Este libro fue pasado a formato digital para facilitar la difusión, y con el propósito de que así como usted lo recibió lo pueda hacer llegar a alguien más. HERNÁN
Dalai Lama con Howard C. Cutler, M. D.
EL ARTE DE LA FELICIDAD
Traducción de José Manuel Pomares
Al lector.
Que encuentre usted la felicidad.
Contraportada
A menudo los sentimientos simples son los más difíciles
de expresar, y necesitamos una voz sabia que nos guíe para conocernos
mejor y ejercer esa compasión afectuosa que nos une a los demás.
En El arte de la felicidad es el Dalai Lama quien nos habla, y de él
recibimos el mensaje sereno de un hombre que ha conquistado la paz interior
y sabe que la felicidad no es un don, sino un arte que exige voluntad y
práctica.
Lejos de las grandes teorías y muy cerca de las preocupaciones
cotidianas de cada cual, de nuestros miedos y nuestros deseos, el maestro
se ha servido de la ayuda de un psiquiatra occidental para entregamos unas
palabras que nos orienten en la vida diaria.
Sólo así seremos capaces de convertir el deber de vivir
en el placer de sentimos vivos en un mundo donde casi todo es posible,
incluso la felicidad.
Índice
Nota del autor
Introducción
Primera parte:
El propósito de la vida
1. El derecho a la felicidad.
2. Las fuentes de la felicidad
3. Entrenar la mente para la felicidad.
4. Recuperar nuestro estado innato de felicidad
Segunda parte:
Compasión y calidez humanas.
5. Un nuevo modelo de relación íntima
6. Ahondar en nuestra conexión con los demás
7. El valor y los beneficios de la compasión
Tercera parte:
Transformación del sufrimiento
8. Afrontar el sufrimiento
9. Sufrimiento autoinfligido
0. Cambio de perspectiva
Cuarta parte: .
Superar los obstáculos
11. Encontrar significado en el sufrimiento
12. Producir un cambio
13. Cómo afrontar la cólera y el odio
14. Cómo afrontar la ansiedad y aumentar la autoestima
Quinta parte:
Reflexiones finales para vivir una vida espiritual
15. Valores espirituales básicos
Agradecimientos
Nota del autor
ESTE LIBRO RECOGE LAS EXTENSAS conversaciones mantenidas con el Dalai
Lama. Las entrevistas privadas que tuve con él en Arizona y la India
obedecían al propósito de colaborar en el proyecto de presentar
sus puntos de vista acerca de cómo llevar una vida más feliz,
complementados con mis observaciones y comentarios desde la perspectiva
de un psiquiatra occidental. Generosamente, el Dalai Lama me permitió
dar al libro el carácter que me pareciera más adecuado para
transmitir sus ideas. Consideré que el modo narrativo que el lector
encontrará en estas páginas favorecería la lectura
y la comprensión, al mismo tiempo que permitiría mostrar
cómo el Dalai Lama incorpora sus ideas a su propia vida cotidiana.
Así pues, y contando con la aprobación del Dalai Lama, he
organizado este libro según el contenido, lo cual en ocasiones me
ha llevado a combinar e integrar materiales extraídos de conversaciones
diferentes. Allí donde me ha parecido necesario para la claridad
o la integración del conjunto, he introducido material procedente
de las conferencias y charlas que pronunció en Arizona, para lo
que he contado igualmente con su aprobación. El doctor Thupten Jinpa,
intérprete del Dalai Lama, revisó amablemente el manuscrito
final para asegurarse de que no se hubieran producido distorsiones inadvertidas
de las ideas del Dalai Lama como consecuencia del proceso editorial.
He presentado historias personales para ilustrar las ideas que aquí
se analizan. Con el propósito de mantener la confidencialidad y
proteger la intimidad he cambiado en cada caso los nombres y alterado detalles
y características identificadoras de las personas reales.
Introducción
ENCONTRÉ AL DALAI LAMA SOLO, en un vestuario de baloncesto, momentos
antes de que pronunciara una conferencia ante seis mil personas en la Universidad
Estatal de Arizona. Tomaba serenamente una taza de té, en perfecto
estado de reposo.
-Su Santidad, si estáis preparado...
Se levantó con energía y, sin la menor vacilación,
abandonó el vestuario para salir al espacio situado entre bastidores,
repleto de periodistas, fotógrafos, personal de seguridad y estudiantes,
de seguidores, curiosos y escépticos. Avanzó entre la multitud
con una amplia sonrisa, saludando a la gente al pasar. Finalmente, apartó
una cortina, salió al escenario, se inclinó, juntó
las manos y sonrió. Fue acogido con una estruendosa salva de aplausos.
A petición suya, no se apagaron las luces del local, de modo que
pudiera ver con claridad a su público, y durante un rato se limitó
a permanecer allí de pie, contemplando al público con una
inconfundible Y cálida expresión de buena voluntad. Para
quienes no habían visto antes al Dalai Lama, su túnica monacal,
marrón y azafrán, quizá hubiera causado una impresión
un tanto exótica, pero él puso rápidamente de manifiesto
su notable capacidad para establecer una relación de empatía
con su público al sentarse e iniciar su conferencia.
-Creo que ésta es la primera vez que me reúno con la mayoría
de ustedes. Pero para mí no existe gran distancia entre un viejo
amigo y uno nuevo, porque siempre he creído que todos somos iguales;
todos somos seres humanos. Naturalmente, puede haber diferencias en cuanto
al bagaje cultural o el estilo de vida, puede haber diferencias en nuestra
fe, o quizá tengamos un color de piel diferente, pero todos somos
seres humanos, compuestos por un cuerpo humano y una mente humana. Nuestra
estructura física es la misma, como también lo es nuestra
mente y nuestra naturaleza emocional. Cada vez que conozco a una persona
tengo la sensación de que me encuentro con un ser humano como yo
mismo. Creo que con esa actitud resulta mucho más fácil comunicarse
con los demás. Cuando ponemos de relieve características
específicas, como por ejemplo que yo soy tibetano o budista, surgen
las diferencias. Pero esas cosas son secundarias. Si somos capaces de dejar
las diferencias a un lado, creo que podemos comunicamos fácilmente,
intercambiar ideas y compartir experiencias.
De este modo, el Dalai Lama inició en 1993 una serie de conferencias
en Arizona que duró una semana. Los planes para visitar Arizona
se habían puesto en marcha una década antes, cuando nos conocimos,
durante mi visita a Dharamsala, India, gracias a una pequeña beca
para estudiar medicina tibetana tradicional. Dharamsala es un hermoso y
tranquilo pueblo enclavado en la ladera de una montaña, en las estribaciones
del Himalaya. Ha sido, durante casi cuarenta años, la sede del gobierno
tibetano en el exilio, desde que el Dalai Lama, junto con cien mil compatriotas
suyos, huyó del Tíbet después de la brutal invasión
del ejército chino. Durante mi estancia en Dharamsala conocí
a varios miembros de la familia del Dalai Lama, ya través de ellos
se organizó mi primer encuentro con él.
En su conferencia pronunciada en 1993, el Dalai Lama habló de
la importancia de relacionamos como meros seres humanos y desplegó
esa cualidad que fue el rasgo más característico de nuestra
primera conversación en su hogar, en 1982. Parecía tener
una capacidad poco común para hacer que uno se sintiera completamente
a gusto en su presencia, para crear con rapidez una conexión sencilla
y directa, con un semejante. Nuestro primer encuentro duro unos cuarenta
y cinco minutos y como les ha sucedido a otras muchas personas, salí
de la reunión muy animado, con la impresión de que acababa
de conocer a un hombre verdaderamente excepcional.
A medida que mis contactos con el Dalai Lama se intensificaron durante
los años que siguieron, pude apreciar gradualmente sus numerosas
y singulares cualidades. Posee una inteligencia penetrante, pero sin artificio,
una gran amabilidad, pero desprovista de sentimentalismos excesivos, un
gran humor, pero sin frivolidad, así como capacidad para estimular
e inspirar sin provocar un temor reverencial como han descubierto muchos.
Con el transcurso del tiempo terminé por convencerme de que
el Dalai Lama había aprendido a vivir con un sentido de plenitud
y un grado de serenidad que nunca había visto en ninguna otra persona.
Decidí identificar los principios que le permitían conseguirlo:
Aunque es un monje budista, con toda una vida de formación y estudio,
empecé a preguntarme si era posible recopilar un conjunto de sus
creencias o prácticas para ser utilizadas por quienes, no son budistas,
prácticas que pudiéramos introducir en nuestras vidas para
ser simplemente más felices, fuertes y, quizá, menos temerosos.
Finalmente, tuve la oportunidad de indagar sus puntos de vista con
mayor profundidad, de reunirme con él diariamente durante
su estancia en Arizona y más tarde de mantener conversaciones más
amplias en su hogar, en la India. En nuestras pláticas, no tardé
en descubrir que teníamos algunos obstáculos que superar
mientras forcejeábamos para reconciliar nuestras perspectivas diferentes:
La suya de monje budista y la mía de psiquiatra occidental. Inicié,
por ejemplo, una de nuestras primeras sesiones planteándole ciertos
problemas humanos corrientes, que ilustré con varios ejemplos expuestos
con amplitud. Tras haberle descrito a una mujer que persistía en
mantener comportamientos autodestructivos, le pregunté si encontraba
alguna explicación para esa conducta y qué consejos podía
ofrecer. Quede desconcertado cuando, tras una prolongada y silenciosa reflexión,
se limitó a decirme:
-No lo sé -y, con un encogimiento de hombros, se echó
a reír bondadosamente. Al observar mi expresión de sorpresa
y desilusión por esta respuesta, el Dalai Lama me dijo-: A veces
resulta muy difícil explicar por qué las personas hacen lo
que hacen... A menudo descubrirá que no hay explicaciones sencillas.
Si tuviéramos que entrar en detalles de las vidas individuales,
y siendo la mente del ser humano tan compleja, sería bastante difícil
comprender lo que está ocurriendo exactamente.
Pensé que con esas palabras sólo trataba de escurrir
el bulto. –Pero, como psicoterapeuta, mi tarea consiste principalmente
en descubrir por qué las personas actúan de determinada manera
-le dije.
Se echó a reír una vez más, con esa risa que a
muchas personas les parece tan extraordinaria, impregnada de humor y buena
voluntad, nada afectada ni azorada, que se inicia con una profunda resonancia
y asciende sin esfuerzo varias octavas, para terminar con un delicioso
tono agudo.
-Creo que sería extremadamente difícil tratar de imaginar
cómo funcionan las mentes de millones de personas -observó,
sin dejar de reír-. ¡Sería una tarea imposiblel Desde
el punto de vista budista son muchos los factores que contribuyen a cualquier
acontecimiento o situación dada... De hecho, puede haber tantos
factores que a veces es imposible encontrar una explicación completa
de lo que ocurre, al menos en términos convencionales.
Al observar cierta inquietud en mí, añadió:
-Creo que el enfoque occidental difiere en algunos aspectos del enfoque
budista, sobre todo cuando se trata de determinar el origen de los problemas
de la persona. En los modos occidentales de análisis subyace una
muy fuerte tendencia racionalista, la suposición de que todo puede
explicarse. Y también hay limitaciones basadas en determinadas premisas
que se dan por indiscutibles. Recientemente, por ejemplo, me reuní
con unos médicos de la facultad de Medicina de la Universidad. Hablaban
sobre el cerebro y afirmaron que los pensamientos y los sentimientos eran
el resultado de reacciones químicas y cambios que se operaban en
él. Así pues, les planteé una pregunta: ¿es
posible concebir una secuencia inversa, que el pensamiento genere cambios
químicos en el cerebro? Lo más interesante para mí
fue la respuesta que dio uno de los científicos: «Partimos
de la premisa de que todos los pensamientos son producto o funciones de
reacciones químicas en el cerebro». Así pues, se trata
simplemente de una especie de dogma, de la decisión de no enfrentarse
a una arraigada manera de pensar.
Guardó un momento de silencio, antes de continuar.
-En la moderna sociedad occidental parece dominar un potente condicionamiento
cultural basado en la ciencia. En algunos casos, sin embargo, las premisas
y parámetros básicos de la ciencia occidental pueden limitar
su capacidad para abordar ciertas realidades. Mas tenéis, por ejemplo,
la idea limitadora de que todo se puede explorar dentro de la estructura
de una sola vida, y la combináis con la noción de que todo
puede y tiene que ser explicado. Pero cuando os encontráis con fenómenos
que no podéis explicar, surge una especie de tensión que
es casi un sentimiento de angustia.
A pesar de darme cuenta de que había algo de verdad en lo que
decía, al principio me resultó difícil de aceptar.
-Bueno, en la psicología occidental, cuando nos encontramos
con comportamientos humanos que superficialmente son difíciles de
explicar, utilizamos ciertos enfoques para comprender lo que está
sucediendo. Por ejemplo, la idea de que la parte inconsciente o subconsciente
de la mente juega un papel destacado, Creemos que a veces el comportamiento
puede ser el resultado de procesos psicológicos de los que no somos
conscientes, como cuando se actúa de una determinada forma para
evitar un temor subyacente, Sin que seamos conscientes de ello, ciertos
comportamientos pueden estar motivados por el deseo de no permitir que
aquellos temores lleguen hasta nuestra conciencia, para no vernos obligados
a experimentar el desagrado que asociamos a ellos.
-En el budismo -dijo tras reflexionar un momento- existe la idea de
las disposiciones y huellas dejadas por ciertos tipos de experiencia, algo
similar a la idea del inconsciente en la psicología occidental.
En el pasado, por ejemplo, puede haber ocurrido algún acontecimiento
que ha dejado una huella muy fuerte en la mente. Una huella que quizá
ha permanecido oculta y que afecta al comportamiento. Existe, pues, esta
idea de que algo puede ser inconsciente... que nos afecta sin que seamos
conscientes de ello. En cualquier caso, creo que el budismo puede aceptar
muchas de las hipótesis planteadas por los teóricos occidentales,
pero que además de eso añade otras. Por ejemplo, el condicionamiento
y las huellas dejados por vidas anteriores. En la psicología occidental,
sin embargo, creo que existe una tendencia a subrayar en exceso el papel
del inconsciente a la hora de buscar el origen de los problemas. Creo que
eso proviene de algunos de los supuestos básicos de la psicología
occidental, que no acepta, por ejemplo, la idea de que las huellas que
observamos en esta vida puedan proceder de una vida anterior, así
como el supuesto de que todo tiene explicación dentro de esta vida.
Así pues, cuando no puedes encontrar la causa de ciertos comportamientos
o problemas parece la tendencia localizada siempre en el inconsciente.
Es como si hubieras perdido algo y decidieras que el objeto se encuentra
en esta habitación. .una vez tomada esa decisión, ya has
fijado tus parámetros y excluido la posibilidad de que el objeto
se encuentre en otra habitación. Así que continúas
buscando aquí sin cesar, pero no encuentras lo perdido, a pesar
de lo cual sigues suponiendo que está en esta habitación.
Al principio quise dar a este libro un carácter de obra de autoayuda
convencional en la que el Dalai Lama presentaría soluciones claras
y sencillas a todos los problemas de la vida. Tuve la impresión
de que, utilizando mis conocimientos psiquiátricos, podría
codificar sus puntos de vista en una serie de instrucciones fáciles
acerca de cómo dirigir la vida cotidiana. Al final de nuestra serie
de reuniones ya había abandonado esa idea. Descubrí que su
enfoque implicaba un análisis mucho más amplio y complejo,
de innumerables matices.
Poco a poco, sin embargo, empecé a escuchar la única
nota que él hacía resonar constantemente. Es una nota de
esperanza, que se basa en la convicción de que, aun cuando alcanzar
la felicidad verdadera y perpetua no es nada fácil, es algo que
a pesar de todo puede conseguirse. Bajo todos los métodos del Dalai
Lama hay un sustrato de convicciones básicas: la convicción
de la dulzura y la bondad fundamentales de todos los seres humanos, la
convicción del valor de la compasión, la convicción
de que existe una actitud de amabilidad y un sentido de comunidad entre
todas las criaturas vivas.
A medida que se desplegaba su mensaje me quedaba cada vez más
claro que sus convicciones no se basan en una fe ciega o en el dogma religioso,
sino más bien en un sano razonamiento y en la experiencia directa.
Su comprensión de la mente y del comportamiento humanos se fundamentan
en toda una vida de estudio. Sus puntos de vista se hallan enraizados en
una tradición de dos mil quinientos años, pero también
en el sentido común y en una profunda comprensión de los
problemas modernos. Su valoración de los temas contemporáneos
es resultado de la singular posición que ocupa, que le ha permitido
recorrer el mundo muchas veces, exponerse a muchas culturas y personas
diferentes, pertenecientes a todos los ámbitos de la vida, intercambiar
ideas con destacados científicos y dirigentes religiosos y políticos.
Lo que surge en último término es un enfoque impregnado de
sabiduría para afrontar los problemas humanos, un enfoque que es
a la vez optimista y realista.
En este libro he intentado presentar al Dalai Lama a un público
fundamentalmente occidental. He incluido amplios resúmenes de sus
enseñanzas públicas y de nuestras conversaciones privadas.
En consonancia con mi propósito de otorgar más espacio y
relieve a nuestras vidas cotidianas, en ocasiones he preferido omitir partes
de los análisis del Dalai Lama relacionados con aspectos más
filosóficos del budismo tibetano. Al final de este volumen el lector
interesado en una exploración más profunda del budismo tibetano
encontrará una reseña bibliográfica de la obra del
Dalai Lama.
Primera parte
El propósito de la vida
1 El derecho a la felicidad
«CREO QUE EL PROPÓSITO fundamental de nuestra vida es buscar
la felicidad. Tanto si se tienen creencias religiosas como si no, si se
cree en talo cual religión, todos buscamos algo mejor en la vida.
Así pues, creo que el movimiento primordial de nuestra vida nos
encamina en pos de la felicidad.»
Con estas palabras, pronunciadas ante numeroso público en Arizona,
el Dalai Lama abordó el núcleo de su mensaje. Pero la afirmación
de que el propósito de la vida es la felicidad me planteó
una cuestión. Más tarde, cuando nos hallábamos a solas,
le pregunté:
-¿Es usted feliz?
-Sí -me contestó y, tras una pausa, añadió-:
.Sí..., definitivamente. Había sinceridad en su voz, de eso
no cabía duda, una sinceridad que se reflejaba en su expresión
y en sus ojos. -Pero ¿es la felicidad un objetivo razonable para
la mayoría de nosotros? -pregunté-. ¿Es realmente
posible alcanzarla? -Sí. Estoy convencido de que se puede alcanzar
la felicidad mediante el entrenamiento de la mente. Desde un nivel humano
básico, he considerado la felicidad como un objetivo alcanzable,
pero como psiquiatra me he sentido obligado por observaciones como la de
Freud: «Uno se siente inclinado a pensar que la pretensión
de que el hombre sea "feliz" no está incluida en el plan de la “Creación”.
Este tipo de formación había llevado a muchos psiquiatras
a la tremenda conclusión de que lo máximo que cabía
esperar era la transformación de la desdicha histérica en
la infelicidad común ». Desde ese punto de vista la afirmación
de que existía un camino claramente definido que conducía
a la felicidad parecía bastante radical. Al contemplar retrospectivamente
mis años de formación psiquiátrica, apenas recordaba
haber escuchado mencionar la palabra «felicidad», ni siquiera
como objetivo terapéutico. Naturalmente, se habla mucho de aliviar
los síntomas de depresión o ansiedad del paciente, de resolver
los conflictos internos o los problemas de relación, pero nunca
con el objetivo expreso de alcanzar la felicidad. .
El concepto de felicidad siempre ha parecido estar mal definido en
Occidente, siempre ha sido elusivo e inasible. «Feliz», en
inglés, deriva de la palabra Islandesa happ, que significa
suerte o azar. Al parecer, este punto de vista sobre la naturaleza misteriosa
de la felicidad está muy extendido., En los momentos de alegría
que trae la vida, la felicidad parece llovida del cielo. Para mi mente
occidental, no se trataba de algo que se pueda desarrollar y mantener dedicándose
simplemente a «formar la mente».
Al plantear esta objeción, el Dalai Lama se apresuró
a explicar: -Al decir «entrenamiento de la mente» en este contexto
no me estoy refiriendo a la «mente» simplemente como una capacidad
cognitiva o Intelecto. Utilizo el término más bien en el
sentido de la palabra tibetana Sem, que tiene un significado mucho más
amplio más cercano al de «psique» o «espíritu»,
y que Incluye intelecto y sentimiento, corazón y cerebro. Al imponer
una cierta disciplina interna podemos experimentar una transformación
de nuestra actitud de toda nuestra perspectiva y nuestro enfoque de la
vida.
»Hablar de esta disciplina interna supone señalar muchos
factores y quizá también tengamos que referirnos a muchos
métodos. Pero, en términos generales, uno empieza por identificar
aquellos factores que conducen a la felicidad y los que conducen al sufrimiento.
Una vez hecho eso, es necesario eliminar gradualmente los factores que
llevan al sufrimiento mediante el cultivo de los que llevan a la felicidad.
Ése es el camino.
El Dalai Lama afirma haber alcanzado un cierto grado de felicidad personal.
Durante la semana que pasó en Arizona observé que la felicidad
personal se manifiesta en él como una sencilla voluntad de abrirse
a los demás, de crear un clima de afinidad y buena voluntad, incluso
en los encuentros de breve duración.
Una mañana, después de pronunciar una conferencia, el
Dalai Lama caminaba por un patio exterior, de regreso a su habitación
del hotel, acompañado por su séquito habitual. Al ver a una
de las camareras ante los ascensores, se detuvo y le preguntó:
-¿De dónde es usted?
Por un momento, la mujer pareció desconcertada ante ese extranjero
cubierto por una túnica marrón, y extrañada ante la
deferencia que le demostraba su séquito.
-De México -contestó tímidamente con una sonrisa.
Él habló brevemente con ella y luego continuó
su camino, dejando a la mujer con una expresión de entusiasmo y
satisfacción en el rostro. A la mañana siguiente, a la misma
hora, estaba en el mismo lugar, acompañada por otra camarera. Las
dos saludaron cálidamente al Dalai Lama cuando entró en el
ascensor. La interacción fue breve, pero las dos mujeres parecieron
sonrojarse de felicidad. En los días que siguieron, en el mismo
lugar y a la misma hora, se veía allí a miembros del personal,
hasta que, al final de la semana, había docenas de camareras, con
sus almidonados uniformes grises y blancos, formando una fila que se extendía
a lo largo del camino que conducía a los ascensores.
Nuestros días están contados. En este momento,
muchos miles de seres nacen en el mundo, algunos destinados a vivir sólo
unos pocos días o semanas, para luego sucumbir a la enfermedad o
cualquier otra desgracia. Otros están destinados a vivir hasta un
siglo, incluso más, y a experimentar todo lo que la vida nos puede
ofrecer: triunfo, desesperación, alegría, odio y amor. Pero
tanto si vivimos un día como un siglo, sigue en vigor la pregunta
cardinal: ¿cuál es el propósito de nuestra vida?
«El propósito de nuestra existencia es buscar la felicidad.»
Esta afirmación parece dictada por el sentido común, y muchos
pensadores occidentales han estado de acuerdo con ella, desde Aristóteles
hasta William James. Pero ¿acaso una vida basada en la búsqueda
de la felicidad personal no es, por naturaleza, egoísta e incluso
poco juiciosa? No necesariamente. De hecho, muchas investigaciones han
demostrado que son las personas desdichadas las que tienden a estar más
centradas en sí mismas; son a menudo retraídas, melancólicas
e incluso propensas a la enemistad. Las personas felices, por el contrario,
son generalmente más sociables, flexibles y creativas, más
capaces de tolerar las frustraciones cotidianas y, lo que es más
importante, son más cariñosas y compasivas que las personas
desdichadas.
Los investigadores han realizado algunos experimentos interesantes
que demuestran que las personas felices poseen una voluntad de acercamiento
y ayuda con respecto a los demás. Han podido, por ejemplo, inducir
un estado de ánimo alegre en un individuo organizando una situación
por la que éste encontraba dinero en una cabina telefónica.
Uno de los experimentadores, totalmente desconocido para el sujeto, pasaba
aliado de él y simulaba un pequeño accidente dejando caer
los periódicos que llevaba. Los investigadores deseaban saber si
el sujeto se detendría para ayudar al extraño. En otra situación,
se elevaba el estado de ánimo de los sujetos mediante la audición
de una comedia musical y luego se les acercaba alguien para pedirles dinero.
Los investigadores descubrieron que las personas que se sentían
felices eran más amables, en contraste con un «grupo de control»
de individuos a los que se les presentaba la misma oportunidad de ayudar
pero cuyo estado de ánimo no había sido estimulado.
Aunque esta clase de experimentos contradicen la noción de que
la búsqueda y el alcance de la felicidad personal conducen al egoísmo
y al ensimismamiento, todos podemos llevar a cabo un experimento de esta
índole con resultados similares. Supongamos, por ejemplo, que nos
encontramos en un atasco de tráfico. Después de veinte minutos
de espera, los vehículos empiezan a moverse con lentitud. Vemos
entonces a otro coche que nos hace señales para que le permitamos
entrar en nuestro carril y situarse delante de nosotros. Si nos sentimos
de buen humor, lo más probable es que frenemos y le cedamos el paso.
Pero si nos sentimos irritados, nuestra respuesta consiste en acelerar
y ocupar rápidamente el hueco. « Yo llevo tanta prisa como
los demás.» Empezamos, pues, con la premisa básica
de que el propósito de nuestra vida consiste en buscar la felicidad.
Es una visión de ella como un objetivo real, hacia cuya consecución
podemos dar pasos positivos. Al empezar a identificar los factores que
conducen a una vida más feliz, aprenderemos que la búsqueda
de la felicidad produce beneficios, no sólo para el individuo, sino
también para la familia de éste y para el conjunto de la
sociedad.
2 Las fuentes de la felicidad
HACE DOS AÑOS, una amiga mía tuvo un inesperado golpe
de suerte. Dieciocho meses antes de tenerlo había dejado su trabajo
como enfermera para asociarse con dos amigos en una pequeña empresa
de servicios sanitarios. El nuevo negocio tuvo un éxito fulgurante
y, al cabo de dieciocho meses, fue adquirido por una gran empresa, que
les pagó una enorme suma. Tras unos inicios modestos, mi amiga entró
en posesión de un patrimonio que le permitió retirarse a
la edad de treinta y dos años. La vi no hace mucho y le pregunté
cómo disfrutaba de su jubilación anticipada.
-Bueno -me contestó-, es magnífico poder viajar y hacer
todas las cosas que siempre he deseado. Sin embargo -añadió-,
aunque parezca extraño, después del entusiasmo por haber
ganado tanto dinero, todo volvió más o menos a la normalidad.
Claro que ahora tengo una casa nueva y muchas más cosas, pero en
conjunto no creo que sea mucho más feliz que antes.
Aproximadamente por la misma época en que mi amiga obtenía
sus inesperados beneficios, otro amigo mío de la misma edad descubrió
que era seropositivo. Hablamos acerca de cómo afrontaba su nueva
situación.
-Naturalmente, al principio estaba desolado -me dijo-. Y tardé
casi un año en aceptar el hecho de que tenía el virus del
sida. Pero las cosas han cambiado este último año. Tengo
la impresión de que cada día recibo mucho más que
antes y me siento mas feliz que nunca. Parece como si hubiera aprendido
a apreciar las cosas cotidianas y me siento agradecido por el hecho de
que, hasta el momento, no haya desarrollado ningún síntoma
grave y pueda disfrutar realmente de las cosas que tengo. Y aunque, desde
luego, preferiría no ser seropositivo, tengo que admitir que eso
ha transformado mi vida en algunos aspectos... y favorablemente.
-¿De qué forma? -le pregunté.
-Bueno, siempre he mostrado tendencia a ser un consumado materialista.
Durante el pasado año, sin embargo, el hecho de haberme reconciliado
con mi destino me dio acceso a un mundo completamente nuevo. Por primera
vez en mi vida he empezado a explorar la espiritualidad a leer muchos libros
sobre el tema y hablar con la gente..., a descubrir muchas cosas que antes
ni siquiera imaginaba que existieran. Eso hace que me sienta muy animado
simplemente al levantarme por la mañana, ansiando ver qué
traerá el nuevo día.
Estas dos personas ilustran una cuestión esencial: que la felicidad
está determinada más por el estado mental que por los acontecimientos
externos. El éxito puede dar como resultado una sensación
temporal de regocijo, o la tragedia puede arrojamos a un período
de depresión, pero nuestro estado de ánimo tiende a recuperar
tarde o temprano un cierto tono normal. Los psicólogos llaman «adaptación»
a este proceso, y todos podemos observar cómo actúa en nuestra
vida cotidiana: un aumento de sueldo, un coche nuevo o el reconocimiento
por parte de nuestros semejantes pueden levantar nuestro ánimo durante
un tiempo, pero no tardamos en regresar a nuestro nivel habitual. Del mismo
modo, la discusión con un amigo, el tener que dejar el coche en
el taller o algún contratiempo nos deja abatidos, pero nos volvemos
a animar en cuestión de días.
Esta tendencia no se limita a ser una respuesta a hechos triviales,
sino que se muestra en condiciones más extremas de triunfo o de
desastre. Las investigaciones realizadas con los ganadores de la lotería
estatal de Illinois o la lotería británica descubrieron que
el entusiasmo inicial terminaba por desaparecer y los individuos regresaban
a su estado de animo habitual. Otros estudios han demostrado que incluso
quienes se han visto afectados por acontecimientos catastróficos,
como el cáncer, la ceguera o la parálisis, suelen recuperar
o aproximarse mucho a su nivel anímico normal después de
un período de adaptación.
Así pues, si siempre regresamos a nuestro nivel habitual, con
independencia de las condiciones externas que nos afectan, ¿qué
es lo que determina ese nivel habitual? Y, lo que es más importante
'¿se puede modificar este y establecer un nivel superior? Recientemente,
algunos Investigadores han argumentado que el nivel de bienestar de cada
individuo está determinado genéticamente, al menos hasta
cierto punto: estudios como el que ha descubierto que los gemelos
univitelinos o idénticos (que comparten la misma dotación
genética) tienden a mostrar niveles anímicos muy similares,
al margen de que fueran educados juntos o separados, han inducido a los
investigadores a postular la existencia de una tendencia determinada biológicamente,
presente ya en el cerebro en el momento de nacer.
Pero aunque la dotación genética tuviera un papel en
la felicidad cuya importancia aún no se ha establecido, la mayoría
de los psicólogos están de acuerdo en que, al margen de ella,
podemos trabajar con el «factor mental» e intensificar las
sensaciones que tenemos de felicidad. Ello se debe a que nuestra felicidad
cotidiana está determinada en buena medida por nuestra perspectiva.
De hecho, que nos sintamos felices o desdichados en un momento determinado
frecuentemente tiene que ver sobre todo con la forma de percibir nuestra
situación, con lo satisfechos que nos sintamos con lo que tenemos
actualmente.
LA MENTE QUE COMPARA.
¿Qué define nuestra percepción y nivel de satisfacción?
Esas sensaciones están fuertemente influidas por nuestra tendencia
a comparar. Al comparar nuestra situación actual con nuestro pasado
y descubrir que estamos mejor, nos sentimos felices. Eso sucede cuando
nuestros ingresos saltan, por ejemplo, de 20.000 a 30.000 dólares
anuales; pero no es la cantidad absoluta lo que nos hace felices, como
descubrimos en cuanto nos acostumbramos a los nuevos ingresos y ciframos
nuestra felicidad en la consecución de 40.000 dólares anuales.
Miramos también a nuestro alrededor y nos comparamos con los demás.
Por mucho que ganemos, tendemos a sentimos insatisfechos si el vecino está
ganando más. Los atletas profesionales se quejan de ganar sólo
uno, dos o tres millones de dólares cuando se citan los ingresos
superiores de un compañero de equipo. Esta tendencia parece apoyar
la definición de H. L. Mencken de un hombre rico: alguien que gana
cien dólares más que el marido de su cuñada.
Vemos, pues, que nuestros sentimientos de satisfacción dependen
a menudo de tales comparaciones. Naturalmente, también las establecemos
respecto a otras cosas. La comparación constante con quienes son
más listos, más atractivos y obtienen más triunfos
que nosotros tiende a alimentar la envidia, la frustración y la
infelicidad. Pero también podemos utilizar esta actitud de una forma
positiva; es posible intensificar nuestra sensación de satisfacción
vital paragonándonos con aquellos que son menos afortunados y apreciando
lo que poseemos. Los investigadores han llevado a cabo una serie de experimentos
que demuestran que el nivel de satisfacción vital se eleva al cambiar
simplemente la perspectiva y considerar situaciones peores. Durante un
estudio se mostró a mujeres de la Universidad de Wisconsin, en Milwaukee,
imágenes de las condiciones de vida extremadamente duras reinantes
en dicha ciudad a principios de siglo, o se les pidió que imaginaran
y escribieran sobre hipotéticas tragedias personales, como resultar
quemadas o desfiguradas. Después de esto, se pidió a las
mujeres que calificaran la calidad de sus vidas. El ejercicio tuvo como
resultado un incremento de satisfacción en su juicio. En otro experimento,
llevado a cabo en la Universidad Estatal de Nueva York en Buffalo, se pidió
a los sujetos que completaran la frase «Me siento contento de no
ser un...». Tras haber repetido cinco veces este ejercicio, los sujetos
experimentaron un claro aumento de su sensación de satisfacción
vital. Los investigadores pidieron a otro grupo que completara la frase
«Desearía ser...». Esta vez, el experimento dejó
a los sujetos más insatisfechos con sus vidas.
Estos experimentos, que muestran que podemos aumentar o disminuir nuestra
sensación de satisfacción cambiando nuestra perspectiva,
indican con claridad el papel de la actitud mental.
El Dalai Lama explica:
.-Aunque es posible alcanzar la felicidad, ésta no es algo simple.
Existen muchos niveles. En el budismo, por ejemplo, se hace referencia
a los cuatro factores de la realización o felicidad: riqueza, satisfacción
mundana, espiritualidad e iluminación. Juntos, abarcan la totalidad
de las expectativas de felicidad de un individuo. »Dejemos de lado
por un momento las más altas aspiraciones religiosas o espirituales,
como la perfección y la iluminación, y abordemos la alegría
y la felicidad tal como las entendemos desde una perspectiva mundana. Dentro
de este contexto, hay ciertos elementos clave que contribuyen a la alegría
y la felicidad. La buena salud, por ejemplo, se considera un elemento necesario
de una vida feliz. Otra fuente de felicidad son nuestras posesiones materiales
o el grado de riqueza que acumulamos. Y también tener amistades
o compañeros. Todos reconocemos que, para disfrutar de una vida
plena, necesitamos de un círculo de amigos con los que podamos relacionamos
emocionalmente y en los que podamos confiar.
»Todos estos factores son, de hecho, fuentes de felicidad. Pero
para que un individuo pueda utilizarlos plenamente con el propósito
de disfrutar de una vida feliz y realizada, la clave se encuentra en el
estado de ánimo. Es lo esencial.
»Si utilizamos de forma positiva nuestras circunstancias favorables,
como la riqueza o la buena salud, éstas. pueden transformarse en
factores que contribuyan a alcanzar .una vida mas feliz. Y, naturalmente,
disfrutamos de nuestras posesiones materiales, éxito, etcétera.
Pero sin la actitud mental correcta, sin atención a ese factor,
esas cosas tienen muy poco impacto sobre nuestros sentimientos a largo
plazo. Si, por ejemplo, se abrigan sentimientos de odio o de intensa cólera
se quebranta la salud, destruyendo así una de las circunstancias
favorables. Cuando uno se siente infeliz o frustrado, el bienestar físico
no sirve de mucha ayuda. Por otro lado, si se logra mantener un estado
mental sereno y pacífico, se puede ser una persona feliz aunque
se tenga una salud deficiente. Aun teniendo posesiones maravillosas, en
un momento intenso de cólera o de odio nos gustaría tirado
todo por la borda, romperl todo. En ese momento, las posesiones no significan
nada. En la actualidad hay sociedades materialmente muy desarrolladas en
las que mucha gente no se siente feliz. Por debajo de la brillante superficie
de opulencia hay una especie de inquietud que conduce a la frustración,
a peleas innecesarias, a la dependencia de las drogas o del alcohol y,
en el peor de los casos, al suicidio. No existe, pues, garantía
alguna de que la riqueza pueda proporcionar, por sí sola, la alegría
o la satisfacción que se buscan. Lo mismo cabe decir de los amigos.
Desde el punto de vista de la cólera o el odio, hasta el amigo más
íntimo parece glacial y distante.
»Todo esto muestra la tremenda influencia que tiene el estado
mental sobre nuestra experiencia cotidiana. Por tanto, debemos tomamos
ese factor muy seriamente.
»Así pues, dejando aparte la perspectiva de la práctica
espiritual, incluso en los términos mundanos del disfrute de la
existencia, cuanto mayor sea el nivel de calma de nuestra mente, tanto
mayor será nuestra capacidad para disfrutar de una vida feliz.
El Dalai Lama hizo una pausa para dejar que esa idea se asentara en
mi mente, antes de añadir: -Debería señalar que cuando
hablamos de un estado mental sereno, de paz mental: no debiéramos
confundido con un estado mental insensible y apático. Tener un estado
mental sereno o pacífico no significa. permanecer distanciado o
vacío. La paz mental o el estado de serenidad de la mente tiene
sus raíces en el afecto y la compasión supone un elevado
nivel de sensibilidad y sentimiento.
Luego, a modo de síntesis, concluyó:
-Cuando se carece de la disciplina interna que produce la serenidad
mental no importan las posesiones o condiciones externas, ya que estas
nunca proporcionarán a la persona la sensación de alegría
y felicidad que busca. Por otro lado, si se posee esta cualidad interna
la serenidad mental y estabilidad interior, es posible tener una vida gozosa,
aunque falten las posesiones materiales que uno consideraría normalmente
necesarias para alcanzar la felicidad.
Satisfacción interior
Una. tarde, al cruzar el aparcamiento del hotel para reunirme con el
Dalai Lama, me detuve para admirar un Toyota Land Cruiser totalmente nuevo,
el tipo de coche que deseaba tener desde hacía mucho tiempo. Al
empezar la sesión poco más tarde, sin dejar de pensar en
el coche, le pregunté al Dalai Lama:
. -A veces parece como si toda nuestra cultura, la cultura occidental,
se basara en la compra; nos hallamos rodeados, bombardeados por anuncios
referidos a los objetos que deberíamos comprar, el último
modelo de coche, etcétera. Resulta difícil no dejarse influir
por eso. Hay muchas cosas que deseamos. Eso no parece detenerse nunca.
¿Puede hablarme un poco sobre el deseo?
-Creo que hay dos clases de deseo -contestó el Dalai Lama Ciertos
deseos son positivos. El deseo de felicidad, por ejemplo, es algo absolutamente
correcto. El deseo de paz, de vivir en un mundo más armonioso, más
acogedor. Ciertos deseos son muy útiles.
»Pero se llega a un punto en que los deseos pueden ser insensatos.
Eso suele producir problemas. Ahora, por ejemplo, voy a veces al supermercado.
Realmente, me encanta ir al supermercado, porque hay muchas cosas hermosas.
Así que cuando miro todos esos artículos se despierta en
mí el deseo y me digo: ".Quiero esto, quiero aquello". Y es entonces
cuando surge un segundo impulso y me pregunto: “Pero ¿lo necesito
realmente?". Habitualmente, la respuesta es negativa. Si uno se deja llevar
por el primer deseo, por ese impulso inicial, los bolsillos no tardan en
quedar vacíos. No obstante, el otro ,nivel de deseo, basado en las
necesidades esenciales de alimento, vestido y cobijo, es razonable.
»A veces, que un deseo sea excesivo, negativo, depende de las
circunstancias o de la sociedad en la que se vive. Por ejemplo, si vives
en una sociedad próspera, donde necesitas un coche para desenvolverte
en tu vida cotidiana, es evidente que no hay nada erróneo en desearlo.
Pero si vivieras en un pueblo pobre de la India, donde te las puedes arreglar
bastante bien sin coche, deserlo podría ocasionarte problemas, aunque
tuvieras dinero para comprarlo. Puede crear un sentimiento de incomodidad
entre tus vecinos, etcétera. Si vives en una sociedad más
próspera y tienes un coche pero sigues deseando otros más
caros, llegarás a tener la misma clase de problemas.
-Pero -argumenté- no comprendo por qué desear o comprar
un coche más caro puede producirle problemas al individuo, siempre
y cuando se lo pueda permitir. Tener un coche más caro que los vecinos
puede ser un problema para ellos si se sienten celosos, pero , al poseedor
le proporcionará una sensación de satisfacción y gozo.
El Dalai Lama negó con un gesto de la cabeza y replicó
con firmeza:
-No... La satisfacción, por sí sola, no puede determinar
si un deseo o acción es positivo o negativo. Un asesino puede experimentar
una sensación de satisfacción en el momento de cometer el
asesinato, pero eso no justifica su acto. Todas las acciones no virtuosas,
como mentir, robar, cometer adulterio, etcétera, son realizadas
por personas que en ese momento pueden experimentar satisfacción.
La frontera entre lo negativo y lo positivo de un deseo o acción
no viene determinada por la satisfacción inmediata, sino por los
resultados finales, por las consecuencias positivas o negativas. En el
caso de desear posesiones más caras, por ejemplo, si eso se basa
en una actitud mental que sólo desea más y más, llegarás
finalmente al límite de lo que puedes tener, te encontrarás
con la realidad. Y una vez que llegues a ese límite te hundirás
en la depresión. Ese es uno de los peligros inherentes a semejantes
deseos.
»Así pues, creo que estos deseos excesivos conducen a
la avaricia, basada en expectativas desmesuradas. Y al reflexionar sobre
los excesos de la avaricia, descubrirás que conduce al individuo
a la frustración y la desilusión, que le acarrea confusión
y numerosos problemas. Cuando se habla de la avaricia, una cosa bastante
característica de ella es que, aunque se llega por el deseo de obtener
algo, no quedas satisfecho al obtenerlo. En consecuencia, se transforma
en algo ilimitado y sin fondo, por lo que proliferan las dificultades.
Lo irónico de la avaricia es que aun cuando la motivación
fundamental es la búsqueda de la satisfacción, no te sientes
satisfecho ni siquiera después de conseguir el objeto de tu deseo.
El verdadero antídoto de la avaricia es el contento. Si vives contento,
la consecución de bienes pierde importancia.
