DESAFÍOS DEL NEOLIBERALISMO AL MOVIMIENTO POPULAR
Frei
Betto
El neoliberalismo es el modo como hoy se estructura el
sistema capitalista. Hasta los años 80 el capitalismo se mostraba con un perfil
liberal: Había competencia entre las empresas, los Estados intentaban
fortalecer a las burguesías de sus naciones, la cuestión social era una de las
prioridades.
La caída del muro de Berlín en 1989 desmoronó también el
mundo bipolar. Ahora tenemos un mundo
unipolar, bajo la hegemonía de los
EE.UU. El avance de la tecnología de las telecomunicaciones favorece el
fenómeno conocido como globalización: la soberanía de los estados es ignorada,
las fronteras nacionales irrespetadas, las empresas y los medios operan en la
geografía mundial como si se tratase de las ciudades en que tiene su sede. La competencia entre empresas desaparece
cuando se trata de megaempresas, ahora transformadas en oligopolios que
controlan bancos y hamburgueserías, clubes de fútbol y fábricas de ropa. EL capital circula sin barreras ni fronteras,
la especulación supera a la producción, la búsqueda desenfrenada de lucro
ignora cualquier principio ético.
Efectos del neoliberalismo
El cambio de coyuntura exige cambio en los actores
sociales, así como en los movimientos populares. ¿Cuáles serían los efectos más
evidentes del neoliberalismo en aquella parcela de la población que los
movimientos populares intentan sensibilizar, movilizar y organizar?
1) La despolitización: El fracaso del socialismo real en
Europa y la ofensiva de los medios centrada en el estímulo consumista favorecen
el desinterés por la política. El neoliberalismo proclama que “la historia se
terminó”, tratando de apagar las utopías del horizonte histórico y mofándose de
los afanes idealistas. La corrupción extendida entre políticos profesionales, y
las divisiones internas de los grupos y partidos de izquierda, refuerzan la
idea de que la política es un terreno pantanoso en el que no se debe pisar.
Como la idolatría del mercado es alabada por el
neoliberalismo, la publicidad y los medios tratan de vender la imagen de que la
felicidad reside en la despolitización, en el ocio, en el retorno a los
intereses individuales. La vida tranquila se restringe a las esferas de la
familia, del trabajo y del placer. Sobrepasar los límites de ese círculo
hermético es correr el riesgo de meterse en dificultades y sufrimientos,
dolores de cabeza y persecuciones.
Sin embargo, es preciso no olvidar: quienes se alejan de la
política son gobernados por los que se meten en ella. Si a la mayoría no le
interesa, peor para ella, puesto que debe aceptar ser gobernada por la minoría.
2)
Lo municipal predomina
sobre lo nacional y lo mundial: Aunque la globalización haga del mundo una
aldea pequeña que, dentro de casa, abarcan nuestros ojos a través de la ventana
electrónica de la TV, las personas tienden a sentirse impotentes frente a la
magnitud de los problemas internacionales y nacionales. Volteada hacia sus
propios intereses y preocupada con su calidad de vida, la mayoría parece
sensibilizarse más con las cuestiones municipales: el transporte, la escuela,
la salud, etc.
Iniciativas como los presupuestos participativos de las
alcaldías u obras colectivas para construcciones civiles, luchas por la tierra
y la vivienda, movilizan más que la solidaridad con Timor Este o la lucha a
favor de la demarcación de las tierras de los indígenas.
3)
La práctica social
predomina sobre las teorías revolucionarias: Muchos parecen cansados de
teorías, otros están hastiados de análisis y estadísticas. Ya no se cree en la
“concientización”, e innumerables militantes “conscientes” abrazan hoy el
bienestar del neoliberalismo y tuercen la nariz cuando oyen hablar de
socialismo. Las obras de Marx y de la teología de la liberación salen poco de
los estantes, como si la práctica histórica hubiese comprobado que no merecen
mucha credibilidad.
“Más obras, menos reuniones”, reclamaba Betiño pocas horas
antes de morir. Muchos ya no quieren oír análisis de coyuntura, quieren hacer
algo concreto por los niños de la calle, por la reforma agraria, por la
preservación del medio ambiente. Aunque incluso tales acciones sean o puedan
parecer asistencialistas y paliativas.
Las CEBs arrugan el ceño ante los carismáticos, pero son
éstos quienes llenas los templos y los estadios. La pastoral social de la
Iglesia católica mira con desdén a las iglesias neopentecostales, pero son
ellas quienes atraen a las masas más pobres de la población y promueven grandes
concentraciones urbanas.
Las personas quieren menos análisis y más soluciones, más
emociones y menos razones.
4)
Banderas específicas
en lugar de utopías abstractas: La cultura que transforma todo en mercancía
inmediata y palpable tiende a vaciar la atracción de las propuestas genéricas,
como mundo mejor, liberación y socialismo. Las personas no parecen estar muy
preocupadas con el futuro de la humanidad; quieren saber cómo asegurar su
empleo, obtener un seguro de enfermedad, llevar a la familia a la playa.
Por décadas se habló de reforma agraria en Brasil. Pero
sólo en el momento en que la bandera se enganchó a las ocupaciones de tierras,
para garantizar lotes a las familias sin tierra, la lucha por la reforma
agraria se hizo concreta. Ya no se espera “hacer revolución” para, después,
conquistar derechos civiles. El fracaso de las luchas en Nicaragua y El
Salvador afecta la credibilidad de los proyectos históricos. Partidos como el
PT oscilan entre su programa original y la práctica electorera que arrastra a
una parte de la militancia a disputas fratricidas por cargos y prebendas. Y se
abandona el trabajo de base.
Las personas están
dispuestas a luchar por beneficios inmediatos, como obtener una tierra,
una casa o un empleo. Y no continúan en la misma disposición combativa cuando
han resuelto su demanda personal o familiar.
