la libertad de conciencia que defiende la doctrina católica tradicional y que el teólogo Richard McBrien explica claramente cuando dice: “si después del estudio de la reflexión y la oración, una persona está convencida de que su conciencia está en lo correcto, a pesar de estar en conflicto con las enseñanzas morales de la iglesia, la persona no sólo puede sino que debe seguir lo que indica su conciencia en lugar de la doctrina de la Iglesia.” Para alterar el contexto en que nos ha tocado vivir con un sentido de libertad, dignidad y respeto para las diferentes formas de ser, rechazamos con Marcela Lagarde la sexualidad codificadora y “caminamos en el sentido de la alternativa no sexista sino feminista y libertaria: respetando la diversidad sexual, las variadas formas de ascetismo, lesbianismo, homosexualismo y heterosexualidad”. PROPUESTAS: 1. Como Católicas por el Derecho a Decidir, reconocemos que la diversidad de la sociedad es su fuerza y no su debilidad, y luchamos para que a todas y todos los ciudadanos se nos garantice la protección de esa diversidad, eliminando la discriminación, exclusión, restricción, o invisibilización que anule el ejercicio pleno de los derechos, obligaciones y libertades de todas y todos en lo político, económico, educativo y social. Para ello proponemos la adición de un párrafo tercero al articulo 4 Constitucional: «Ninguna persona podrá ser discriminada por razón de raza, color, sexo, orientación sexual, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición social». 2. Defendemos el derecho de todos los ciudadanos a ser informadas e informados objetivamente acerca de las características de la sexualidad, y de las diferentes opciones que existen para su disfrute; para ello proponemos se incluya desde la educación básica un programa específico que aluda a estos temas. 3. Al encuentro de la fuerza de las voces de la inclusión parafraseamos a Marta Roles cuando afirma que “no deseamos vivir rodeadas de desiertos de privación humana a ser y a elegir en la diversidad y la pluralidad”. Por tanto, subrayamos los acuerdos y recomendaciones de la Conferencia de El Cairo al reconocer la existencia de diversas formas de familia y nos proclamamos por las modificaciones en las instancias legales de nuestro país que patenticen el derecho a la diversidad en la composición de las familias. 4. Para tal fin proponemos una revisión de las leyes de manera que se posibilite a las parejas de lesbianas y homosexuales el ejercicio de los derechos civiles, sexuales y reproductivos garantizados para las heterosexuales y el reconocimiento y la defensa de sus derechos humanos. Concluyo con la reflexión de la religiosa Ivonne Gebara, teóloga feminista brasileña cuya contemplación de lo humano lo hace considerarlo como lugar privilegiado de la energía divina y a la sexualidad como expresión de esa misma energía. Permitámonos todos vivir con libertad, placer y responsabilidad. 1 Este artículo está basado en la ponencia presentada en el PRIMER FORO SOBRE DIVERSIDAD SEXUAL Y DERECHOS HUMANOS, realizado en el recinto de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal de México D.F., los días 12, 13 y 14 de mayo de 1998. |
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