¿Cómo podemos alcanzar, por tanto, satisfacción interior? Hay dos métodos. Uno de ellos consiste en obtener todo aquello que deseamos y queremos, el dinero, las casas, los coches, la pareja y el cuerpo perfectos. El Dalai Lama ya había señalado la desventaja de este enfoque; si no controlamos nuestros deseos, tarde o temprano nos encontraremos con algo que deseamos pero no podemos tener. El segundo método, mucho más fiable, consiste en querer y apreciar lo que tenemos. La otra noche veía en la televisión una entrevista con Christopher Reeve, el actor que en 1994 sufrió una caída de caballo que le produjo una lesión en la espina dorsal y lo dejó paralítico de la cintura para abajo, lo que le exige incluso utilizar un método mecánico para respirar. Al preguntársele cómo afrontó la depresión provocada por su discapacidad, Reeve reveló que había pasado por un breve período de completa desesperación, mientras se hallaba en la unidad de cuidados intensivos del hospital. Sin embargo, esa desesperación se disipó con relativa rapidez, y ahora se considera sinceramente «un tipo afortunado». Habló de la fortuna que suponía para él tener una esposa y unos hijos cariñosos, y también agradeció los rápidos progresos de la medicina moderna (que, en su opinión, encontrará una cura para las lesiones de la espina dorsal dentro de la próxima década); afirmó que si hubiese sufrido el accidente unos pocos años antes, probablemente habría muerto como consecuencia de sus heridas. Mientras describía el proceso de adaptación a la parálisis, Reeve dijo que a pesar de que su desesperación desapareció con bastante rapidez, al principio se sintió preocupado por accesos intermitentes de celos ante comentarios tan inocentes como «Subo corriendo a la habitación a recoger algo». Al aprender a afrontar estos sentimientos «me di cuenta de que la única actitud válida en la vida es apoyarte en tus recursos, ver qué es lo que puedes hacer aún; en mi caso, afortunadamente, no había sufrido ningún daño cerebral, de modo que aún podía utilizar mi mente». Al dar valor a sus aptitudes, Reeve ha decidido utilizar su mente para educar al público acerca de los daños de la médula espinal y ayudar a los demás; además proyecta escribir y dirigir películas.
Valor interior
Ya hemos visto que trabajar en nuestra perspectiva mental es un medio
más efectivo para alcanzar la felicidad que buscarla en fuentes
externas, como la riqueza, la posición y hasta la salud. Otra fuente
interna de felicidad, estrechamente relacionada con un sentimiento de satisfacción,
es la conciencia del propio valor. Al describir la base más fiable
para desarrollar esa conciencia, el Dalai Lama explicó:
-En mi caso, por ejemplo, Supongamos que no tuviera capacidad para
hacer buenos amigos con facilidad. Sin ella me habría sido muy difícil
convertirme en un refugiado una vez que perdí mi país cuando
terminó mi autoridad en el Tíbet. Mientras estaba allí,
en virtud del sistema político, la figura del Dalai Lama inspiraba
cierto respeto y la gente se relacionaba conmigo en consonancia con ello,
al margen de que sintieran verdadero afecto por mí o no. Pero si
ésa hubiera sido la única base de mi relación con
la gente, las cosas me habrían resultado extremadamente difíciles
cuando abandoné mi país. Pero existe otra fuente de valor
y dignidad a partir de la cual puede uno relacionarse con otros seres humanos.
Puedes relacionarte con ellos porque perteneces a la comunidad humana.
Compartes ese vínculo con todos. Y ese vínculo es suficiente
para crear una conciencia de valor y dignidad y puede convertirse en un
consuelo en el caso de que pierdas todo lo demás.
El Dalai Lama se detuvo un momento para tomar un sorbo de té,
y luego sacudió la cabeza antes de añadir:
-Desgraciadamente, al examinar la historia encontramos casos de emperadores
o reyes del pasado que perdieron su posición debido a un cataclismo
político y se vieron obligados a abandonar el país. Posteriormente,
la vida no fue muy benigna con ellos. Creo que la vida resulta muy dura
sin ese sentimiento de afecto y conexión con los demás seres
humanos.
»En términos generales encontramos dos clases de individuos
poderosos. Por un lado está la persona enriquecida y de éxito,
rodeada de parientes, etcétera. Si la fuente en la que esa persona
alimenta su dignidad y autoestima es únicamente material, quizá
pueda mantener una sensación de seguridad mientras dure su buena
fortuna. Pero cuando se desvanezca ésta, la persona sufrirá,
porque no hay para ella ningún otro refugio. Por otro lado, tenemos
a la persona que disfruta de un bienestar material similar pero es cálida
y afectuosa y abriga sentimientos compasivos. Al tener otra fuente para
su dignidad, otro anclaje, es probable que no se sienta deprimida si de
pronto desaparece su fortuna. Estos ejemplos nos muestran el valor práctico
del calor y el afecto humanos.
Felicidad frente a placer
Varios meses después del ciclo de conferencias del Dalai Lama
en Arizona, lo visité en su hogar de Dharamsala. Era una tarde de
julio particularmente calurosa y húmeda y llegué a su casa
empapado en sudor, después de un corto desplazamiento desde el pueblo.
Al proceder yo de un clima seco, la humedad de ese día me resultó
casi insoportable y mi estado de ánimo no era el más adecuado
para sentarme e iniciar nuestra conversación. Él, por su
parte, parecía sentirse muy animado. Poco después de iniciada
la conversación, abordó el tema del placer. En un momento
determinado, hizo una observación crucial:
-Hay veces en que la gente confunde felicidad con placer. Hace no mucho
tiempo, por ejemplo, pronuncié una conferencia ante un público
indio en Rajpur. Dije que el propósito de la vida era la felicidad;
un miembro del público señaló que Rajneesch enseña
que nuestro momento más feliz se produce durante la actividad sexual,
de modo que uno debe ser más feliz a través del sexo. -El
Dalai Lama se echó a reír cordialmente-. Quería saber
qué pensaba yo de esa idea. Le contesté que, desde mi punto
de vista, la felicidad más alta se produce al llegar a la fase de
liberación, en la que ya no existe más sufrimiento. Eso sí
que es felicidad duradera. La auténtica felicidad se relaciona más
con la mente que con el corazón. La felicidad que depende principalmente
del placer físico es inestable; un día existe y al día
siguiente puede haber desaparecido.
Parecía una observación un tanto perogrullesca; claro
que la felicidad y el placer eran dos cosas diferentes. Sin embargo, los
seres humanos tenemos tendencia a confundirlas. Poco después de
mi regreso a casa, durante una sesión de terapia con una paciente,
me encontré con una demostración concreta de lo eficaz que
puede llegar a ser esa sencilla toma de conciencia.
Heather es una joven soltera que trabaja como asesora personal en la
zona de Phoenix. Aunque disfrutaba de su trabajo con jóvenes problemáticos,
ya hacía algún tiempo que se sentía insatisfecha de
vivir, en la zona. Se quejaba a menudo del crecimiento demográfico,
el trafico y el calor opresivo del verano. Se le había ofrecido
un puesto de trabajo en una hermosa y pequeña ciudad en las montañas.
Había visitado la ciudad en numerosas ocasiones y siempre había
soñado en instalarse allí. La oferta habría sido irresistible
de no mediar un inconveniente: su clientela sería gente adulta.
Llevaba ya varias semanas tratando de decidirse. Intentó hacer una
lista de las ventajas e inconvenientes, pero el resultado fue fastidiosamente
equilibrado. -Sé que no disfrutaría del trabajo tanto como
aquí -me dijo-, pero eso podría quedar más que compensado
por el placer de vivir en ese pueblo. Me encanta estar allí, el
simple hecho de estar hace que me sienta bien. Por otro lado, estoy muy
harta de este calor. Simplemente, no sé qué hacer.
La palabra «placer» me recordó las palabras del
Dalai Lama y, a modo de tanteo, le pregunté: -¿Cree usted
que vivir en ese lugar le proporcionaría mayor felicidad o mayor
placer?
Ella permaneció un momento en silencio.
-No lo sé -contestó finalmente-. Mire, creo que me produciría
más placer que felicidad... En realidad, no creo que me sintiera
realmente feliz trabajando con esa clientela. Tengo mucha satisfacción
al trabajar con adolescentes.
El simple hecho de volver a plantear su dilema en términos de
felicidad o placer pareció proporcionarle mucha claridad. De repente,
le resultó mucho más fácil tomar una decisión.
Se quedó en Phoenix. Naturalmente, sigue quejándose del calor
del verano. Pero el hecho de haber tomado una decisión sobre la
base de consideraciones más precisas contribuyó a hacerla
más feliz y a que el calor le resultara más soportable.
Todos los días nos enfrentamos con numerosas alternativas y,
por mucho que lo intentemos, a menudo no elegimos lo que es «bueno
para nosotros». Ello está relacionado en parte con el hecho
de que la «elección correcta» a menudo supone sacrificar
nuestro placer.
Los hombres siempre se han esforzado por tratar de definir el papel
del placer en nuestras vidas, y toda una legión de filósofos,
teólogos y psicólogos han explorado nuestra relación
con él. En el siglo III a. de c., Epicuro basó su sistema
ético en la osada afirmación de que «el placer es el
principio y el fin de la vida bienaventurada». Pero incluso él
reconoció la importancia del sentido común y la moderación
al admitir que la entrega desaforada a los placeres sensuales podía
conducir a veces al dolor. En los últimos años del siglo
XIX, Sigmund Freud formuló sus teorías sobre el placer. Según
Freud, la fuerza motivadora fundamental de todo el aparato psíquico
era el deseo de aliviar la tensión causada por los impulsos instintivos
insatisfechos; en otras palabras, nuestra motivación fundamental
es la búsqueda de placer. En el siglo XX, muchos investigadores
han preferido soslayar las especulaciones filosóficas y se han dedicado
a hurgar en las regiones cerebrales límbica y del hipotálamo,
mediante el uso de electrodos, a la búsqueda del lugar donde se
produce placer cuando hay estimulación eléctrica.
En realidad, ninguno de nosotros necesita de filósofos, psicoanalistas
o científicos para que nos ayuden a comprender qué es el
placer. Lo sabemos cuando lo sentimos. Lo reconocemos en el contacto o
la sonrisa de un ser querido, en el lujo de un baño caliente una
tarde lluviosa y fría, en la belleza de una puesta de sol. Pero
muchos de nosotros también experimentamos placer en la frenética
rapsodia de la cocaína, en el éxtasis de un «viaje»
de heroína, en la diversión tumultuosa de una juerga llena
de alcohol, en el arrobamiento de los excesos sexuales, en el entusiasmo
de un acierto en el juego. Ésos también son placeres muy
reales, con los que muchos de nosotros aprendemos a convivir.
Aunque no hay formas fáciles de evitar estos placeres destructivos,
disponemos afortunadamente de una certeza como punto de partida: el simple
hecho de recordar que lo que buscamos en la vida es la felicidad. Tal como
señala el Dalai Lama, ése es un hecho incontestable. Si afrontamos
la vida teniéndolo en cuenta, nos será más fácil
renunciar a las cosas que, en último término, son nocivas,
aunque nos proporcionen un placer momentáneo. La razón por
la que suele ser tan difícil decir «no» se encuentra
en la misma palabra «no», asociada a ideas de rechazo, de renuncia,
de negación de nosotros mismos.
Pero existe un enfoque que puede ayudamos: enmarcar cualquier decisión
que afrontemos preguntándonos: «¿Me producirá
felicidad?». Esa simple pregunta puede ser una poderosa ayuda en
todas las circunstancias: no sólo en la decisión sobre consumir
drogas o tomar esa tercera ración de pastel de plátanos con
crema; contribuye a enfocarlo todo desde un ángulo distinto. Al
afrontar nuestras decisiones cotidianas teniendo esto en cuenta, desplazamos
el centro de atención, de aquello a lo que renunciamos a la búsqueda
de la felicidad definitiva. Una clase de felicidad que, como definió
el Dalai Lama, sea estable y persistente. Un estado de felicidad que permanezca,
a pesar de los altibajos de la vida y de las fluctuaciones de nuestro estado
de ánimo, como parte de la matriz misma de nuestro ser. Desde esa
perspectiva nos resultará más fácil tomar la «decisión
correcta» porque estaremos actuando para dotarnos de algo permanente,
con una actitud que supone moverse hacia algo, en lugar de alejarse, que
significa abrazar la vida en lugar de rechazada. Este movimiento hacia
la felicidad puede tener un efecto muy profundo: puede hacemos más
receptivos, más abiertos a la alegría de vivir.
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3 Entrenar la mente para la felicidad
El camino hacia la felicidad
El hecho de señalar el estado mental como el factor fundamental
para alcanzar la felicidad no significa negar que debemos satisfacer nuestras
necesidades físicas básicas de alimentación, vestidlo
y cobijo. Pero, una vez satisfechas esas necesidades, el mensaje es claro:
no necesitamos más dinero, ni más éxito o fama, no
necesitamos tener un cuerpo perfecto ni una pareja perfecta... en este
momento tenemos ya una mente con todo lo imprescindible para alcanzar la
completa felicidad.
Al presentar este enfoque para trabajar con la mente, el Dalai Lama
dijo: -Al referirnos a la «mente» o «conciencia»,
no debemos olvidar que hay muchas variedades de ella. Tal como sucede con
las condiciones externas o los objetos, unos son muy útiles, otros
nocivos y algunos neutros; al tratar con la materia exterior solemos identificar
primero las sustancias útiles, para cultivarlas y beneficiarnos,
y nos libramos de las nocivas. De modo similar, hay miles de «mentalidades»
diferentes. Entre ellas, algunas son muy útiles y deberíamos
fomentarlas. Otras son negativas, muy nocivas, y deberíamos intentar
desecharlas.
»Así pues, el primer paso en la búsqueda de la
felicidad es aprender. Primero tenemos que aprender cómo las emociones
y los comportamientos negativos son nocivos y cómo son útiles
las emociones positivas. Tenemos que darnos cuenta de que dichas emociones
no sólo son malas para cada uno de nosotros, personalmente, sino
también para la sociedad y el futuro del mundo. Saberlo fortalece
nuestra determinación de afrontarlas y superarlas. Por otra parte,
debemos ser conscientes de los efectos beneficiosos de las emociones y
comportamientos positivos; ello nos llevará a cultivar, desarrollar
y aumentar esas emociones, por difícil que sea: tenemos una fuerza
interior espontánea. A través de este proceso de aprendizaje,
del análisis de pensamientos y emociones, desarrollamos gradualmente
la firme determinación de cambiar, con la certidumbre de que tenemos
en nuestras manos el secreto de nuestra felicidad, de nuestro futuro, y
de que no debemos desperdiciarlo.
»En el budismo se acepta el principio de causalidad como una
ley natural. Al tratar con la realidad, hay que tener en cuenta esa ley.
Así, por ejemplo, en el campo de las experiencias cotidianas, si
se producen ciertos acontecimientos indeseables, el mejor método
para asegurarse de que no vuelvan a ocurrir es procurar que no se repitan
las condiciones que los producen. De modo similar, si quieres tener una
experiencia determinada, lo más lógico es buscar y acumular
aquellas causas y condiciones que la favorecen.
»Sucede lo mismo con los estados y las experiencias mentales.
Si se desea la felicidad, se deberían buscar las causas que en otras
ocasiones la han producido, y si no se desea el sufrimiento, debería
procurarse que no vuelvan a presentarse las causas y condiciones que dieron
lugar al mismo. Es muy importante aprender a apreciar este principio.
»Hemos hablado de la importancia suprema del factor mental para
alcanzar la felicidad. Nuestra siguiente tarea, por tanto, consiste en
examinar la variedad de estados mentales que experimentamos. Necesitamos
identificarlos con claridad y clasificarlos en función de que nos
conduzcan o no a la felicidad.
xxxxxx
-¿Podría indicarme algunos ejemplos específicos
de diferentes estados mentales y cómo los clasificaría? -le
pregunté. -Por ejemplo, el odio, los celos, la cólera, son
nocivos -explicó el Dalai Lama-. Los consideramos estados negativos
de la mente porque destruyen nuestro bienestar mental; cuando se abrigan
sentimientos de odio o de animadversión hacia alguien, cuando la
persona se siente llena de odio o de emociones negativas, todo nos parece
hostil. La consecuencia es que hay más temor, una mayor inhibición
e indecisión una sensación de inseguridad. Estas cosas, al
igual que la soledad se desarrollan en un mundo que se considera hostil.
Todos estos sentimientos negativos se desarrollan debido al odio. Por otro
lado los estados mentales como la afabilidad y la compasión son
definitivamente muy positivos. Son muy útiles...
-Siento curiosidad -le interrumpí-. Dice que hay miles de estados
mentales diferentes. ¿Cuál sería su definición
de una persona psicológicamente saludable o bien adaptada? Podríamos
utilizar esa definición como guía para determinar qué
estados mentales cultivar.
Se echó a reír y luego respondió con su característica
humildad:
-Es muy probable que, como psiquiatra, tenga usted una definición
mejor de la persona psicológicamente saludable.
-Pero me interesa su punto de vista.
-Bueno, yo considero saludable a una persona compasiva, cálida
y de corazón bondadoso. «Si tienes sentimientos de compasión
y deseas ser amable, hay algo que abre automáticamente tu puerta
interior y puedes comunicarte mucho más fácilmente con otras
personas. Ese sentimiento de cordialidad ayuda a abrirse a los demás.
Se descubre entonces que todos los seres humanos son como uno mismo, de
modo que puedes relacionarte más fácilmente con ellos.»
Eso genera un espíritu de amistad. Entonces hay menos necesidad
de ocultar las cosas y, como resultado, desaparecen los sentimientos de
temor, las dudas sobre uno mismo y la inseguridad. Eso inspira también
confianza en torno a ti. Podría pasar, por ejemplo, que encontraras
a alguien muy competente, y supieras que puedes confiar en sus aptitudes,
pero si esa persona no es amable, surgen en ti algunas reservas. Piensas:
«Bueno se que es capaz, pero ¿puedo confiar realmente
en él?». El recelo siempre te distanciará.
»En cualquier caso, creo que cultivar los estados mentales positivos,
como la amabilidad y la compasión, conduce decididamente a una mejor
salud psicológica y a la felicidad.
Disciplina mental
Mientras él hablaba, encontré algo muy atractivo en su enfoque para alcanzar la felicidad. Era absolutamente práctico y racional: había que identificar y cultivar los estados mentales positivos, así como identificar y eliminar los estados mentales negativos. Aunque inicialmente me pareció un tanto seca esta sugerencia de analizar sistemáticamente la variedad de estados mentales que experimentamos después, me dejé arrastrar por la fuerza lógica de su razonamiento. Me gustó el hecho de que, en lugar de clasificar estados mentales, emociones o deseos con arreglo a juicios morales externos como «La avaricia. es un pecado», o «El odio es maligno», clasificara las emociones simplemente sobre la base de si conducen o no a la felicidad última.
La tarde siguiente, al reanudar nuestra conversación, le pregunté:
-SI la felicidad depende simplemente del ccultivo de estados mentales positivos,
como por ejemplo la afabilidad, ¿por qué hay tanta gente
desdichada?
-Alcanzar la verdadera felicidad exige producir una transformación
en las perspectivas, en la forma de pensar, y eso no es tan sencillo -contestó-.
Para ello es preciso aplicar muchos factores diferentes desde distintas
direcciones. No se debería tener-, por ejemplo, la idea de que sólo
existe una clave, un secreto que, si se llega a desvelar, hará que
todo marche bien. Es como cuidar adecuadamente del propio cuerpo; se necesitan
diversas vitaminas y nutrientes, no sólo uno o dos. Del mismo modo,
para alcanzar la felicidad hay que utilizar una variedad de enfoques y
métodos, superar los variados y complejos estados negativos. Si
tratas de superar ciertas formas negativas de pensar, no podrás
conseguirlo practicando una técnica una o dos veces. El cambio requiere
tiempo. Hasta el cambio físico lo exige. Si te trasladas de un clima
a otro, por ejemplo, el cuerpo necesita tiempo para adaptarse. Hay muchos
rasgos mentales negativos, de modo que afrontarlos y contraatacar no es
fácil. Requiere la reiterada aplicación de diversas técnicas
y tomarse el tiempo necesario para familiarizarse con ellas. Se trata de
un proceso de aprendizaje.
»A medida que pasa el tiempo, se van acumulando los cambios positivos.
Cada día, al levantarte, puedes desarrollar una sincera motivación
positiva al pensar: "Utilizaré este día de una forma más
positiva. No desperdiciaré este día". Luego, por la noche,
antes de acostarte, analiza lo que has hecho y pregúntate: "¿Utilicé
este día como lo tenía previsto?". Si todo se desarrolló
tal como lo habías pensado, deberías alegrarte por ello.
Si alguna cosa salió mal, lamenta lo que hiciste y examínalo
críticamente. Gracias a métodos como éste, puedes
ir fortaleciendo los aspectos positivos de la mente.
»En mi caso, por ejemplo, como monje creo en el budismo y, a
través de mi experiencia, sé que su práctica es muy
útil para mí. No obstante, pueden surgir ciertos sentimientos,
como cólera o apego, debido a la costumbre o a muchas vidas anteriores.
Hago entonces lo siguiente: primero aprender el valor positivo de las prácticas,
luego incrementar mi determinación y finalmente tratar de ponerlas
en práctica. Al principio, la utilización de las prácticas
positivas es muy débil, porque las influencias negativas siguen
siendo muy poderosas. Finalmente, sin embargo, a medida que intensificas
las prácticas positivas, disminuyen los comportamientos negativos.
Así que, en realidad, la práctica del Dharma (*) es una batalla
constante dentro de nosotros, en lo que se trata de sustituir el condicionamiento
o la costumbre negativa por un condicionamiento positivo.
Tras una pausa, continuó:
-No hay actividad que no se torne más fácil gracias al
entrenamiento constante. Podemos cambiar, transformarnos a través
del entrenamiento. En la práctica budista existen varios métodos
para mantener una mente serena cuando sucede algo perturbador. La práctica
repetida de ellos nos permite llegar a un punto en el que los efectos negativos
de una perturbación no pasen más allá del nivel superficial
de nuestra mente, como las olas que agitan la superficie del océano
pero que no tienen gran efecto en sus profundidades. y aunque mi experiencia
sea escasa, he descubierto que eso es cierto. Por tanto, si recibo una
noticia trágica, es posible que experimente alguna perturbación
en la mente, pero ésta desaparece muy rápidamente. O quizá
me sienta irritado y manifieste enfado, pero siempre se disipa con rapidez.
Eso es lo que se logra mediante la práctica gradual. No olvidemos
que no es algo que se consiga de la noche a la mañana.
Desde luego que no. El Dalai Lama lleva ejercitando su mente desde
que tenía cuatro años.
La estructura y la función del cerebro permiten el entrenamiento
sistemático de la mente, el cultivo de la felicidad, la genuina
transformación interna mediante la atención hacia los estados
mentales positivos y el rechazo de los negativos. Hemos nacido con un cerebro
que está genéricamente dotado de ciertas pautas de comportamiento
instintivo; estamos predispuestos mental, emocional y físicamente
a responder adecuadamente para sobrevivir. Este conjunto básico
de instrucciones está codificado en innumerables pautas innatas
de activación de las células nerviosas, en combinaciones
específicas de células cerebrales que actúan en respuesta
a cualquier acontecimiento, experiencia o pensamiento dado. Pero el cableado
de nuestro cerebro no es estático, ni está fijado de modo
irrevocable. Nuestros cerebros también son adaptables. Los neurólogos
han documentado el hecho de que el cerebro es capaz de diseñar nuevas
pautas, nuevas combinaciones de células nerviosas y neurotransmisores
(sustancias químicas que transmiten mensajes entre las células
nerviosas) en respuesta a nuevas informaciones. De hecho, nuestros cerebros
son maleables, cambian continuamente, recomponen sus conexiones nerviosas
al compás de nuevos pensamientos y experiencias. Como resultado
del aprendizaje, la función de las neuronas cambia, permitiendo
que las señales eléctricas viajen más fácilmente
a través de ellas. A la capacidad inherente del cerebro para cambiar,
los científicos la llaman «plasticidad». Esta capacidad
para modificar el «cableado» del cerebro, para producir nuevas
conexiones neuronales, ha quedado demostrada en experimentos como el realizado
por los doctores Avi Karni y Leslie Underleider del Instituto Nacional
de Salud Mental. Los investigadores pidieron a los sujetos que realizaran
una sencilla tarea motora, un ejercicio de tecleo, e identificaron las
partes del cerebro implicadas en la tarea tomando un escáner cerebral
MRI. A continuación, los sujetos, practicaron diariamente el ejercicio
durante cuatro semanas, de modo que gradualmente fueron más eficientes
y rápidos en su ejecución. Al final del período de
cuatro semanas, el escáner cerebral mostró que la zona que
intervenía en la tarea se había expandido, lo que indicaba
que la práctica regular de la tarea había exigido la utilización
de nuevas células nerviosas y cambiado las conexiones neurona les
originarias.
Esta notable hazaña del cerebro parece constituir la base fisiológica
de la posibilidad de transformar nuestras mentes. Al movilizar nuestros
pensamientos y practicar nuevas formas de pensar, podemos reconfigurar
nuestras células nerviosas y cambiar la forma en que funciona nuestro
cerebro. También constituye la base para la idea de que la transformación
interna se inicia con el aprendizaje (nueva información) e implica
la disciplina de sustituir gradualmente nuestro «condicionamiento
negativo» (que se corresponde con nuestra característica actual
de pautas de activación celular nerviosa) por un «condicionamiento
positivo» (formar nuevos circuitos neuronales). Así pues,
la idea de entrenar a la mente para alcanzar la felicidad se convierte
en una posibilidad real.
* El término Dharma tiene muchas connotaciones; no existe un equivalente exacto en el léxico español. Se utiliza con frecuencia para referirse a las enseñanzas y doctrina de Buda, incluido e! cuerpo tradicional de escrituras, así como el estilo de vida y la conciencia que se derivan de la aplicación de las enseñanzas. A veces, los budistas utilizan la palabra en un sentido general, para referirse a prácticas espirituales o religiosas, a la ley espiritual universal o a la verdadera naturaleza de los, fenómenos, y el término Buddhadharma, más específico, para los principios y practicas del camino budista. La palabra sánscrita Dharma deriva de una raíz que significa "sostener» y, en este sentido, tiene un significado más amplio, al referirse a cualquier comportamiento o comprensión que sirva para «sostener» al individuo y protegerlo del sufrimiento y sus causas.
Disciplina ética
En un análisis posterior relacionado con el entrenamiento de
la mente para la felicidad, el Dalai Lama señaló:
-Creo que el comportamiento ético es otra característica
de la clase de disciplina interna que conduce a una existencia más
feliz. A eso podríamos llamarlo disciplina ética. Los grandes
maestros espirituales, como Buda, nos aconsejan realizar acciones sanas
y evitar las que no lo sean, lo cual depende del grado de disciplina mental.
Una mente disciplinada conduce a la felicidad y una mente indisciplinada
al sufrimiento; de hecho, imponer disciplina en la propia mente es la esencia
misma de la enseñanza de Buda.
»Al hablar de disciplina, me estoy refiriendo a autodisciplina,
no a la que se nos impone externamente. También me refiero a la
disciplina aplicada para superar los rasgos negativos. Una banda criminal
puede necesitar disciplina para cometer un atraco con éxito, pero
esa disciplina es inútil.
El Dalai Lama calló un momento; parecía reflexionar,
como si recopilara sus pensamientos. O quizá estaba buscando simplemente
una palabra adecuada en inglés. No lo sé. Pero durante esa
pausa pensé que su énfasis en la importancia del aprendizaje
y la disciplina era tedioso en comparación con los sublimes objetivos
de alcanzar la verdadera felicidad, el crecimiento espiritual y la completa
transformación interna. Me parecía que la búsqueda
de la felicidad tenía que ser un proceso más espontáneo.
Por tanto, objeté:
-Ha descrito las emociones y comportamientos negativos como insanos
y los comportamientos positivos como sanos. Además, ha dicho que
una mente no entrenada o indisciplinada suele provocar comportamientos
negativos o insanos, de modo que tenemos que aprender y entrenarnos para
aumentar nuestros comportamientos positivos. Por el momento, todo eso está
muy bien.
»Pero lo que me preocupa es su definición de comportamiento
negativo que conduce al sufrimiento. Y su premisa de que todos los seres
desean, naturalmente, evitar el sufrimiento y alcanzar la felicidad, que
ese deseo es innato y no tiene que ser aprendido. La cuestión, por
lo tanto, es la siguiente: si es natural que deseemos evitar el sufrimiento,
¿por qué no sentimos espontánea y naturalmente más
repulsión hacia los comportamientos negativos a medida que nos hacemos
mayores? Y si es natural el deseo de alcanzar la felicidad, ¿por
qué no nos sentimos espontánea y naturalmente atraídos
hacia los comportamientos sanos y llegamos así a ser más
felices a medida que progresa nuestra vida? Si estos comportamientos sanos
conducen a la felicidad y lo que deseamos es alcanzarla, ¿no debería
ser ése un proceso natural? ¿Por qué necesitamos tanta
educación, entrenamiento y disciplina para que se produzca?
El Dalai Lama sacudió la cabeza y contestó:
-Incluso en términos convencionales, en nuestra vida cotidiana,
consideramos la educación como un factor muy importante para procuramos
felicidad y éxito. El conocimiento no es algo que llegue hasta nosotros
de un modo natural. Tenemos que practicar, tenemos que pasar por una especie
de programa sistemático de entrenamiento. y consideramos que esa
educación y entrenamiento convencionales son bastante duros; si
no lo fueran, ¿por qué los estudiantes tienen tantas ganas
de que lleguen las vacaciones? Y, sin embargo, sabemos que la educación
es necesaria en términos generales para alcanzar el éxito
y el bienestar.
»Del mismo modo, es posible que no tengamos una inclinación
natural a realizar actos sanos, que tengamos que ser conscientemente entrenados
para realizarlos. Esto es así, particularmente en la sociedad moderna,
porque hay una tendencia a aceptar que todo lo referido a actos sanos e
insanos (qué debemos y qué no debemos hacer) pertenece al
ámbito de la religión. Tradicionalmente, se ha considerado
responsabilidad de la religión el prescribir qué comportamientos
son sanos y cuáles no. En la sociedad actual, sin embargo, la religión
ha perdido mucho de su prestigio e influencia. Y, al mismo tiempo, no ha
surgido algo que pueda sustituida, algo como por ejemplo una ética
laica. Así pues, parece que se presta menos atención a la
necesidad de llevar una vida saludable. Debido a ello, creo que necesitamos
realizar un esfuerzo para tener acceso a esa clase de conocimiento. Por
ejemplo, aunque creo que nuestra naturaleza es fundamentalmente apacible
y compasiva, no es suficiente: tenemos que desarrollar una aguda conciencia
de esa condición. Cambiar nuestra forma de percibimos, a través
del aprendizaje y la comprensión, puede ejercer una influencia poderosa
en nuestra relación con los demás y en la conducción
de nuestras vidas.
Asumiendo el papel de abogado del diablo, contraataqué: -Ha
utilizado usted la analogía de la educación académica
y la formación convencional. Eso es una cosa. Pero si de lo que
está hablando es de ciertos comportamientos que llama «sanos»
o positivos, que conducen a la felicidad, y de otros que conducen al sufrimiento,
¿por qué se necesita aprender tanto para identificar cuáles
son beneficiosos, tanto entrenamiento para poner en práctica los
comportamientos positivos y eliminar los negativos? Si pone el dedo en
el fuego, se quema. Cuando retira la mano, ha aprendido que ese comportamiento
provoca sufrimiento. No hay necesidad de un proceso tan largo de aprendizaje
y entrenamiento para saber que no debemos volver a tocar el fuego.
»Entonces, ¿por qué no sucede lo mismo con todos
los comportamientos y emociones que conducen al sufrimiento? Afirma que
la cólera y el odio son claramente emociones negativas que; en último
término, conducen al sufrimiento. Pero ¿por qué tiene
uno que ser educado acerca de los efectos nocivos de la cólera y
el odio para poder eliminarlos? Puesto que la cólera provoca inmediatamente
un estado emocional incómodo en la persona, y es fácil percibir
esa incomodidad, ¿por qué no la evitamos de un modo espontáneo?
Mientras el Dalai Lama escuchaba atentamente mis argumentos, sus ojos
de mirada inteligente se abrieron más, como si se sintiera un poco
sorprendido e incluso divertido ante la ingenuidad de mis preguntas. Entonces,
con una risa dura pero llena de buena voluntad, me contestó:
-Cuando se habla de conocimiento que conduce a la libertad o a la resolución
de un problema, hay que entender que existen muchos niveles diferentes.
Por ejemplo, los seres humanos de la Edad de Piedra no sabían cocinar
la carne, a pesar de lo cual tenían necesidad biológica de
comida, de modo que lo hacían como los animales salvajes. A medida
que fueron progresando, aprendieron a cocinar y a emplear diferentes técnicas
para que los alimentos fueran más sabrosos; finalmente inventaron
una considerable variedad de platos. En nuestra época, si padecemos
una enfermedad y, gracias a nuestro conocimiento, sabemos que no es bueno
para nosotros comer determinado alimento, aunque sintamos el deseo de probarlo
procuramos contenernos. Está claro que cuanto más vastos
sean nuestros conocimientos, tanto más aptos seremos para afrontar
el mundo natural.
»También se necesita capacidad para juzgar las consecuencias
de nuestros comportamientos a largo y a corto plazo. Por ejemplo, aunque
los animales puedan experimentar cólera, no pueden comprender que
es destructiva. En el caso de los seres humanos, sin embargo, hay un nivel
diferente de conciencia, que permite advertir que la cólera hace
daño. En consecuencia, puedes llegar a la conclusión de que
la cólera es destructiva. Tienes que ser capaz de hacer esa inferencia.
Así que la cosa no es tan sencilla como poner la mano en el fuego,
notar la quemadura y no volver a hacerla en el futuro. Cuanto más
elevado sea tu nivel de educación y de conocimiento acerca de lo
que conduce a la felicidad y lo que causa el sufrimiento, tanto más
efectivo serás para alcanzar aquélla. Precisamente por ello
creo que la educación y el conocimiento son esenciales.
Supongo que al percibir mi resistencia a la idea de la educación
como un medio de transformación interna, observó:
-Uno de los problemas de nuestra sociedad es que considera la educación
sólo como un medio para ser más astuto e ingenioso. En ocasiones
incluso se opina que los que no han recibido una educación superior,
los que son menos sutiles en términos de su formación, tienen
que ser más inocentes y más honrados. Aunque nuestra sociedad
no lo destaque, el uso más importante del conocimiento y de la educación
consiste en ayudamos a comprender la importancia de tener más acciones
sanas y aportar disciplina a nuestras mentes. La utilización adecuada
de nuestra inteligencia y conocimientos estriba en efectuar cambios desde
dentro para desarrollar un buen corazón.
4 Recuperar nuestro estado innato de felicidad
Nuestra naturaleza fundamental
-Estamos hechos para buscar la felicidad. Y está claro que los
sentimientos de amor, afecto, intimidad y compasión traen consigo
la felicidad. Estoy convencido de que todos poseemos la base para ser felices,
para acceder a esos estados cálidos y compasivos de la mente que
aportan felicidad -afirmó el Dalai Lama-. De hecho, una de mis convicciones
fundamentales es que no sólo poseemos el potencial necesario para
la compasión, sino que la naturaleza básica o fundamental
de los seres humanos es la benevolencia.
-¿En qué funda esa convicción?
-La doctrina de la «naturaleza de Buda» aporta fundamentos
para creer que la naturaleza de todos los seres sensibles es esencialmente
benévola y no agresiva. Pero ese punto de vista también se
puede adoptar sin necesidad de recurrir a la «naturaleza de Buda».
En la filosofía budista, la «naturaleza de Buda»
se refiere a la naturaleza fundamental, básica y más sutil
de la mente. Presente en todos los seres humanos, no puede alcanzarse cuando
hay emociones o pensamientos negativos.
También baso esta convicción en otros motivos. Creo que
la cuestión del afecto y la compasión no pertenece exclusivamente
a la esfera religiosa, sino que es indispensable en las consideraciones
cotidianas.
»Si analizamos la existencia, vemos que estamos fundamentalmente
alentados por el afecto de los demás. Eso es algo que se inicia
ya en el momento de nacer. Nuestro primer acto después de nacer
es mamar de nuestra madre, o de alguna otra mujer. Hay en ello afecto y
compasión. Sin eso no podríamos sobrevivir, está claro.
Y esa acción no puede realizarse a menos que exista un sentimiento
mutuo de afecto. El niño, si no nota sentimientos de afecto, si
no tiene vinculación con la persona que le da la leche, es posible
que rechace el alimento. y si no hay afecto por parte de la madre o de
alguna otra persona, es posible que no se le ofrezca libremente la leche.
Así es la vida. Ésa es la realidad.
»Nuestra propia estructura física parece corresponderse
con los sentimientos de amor y compasión. Un estado mental sereno
y afectuoso tiene efectos beneficiosos para nuestra salud. Y, a la inversa,
los sentimientos de frustración, temor, agitación y cólera
pueden ser destructivos para ella.
»También observamos que nuestro equilibrio emocional se
robustece gracias a los sentimientos de afecto. Para comprenderlo sólo
tenemos que pensar en cómo nos sentimos cuando otros nos manifiestan
calor y afecto. También podemos observar cómo nos afectan
nuestros sentimientos. Estas emociones positivas y los comportamientos
que las acompañan conducen a una vida familiar y social más
feliz.
»Creo que podemos inferir de ello que nuestra naturaleza fundamental
es la bondad y el amor. Por tanto, nada tiene más sentido que intentar
vivir en concordancia con esta naturaleza.
-Si nuestra naturaleza esencial es amable y compasiva -pregunté-,
¿cómo explica todos los conflictos y comportamientos agresivos
que nos rodean?
El Dalai Lama asintió, con gesto reflexivo, antes de contestar.
-Naturalmente, no podemos pasar por alto eel hecho de que los conflictos
y las tensiones existen, no sólo dentro del individuo, sino también
en la familia, en nuestras relaciones, nuestro país y el mundo.
Así pues, al abordar esta situación, algunas personas llegan
a la conclusión de que la naturaleza humana es básicamente
agresiva. Quizá miren la historia humana y sugieran que, en comparación
con otros mamíferos, el comportamiento humano es mucho más
agresivo. O quizá admitan: «Sí, la compasión
forma parte de nosotros, pero la cólera también. Ambas constituyen
una parte de nuestra naturaleza, ambas se encuentran más o menos
al mismo nivel». A pesar de todo -siguió diciendo con firmeza,
adelantando la cabeza, tenso y alerta-, sigo estando convencido de que
la naturaleza humana es esencialmente compasiva y bondadosa. Ésa
es la característica predominante. La cólera, la violencia
y la agresividad pueden surgir, ciertamente, pero creo que se producen
en un nivel secundario y más superficial; en cierto modo brotan
cuando nos sentimos frustrados en nuestros esfuerzos por lograr amor y
afecto. No forman parte de nuestra naturaleza básica.
»Así pues, aunque puede haber agresividad, estoy convencido
de que no proviene del sustrato humano fundamental, sino que es más
bien el resultado del intelecto, de la inteligencia desequilibrada, del
mal uso de ella, o de nuestra imaginación. Al contemplar la evolución
humana, creo que, en comparación con otros animales, nuestro cuerpo
es muy débil. Gracias, sin embargo, al desarrollo de la inteligencia,
fuimos capaces de utilizar muchos instrumentos y descubrir métodos
de afrontar situaciones ambientales adversas. A medida que la sociedad
humana y las condiciones de vida fueron haciéndose más complejas,
el papel de la inteligencia y la capacidad cognitiva para satisfacer crecientes
exigencias cobró mayor importancia. Por tanto, creo que nuestra
naturaleza subyacente o fundamental es la afable, y que la inteligencia
viene de una evolución posterior. Y si la inteligencia y la capacidad
cognitiva se desarrollan de forma desequilibrada, sin ser adecuadamente
contrarrestadas por la compasión, pueden ser destructivas y conducir
al desastre.
»Pero también es importante reconocer que si bien los
conflictos son originados por el mal uso de la inteligencia, podemos utilizar
ésta para descubrir medios que nos permiten superarlos. Al utilizar
conjuntamente la inteligencia y la bondad, todas las acciones humanas son
constructivas. Al combinar un corazón cálido con el conocimiento
y la educación, aprendemos a respetar los puntos de vista y los
derechos de los demás. Eso es el cimiento de un espíritu
de reconciliación que sirva para superar la agresión y resolver
nuestros conflictos.
El Dalai Lama hizo una pausa y miró su reloj.
-Así que, por mucha violencia que exista y a pesar de las penalidades
por las que tengamos que pasar, estoy convencido de que la solución
definitiva de nuestros conflictos, tanto internos como externos; consiste
en volver a nuestra naturaleza humana básica, que es bondadosa y
compasiva.
Miró de nuevo su reloj y empezó a reír de un modo
afable.
-y ahora... creo que es mejor que lo dejemos aquí. ¡Ha
sido un día muy largo! Recogió los zapatos que se había
quitado durante la conversación y se retiró a su habitación.
La cuestión de la naturaleza humana
Durante las últimas décadas, la visión del Dalai
Lama sobre la naturaleza compasiva de los seres humanos parece estar ganando
terreno en Occidente, fruto de un gran esfuerzo. En el pensamiento occidental
se halla profundamente arraigada la idea de que el comportamiento humano
es esencialmente egoísta. Nuestra cultura se ha visto dominada durante
siglos por la convicción de que no sólo somos congénitamente
egoístas, sino también agresivos. Claro que asimismo son
muchas las personas que han mantenido el punto de vista opuesto. A mediados
del siglo XVIII, por ejemplo, David Hume escribió mucho sobre la
«benevolencia natural» de los seres humanos. Un siglo más
tarde, incluso Charles Darwin atribuyó a nuestra especie un «instinto
de simpatía». Pero, por alguna razón, en nuestra cultura
ha echado raíces el punto de vista más pesimista sobre la
humanidad, al menos desde el siglo XVII, bajo la influencia de filósofos
como Thomas Hobbes, quien tuvo una visión bastante pesimista de
la especie humana, a la que consideraba violenta, competitiva y en conflicto
continuo, únicamente preocupada por el interés propio. Hobbes,
que se hizo famoso por descartar cualquier atisbo de bondad humana básica,
fue descubierto en cierta ocasión dándole dinero a. un mendigo,
en la calle. Al ser interrogado acerca de este impulso de generosidad,
afirmó: «No lo hago para ayudarle, sino para aliviar mi propia
angustia al ver su pobreza».
De modo similar, en la primera parte de este siglo, el filósofo
George Santayana, de origen español, escribió que los impulsos
generosos y de preocupación por los demás son generalmente
débiles, fugaces e inestables, y «si se escarba un poco por
debajo de la superficie se encontrará un hombre feroz, obstinado
y profundamente egoísta». Desgraciadamente, la ciencia y la
psicología occidentales se aferraron a ideas como éstas,
admitiendo e incluso estimulando dicho egoísmo. Durante los primeros
tiempos, la moderna psicología científica persistió
en la suposición de que toda motivación humana es, en último
término, egoísta y se basa puramente en el propio interés.