5)
Las nuevas banderas:
ecología, relaciones de género, cuestión racial: El enfoque político se trasvasa de lo macro a lo micro, de lo
global a lo local, de lo social a lo personal. No tanto como para que esto
sustituya a aquello. Pero la prioridad se le concede ahora a lo micro, a lo
local, a lo personal.
En busca de calidad de vida, la prese4rvación del medio
ambiente moviliza amplios sectores de población, superando tensiones entre
clases sociales y uniendo a ricos y pobres. La emancipación de la mujer acentúa
el debate sobre relaciones de género, politizando temas hasta ahora
restringidos a la esfera privada y revestidos de tabú: la sexualidad, el
machismo, la violencia entre parejas, la homosexualidad, etc.
6)
El resurgimiento de la
espiritualidad: El predominio de lo personal sobre lo social favorece la
preocupación por el equilibrio y la armonía individuales, la subjetividad, la
vida espiritual. Puesto que las ideologías ya no suscitan tanta esperanza como
antes, muchos buscan en las religiones un sentido a su vida.
Cansadas de racionalismo, las personas intentan rescatar el
encantamiento del mundo. Lo maravilloso, lo milagroso, lo esotérico ejercen
fuerte atracción en ese mundo en que el sueño político no encuentra lugar y las
utopías parecen aún más distantes.
Los desafíos al movimiento
popular
Si no tienen en cuenta esta situación los movimientos
populares quedan condenados al aislamiento.
La experiencia del MST (Movimiento de los Trabajadores
Rurales sin Tierra), en Brasil, sirve de referencia para un nuevo estilo de
actuación. Allí lo político (la reforma agraria) se articula con el beneficio
personal y familiar concreto (la ocupación de la tierra y la conquista de un
lote). Lo utópico (el socialismo) es vivenciado en actividades colectivas
(asentamientos y cooperativas). Lo ético (la militancia y las marchas)
encuentra motivación en lo estético (los símbolos, como la bandera, las
músicas, las romerías, el ritual de los encuentros).
Los movimientos populares deben partir de las demandas
específicas de la población, aunque ellas no parezcan ser “las más políticas e
ideológicas”. En otras palabras, no se trata de partir de aquello que los
líderes juzgan mejor para el pueblo, sino de lo que interesa y moviliza,
invirtiendo el proceso.
Tal vez muchos no salgan de casa parfa manifestar
solidaridad con Cuba, pero ciertamente lo harán para evitar que la alcaldía
derribe el árbol de la esquina. Quizás muchos no entiendan el carácter
neoliberal del gobierno, pero desean mantener sus empleos y obtener mejores
salarios. A lo mejor muchos no se sienten motivados para un debate sobre el socialismo, pero están
dispuestos a trabajar para organizar una jardín de infantes abandonados o una
escuela de alfabetización de adultos.
El movimiento popular debe enfrentar el desafío
metodológico de partir de lo personal hacia lo social, de lo local a lo
nacional, de lo subjetivo a lo objetivo, a lo espiritual, a lo político e
ideológico. Ahora el trabajo de base sólo tendrá éxito si asocia placer y
deber, creatividad artística y formación, estética y ética. Ya no es posible
crear una “cortina de hierro” que vuelve a los militantes inmunes a la
ideología neoliberal, al consumismo, a los encantos de la globalización. La
pregunta es cómo introducir prácticas sociales que despierten en ellos una
conciencia/experiencia críticas frente al sistema, de modo que la nueva
sociedad pueda ir siendo forjada en las entrañas de la actual, como el niño en
el vientre materno.
Le toca al movimiento popular unir lo micro a lo macro, las
luchas específicas a las políticas públicas. Para ello es necesario elaborar
propuestas concretas y viables para áreas como abastecimiento, transporte,
salud, vivienda, etc. Las gentes necesitan visualizar las banderas, sentir que
son palpables y, en cierto sentido, alcanzables incluso en la actual coyuntura.
Hombres y mujeres nuevos
No es fácil hacerse nuevo en una nueva coyuntura. Es un
reto para nosotros, veteranos en la militancia, librarnos del óxido adquirido en prácticas anteriores:
los dogmatismos ideológicos que asustan a los nuevos compañeros; el rictus
amargo que aplasta la alegría; la prepotencia de quien se autoconsidera
vanguardia; el autoritarismo en la conducción de las reuniones y de las
actividades; la falta de transparencia ética;
la ambición por cuotas de poder; el ideologismo que espanta a gentes
sencillas que participan por primera vez de ciertos eventos; el radicalismo en
el lenguaje de quien no siempre se muestra radical en la práctica; la
intolerancia frente a los que entran en conflicto con nosotros; los prejuicios
ante personas de otras clases sociales; el poco respeto ante la religiosidad
ajena.
Sin superar tales barreras se vuelve difícil dar un nuevo
aliento al trabajo de base y a los movimientos populares. Hoy el desafío
principal es ampliar la participación y multiplicar movimientos. Pero sólo
quitaremos las barreras objetivas –de las estructuras y del sistema- cuando
logremos, primero, eliminar las subjetivas.
Hagamos de estas palabras del Che Guevara una exigencia
para nuestras prácticas: “Déjeme decir, aún
a riesgo de parecer ridículo, que el verdadero revolucionario es guiado por
grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario
auténtico sin esta cualidad. (...) Es necesario tener una gran dosis de
humanismo, de sentido de justicia y de verdad para no caer en extremismos
dogmáticos, en escolasticismos fríos, en el alejamiento de las masas. Es
necesario luchar todos los días para que ese amor a la humanidad viva se
transforme en actos concretos que sirvan de ejemplo y movilicen”.