Después de aceptar implícitamente la premisa de nuestro
egoísmo connatural, destacados científicos han añadido,
durante los últimos cien años, la creencia en la naturaleza
esencialmente agresiva de los seres humanos. Freud afirmó que «la
inclinación hacia la agresión es una disposición original
e instintiva que se sustenta a sí misma». En la segunda mitad
de este siglo hubo dos autores en particular, Robert Ardrey y Konrad Lorenz,
que examinaron las pautas del comportamiento de ciertas especies animales
depredadoras y llegaron a la conclusión de que los seres humanos
también eran básicamente depredadores, dotados de una tendencia
innata a luchar por la posesión de territorio.
En los últimos años, sin embargo, el péndulo parece
alejarse de esta visión profundamente pesimista, para acercarse
a la sustentada por el Dalai Lama, la de la naturaleza bondadosa y compasiva
del hombre. Durante las dos o tres últimas décadas cientos
de estudios científicos indican que la agresividad no es innata
y que el comportamiento violento está influido por factores biológicos,
sociales, situacionales y ambientales. La síntesis de estas recientes
investigaciones se refleja en la Declaración de Sevilla sobre la
Violencia, en 1986, redactada por más de veinte destacados científicos
de todo el mundo. En ella, se reconoce, naturalmente, que el comportamiento
violento existe, pero se afirma categóricamente que es científicamente
incorrecto decir que tenemos una tendencia heredada a hacer la guerra o
actuar con violencia. Ese comportamiento no se encuentra genéticamente
en el hombre. Los científicos dijeron que a pesar de tener un aparato
neuronal apto para actuar con violencia, ese comportamiento no se activa
automáticamente. En nuestra neurofisiología no hay nada que
nos impulse a actuar con violencia. Al examinar el tema de la naturaleza
humana básica, la mayoría de los investigadores de este campo
tienen la impresión de que poseemos potencial para desarrollarnos
como personas bondadosas o agresivas, y que prevalezca uno u otro impulso
depende en buena medida de nuestra formación.
Los investigadores contemporáneos no sólo han rechazado
la tesis de la agresividad innata, sino también la del egoísmo.
Investigadores como C. Daniel Batson o Nancy Eisenberg, de la Universidad
Estatal de Arizona, han realizado numerosos estudios en los que se demuestra
que los seres humanos tenemos una tendencia hacia el comportamiento altruista
y algunos científicos, como la socióloga Linda Wilson, tratan
de descubrir la causa. La doctora Wilson ha teorizado que el altruismo
puede formar parte de nuestro instinto básico de supervivencia,
precisamente lo opuesto a las ideas de pensadores anteriores, quienes sostuvieron
que la hostilidad y la agresividad eran la característica constitutiva
de nuestro instinto de supervivencia. Al examinar más de cien grandes
desastres naturales, la doctora Wilson encontró una fuerte tendencia
altruista entre las víctimas, lo que parecía formar parte
del proceso de recuperación. Descubrió que la ayuda mutua
tendía a evitar problemas psicológicos derivados de situaciones
traumáticas.
La tendencia a establecer estrechos vínculos con los demás,
actuando en favor del bienestar colectivo, puede estar profundamente enraizada
en la naturaleza humana, por haberse forjado en un remoto pasado, cuando
aquellos que pasaban a formar parte de un grupo tenían mayores probabilidades
de supervivencia. Esta necesidad de estrechos lazos sociales persiste en
la actualidad. En un estudio realizado por el doctor Larry Scherwitz, que
examina los factores de riesgo de enfermedades coronarias, se ha descubierto
que las personas más centradas en sí mismas (quienes suelen
utilizar más los pronombres «yo», «mi» y
«mío» en una entrevista) eran las más propensas
a desarrollarlas, a pesar de mantener refrenados muchos comportamientos
amenazadores para la salud. Los científicos están descubriendo
que las personas sin estrechos lazos sociales tienen una salud deficiente,
niveles más elevados de infelicidad y son más vulnerables
al estrés.
Abrirse para ayudar a los demás puede ser tan fundamental para
nuestra naturaleza como la comunicación. Podría establecerse
una analogía con el desarrollo del lenguaje, que, como la capacidad
para la compasión y el altruismo, es una de las magníficas
características de la raza humana. Hay zonas del cerebro específicamente
dotadas para el desarrollo del lenguaje. Si nos vemos expuestos a unas
condiciones ambientales correctas, como por ejemplo una sociedad en la
que se habla, esas zonas del cerebro empiezan a desarrollarse y a madurar
y aumenta nuestra capacidad para el lenguaje. Del mismo modo, todos los
seres humanos pueden poseer la «semilla de la compasión»,
que florecerá en condiciones adecuadas, en el hogar, en el conjunto
de la sociedad quizá, más tarde, gracias a nuestros propios
y decididos esfuerzos. Animados por esta idea, los investigadores tratan
de descubrir ahora cuáles son las condiciones ambientales óptimas
para la maduración de esa semilla en los niños. Por el momento
han identificado varios factores: tener padres capaces de regular sus propias
emociones, con un comportamiento altruista que los niños puedan
imitar, que establezcan límites apropiados para el comportamiento
del niño, que infundan en él responsabilidad y que utilicen
el razonamiento para dirigir su atención hacia estados afectivos
y hacia las consecuencias que puede tener su comportamiento sobre los demás.
Revisar nuestros presupuestos sobre la naturaleza fundamental de los
seres humanos, pasando de lo hostil a lo cooperativo, abre nuevas posibilidades
ante nosotros. Si empezamos por asumir el modelo del propio interés
de todo comportamiento humano, el niño sirve como un ejemplo perfecto,
como una «prueba» de esa teoría. En el momento de nacer,
parece tener una sola cosa en su mente: la satisfacción de sus necesidades,
como la alimentación y el bienestar físico. Pero si dejamos
de lado esa suposición, empieza a surgir ante nosotros una imagen
completamente nueva. Podemos decir entonces, con la misma facilidad, que
el niño nace programado sólo para aportar placer y alegría
a los demás. Al observar a un niño sano, sería difícil
negar la naturaleza bondadosa de los seres humanos. A partir de esto, podríamos
argumentar que el niño tiene una capacidad innata para aportar placer
a otro, a la persona que lo cuida. Un recién nacido, por ejemplo,
sólo tiene desarrollado un cinco por ciento del sentido del olfato,
en comparación con un adulto, mientras que el sentido del gusto
es más débil aún. Pero estos sentidos en el recién
nacido están polarizados en el olor y el sabor de la leche. El acto
de mamar no sólo le aporta nutrientes, sino que también sirve
para aliviar la tensión en el pecho de la madre. Así pues,
podríamos decir que el niño nace con la capacidad innata
para producir placer en la madre, al aliviar la tensión en su pecho.
Un niño también está biológicamente programado
para reconocer y responder, y son muy pocas las personas que no experimentan
un verdadero placer cuando un bebé las mira inocentemente a los
ojos y les sonríe. Algunos etólogos han sugerido que cuando
un niño sonríe a la persona que lo cuida, o la mira directamente
a los ojos, está siguiendo una «pauta biológica»
profundamente enraizada, que «provoca» comportamientos bondadosos,
tiernos y atentos en esa persona, que también son instintivos. Conforme
avanza la investigación de la naturaleza, la noción del niño
como un pequeño manojo de egoísmo, como una máquina
de comer y dormir, va dejando paso a la de un ser que llega al mundo dotado
de un mecanismo para complacer a los demás, y que sólo necesita
condiciones ambientales adecuadas para que germine y crezca en él
la «semilla de la compasión», fundamental y natural.
Una vez que llegamos a la conclusión de que la naturaleza básica
de la humanidad es compasiva en lugar de agresiva, nuestra relación
con el mundo que nos rodea cambia inmediatamente. Ver a los demás
como básicamente compasivos en lugar de hostiles y egoístas
nos ayuda a relajamos, a confiar, a sentimos a gusto. Nos hace más
felices.
Meditación sobre el propósito de la vida.
Esa semana, mientras el Dalai Lama estaba en el desierto de Arizona,
dedicado a explorar la naturaleza humana y a examinar la mente con el escrutinio
de un científico, una sencilla verdad pareció iluminar todas
las discusiones: el propósito de nuestra vida es la felicidad. Esa
simple afirmación puede utilizarse como una poderosa herramienta
para navegar a través de los problemas cotidianos. Desde esa perspectiva,
nuestra tarea consiste en descartar las que conducen al sufrimiento y acumular
aquellas otras que conducen a la felicidad. El método, la práctica
diaria, supone incrementar nuestra comprensión de lo que conduce
verdaderamente a la felicidad.
Cuando la vida se hace demasiado complicada y nos sentimos abrumados,
a menudo resulta muy útil retroceder un poco y recordar cuál
es nuestro propósito, nuestro objetivo esencial. Al afrontar la
sensación de estancamiento y confusión, puede sernos útil
tomar una hora, una tarde o incluso varios días para reflexionar
y determinar qué es lo que nos aportará verdaderamente felicidad,
para luego organizar nuestras prioridades. Eso puede resituar nuestra vida
en el contexto adecuado, permitir una nueva perspectiva y ver el camino
correcto.
De vez en cuando, tenemos que afrontar decisiones fundamentales que
pueden afectar al curso de nuestras vidas. Quizá decidamos, por
ejemplo, contraer matrimonio, tener hijos o estudiar para ser abogados,
artistas o electricistas. Una de dichas decisiones puede ser también
la firme resolución de ser felices, de conocer los factores que
conciernen a la consecución de la felicidad y dar pasos en esa dirección.
Volverse hacia la felicidad como un objetivo alcanzable y tomar la decisión
de buscarla de manera sistemática, puede cambiar profundamente nuestra
vida.
El conocimiento que tiene el Dalai Lama de los factores que, en último
término, conducen a la felicidad, proviene de toda una vida de observación
metódica de su propia mente, de exploración de la condición
humana, dentro del marco establecido por Buda hace veinticinco siglos.
Así, el Dalai Lama ha llegado a algunas conclusiones definitivas
sobre qué actividades y pensamientos son más valiosos. Sintetizó
sus convicciones en las siguientes palabras, sobre las que se debe meditar.
-A veces, al encontrarme con viejos amigos, recuerdo lo rápidamente
que pasa el tiempo. Y eso hace que me pregunte si lo utilizamos adecuadamente.
La utilización adecuada del tiempo es muy importante. Con este cuerpo
y especialmente con este extraordinario cerebro humano, cada minuto es
precioso. Nuestra existencia cotidiana está llena de esperanza,
a pesar de que nada garantiza nuestro futuro. Nada nos asegura que mañana,
a esta misma hora, estaremos aquí. A pesar de ello, trabajamos esperanzados.
Así pues, necesitamos hacer el mejor uso posible de él. Estoy
convencido de que la utilización adecuada del tiempo consiste en
servir a otras personas, a otros seres sensibles. Si no pudiera ser así,
evitemos al menos causarles daño. Creo que ésa es toda la
base de mi filosofía.
»Así pues, reflexionemos sobre cuál es el
verdadero valor en la vida, qué da significado a nuestras vidas,
y establezcamos nuestras prioridades sobre esa base. El propósito
de nuestra vida ha de ser positivo. No nacimos con el propósito
de causar problemas, de hacer daño a los demás. Para que
nuestra vida sea valiosa, tenemos que desarrollar buenas cualidades, como
cordialidad, afabilidad y compasión. Entonces, nuestra vida podrá
ser más significativa y pacífica, más feliz.
Segunda parte
Compasión y calidez humanas
5 Un nuevo modelo de relación íntima
Soledad y conexión
Entré en la suite del hotel donde se alojaba el Dalai Lama y
él me invitó a sentarme. Mientras se servía el té,
se quitó un par de zapatos Rockports de color caramelo claro y se
instaló cómodamente en un sillón.
-¿ y bien? -preguntó con su tono indiferente, pero con
una inflexión que indicaba su disposición a abordar cualquier
tema.
Me sonrió y se mantuvo en silencio.
Unos momentos antes, mientras estaba sentado en el vestíbulo
del hotel, esperando que llegara la hora de nuestra reunión, yo
había tomado sin demasiado interés un ejemplar de un periódico
alternativo local que estaba abierto en la sección de anuncios personales.
Pasé rápidamente la mirada sobre los anuncios densamente
agrupados, donde predominaban, página tras página, los de
gente que buscaba con desesperación relacionarse con otro ser humano.
Sin dejar de pensar en aquellos anuncios, me senté para empezar
la sesión con el Dalai Lama; de repente decidí dejar de lado
la lista de preguntas preparadas que llevaba y le pregunté:
-¿Se siente solo alguna vez? -No -se limitó a contestar.
No estaba preparado para esta respuesta. Imaginé que diría
más o menos: «Desde luego... De vez en cuando, todo el mundo
se siente algo solo». Y luego yo le preguntaría cómo
afrontaba la soledad. Yo no esperaba que alguien me contestara que nunca
se sentía solo.
-¿No? -le pregunté de nuevo, incrédulo.
-No.
-¿A qué lo atribuye?
Se quedó un momento pensativo antes de contestar. -Creo que
una de las razones es que suelo mirar a todo ser humano desde un ángulo
positivo, intento buscar sus aspectos positivos. Esa actitud crea inmediatamente
una sensación de afinidad, una especie de conexión.
»Quizá se deba a que existe por mi parte menos recelo,
menos temor a que si actúo de determinada manera quizá la
persona me pierda el respeto o piense que soy un extraño. Como ese
temor no existe provoco una especie de apertura. Creo que ése es
el factor principal. Mientras me esforzaba por captar el alcance de lo
que decía, pregunté:
-Pero ¿cómo se llega a esa actitud, a no temer ser juzgado
por los demás, a despertar su antipatía? ¿Existen
métodos específicos al alcance de una persona corriente para
desarrollar esa cualidad?
-Primero hay que darse cuenta de la utilidad de la compasión
-me contestó con un tono de profundda convicción-. Ese es
el factor clave. Una vez que se ha aceptado que la compasión no
es algo infantil o sentimental, una vez que has comprendido su valor más
profundo, desarrollas inmediatamente el deseo de cultivarla.
» y en cuanto estimulas la actitud compasiva en tu mente, en
cuanto se hace activa, tu actitud hacia los demás cambia automáticamente.
Si te acercas a los demás con disposición compasiva, reducirás
tus temores, lo que te permitirá una mayor apertura. Creas un ambiente
positivo y amistoso. Con esa actitud abres la posibilidad de recibir afecto
o de obtener una respuesta positiva de la otra persona. Y, aunque el otro
no se muestre afable o no responda de una forma positiva, al menos te habrás
aproximado a él con una actitud abierta, que te proporciona flexibilidad
y libertad para cambiar tu enfoque cuando sea necesario. Esa clase de apertura
facilita al menos la posibilidad de tener una conversación significativa
con el otro. Pero sin esa actitud de compasión, si estás
cerrado, irritado o indiferente, te sentirás incómodo aunque
seas abordado por tu mejor amigo.
»Creo que en muchos casos la gente espera que sean los otros
quienes actúen primero de forma positiva, en lugar de tomar la iniciativa
de crear esa posibilidad. Tengo la impresión de que eso es un error,
que provoca problemas y que puede actuar como una barrera que únicamente
sirve para promover el aislamiento. Así pues, si deseas superar
ese sentimiento, creo que la actitud que se adopte establece una diferencia
tremenda. Y la mejor forma es acercarse a los demás con el pensamiento
de la compasión en la propia mente.
Mi sorpresa ante la afirmación del Dalai Lama de que nunca se
sentía solo era proporcional a mi convicción de la omnipresencia
de la soledad en nuestra sociedad, que no nacía simplemente de mi
propia sensación de soledad, o del omnipresente paso por ella que
revelaba mi práctica psiquiátrica. Durante los últimos
veinte años, los psicólogos han empezado a estudiar la soledad
de una forma científica y han realizado numerosas investigaciones.
Uno de los descubrimientos más notables es que casi todas las personas
manifiestan haber padecido en algún momento soledad. En una amplia
encuesta realizada en Estados Unidos, una cuarta parte de los adultos dijeron
que se habían sentido muy solos al menos una vez durante las dos
semanas anteriores. Aunque a menudo pensamos en la soledad crónica
como un padecimiento particularmente difundido solamente entre los ancianos,
aislados en viviendas vacías o en los patios traseros de las residencias,
la investigación revela que los adolescentes y los adultos jóvenes
se sienten solos con la misma frecuencia que los ancianos.
Debido al aumento de la soledad, los investigadores han empezado a
examinar las complejas variables que pueden contribuir a fomentarla. Así
han descubierto, por ejemplo, que los individuos solitarios tienen problemas
para abrirse hacia los demás, dificultades para comunicarse y para
escuchar y les faltan ciertas habilidades sociales como saber mantener
una conversación (cuándo asentir con un gesto, cómo
responder apropiadamente o cuándo callarse). Esta investigación
sugiere que una estrategia para superar la soledad sería la de trabajar
en la mejora de estas habilidades sociales. La estrategia del Dalai Lama,
sin embargo, parecía soslayar la cuestión de las habilidades
sociales o de los comportamientos externos, para dirigirse directamente
al corazón, al valor de la compasión y el cultivo de la misma.
A pesar de mi sorpresa inicial, mientras le oía hablar tuve el firme
convencimiento de que, efectivamente, nunca se sentía solo. Había
pruebas que apoyaban su afirmación. Yo mismo había sido testigo
con frecuencia de su primera interacción con alguien totalmente
extraño para él, y el resultado era invariablemente positivo.
Empezó a quedar claro que estas interacciones positivas no eran
accidentales o simplemente el resultado de una personalidad afable. Percibí
que había dedicado mucho tiempo a pensar en la importancia de la
compasión, a cultivarla cuidadosamente y a utilizarla para preparar
el terreno de su experiencia cotidiana, haciéndolo fértil
para las interacciones positivas con las demás personas, un método
que puede utilizar cualquiera que sufra de soledad.
Dependencia de los demás frente a independencia
-La semilla de la perfección está presente en el interior
de todos los seres. No obstante, se necesita compasión para activarla.
El Dalai Lama introdujo con estas palabras el tema de la compasión
ante un público silencioso, compuesto por unas mil quinientas personas,
buena parte de las cuales estaban consagradas al estudio del budismo. A
continuación empezó a hablar de la doctrina budista del campo
de mérito.
En el sentido budista, el mérito son las huellas positivas en
la mente, o «continuum mental», como resultado de acciones
positivas. El Dalai Lama explicó que un campo de mérito es
una fuente de la que se puede extraer mérito. Según la teoría
budista, son los méritos acumulados los que determinan las condiciones
de los renacimientos futuros. La doctrina budista especifica dos campos
de mérito: el de los budas y el de otros seres sensibles. Una forma
de acumular mérito consiste en generar respeto, fe y confianza en
los budas, en los seres iluminados. La otra supone practicar la amabilidad,
la generosidad, la tolerancia, y evitar acciones negativas, como matar,
robar y mentir. Esta forma exige interacción con los demás,
en lugar de interacción con los budas. Por eso, señaló
el Dalai Lama, los otros pueden sernos de gran ayuda para acumular mérito.
La descripción que hace el Dalai Lama de otras personas como
un campo de mérito posee una hermosa calidad lírica, producto
de una gran imaginación. Su lúcido razonamiento y su poder
de convicción se combinaron para que la charla de aquella tarde
sobrecogiera a los concurrentes. Al mirar alrededor pude darme cuenta de
que muchos estaban visiblemente conmovidos. Yo mismo me sentía cautivado.
Como resultado de nuestras conversaciones anteriores sobre la importancia
de la compasión, me sentía todavía fuertemente influido
por años de formación y práctica científicas,
que me hacían considerar toda conversación sobre el tema
como demasiado sentimental. Mientras él hablaba, mi mente empezó
a distraerse. Miré furtivamente alrededor, en busca de rostros famosos,
interesantes o familiares. Puesto que había comido demasiado antes
de la charla, empecé a sentir sueño. Mi conciencia captaba
a medias lo que el Dalai Lama decía y, en un momento determinado,
mi mente sintonizó de nuevo con la realidad y le oí decir:
- ... el otro día hablé sobre los factores necesarios
para disfrutar de una vida feliz y gozosa, como la buena salud, los bienes
materiales, los amigos, etcétera. Y todos ellos dependen de nuestros
semejantes. Para mantener una buena salud se necesitan los medicamentos
fabricados por otros y servicios de atención sanitaria ofrecidos
por otros. Si examinan todas las cosas que les proporcionan bienestar,
descubrirán que no existe ningún objeto que no tenga conexión
con otras personas. Si lo piensan cuidadosamente, verán que en la
fabricación de esos objetos intervienen muchas personas, ya sea
directa o indirectamente. No hace falta decir que cuando hablamos de buenos
amigos y compañeros como otro factor necesario para llevar una vida
feliz, hablamos de interacción con otros seres sensibles, con otros
seres humanos.
»Como pueden ver, todos esos factores se hallan inextricablemente
unidos con los esfuerzos y la cooperación de otras personas. Los
otros seres son indispensables. Así que, a pesar de que el proceso
de relacionarse con los demás suponga a veces momentos difíciles,
disputas, debemos intentar mantener una actitud de amistad y cordialidad,
de modo que la interacción con ellos nos proporcione una vida feliz.
Mientras él hablaba, experimenté una resistencia instintiva.
A pesar de que siempre he valorado y disfrutado de mis amigos y mi familia,
siempre me he considerado una persona independiente. De hecho, me enorgullezco
de esta cualidad. Secretamente, tiendo a considerar con cierto desprecio
a las personas dependientes, lo que no deja de ser una señal de
debilidad.
Aquella tarde sin embargo, mientras escuchaba al Dalai Lama, ocurrió
algo. Puesto que «nuestra dependencia de los demás»
no era precisamente mi tema favorito, mi mente empezó a distraerse
de nuevo y me quité con actitud ausente un hilo suelto de la manga
de la camisa. Sintonicé por un momento con la charla, le escuché
hablar sobre las numerosas personas que participan en la creación
de todas nuestras posesiones materiales. Al escuchar sus palabras, empecé
a pensar en las muchas personas implicadas en la confección de mi
camisa. Me imaginé al campesino que cultivó el algodón.
A continuación a la persona que le vendió el tractor para
arar el campo. Luego, a los cientos o incluso miles de personas que participaron
en la fabricación de ese tractor, incluidas aquellas que extrajeron
el mineral para elaborar el metal que se había utilizado. Y los
diseñadores del tractor. Luego, naturalmente, las personas que procesaron
el algodón, las que tejieron la tela, las que cortaron, tiñeron
y cosieron esa tela. Los mozos y conductores de camión que transportaron
la camisa hasta la tienda y la dependienta que me vendió la camisa.
Se me ocurrió pensar que prácticamente todos los aspectos
de mi vida eran el resultado de los esfuerzos de los demás. Mi preciosa
independencia no era más que una ilusión, una fantasía.
Al darme cuenta de ello, me sentí abrumado por un profundo sentido
de interconexión e interdependencia con todos los seres humanos.
Experimenté algo parecido a un resquebrajamiento. No sé muy
bien qué fue. Pero en aquel momento hubiera deseado echarme a llorar.
Relaciones íntimas
Nuestra necesidad de los demás es paradójica. Al mismo
tiempo que en nuestra cultura exaltamos la más feroz independencia,
también anhelamos la intimidad y la conexión con una persona
especial y querida. Centramos toda nuestra energía en encontrar
a esa persona que pueda curar nuestra soledad y que, sin embargo, intensifique
nuestra ilusión de seguir siendo independientes. Aunque resulta
difícil alcanzar esa conexión con una persona, descubrí
que el Dalai Lama mantiene relaciones con tantas personas como le es posible
y que eso es lo que nos recomienda a todos. De hecho, su objetivo es conectarse
con todos.
Una tarde, al reunirme con él en la suite de su hotel en Arizona,
empecé diciéndole:
-En su charla de ayer por la tarde habló de la importancia dé
los demás, describiéndolos como un campo de mérito.
Pero hay realmente tantas formas diferentes de relacionamos con los demás...
-Eso es muy cierto -dijo el Dalai Lama.
-Existe, por ejemplo, una clase de relación que es muy valorada
en Occidente -observé-. Me refiero a la que se caracteriza por una
profunda intimidad entre dos personas, compartiendo los sentimientos más
profundos. La gente cree que si no se mantiene una relación semejante
es como si algo faltara en sus vidas... De hecho, la psicoterapia occidental
trata de ayudar a menudo a las personas a que desarrollen ese tipo de relación
íntima...
-Sí, creo que esa intimidad puede verse como algo positivo -asintió
el Dalai Lama-. Si alguien se ve privado de esa clase de intimidad, puede
sufrir trastornos.
-Me preguntaba entonces... -seguí diciendo-. Mientras estaba
en el Tíbet usted no sólo fue considerado un rey, sino también
una divinidad. Supongo que la gente le respetaba e incluso se sentía
un poco nerviosa o asustada en su presencia. ¿No creaba eso una
distancia emocional con los demás, una sensación de aislamiento?
El hecho de estar separado de su familia, de haber sido educado Como monje
desde una tierna edad y de no haberse casado nunca..., ¿no contribuyeron
todas estas cosas a crear una sensación de aislamiento? ¿Ha
tenido alguna vez la sensación de haberse perdido la experiencia
de una profunda intimidad personal con los demás, o con una persona
especial, como una esposa?
-No -me contestó sin vacilación-. Nunca he experimentado
falta de intimidad. Mi padre falleció hace muchos años, pero
me sentí muy cerca de mi madre, de mis maestros, tutores y otras
personas. y con muchos de ellos pude compartir mis sentimientos, temores
y preocupaciones más profundas. Cuando estaba en el Tíbet,
en las ceremonias de Estado y en los actos públicos se observaba
una cierta formalidad, un cierto protocolo, pero eso no siempre era así.
En otras ocasiones, por ejemplo, solía pasar bastante tiempo en
la cocina y estuve cerca de algunas personas que trabajaban allí,
y bromeábamos, cuchicheábamos y compartíamos cosas
de un modo bastante relajado, sin formalidad o distancia.
»Así que ni en el Tíbet ni fuera de él,
cuando me he convertido en un refugiado, me han faltado personas con las
que compartir cosas. Creo que buena parte de esto tiene que ver con mi
naturaleza. Me resulta fácil compartir. ¡Simplemente, no sé
guardar secretos! -Se echó a reír-. Claro que eso puede ser
a veces un rasgo negativo, como por ejemplo si después de una discusión
en el Kashag':- acerca de asuntos confidenciales, yo hablara abiertamente
sobre ellos. Pero ser abierto y compartir cosas puede ser muy útil.
Debido precisamente a esta característica de mi naturaleza, puedo
hacer amigos con facilidad; no se trata únicamente de conocer a
alguien y mantener una conversación superficial, sino de compartir
realmente mis más profundos problemas y sufrimientos. Sucede lo
mismo cuando recibo buenas noticias; las comento inmediatamente con los
demás. De ese modo, experimento un sentimiento de intimidad y conexión
con mis amigos. Claro que en general me resulta fácil establecer
una conexión porque mis interlocutores se sienten muy felices de
compartir el sufrimiento o el gozo con el Dalai Lama, con" Su Santidad
el Dalai Lama" . -Se echó a reír de nuevo-. En cualquier
caso, disfruto de esa intimidad. En el pasado, por ejemplo, si me sentía
decepcionado por la política del gobierno tibetano, o si estaba
preocupado por otros problemas, incluso por la amenaza de una invasión
china, me retiraba a mis habitaciones y compartía mis sentimientos
con la persona que barría el suelo. Desde cierto punto de vista,
a algunos les puede parecer bastante estúpido que el Dalai Lama,
jefe del estado tibetano, enfrentado con problemas de rango nacional e
internacional, quiera compartir sus preocupaciones con un barrendero. -Se
echó a reír de nuevo-. Pero personalmente me parece que es
muy útil, porque la otra persona participa y entonces podemos afrontar
juntos el problema.
Expandir nuestra definición de intimidad
Prácticamente todos los investigadores de las relaciones humanas
están de acuerdo en que la relación íntima es fundamental
para nuestra existencia. El muy influyente psicoanalista británico
John Bowlby escribió que «las vinculaciones íntimas
con otros seres humanos son el centro alrededor del cual gira la vida de
una persona... Estas vinculaciones fortalecen a las personas y favorecen
el disfrute de la vida. Sobre esto la Ciencia actual y la sabiduría
tradicional están de acuerdo». Está claro que la intimidad
promueve tanto el bienestar físico como el psicológico.
Al observar los beneficios de las relaciones íntimas, los investigadores
médicos han descubierto que las personas que tienen amigos íntimos,
a los que pueden dirigirse para buscar seguridad, empatía, afecto,
son las que más probabilidades tienen de sobrevivir a desafíos,
como ataques al corazón y operaciones quirúrgicas, y las
menos propensas a padecer enfermedades como cáncer e infecciones
respiratorias. Un estudio de más de mil pacientes cardíacos
del Centro Medico de la Universidad de Duke descubrió que
entre aquellos que no tenían cónyuge o confidente íntimo,
se verificaba un índice de mortalidad, en los cinco años
posteriores al diagnóstico de enfermedad cardiaca, tres veces mayor
que el registrado entre aquellos que estaban casados o tenían un
amigo íntimo. Otro estudio efectuado sobre miles de residentes del
condado de Alameda, en California a lo largo de un período de nueve
años, demostró que quienes contaban con mayor apoyo social
y relaciones íntimas tenían índices más bajos
de mortalidad y de cáncer. Y un estudio de la Escuela de Medicina
de la Universidad de Nebraska, sobre ancianos estableció que a quienes
mantenían una relación íntima les funcionaba mejor
el sistema inmunológico y tenían niveles de colesterol más
bajos. Durante el transcurso de los últimos años se han realizado
por lo menos media docena de grandes investigaciones, dirigidas por grupos
científicos diferentes, que examinaron la relación entre
intimidad y salud. Después de entrevistar a miles de personas, todos
los investigadores parecen haber llegado a la misma conclusión:
las relaciones íntimas benefician la salud.
La intimidad es igualmente importante para mantener una buena salud
emocional. El psicoanalista y filósofo social Erich Fromm afirmó
que el temor básico de la humanidad es verse separado de otros seres
humanos. Estaba convencido de que la experiencia de la separación,
si se producía por primera vez en la infancia, constituía
la fuente de toda ansiedad. John Bowlby se mostró de acuerdo y citó
una buena cantidad de pruebas experimentales en apoyo de la idea de que
la separación de las personas que nos cuidan, habitualmente la madre
o el padre, durante la última parte del primer año de vida,
crea inevitablemente temor y tristeza en los bebés. En su opinión,
la pérdida de relación interpersonal se encuentra en las
raíces mismas de las experiencias humanas de temor, tristeza y pena.
Así pues, dada la importancia vital de la intimidad, ¿cómo
nos las arreglamos para alcanzarla en nuestra vida? Siguiendo el enfoque
del Dalai Lama, expuesto en la sección anterior, parecería
razonable empezar por el estudio de la intimidad, buscando una definición
funcional y un modelo. Pero al buscar la respuesta en la ciencia, nos encontramos
con que todos los investigadores están de acuerdo en la importancia
de la intimidad, y que ahí termina la coincidencia. Quizá
el resultado más notable de una revisión incluso rápida
de los diversos estudios sobre el tema sea comprobar que existe una amplia
diversidad de opiniones y teorías sobre qué es exactamente
la intimidad. En un extremo del espectro está Desmond Morris, que
escribe desde la perspectiva de un zoólogo con formación
en etología. En su libro Comportamiento íntimo, Morris define
así la relación íntima: «Intimar significa acercarse...
La intimidad se produce cuando dos personas entran en contacto físico».
Tras definir la intimidad en términos de puro contacto físico,
pasa a explorar las innumerables formas de contacto físico entre
los seres humanos, desde una simple palmada en la espalda hasta el abrazo
sexual. Considera el tacto, desde un estrecho abrazo hasta modos indirectos
de contacto físico, como la manicura, una forma de confortar a otros.
Llega a decir incluso que los contactos físicos que mantenemos con
los objetos de nuestro entorno, desde los cigarrillos hasta las joyas o
las camas de agua, actúan como sustitutos de la intimidad.
La mayoría de los investigadores, sin embargo, no son tan concretos
en sus definiciones de la intimidad y están de acuerdo en que es
algo más que simple cercanía física. Al considerar
la raíz de la palabra intimidad, que procede del latín intima,
que significa «interior» o «muy interior», admiten
a menudo una definición más amplia, como la del doctor Dan
McAdams, autor de varios libros sobre el tema: «El deseo de intimidad
es el deseo de compartir con otro lo más profundo de sí».
Pero las definiciones no se detienen aquí. En el extremo opuesto
al de Desmond Morris está el equipo de psiquiatras formado por Thomas
Patrick Malone y su hijo Patrick Thomas Malone. En su libro El arte de
la intimidad, la definen como «la experiencia de la conectividad».
Su estudio se inicia con un meticuloso examen de nuestra «conectividad»
con los demás, a pesar de lo cual no se limitan a las relaciones
humanas. Su definición es tan amplia que incluye nuestra relación
con los objetos inanimados, como árboles, estrellas e incluso el
espacio. Los conceptos de intimidad ideal también varían
a lo largo y ancho del mundo y de la historia. La noción romántica
de esa «única persona especial» con la que mantenemos
una apasionada relación íntima es un producto de nuestro
tiempo y cultura. Pero este modelo de intimidad no es universal. Los japoneses,
por ejemplo, parecen encontrar la intimidad en la amistad, mientras que
los estadounidenses la buscan en apasionadas relaciones románticas.
Al observar esto, algunos investigadores han sugerido que los asiáticos,
que tienden a centrarse menos en sentimientos personales y se preocupan
más por los aspectos prácticos de las relaciones sociales,
parecen menos vulnerables a la desilusión que implica el desmoronamiento
de las relaciones.
Los conceptos de intimidad también han cambiado espectacularmente
con el transcurso del tiempo. En la América colonial, por ejemplo,
el grado de intimidad y proximidad física era generalmente mayor
que el actual, ya que la familia y hasta los extraños compartían
espacios exiguos, dormían juntos en una misma habitación
y utilizaban una misma estancia para bañarse, comer y dormir. Y,
sin embargo, la comunicación habitual entre los cónyuges
era bastante formal para las normas hoy vigentes, no muy diferente al modo
en que las personas conocidas y los vecinos se hablan unos a otros. Apenas
un siglo más tarde, el amor y el matrimonio habían experimentado
un intenso proceso de romantización y la exposición de la
interioridad era el ingrediente de cualquier relación amorosa.
Las ideas sobre el comportamiento privado e íntimo también
han cambiado con el transcurso del tiempo. En la Alemania del siglo XVI,
por ejemplo, se esperaba que la pareja de recién casados consumara
su matrimonio en una cama rodeada de testigos.
También ha cambiado la forma de expresar las emociones. En la
Edad Media se consideraba normal expresar públicamente, con gran
intensidad y de forma muy directa, una amplia gama de sentimientos, como
alegría, cólera, temor, piedad y hasta el placer de torturar
y matar a los enemigos. Los extremos de risa histérica, llanto apasionado
y cólera violenta se expresaban con una intensidad que no se aceptaría
en nuestra sociedad. Pero con la frecuente expresión pública
de los sentimientos, en esa sociedad no tenía relevancia el concepto
de intimidad emocional; si uno manifiesta abierta e indiscriminadamente
toda clase de emociones, queda poco para expresar en los contactos privados.
Está claro, por lo tanto, que las ideas sobre la intimidad no
son universales. Cambian con el transcurso del tiempo, vinculadas a condicionamientos
económicos, sociales y culturales, y además, en un mismo
estadio histórico, por los comportamientos y las definiciones. Entonces
¿qué significa esto en nuestra búsqueda del concepto
de intimidad? Creo que la respuesta es evidente..
Hay una increíble diversidad de vidas humanas, infinitos modos
de experimentar la intimidad. Esta toma de conciencia, por sí sola,
nos ofrece una gran oportunidad. Significa que disponemos de vastos recursos
de intimidad. La intimidad nos rodea por todas partes. .
Muchos de nosotros nos sentimos oprimidos por la sensación de
que algo falta en nuestras vidas, y sufrimos a causa de la ausencia de
una relación íntima. Esto es particularmente cierto cuando
pasamos por los inevitables períodos en los que no tenemos una relación
sentimental, o cuando la pasión se ha desvanecido. En nuestra cultura
se ha difundido la creencia de que la intimidad se alcanza mejor con una
relación romántica y apasionada, al lado de esa persona que
singularizamos entre todas las demás. Éste puede ser un punto
de vista muy limitador, que nos aleja de otras fuentes potenciales de intimidad
y causa mucha desdicha e infelicidad cuando ese alguien especial no está
presente. Pero tenemos a nuestro alcance los medios para evitarlo; sólo
tenemos que expandir valerosamente nuestro concepto de intimidad para incluir
a todas las personas que nos rodean. Al ampliar nuestra definición
de intimidad, descubrimos muchas formas nuevas e igualmente satisfactorias
de conectarnos con los demás. Eso nos conduce de nuevo a mi discusión
sobre la soledad con el Dalai Lama, que se inició gracias a la sección
de anuncios personales de un periódico. La situación me extrañó.
Cuando aquellas personas redactaban sus anuncios, esforzándose por
encontrar las palabras adecuadas para introducir pasión en sus vidas
y desterrar la soledad, ¿cuántas de ellas estaban ya rodeadas
de amigos, familiares o conocidos, con vínculos que podían
cultivarse fácilmente hasta convertirlos en relaciones íntimas,
genuinas y profundamente satisfactorias? Yo diría que muchas. Si
lo que buscamos en la vida es la felicidad, y la relación es un
ingrediente importante de una vida más feliz, está claro
que tiene sentido orientarnos con arreglo a un modelo que incluya tantas
formas de conexión con los demás como sea posible. El modelo
del Dalai Lama se basa en la voluntad de abrirnos a todos nuestros semejantes,
a la familia, los amigos y hasta los extraños, creando así
vínculos genuinos y profundos basados en nuestra común humanidad.
6 Ahondar en nuestra conexión con los demás
UNA TARDE, después de su conferencia llegué a la suite
del hotel del Dalai Lama para nuestra cita diaria con unos minutos de antelación.
Un ayudante me hizo salir discretamente al pasillo y me dijo que Su Santidad
tenía una audiencia privada. Permanecí en ese lugar con el
que ya estaba familiarizado, frente a la puerta de la suite, y utilicé
el tiempo de que disponía para revisar mis notas para nuestra sesión,
al tiempo que trataba de evitar la mirada recelosa de un guardia de seguridad,
la misma mirada con la que los empleados de las tiendas observan a los
estudiantes de escuela superior que merodean alrededor de las estanterías
de las revistas.
Pocos momentos más tarde se abrió la puerta y salió
una pareja muy bien vestida, de mediana edad. Me pareció reconocerlos.
Recordé entonces que había sido brevemente presentado a ellos
unos días antes. Me habían dicho que la mujer era una conocida
heredera y el marido un abogado de Manhattan, extremadamente rico y poderoso.
Sólo habíamos intercambiado unas pocas palabras, pero ambos
me impresionaron por su increíble arrogancia. Ahora, al verlos salir
de la suite del Dalai Lama, observé un cambio asombroso en los dos.
Habían desaparecido por completo las expresiones de suficiencia
y la actitud arrogante, sustituidas por expresiones de ternura y emoción.
Parecían dos niños. Las lágrimas corrían por
las mejillas de ambos. Aunque el efecto que ejerce el Dalai Lama no siempre
es tan espectacular, he observado que la gente responde invariablemente
con algún cambio emocional. Me había maravillado desde hacía
tiempo su capacidad para forjar vínculos y establecer un intercambio
emocional profundo y significativo.
Establecer empatía
Aunque durante nuestras conversaciones en Arizona habíamos hablado
de la importancia de la cordialidad y la compasión humanas, no fue
hasta unos meses más tarde, en su hogar de Dharamsala, cuando tuve
la oportunidad de explorar más detalladamente con él el tema
de las relaciones humanas. Para entonces, ansiaba descubrir los principios
de sus interacciones con los demás susceptibles de ser aplicados
a mejorar cualquier relación, ya fuese con extraños o con
familiares, amigos y amantes. Ávido por empezar, abordé el
tema de inmediato.
-y ahora, sobre las relaciones humanas..., ¿cuál diría
que es el método o la técnica más efectiva para conectar
con los demás de una forma significativa y reducir los conflictos?
Me miró fijamente por un momento. No fue una mirada de enojo,
pero hizo que me sintiera como si acabara de pedirle que me diera la composición
química del polvo lunar.
Tras una breve pausa, respondió:
-Bueno, el trato con los demás es un tema muy complejo. No hay
manera de encontrar una fórmula con la que se puedan solucionar
todos los problemas. Es un poco como cocinar. Si se prepara una comida
deliciosa, el proceso pasa por diversas fases. Quizá haya que hervir
las verduras por separado, para luego sofreírlas y cocinarlas de
forma especial, mezclándolas con especias, y así sucesivamente;
el resultado final es un producto delicioso. Lo mismo sucede en las relaciones;
existen muchos factores. No se puede decir: «Este es el método»
o «Ésta es la técnica».
No era exactamente la clase de respuesta que yo buscaba. Pensé
que se mostraba evasivo y tuve la impresión de que, seguramente,
tendría algo más concreto que ofrecerme, así que seguí
presionándolo.
-Bueno si no hay un método único para mejorar nuestras
relaciones, ¿hay quizá algunas normas generales que puedan
ser útiles.
El Dalai Lama pensó un momento antes de contestar.,
-Sí. Antes hablamos de la importancia de acercarse a los demás
con actitud compasiva. Eso es crucial. Claro que no es suficiente con decirle
a alguien: «Es muy importante ser compasivo; hay que tener más
amor». Una receta tan sencilla no sería provechosa. Pero un
medio efectivo para inducir a ser más cálido y compasivo
consiste ,en razonar acerca del valor y los beneficios prácticos
de la compasión, así como hacer reflexionar a las personas
sobre sus sentimientos cuando los otros son amables con ellas. Eso en cierto
modo los prepara, de tal manera que se producirá más de un
efecto a medida que sigan realizando esfuerzos por ser más compasivos.
»Al considerar los diversos medios para desarrollar mas compasión,
creo que la empatía es un factor importante. La capacidad para apreciar
el sufrimiento del otro. Tradicionalmente una, de las técnicas budistas
para acrecentar la compasión consiste en imaginar una situación
en la que sufre un ser sensible, por ejemplo una oveja a punto de ser sacrificada
y luego tratar de imaginar el sufrimiento de esa oveja. El Dalai Lama se
detuvo un momento para reflexionar, mientras pasaba entre los dedos con
expresión ausente las cuentas de una especie de rosario.
-Pienso -siguió diciendo- que si tratáramos con alguien
que se mostrara muy frío e indiferente, esta técnica de visualización
no sería muy efectiva. Sería como si se lo pidiera al carnicero
dispuesto a sacrificar una oveja; está tan endurecido, tan acostumbrado
,que eso no haría mella en él. Así que sería
muy difícil explicar esa técnica y utilizarla con algunos
occidentales acostumbrados a cazar y pescar por simple diversión,
como una forma de distracción...
-En ese caso -le sugerí-, quizá no sea una técnica
efectiva pedirle a un cazador que se imagine el sufrimiento de su presa,
pero se pueden despertar sus sentimientos pidiéndole que se imagine
a su perro de caza favorito atrapado en una trampa y gañendo de
dolor.
-Sí, exactamente -asintió el Dalai Lama-. Creo que se
podría ajustar esa técnica a las circunstancias. Por ejemplo,
es posible que la persona en cuestión no experimente fuerte empatía
con los animales, pero puede sentirla con un miembro de su familia o un
amigo. En tal caso, podría visualizar una situación en que
la persona querida sufriera o pasara por una situación trágica
para luego imaginar cómo respondería. Así que se puede
intentar acrecentar la compasión tratando de establecer empatía
con el sentimiento o la experiencia de otro.
»Creo que la empatía es importante, no sólo como
medio para aumentar la compasión, sino que en términos generales,
al tratar con los demás cuando están en dificultades, resulta
extremadamente útil para situarse en el lugar del otro y ver cómo
reaccionaría uno ante la situación. Aunque no se tengan experiencias
comunes con la otra persona o su estilo de vida sea muy diferente, siempre
puede intentarse con la imaginación. Quizá haya que ser algo
creativo. Esta técnica supone la capacidad para suspender temporalmente
el propio punto de vista y buscar la perspectiva de la otra persona, imaginar
cuál sería la situación si uno estuviera en su lugar,
y cómo la afrontaría. Eso ayuda a desarrollar una conciencia
de los sentimientos del otro y a respetar dichos sentimientos, algo importante
para reducir los conflictos y problemas con los demás.
Esa tarde nuestra entrevista fue breve. Se me había incluido
con dificultad y en el último momento en la poblada agenda del Dalai
Lama y mantuvimos la conversación a últimas horas del día,
como había sucedido en varias ocasiones. Fuera, el sol empezaba
a ponerse, llenando la estancia de una luz crepuscular agridulce, convirtiendo
el amarillo pálido de las paredes en un ámbar más
profundo y sembrando de ricos matices dorados las imágenes budistas.
El ayudante del Dalai Lama entró silenciosamente en la estancia,
indicando el final de nuestra sesión. Enfrascado en la conversación,
pregunté:
-Sé que tenemos que terminar, pero ¿tiene otros consejos
para ayudar a crear empatía con los demás?.
Haciéndose eco de las palabras que habia pronunciado muchos
meses antes en Arizona, contestó con una afable simplicidad: -Siempre
me acerco a los demás en el terreno básico que nos es común.
Todos tenemos una estructura física, una mente, emociones. Todos
hemos nacido del mismo modo y todos moriremos. Todos deseamos alcanzar
la felicidad y no sufrir. Al mirar a los demás desde esa perspectiva,
en lugar de percibir diferencias secundarias, como el hecho de que yo sea
tibetano y tenga una religión y unos antecedentes culturales diferentes,
experimento la sensación de hallarme ante alguien que es exactamente
igual que yo. Creo que relacionarse con una persona en ese nivel facilita
el intercambio y la comunicación.
Y tras decir esto se levantó, sonrió, me estrechó
la mano y se retiró. A la mañana siguiente continuamos nuestra
discusión en el hogar del Dalai Lama.
-En Arizona hablamos mucho sobre la importancia de la compasión
en las relaciones humanas y ayer abordamos el papel de la empatía
para mejorar nuestra capacidad para relacionamos...
-Sí -dijo el Dalai Lama.
-Además de eso, ¿puede sugerir algún método
o técnica adicional?
-Bueno, como ya le comenté ayer, no hay una o dos técnicas
sencillas capaces de resolver todos los problemas. Sin embargo, creo que
hay algunas cosas que pueden ayudar. En primer lugar, es útil conocer
y valorar los antecedentes de la persona con la que estamos tratando. Mantener
una actitud mental abierta y honrada también nos ayuda. Esperé,
pero él no añadió nada más.
. -¿Puede sugerir algún otro método para mejorar
nuestras relaciones?
El Dalai Lama pensó un momento. -No -contestó, echándose
a reír. Consideré que esos consejos eran demasiado simplistas.
Sin embargo, y puesto que eso parecía ser todo lo que él
tenía que decir por el momento, abordamos otros temas.
Aquella tarde fui invitado a cenar en casa de unos amigos tibetanos
en Dharamsala. Organizaron una velada muy animada. La comida fue excelente,
con un deslumbrante despliegue de platos especiales cuya estrella fue el
Mo Mas tibetano, a base de sabrosas albóndigas de carne. A medida
que transcurría la cena, se animó la conversación.
Los invitados no tardaron en contar historias subidas de tono sobre las
situaciones embarazosas en que se habían visto durante una borrachera.
Entre los invitados se encontraba una conocida pareja alemana, ella arquitecta
y él autor de una docena de libros.
Como estaba interesado en sus libros me acerqué al escritor
y entablé conversación con él. Sus respuestas eran
breves y superficiales; su actitud, abrupta y distante. Convencido de que
era un hosco esnob me resultó inmediatamente antipático.
Me consolé pensando que al menos habia intentando conectar con él
y entablé conversación con otros invitados más amistosos.
Al día siguiente estaba con un amigo en un café del pueblo
y, mientras tomábamos el té, le conté lo ocurrido
la noche anterior. -Realmente, disfruté con todos, excepto con Rolf,
ese escritor... Parecía tan arrogante y..., bueno, poco amistoso.
, -Lo conozco, desde hace varios años -dijo mi amigo-, y sé
que esa es la impresión que causa, pero sólo porque al principio
es un poco tímido y reservado. En realidad, es una persona maravillosa
si se le llega a conocer un poco... -Yo no me dejaba convencer y mi amigo
siguió diciendo-; A pesar de ser un escritor de éxito, ha
tenido en su vida más dificultades de las que se merecía.
Su familia sufrió tremendamente a manos de los nazis durante la
Segunda Guerra Mundial. Rolf tiene dos hijos, a los que está muy
entregado, que han nacido con un extraño trastorno genético
que los discapacita física y mentalmente. En lugar de amargarse
por ello o pasarse el resto de la vida representando el papel de mártir,
afrontó sus problemas con abnegación y dedicó muchos
años a trabajar como voluntario en favor de los discapacitados.
Realmente, es una persona muy especial.
Volví a encontrarme con Rolf y su esposa al final de esa semana,
en el pequeño aeródromo. Teníamos previsto tomar el
mismo vuelo a Delhi, pero fue cancelado. El siguiente saldría al
cabo de unos días, así que decidimos compartir un taxi hasta
la capital, un horrible trayecto de diez horas. La información de
mi amigo había cambiado mis sentimientos hacia Rolf y durante el
largo trayecto me sentí más receptivo. Como consecuencia
de ello, hice un esfuerzo por mantener una conversación. Inicialmente,
su actitud fue la misma. Pero pronto descubrí que, tal como me había
comentado mi amigo, su distanciamiento se debía más a la
timidez que al esnobismo. Mientras traqueteábamos por la sofocante
y polvorienta campiña del norte de la India y nos enfrascábamos
cada vez más profundamente en la conversación, demostró
ser una persona cálida y un excelente compañero de viaje.
Al llegar a Delhi ya estaba convencido de que el consejo del Dalai
Lama de «conocer los antecedentes» de las personas no era tan
superficial como me había parecido en un principio. Sí, quizá
fuera simple, pero no simplista. En ocasiones, el medio más efectivo
para intensificar la comunicación es precisamente el que tendemos
a considerar como ingenuo.
Días más tarde me encontraba todavía en Delhi,
esperando el viaje que me llevaría a casa. El cambio respecto de
la tranquilidad que se respiraba en Dharamsala era exasperante y me sentía
de muy mal humor. Además del apabullante calor, la contaminación
y las multitudes, las aceras estaban atestadas de toda clase de depredadores
urbanos dedicados a la estafa callejera. Caminar por las abrasadoras calles
de Delhi como un occidental, un extranjero, un objetivo, abordado sin tregua
por los pedigüeños, era como si tuviera tatuada en la frente
la palabra «Imbécil». Era desmoralizador.
Esa misma mañana fui víctima de una estratagema habitual
a cargo de dos hombres. Uno de ellos me salpicó con pintura roja
los zapatos en un momento en que yo estaba distraído. Un poco más
adelante, su compinche, con aspecto de inocente limpiabotas me señaló
la pintura y se ofreció para limpiarme los zapatos al precio habitual.
Efectivamente, me limpió hábilmente los zapatos en pocos
minutos. Una vez que hubo terminado, me pidió una suma enorme, equivalente
a dos meses de salario para muchos de los habitantes de Delhi. Cuando protesté,
afirmó que ése era el precio que habíamos convenido.
Protesté de nuevo, y el muchacho se puso a gritar, atrayendo la
atención de la multitud, que me negaba a pagarle sus servicios.
Ese mismo día, algo más tarde, supe que esta añagaza
se empleaba a diario con los turistas desprevenidos.
Por la tarde almorcé con una colega en mi hotel. Lo sucedido
esa mañana había quedado rápidamente olvidado y ella
me preguntó por mis recientes entrevistas con el Dalai Lama. Nos
enfrascamos en una conversación sobre las ideas de éste acerca
de la empatía y la importancia de adoptar la perspectiva de la otra
persona. Después de almorzar tomamos un taxi y fuimos a visitar
a unos amigos comunes. Cuando el taxi se ponía en marcha, pensé
de nuevo en el limpiabotas y, mientras esas negras imágenes cruzaban
por mi mente, se me ocurrió echar un vistazo al taxímetro.
-¡Pare! -grité de pronto.
. Mi amiga se sobresaltó. El taxista me miró burlonamente
por el espejo retrovisor, pero siguió conduciendo. -¡Deténgase!
-le exigí, con voz ahora temblorosaa, con un atisbo de histeria.
Mi amiga parecía conmocionada. El taxi se detuvo. Señalé
furioso el taxímetro, blandiendo el dedo en el aire-. ¡No
puso el taxímetro a cero! ¡Había más de veinte
rupias cuando iniciamos la carrera!
-Lo siento, señor -dijo el hombre con indiferencia, lo que me
enfureció aún más-. Se me olvidó. Lo volveré
a poner en marcha... -¡Usted no va a poner en marcha nada! -exploté-.
Estoy harto de que hinchen los precios, me lleven en círculo o hagan
todo lo que puedan por robar a la gente... ¡Estoy... harto!
Yo balbuceaba como un mojigato escandalizado, y mi amiga parecía
consternada. El taxista se limitó a mirarme con la misma expresión
desafiante de las vacas sagradas que recorren las ajetreadas calles de
Delhi y se detienen donde les place, con la sediciosa intención
de detener el tráfico, como si yo fuera un quisquilloso incorregible.
Arrojé unas pocas rupias sobre el asiento delantero y sin decir
una palabra mi amiga y yo nos apeamos.
Pocos minutos más tarde paramos otro taxi y reanudamos el camino.
Pero no podía dejar el tema. Mientras recorríamos las calles
de Delhi, no paraba de quejarme de que allí «todo el mundo»
se dedicaba a engañar a los turistas y de que no éramos para
ellos más que presas. Mi colega me escuchaba en silencio mientras
yo despotricaba y desvariaba.
-Bueno -dijo ella finalmente-, veinte rupias no suponen más
que un cuarto de dólar. ¿Por qué enfadarse tanto?
-¡Pero los principios son los que cuuentan! -exclamé con piadosa
indignación-. No comprendo cómo puedes seguir tan tranquila
cuando esto ocurre continuamente. ¿No te molesta? -Bueno -me contestó
pausadamente-, me molestó por un momento, pero luego pensé
en lo que hablamos durante el almuerzo, lo que dijo el Dalai Lama acerca
de ver las cosas desde la perspectiva del otro. Mientras tú te enojabas,
intentaba ver qué tenía yo en común con el taxista.
Ambos deseamos buenos alimentos, dormir bien, sentirnos a gusto, ser queridos.
Entonces, intenté imaginarme como taxista: todo el día en
un taxi sofocante, sin aire acondicionado, sintiéndome colérica
e irritada por los extranjeros ricos..., así que no se me ocurre
nada mejor para que las cosas sean algo más «justas»,
para ser un poco más feliz, que sacarles un poco de dinero. La cuestión
es que, a pesar de que consigo obtener unas pocas rupias de algún
que otro turista inocente, no lo considero como una forma muy satisfactoria
de llevar una vida mejor... En cualquier caso, Cuanto más me imaginaba
como taxista, menos enfadada me sentía con él. Su vida me
parecía sencillamente triste... No es que esté de acuerdo
con su comportamiento e hicimos bien al bajarnos del taxi, pero no pude
enfadarme con él tanto como para odiarle.
Guardé silencio. En realidad, me sentía asombrado ante
lo poco que yo había absorbido del Dalai Lama. Para entonces ya
había empezado a apreciar el valor de «comprender al otro»
y sus ejemplos acerca de cómo poner en práctica los principios.
Pensé de nuevo en nuestras conversaciones, iniciadas en Arizona
y continuadas ahora en la India, y me di cuenta de que, ya desde el principio,
habían adquirido un tono clínico, como si yo le hiciera preguntas
sobre anatomía humana sólo que, en este caso, era la anatomía
de la mente y el espíritu humanos. Hasta ese momento, sin embargo,
no se me había ocurrido aplicar plenamente sus ideas a mi propia
vida; siempre había tenido la vaga intención de tratar de
ponerlas en práctica en el futuro, cuando dispusiera de más
tiempo.
Examen de la base fundamental de una relación
Mis conversaciones con el Dalai Lama en Arizona se habían iniciado
con un análisis de las fuentes de la felicidad. A pesar de que él
había elegido vivir como un monje, se ha demostrado que el matrimonio
puede traer la felicidad, al aportar estrechos vínculos que proporcionan
satisfacción. Entre estadounidenses y europeos se han llevado a
cabo muchos estudios que demuestran que en general la gente casada es más
feliz y se siente más satisfecha con la vida que las personas solteras
o viudas, por no hablar de los divorciados o separados. Una encuesta descubrió
que seis de cada diez estadounidenses que califican su matrimonio de «muy
feliz» también consideran su vida, en conjunto, como «muy
feliz». Al analizar el tema de las relaciones humanas, me pareció
importante sacar a relucir esa fuente de felicidad.
Minutos antes de una de las entrevistas programadas con el Dalai Lama,
me encontraba sentado con un amigo en el patio exterior del hotel, en Tucson,
tomando un refresco. Tras mencionar el tema del idilio amoroso y el matrimonio,
que deseaba plantear en mi entrevista, mi amigo y yo no tardamos en lamentarnos
de ser solteros. Mientras hablábamos, una pareja joven, de aspecto
saludable, de vacaciones y quizá golfistas, se sentaron a una mesa,
cerca de nosotros. Ofrecían el aspecto de un matrimonio de tipo
medio; no en luna de miel, pero jóvenes y sin duda enamorados. «Tiene
que ser agradable», pensé.
Apenas se hubieron sentado empezaron a discutir.
-¡Te dije que llegaríamos tarde! -acusó con acidez
la mujer, con una voz sorprendentemente ronca, fruto sin duda de años
de tabaco y alcohol-. Ahora apenas si tendremos tiempo para estar un momento
sentados. ¡Ni siquiera puedo disfrutar de la comida!
-Si no hubieras tardado tanto tiempo en prepararte... -replicó
el hombre, can tono más sereno, pero cargado de hostilidad.
-Ya estaba preparada hace media hora -refutó ella-. Pero tú
tenías que terminar de leer el periódico...
Y continuaron de ese modo. La discusión no acababa. Tal como
dijo Eurípides: «Cásate; es posible que salga bien.
Pero cuando un matrimonio fracasa, se vive un verdadero infierno en el
hogar.
Aquella discusión, cuya acritud aumentó rápidamente,
terminó con nuestros lamentos de solteros. Mi amigo alzó
los ojos y citó una frase de Seinfeld:
-«¡Oh, sí! ¡Deseo casarme muy pronto!»
Apenas unos momentos antes tenía la intención de conocer
la opinión del Dalai Lama sobre las alegrías y virtudes del
idilio amoroso y el matrimonio. En lugar de eso, en cuanto entré
en la suite de su hotel y casi antes de sentarme, pregunté:
-¿Por qué surgen conflictos con tanta frecuencia en los
matrimonios?
-Cuando se trata de conflictos, las cosas pueden ser bastante complejas
-explicó el Dalai Lama-. Hay muchoss factores implicados. Así
que cuando tratamos de comprender los problemas de relación, es
preciso reflexionar primero sobre la naturaleza fundamental y la base de
esa relación.
»Así que, antes que nada, hay que reconocer que existen
diferentes clases de relación y examinar esas diferencias. Por ejemplo,
dejando de lado por el momento el tema del matrimonio y centrándonos
en las amistades corrientes, observamos que hay diferentes clases de amistad.
Algunas se basan en la riqueza, el poder o la posición. En esos
casos, la amistad continúa mientras tengas poder, riqueza o posición.
En cuanto desaparecen, la amistad se desvanece. Por otro lado, hay una
amistad basada no en consideraciones de riqueza, poder y posición,
sino más bien en el verdadero sentimiento humano, en un sentimiento
de proximidad, en el que existe la sensación de compartir, de estar
conectado. Ésa es la amistad que yo llamaría genuina, porque
no la mediatiza la riqueza, la posición o el poder. Lo fundamental
para una amistad genuina es un sentimiento de afecto. Si falta, no se puede
mantener una verdadera amistad. Lo hemos mencionado antes y es bastante
evidente, pero si se tienen problemas de relación a menudo resulta
muy útil retroceder un poco y reflexionar sobre la base de ella.
»Del mismo modo, si alguien tiene problemas con su cónyuge,
quizá sea útil examinar la base de la relación. A
menudo, por ejemplo, hay relaciones cimentadas por una atracción
sexual inmediata. Cuando una pareja acaba de conocerse es posible que se
sientan locamente enamorados y muy felices. -Se echó a reír-.
Pero cualquier decisión tomada en ese momento sería muy inestable.
Del mismo modo que uno puede enloquecer a causa de una cólera u
odio muy intensos, también es posible que un individuo enloquezca
impulsado por la intensidad de la pasión o el placer. Incluso situaciones
en las que el individuo piensa: "Bueno, mi novio o mi novia no es en realidad
una buena persona, pero a pesar de todo me sigue atrayendo". Así
pues, una relación basada en esa atracción inicial es muy
poco fiable, muy inestable, porque se apoya en algo pasajero. Ese sentimiento
dura muy poco, desaparecerá al cabo de poco tiempo. -Hizo chascar
los dedos-. En consecuencia, no debería sorprender a nadie que la
relación empezara a tener problemas, y todo matrimonio basado en
ella tuviera conflictos... Pero ¿usted qué piensa?
-Sí, estoy de acuerdo con usted en eso -admití-. Parece
ser-que en toda relación, incluso en las más ardientes, la
pasión termina por enfriarse. Algunas investigaciones han demostrado
que quienes consideran la pasión y el romanticismo esenciales para
su relación, suelen desilusionarse y divorciarse. Ellen Berscheid,
psicóloga social de la Universidad de Minnesota, lo estudió
y llegó a la conclusión de que la incapacidad para percatarse
de la limitada vida media del amor apasionado puede acabar con una relación.
Ella y sus colegas creen que el aumento de los índices de divorcio
durante los últimos veinte años se halla en parte relacionado
con la creciente importancia que concede la gente a experiencias emocionales
intensas en sus vidas, como es el caso del amor romántico. Porque
es difícil mantener esas experiencias durante mucho tiempo...
-Eso parece muy cierto -asintió-. Al abordar esos problemas,
se da uno cuenta de la tremenda importancia que tienen el examen y la comprensión
de la naturaleza fundamental de las relaciones. »Ahora bien, aunque
muchas relaciones se basan en la atracción sexual inmediata, en
otras la persona juzga con serenidad que desde el punto de vista físico
el otro no es demasiado atractivo, pero es una persona buena y amable.
Una relación como ésta es mucho más duradera, porque
genera una verdadera comunicación entre los dos...
El Dalai Lama se detuvo un momento, como si meditara, antes de añadir:.
-Conviene dejar claro que también se puede tener una relación
buena y saludable que incluya la atracción sexual. Parece ser, por
tanto, que existen dos clases de relación basadas en la atracción
sexual. Una de ellas obedece al puro deseo sexual. En ese caso, la motivación
o el impulso que hay tras el vínculo es realmente la satisfacción
temporal, la gratificación inmediata. Los individuos se relacionan
entre si no tanto como personas, sino más bien como objetos. Ese
vínculo no es muy sano, porque sin ningún componente de respeto
mutuo termina por convertirse casi en prostitución, como una casa
construida sobre cimientos de hielo: el edificio se desploma en cuanto
se funde el hielo.
»No obstante, hay relaciones en que la atracción sexual,
si bien es poderosa, no es fundamental. Existe un aprecio de valores relacionados
con la cordialidad. Estas relaciones son, por lo general, más duraderas
y fiables. y para establecer una relación semejante es preciso dedicar
tiempo suficiente a conocer las características del otro.
»En consecuencia, cuando mis amigos me preguntan sobre el matrimonio,
suelo preguntarles desde cuándo conocen a su pareja. Si me contestan
que desde hace sólo unos meses, suelo decirles: "Oh, eso es demasiado
poco". Si me hablan de unos años, ya me parece mejor porque sé
que entonces no sólo conocen el aspecto físico del otro,
sino también su naturaleza más profunda...
-Eso me recuerda la afirmación de Mark Twain: «Ningún
hombre o mujer sabe realmente qué es el amor perfecto hasta que
no lleva casado un cuarto de siglo».
El Dalai Lama asintió con un gesto y continuó:
-Sí... Creo que muchos problemas aparecen sencillamente porque
las personas no se conceden tiempo suficiente para conocerse unas a otras.
En cualquier caso, creo que si alguien trata de construir una relación
verdaderamente satisfactoria, la mejor forma de conseguirlo es conociendo
la naturaleza profunda del otro, y relacionándose con él
en ese nivel, en lugar de hacerlo simplemente a través de las características
superficiales. Y en esas relaciones también juega un papel la verdadera
compasión.
»He oído decir a muchas personas que su matrimonio tiene
un sentido más profundo que la simple relación sexual, que
el matrimonio implica a dos personas que tratan de enlazar sus vidas, compartir
sus vicisitudes y la intimidad. Si esa afirmación es honesta, la
relación es sana. Toda relación sana implica responsabilidad
y compromiso. Claro que el contacto físico, la relación sexual
de la pareja, puede tener un efecto calmante sobre la mente. Pero, después
de todo, desde el punto de vista biológico, el propósito
principal de la relación sexual es la reproducción. Y para
realizado con éxito, hay que tener una actitud de compromiso hacia
la descendencia, para que ésta pueda sobrevivir y desarrollarse.
Por eso es tan importante potenciar la capacidad para la responsabilidad
y el compromiso. Sin ella, la relación únicamente ofrece
una satisfacción temporal. Es simple diversión. Se echó
a reír, con una risa que parecía maravillada por el comportamiento
humano.
Relaciones basadas en el romanticismo
Me resultaba extraño estar hablando de sexo y matrimonio con
un hombre de más de sesenta años y célibe. No parecía
reacio a hablar de estos temas, aunque sí pude observar un cierto
distanciamiento en sus comentarios.
Esa misma noche, algo más tarde, al pensar en nuestra conversación,
se me ocurrió que aún quedaba un componente importante de
las relaciones del que no habíamos hablado, y sentía curiosidad
por saber cuál era su postura. Se lo planteé al día
siguiente.
-Ayer hablamos de las relaciones y de la importancia de basar una relación
íntima o matrimonial en algo más que en el sexo -empecé
a decir-. Pero, en la cultura occidental, lo que se considera muy deseable
no es únicamente el acto sexual físico, sino el clima de
romanticismo, estar profundamente enamorado del otro. En las películas,
la literatura y la cultura popular encontramos una exaltación de
este amor romántico. ¿Cuál es su punto de vista?
El Dalai Lama me contestó sin vacilación.
-Creo que, dejando aparte hasta qué punto la búsqueda
continua del amor romántico puede afectar a nuestro desarrollo espiritual
más profundo, incluso desde la perspectiva de un estilo de vida
convencional habría que considerar la idealización de ese
amor romántico como un caso extremo. A diferencia de las relaciones
en que hay atención hacia el otro y afecto genuino, no puede verse
como algo positivo -afirmó con decisión-. Se trata de algo
basado en la fantasía, inalcanzable; por lo tanto, puede ser una
fuente de frustración. Así pues, no debería ser considerado
como algo positivo.
El tono taxativo del Dalai Lama parecía indicar que no tenía
nada más que decir al respecto. A la vista del tremendo énfasis
que pone nuestra sociedad en el romanticismo, tuve la impresión
de que él desechaba demasiado a la ligera su atractivo. Dada la
educación monástica del Dalai Lama, imaginé que no
lo comprendía y que preguntarle sobre temas relacionados con el
amor romántico era como pedirle que acudiera al aparcamiento para
echarle un vistazo a mi coche por un problema que tenía con la transmisión.
Ligeramente decepcionado, me apresuré a consultar mis notas y me
dispuse a plantear otros temas.
¿Qué hace que el amor romántico sea tan atractivo?
Al examinar esta cuestión se descubre que eros, el amor romántico,
sexual, apasionado, el éxtasis definitivo, es un potente cóctel
de ingredientes culturales, biológicos y psicológicos. En
la cultura occidental, la idea ha florecido durante los últimos
doscientos años bajo la influencia del romanticismo, un movimiento
que ha contribuido mucho a configurar nuestra percepción del mundo
y que surgió como un rechazo del período anterior, la Ilustración,
con su énfasis en la razón humana.
El nuevo movimiento exaltaba la intuición, la emoción,
el sentimiento, la pasión. Subrayaba la importancia del mundo sensorial,
de la experiencia subjetiva del individuo, y tendía hacia el mundo
de la imaginación, de la fantasía, de la búsqueda
de un ámbito que no existe, de un pasado idealizado o de un futuro
utópico. Esta idea ha ejercido una profunda influencia no sólo
en el arte y la literatura, sino también en la política y
en todos los aspectos de la cultura occidental moderna. El impulso romántico
persigue el enamoramiento. En nosotros funcionan poderosas fuerzas que
nos llevan a buscar este sentimiento; aquí no se trata simplemente
de la glorificación del amor romántico, que hemos recogido
de nuestra cultura. Muchos investigadores creen que estas fuerzas se hallan
en nuestros genes. El enamoramiento, invariablemente mezclado con la atracción
sexual, quizá sea un componente genéticamente determinado
del instinto de apareamiento. Desde una perspectiva evolutiva, la tarea
principal del organismo es la de sobrevivir, reproducirse y asegurar la
supervivencia de la especie. Redunda por tanto en interés de las
especies el que estemos programados para enamorarnos; eso aumenta, ciertamente,
las probabilidades de apareamiento y reproducción. Disponemos por
lo tanto de mecanismos innatos que nos ayudan a que eso suceda; así,
en respuesta a ciertos estímulos, nuestros cerebros fabrican y bombean
sustancias químicas capaces de crear una sensación eufórica,
el «entusiasmo» asociado con el enamoramiento que a veces nos
abruma y bloquea otros sentimientos.
Las fuerzas psicológicas que nos impulsan a buscar el enamoramiento
son tan compulsivas como las fuerzas biológicas. En el Simposium
de Platón, Sócrates cuenta la historia del mito de Aristófanes
sobre el origen del amor sexual. Según este mito, los habitantes
originales de la Tierra eran criaturas de tronco esférico, cuatro
manos y Cuatro pies. Estos seres asexuados y autosuficientes eran muy arrogantes
y atacaron repetidamente a los dioses. Para castigarlos, Zeus los dividió
con sus rayos. Cada criatura quedó entonces convertida en dos, y
las mitades anhelaban volver a unirse.
Eros, el impulso hacia el amor apasionado y romántico, puede
verse como este antiguo deseo de fusión con la otra mitad. Parece
ser una necesidad humana, universal e inconsciente; fundirse con el otro,
derribar las fronteras, llegar a ser uno solo con el ser querido. Los psicólogos
llaman a esto el hundimiento de las fronteras del ego. Algunos creen que
este proceso tiene sus raíces en nuestras primeras experiencias,
las que tenemos en un estado primigenio en el que el niño se funde
por completo con el progenitor o con la persona que lo cuida.
Las pruebas sugieren que los recién nacidos no distinguen entre
sí y el resto del universo. No poseen sentido de la identidad personal
o, al menos, su identidad incluye a la madre, a otras personas y a todos
los objetos de su entorno. No saben dónde terminan ellos mismos
y empieza lo «otro». Les falta lo que se conoce como permanencia
del objeto: los objetos no tienen existencia independiente; si los niños
no interactúan con un objeto, éste no existe. Si, por ejemplo,
un niño sostiene un sonajero en la mano, lo reconoce como parte
de sí mismo, pero en cuanto se lo quitan y lo esconden a su vista,
el sonajero deja de existir.
En el momento de nacer, el cerebro todavía no está plenamente
«conectado». A medida que el bebé crece y el cerebro
madura, su interacción con el mundo que le rodea se hace más
compleja y el pequeño va adquiriendo gradualmente sentido de la
identidad personal, del «yo», en contraposición con
el «otro». Al mismo tiempo, se desarrolla una sensación
de aislamiento y una conciencia de las propias limitaciones. Naturalmente,
la formación de la identidad continúa durante la infancia
y la adolescencia, a medida que el individuo entra en contacto con el mundo.
Somos el resultado del desarrollo de representaciones internas, formadas
en buena parte por reflejos de las primeras interacciones con las personas
importantes de nuestra historia personal y por reflejos del papel que tenemos
en el conjunto de la sociedad. Poco a poco, la identidad personal y la
estructura intrapsíquica se hacen más complejas.
Pero es muy probable que una parte de nosotros siga tratando de regresar
a un estado anterior, un estado bienaventurado en el que no existía
sentimiento de aislamiento o separación. Muchos psicólogos
contemporáneos creen que la primera experiencia de «unicidad»
queda incorporada a nuestra mente subconsciente Y en la edad adulta impregna
nuestro inconsciente Y nuestras fantasías íntimas. "Están
convencidos de que la fusión con la persona amada cuando se está
enamorado es como un eco de la que hubo con la madre en la infancia. Recrea
esa sensación mágica, un sentimiento de omnipotencia, como
si todo fuera posible y resulta muy difícil soslayar un sentimiento
semejante.
No es nada extraño, por tanto, que la búsqueda del amor
romántico sea algo tan poderoso. ¿Cuál es entonces
el problema y por qué el Dalai Lama afirma sin vacilar que la búsqueda
del romanticismo es algo negativo?
Reflexioné sobre el problema de basar una relación en
el amor romántico, de refugiamos en el romanticismo como una fuente
de felicidad. Pensé entonces en David, un antiguo paciente mío.
David, un arquitecto paisajista de treinta y cuatro años, se presentó
en mi consulta con los síntomas típicos de una grave depresión.
Dijo que su depresión podía haber sido desencadenada por
algunas tensiones, relacionadas con el trabajo, pero que «en realidad,
parecía haber surgido de la nada». Analizamos la opción
de administrar un psicofármaco, que él aceptó. La
medicación fue muy efectiva y los síntomas agudos desaparecieron
al cabo de tres semanas, de modo que él pudo regresar a su vida
normal. Al explorar su historial, sin embargo, no tardé en darme
cuenta de que, además de la depresión aguda, también
sufría de distimia, una insidiosa depresión crónica
de baja intensidad, presente desde hacía muchos años. Una
vez que se hubo recuperado de la depresión aguda, empezamos a explorar
su historia personal, dando por supuesto que nos ayudaría a comprender
cómo se habría producido la distimia.
Después de unas cuantas sesiones, un día David llegó
a la consulta jubiloso.
-¡Me siento maravillosamente bien! -declaró-. ¡No
me había sentido tan bien desde hacía años! Mi reacción
ante esa noticia fue preguntarme si no había entrado en una fase
de perturbación. Pero no se trataba de eso. -¡Estoy enamorado!
-me dijo-. La conocí la semana pasaada en una subasta. Es la mujer
más hermosa que he visto jamás. Esta semana hemos salido
juntos casi todas las noches, y tengo la impresión de que somos
compañeros de toda la vida, nacidos el uno para el otro. ¡Simplemente,
no me lo puedo creer! No había salido con nadie desde hacía
dos o tres años y empezaba a creer que ya no podría hacerlo
cuando, de pronto, aparece ella.
David se pasó la mayor parte de la sesión catalogando
las notables virtudes de su nueva amiga.
-Creo que estamos hechos el uno para el otro en todos los sentidos.
No se trata únicamente de una cuestión sexual; nos interesamos
por las mismas cosas y hasta nos asusta damos cuenta de que pensamos lo
mismo. Naturalmente, soy realista y me doy cuenta de que nadie es perfecto...
Como por ejemplo la otra noche, en que me sentí un tanto molesto
porque pensé que flirteaba con unos hombres en el club donde estábamos...,
pero los dos habíamos bebido demasiado y ella no hacía sino
divertirse. Más tarde hablamos de ello y lo aclaramos. David regresó
a la semana siguiente para anunciarme que había decidido dejar la
terapia.
-Todo está funcionando maravillosamente bien en mi vida. Sencillamente,
no veo de qué podemos hablar en la terapia -me explicó-.
Mi depresión ha desaparecido. Duermo como un bebé. He recuperado
mi ritmo de trabajo y mantengo una magnífica relación que
no hace sino mejorar cada vez más. Creo que nuestras sesiones me
han ayudado, pero en estos momentos no veo razón alguna para seguir
gastando dinero en ellas.
Le dije que me alegraba de que todo le fuera tan bien, pero le recordé
algunos de los conflictos que habíamos empezado a identificar y
que podrían haberlo conducido a su distimia. Por mi mente pasaron
todos los términos psiquiátricos habituales, como «resistencia»
y «defensas». David, sin embargo, no se dejó convencer.
-Bueno, quizá algún día examine esas cosas -me
dijo-, pero creo que todo lo ocurrido ha tenido mucho que ver con la soledad,
con la sensación de que me faltaba alguien, una persona especial
con la que compartir mis cosas, y ahora ya la he encontrado.
Se mostró inflexible en cuanto a dar por terminada la terapia
ese mismo día. Tomamos medidas para que su médico de cabecera
mantuviera un seguimiento del régimen de medicación, dedicamos
la sesión a una revisión y terminé asegurándole
que podía venir a verme siempre que lo deseara.
Varios meses más tarde, David regresó a la consulta.
-Lo he pasado muy mal -dijo con tono abatido-. La última vez
que le vi las cosas funcionaban magníficamente. Creí haber
encontrado realmente a la pareja ideal. Le planteé incluso el matrimonio.
Pero cuanto más cerca quería estar de ella, tanto más
se alejaba de mí. finalmente, rompió conmigo, y durante un
par de semanas volví a estar realmente deprimido. Empecé
incluso a llamarla sin decir nada, sólo para escuchar su voz, y
a acercarme a su lugar de trabajo sólo para ver si su coche estaba
allí. Después de aproximadamente un mes sentí náuseas
ante lo que estaba haciendo; me parecía ridículo. Entonces,
al menos, la depresión mejoró un poco. Ahora como y duermo
bien, me va bien en el trabajo y tengo mucha energía, pero sigo
con la sensación de que me falta algo. Es como si hubiera retrocedido,
me siento exactamente como me he sentido durante tantos años...
Reanudamos la terapia.
Parece claro que, como fuente de felicidad, el amor romántico
deja mucho que desear. Y quizá el Dalai Lama no andaba tan descaminado
al rechazar el amor romántico como base para una relación
y al describirlo como una simple «fantasía... inalcanzable»,
algo que no merecía nuestros esfuerzos. Considerándolo más
atentamente, tal vez él hacía una descripción objetiva
de la naturaleza del amor romántico y no, como yo creía,
un juicio negativo, promovido por sus muchos años de formación
monacal. Hasta los diccionarios, que ofrecen numerosas definiciones de
«idilio» y «romántico», emplean profusamente
expresiones como «historia ficticia», «exageración»,
«falsedad», «fantasioso o imaginativo», «no
práctico», «sin base en los hechos», «característico
o preocupado por el acto amoroso o el cortejo idealizado», «obsesionado
por hechos amatorios idealizados», etcétera. Es evidente que
en algún momento de la civilización occidental se ha producido
un cambio. El concepto antiguo de eros, Con su componente de fusión
con el otro, ha adquirido un nuevo significado. El idilio romántico
adopta así una cualidad artificial, con matices de fraude y engaño,
lo que indujo a Oscar Wilde a observar crudamente: «Cuando uno está
enamorado, empieza siempre por engañarse a sí mismo y acaba
siempre engañando a los demás. Eso es lo que el mundo considera
un idilio romántico».
Antes exploramos el papel de la proximidad y la intimidad en la felicidad
humana. No cabe la menor duda de que es importante. Pero si buscamos una
satisfacción duradera en una relación, el fundamento de la
misma tiene que ser sólido. Por esa razón el Dalai Lama nos
anima a examinar la base de nuestros vínculos. La atracción
sexual, e incluso la intensa sensación de enamoramiento, pueden
tener un papel en la creación del vínculo inicial entre dos
personas, pero lo mismo que sucede con el pegamento, este factor tiene
que mezclarse con otros ingredientes para formar una unión duradera.
Al tratar de identificarlos, nos volvemos una vez más hacia lo que
aconseja el Dalai Lama para construir una relación sólida:
afecto, compasión y respeto mutuo. Esas cualidades nos permiten
alcanzar una vinculación más profunda y significativa, no
sólo con nuestro amante o cónyuge, sino también con
amigos, conocidos e incluso personas totalmente extrañas; es decir,
virtualmente con todos los seres humanos. Nos abre posibilidades y oportunidades
ilimitadas para la conexión.
7 El valor y los beneficios de la compasión
Definición de la compasión
A medida que avanzaban nuestras conversaciones, descubrí que
la compasión en la vida del Dalai Lama es mucho más que el
mero cultivo de la benevolencia para mejorar la relación con los
demás: como budista practicante, la compasión era indispensable
para su desarrollo espiritual.
-Dada la importancia que le concede el budismo, como parte esencial
del desarrollo espiritual-pregunté-, ¿podría definirme
con mayor claridad qué quiere decir al hablar de «compasión»?
El Dalai Lama contestó:
-La compasión puede definirse como un estado mental que no es
violento, no causa daño y no es agresivo. Se trata de una actitud
mental basada en el deseo de que los demás se liberen de su sufrimiento,
y está asociada con un sentido del compromiso, la responsabilidad
y el respeto a los demás. »En la definición de compasión,
la palabra tibetana Tse-wa denota también un estado mental que implica
el deseo de cosas buenas para uno mismo. Para desarrollar el sentimiento
de compasión, puede empezarse por el deseo de liberarse uno mismo
del sufrimiento, para luego cultivarlo, incrementarlo y dirigirlo hacia
los demás.
»Ahora bien, cuando la gente habla de compasión, creo
que la confunde a menudo con el apego. Así que tenemos que establecer
primero una distinción entre dos clases de amor o compasión.
La primera se halla matizada por el apego, se ama a otro esperando que
el otro nos ame a su vez. Esta compasión es bastante parcial y sesgada,
y una relación basada exclusivamente en ella es inestable. Una relación
apoyada en la percepción e identificación de la persona como
un amigo puede conducir a un cierto apego emocional y a una sensación
de proximidad. Pero si se produce un cambio en la situación, un
desacuerdo quizá, o que el otro haga algo que nos enoje, cambia
la perspectiva y desaparece el otro como "amigo". El apego emocional se
evapora entonces y, en lugar de amor y preocupación, quizá
se experimente odio. Así pues, ese amor basado en el apego puede
hallarse estrechamente vinculado con el odio.
»Pero existe una compasión libre de tal apego. Ésa
es la verdadera compasión. No obedece tanto a que tal o cual persona
me sea querida como al reconocimiento de que todos los seres humanos desean,
como yo, ser felices y superar el sufrimiento. y también, como me
sucede a mí, tienen el derecho natural de satisfacer esta aspiración
fundamental. Sobre la base del reconocimiento de esta igualdad, se desarrolla
un sentido de afinidad. Tomando eso como fundamento, se puede sentir compasión
por el otro, al margen de considerarlo amigo o enemigo. Tal compasión
se basa en los derechos fundamentales del otro y no en nuestra proyección
mental. De ese modo, se genera amor y compasión, la verdadera compasión.
»Vemos entonces que establecer la distinción entre estas
dos clases de compasión y cultivar la verdadera puede ser algo muy
importante en nuestra vida cotidiana. En el matrimonio, por ejemplo, existe
generalmente un componente de apego emocional. Pero si interviene también
la verdadera compasión, basada en el respeto mutuo como seres humanos,
el matrimonio tiende a durar mucho tiempo. En el caso del apego emocional
sin compasión, en cambio, el matrimonio es más inestable,
con tendencia a fracasar.
Esa compasión universal, divorciada del sentimiento personal
me parecía una exigencia excesiva.
-Pero el amor o la compasión es un sentimiento subjetivo. Creo
que el tono del sentimiento sería el mismo, tanto si se «matiza
con apego» como si es «verdadero». ¿Por qué
es importante hacer una distinción?
El Dalai Lama me contestó con firmeza.
-En primer lugar, creo que hay diferencias entre el amor genuino, o
compasión, y el amor basado en el apego. No es el mismo sentimiento.
La verdadera compasión es mucho más fuerte, amplia y profunda.
El amor y la compasión verdaderos también son más
estables, más fiables. Por ejemplo, ves a un animal sufriendo intensamente,
como un pez que se debate con el anzuelo en la boca, y no puedes soportar
su dolor. No se debe a ninguna conexión especial con ese animal
un sentimiento que se expresaría con: «Ese animal es mi amigo».
En este caso, tu compasión surge simplemente del reconocimiento
de que ese otro ser también tiene sentimientos, también experimenta
dolor y tiene derecho a no sufrir. Así pues, esa compasión,
no mezclada con el deseo o el apego, es mucho más sana y perdurable.
Seguí ahondando un poco más en el tema.
-En su ejemplo de ver sufrir intensamente a un pez, plantea una cuestión
vital, asociada Con la incapacidad de soportar su dolor. -Sí -contestó
el Dalai Lama-. En cierto sentido, podría definirse la compasión
como el sentimiento de no poder soportar el sufrimiento de otros seres
sensibles. y para generar ese sentimiento se tiene que haber apreciado
antes la gravedad o la intensidad del sufrimiento del otro. Así
pues, creo que cuanto más plenamente comprendamos el sufrimiento,
tanto más profunda será nuestra capacidad de compasión.
-Bien -dije, dispuesto a abordar lo esencial-, sin duda una mayor conciencia
del sufrimiento del otro puede intensificar nuestra capacidad para la compasión.
De hecho, la compasión supone, por definición, abrirse al
sufrimiento del otro, compartirlo. Pero hay una cuestión más
básica: ¿por qué deseamos asumir el sufrimiento del
otro cuando ni siquiera queremos soportar el propio? La mayoría
de nosotros hace todo lo posible para evitar el dolor, hasta el punto de
tomar drogas, por ejemplo. Entonces, ¿por qué asumir deliberadamente
el sufrimiento de otro?
El Dalai Lama me contestó sin vacilación.
-Creo que hay una diferencia cualitativa. -Hizo una pausa y luego,
como si se hubiera percatado sin esfuerzo de mis sentimientos, continuó-:
Al pensar en nuestro sufrimiento, nos sentimos abrumados, como si soportáramos
una pesada carga, e impotentes. Hay un cierto desánimo, como si
nuestras facultades se debilitaran.
»Al generar compasión, en cambio, al asumir el sufrimiento
de otro, también se puede experimentar inicialmente un cierto grado
de incomodidad, una sensación de que aquello es insoportable. Pero,
el sentimiento es muy diferente porque, por debajo de la incomodidad, hay
un grado muy alto de alerta y determinación, ya que se asume voluntaria
y deliberadamente el sufrimiento del otro con un propósito elevado.
Aparece un sentimiento de conexión y compromiso, la voluntad de
abrirse a los demás, una sensación de frescura en lugar de
desánimo. Recuerda la situación de un atleta. Mientras se
halla sometido a un entrenamiento riguroso, el atleta sufre mucho, trabaja,
suda, se esfuerza. Puede ser una experiencia dolorosa y agotadora. Pero
él no la ve como tal, sino que la asume como una experiencia asociada
con un sentido: el goce. Si esa persona, sin embargo, se viera sometida
a cualquier otro trabajo físico que no formara parte de su entrenamiento
- pensaría: "¿Por qué; tengo que someterme a este suplicio?".
Así pues, en la actitud mental radica la gran diferencia.
Estas palabras, pronunciadas con tanta convicción, me elevaron
desde un sentimiento de agobio hasta otro relacionado con la posibilidad
de la resolución del sufrimiento o de su trascendencia.
-Ha dicho que el primer paso para generar esa clase de compasión
era la apreciación del sufrimiento. Pero ¿no existe alguna
otra técnica budista para aumentar la compasión?
-Sí. En la tradición del budismo Mahayana, por ejemplo,
encontramos dos. Se las conoce como el «método de los siete
puntos de causa-efecto» y el «intercambio e igualdad de uno
mismo con los demás». Esta última se encuentra en el
octavo capítulo de Guía del estilo de vida del Bodhisattva,
de Shantideva. -Miró el reloj, dándose cuenta de que se nos
acababa el tiempo-. A finales de esta semana, durante las charlas, practicaremos
algunos ejercicios o meditaciones sobre la compasión.
El verdadero valor de la vida humana
-Hemos estado hablando sobre la importancia de la compasión -empecé
a decir-, acerca de su convicción de que el afecto y la cordialidad
son absolutamente necesarios para la felicidad. Pero supongamos que un
rico hombre de negocios se le acerca y le dice: «Su Santidad, decís
que la benevolencia y la compasión son actitudes decisivas en la
búsqueda de la felicidad. Pero resulta que no soy por naturaleza
una persona muy cálida o afectuosa. Para ser francos, no me siento
particularmente compasivo o altruista. Tiendo a ser más bien racional,
práctico y quizá intelectual, no experimento emociones de
aquella clase. No obstante, me siento a gusto y feliz con mi vida. Tengo
un negocio de mucho éxito, buenos amigos, me ocupo de mi esposa
y de mis hijos y creo mantener buenas relaciones con ellos. No tengo la
impresión de que me falte nada. Desarrollar compasión y altruismo
me parece muy bien, pero ¿de qué me sirve? Todo eso me parece
demasiado sentimental».
-En primer lugar -replicó el Dalai Lama-, si una persona me
dijera eso dudaría que fuera realmente feliz en lo más profundo
de sí. Estoy convencido de que la compasión constituye la
base de la supervivencia humana, el verdadero valor de la vida humana y
que, sin ella, nos falta una pieza fundamental. Una fuerte sensibilidad
ante los sentimientos de los demás es producto del amor y la compasión,
y sin ella el hombre de su ejemplo tendría problemas para relacionarse
con su esposa. Si mantuviera realmente esa actitud de indiferencia ante
el sufrimiento y los sentimientos de los demás, aunque fuera multimillonario,
tuviera una buena educación, una familia y se hallara rodeado de
amigos ricos y poderosos, lo positivo en su vida sería sólo
superficial.
»Pero si continuara ajeno a la compasión, y creyendo que
no le falta nada..., resultaría un tanto difícil ayudarle
a comprender la importancia de ella...
El Dalai Lama se interrumpió para reflexionar. Sus pausas a
lo largo de nuestra conversación no creaban un silencio incómodo
entre nosotros, pues parecían dar más peso y significado
a sus palabras cuando se reanudaba la conversación.
-Volviendo a su ejemplo, puedo señalar varias cosas. En primer
lugar, le sugeriría a ese hombre que reflexionara sobre su propia
experiencia. Se daría cuenta de que si alguien lo trata con compasión
y afecto le hace feliz. Así pues, y sobre la base de esa experiencia,
podría darse cuenta de que los demás también se sienten
felices cuando se les demuestra afecto y compasión. En consecuencia,
reconocer este hecho contribuiría a que fuera más respetuoso
con la sensibilidad de los demás y a inclinarlo hacia la compasión.
Al mismo tiempo, descubriría que cuanto más afecto se ofrece
a los demás, tanto más afecto se recibe. No creo que tardara
mucho en darse cuenta de eso. Y, como consecuencia, en su vida la confianza
mutua y la amistad tendrían bases sólidas.
»Supongamos ahora que ese hombre tuviera toda clase de posesiones
materiales, se viera rodeado de amigos, se sintiera seguro y su familia
estuviera satisfecha de disfrutar de una vida cómoda. Es concebible
que, hasta cierto punto e incluso sin recibir afecto, el hombre no experimentara
la sensación de que le falta algo. Pero si creyera que todo está
bien, que no hay verdadera necesidad de desarrollar compasión, le
diría que ese punto de vista se debe a la ignorancia y a la estrechez
de miras. Aunque pareciera que los demás se relacionan con él
plenamente, en realidad podrían verse influidos por su riqueza y
su poder. Así que, en cierto modo, aunque no recibieran afecto de
él, quizá se sintieran satisfechos y no esperaran más.
Pero si la fortuna de este hombre declinara, la relación se debilitaría.
Entonces él empezaría a valorar el calor humano y sufriría.
»No obstante la compasión es algo con lo que se puede
contar, y aunque se tengan problemas económicos o la buena fortuna
disminuya, se seguiría teniendo algo que compartir con los semejantes.
Las economías mundiales son siempre poco sólidas, y estamos
expuestos a muchas pérdidas en la vida, pero la actitud compasiva
es algo que siempre podemos llevar con nosotros. Entró un asistente
vestido con una túnica marrón y sirvió silenciosamente
el té, mientras el Dalai Lama seguía hablando. -Claro que
al intentar explicarle a alguien la importancia de la compasión
podemos encontrarnos con una persona muy endurecida, individualista y egoísta,
alguien preocupado únicamente por sus intereses. Y hasta es posible
que haya personas incapaces de experimentar empatía. No obstante,
incluso a esas personas es posible señalarles la importancia de
la compasión y el amor, argumentando que es la mejor forma de satisfacer
sus propios intereses. Esas personas desean disfrutar de buena salud, vivir
mucho tiempo y tener paz mental, felicidad y alegría. Y tengo entendido
que hay pruebas científicas de que se pueden alcanzar mediante el
amor y la compasión... Pero, como médico, como psiquiatra,
quizá sepa usted más que yo sobre eso.
-Sí -asentí-. Creo que hay pruebas científicas
que apoyan las afirmaciones sobre los beneficios físicos y emocionales
de los estados mentales compasivos.
-En tal caso, creo que eso animaría ciertamente a algunas personas
a cultivar dicho estado mental-comentó el Dalai Lama-. Pero dejando
al margen esos estudios científicos, hay argumentos que la gente
podría extraer de sus experiencias cotidianas. Se podría
seña lar, por ejemplo, que la falta de compasión conduce
a una cierta crueldad. Muchos ejemplos revelan que en el fondo las personas
crueles son infelices, como Stalin y Hitler. Sufren una angustiosa sensación
de inseguridad y temor, incluso mientras duermen... Les falta algo que
sí puede encontrarse en una persona compasiva, como la sensación
de libertad, de abandono, que les permite relajarse cuando duermen. La
gente cruel no tiene nunca esa experiencia. Están siempre agobiadas
por algo, no pueden dejarse llevar, no se sienten libres.
»Aunque no hago sino especular -siguió diciendo-, yo diría
que si se le preguntara a esas personas crueles: "¿ Cuándo
se sintió más feliz, durante la infancia, mientras su madre
le cuidaba, y estaba íntimamente unido a su familia, o ahora que
tiene más poder, influencia y posición?", contestarían
que su infancia fue más agradable. Creo que hasta Stalin fue querido
por su madre durante su infancia.
-Stalin -observé- ha sido un ejemplo perfecto de las consecuencias
de vivir sin compasión. Es sabido que los dos rasgos principales
que caracterizaron su personalidad fueron la crueldad y el recelo. El consideraba
la crueldad una virtud y se puso el apodo de Stalin, que significa «hombre
de acero». Con los años se tornó cada vez más
cruel. Su actitud recelosa llegó a ser legendaria. Ordenó
purgas masivas y campañas contra diversos grupos, con el resultado
de millones de personas recluidas en campos de concentración. A
pesar de todo, él seguía viendo enemigos por todas partes.
Poco antes de su muerte le dijo a Nikita Jruschev: «No confío
en nadie, ni siquiera en mí mismo». Al final, se revolvió
incluso contra su personal más fiel. y está claro que cuanto
más cruel y poderoso era, más desdichado se sentía.
Un amigo dijo que al final el único rasgo humano que le quedaba
era la infelicidad. y su hija Svetlana describió cómo se
veía agobiado por la soledad y el vacío interior, hasta el
punto de que ya no creía que los demás fueran capaces de
ser sinceros o de tener un corazón cálido.
»En cualquier caso, sé que sería muy difícil
comprender a personas como Stalin y por qué hicieron cosas terribles.
Pero vemos que incluso estas personas extremadamente crueles miran hacia
atrás con nostalgia, al recordar los aspectos más agradables
de su infancia, como el amor que recibieron de sus madres. Y, sin embargo,
¿dónde deja eso a las personas que no vivieron infancias
agradables ni tuvieron madres cariñosas? ¿Qué decir
entonces de las personas que fueron maltratadas? Estamos hablando de la
compasión, así que para que la gente desarrolle capacidad
para ella, ¿no le parece necesario que hayan sido criados por personas
que les demostraran calor y afecto?
-Sí, creo que eso es importante -convino el Dalai Lama. Hizo
girar el rosario entre los dedos, con movimientos ágiles-. Hay algunas
personas que, ya desde el principio, han sufrido mucho y les ha faltado
el afecto de los demás, y más tarde parecen no tener capacidad
para la compasión y el afecto; son personas cuyo corazón
se ha endurecido y son brutales...
El Dalai Lama se detuvo de nuevo y, durante un rato, pareció
reflexionar profundamente sobre el tema. Al inclinarse sobre el té,
los contornos de sus hombros sugirieron que se hallaba profundamente sumido
en sus pensamientos. Tomó el té en silencio. Finalmente,
se encogió de hombros, como si reconociera que no había encontrado
la solución.
-¿Cree entonces que las técnicas para aumentar la empatía
y desarrollar la compasión no serían útiles en personas
con tales antecedentes? -le pregunté.
-En general esas técnicas siempre han tenido efectos beneficiosos,
pero es posible que en algunos casos sean ineficaces... -¿ Y las
técnicas específicas que aumentan la compasión, a
las que antes se refería? -le interrumpí, tratando de clarificar
las cosas. -Precisamente de eso es de lo que estábamos hablando.
En primer lugar, el aprendizaje y la comprensión clara del valor
de la compasión permiten alcanzar sentimientos de estar convencidos
y decididos a practicarla. A continuación se emplean los métodos
para aumentar la empatía, como la imaginación, la creatividad,
imaginarse en la situación del otro. Esta semana, en las charlas,
hablaremos de ciertas prácticas, como el Tong-Len, que sirven para
fortalecer la compasión. Pero creo que es importante recordar que
nunca se esperó que estas técnicas pudieran ayudar a todos
sin excepción.
»Lo que importa es que la gente realice un esfuerzo sincero por
desarrollar su capacidad de compasión. El grado de desarrollo que
alcancen depende, desde luego, de muchas variables. Pero si se esfuerzan
por ser amables, por cultivar la compasión y conseguir que el mundo
sea un lugar mejor, al final del día podrán decirse: "¡Al
menos he hecho lo que he podido!".
Los beneficios de la compasión
En años recientes muchos estudios apoyan la conclusión
de que el desarrollo de la compasión y el altruismo tiene un efecto
positivo sobre nuestra salud física y emocional. En un conocido
experimento, David McClelland, psicólogo de la Universidad de Harvard,
mostró a un grupo de estudiantes una película sobre la Madre
Teresa trabajando entre los enfermos y los pobres de Calcuta. Los estudiantes
declararon que la película había estimulado sus sentimientos
de compasión. Más tarde, se analizó la saliva de los
estudiantes y se descubrió un incremento en el nivel de inmunoglobulina
A, un anticuerpo que ayuda a combatir las infecciones respiratorias. En
otro estudio realizado por ]ames House en el Centro de Investigación
de la Universidad de Michigan, los investigadores descubrieron que realizar
trabajos de voluntariado con regularidad, interactuar con los demás
en términos de benevolencia y compasión, aumentaba espectacularmente
las expectativas de vida y, probablemente, también la vitalidad
general. Muchos investigadores del nuevo campo de la medicina mente-cuerpo
han realizado descubrimientos similares y concluido que los estados mentales
positivos pueden mejorar nuestra salud física.
Además de los efectos beneficiosos que tiene sobre la salud
física, hay pruebas de que la compasión y el cuidado de los
demás Contribuyen a mantener una buena salud emocional. Abrirse
para ayudar a los demás induce una sensación de felicidad
y serenidad. En un estudio realizado a lo largo de treinta años
con un grupo de graduados de Harvard, el investigador George Vaillant llegó
a la conclusión de que un estilo de vida altruista constituye un
componente básico de una buena salud mental. En una encuesta de
Allan Luks, realizada entre varios miles de personas que participaban regularmente
en actividades de voluntariado, declaró tener más del 90
por ciento, una sensación de «entusiasmo» asociado con
la actividad, caracterizado por un incremento de energía y autoestima
y una especie de euforia. El voluntariado no sólo proporcionaba
una interacción que era emocionalmente nutritiva, sino también
esa «serenidad del que ayuda», vinculada con el alivio de perturbaciones
derivadas del estrés.
Aunque las pruebas científicas apoyan claramente la postura
del Dalai Lama acerca del valor de la compasión, no hay necesidad
de acudir a experimentos y encuestas para confirmar la corrección
de su punto de vista. Podemos descubrir los estrechos vínculos que
existen entre compasión y felicidad en nuestras vidas y las vidas
de quienes nos rodean. Joseph, un contratista de la construcción
de sesenta años, a quien conocí hace unos años, es
un buen ejemplo de ello. Durante treinta años, Joseph se aprovechó
de las ventajas de la expansión aparentemente ilimitada que se produjo
en Arizona, y se convirtió en multimillonario. A finales de la década
de 1980, sin embargo, se produjo la crisis inmobiliaria más grande
de la historia del estado. Joseph estaba fuertemente endeudado y lo perdió
todo. Sus problemas financieros crearon fuertes tensiones entre él
y su esposa, que finalmente llevaron al divorcio después de veinticinco
años de matrimonio. Joseph empezó a beber en exceso. Afortunadamente,
pudo dejarlo con la ayuda de Alcohólicos Anónimos. Como parte
de su programa, ayudó a otros alcohólicos a rehabilitarse.
Descubrió entonces que disfrutaba con la actividad de voluntario.
Dedicó sus conocimientos empresariales a ayudar a los económicamente
deprimidos. Al hablar de la vida que llevaba, Joseph señaló:
-Ahora soy propietario de un pequeño negocio de albañilería
con unos ingresos modestos, y ya no volveré a ser tan rico como
antes. Lo más extraño de todo, sin embargo, es que no añoro
aquella prosperidad. Dedico mi tiempo a actividades de voluntariado para
diferentes grupos, a trabajar directamente con la gente, a ayudarlas lo
mejor que puedo. Actualmente, disfruto más en un solo día
que antes en un mes, cuando ganaba mucho dinero. Nunca he sido tan feliz.
Meditación sobre la compasión
Fiel a su palabra, el Dalai Lama terminó su ciclo de conferencias
en Arizona con una meditación sobre la compasión. Fue un
sencillo ejercicio. No obstante, pareció sintetizar poderosa y elegantemente
su análisis previo.
-Al generar compasión, se empieza por reconocer que no se desea
el sufrimiento y que se tiene el derecho a alcanzar la felicidad. Eso es
algo que puede verificarse con facilidad. Se reconoce luego que las demás
personas, como uno mismo, no desean sufrir y tienen derecho a alcanzar
la felicidad. Eso se convierte en la base para empezar a generar compasión.
»Así pues, meditemos hoy sobre la compasión. Empecemos
por visualizar a una persona que está sufriendo, a alguien que se
encuentra en una situación dolorosa, muy infortunada. Durante los
tres primeros minutos de la meditación, reflexionemos sobre el sufrimiento
de ese individuo de forma analítica, pensemos en su intenso sufrimiento
y lo infeliz de su existencia. Después tratemos de relacionarlo
con nosotros mismos, pensando; "Ese individuo tiene la misma capacidad
que yo para experimentar dolor, alegría, felicidad y sufrimiento".
A continuación, tratemos de que surja en nosotros un sentimiento
natural de compasión hacia esa persona. Intentemos llegar a una
conclusión, pensemos en lo fuerte que es nuestro deseo de que esa
persona se vea libre de su sufrimiento. Tomemos la decisión de ayudarla
a sentirse aliviada. Finalmente, concentrémonos en esa resolución
y durante los últimos minutos de la meditación, tratemos
de generar un estado de compasión y de amor en nuestra mente.
Tras decir esto, el Dalai Lama adoptó una postura de meditación,
con las piernas cruzadas, y permaneció completamente inmóvil.
Se produjo un intenso silencio. Era emocionante estar sentado entre la
multitud aquella mañana. Imagino que ni siquiera el individuo más
endurecido pudo evitar sentirse conmovido al verse rodeado por milquinientas
personas que concentraban su pensamiento en la compasión. Al cabo
de unos pocos minutos, el Dalai Lama inició un cántico tibetano
en tono bajo, con una voz profunda y melódica, que se rompía,
descendía suavemente y consolaba.
Tercera parte
Transformación
del sufrimiento
8 Afrontar el sufrimiento
EN TIEMPOS DE BUDA, murió el único hijo de una mujer llamada
Kisagotami. Incapaz de aceptar aquello, la mujer corrió de una persona
a otra en busca de una medicina que devolviera la vida a su hijo. Le dijeron
que Buda la tenía.
Kisagotami fue a ver a Buda, le rindió homenaje y preguntó:
-¿Puedes preparar una medicina que resucite a mi hijo? -Conozco
esa medicina -contestó Buda-. Pero para prepararla necesito ciertos
ingredientes.
-¿Qué ingredientes? -preguntó la mujer, aliviada.
- Tráeme un puñado de semillas de mostaza -le dijo Buda.
La mujer le prometió que se las procuraría, pero antes de
que se marchase, Buda añadió: -Necesito que las semillas
de mostaza procedan de un hogar donde no haya muerto ningún niño,
cónyuge, padre o sirviente. La mujer asintió y empezó
a ir de casa en casa, en busca de las semillas. En todas las casas que
visitó, la gente se mostró dispuesta a darle las semillas,
pero al preguntar ella si en la casa había muerto alguien, se encontró
con que todas las casas habían sido visitadas por la muerte; en
una había muerto una hija, en otra un sirviente, en otras el marido,
o uno de los padres. Kisagotami no pudo hallar un hogar donde no se hubiera
experimentado el sufrimiento de la muerte. Al darse cuenta de que no estaba
sola en su dolor, la madre se desprendió del cuerpo sin vida de
su hijo y fue a ver a Buda, quien le dijo con gran compasión:
-Creíste que sólo tú habías perdido un
hijo; la ley de la muerte es que no hay permanencia entre las criaturas
vivas.
La búsqueda de Kisagotami le enseñó que nadie se
libra del sufrimiento y la pérdida. Ella no era una excepción.
Esa comprensión no eliminó el sufrimiento inevitable que
comporta toda pérdida, pero redujo el que deriva de luchar contra
ese triste hecho.
Aunque el dolor y el sufrimiento son fenómenos humanos universales,
eso no hace que sea fácil aceptarlos. Los seres humanos han diseñado
un vasto repertorio de estrategias para evitarlos. A veces utilizamos medios
externos, como sustancias químicas, eliminando o reduciendo nuestro
dolor con drogas y alcohol. También disponemos de mecanismos internos,
de defensas psicológicas, a menudo inconscientes, que nos protegen
de dolores y angustias excesivos. En ocasiones, esos mecanismos de defensa
pueden ser bastante primitivos, como negarnos a reconocer que existe un
problema. En otras ocasiones, lo reconocemos vagamente, sumergidos en distracciones
o entretenimientos. O incapaces de aceptar que tenemos un problema, lo
proyectamos inconscientemente sobre los demás y los acusamos de
ocasionarnos sufrimiento. «Sí, me siento muy desdichado. Pero
me sentiría bien si no fuera por ese jefe desquiciado que me persigue.»
El sufrimiento sólo se puede evitar temporalmente. Pero, al
igual que una enfermedad que se deja sin tratar (o que se trata superficialmente
con una medicación que se limita a enmascarar los síntomas),
invariablemente se encona y empeora. Las drogas o el alcohol alivian nuestro
dolor durante un tiempo, pero con su uso continuado el daño físico
a nuestros cuerpos y el daño social a nuestras vidas puede provocar
mucho más sufrimiento que la difusa insatisfacción o el agudo
dolor emocional que nos indujeron a consumir esas sustancias. Las defensas
psicológicas, como la negación o la represión, pueden
aliviar el dolor, pero el sufrimiento no desaparece por ello.
Randa perdió a su padre hace poco más de un año,
a causa del cáncer. Estaba muy compenetrado con él, y todos
se sorprendieron al observar lo bien que sobrellevaba su desaparición.
-Pues claro que me siento triste -explicaba con un tono estoico-. Pero
me encuentro bien. Lo echo de menos, pero la vida sigue y de todos modos
no puedo pensar en su pérdida. Tengo que ocuparme del funeral, de
mi madre y de las propiedades... Pero me irá bien -le decía
tranquilizadoramente a todos.
Un año más tarde, sin embargo, poco después del
primer aniversario de la muerte de su padre, Randall empezó a experimentar
una grave depresión. Acudió a verme y explicó:
-No comprendo qué me está causando esta depresión.
Todo parece ir bien en estos momentos. No puede ser por la muerte de mi
padre, porque eso ocurrió hace más de un año y ya
lo tengo asumido.
Sin embargo, con muy pocas sesiones de terapia quedó claro que
los esfuerzos que realizaba por dominar sus emociones, para «ser
fuerte», le habían impedido afrontar plenamente sus sentimientos
de dolor y pérdida, que siguieron creciendo hasta manifestarse en
una depresión abrumadora que sí se vio obligado a afrontar.
En el caso de Randall, su depresión desapareció con bastante
rapidez en cuanto enfocamos la atención sobre su dolor y sentimientos
de pérdida y pudo asumirlos. En ocasiones, sin embargo, nuestras
estrategias inconscientes para soslayar conflictos se hallan mucho más
profundamente enraizadas y es difícil sacarlas a la luz. Casi todos
conocemos a alguien que evita los problemas proyectándolos sobre
los demás, atribuyendo a los otros sus propios defectos. Ciertamente,
no es un método adecuado para eliminar los problemas, y por lo general
condena a una vida de infelicidad.
El Dalai Lama habló del sufrimiento humanó y la necesidad
de aceptado como un hecho natural de la existencia humana.
-En nuestras vidas abundan los problemas. Los mayores son los que no
podremos evitar, como el envejecimiento, la enfermedad y la muerte. No
pensar en ellos puede aliviamos temporalmente, pero creo que existe un
enfoque mejor. Si se afronta directamente el sufrimiento, se estará
en mejor posición para apreciar la profundidad y la naturaleza del
problema. Si en una batalla se desconocen las características del
enemigo y su capacidad de combate, nos veremos paralizados por el temor.
Este enfoque era claramente razonable pero, con el deseo de ahondar
un poco más en el tema, pregunté: -Sí, pero ¿y
si se afronta directamente un problema y se descubre que no hay solución?
Eso es bastante duro de aceptar. -Sigo creyendo que es mucho mejor -contestó
él con espíritu marcial-. Por ejemplo, pueden considerarse
negativos e indeseables el envejecimiento y la muerte, y tratar de olvidarlos.
Pero terminarán por llegar, inevitablemente. y si has evitado pensar
en ello, cuando estén ahí, se producirá una conmoción
que causará una insoportable inquietud mental. No obstante, si dedicas
algún tiempo a pensar en la vejez, la muerte y otras cosas infortunadas,
tu mente tendrá más estabilidad cuando esas cosas acontezcan,
puesto que ya te habrás familiarizado con su naturaleza.
»Ésa es la razón por la que creo que puede ser
útil prepararse, familiarizarse con el sufrimiento. Por utilizar
de nuevo la analogía de la batalla, reflexionar sobre el sufrimiento
puede verse como un ejercicio militar. La gente que nunca ha oído
hablar de la guerra, de cañones y bombardeos, podría llegar
a desmayarse si tuviera que entrar en combate. Pero, por medio de los ejercicios
militares, se familiariza con lo que puede suceder, de modo que, en el
caso de que estalle una guerra, las cosas no le serán tan duras.
-Bueno, no creo que familiarizarnos con el sufrimiento que puede sobrevenir
tenga algún valor para reducir el temor y el recelo; sigo pensando
que, a veces, ciertos dilemas no nos presentan ninguna otra opción
que el sufrimiento. ¿Cómo podemos evitar preocupamos en tales
circunstancias?
-¿ Un dilema? Por ejemplo, ¿cuál? Pensé
un momento.
-Bueno, digamos, por ejemplo, que una mujer está embarazada
y le practican una amniocentesis o un sonograma y descubren que el niño
tendrá un grave defecto de nacimiento, como una disfunción
mental o física extremadamente grave. La mujer se angustia, porque
no sabe qué hacer. Puede abortar y salvar así al bebé
de una vida de sufrimiento, pero entonces ella se enfrentará al
dolor de la pérdida y quizá a sentimientos de culpabilidad.
También puede dejar que la naturaleza siga su curso y tener el bebé.
Pero entonces quizá tenga que enfrentarse a una vida llena de sufrimientos
por la enfermedad del niño.
El Dalai Lama me escuchó atentamente mientras hablaba. Luego
me contestó con un tono un tanto melancólico.
-Esa clase de problemas son realmente muy difíciles, tanto si
los abordamos desde una perspectiva occidental como budista. Por lo que
se refiere a su ejemplo, nadie sabe realmente qué será lo
mejor a largo plazo. Aunque un niño nazca con un defecto, es posible
que a largo plazo sea mejor para la madre, la familia o incluso el propio
niño. Pero también existe la posibilidad de que, teniendo
en cuenta las consecuencias a largo plazo, sea mejor abortar. Pero ¿quién
decide una cosa así? Es muy difícil decirlo. Incluso desde
el punto de vista budista, esa clase de juicio se encuentra fuera del alcance
de nuestra capacidad racional. -Hizo una pausa, antes de añadir-:
En esas situaciones las convicciones juegan un papel determinante.
Permanecimos en silencio. Luego, tras sacudir la cabeza, dijo finalmente:
-Podemos preparamos para el sufrimiento, al menos hasta cierto
punto, recordando que a veces nos encontraremos con situaciones muy complicadas.
Uno puede prepararse mentalmente. Pero tampoco habría que olvidar
el hecho de que eso no resuelve el problema. Es posible que te ayude mentalmente
a afrontarlo, que reduzca el temor pero el problema sigue ahí. Su
ejemplo lo ilustra muy bien.
Percibí una nota de tristeza en su voz, pero la melodía
fundamental no era la desesperanza. Durante un minuto largo, el Dalai Lama
guardó silencio: sin dejar de mirar por la ventana, como si buscara
algo en el mundo. Finalmente, continuó:
-El sufrimiento forma parte de la vida. Tenemos una tendencia natural
a odiar nuestro sufrimiento y nuestros problemas. Pero creo que, habitualmente,
las personas no ven la naturaleza de nuestra existencia como caracterizada
por el sufrimiento... -De repente, el Dalai Lama se echó a reír-.
En los cumpleaños, la gente suele decir: «Feliz cumpleaños!
», cuando, en realidad, el día en que naciste fue el día
en que empezaste a sufrir. Pero nadie dice: «¡Feliz aniversario
del comienzo del sufrimiento!» -bromeó.
»Al aceptar que el sufrimiento forma parte de nuestra existencia
se pueden empezar a examinar los factores que normalmente dan lugar a sentimientos
de insatisfacción e infelicidad. En términos generales, por
ejemplo, te Sientes feliz si tú o personas cercanas a ti reciben
alabanzas, consiguen fama, fortuna y otras cosas agradables. Y uno se siente
desdichado y descontento si no se tienen esas cosas o si las alcanza un
enemigo. Sin embargo, al considerar tu vida cotidiana, descubres a menudo
que son muchos los factores que causan dolor sufrimiento y sentimientos
de insatisfacción, mientras que las situaciones que dan lugar a
la alegría y la felicidad son comparativamente raras. Eso es algo
por lo que tenemos que pasar, tanto si nos gusta como si no. y puesto que
ésta es la realidad de nuestra existencia, es posible que haya que
modificar nuestra actitud hacia el sufrimiento. Esa actitud es muy importante
porque determinará nuestra forma de afrontar el sufrimiento cuando
llegue. Ahora bien, la actitud habitual consiste en una aversión
e intolerancia intensas hacia nuestro dolor. Sin embargo, si pudiéramos
adoptar una actitud que nos permitiera una mayor tolerancia, eso contribuiría
mucho a contrarrestar los sentimientos de infelicidad, de insatisfacción
y de descontento.
"Para mí, personalmente, la práctica más efectiva
para tolerar el sufrimiento consiste en ver y comprender que el sufrimiento
es la naturaleza fundamental del Samsara, (' Samsara (sánscrito)
es un estado de la existencia caracterizado por interminables ciclos de
vida, muerte y renacimiento. Este término también se refiere
a nuestro estado ordinario de existencia, caracterizado por el sufrimiento.
Todos los seres permanecen en este estado, a consecuencia de las impronta
s kármicas de acciones pasadas y de estados «engañosos»
de la mente, hasta que se eliminan todas las tendencias negativas de la
mente y se alcanza un estado de liberación.) ':. de la existencia
no iluminada. Cuando se experimenta un dolor surge un sentimiento de rechazo.
Pero si en ese momento puedes contemplar la situación desde otro
ángulo y darte cuenta de que este cuerpo... -se palmeó un
brazo como demostración- es la base misma del sufrimiento, eso reduce
el rechazo, ese sentimiento de que, de algún modo, no mereces sufrir,
de que eres una víctima. Una vez que comprendes y aceptas esta realidad,
llegas a experimentar el sufrimiento como algo bastante natural.
»Así, por ejemplo, al recordar el sufrimiento por el que
ha tenido que pasar el pueblo tibetano, podría uno sentirse abrumado,
preguntándose: "¿ Cómo ha podido ocurrir esto?" .
Pero, desde otro ángulo, se puede reflexionar sobre el hecho de
que el Tíbet también se encuentra en pleno Samsara, como
el planeta y toda la galaxia.
Se echó a reír.
-En cualquier caso, creo que percibir la vida como un todo tiene un
papel importante en la actitud que se asuma ante el sufrimiento. Si tu
perspectiva básica, por ejemplo, es que el sufrimiento es negativo
y tiene que ser evitado a toda costa y que, en cierto sentido, es una señal
de fracaso, padecerás ansiedad e intolerancia y cuando te encuentres
en circunstancias difíciles, te sentirás abrumado. Por otro
lado, si tu perspectiva acepta que el sufrimiento es una parte natural
de la existencia, serás indudablemente más tolerante ante
las adversidades de la vida. Sin un cierto grado de tolerancia hacia el
propio sufrimiento, la vida se convierte en algo miserable, como una mala
noche eterna.
-Me parece que cuando dice que la naturaleza fundamental de la
existencia es el sufrimiento, algo básicamente insatisfactorio,
expresa un punto de vista bastante pesimista, realmente descorazonador.
El Dalai Lama se apresuró a replicar:
-Al hablar de la naturaleza insatisfactoria de la existencia, hay que
comprender que lo hago en el contexto del camino budista general. Estas
reflexiones tienen que comprenderse en su verdadero contexto; si no se
hace, estoy de acuerdo en que puede ser interpretado erróneamente
y considerado bastante pesimista y negativo. En consecuencia, es importante
comprender la postura budista respecto al sufrimiento. Lo primero que Buda
enseñó fue el principio de las cuatro nobles verdades, la
primera de las cuales es la verdad del sufrimiento. Y aquí se hace
hincapié en la toma de conciencia de la naturaleza humana.
»Lo que hay que tener en cuenta es que la importancia de la reflexión
sobre el sufrimiento deriva de la posibilidad de abandonado, porque hay
otra opción. Existe la posibilidad de liberarnos del sufrimiento.
Al eliminar sus causas, es posible liberarse de él. Según
el pensamiento budista, las causas profundas del sufrimiento son la ignorancia,
el anhelo y el odio, a las que se llama "los tres venenos de la mente".
Estos términos tienen connotaciones específicas utilizados
en un contexto budista. "Ignorancia", por ejemplo, no se refiere a la falta
de información, sino más bien a una falsa percepción
de la verdadera naturaleza del ser y de todos los fenómenos. Al
generar una percepción de la verdadera naturaleza de la realidad
y eliminar los estados negativos de la mente como el anhelo y el odio,
se puede alcanzar un estado completamente purificado de la mente, libre
del sufrimiento. En un contexto budista, al reflexionar sobre el hecho
de que el sufrimiento caracteriza la existencia cotidiana, nos estimulamos
a realizar prácticas que eliminarán sus causas profundas.
De otro modo, si no hubiera esperanza o posibilidad de liberarnos del sufrimiento,
la simple reflexión sobre el mismo sería enfermiza y, por
tanto, bastante negativa.
Mientras hablaba, empecé a percatarme de que reflexionar sobre
nuestra «naturaleza sufriente» podía ayudarnos a aceptar
las inevitables penas de la vida, que podía ser incluso un método
valioso para situar nuestros problemas cotidianos en la debida perspectiva.
Empecé así a ver el sufrimiento dentro de un contexto más
amplio, como parte de un camino espiritual más grande, sobre todo
si se tiene en cuenta la doctrina budista, que reconoce la posibilidad
de purificar la mente y, en último término, alcanzar un estado
en el que no hay más sufrimiento. Pero, alejándome de estas
grandiosas especulaciones filosóficas, sentí gran curiosidad
por saber cómo afrontaba el Dalai Lama el sufrimiento, cómo
abordaba la perdida de un ser querido, por ejemplo.
La primera vez que visité Dharamsala, hace muchos años,
pude conocer al hermano mayor del Dalai Lama, Lobsang Samden. Le llegué
a tomar cariño y me entristeció mucho su muerte. Sabedor
de que él y el Dalai Lama habían estado muy unidos, comenté:
-Imagino que la muerte de su hermano Lobsang debió de ser muy
dura para usted...
-Sí.
-Me preguntaba cómo la afrontó.
-Naturalmente, me sentí muy triste al enterarme de su muerte
-contestó con serenidad. -¿YY cómo asumió ese
sentimiento de tristeza? ¿Hubo algo en particular que le ayudara
a superarlo? -No lo sé -contestó, pensativo-. Experimenté
ese sentimiento de tristeza durante algunas semanas, pero luego, gradualmente,
fue desapareciendo. Había, sin embargo, un sentimiento de pesar.
-¿De pesar?
-Sí. Yo no estaba presente cuando murió y creo que si
hubiera estado allí, quizá podría haber hecho algo
para ayudar. De ahí procede ese sentimiento de pesar.
Toda una vida dedicada a contemplar la inevitabilidad del sufrimiento
humano pudo haber ayudado al Dalai Lama a aceptar Su pérdida, pero
no le convirtió en un individuo frío y sin emociones, dotado
de una inexorable resignación ante el sufrimiento; la tristeza de
su voz revelaba profundos sentimientos. Al mismo tiempo, sin embargo, su
candor y franqueza, totalmente desprovistos de autoconmiseración
o remordimiento, mostraban a un hombre que había aceptado plenamente
su pérdida.
Ese mismo día, nuestra conversación se prolongó
hasta bien entrada la tarde. Cuchilladas de luz dorada atravesaban la semipenumbra.
Un ambiente de melancolía inundaba la habitación y me hizo
saber que nuestra conversación se acercaba a su término.
Confiaba, sin embargo, en obtener algún consejo adicional para asumir
la muerte de un ser querido, aparte de limitarse a aceptar la inevitabilidad
del sufrimiento.
No obstante, cuando ya me disponía a hablar, me pareció
que estaba un tanto distraído y observé una sombra de cansancio
alrededor de sus ojos. Poco después, su secretario entró
silenciosamente y me dirigió aquella mirada afilada por los años
que indicaba que había llegado el momento de marcharse.
-Si... -dijo el Dalai Lama como si pidiera disculpas-, quizá
debiéramos dejarlo por hoy... Me siento un poco cansado.
Al día siguiente, antes de que yo tuviera la oportunidad de
volver a plantear el tema en nuestras conversaciones privadas, él
lo abordó en una de sus charlas públicas. Uno de los presentes,
claramente sumido en el sufrimiento, preguntó al Dalai Lama:
-¿Tiene alguna sugerencia sobre cómo afrontar una gran
pérdida personal, como la de un hijo?
El Dalai Lama contestó, con un suave tono de compasión:
-Eso depende, hasta cierto punto, de las creencias personales. Si se
cree en la reencarnación, eso puede mitigar la pena o la preocupación.
Cabe consolarse con el hecho de que el ser querido renacerá algún
día.
»Las personas que no creen en la reencarnación,
han de tener presente en primer lugar, que si se preocupan en exceso y
se dejan abrumar por la pena ya perdida, actuaran de forma nociva para
con ellos y además no beneficiarán a la persona que ha fallecido.
»En mi propio caso, por ejemplo, he perdido a mi más querido
y respetado tutor, a mi madre y también a uno de mis hermanos. Cuando
fallecieron, naturalmente me sentí muy triste. Pero no dejaba de
pensar que no servía de nada preocuparme demasiado y que, si quería
realmente a esas personas, debería cumplir sus deseos con una mente
serena. Así que hice todo lo que pude para que fuese así.
Creo que ésa es la forma adecuada de afrontado, procurar que se
cumplan los deseos de los desaparecidos.
»Inicialmente, claro está, los sentimientos de dolor y
ansiedad constituyen una respuesta natural ante una pérdida. Pero
si se le permite que esos sentimientos persistan, pueden conducirnos al
ensimismamiento, a la soledad del sufrimiento. Es entonces cuando aparece
la depresión. Por otra parte, la experiencia de la pérdida
alcanza a la mayoría de los seres humanos; es útil
reflexionar sobre ello, porque así ya no nos sentiremos aislados.
Eso puede ayudar.
Aunque el dolor y el sufrimiento sean fenómenos humanos universales,
he tenido a menudo la impresión de que las personas educadas en
las culturas orientales parecen tener una mayor capacidad para aceptarlos
y tolerarlos. Ello se debe en parte a sus creencias, pero quizá
también a que el sufrimiento es más visible en las naciones
más pobres, como la India. El hambre, la pobreza, la enfermedad
y la muerte están a la vista de todos. Cuando una persona envejece
o enferma, no es marginada ni enviada a una residencia, sino que permanece
en la comunidad y es atendida por la familia. Quienes viven en contacto
directo con la realidad no pueden negar fácilmente que el sufrimiento
forma parte de la existencia.
A medida que la sociedad occidental adquirió capacidad para
limitar el sufrimiento causado por las duras condiciones de vida, parece
que perdió la habilidad para afrontarlo. Los estudios de los sociólogos
ponen de manifiesto que la mayoría de la sociedad occidental moderna
tiende a pasar por la vida convencida de que el mundo es básicamente
un lugar agradable, que en general impera la justicia y que todos son buenas
personas que merecen cosas buenas. Estas convicciones ayudan a llevar una
vida más feliz y sana. Pero la aparición inevitable del sufrimiento
mina esas creencias y provoca graves crisis. Dentro de este contexto, un
trauma relativamente menor puede tener un enorme impacto psicológico,
que intensifica, el sufrimiento. No cabe la menor duda de que, con la actual
tecnología, en la sociedad occidental ha mejorado el nivel general
de bienestar, y esto ha aparejado un cambio en la percepción del
mundo: a medida que el sufrimiento se hace menos visible, deja de verse
como connatural a los seres humanos, se lo considera una anomalía,
una señal de que algo ha salido terriblemente mal, como una señal
de «fracaso» de algún sistema, incluso una violación
de nuestro derecho a la felicidad.
Estos pensamientos conllevan muchos peligros. Si pensamos en el sufrimiento
como algo antinatural, algo que no debiéramos experimentar, muy
pronto buscaremos un culpable. Si me siento desgraciado, tengo que ser
una «víctima», una idea demasiado común en Occidente.
El que nos castiga con el sufrimiento puede ser el gobierno, el sistema
educativo, unos padres abusivos, una «familia disfuncional»,
el sexo opuesto o nuestro despreocupado cónyuge. O quizá
el mal esté dentro de nosotros: unos genes defectuosos. El riesgo
de asignar culpas y mantener una postura de víctima es precisamente
la perpetuación de nuestro sufrimiento, con sentimientos persistentes
de cólera, frustración y resentimiento.
Naturalmente, el deseo de librarse del sufrimiento es un objetivo Iegítimo
de todo ser humano. Es el corolario de nuestro deseo de ser felices. Es
por tanto apropiado analizar las causas de nuestra infelicidad y hacer
lo que esté a nuestro alcance para aliviar nuestros problemas que
busquemos soluciones en todos los planos: global, social, familiar e individual.
Pero mientras veamos el sufrimiento como un estado antinatural, como una
condición anormal que tememos y rechazamos, nunca lograremos desarraigar
sus causas y llevar una vida feliz.
9 Sufrimiento autoinfligido
EN SU VISITA INICIAL, el caballero de mediana edad, elegantemente vestido
con un austero traje negro, se sentó con una actitud amable pero
reservada y empezó a relatar lo que le había traído
a mi consulta. Habló con bastante suavidad, con voz controlada y
medida. Le hice las preguntas habituales: motivo de la consulta, edad,
antecedentes, estado civil...
-¡Esa bruja! -gritó de repente, con la voz alterada por
la cólera-. ¡Mi maldita esposa! Mi ex, ahora. ¡Mantenía
relaciones extramatrimoniales a mis espaldas! Después de todo lo
que había hecho por ella. ¡Esa... esa puta!
Su voz se hizo más fuerte, más colérica y venenosa
mientras, durante los veinte minutos siguientes, fue narrando agravio tras
agravio. La hora se acercaba a su final. Al darme cuenta de que él
no había hecho sino empezar y que aquello podía durar fácilmente
varias horas, intenté corregir la situación.
-Bueno, la mayoría de la gente tiene dificultades para adaptarse
después de un divorcio; por tanto abordaremos ese problema en las
próximas sesiones. -Luego, le pregunté con voz tranquilizadora-:
Y a propósito, ¿cuánto tiempo hace que se ha divorciado?
-Diecisiete años en el pasado mes de mayo.
En el capítulo anterior vimos la importancia de aceptar el sufrimiento
como un hecho natural de la existencia humana. Muchos sufrimientos son
inevitables, pero otros tienen su causa en nosotros mismos. Hemos visto
que la negativa a aceptar el sufrimiento como algo natural puede conducimos
a consideramos víctimas y a echar a los demás la culpa de
nuestros problemas, una receta segura para llevar una vida desdichada.
Pero también aumentamos nuestro sufrimiento de otras formas.
Sucede con demasiada frecuencia que perpetuamos nuestro dolor, lo mantenemos
vivo cuando repasamos mentalmente una y otra vez nuestras heridas, al tiempo
que exageramos las injusticias. Volvemos una y otra vez sobre los recuerdos
dolorosos, quizá con el deseo inconsciente de que cambie la situación;
pero no cambia. Claro que a veces este interminable repaso de nuestros
infortunios puede servir para exagerar el drama y proporcionar cierto romanticismo
a nuestras vidas, o para despertar la atención y la simpatía
de los demás. Pero esas supuestas «ventajas» son demasiado
pobres frente a la infelicidad que soportamos.
Sobre ello, dijo el Dalai Lama:
-Hay muchas formas de contribuir activamente a experimentar inquietud
mental y sufrimiento. Aunque en general las aflicciones mentales y emocionales
tienen causas externas somos nosotros quienes las empeoramos. Por ejemplo,
cuando sentimos cólera u odio hacia una persona, es poco probable
que el sentimiento se exacerbe si no lo alimentamos. No obstante, si pensamos
en las presuntas injusticias de que hemos sido objeto y seguimos pensando
en ellas una y otra vez, avivamos el odio, convirtiéndolo en algo
muy intenso. Lo mismo puede decirse cuando sentimos apego por alguien;
podemos alimentar el sentimiento pensando continuamente en lo hermosa o
atractiva que es esa persona, y así el apego se hace más
y más fuerte. Eso demuestra que podemos cultivar nuestras emociones.
»A menudo también incrementamos nuestro dolor con una
sensibilidad excesiva, al reaccionar con exageración ante cosas
nimias. Tendemos a tomarnos las cosas pequeñas demasiado seriamente,
a sacarlas de quicio mientras por otro lado seguimos indiferentes a cosas
realmente importantes, a aquellas que tienen efectos profundas sobre nuestras
vidas y consecuencias sobre ellas a largo plazo. »Así
pues, creo que en buena medida el sufrimiento depende de cómo se
responda ante una situación dada. Por ejemplo, descubrimos que alguien
habla mal de nosotros a nuestras espaldas. Si se reacciona ante este conocimiento,
ante esta negatividad, con un sentimiento de cólera o de dolor,
es uno mismo el que destruye su propia paz mental. El dolor no es sino
una creación personal. Por otro lado, si uno se contiene y evita
reaccionar de manera negativa y deja pasar la difamación como un
viento silencioso al que no se hace caso, se está protegiendo de
sentirse herido, de esa sensación de agonía. Así pues,
y aunque no siempre se puedan evitar las situaciones difíciles,
sí se puede modificar la extensión del propio sufrimiento.
A veces, los terapeutas decimos de este proceso que es una «personalización»
de nuestro dolor, es decir, la tendencia a estrechar nuestro campo de visión
psicológico mediante la interpretación, acertada o errónea,
de todo aquello que nos afecta.
Una noche cené con un colega en un restaurante. El servicio
era muy lento y mi colega empezó a quejarse: -¡Fíjate
en eso! ¡Ese camarero es condenadamente lento! ¿Dónde
se ha metido? Creo que pasa de nosotros. A pesar de que ninguno de los
dos tenía un compromiso urgente, las quejas de mi colega sobre el
servicio siguieron durante toda la cena y terminaron por convertirse en
una letanía sobre la comida, la vajilla y todo lo que no fuera de
su agrado. Al final el camarero nos obsequió con dos postres gratuitos.
-Les ruego que disculpen la lentitud del servicio de esta noche -dijo-,
pero tenemos poco personal. Ha muerto un familiar de uno de los cocineros
y un camarero está enfermo. Espero no haberles causado muchas molestias...
--A pesar de todo, no volveré nunca aquí -murmuró
amargamente mi colega una vez el camarero se hubo alejado.
Esto no es más que un pequeño ejemplo de cómo
contribuimos a nuestro propio sufrimiento al afrontar una situación
molesta como si obedeciera a un deliberado propósito de perjudicarnos.
En este caso, el resultado fue una cena desagradable. Cuando esta actitud
impregna toda relación con el mundo, puede convertirse en una fuente
inagotable de desdichas.
Al describir las implicaciones de esta mentalidad estrecha, Jacques
Lusseyran hizo un comentario muy penetrante. Lusseyran, ciego desde los
ocho años de edad, fue el fundador de un grupo de la Resistencia
durante la Segunda Guerra Mundial. Finalmente, fue detenido por los alemanes
y enviado al campo de concentración de Buchenwald. Más tarde,
al contar sus experiencias en los campos de concentración, Lusseyran
afirmó: «Comprendí entonces que la infelicidad sobreviene
porque creemos ser el centro del mundo, porque tenemos la mezquina convicción
de que únicamente nosotros sufrimos, y con una intensidad insoportable.
La infelicidad consiste en sentimos siempre aprisionados en nuestra piel,
en nuestro cerebro».
«¡Pero eso no es justo!.».
Los problemas surgen a menudo en nuestra vida. Pero los problemas, por sí solos, no provocan automáticamente el sufrimiento. Si logramos abordar con decisión nuestros problemas y centrar nuestras energías en encontrar una solución, el problema puede transformarse en un desafío. No obstante, si consideramos «injusto» ese contratiempo, añadimos un ingrediente que puede crear inquietud mental y sufrimiento. Entonces no sólo tenemos dos problemas, en lugar de uno, sino que ese sentimiento de «injusticia» nos distrae, nos consume, nos priva de la energía necesaria para solucionar el problema original.
Una mañana, al plantearle este tema al Dalai Lama, le pregunté:
-¿Como podemos afrontar el sentimieento de injusticia que con tanta
frecuencia nos tortura cuando surgen los problemas?
-Hay muchas maneras de encararlo -contestó el Dalai Lama
Ya he hablado de la importancia de aceptar el sufrimiento como un hecho
natural de la existencia humana. Creo que, en cierto modo, los tibetanos
están más capacitados para aceptar estas situaciones difíciles,
ya que dicen: «Quizá se deba a mi karma en el pasado».
Lo atribuirán a las acciones negativas cometidas en esta vida o
en una vida anterior, de modo que hay mayor grado de aceptación.
He visto a algunas familias, en nuestros asentamientos en la India, en
situaciones muy difíciles, viviendo en condiciones muy pobres y,
además de eso, con hijos ciegos o con alguna deficiencia. De algún
modo, esas pobres mujeres se las arreglan, limitándose a decir:
«Esto se debe a su karma; es su destino».
»A propósito del karma es importante señalar que,
debido a una mala interpretación de la doctrina, hay una tendencia
a echarle la culpa de todo lo que sucede al karma, en un intento por sacudirse
la responsabilidad o la necesidad de tomar iniciativas. Resulta muy fácil
decir: "Esto se debe a mi karma pasado, a mi karma negativo anterior, así
que ¿qué puedo hacer? Soy impotente". Esa es una interpretación
errónea del karma, pues aunque las experiencias son una consecuencia
de los hechos del pasado, eso no quiere decir que los individuos no tengamos
alternativas o que no haya posibilidad de producir un cambio positivo.
Uno no debe ser pasivo y tratar de excusarse para no tomar la iniciativa
atribuyéndolo todo al karma, porque si uno comprende correctamente
el concepto de karma, sabrá que karma significa "acción".
El karma es un proceso muy activo, y el futuro que nos está reservado
viene determinado en buena medida por lo que hacemos en el presente, por
las iniciativas que tomemos ahora.
»Así pues, no debería entenderse el karma en términos
de una fuerza pasiva y estática, sino de un proceso activo. Eso
indica que el agente individual tiene un papel importante en la determinación
del proceso kármico. Por ejemplo, hasta el sencillo propósito
de satisfacer nuestras necesidades de alimentación... Para alcanzar
ese objetivo necesitamos actuar. Tenemos que buscar alimento y luego comerlo;
eso demuestra que hasta el objetivo más simple se alcanza por medio
de la acción....,..
-Está bien -asentí-, reducir el sentimiento de injusticia
aceptando que es resultado del karma puede ser efectivo para los budistas,
pero ¿qué me dice de quienes no creen en la doctrina del
karma? En Occidente, por ejemplo, son muchos los que...
-Muchas de las personas que creen en un creador, en Dios, pueden aceptar
las circunstancias difíciles con mayor facilidad, al considerarlas
parte de la creación o el plan de Dios. Aunque la situación
parezca muy negativa, Dios es todopoderoso y misericordioso, de modo que
tiene que haber algún significado en la situación que ellas
desconocen. Creo que esa clase de fe puede ayudarlas en sus momentos de
sufrimiento.
-¿ y qué me dice de los que no creen ni en el karma ni
en un Dios creador?
-Para quien no sea creyente... -El Dalai Lama reflexionó un
momento antes de responder-. Quizá pudiera ayudarle un enfoque práctico
y científico. Los científicos consideran muy importante examinar
un problema objetivamente, estudiado sin mucha implicación emocional.
Con esa actitud puedes decirte: «Si se puede luchar contra el problema,
lucha, ¡aunque tengas que llegar a los tribunales!». -Se echó
a reír-. Luego, si descubres que no hay forma de ganar, puedes limitarte
a olvidarlo.
»Un análisis objetivo de situaciones difíciles
o problemáticas puede ser bastante importante, porque se descubre
a menudo que detrás de las apariencias hay otros factores. Por ejemplo,
si el jefe le ha tratado a uno injustamente en el trabajo, es posible que
esté detrás, por ejemplo una discusión con su esposa
por la mañana. Naturalmente, uno tiene que seguir afrontando las
cosas según están, pero al menos con ese enfoque no se experimentará
la ansiedad adicional que provoca.
-¿Es posible que el análisis objetivo de la situación
nos ayude a descubrir que estamos contribuyendo a crear el problema y debilite
el sentimiento de injusticia?
-¡Sí! -respondió con entusiasmo-. Ahí está
la gran diferencia. En general, si examinamos cualquier situación
de una forma imparcial y honesta, nos daremos cuenta de hasta qué
punto somos también responsables de los acontecimientos.
»Por ejemplo, muchas personas echaron la culpa de la guerra del
Golfo a Saddam Hussein. En varias ocasiones dije que eso no era justo.
Teniendo en cuenta las circunstancias, sentí verdadera pena por
Saddam Hussein. Claro que es un dictador, responsable de muchas barbaridades.
Si se examina superficialmente la situación, resulta fácil
echarle toda la culpa: es un dictador, un totalitario, ¡incluso su
mirada parece siniestra! -exclamó, echándose a reír-.
Pero su capacidad para causar daño sería muy limitada si
no contara con su ejército, y ese poderoso ejército no puede
funcionar sin equipo militar. Todo ese equipo militar no ha sido producido
por él, ni ha llovido del cielo. Considerando las cosas de ese modo
nos damos cuenta de que son muchas las naciones implicadas.
»Así pues -siguió diciendo el Dalai Lama-, nuestra
tendencia normal consiste en achacar nuestros problemas a los demás
o bien a factores externos. Además, solemos buscar una sola causa,
para luego tratar de exoneramos de toda responsabilidad. Parece que cada
vez que hay implicadas emociones intensas, tiende a producirse una disparidad
entre apariencia y la realidad. En mi ejemplo, si se analiza la situación
muy cuidadosamente, se verá que Saddam Hussein no es la única
causa del conflicto.
»Esta práctica supone mirar las cosas de una forma holística,
darte cuenta de que son muchos los factores que intervienen en un hecho.
Tomemos, por ejemplo, nuestro problema con los chinos; también nosotros
hemos contribuido a originarlo, sobre todo por la negligencia de las generaciones
que nos precedieron. Así pues, creo que nosotros, los tibetanos,
hemos contribuido a esta trágica situación. No es justo echarle
toda la culpa a China. Pero también hay perspectivas. Es preciso
señalar que los tibetanos, por ejemplo, nunca se han sometido por
completo a la opresión china, siempre ha habido una resistencia.
Debido a ello, los chinos desarrollaron una nueva política y trasladaron
grandes masas de chinos al Tíbet, de modo que la población
autóctona acabara siendo demográficamente insignificante,
quedara marginada y el movimiento de liberación perdiera fuerza.
Pero tampoco podemos decir que la resistencia tibetana sea la única
culpable de la política China.
-Pero ¿qué me dice de esas situaciones en las que está
claro que lo ocurrido no es en absoluto culpa de uno, con las que uno no
tiene nada que ver, incluso las relativamente insignificantes, como cuando
alguien nos miente intencionadamente?
-Naturalmente, al principio siento desilusión cuando alguien
no dice la verdad, pero incluso en tal caso, si examino la situación,
puedo descubrir que su motivación para ocultarme algo puede haber
sido cierta falta de confianza en mí. Así que, a veces, hay
que considerar estos hechos desde otro ángulo; por ejemplo, que
quizá la persona en cuestión no confió del todo en
mí porque no sé guardar un secreto. En otras palabras, no
soy digno de la plena confianza de esa persona debido a mi naturaleza.
Examinando la situación de ese modo, podría concluir que
la causa reside en mí.
Esta justificación racional, incluso procediendo del Dalai Lama,
me parecía un tanto forzada: descubrir «la propia contribución»
a la falta de honestidad del otro. Pero la sinceridad de su voz sugería
que había puesto en práctica esta conducta en su vida personal
como ayuda frente a la adversidad. Claro que es probable que no siempre
podamos descubrir nuestra contribución, pero intentarlo nos permite
desplazar el centro de atención, lo que nos ayuda a romper las estrechas
pautas de pensamiento que conducen al sentimiento destructivo de injusticia,
que es la fuente de tanto descontento.
Culpabilidad
Como productos de un mundo imperfecto, todos somos imperfectos. Reconocer nuestros errores con genuino remordimiento nos sirve para mantenemos en el camino correcto en la vida, nos anima a rectificar nuestros errores si ello fuera posible. Pero si permitimos que nuestro pesar degenere hasta una culpabilidad excesiva y nos aferramos a nuestros errores del pasado, culpándonos y odiándonos por ellos, lo único que conseguiremos es flagelamos inútilmente.
Durante una conversación anterior en la que hablamos brevemente
de la muerte de su hermano, el Dalai Lama había expresado cierto
pesar relacionado con ella. Era interesante ver cómo afrontaba aquellos
sentimientos de pesar y quizá de culpabilidad, por lo que en una
conversación posterior le pregunté:.
-Cuando hablamos de la muerte de Lobsang mencionó usted su pesar.
¿Ha habido alguna otra situación en su vida en que se haya
arrepentido de algo?
-Oh, sí. Un anciano monje que vivía como un ermitaño
solía ir a verme para recibir enseñanzas, aunque creo que
era más versado que yo y aquellas visitas no eran más que
una formalidad. En cualquier caso, vino a verme un día y me preguntó
acerca de una complicada práctica esotérica que quería
realizar. Le comenté que era una práctica muy difícil
y que quizá fuera mejor que la emprendiera alguien más joven,
ya que tradicionalmente se inicia en la adolescencia. Más tarde
me enteré de que el monje se había suicidado para renacer
en un cuerpo más joven y poder entregarse a esos ejercicios...
-¡Eso es terrible! -exclamé, sorprendido por esta historia-.
Tuvo que haber sido muy duro para usted cuando se enteró... -El
Dalai Lama asintió con una expresión de tristeza-. ¿Cómo
afrontó ese sentimiento de pesar? ¿Cómo se libró
finalmente de él?
Permaneció en silencio durante un rato antes de contestar.
--No me libré de él. Sigue ahí, presente. -Hizo
una nueva pausa, antes de añadir-: Pero ya no se halla asociado
con una opresión. No sería útil para nadie que yo
permitiera que ese sentimiento me abrumara, fuera una fuente de desánimo
y depresión.
En ese momento y de un modo muy visceral, quedé asombrado una
vez más ante el ser humano que afronta plenamente las tragedias
de la vida y responde, incluso con profundo pesar, pero sin permitirse
caer en una culpa excesiva o en el autodesprecio; que se acepta plenamente
a sí mismo, con sus limitaciones, debilidades y errores de juicio.
El Dalai Lama experimentaba un sincero pesar por los hechos que acababa
de relatarme, pero llevaba su pesar con dignidad y elegancia. Y no permitía
que ese sentimiento lo hundiera, prefería seguir adelante y dedicar
sus facultades a la ayuda a los demás...
A veces me pregunto si la capacidad para vivir sin caer en la culpabilidad
destructiva no será parcialmente cultural. Al contarle a un erudito
amigo tibetano mi conversación con el Dalai Lama sobre el pesar,
éste me dijo que la lengua tibetana no tiene siquiera una palabra
equivalente a «culpa», aunque tiene otras que equivalen a «remordimiento»
o «arrepentimiento» o «lamentación», con
el sentido de «rectificar las cosas en el futuro». Sea cual
fuere el componente cultural, estoy convencido de que al cuestionar nuestras
formas habituales de pensar y cultivar una perspectiva mental diferente,
basada en los principios descritos por el Dalai Lama, cualquiera de nosotros
puede aprender a vivir sin la marca de la culpabilidad, que no hace otra
cosa que causarnos un sufrimiento innecesario.
Resistencia al cambio
La culpabilidad surge cuando nos convencemos de que hemos cometido un
error irreparable. La tortura del que se culpa reside en pensar que cualquier
problema es permanente. Pero, puesto que no hay nada que no cambie, el
dolor también disminuye, ya que ningún problema es perpetuo.
Éste es el aspecto positivo del cambio. Pero por lo general nos
resistimos a él en casi todos los ámbitos de la vida. El
primer paso para liberamos del sufrimiento es conocer su causa fundamental:
la resistencia al cambio.
Al describir la naturaleza siempre cambiante de la vida, el Dalai Lama
explicó:
-Es extremadamente importante investigar los orígenes del sufrimiento,
saber cómo surge. Para iniciar ese proceso se ha de ser consciente
de la naturaleza cambiante de nuestra existencia. Todas las cosas, acontecimientos
y fenómenos son dinámicos, cambian a cada momento; nada permanece
estático. Meditar sobre la circulación sanguínea puede
servimos para reforzar esta idea: la sangre está fluyendo constantemente,
nunca se está quieta. Y puesto que es propio de la naturaleza de
todos los fenómenos el cambiar continuamente, concluimos que a las
cosas les falta capacidad para perdurar, para seguir siendo lo mismo. Y
si todas las cosas se hallan sujetas al cambio, nada existe en un estado
permanente, nada es capaz de programarse para permanecer. Por tanto, todas
las cosas se encuentran bajo el poder o la influencia de otros factores.
Nada durará, al margen de lo agradable o placentera que pueda ser
la experiencia. Esto se convierte en la base de una categoría de
sufrimiento conocida en el budismo como el «sufrimiento del cambio».
El concepto de transitoriedad tiene un papel central en el pensamiento
budista y su consideración es una práctica clave. La contemplación
de la no permanencia tiene dos funciones vitales en el camino budista.
En un plano convencional, en un sentido cotidiano, el practicante budista
contempla su propia transitoriedad, el hecho de que la vida es tenue y
de que nunca sabemos cuándo moriremos. Al combinar esta reflexión
con la singularidad de la existencia humana y la posibilidad de alcanzar
un estado de liberación espiritual, de liberación del sufrimiento
y de interminables ciclos de reencarnaciones esta contemplación
sirve para fortalecer la resolución de sacarle el mejor partido
posible a la existencia, participando en las prácticas espirituales
que producirán la liberación en un nivel más profundo,
la contemplación de los aspectos mas sutiles de la transitoriedad
es el primer paso para comprender la verdadera naturaleza de la realidad
y disipar la ignorancia, que es la fuente última de nuestro sufrimiento.
Así pues, aunque la contemplación de la transitoriedad tiene
una tremenda importancia dentro de un contexto budista, surge la pregunta:
¿tiene también alguna aplicación práctica en
las vidas cotidianas de los no budistas? Si vemos el concepto de «transitoriedad»
desde el punto de vista del «cambio», entonces la respuesta
es afirmativa. Después de todo, tanto si se contempla la vida desde
una perspectiva budista como desde una perspectiva occidental, queda el
hecho de que la vida es cambio. En la medida en que nos neguemos a aceptar
este hecho y nos resistamos a los cambios de la existencia, seguiremos
perpetuando nuestro sufrimiento.
La aceptación del cambio puede ser un factor importante para
reducir en buena medida nuestro sufrimiento. A menudo nos causamos sufrimiento
al negarnos a renunciar al pasado. Si definimos nuestra imagen por el aspecto
que teníamos o por lo que solíamos hacer y no podemos hacer
ahora, es muy probable que nos sintamos más infelices a medida que
envejecemos. En ocasiones, cuanto más tratamos de aferrarnos a algo,
tanto más grotesca y distorsionada se hace la vida. La aceptación
de la inevitabilidad del cambio como principio general nos ayuda a afrontar
muchos problemas y a asumir un papel más activo; conocer y comprender
los cambios puede evitarnos la ansiedad, que es la causa de muchos de nuestros
problemas. Una mujer que acababa de ser madre me habló de una visita
que había hecho con su bebé a la sala de urgencias del hospital
a las dos de la madrugada. -¿Qué le ocurre? -le preguntó
el pediatra.
-¡Mi bebé! ¡Le pasa algo! -gritó ella frenéticamente-.
¡Creo que se ahoga! No hace más que sacar la lengua una y
otra y otra vez, como si tratara de quitarse algo de ella, pero no tiene
nada en la boca...
Después de unas pocas preguntas y un breve examen, el médico
la tranquilizó.
-No hay por qué preocuparse. A medida que se hace mayor, el
bebé cobra una mayor conciencia de su cuerpo y de lo que es capaz
de hacer. Su bebé acaba de descubrirse la lengua.
Margaret, una periodista de treinta y un años, ilustra la importancia
de comprender y aceptar el cambio en el contexto de una relación
personal. Acudió a mi consulta por una ansiedad que atribuyó
a la dificultad para adaptarse a un divorcio reciente.
-Pensé que me vendrían bien unas cuantas sesiones de
psicoterapia, aunque sólo fuese para hablar con alguien -me explicó-,
para que me ayude a dejar en paz el pasado y efectuar la transición
a una vida de soltera. Si quiere que le sea sincera, la verdad es que me
siento un poco nerviosa por todo esto...
Le pedí que me describiera las circunstancias de su divorcio.
-Supongo que tendría que describirllo como amistoso. No hubo peleas
ni nada de eso. Mi ex y yo tenemos buenos trabajos, de modo que tampoco
hubo grandes problemas con los acuerdos económicos. Tenemos un hijo,
pero parece haberse adaptado bien al divorcio, y mi ex y yo hemos acordado
una custodia conjunta que parece funcionar. -¿Puede explicarme qué
condujo al divorcio?
-Hmm, supongo que, simplemente, dejamos de amarnos -contestó
ella con un suspiro-. Parece que el amor fue desapareciendo gradualmente;
ya no existía la intimidad de que disfrutábamos cuando nos
casamos. Ambos estábamos muy ocupados con nuestros trabajos y nuestro
hijo y parece que nos fuimos alejando. Asistimos a unas sesiones de asesoramiento
matrimonial, pero no sacamos nada de ellas. Era más bien como si
fuésemos hermanos. Aquello no parecía amor, no era un verdadero
matrimonio. El caso es que finalmente decidimos que sería mejor
divorciamos; nos faltaba algo que había antes.
Después de dedicar dos sesiones a delimitar el problema, iniciamos
una psicoterapia, centrándonos específicamente en reducir
la ansiedad y promover la adaptación a los recientes cambios. Era
una persona inteligente y emocionalmente bien adaptada. Respondió
bien a la terapia y efectuó con facilidad la transición a
la vida de soltera.
A pesar de que evidentemente se preocupaban el uno por el otro, estaba
claro que Margaret y su marido habían interpretado el cambio cualitativo
de su afecto como una señal de que debían dar por terminado
su matrimonio. Sucede con demasiada frecuencia que interpretamos una disminución
de la pasión como una señal de que existe un problema irresoluble
en la relación. Los primeros indicios de cambio en una relación
suelen provocar pánico: quizá, después de todo, no
hemos elegido la pareja correcta, el otro no nos parece la persona de la
que nos enamoramos. Surgen los desacuerdos: quizá tengamos deseos
de sexo y el otro está cansado, o queramos ver una película
que al otro no le interesa. Descubrimos entonces diferencias que no habíamos
observado antes. Así pues, llegamos a la conclusión de que
todo ha terminado; al fin y al cabo, no podemos soslayar el hecho de que
cada uno está cambiando por su lado. Las cosas ya no son como antes,
quizá haya llegado el momento del divorcio.
¿Qué hacemos entonces? Los expertos en relaciones han
escrito docenas de libros sobre lo que debemos hacer cuando se apaga la
llama del amor romántico. Nos ofrecen muchas sugerencias para encender
de nuevo esa pasión: reestructure su programa para dar prioridad
a momentos románticos en su relación, planifique cenas o
salidas de fin de semana, procure halagar a su pareja, aprenda a mantener
una conversación interesante. En ocasiones, estas cosas ayudan.
Otras veces, no.
Pero antes de dar por muerta la relación, una de las cosas más
beneficiosas que podemos hacer al notar un cambio consiste simplemente
en retroceder un poco, valorar la situación y armarnos con todo
el conocimiento que podamos acerca de los cambios.
A medida que se despliegan nuestras vidas, pasamos desde la infancia
a la adolescencia, la edad adulta y la vejez. Aceptamos estos cambios como
una progresión natural. Pero una relación es también
un sistema vital dinámico, compuesto por dos organismos que interactúan
en un ambiente igualmente vital. y por tanto es natural que la relación
pase por diferentes fases. En toda relación hay diferentes dimensiones
de intimidad: física, emocional e intelectual. El Contacto físico,
el compartir las emociones, los pensamientos e intercambiar ideas son formas
legítimas de conectar con aquellas personas a las que amamos. Es
normal que el equilibrio experimente flujos y reflujos; en ocasiones, la
intimidad física disminuye pero aumenta la emocional; en otras ocasiones
no sentimos deseos de compartir nuestros pensamientos, y sólo queremos
que el otro nos abrace. Si la pasión se enfría, en lugar
de experimentar preocupación o cólera podemos buscar nuevas
formas de intimidad que pueden ser igualmente satisfactorias o quizá
más. Podemos encantar a nuestra pareja como compañero, disfrutar
de un amor más firme, de un vínculo más profundo.
En su libro Comportamiento íntimo [trad. casto RBA, Barcelona,
1994], Desmond Morris describe los cambios normales que se producen en
la necesidad de intimidad del ser humano. Sugiere que pasamos repetidamente
por tres fases: «Abrázame fuerte», «Suéltame»
y «Déjame solo». El ciclo se pone de manifiesto ya durante
los primeros años de vida, cuando los niños pasan del «abrázame
fuerte», tan característico de la infancia, al «suéltame»,
cuando empiezan a explorar el mundo, a gatear, caminar y adquirir algo
de independencia y autonomía con respecto de la madre. Esto forma
parte del desarrollo y el crecimiento normal. Estas fases no se mueven,
sin embargo, de forma lineal sino que el niño puede experimentar
ansiedad cuando el sentimiento de separación se hace demasiado intenso;
entonces regresa junto a la madre en busca de consuelo y proximidad. En
la adolescencia, cuando el individuo se esfuerza por formarse una identidad,
el «suéltame» se convierte en la fase predominante.
Aunque pueda ser difícil o doloroso para los padres, la mayoría
de los expertos lo consideran normal y necesario en la transición
de la infancia a la edad adulta. Mientras que en casa el adolescente grita
a los padres « ¡Dejadme solo!», sus necesidades de «abrázame
fuerte» pueden quedar satisfechas mediante una fuerte identificación
con el grupo de sus iguales..'. “
En las relaciones adultas se da la misma oscilación. Periodos
de estrecha intimidad alternan con otros de distanciamiento. Esto también
forma parte del ciclo normal de crecimiento y desarrollo. Para alcanzar
nuestro pleno potencial como seres humanos, necesitamos equilibrar nuestras
necesidades de intimidad y unión con las de autonomía. Si
comprendemos esto, no experimentamos temor cuando observamos por primera
vez que nos estamos «distanciando» de nuestra pareja, del mismo
modo que no sentimos pánico cuando observamos que la marea se retira
de la costa. Claro que, en ocasiones, una creciente distancia emocional
(como una corriente soterrada de cólera), puede indicar graves problemas
en una relación que pueden conducir incluso a la ruptura. En esos
casos, medidas como la psicoterapia pueden ser muy útiles. Pero
lo principal es que una creciente distancia no anuncia necesariamente un
desastre. Puede formar parte de un ciclo que redefinirá la relación
e incluso puede llevar a una intimidad mayor que la del pasado..'.
Así pues, la aceptación, el reconocimiento de que el
cambio es inherente a las relaciones humanas, puede jugar un papel decisivo.
Quizá descubramos que precisamente en el momento en que nos sentimos
más desilusionados, en el que tenemos la sensación de que
algo se ha resquebrajado en nuestra relación, es cuando puede producirse
una transformación profunda. Estos períodos de transición
pueden convertirse en momentos trascendentales para la maduración
del verdadero amor. Quizá nuestra relación ya no se base
en una pasión intensa, ni veamos al otro como la personificación
de la perfección, ni tengamos la sensación de estar fusionados.
En lugar de eso, empezamos a conocer verdaderamente al otro, lo vemos tal
cual es, como un individuo distinto, quizá con defectos y debilidades,
pero tan humano como nosotros mismos. Sólo entonces podemos establecer
un compromiso con el crecimiento de otro ser humano, lo que supone un acto
de verdadero amor.
Quizá el matrimonio de Margaret se hubiera salvado si hubiese
aceptado el cambio en la relación y ambos hubiesen establecido un
nuevo vínculo, basado en factores distintos de la pasión
romántica. Afortunadamente, sin embargo, la historia no terminó
ahí. Dos años después de mi última sesión
con Margaret, me la encontré en unos grandes almacenes. (Encontrarme
con un ex paciente fuera de la consulta me resulta un tanto incómodo,
como nos sucede a la mayoría de los psicólogos.)
-¿Cómo le van las cosas? -le pregunté.
-¡No podrían ir mejor! -exclamó-. Mi ex marido
y yo volvimos a casarnos el mes pasado.
-¿De veras?
-Sí, y todo marcha magníficamente. Después de
la separación seguimos viéndonos, claro, por la custodia
de nuestro hijo. Nos resultó difícil al principio..., pero
después parecía como si nos hubiésemos librado de
la presión... Ya no teníamos expectativas comunes. Entonces
descubrimos que realmente nos gustábamos y nos amábamos.
Ahora no es como cuando nos casamos la primera vez, pero eso ya no nos
importa; ahora somos realmente felices juntos.
10 Cambio de perspectiva
HABÍA UNA VEZ UN DISCÍPULO de un filósofo griego al que el maestro le ordenó entregar dinero durante tres años a todo aquel que le insultara. Una vez superado ese período de prueba, el maestro le dijo: «Ahora puedes ir a Atenas y aprender sabiduría». Cuando el discípulo llegó a Atenas vio a un sabio sentado a las puertas de entrada de la ciudad que se dedicaba a insultar a todo el que entraba y salía. También insultó al discípulo, que se echó a reír. «¿Por qué te ríes cuando te insulto?», le preguntó el sabio. «Porque durante tres años he tenido que pagar por esto mismo y ahora tú me lo ofreces gratuitamente», contestó el discípulo. «Entra en la ciudad -le dijo el sabio- Es toda tuya...»
En el siglo IV, los padres del desierto, un grupo de personas excéntricos
que se retiraron al desierto, en los alrededores de Scete, para llevar
una vida de sacrificio y oración, contaban esta historia para ilustrar
el valor del sufrimiento y la resistencia. Sin embargo, no fue ésta
la que abrió la «ciudad de la sabiduría» al discípulo.
Lo que le permitió afrontar de un modo tan efectivo una situación
difícil fue su capacidad para cambiar de perspectiva, para ver su
situación desde una atalaya diferente.
La capacidad para cambiar de perspectiva puede ser una de las herramientas
más efectivas de que disponemos para afrontar los problemas de la
vida cotidiana. El Dalai Lama explicó:
-La capacidad de ver los acontecimientos desde perspectivas diferentes
puede ser muy útil. Al practicarla, podemos utilizar ciertas experiencias,
tragedias próximas para desarrollar la serenidad de la mente. Tenemos
que damos cuenta de que cada fenómeno, cada acontecimiento, tiene
aspectos diferentes. Todo tiene una naturaleza relativa. En mi caso, por
ejemplo, he perdido mi país. Desde ese punto de vista, es muy trágico...
y todavía hay cosas peores. En nuestro país se ha producido
mucha destrucción. Eso es algo muy negativo. Pero cuando abordo
el mismo acontecimiento desde otro ángulo, me doy cuenta de que,
como refugiado, hay otra perspectiva. Como refugiado no tengo necesidad
de formalidades, ceremonia, protocolo. Si todo fuera como antes habría
multitud de ocasiones en las que únicamente haríamos los
movimientos, fingiríamos. Pero cuando se pasa por situaciones desesperadas,
no hay tiempo para fingir. Así que, desde ese ángulo, esta
trágica experiencia ha sido muy útil para mí. El hecho
de ser un refugiado también crea numerosas oportunidades para encontrarme
con mucha gente. Gente de otras confesiones diferentes, de distintos ámbitos
de la vida, a las que muy probablemente no habría conocido si hubiera
permanecido en mi país. Así que, en ese sentido, todo esto
ha sido muy, muy útil.
»A menudo, cuando surgen los problemas, nuestra perspectiva se
estrecha. Quizá tengamos concentrada toda nuestra atención
en preocuparnos por el problema y abriguemos la sensación de que
únicamente nosotros pasamos por tales dificultades. Eso puede conducir
a una especie de ensimismamiento que hace que el problema parezca muy grave.
Cuando sucede eso, creo que puede ayudar mucho el ver las cosas desde una
perspectiva más amplia, dándonos cuenta, por ejemplo, de
que hay muchas personas que han pasado por experiencias similares e incluso
peores. Este cambio de perspectiva puede ser muy útil incluso en
ciertas enfermedades o cuando se sufre. Claro que cuando aparece el dolor
resulta muy difícil practicar la meditación para serenar
la mente. Pero si se hacen comparaciones, si se ve la situación
desde una perspectiva diferente, algo ocurre. Si sólo se observa
el acontecimiento, en cambio, éste parece cada vez más y
más importante. Si se fija la atención intensamente en un
problema, éste termina por parecer incontrolable. Pero si se compara
con otro de mayor envergadura, entonces parece más pequeño
y menos abrumador.
Poco antes de una de las sesiones con el Dalai Lama, me encontré
con el administrador de una clínica en la que trabajé durante
algún tiempo y donde tuvimos una serie de encontronazos porque yo
estaba convencido de que él desviaba nuestra atención de
los pacientes a las consideraciones financieras. No le había visto
desde hacía tiempo, y en cuanto estuve frente a él pasaron
por mi mente todas las discusiones que habíamos mantenido y sentí
crecer en mi interior la cólera y el odio. Cuando me permitieron
entrar en la suite del Dalai Lama, ya me había calmado bastante,
a pesar de que aún me sentía algo inquieto. -La respuesta
natural e inmediata cuando alguien nos hace daño -dije- es enojarse;
incluso mucho después, cada vez que pensamos en ello, volvemos a
enfadamos. ¿Cómo se puede afrontar esta situación?
El Dalai Lama me miró con expresión reflexiva. Me pregunté
si percibiría que planteaba el tema no sólo por razones puramente
académicas.
-Si examina la situación desde un ángulo diferente -contestó-,
seguramente se dará cuenta de que la persona que provocó
esa cólera tiene también cualidades positivas. Si observa
cuidadosamente descubrirá también que aquello que le había
molestado le proporcionó ciertas oportunidades que, de otro modo,
no habría tenido. Así que podrá ver desde un ángulo
diferente el acontecimiento. Eso ayuda.
-Pero ¿qué hacer si se buscan los aspectos positivos
de una persona o acontecimiento y no se puede encontrar ninguno?
-En tal caso, la situación requeriría un esfuerzo. Dedique
algún tiempo a buscar seriamente una perspectiva diferente. Necesitará
utilizar toda su capacidad de razonamiento y examinar la situación
del modo más objetivo posible. Por ejemplo, puede reflexionar sobre
el hecho de que cuando está realmente enojado con alguien, tiende
a percibir en el otro sólo cualidades negativas, del mismo modo
que al sentirse fuertemente atraído por alguien, suele ver únicamente
sus cualidades positivas. Si su amigo, al que considera una persona excelente,
le causara deliberadamente daño, de repente usted se percataría
de que no sólo tiene buenas cualidades. De modo similar, si su enemigo,
al que detesta, le pidiera sinceramente perdón y se mostrara amable,
es poco probable que siguiera considerándolo totalmente malo. Así
pues, aunque esté enojado con alguien y crea que esa persona no
posee cualidades positivas, recuerde que nadie es totalmente malo. Si busca
lo suficiente, seguro que encontrará algunas cualidades positivas.
En consecuencia, su visión de un individuo como absolutamente negativo
se debe a su propia proyección mental, más que a la verdadera
naturaleza de ese individuo.
»Asimismo, una situación inicialmente percibida como totalmente
negativa puede tener algunos aspectos positivos. Pero creo que este descubrimiento
no es suficiente. Es necesario recordar esos aspectos positivos en muchas
ocasiones, para que gradualmente cambie el sentimiento negativo. En resumen,
se debe pasar por un proceso de aprendizaje, de formación, para
familiarizarse con los nuevos puntos de vista que permiten afrontar esas
situaciones.
Después de reflexionar un momento, con su habitual pragmatismo,
añadió:
-Sin embargo, si a pesar de sus esfuerzos no encontrara aspectos positivos,
lo mejor que puede hacer es, sencillamente, tratar de olvidar el asunto
por el momento.
Inspirado por las palabras del Dalai Lama, esa misma noche intenté
descubrir algunos «aspectos positivos» del administrador que
mencioné. No me resultó tan difícil. Sabía,
por ejemplo, que era un padre cariñoso, que trataba de educar a
sus hijos lo mejor que podía. y tuve que admitir que mis encontronazos
con él al fin y a la postre me habían beneficiado, puesto
que me impulsaron a dejar aquella clínica, lo que me permitió
realizar un trabajo más satisfactorio. Aunque estas reflexiones
no tuvieron como resultado inmediato que el hombre me cayera simpático,
no cabe duda de que contribuyeron mucho a disminuir mis sentimientos de
aversión, al precio de un esfuerzo sorprendentemente pequeño.
El Dalai Lama no tardaría en darme una lección todavía
más profunda: cómo transformar por completo la actitud hacia
los enemigos y empezar a apreciarlos.
Una nueva perspectiva del enemigo
El método fundamental utilizado por el Dalai Lama para transformar
la actitud ante los enemigos supone llevar a cabo Un análisis sistemático
y racional de nuestra respuesta habitual cuando nos causan daño.
-Empecemos por examinar la actitud característica hacia nuestros
enemigos -explicó-. En términos generales, es evidente que
no les deseamos lo mejor. Pero aunque nuestro adversario se hunda a consecuencia
de nuestras acciones, ¿a qué viene alegrarse por ello? ¿Puede
haber algo más lamentable que esos sentimientos de animadversión?
¿Desea uno ser realmente tan mezquino?
» Vengarse no hace sino crear un círculo vicioso. La otra
persona no lo va a aceptar y, entonces, la cadena de venganzas es interminable.
En ciertas sociedades, esa dinámica, puede transmitirse de una generación
a otra. El resultado es que ambas partes sufren y la vida se envenena;
puede comprobarse en los campos de refugiados, donde se cultiva el odio
hacia el enemigo desde la infancia. Es muy triste. La cólera o el
odio son como el anzuelo de un pescador. Es de vital importancia no morder
ese anzuelo.
»Algunas personas consideran que el odio es bueno para el interés
nacional, lo cual me parece muy negativo y de miras muy estrechas. Contrarrestar
esta forma de pensar constituye la base del espíritu de la no violencia
y la comprensión.
Tras haber rechazado nuestra actitud característica frente al
enemigo, el Dalai Lama ofreció otra opción, una nueva perspectiva
que podría revolucionar nuestra vida.
-En el budismo -explicó- se presta mucha atención a las
actitudes que adoptamos ante nuestros enemigos. Ello se debe a que el odio
puede ser nuestro mayor obstáculo para el desarrollo de la compasión
y la felicidad. Si se aprende a ser paciente y tolerante con los enemigos,
todo lo demás resulta mucho más fácil, y la compasión
fluye con naturalidad.
»Así pues, para alguien que practica la espiritualidad,
los enemigos juegan un papel crucial. Tal como veo las cosas, la compasión
es la esencia de la vida espiritual y para alcanzar una práctica
cabal del amor y la compasión, es indispensable la práctica
de la paciencia y la tolerancia. No hay fortaleza similar a la paciencia,
no hay peor aflicción que el odio. En consecuencia, no debemos ahorrar
esfuerzos en la erradicación del odio al enemigo, y aprovechar el
enfrentamiento como una oportunidad para intensificar la práctica
de la paciencia y la tolerancia.
»De hecho, el enemigo es el elemento necesario para practicar
la paciencia. Sin su oposición no pueden surgir la paciencia o la
tolerancia. Normalmente, nuestros amigos no nos ponen a prueba ni nos ofrecen
la oportunidad de cultivar la paciencia; eso es algo que sólo hacen
nuestros enemigos. Así que, desde este punto de vista, podemos considerar
a nuestro enemigo un gran maestro, y reverenciado incluso por habernos
proporcionado esa preciosa oportunidad.
»En el mundo son relativamente pocas las personas con las que
interactuamos, y todavía menos las que nos causan problemas. Por
tanto, encontrarse ante la oportunidad de practicar la paciencia y la tolerancia
debería suscitar nuestra gratitud, porque se da raras veces. Del
mismo modo que si hubiéramos tropezado con un tesoro en nuestra
propia casa, deberíamos sentirnos felices y agradecidos al enemigo
por proporcionarnos esa preciosa oportunidad. Porque para alcanzar éxito
en la práctica de la paciencia y la tolerancia, que son factores
esenciales para contrarrestar las emociones negativas, además de
nuestros esfuerzos hemos de tener la oportunidad aportada por un enemigo.
.
»Mucho, argumentarán, "¿Por qué debo venerar
a mi enemigo, reconocer sus aportaciones, si él no tuvo intención
de ofrecerme esa oportunidad para practicar la paciencia, ni tampoco de
ayudarme? Y no sólo no tuvo intención ,alguna de ayudarme,
sino que tuvo el propósito deliberado y malicioso de causarme daño.
Es apropiado detestarlo, porque no merece mi respeto". En realidad, es
precisamente esta animosidad del enemigo, su intención de causarnos
daño, lo específico: si sólo se trata del daño,
deberíamos odiar a todos los médicos Y considerarlos enemigos,
porque a veces adoptan métodos que pueden ser dolorosos. Sin embargo,
no juzgamos esos actos dañinos ni propios de un enemigo, porque,
la intención del médico ha sido la de ayudarnos. En consecuencia,
es precisamente la intención de causarnos daño lo que singulariza
al enemigo; y nos ofrece una preciosa oportunidad de practicar la paciencia.
Al principio me resultó un tanto difícil aceptar la sugerencia
del Dalai Lama de venerar al enemigo por las oportunidades de crecimiento
que nos depara. Pero la situación es análoga a la persona
que trata de tonificar y fortalecer el propio cuerpo mediante el levantamiento
de pesas. Claro que, al principio, la actividad de levantar las pesas resulta
incómoda. Uno se esfuerza y suda. Y, sin embargo, es el acto mismo
de esforzarse por superar la resistencia lo que en último termino
nos fortalece. Se aprecia el buen equipo de pesas no por el placer inmediato
que nos aporta, sino por el beneficio último que se deriva de él.
Quizá hasta las expresiones del Dalai Lama sobre la «rareza»
y «valor precioso» del enemigo sean algo más que simples
racionalizaciones de algo imaginario. Mientras escucho a mis pacientes
describir sus dificultades con los demás, eso queda bastante claro;
en el fondo, la mayoría de la gente no tiene legiones de enemigos
y antagonistas a los que enfrentarse, al menos personalmente. Habitualmente,
eso queda limitado a unas pocas personas. Quizá un jefe o un colaborador,
una ex esposa, un hermano. Desde ese punto de vista, el enemigo es realmente
«raro», de modo que nuestro «suministro de enemigos»
es limitado. y es la lucha, el proceso de resolver el conflicto con el
enemigo, a través del aprendizaje, el examen, el descubrimiento
de formas alternativas de afrontar los conflictos, lo que en último
término da como resultado el verdadero crecimiento como una terapia
acertada. Imaginemos cómo serían las cosas si pasáramos
por la vida sin encontrarnos jamás con un enemigo u otros obstáculos,
si desde la cuna hasta la tumba todo el mundo nos halagara y mimara, nos
abrazara y alimentara (con comida suave y blanda, fácil de digerir),
si nos divirtiera con carantoñas y ocasionales arrullos. Si nos
llevaran desde la infancia en un cestillo (más tarde, quizá
en una silla de manos), si no tuviéramos que enfrentamos nunca a
ningún desafío, si nunca nos viéramos sometidos a
prueba, en resumen, si todos continuaran tratándonos como a bebés.
Quizá eso parezca conveniente al principio. Sería incluso
apropiado durante los primeros meses de vida. Pero si la situación
persistiera tendría como resultado convertimos en una masa gelatinosa,
en una verdadera monstruosidad, con el desarrollo mental y emocional de
una ternera. Es la lucha misma la que nos hace ser lo que somos. y son
nuestros enemigos los que nos ponen a prueba, los que nos oponen la resistencia
necesaria para el crecimiento.
¿Es práctica esta actitud?
Ciertamente, me pareció que valía la pena enfocar nuestros problemas racionalmente y aprender a considerarlos, al igual que a nuestros enemigos, desde perspectivas distintas, aunque me preguntaba hasta qué punto podría suponer eso una transformación fundamental de actitudes. Recordé entonces haber leído en una entrevista que una de las prácticas espirituales diarias del Dalai Lama era recitar una oración, Ocho versículos sobre la educación de la mente, escrita en el siglo XI por el santo tibetano Langri Thangpa. He aquí un fragmento,
Cuando me acerque a alguien, en el fondo de mi corazón me consideraré
el más bajo de todos y al otro el más alto... Cuando vea
a seres de naturaleza malvada, oprimidos por el pecado de la violencia
y por la aflicción, los consideraré tan raros como un precioso
tesoro...
Cuando otros, por envidia, me traten mal, abusen de mí, me difamen
o me causen daños similares, aceptaré la derrota y a ellos
ofreceré la victoria...
Aquel que tras haberle otorgado yo toda mi confianza me cause un grave
daño, será mi supremo maestro.
En suma, que pueda yo dispensar beneficio y felicidad, directa e indirectamente
a todos los seres, que pueda asumir en secreto el daño y el sufrimiento
de todos los seres...
Después de leer esto, le pregunté al Dalai Lama:
-Sé que ha reflexionado mucho sobre esta oración, pero
¿cree que es realmente aplicable en estos tiempos que corren? Fue
escrita por un monje que vivió en un monasterio, un lugar donde
lo peor que podía suceder era que alguien chismorreara o dijera
mentiras sobre uno o quizá le propinara un golpe o una bofetada.
En un caso así podría ser fácil “ofrecerles la victoria”,
pero en la sociedad actual el “daño” que se recibe de los demás
puede ser la violación, la tortura o el asesinato.
Desde ese punto de vista, la actitud que muestra la oración no
parece realmente adecuada.
Me sentí muy pagado de mí después de esta observación,
que me parecía muy aguda.
El Dalai Lama guardó silencio, con el ceño fruncido,
sumido en profundos pensamientos.
-Es posible que haya algo de cierto en lo que dice -admitió
luego.
A continuación habló de casos en los que quizá
fuera necesario modificar esa actitud, precaverse contra las agresiones.
Más tarde, esa misma noche, pensé en nuestra conversación.
Dos puntos destacaron vivamente. Primero, la extraordinaria facilidad con
que el Dalai Lama adoptaba una nueva perspectiva acerca de sus propias
creencias y prácticas, como por ejemplo su disposición a
volver a evaluar una oración que sin duda formaba parte de el después
de acompañarle durante tantos años en sus prácticas
espirituales. El segundo punto era ingrato. Me sentí abrumado por
la arrogancia. Le había sugerido que la oración podría
no ser apropiada porque no se adaptaba a las duras realidades del mundo
actual. Hasta mas tarde no me di cuenta de que me había dirigido
a un hombre que habla perdido su país como resultado de una de las
más brutales invasiones de la historia. Un hombre que había
vivido en el exilio durante casi cuatro décadas mientras toda una
nación depositaba en él sus esperanzas y sueños de
libertad. Un hombre dotado de un profundo sentido de la responsabilidad,
que había escuchado con compasión a una continua corriente
de refugiados que contaban sus experiencias sobre asesinatos, violaciones,
torturas, sobre los sufrimientos del pueblo tibetano a manos de los chinos.
Más de una vez había observado la expresión de infinita
preocupación y tristeza en su rostro mientras escuchaba todas aquellas
narraciones, contadas a menudo por gentes que había cruzado el Himalaya
a pie (en un viaje de dos años) simplemente para poder verlo...,
..
Aquellas historias no hablaban sólo de violencia física,
sino también del intento de destruir el espíritu del pueblo
tibetano. En cierta ocasión, un refugiado tibetano me habló
de la «escuela» china a la que se le obligó a asistir
como adolescente en el Tíbet. Las mañanas se dedicaban al
adoctrinamiento y el estudio del Libro rojo del presidente Mao, y las tardes
a informar sobre los diversos deberes que había que realizar en
casa. Por lo general, los «deberes» estaban diseñados
para erradicar el espíritu del budismo, profundamente enraizado
en el pueblo tibetano. Por ejemplo, conocedor de la prohibición
budista de matar y de la convicción de que toda criatura viva es
un precioso «ser sensible», un maestro de escuela encargó
a sus estudiantes la tarea de matar algo y llevarlo a la escuela al día
siguiente. Para calificar a los estudiantes se asignaron puntos a los animales
muertos; una mosca, por ejemplo, valía un punto, un gusano dos,
un ratón cinco, un gato diez... (Recientemente, al contarle esta
historia a un amigo, sacudió pesaroso la cabeza, con una expresión
de asco, y musitó: «Me pregunto cuántos puntos recibiría
el alumno por asesinar a su condenado maestro».)
A través de prácticas espirituales como el recitado de
Ocho versículos sobre la educación de la mente, el Dalai
Lama ha podido reconciliarse con esta situación y, a pesar de todo,
continuar una campaña activa por la liberación y por los
derechos humanos en el Tíbet desde hace cuarenta años. Al
mismo tiempo, ha mantenido una actitud de humildad y compasión con
respecto a los chinos, lo que ha inspirado a millones de personas en todo
el mundo. Y allí estaba yo, diciéndole que esa oración
quizá no fuera relevante para las «realidades» del mundo
actual. Todavía me sonrojo cuando recuerdo aquella conversación.
Descubrimiento de nuevas perspectivas
Al tratar de poner en práctica el cambio de perspectiva con respecto
al «enemigo» preconizado por el Dalai Lama, me encontré
una tarde con otra técnica. Mientras preparaba este libro, asistí
a unos
seminarios del Dalai Lama en la costa este. Para regresar a casa tomé
un vuelo sin escalas a Phoenix. Había reservado un asiento junto
al pasillo, como siempre. A pesar de que acababa de recibir enseñanzas
espirituales, me sentía bastante malhumorado cuando subí
al atestado avión. Descubrí entonces que me habían
asignado erróneamente un asiento en el centro, embutido entre un
hombre de generosas proporciones, cuyo grueso antebrazo invadía
mi asiento, y una mujer de mediana edad que me resultó inmediatamente
antipática porque, a mi juicio, había usurpado el asiento
junto al pasillo que me correspondía. Había algo en aquella
mujer que me molestaba: quizá su voz chillona, o su actitud un tanto
imperiosa. Después del despegue, la mujer empezó a hablar
sin parar con un hombre sentado al otro lado del pasillo, que resultó
ser su marido, y yo le ofrecí «gentilmente» cambiar
de asiento. Pero no quisieron aceptado; por lo visto los dos querían
asientos de pasillo. Eso me molestó más aún. La perspectiva
de pasar cinco horas sentado junto a aquella mujer me parecía insoportable.
Al darme cuenta de la intensidad de mi reacción ante una mujer a
la que ni siquiera conocía, decidí que tenía que tratarse
de una «transferencia» (seguramente me recordaba, subconscientemente,
a alguien de mi infancia), un viejo sentimiento de odio no resuelto hacia
mi madre u otra mujer. Me estrujé el cerebro, pero aquella mujer
no me recordaba a nadie de mi pasado.
Se me ocurrió pensar entonces que era una excelente oportunidad
para practicar el desarrollo de la paciencia. Así pues, imaginé
a mi vecina como una querida benefactora, situada a mi lado para enseñarme
paciencia y tolerancia. Al cabo de unos veinte minutos de esfuerzos imaginativos,
abandoné el intento. ¡La mujer seguía fastidiándome!
Me resigné a continuar irritado durante todo el resto del vuelo.
Mohíno, miré una de sus manos, con la que se aferraba furtivamente
al brazo de su butaca. Detestaba todo lo que tuviera que ver con esa mujer.
Miraba con expresión ausente la uña de su pulgar cuando de
repente me pregunté: ¿odio acaso esa uña? No, en realidad
no. Era una uña corriente, sin ninguna característica peculiar.
A continuación, fijé la mirada en uno de sus ojos y me pregunté:
¿odio realmente ese ojo? Sí, lo odio (y sin ninguna buena
razón, que es la forma más pura del odio). Miré más
atentamente. ¿Odio esa pupila? No. ¿Odio esa córnea,
ese iris, esa esclerótica? No, de modo que ¿odio realmente
ese ojo? Tuve que admitir que no lo odiaba. Tuve la impresión de
que estaba haciendo progresos. Pasé a uno de los nudillos, a un
dedo, a la mandíbula, a un codo. Con sorpresa, me di cuenta de que
había partes de esa mujer que no odiaba. Al centrar la atención
en los detalles, en lo concreto, en lugar de la imagen global, permitía
que se produjera un cambio interno sutil, un ablandamiento. Este cambio
de perspectiva producía un desgarro en mi prejuicio, lo bastante
amplio como para percibir la humanidad básica de la mujer. Mientras
me percataba de todo esto, ella se volvió hacia mí e inició
una conversación. No recuerdo de qué hablamos, algo superficial,
pero mi cólera había desaparecido cuando terminó el
vuelo. Aquella mujer, por supuesto, no se había transformado en
la mejor de mis amigas, pero tampoco era ya la maldita usurpadora de mi
asiento junto al pasillo; simplemente un humano como yo, que llevaba su
vida lo mejor que podía.
Una mente flexible
La capacidad para cambiar de perspectiva, para ver los problemas «desde
ángulos diferentes», guarda relación con la flexibilidad
de la mente. El beneficio fundamental de esta flexibilidad es que nos permite
abarcar toda la existencia, sentimos plenamente vivos, experimentar toda
la dimensión de nuestra humanidad. Una tarde, después de
una larga jornada de charlas en Tucson, cuando el Dalai Lama regresaba
andando a su hotel, un banco de nubes de color magenta se extendió
sobre el cielo, absorbiendo la luz de últimas horas de la tarde
y realzando el relieve de las montañas Catalina, convirtiendo el
paisaje en una sinfonía de matices purpúreos. El aire era
cálido, cargado con la fragancia de las plantas del desierto, de
la salvia, y lleno de humedad; una inquieta brisa prometía tormenta.
El Dalai Lama se detuvo. Durante unos momentos, contempló en silencio
el horizonte, y finalmente hizo un comentario sobre la belleza del paisaje.
Siguió caminando pero, tras unos pasos, se detuvo de nuevo, se inclinó
para examinar un diminuto ramillete de espliego. Lo tocó con suavidad,
observó su delicada forma y se preguntó en voz alta cuál
sería el nombre de aquella planta. Me sentí impresionado
por la agilidad de su mente. Pareció pasar del paisaje a la pequeña
planta con una percepción simultánea de la totalidad y de
los detalles, con una asombrosa capacidad para abarcar todas las facetas
del espectro de la vida.
Todos podemos desarrollar esa misma flexibilidad mental. Surge, al
menos en parte, de nuestros esfuerzos por extender nuestra perspectiva
y probar nuevos puntos de vista. El resultado es la conciencia simultánea
del macrocosmos y el microcosmos, que nos ayuda a separar lo que es importante
de aquello que no lo es.
En mi caso, necesité la suave presión del Dalai Lama,
durante el transcurso de nuestras conversaciones, para salir de mi limitada
perspectiva. Tanto por naturaleza como por formación, siempre he
tenido tendencia a abordar los problemas desde el punto de vista de la
dinámica individual, con sus procesos psicológicos. Las perspectivas
sociológicas o políticas nunca han tenido mucho interés
para mí. Durante una conversación con el Dalai Lama, hablamos
sobre la ampliación y multiplicación de las perspectivas.
Como había tomado varias tazas de café, mi conversación
era muy animada y hablé de la capacidad para cambiar de perspectiva
como un proceso interno, como una búsqueda individual, basada exclusivamente
en la decisión consciente del individuo de adoptar un punto de vista
diferente.
El Dalai Lama finalmente me interrumpió y me recordó:
-Adoptar una perspectiva más ampliaa supone trabajar solidariamente
con otras personas. Cuando se producen catástrofes gigantescas,
medio ambientales o económicas, por ejemplo, se necesita un esfuerzo
coordinado de mucha gente, con un sentido de la responsabilidad y del compromiso
globales, no meramente individuales.
Me sentí molesto por el hecho de que él introdujera el
mundo cuando yo trataba de concentrarme en el individuo.
-Pero esta misma semana -insistí-, en nuestras conversaciones
y en sus charlas ante el público, ha hablado mucho sobre la importancia
del cambio personal desde dentro, de la transformación interna.
Ha hablado, por ejemplo, de la importancia de desarrollar compasión,
de superar la cólera y el odio, de cultivar la paciencia y la tolerancia...
-Sí. Naturalmente, el cambio debe proceder de dentro del individuo.
Pero cuando se buscan soluciones a los problemas globales, se necesita
abordar esos problemas desde los puntos de vista del individuo y del conjunto
de la sociedad. Ser flexible, tener una perspectiva más amplia,
exige capacidad para abordar los problemas desde varios niveles: el individual,
el de la comunidad y el global.
»En la charla que di en la universidad la otra tarde hablé
sobre la necesidad de reducir la cólera y el odio mediante el cultivo
de la paciencia y la tolerancia. Reducir el odio al mínimo es como
un desarme interno. Pero, como también señalé, el
desarme interno tiene que producirse al mismo tiempo que el desarme externo.
Y esto es muy importante. Afortunadamente, después del derrumbe
del imperio soviético y al menos por el momento, no hay amenazas
de holocaustos nucleares. Por ello creo que es un buen momento y que no
deberíamos desaprovechar esta oportunidad. Es ahora cuando deberíamos
fortalecer la paz. La verdadera paz, no sólo la simple ausencia
de guerra. Porque una simple ausencia de guerra no es una verdadera paz
mundial. La paz tiene que basarse en la confianza mutua. Y puesto que las
armas constituyen el mayor obstáculo para el desarrollo de la confianza
mutua, creo que ha llegado el momento de pensar cómo podríamos
librarnos de ellas. Es muy importante. Claro que no se puede Conseguir
de la noche a la mañana. Lo más realista sería avanzar
paso a paso. Pero, en todo caso, deberíamos tener muy claro cuál
es nuestro objetivo final: que todo el mundo quede desmilitarizado. Por
tanto debemos trabajar para desarrollar paz interior y al mismo tiempo
trabajar por el desarme externo y la paz tanto como podamos. Ésa
es nuestra responsabilidad.
La importancia del pensamiento flexible
Hay una relación estrecha entre una mente flexible y la capacidad para cambiar de perspectiva. La mente flexible nos ayuda a abordar nuestros problemas desde varias perspectivas; por tanto, tratar de examinar los problemas con objetividad multiplicando las perspectivas puede considerarse una manera de formar la mente en la flexibilidad. En el mundo actual, el intento de desarrollar un pensamiento flexible no es un simple ejercicio para intelectuales ociosos, sino una cuestión de supervivencia. Desde un punto de vista evolutivo, son las especies más flexibles las que se han adaptado mejor a los cambios ambientales, las que han sobrevivido y prosperado. Hoy en día, la vida se caracteriza por el cambio repentino, inesperado y, en ocasiones, violento. Una mente flexible puede ayudar a reconciliamos con los cambios externos, y también a amortiguar nuestros conflictos internos, inconsistencias y ambivalencias. Si no cultivamos una mente adaptable, nuestra mirada se enturbia y nuestra relación con el mundo se guía por el temor. Al adoptar un enfoque flexible y dúctil ante la vida podemos mantener nuestra compostura incluso en las situaciones más turbulentas. Es gracias a nuestros esfuerzos por alcanzar una mente flexible como podemos reforzar la capacidad de resistencia del espíritu humano.
A medida que iba conociendo al Dalai Lama, más me asombraba ante
su flexibilidad, su capacidad para adoptar numerosos puntos de vista. Cabría
esperar que en su condición de jefe religioso se erigiera en defensor
de la fe, así que le pregunté:
-¿ Se ha considerado alguna vez demasiado rígido, demasiado
estrecho de miras?
-Hmm... -murmuró reflexivo durante un momento, antes de contestar
con decisión-: No, no lo creo. De hecho, sucede precisamente lo
contrario. En ocasiones soy tan flexible que se me acusa incluso de no
seguir una línea coherente. -Se echó a reír sonoramente-.
Alguien se me acerca y me presenta determinada idea; examino las razones
que aduce y exclamo: «¡Eso es magnífico!». Después
se me acerca otra persona con un punto de vista opuesto y también
encuentro acertadas sus razones. Me han criticado por eso; me recuerdan:
«Nos hemos comprometido a seguir este camino, así que, por
el momento, sigámoslo».
Si tuviéramos que juzgado sólo por esta declaración,
podríamos creer que el Dalai Lama es indeciso, sin principios que
lo guíen. En realidad, nada más alejado de la verdad. El
Dalai Lama tiene unas convicciones básicas que guían todas
sus acciones: la bondad fundamental de todos los seres humanos, el valor
de la compasión, la benevolencia y la generosidad, atributos comunes
a todas las criaturas vivas. -Al hablar de la importancia de ser flexible,
dúctil y adaptable no pretendo sugerir que seamos como camaleones,
y que absorbamos cualquier nuevo sistema de creencias con el que nos encontremos,
que cambiemos de identidad, que adoptemos pasivamente cualquier idea. Las
fases superiores del crecimiento y el desarrollo dependen del conjunto
de valores que nos guían. Un sistema de valores capaz de proporcionar
continuidad y coherencia a nuestras vidas, mediante el que podamos medir
nuestras experiencias. Un sistema de valores que nos ayude a decidir qué
objetivos merecen realmente perseguirse y cuáles son irrelevantes.
La cuestión es: ¿cómo podemos mantener de un modo
coherente y firme este conjunto de valores fundamentales y ser flexibles
al mismo tiempo? El Dalai Lama parece haberlo conseguido al reducir su
sistema de creencias a unas cuantas verdades fundamentales: 1) Soy un ser
humano; 2) deseo ser feliz y no quiero sufrir; 3) otros seres humanos como
yo también desean ser felices y no quieren sufrir. Al destacar el
terreno que comparte con los demás, en lugar de fijarse en las diferencias,
genera un sentimiento de unión que conduce a la convicción
profunda del valor de la compasión y el altruismo. Utilizando este
enfoque, puede ser muy gratificante el simple hecho de dedicar un poco
de tiempo a reflexionar sobre nuestro propio sistema de valores y reducido
a sus principios fundamentales, lo que nos proporcionará mayor libertad
y flexibilidad para afrontar los problemas.
Encontrar el equilibrio
El enfoque flexible de la vida no es sólo un instrumento para
abordar conflictos, sino también para alcanzar el estado indispensable
para una vida feliz: el equilibrio.
Una mañana, cómodamente instalado en su silla, el Dalai
Lama aclaró el valor de llevar una vida equilibrada.
-Asumir equilibradamente la vida, evitando los extremos, es de capital
importancia en todos los aspectos de la vida. Por ejemplo, con una planta
hay que ser muy habilidoso y delicado cuando se encuentra en sus primeras
fases de crecimiento. Demasiada o poca humedad o luz solar la destruirá.
Lo que se necesita por tanto es un medio muy equilibrado, para que pueda
disfrutar de un crecimiento saludable. Por lo que se refiere a la salud
física de una persona, el exceso o la escasez de algunos elementos
pueden tener efectos destructivos.
»Esto se aplica también al desarrollo mental y emocional.
Si observamos que somos arrogantes, por ejemplo, que nos hinchamos dándonos
importancia, basándonos en supuestos o reales logros o cualidades,
el antídoto consiste en pensar un poco más en nuestros problemas
y padecimientos, en contemplar los aspectos insatisfactorios de la existencia.
Eso nos ayuda a rebajar nuestra soberbia y a ponernos más en contacto
con la realidad. Por el contrario, si uno se da cuenta de que reflexiona
sobre la naturaleza insatisfactoria de la existencia hasta el punto de
sentirse abrumado e impotente, es aconsejable reflexionar sobre el progreso
que se ha hecho hasta el momento y sobre las cualidades positivas que se
posean, lo que nos ayudará a abandonar ese estado mental de desánimo.
Es preciso buscar el equilibrio.
»Este enfoque no sólo es útil para la salud física
y emocional de la persona, sino también para el desarrollo espiritual.
La tradición budista ofrece muchas prácticas para él,
pero es muy importante ser muy habilidoso en su ejecución y no excederse.
También aquí se necesita un enfoque equilibrado y sagaz,
combinar el estudio y el aprendizaje con la contemplación y la meditación.
Esto es importante para que no se produzca ningún desequilibrio
entre el aprendizaje académico o intelectual y su puesta en práctica.
Si no, se correría el riesgo de que una excesiva intelectualización
perjudicara las prácticas contemplativas. Pero si pusiéramos
un énfasis excesivo en la contemplación, sin que ésta
vaya acompañada por el estudio, limitaríamos la comprensión.
Así pues, tiene que haber un equilibrio...
Tras una pausa, añadió:
-En otras palabras, la práctica del Dharma, la verdadera práctica
espiritual, es en cierto sentido como un estabilizador de voltaje. La función
del estabilizador consiste en impedir los altibajos de la potencia eléctrica,
que transforma en un flujo estable y constante.
-Aconsejo evitar los extremos -comenté-, pero ¿acaso
no son los extremos los que aportan entusiasmo y gusto por la vida? Evitados,
elegir siempre el «camino medio», ¿no conduce a una
existencia blanda e incolora?
Negó con la cabeza antes de contestar.
-Creo que necesita usted comprender el origen del comportamiento extremado.
Tomemos, por ejemplo, la obtención de bienes materiales: cobijo,
muebles, vestido... Por un lado cabría ver la pobreza como una situación
extrema, y tenemos todo el derecho de esforzarnos en superada y asegurar
nuestro bienestar material. Por el otro, demasiados lujos, la búsqueda
de una riqueza excesiva. Nuestro objetivo último al buscar más
riqueza es la satisfacción, la felicidad. Pero buscar más
es no tener suficiente, o sea, tener un sentimiento de descontento, el
cual no surge de la presunta utilidad de los objetos que buscamos, sino
más bien de nuestro estado mental.
»Creo por tanto que nuestra tendencia a dejamos llevar hacia
los extremos se ve alimentada a menudo por un sentimiento subyacente de
descontento. Sin duda también hay otros móviles para la desmesura,
pero es importante reconocer que si bien los extremos pueden parecer atractivos
o «apasionantes», en el fondo son nocivos. Hay muchos ejemplos
sobre los peligros del comportamiento extremado. Imaginemos, por ejemplo,
una actividad pesquera intensiva a escala planetaria, sin tener en cuenta
las consecuencias a largo plazo, sin sentido de la responsabilidad, con
lo que provocamos un agotamiento de los mares... Lo mismo puede suceder
con el comportamiento sexual. Existe un impulso biológico para la
reproducción y se obtiene satisfacción de la actividad sexual,
pero si el comportamiento sexual se hace extremado, sin verdadera responsabilidad,
provoca numerosos problemas y abusos..., como el maltrato o el incesto.
-Ha dicho que, además del descontento, puede haber otros motivos
para la desmesura...
-Sí, ciertamente.
-¿Puede darme un ejemplo?
-La estrechez de miras.
-La estrechez de miras..., ¿en qué sentido?
-El ejemplo de la pesca excesiva es un caso de estrechez de miras,
puesto que sólo se tiene en cuenta lo inmediato. La educación
y el conocimiento amplían la perspectiva.
El Dalai Lama tomó su rosario de una mesita y deslizó
sus cuentas entre las manos mientras reflexionaba en silencio. De repente,
miró el rosario y dijo:
-Creo que la visión limitada conduce al pensamiento extremista.
Yeso crea problemas. El Tíbet, por ejemplo, fue una nación
budista durante muchos siglos. Naturalmente, eso produjo un sentimiento
de
que el budismo era la mejor religión, una tendencia a considerar
que sería bueno que toda la humanidad se hiciera budista. La idea
de que todo el mundo debiera ser budista es un caso de extremismo. Y esa
actitud causa problemas. Pero ahora que no estamos en el Tíbet,
hemos tenido la oportunidad de entrar en contacto con otras tradiciones
religiosas de las que hemos aprendido. Eso nos ha acercado más a
la realidad, nos hemos percatado de que en la humanidad hay muchas creencias
y actitudes diferentes. Que todo el mundo fuera budista sería muy
poco práctico. A través de un contacto más estrecho
con otras confesiones se da uno cuenta de las cosas positivas que poseen.
Ahora, al encontramos con otra religión, surge un sentimiento positivo,
un sentimiento de comodidad. Nos parece bien que haya personas que se adhieran
a confesiones diferentes. Es como en un restaurante: todos podemos sentamos
y pedir platos diferentes, según nuestras preferencias. Podemos
comer platos diferentes sin que nadie discuta por ello. »Así
pues, creo que al ampliar deliberadamente nuestra perspectiva podemos superar
los extremismos y sus consecuencias negativas. Tras esto, el Dalai Lama
deslizó el rosario alrededor de la muñeca, me dio una afable
palmadita en la mano y se levantó, dando por terminada la entrevista.
Cuarta parte
Superar los
obstáculos
11 Encontrar significado en el sufrimiento
VÍCTOR FRANKL, un psiquiatra judío detenido por los nazis
durante la Segunda Guerra Mundial, dijo en cierta ocasión: «El
hombre está dispuesto y preparado para soportar cualquier sufrimiento
siempre y cuando pueda encontrarle un significado». Frankl utilizó
su brutal e inhumana experiencia en los campos de concentración
para tratar de comprender cómo pudieron sobrevivir algunos a tantas
atrocidades, y determinó que la supervivencia no se apoyaba en la
juventud o en la fortaleza física, sino en la fortaleza derivada
de hallar un significado a esa experiencia.
Descubrir el significado del sufrimiento constituye una poderosa ayuda
para afrontar las situaciones, incluso las más difíciles.
Pero no resulta tarea fácil encontrar significado en nuestro sufrimiento.
A menudo, el sufrimiento parece fortuito, sin significado. Y, aunque nos
encontramos en medio de nuestro dolor y sufrimiento, toda nuestra energía
se centra en alejamos del mismo. Durante los períodos de crisis
aguda parece imposible reflexionar sobre cualquier significado que pueda
esconder nuestro sufrimiento. A menudo, lo único que podemos hacer
es soportarlo. Y es natural considerarlo una injusticia y preguntarnos:
«¿Por qué a mí?». Afortunadamente, sin
embargo, en los momentos de alivio o en los períodos posteriores
a experiencias de sufrimiento agudo, podemos reflexionar sobre él
y buscar su significado. El tiempo y el esfuerzo dedicados a buscar significado
al sufrimiento aportará muchos beneficios cuando ocurran las desgracias.
Pero para ello tenemos que iniciar nuestra búsqueda cuando las cosas
nos van bien. Un árbol con raíces fuertes puede resistir
la tormenta más violenta, pero no puede desarrollar sus raíces
cuando la tormenta aparece ya en el horizonte.
Así pues, ¿por dónde empezar nuestra búsqueda
del significado del sufrimiento? Para muchas personas, esa búsqueda
se inicia con su fe religiosa. Aunque las religiones difieren sobre el
significado que dan al sufrimiento, todas ofrecen estrategias para responder
a él, basadas en sus creencias fundamentales. Para el budismo y
el hinduismo, por ejemplo, es el resultado de nuestras acciones negativas
y se le considera un catalizador para la búsqueda de la liberación
espiritual.
En la tradición judeocristiana, el universo fue creado por un
Dios bueno y justo y aunque su plan sea misterioso e indescifrable a veces,
nuestra fe y confianza en sus designios nos permiten tolerar más
fácilmente nuestro sufrimiento, confiar, como dice el Talmud, en
que «todo lo que hace Dios, lo hace para bien». La vida seguirá
siendo sin duda dolorosa, pero como el dolor que experimenta la mujer al
dar a luz, confiamos en que será superado por el bien que trae.
El reto en estas confesiones religiosas estriba en que, con frecuencia,
no se nos revela el bien último. No obstante, aquellos que tienen
una fe firme se ven apoyados por la convicción de que en el sufrimiento
se expresa un propósito divino, como aconseja un sabio hasídico:
«Cuando un hombre sufre, no debería decir: "¡Esto es
muy malo!", ya que nada de lo que Dios le impone al hombre es malo. Pero
es correcto exclamar: "j Esto es amargo!", pues entre las medicinas hay
algunas que están hechas con hierbas amargas». Así
pues, desde una perspectiva judeocristiana, el sufrimiento puede servir
para muchos propósitos: ponernos a prueba y fortalecer nuestra fe,
acercarnos íntimamente a Dios debilitar los lazos con el mundo material
e inducirnos a acudir a Dios como nuestro refugio.
Aunque la fe puede ofrecer una valiosa ayuda para encontrar significado,
aquellos que no poseen creencias religiosas también pueden encontrado
en su sufrimiento después de una cuidadosa reflexión. A pesar
del universal rechazo del sufrimiento, caben pocas dudas de que fortalece
y ahonda la comprensión de la vida. En cierta ocasión, el
doctor Martin Luther King, Jr., dijo: «Aquello que no me destruye,
me hace más fuerte». Y aunque es natural encogerse ante el
sufrimiento, éste puede contribuir a sacar lo mejor de nosotros.
En El tercer hombre, de Graham Greene, se lee: «Los treinta años
bajo los Borgia trajeron a Italia guerras, terror, asesinatos, pero también
a Miguel Ángel, a Leonardo da Vinci, el Renacimiento. Suiza, donde
predominaba el amor fraternal, ¿qué ha producido durante
quinientos años de democracia y paz? El reloj de cuco».
Aunque el sufrimiento sirva a veces para endurecernos, para fortalecernos,
en otras ocasiones llega a ser valioso por lo contrario, por ablandarnos
haciéndonos más sensibles. La vulnerabilidad que experimentamos
en nuestro sufrimiento suele producir una apertura y profundiza nuestra
conexión con los demás. El poeta William Wordsworth exclamó:
«Una profunda angustia ha humanizado mi alma». Al ilustrar
este efecto humanizador del sufrimiento, se me ocurre pensar en Robert,
un conocido mío. Era presidente ejecutivo de una gran empresa de
mucho éxito. Varios años antes había sufrido un grave
revés financiero que le provocó una profunda depresión.
Nos conocimos cuando se encontraba sumido en lo más profundo de
ella. Siempre había considerado a Robert un modelo de confianza
en sí mismo y de entusiasmo, y me alarmé al vedo tan abatido.
Con una intensa angustia en la voz, Robert me dijo:
-Esto es lo peor que he experimentado en toda mi vida. No puedo sacármelo
de encima. No sabía que fuera posible sentirse tan abrumado, desesperanzado
e impotente.
Después de conversar un rato sobre sus dificultades, le aconsejé
que acudiera a un colega para tratar la depresión. Varias semanas
más tarde me encontré con Karen, la esposa de Robert, y le
pregunté cómo estaba su marido. -Ha mejorado mucho. El psiquiatra
que le recomendaste le recetó una medicación antidepresiva
que ha ayudado mucho. Claro que todavía tardaremos un tiempo en
solucionar todos los problemas con el negocio pero ahora se siente mejor
y creo que todo marchará bien...
-Me alegro.
Karen vaciló un momento antes de confiarme algo.
-¿Sabes? Me apenaba mucho vedo tan deprimido. Pero, en cierto
modo, creo que eso ha sido una bendición. Una noche, empezó
a llorar desconsoladamente. Era incapaz de detenerse. Lo tuve entre mis
brazos durante horas, mientras él lloraba, hasta que finalmente
se quedó dormido. En veintitrés años de matrimonio
fue la primera vez que sucedió algo semejante... si quieres que
te sea honrada, nunca me había sentido tan cerca de él en
toda mi vida de casada. Ahora, las cosas son de algún modo diferentes.
Como si algo se hubiera roto y abierto... y ese sentimiento de proximidad
sigue estando ahí. El hecho de que compartiera su dolor, cambió
nuestra relación, nos acercó.
El Dalai Lama ha hablado sobre la utilización del sufrimiento
en el camino budista.
-En la práctica budista se puede utilizar el sufrimiento personal
para intensificar la compasión, como una oportunidad para el Tong-len.
Se trata de una práctica Mahayana en la que se asume mentalmente
el dolor y el sufrimiento de otro, ofreciéndole todos tus recursos,
buena salud, fortuna, etcétera. Más adelante daré
instrucciones detalladas sobre esta práctica, fundada en este pensamiento:
«Que mi sufrimiento sea un sustituto del sufrimiento de otros seres.
Que este sufrimiento pueda salvar a todos los seres que experimentan un
dolor similar». De ese modo, se utiliza el sufrimiento como una oportunidad
para asumir el sufrimiento de los otros.
»Aquí debería señalar una cosa. Si, por
ejemplo, caigo enfermo y empleo esta técnica, pensando: "Que mi
enfermedad libere a otros de una enfermedad similar", y me visualizo aceptando
el sufrimiento ajeno y transmitiendo buena salud, no pretendo decir con
ello que haya de olvidarme de mi propia salud. Al pensar en la enfermedad,
lo primero que hay que hacer es tomar medidas para no sufrir a causa de
ella. Luego, si a pesar de todo) se cae enfermo, es importante no pasar
por alto la necesidad de tomar los medicamentos apropiados.
»No obstante, una vez que se ha enfermado, prácticas como
la del Tong-len suponen una diferencia significativa en la actitud con
que se afronta la situación. En lugar de lamentarse, de sentir pena
por uno mismo y de verse abrumado por la ansiedad y la preocupación,
puede uno salvarse del sufrimiento mental adicional al adoptar la actitud
correcta. Practicar la meditación Tong-len, o «dar y recibir»,
quizá no consiga aliviar el dolor físico o conducir a una
cura en términos físicos, pero nos protege de un dolor psicológico
innecesario. Se puede pensar: "Que al experimentar este sufrimiento pueda
salvar a otros que pasen por la misma experiencia"; entonces el propio
sufrimiento adquiere un nuevo significado, al ser utilizado como el fundamento
de una práctica religiosa o espiritual. Además es posible
llegar a ver la situación como un privilegio, como una oportunidad
de enriquecimiento.
-Ha dicho que el sufrimiento puede utilizarse en la práctica
del Tong-len. Antes ha señalado que la contemplación de la
naturaleza del sufrimiento puede ser muy útil para no abrumamos
cuando lo padezcamos, en el sentido de desarrollar una mayor aceptación
del sufrimiento como inherente a la vida...
-Ciertamente.
-¿Hay otras formas de ver nuestro sufrimiento como algo significativo,
o al menos con un valor práctico?
-Sí, desde luego -contestó-. Creo que antes subrayé
que en el camino budista reflexionar sobre el sufrimiento tiene una tremenda
importancia porque al aprehender su naturaleza desarrollamos una mayor
resolución de eliminar tanto las causas que lo producen como los
actos insanos que conducen al mismo. Eso aumentará a su vez el entusiasmo
por las acciones sanas que conducen a la felicidad y la alegría,
-¿ y ve algún beneficio en que los no budista s reflexionen
sobre el sufrimiento?
-Sí, creo que puede tener valor práctico en algunas situaciones.
Por ejemplo, reflexionar sobre el sufrimiento contribuye a reducir la arrogancia.
Claro que eso quizá no se perciba como un beneficio -señaló
echándose a reír- por alguien que no considere la arrogancia
o el orgullo como un defecto.
Tras un momento de silencio, el Dalai Lama añadió:
-En cualquier caso, creo que hay un aspecto de nuestra experiencia
del sufrimiento que es de vital importancia: nos ayuda a desarrollar empatía,
lo que nos permite acercamos a los sentimientos y el sufrimiento de los
demás, aumenta nuestra capacidad para la compasión, y nos
ayuda por tanto a conectar con los demás. En ese sentido, se puede
considerar que tiene un valor. Así pues -concluyó-, es probable
que cambiemos de actitud y nuestro sufrimiento ya no nos parezca tan terrible.
Cómo afrontar el dolor físico
Al reflexionar sobre el sufrimiento durante los momentos de bienestar, descubrimos a menudo un valor y un significado profundo en él. En ocasiones, sin embargo, nos vemos enfrentados a padecimientos que no parecen tener ninguna cualidad redentora. El dolor físico pertenece a esa categoría. Pero hay una diferencia entre el dolor físico, que es un proceso fisiológico, y el sufrimiento, que es nuestra respuesta mental y emocional al mismo. Así pues, se nos plantea la pregunta: ¿podemos encontrar una finalidad detrás de nuestro dolor, capaz de modificar nuestra actitud hacia el mismo? Y si cambiamos de actitud, ¿disminuiría el grado de sufrimiento?
En su libro Dolor: el dolor que nadie quiere, el doctor Paul Brand explora
el valor del dolor físico. Brand, un cirujano de prestigio mundial
y especialista en lepra, pasó los primeros años de su vida
en la India, donde, como hijo de misioneros, se vio rodeado de personas
que vivían en condiciones de extremada pobreza y sufrimiento. Al
observar en ellos una mayor tolerancia al dolor físico que en Occidente,
se interesó por el fenómeno del dolor y efectuó un
notable descubrimiento: la putrefacción de la carne se debía
a la pérdida de la sensación de dolor en las extremidades.
Al no contar con la protección del dolor, los pacientes de lepra
no disponían de un sistema que les advirtiera del daño en
los tejidos. El doctor Brand vio a pacientes que caminaban o corrían
sobre extremidades cuya piel estaba desgarrada o incluso con los huesos
al descubierto, lo que causaba su rápida destrucción. A veces
incluso introducían la mano en el fuego para retirar algo sin sentir
dolor. Observó también en ellos una actitud de lo más
indiferente hacia la autodestrucción. En su libro, Brand presenta
muchos ejemplos de los efectos destructivo s de vivir sin sensación
de dolor, las heridas recurrentes, las ratas que roían los dedos
de manos y pies mientras el paciente dormía tranquilamente.
Después de una larga experiencia con pacientes que sufrían
dolores agudos y con otros insensibles, Brand llegó a considerar
el dolor no como el enemigo que es en Occidente, sino como un sistema biológico
complejo que nos advierte para protegemos. Pero ¿por qué
entonces la experiencia del dolor tiene que ser tan desagradable? Brand
afirma que precisamente en eso reside su efectividad, pues obliga al organismo
a afrontar el problema. Aunque el cuerpo cuenta con movimientos reflejos
de protección, es la sensación de dolor la que impulsa a
todo el organismo a prestar atención y actuar. También graba
la experiencia en la memoria y nos sirve para protegemos en el futuro.
Así como encontrar significado a nuestro sufrimiento nos ayuda
a afrontar los problemas, para Brand la comprensión de la finalidad
del dolor físico contribuye a disminuir el sufrimiento. Si nos preparamos
para el dolor, si comprendemos su naturaleza y reflexionamos sobre lo que
sería la vida sin esa sensación, invertiremos en lo que Brand
llama un «seguro para el dolor». No obstante, y como quiera
que el dolor agudo es capaz de acabar con toda objetividad, tenemos que
reflexionar sobre él antes de que aparezca. Si somos capaces de
pensar en el dolor como «un discurso que pronuncia nuestro cuerpo
sobre un tema de importancia vital, de una intensidad tal que llama inevitablemente
nuestra atención», entonces empezará a cambiar nuestra
actitud, y en consecuencia disminuirá nuestro sufrimiento. «Estoy
convencido -afirma Brand- de que la actitud que hayamos cultivado puede
determinar el grado de sufrimiento cuando el dolor nos llegue.» Incluso
cree que podemos desarrollar un sentimiento de gratitud ante el dolor.
No cabe la menor duda de que nuestra, actitud y perspectiva mentales
determinan el grado de sufrimiento. Supongamos que dos individuos, un trabajador
de la construcción y un pianista, sufren la misma herida en un dedo.
Aunque el dolor sea el mismo para ambos, el obrero de la construcción
sufre menos y hasta se alegra si la herida le procura ese mes de vacaciones
pagadas que tanto necesitaba, mientras que esa misma lesión causa
un intenso sufrimiento en el otro al impedirle tocar el piano, fuente fundamental
de alegría en su vida.
Esto ha sido demostrado por numerosos estudios y experimentos científicos.
Los investigadores han explorado las vías mediante las que se percibe
el dolor: se inicia con una señal sensorial, una. alarma que se
dispara en cuanto las terminaciones nerviosas son estimuladas. Millones
de señales viajan por la médula espinal hasta la base del
cerebro, que las clasifica y envía un mensaje a las zonas superiores,
donde se elabora una respuesta. Es en esta fase en la que se le asigna
valor al dolor; es decir, es en la mente donde convertimos el dolor en
sufrimiento. Para disminuir éste, tenemos que efectuar una distinción
entre el dolor que percibimos y el que creamos mediante nuestros pensamientos.
El temor, la cólera, la culpabilidad, la soledad y la impotencia
son respuestas capaces de intensificar el dolor. Así que, al afrontar
el dolor, debemos trabajar en los niveles más bajos de percepción
del mismo, utilizar las herramientas de la medicina moderna, como los medicamentos
por ejemplo, pero también podemos trabajar en los niveles superiores
mediante la modificación de nuestra perspectiva y nuestra actitud.
Muchos investigadores han examinado el papel de la mente en la percepción
del dolor. Pavlov entrenó incluso. a perros para que superaran el
dolor al asociar una descarga eléctrica con una recompensa en forma
de alimento. Ronald Melzak fue más lejos. Crió cachorros
de terrier escocés en un ambiente protegido, sin los problemas propios
del crecimiento. Estos perros no consiguieron aprender las respuestas básicas
al dolor; no reaccionaban, por ejemplo, cuando se les pinchaba las patas
con un alfiler, en contraposición con sus compañeros de camada,
que gañían de dolor cuando se los pinchaba. Sobre la base
de experimentos como éstos, Melzak llegó a la conclusión
de que buena parte de lo que llamamos dolor, incluida la respuesta emocional
de displacer, era algo aprendido, no instintivo. Otros experimentos realizados
con seres humanos, en los que se aplicó la hipnosis y se utilizaron
placebos, han demostrado también que, en muchos casos, las funciones
superiores del cerebro pueden aceptar o descartar las señales de
dolor que reciben. Esto indica que la mente puede determinar a menudo cómo
percibimos el dolor y ayuda a explicar los interesantes descubrimientos
de investigadores como Richard Sternback y Bernard Tursky, de la Escuela
de Medicina de Harvard (más tarde confirmados por un estudio de
Maryann Bates y colaboradores), quienes observaron diferencias significativas
entre los diferentes grupos étnico s en cuanto a capacidad para
percibir y resistir el dolor.
Parece, por tanto, que la afirmación de que nuestra actitud
puede influir en el grado de sufrimiento no es una especulación,
sino que está apoyada en pruebas científicas. En sus investigaciones,
Brand hace otra observación fundamental. Sus pacientes de lepra
declaran: «Claro que puedo verme las manos y los pies, pero no los
percibo como si fueran parte de mí. Es como si fueran simples herramientas».
Así Pues, el dolor no sólo nos advierte y nos protege, sino
que unifica nuestro cuerpo. Sin la sensación de dolor en manos o
pies, estos miembros parecen no pertenecer a él y así como
el dolor físico unifica nuestro cuerpo, la experiencia general del
sufrimiento nos conecta a los demás. Quizá sea ése
el significado principal del sufrimiento, una condición que compartimos
con los demás, que une a todas las criaturas vivas.
Concluimos nuestro análisis del sufrimiento humano con la enseñanza
por parte del Dalai Lama de la práctica del Tong-len, a la que se
refirió en nuestra conversación anterior. Según explicaría
él mismo, el propósito de esta meditación es fortalecer
la compasión. Pero también podemos veda como una potente
herramienta para transmutar nuestro sufrimiento. Podemos utilizar estas
prácticas para aumentar nuestra compasión, al visualizar
a otros que pasan por un sufrimiento similar, al absorber y disolver su
sufrimiento en el propio, como un sufrimiento por delegación.
El Dalai Lama impartió esta enseñanza ante un numeroso
público en una tarde particularmente calurosa de septiembre, en
Tucson. El aire acondicionado del local, que luchaba contra la alta temperatura
del desierto, se vio finalmente superado por el calor generado por mil
seiscientos cuerpos. El calor reinante fue particularmente apropiado para
una meditación sobre el sufrimiento.
La práctica del Tong-len
-Esta tarde meditaremos sobre el Tong-len, el «dar y recibir».
Esta práctica está destinada a entrenar la mente, a fortalecer
el poder natural y la fuerza de la compasión, porque la meditación
Tong-len ayuda a contrarrestar nuestro egoísmo. Aumenta el poder
y la fortaleza de nuestra mente al intensificar nuestra capacidad para
abrimos al sufrimiento de otros.
»Para empezar este ejercicio primero hay que visualizar a nuestro
lado a un grupo de personas que necesitan ayuda, sumidas en el sufrimiento
y en un estado de extrema pobreza. Visualicen a este grupo de personas
con claridad. Luego, al lado de ellas, visualícense a sí
mismos como egocéntricos, con una arraigada actitud egoísta,
indiferentes a las necesidades de los demás. Entre este grupo de
personas que sufren y esta representación egoísta de sí
mismos, véanse en el centro, como un observador neutral.
»A continuación, observen hacia cuál de los dos
lados se inclinan ustedes de modo natural. ¿ Se inclinan más
hacia ese individuo singular, la personificación del egoísmo?
¿O sus sentimientos naturales de empatía fluyen hacia el
grupo de personas necesitadas? Si piensan con objetividad, concluirán
que el bienestar de un grupo es más importante que el de un individuo.
»Después, dirijan su atención a las personas necesitadas
y desesperadas. Dirijan toda su energía positiva hacia ellas. Ofrézcanles
mentalmente sus éxitos, sus recursos, sus virtudes. Una vez hecho
eso, asuman el sufrimiento de esas personas, sus problemas y todas sus
dificultades.
»Se puede imaginar, por ejemplo, a un niño hambriento
de Somaha. En este caso, el profundo sentimiento de empatía no se
basa en consideraciones como "Es mi pariente" o "Es mi amigo". Ni siquiera
conoce usted a esa persona. Pero el hecho de que usted y el otro sean seres
humanos permite que surja su capacidad natural para la empatía y
que pueda usted abrirse al otro. Piense entonces: "Este niño no
tiene capacidad para aliviar su infortunio". Entonces, mentalmente, asuma
sobre sí mismo todo el sufrimiento de la pobreza, el hambre y la
privación de este niño y ofrézcale mentalmente sus
posesiones, riqueza y éxitos. Así puede entrenar su mente,
mediante esta clase de visualización de "dar y recibir".
»A veces resulta útil empezar esta práctica imaginándose
en el futuro como una persona que sufre y, con una actitud de compasión,
asumir ese sufrimiento en el presente, con el sincero deseo de liberarse
de todo sufrimiento futuro. Una vez haya adquirido algo de práctica
para generar un estado mental de compasión hacia sí mismo,
puede ampliar su compasión para incluir a los demás.
»Al "asumir sobre sí", es útil visualizar los infortunios
bajo aspecto de sustancias venenosas, armas peligrosas o animales terroríficos,
cosas ante las que normalmente se estremecería. Visualice el sufrimiento
como si hubiera adquirido estas formas y luego absórbalas directamente
en su corazón.
»El propósito de visualizar estas formas negativas y aterradoras,
que se disuelven en nuestros corazones, es el de destruir las habituales
actitudes egoístas que residen en ellos. No obstante, para aquellas
personas que puedan tener problemas con su imagen, con un bajo nivel de
autoestima, es importante considerar si esta práctica es apropiada.
»El Tong-len es muy poderoso si se combina el "dar y recibir"
con la respiración; es decir, imaginen "recibir" en el momento de
inspirar y "dar" en el momento de espirar. Durante estas visualizaciones,
probablemente experimentarán una ligera incomodidad. Eso indica
que se ha alcanzado el objetivo: la actitud egocéntrica. y ahora,
meditemos.
Al terminar la enseñanza del Tong-len, el Dalai Lama señaló
que ningún ejercicio en particular es atractivo o apropiado para
todo el mundo. En nuestro viaje espiritual, es importante decidir si una
práctica es adecuada para nosotros después de comprender
su esencia. Eso fue lo que me sucedió a mí cuando intenté
seguir las instrucciones del Dalai Lama sobre el Tong-len aquella misma
tarde. Descubrí que tenía dificultades, un sentimiento de
resistencia, aunque no logré descubrir de qué se trataba.
La misma noche, sin embargo, al pensar en las instrucciones del Dalai Lama,
me di cuenta de que mi resistencia se había desarrollado ya desde
el principio, cuando el Dalai Lama señaló que el grupo era
más importante que el individuo. Se trataba de algo que ya había
escuchado con anterioridad; el axioma de Vulcan propuesto por Spock en
Star Trek: las necesidades de la mayoría deben anteponerse a las
de la minoría. En esa afirmación había sin embargo
algo que me molestaba. Antes de planteárselo al Dalai Lama, sondeé
a un amigo que había estudiado el budismo durante mucho tiempo,
quizá porque yo no deseaba aparecer como el que «sólo
quiere ser el número uno».
-Hay una cosa que me molesta... -le dije-. Eso de que las necesidades
del grupo son más importantes que las del individuo tiene sentido
en la teoría, pero en la vida cotidiana no interactuamos con la
gente en masa, sino con individuos. En ese nivel de uno a uno, ¿por
qué deberían valer más las necesidades del otro que
las mías? Yo también soy un individuo... Somos iguales...
Mi amigo quedó pensativo un momento.
-Bueno, eso que dices es cierto. Pero si realmente consideras a cualquier
individuo como un igual, ya es suficiente para empezar. No necesité
acudir al Dalai Lama.
12 Producir un cambio
El proceso de cambio
-Hemos analizado la posibilidad de alcanzar la felicidad eliminando
nuestros comportamientos y estados mentales negativos. En general, ¿cómo
se consigue superar los comportamientos negativos e introducir cambios
positivos? -pregunté.
-El primer paso es el aprendizaje, la educación -contestó
el Dalai Lama-. Creo que ya he mencionado con anterioridad la importancia
del aprendizaje...
-¿Cuando habló de la importancia de comprender por qué
son nocivas las emociones negativas?
-Sí. Pero para producir cambios positivos, el aprendizaje sólo
es el primer paso. También hay otros factores, como la convicción,
la determinación, la acción y el esfuerzo. Así pues,
el siguiente paso consiste en desarrollar nuestra convicción. El
aprendizaje y la educación son importantes porque nos ayudan a desarrollar
el convencimiento de que necesitamos cambiar, y aumentan nuestro compromiso.
Y la convicción ha de cultivarse para convertirla en determinación.
A continuación, la determinación se transforma en acción;
una determinación firme nos permite realizar un esfuerzo continuado
para poner en marcha los verdaderos cambios. Este factor es decisivo.
»Así, por ejemplo, si se quiere dejar de fumar, lo primero
es ser consciente de que fumar es nocivo para el cuerpo. Por tanto, tienes
que educarte. Tengo entendido, por ejemplo, que la información sobre
los efectos nocivos del tabaco ha permitido modificar el comportamiento
de mucha gente; ahora se fuma menos en los países occidentales que
en un país comunista como China, debido precisamente a la disponibilidad
de información. Pero, a menudo, ese aprendizaje por sí solo
no es suficiente. Tienes que incrementar esa conciencia hasta que te lleve
a una firme convicción sobre los efectos nocivos del tabaco. Eso
fortalece a su vez tu determinación de cambiar. Finalmente, tienes
que realizar un esfuerzo para establecer nuevos hábitos. Ése
es el proceso de cambio, cualquiera que sea su objetivo.
»Ahora bien, al margen del comportamiento que intentes cambiar,
del objetivo hacia el que dirijas tus esfuerzos, necesitas desarrollar
una fuerte voluntad o deseo de hacerlo. Necesitas gran entusiasmo. En este
aspecto el sentido de la urgencia es un factor clave que ayuda a superar
los problemas. Por ejemplo, el conocimiento que se posee sobre los graves
efectos del sida ha creado en muchas personas la necesidad perentoria de
modificar el comportamiento sexual. Con frecuencia, una vez que se ha obtenido
la información adecuada, surge la seriedad y el compromiso.
»Así pues, la urgencia puede impulsar enérgicamente
el cambio. En un movimiento político, la desesperación puede
originarla hasta el punto de que la gente llega a olvidar incluso su hambre
y su cansancio en la busca de sus objetivos.
»El sentido de lo perentorio no sólo ayuda a superar los
problemas personales, sino también los comunitarios. Cuando estuve
en St. Louis, por ejemplo, hablé con el gobernador. Allí
habían sufrido recientemente unas graves inundaciones. El gobernador
me dijo que cuando Se produjeron temió que, dada la naturaleza individualista
de la sociedad, la gente no cooperara, no se comprometiera.
»Pero hubo tanta cooperación que quedó muy impresionado.
Para mí, eso demuestra que para alcanzar objetivos importantes necesitamos
desarrollar el sentido de lo perentorio. "Desgraciadamente -añadió
con tristeza-, sucede a menudo que no percibimos que una situación
requiere una solución con urgencia."
Me sorprendió oírle subrayar esto porque en Occidente
creemos que una actitud característica de los asiáticos es
dejar que las cosas sigan su curso, derivada de su creencia de que se viven
muchas vidas, de modo que si algo no sucede ahora, ya sucederá la
próxima vez... -Pero ¿cómo se desarrolla en la vida
cotidiana ese entusiasmo y esa decisión de cambiar? -pregunté.
-Para un budista practicante hay varias técnicas para generar
entusiasmo. Buda habló sobre lo preciosa que es la existencia humana.
Nosotros discutimos acerca del potencial que hay dentro de nuestro cuerpo,
de los buenos propósitos a los que puede servir, de los beneficios
y ventajas de tener una forma humana, etcétera. Esas discusiones
nos instilan confianza, nos incitan a utilizar nuestro cuerpo de forma
positiva.
»Después, para dar conciencia de la urgencia, que impulse
a prácticas espirituales, recordamos nuestra transitoriedad, es
decir, la muerte, interpretada en términos muy convencionales y
no en los aspectos más sutiles del concepto de transitoriedad. En
otras palabras, se nos recuerda que algún día ya no estaremos
aquí. Se estimula esa conciencia, de modo que cuando se conjunta
con la comprensión del enorme potencial de nuestra existencia surge
en nosotros la urgente necesidad de utilizar provechosamente todos los
preciosos momentos de nuestra vida.
-Esa contemplación de nuestra transitoriedad parece una gran
ayuda para desarrollar la urgencia de cambios positivos -comenté-.
¿No podrían utilizada también los no budistas?
-Creo que los no budistas deberían tener cuidado con algunas
técnicas -contestó reflexivamente-. Porque -añadió
echándose a reír- cabría utilizar la misma contemplación
para el propósito opuesto Y decirse: «No hay garantía
de que vaya a estar vivo mañana, así que será mejor
que hoy me divierta».
-¿Tiene alguna sugerencia acerca de cómo podrían
desarrollar ese sentido de la urgencia los que no son budistas?
-Bueno, como ya he señalado, aquí es donde intervienen
la educación y la información. Antes de conocer a ciertos
expertos, por ejemplo, yo sabía muy poco sobre la crisis del medio
ambiente. Pero ellos me explicaron el problema al que nos enfrentamos,
y fui consciente de la gravedad de la situación. Eso mismo puede
aplicarse a otros problemas que afrontamos.
-Pero, en ocasiones, incluso disponiendo de información, quizá
no tengamos energía para efectuar el cambio. ¿Cómo
podemos superar eso? -le pregunté.
El Dalai Lama reflexionó antes de contestar.
-Creo que tenemos que establecer una distinción. La apatía
obedece en ocasiones a factores biológicos, y entonces hay que trabajar
para cambiar el estilo de vida. Así, por ejemplo, dormir lo suficiente,
seguir una dieta saludable, abstenerse de tomar alcohol, etcétera,
ayuda a mantener la mente más alerta. En algunos casos quizá
haya que recurrir incluso a medicamentos u otros remedios si la causa es
una enfermedad. Pero también hay otra clase de apatía o pereza,
la que Surge de la debilidad de la mente...
-Sí, a eso me estaba refiriendo.
-Para superar esta apatía y generar compromiso y entusiasmo
que permitan cambiar comportamientos o estados mentales negativos, creo
que el método más efectivo y quizá la única
solución es ser siempre conscientes de los efectos destructivo s
del comportamiento negativo. Quizá haya que recordar repetidas veces
dichos efectos.
Las observaciones del Dalai Lama me parecían acertadas. Como
psiquiatra, sin embargo, sabía que algunos comportamientos negativos
y formas de pensar están fuertemente arraigados, así como
lo difícil que le resulta cambiar a la gente. Me he pasado muchas
horas examinando y diseccionando la resistencia de los pacientes al cambio
cuando hay en juego complejos factores psicodinámicos; así
que pregunté:
-A menudo, la gente desea introducir cambios positivos en su vida,
tener comportamientos más sanos..., pero en ocasiones parece producirse
una especie de inercia o resistencia... ¿Cómo lo explicaría?
-Es bastante fácil-dijo con naturallidad.
-¿Fácil?
-Eso ocurre porque nos habituamos a hacer las cosas de cierta manera.
Nos malcriamos y repetimos conductas que nos son familiares. -Pero ¿cómo
podemos superar eso?
-Utilizando el hábito en beneficio propio. Al familiarizamos
constantemente con nuevas pautas de comportamiento, podemos establecerlas
de modo definitivo. Le vaya dar un ejemplo: en Dharamsala solía
iniciar la jornada a las tres y media de la mañana, aunque aquí,
en Arizona, me estoy levantando a las cuatro y media. Duermo una hora más
-dijo, sonriente-. Al principio se necesitta un poco de esfuerzo para acostumbrarse,
pero al cabo de unos meses se convierte en una rutina y ya no hay necesidad
de ningún esfuerzo. Así, si uno se acostara un poco más
tarde, se podría tener una tendencia a querer unos minutos más
de sueño, pero uno se seguiría levantando a las tres y media
sin esforzarse. Ello se debe al poder de la costumbre.
»Del mismo modo, podemos superar cualquier condicionamiento negativo
y efectuar cambios positivos en nuestra vida. Pero hay que tener en cuenta
que el cambio genuino no se produce de la noche a la mañana. En
mi caso, por ejemplo, si comparo mi estado mental actual con el de, por
ejemplo, hace veinte o treinta años, observo una gran diferencia.
Pero a eso he llegado paso a paso. Empecé a estudiar el budismo
aproximadamente a la edad de cinco o seis años, pero en aquella
época no estaba interesado en los estudios -se echó a reír-,
a pesar de que me llamaban la más alta reencarnación. Creo
que hasta que no tuve unos dieciséis años no empecé
a pensar seriamente en el budismo. Fue entonces cuando inicié prácticas
serias. Luego, con el transcurso de los años, desarrollé
un profundo aprecio por los principios y prácticas budistas, que
al comienzo me habían parecido casi antinaturales. Todo me vino
a través de la familiarización gradual. Claro que el proceso
duró más de cuarenta años.
»Como ve, en lo más profundo, el desarrollo mental requiere
tiempo. Si alguien dice: "Las cosas han mejorado después de pasar
por muchos años de dificultades", me tomo esa afirmación
muy seriamente y es muy probable que los cambios sean genuinos y duraderos.
Pero si alguien dice: "En muy poco tiempo he tenido un gran cambio", dudo
mucho de esa afirmación.
Aunque el análisis del Dalai Lama era irreprochable, había
una cuestión que parecía quedar pendiente. -Ha mencionado
la necesidad de un alto nivel de entusiasmo y determinación para
transformar la mente, para efectuar cambios positivos. Al mismo tiempo,
sin embargo, reconocemos que el verdadero cambio sólo se produce
con lentitud y puede exigir mucho tiempo -continué-. En consecuencia,
es fácil desanimarse. ¿No se ha sentido nunca desanimado
por el lento progreso en su práctica espiritual o por algún
otro aspecto de su vida?
-Sí, desde luego -contestó. -¿Cómo afronta
eso?
-Por lo que se refiere a mi práctica espiritual, si encuentro
obstáculos o problemas, me resulta útil detenerme y echar
una mirada a largo plazo. Existen unos versos que en esas circunstancias
me transmiten valor y me ayudan a mantener mi determinación. Son
éstos:
Mientras el espacio perdure, mientras queden seres sensibles, viva también
yo
para disipar las miserias del mundo.
»Ahora bien, por lo que se refiere a la lucha por la libertad
del Tíbet, si con la convicción expresada en esos versos
estuviera dispuesto a esperar eones y eones... mientras el espacio perdure...
bueno, creo que tendría una actitud estúpida. Hemos de implicamos
activa e inmediatamente. Claro que, en esta lucha por la libertad, al pensar
en los catorce o quince años de esfuerzos negociadores, sin resultados,
al pensar en casi quince años de fracasos, se despierta en mí
un sentimiento de impaciencia o frustración. Pero ese sentimiento
no me desanima hasta el punto de perder la esperanza.
Insistí:
-Pero ¿qué es exactamente lo que le impide perder la
esperanza?
-Creo que me ayuda la amplitud de mi perspectiva. Por ejemplo, si observamos
la situación del Tíbet desde una perspectiva estrecha, nos
sentiremos impotentes. No obstante, si lo hacemos desde una perspectiva
más amplia, vemos una situación internacional en la que se
están derrumbando los sistemas comunistas y totalitarios, en la
que incluso existe en China un movimiento favorable a la democracia, en
la que el ánimo de los tibetanos sigue siendo alto. Así que
no abandono.
Llama la atención que un hombre con la formación filosófica
y la práctica meditativa del Dalai Lama prescriba la educación
como primer paso para producir la transformación interna, en lugar
de prácticas espirituales más trascendentales o místicas.
Aunque casi todo el mundo reconoce la importancia de la educación,
solemos pasar por alto su papel como factor vital para alcanzar la felicidad.
Las investigaciones han demostrado que hasta la educación puramente
académica contribuye a la felicidad. Numerosas encuestas han puesto
de manifiesto, de forma concluyente, que los niveles superiores de educación
tienen ecos beneficiosos en la salud y hasta protegen de la depresión.
Al tratar de determinar las razones de estos efectos, los científicos
han sugerido que las personas mejor educadas son más conscientes
de los factores de riesgo para la salud, están más capacitadas
para adoptar medidas que la favorezcan e incrementen la autoestima, tienen
mayores habilidades para solucionar problemas y también disponen
de estrategias más efectivas para afrontar las situaciones. Así
pues, si la simple educación académica aparece asociada con
una vida más feliz, ¿cómo no va a ser más importante
el aprendizaje del que habla el Dalai Lama, que consiste en comprender
y utilizar todo aquello que conduce a una felicidad duradera?
El siguiente paso en el camino del Dalai Lama hacia el cambio supone
generar "decisión y entusiasmo». Estas actitudes también
son señaladas por la ciencia occidental contemporánea como
factores importantes para alcanzar los objetivos. El psicólogo educativo
Benjamin Bloom estudió la vida de algunos de los artistas, atletas
y científicos estadounidenses más destacados y descubrió
que el impulso y la decisión, y no el talento natural, fue lo que
les permitió triunfar. Por tanto, cabe concluir que también
son factores determinantes en el arte de alcanzar la felicidad.
Los estudiosos del comportamiento han investigado ampliamente los mecanismos
que inician, mantienen y dirigen nuestras actividades, lo que se ha denominado
«motivación humana». Los psicólogos han identificado
tres clases principales de motivación. La primera es la motivación
primaria, impulso basado en las necesidades biológicas para sobrevivir.
Incluye, por ejemplo, las necesidades de alimento, agua y aire. La segunda
agrupa las necesidades de estímulo e información, que para
algunos investigadores son innatas e intervienen en la maduración
y el funcionamiento del sistema nervioso. Por último, tenemos las
motivaciones secundarias, derivadas de necesidades e impulsos adquiridos.
Muchas de ellas están relacionadas con la necesidad de éxito
y poder, influidas por fuerzas sociales y configuradas por el aprendizaje.
Es aquí donde las teorías de la psicología moderna
se encuentran con el concepto del Dalai Lama de desarrollar "decisión
v entusiasmo». En el sistema del Dalai Lama, sin embargo, el impulso
y la decisión no se utilizan únicamente para buscar el éxito
mundano, sino que se desarrollan a medida que se obtiene una comprensión
más clara de los factores que conducen a la verdadera felicidad
y se utilizan en la búsqueda de objetivos superiores, como la compasión
y el crecimiento espiritual.
El «esfuerzo» es el último factor del cambio. El
Dalai Lama lo caracteriza como un factor necesario para establecer un nuevo
condicionamiento. La idea de que podemos cambiar nuestros comportamientos
y pensamientos negativos mediante un nuevo condicionamiento no sólo
es compartida por muchos psicólogos occidentales, SInO que constituye
el fundamento de la psicología conductista: las personas han aprendido
a ser como son, de modo que adoptando nuevos condicionamientos se puede
resolver una amplia gama de problemas.
Aunque la ciencia ha revelado recientemente que la predisposición
genética de la persona tiene un papel muy claro en las respuestas
del individuo ante el mundo, muchos psicólogos creen que buena parte
de nuestra forma de comportamos, de pensar y de sentir viene determinada
por el aprendizaje y el condicionamiento, es decir, por la educación
y las fuerzas sociales y culturales. Y puesto que los comportamientos son
reforzados por el hábito, se nos abre la posibilidad, tal como afirma
el Dalai Lama, de erradicar el condicionamiento nocivo y sustituirlo por
uno útil, la vida..
Realizar un esfuerzo continuado para cambiar el comportamiento no sólo
es útil para superar los malos hábitos, sino también
para cambiar nuestros sentimientos fundamentales. Los experimentos han
demostrado que así como nuestras actitudes determinan .nuestro comportamiento,
idea comúnmente aceptada, el comportamiento también puede
cambiar nuestras actitudes. Los investigadores han descubierto que gestos
inducidos experimentalmente, .como fruncir el entrecejo o sonreír,
tienden a producir las correspondientes emociones de cólera
o felicidad, lo que sugiere que el simple hecho de «hacer como SI»,
sobre todo si se practica con frecuencia, puede producir finalmente un
verdadero cambio interno. Esto avala las prácticas propugnadas por
el Dalai Lama. Con el simple acto de ayudar regularmente a los demás,
por ejemplo, aunque no nos sintamos particularmente altruistas, podemos
desarrollar genuinos sentimientos de compasión.
Expectativas realistas
Para una verdadera transformación interna -afirma el Dalai Lama
es preciso realizar un esfuerzo continuado. Se trata de un proceso gradual.
Esto contrasta agudamente con la proliferación de técnicas
y terapias de autoayuda para «soluciones rápidas» que
tanto se han popularizado en las últimas décadas en la cultura
occidental, técnicas que van desde las «afirmaciones positivas»
hasta el «descubrimiento del niño interior».
El Dalai Lama está convencido del tremendo y acaso ilimitado
poder de la mente, pero de una mente que haya sido sistemáticamente
entrenada y atemperada por años de experiencia y de sano razonamiento.
Se necesita mucho tiempo para desarrollar el comportamiento y los hábitos
mentales capaces de contribuir a solucionar nuestros problemas, así
como para establecer los nuevos hábitos que trae consigo la felicidad.
No hay forma de soslayar estos factores esenciales: determinación,
esfuerzo y tiempo son las auténticas claves de la felicidad.
Al emprender el camino del cambio, es importante establecer expectativas
razonables. Si fueran demasiado elevadas, nos estaríamos encaminando
a una desilusión. Si son demasiado bajas pueden desalentar nuestra
voluntad de enfrentamos a las limitaciones y desarrollar todo nuestro potencial.
Después de nuestra conversación sobre el proceso de cambio,
el Dalai Lama añadió:
-No debería perderse nunca de vista la importancia de mantener
una actitud realista, de ser sensible y respetuoso ante la realidad de
la situación a medida que se avanza por el camino de la transformación.
Se deben reconocer las dificultades que se encuentren y que quizá
se necesite tiempo y un esfuerzo coherente para superarlas. Es importante
establecer una clara distinción entre los propios ideales y los
métodos mediante los que se juzga el progreso. Para un budista,
por ejemplo, el fin último es muy elevado: la plena iluminación.
Pero esperar alcanzarla con rapidez es una expectativa desmesurada, que
te lleva al desánimo y la desesperanza. Así pues, necesitas
'un enfoque realista. Por otro lado, si dices «Me voy a concentrar
en el aquí y el ahora; esto es lo práctico, debo olvidarme
del futuro y la iluminación», estás en otra actitud
extremada. Necesitamos una actitud intermedia. Necesitamos encontrar equilibrio.
»El tema de las expectativas es complicado. Las excesivas, sin
fundamentos adecuados, acarrean problemas. Por otro lado, si no tienes
expectativas y esperanza, si no tienes aspiraciones, no puede haber progreso.
Por tanto, no resulta fácil encontrar el equilibrio adecuado, Yo
seguía abrigando dudas; aunque pudiéramos modificar algunos
comportamientos y actitudes negativos con suficiente tiempo y esfuerzo,
¿hasta qué punto era realmente posible erradicar las emociones
negativas? Decidí abordar el tema con el Dalai Lama.
-Para acercamos a una felicidad duradera, ha dicho usted, debemos eliminar
nuestros comportamientos y estados mentales negativos, como la cólera,
el odio, la avaricia... -El Dalai Lama asintió con un gesto-. Pero
esas emociones son inherentes a nuestra constitución psíquica.
Al parecer, todos los seres humanos experimentamos en mayor o menor grado
esas oscuras emociones. Si eso es así, ¿es razonable detestar,
negar y combatir a una parte de nosotros mismos? ¿Es correcto tratar
de erradicar alguna parte de nuestra naturaleza?
-Sí, algunas personas sugieren que la cólera, el odio
y otras emociones negativas son naturales e inamovibles. Pero eso es erróneo.
Todos nosotros nacemos en un estado de ignorancia. La ignorancia, por lo
tanto, también es natural. Pero, a medida que crecemos, adquirimos
conocimientos a través de la educación y el aprendizaje,
disipamos la ignorancia. Sin embargo, si permaneciéramos en un estado
de ignorancia, sin desarrollar nuestro aprendizaje, no seríamos
capaces de disipar la ignorancia. Del mismo modo, mediante una formación
adecuada podemos reducir gradualmente nuestras emociones negativas y ampliar
nuestros estados mentales positivos, como el amor, la compasión
y el perdón.
-Pero si esas emociones forman parte de la psique, ¿cómo
podemos tener éxito a la hora de luchar contra ellas?
-Para ello es útil saber cómo funciona la mente humana
-contestó el Dalai Lama-. La mente es muy compleja y muy habilidosa.
Es capaz de encontrar muchas formas de afrontar una gran -variedad de situaciones.
Para empezar, tiene capacidad de adoptar diferentes perspectivas.
»En la práctica budista se utiliza esta capacidad en meditaciones
en las que se aíslan mentalmente diferentes aspectos de uno mismo,
para luego establecer un diálogo entre ellos. Tenemos, por ejemplo,
la meditación para intensificar el altruismo, en la que se establece
un diálogo entre la actitud egocéntrica y la actitud de progreso
espiritual. Por tanto, y a pesar de que rasgos negativos como el odio y
la cólera forman parte de la mente, podemos embarcamos en la tarea
de tomados como objetos externos y combatirlos.
»A menudo nos encontramos en situaciones en las que nos censuramos,
y nos decimos: "Me he defraudado a mí mismo", y nos enfadamos. Así
que también en esas ocasiones entablamos un diálogo con nosotros
mismos, aunque en realidad seamos siempre un solo individuo. A pesar de
ello, tiene sentido criticarse, enojarse con uno mismo, como todos sabemos
por experiencia propia.
»Pues bien, aunque en realidad sólo hay un único
ser individual, se pueden adoptar dos perspectivas diferentes. ¿Qué
es lo que ocurre cuando uno se critica? El "yo" que critica lo hace desde
una perspectiva totalizadora de la persona, mientras que el "yo" criticado
es uno mismo en una experiencia concreta. Así es posible esta relación
del SI mismo con el sí mismo".
,»Cabe añadir que es útil reflexionar sobre los
diversos aspectos de la Identidad personal. Tomemos como ejemplo un monje
tibetano. Ese individuo puede construir su identidad desde la perspectiva
de ser monje: "yo mismo como monje". Y también puede experimentar
su Identidad basándose en su origen étnico, como tibetano,
de modo que Puede decir: "Soy tibetano". y puede tener otra identidad en
la que la condición monacal y el origen étnico no jueguen
un papel importante. Puede pensar: "Soy un ser humano". Tenemos por tanto
perspectivas diferentes de la identidad personal.
»Esto indica que cuando nos relacionamos conceptualmente con
algo, podemos observar un mismo fenómeno desde muchos ángulos
diferentes, y que esta capacidad es bastante selectiva; podemos enfocar
la atención en un aspecto de ese fenómeno y adoptar una perspectiva
determinada. Esta facultad es muy importante cuando queremos identificar
y eliminar ciertos aspectos negativos en nosotros o intensificar los rasgos
positivos: con ella podemos aislar las partes que tratamos de eliminar
o contra las que queremos luchar.
»Pero entonces, surge una cuestión muy importante: aunque
podemos enfrentarnos a la cólera, el odio y los demás estados
negativos de la mente, ¿qué garantía tenemos de que
es posible vencerlos?
»Al hablar de estos estados negativos de la mente, debería
señalar que me refiero a lo que nosotros llamamos Nyon Mong en tibetano,
o Klesha en sánscrito. Este término significa literalmente
"aquello que aflige desde dentro". A menudo se traduce como "ilusiones".
La etimología de la palabra tibetana Nyon Mong nos indica que se
trata de algo emocional y cognitivo que aflige a nuestra mente, destruye
nuestra paz mental o nos produce una perturbación psíquica.
Si observamos atentamente, será fácil reconocer la naturaleza
de estas "ilusiones" por su tendencia a destruir nuestra calma. Pero en
cambio es mucho más difícil descubrir si podemos superarlas.
Esto se relaciona directamente con la posibilidad de activar todo nuestro
potencial espiritual, que es un tema muy serio y de arduo tratamiento.
»Así pues, ¿qué argumentos tenemos para
creer que estas emociones destructivas o "ilusiones" pueden ser eliminadas
de nuestra mente? En el pensamiento budista, tenemos tres premisa s sobre
ello.
»La primera afirma que todos los estados "ilusorios" de la mente,
todas las emociones y pensamientos destructivo s son distorsiones,
porque se apoyan en percepciones erróneas de la realidad. Por muy
poderosas que sean, esas emociones carecen de fundamento válido.
Se basan en la ignorancia. Por otro lado, todas las emociones o estados
positivos de la mente, como el amor y la compasión, tienen una base
muy sólida. Cuando la mente experimenta estos estados positivos,
no hay distorsión, ya que están fundados en la realidad,
pueden ser verificados por nuestra experiencia. Pero no ocurre lo mismo
en el caso de las emociones destructivas, como la cólera y el odio.
Además, los estados positivos pueden ser potenciados continuamente,
siempre Y cuando realicemos prácticas regulares.
-¿Puede explicarme a qué se refiere al decir que los
estados positivos de la mente tienen una «base sólida»
mientras que los estados negativos carecen de ella? -le interrumpí.
-Tomemos la compasión, por ejemplo. Se empieza por reconocer
que no se desea sufrir y que se tiene derecho a alcanzar la felicidad.
Eso se puede verificar. Se reconoce a continuación que las demás
personas, como uno mismo, tampoco desean sufrir y también tienen
derecho a alcanzar la felicidad. Ya se tiene la base para generar compasión.
»Esencialmente, hay dos clases de emociones o estados de la mente:
las positivas y negativas. Una forma de clasificar estas emociones sería
considerar si pueden ser justificadas. Antes por ejemplo, al analizar el
deseo, vimos que hay algunos negativos. El deseo de satisfacer las necesidades
básicas es positivo. Es justificable. Se basa en el hecho de que
todos existimos y tenemos derecho a sobrevivir. Así pues, ese deseo.
tiene un fundamento sólido. Los deseos negativos, como por ejemplo
la avaricia, no poseen bases sólidas, y a menudo no hacen sino crear
problemas y complicamos la vida. La avaricia obedece al descontento, a
pesar de que las cosas que se desean no son realmente necesarias.
El Dalai Lama continuó su examen de la mente humana con la misma
escrupulosidad que pudiera emplear un botánico para clasificar especies
raras.
-Eso nos lleva a la segunda premisa sobre la que se basa la afirmación
de que podemos erradicar las emociones negativas. Establece que los estados
positivos de la mente pueden actuar como antídoto
contra !as tendencias negativas y los estados ilusorios. Por consiguiente
utilizando y potenciando los estados positivo:>, los antídotos,
reduciremos la presencia de los estados negativos.
»En la práctica budista, ciertas cualidades mentales positivas
como la paciencia, la tolerancia y la amabilidad, pueden actuar coro; antídotos
especificas contra la cólera, el odio y el apego. Antídotos
como el amor y la compasión reducen de modo significativo las aflicciones
mentales, pero su especificidad los convierte en medidas parciales. Las
emociones destructivas se encuentran en último término enraizadas
en la ignorancia, es decir, en la concepción errónea de la
naturaleza de la realidad. En consecuencia, todas las confesiones budistas
parecen coincidir en que, para superar plenamente todas las tendencias
negativas, tenemos que aplicar el antídoto contra la ignorancia,
es decir, el "factor sabiduría". Eso es indispensable. Ese "factor
sabiduría" supone crear percepción de la verdadera naturaleza
de la realidad.
»En resumen, en la tradición budista no sólo tenemos
antídotos específicos, como por ejemplo la paciencia y la
tolerancia, que actúan como antídotos específicos
contra la cólera y el odio, sino que también disponemos de
un antídoto general, el conocimiento de la naturaleza de la realidad.
Esto es algo similar a librarse de una planta venenosa: puedes eliminar
los efectos nocivos cortando ramas y hojas o bien arrancando la planta
de cuajo.
El Dalai Lama continuó con su exposición de las premisas:
-La tercera premisa asevera que la naturalleza esencial de la mente es pura,
que la conciencia básica no está manchada por emociones negativas.
Su naturaleza es pura, un estado denominado <da mente de luz clara»
y también la «naturaleza de Buda». Puesto que las emociones
negativas no forman parte de la naturaleza de Buda, existe la' posibilidad
de eliminadas y purificar la mente.
»De acuerdo con estas tres premisas, el budismo sostiene que
las aflicciones mentales y emocionales pueden ser eliminadas mediante el
cultivo de fuerzas que actúan como antídotos, como el amor,
la compasión, la tolerancia y el perdón, así como
con prácticas como la meditación.
Ya había oído hablar al Dalai Lama de la naturaleza fundamental
de la mente y de su capacidad para eliminar nuestras pautas negativas de
pensamiento. Había comparado la mente con un vaso de agua sucia;
los estados mentales aflictivo s eran las «impurezas», que
podían ser eliminadas para revelar la fundamental naturaleza «pura»del
agua. Esto parecía un tanto abstracto, así que le interrumpí,
impulsado por preocupaciones prácticas.
-Supongamos que uno acepta la posibilidad de eliminar las emociones
negativas y empieza a dar pasos en esa dirección. A partir de nuestras
conversaciones, sin embargo, me doy cuenta de que sería preciso
un tremendo esfuerzo para erradicar ese lado oscuro: estudio, contemplación,
aplicación constante de antídotos, intensas prácticas
de meditación, etcétera. Eso puede ser apropiado para un
monje o para alguien capaz de dedicar mucho tiempo y atención a
esas actividades. Pero ¿qué sucede con la persona corriente,
que tiene una familia y un trabajo, que quizá no disponga de suficiente
tiempo? ¿No sería más adecuado para esas personas
tratar de vivir con sus emociones manejándolas adecuadamente, en
lugar de intentar erradicarlas por completo? Sucede aquí lo mismo
que con los enfermos de diabetes. Quizá no dispongan de los medios
para alcanzar una cura completa, pero si vigilan su dieta, toman insulina,
etcétera, pueden controlar la enfermedad y evitar las secuelas negativas.
-¡Sí, precisamente de eso se trata! -me respondió
con entusiasmo-. Estoy de acuerdo con usted. Lo que podamos hacer para
reducir la influencia de las emociones negativas, por poco que sea, siempre
será muy útil, puede ayudar a llevar una vida más
satisfactoria.
Mire, un laico cargado de obligaciones familiares y laborales puede
alcanzar, no obstante, un alto grado de realización espiritual.
Ha habido personas que no iniciaron una práctica seria hasta un
período avanzado de su vida, cuando ya tenían cincuenta o
incluso ochenta años, a pesar de lo cual pudieron convertirse en
grandes maestros.
-¿Ha conocido personas que hayan alcanzado esa condición?
-le pregunté. -Es difícil reconocerlos. Los verdaderos
practicantes nunca alardean -contestó riéndose.
En Occidente son muchas las personas que consideran las convicciones
religiosas como una fuente de felicidad; el enfoque del Dalai Lama, sin
embargo, es fundamentalmente distinto al de muchas religiones occidentales,
ya que depende mucho más del razonamiento y la formación
de la mente que de la fe. En algunos aspectos, el budismo del Dalai Lama
se parece a una ciencia de la mente, un sistema cuya aplicación
se asemeja a la psicoterapia. Pero lo que el Dalai Lama sugiere va mucho
más allá. Aunque estamos acostumbrados a utilizar técnicas
psicoterapéuticas para modelar el comportamiento, para eliminar
malos hábitos como fumar o beber y para combatir conductas impulsivas,
no estamos tan acostumbrados a cultivar los atributos positivos, el amor,
la compasión, la paciencia y la generosidad, como armas purificadoras
de los estados mentales negativos. El método del Dalai Lama para
alcanzar la felicidad se basa en la idea revolucionaria de que los estados
mentales negativos no constituyen una parte intrínseca de nuestra
mente, sino que son obstáculos transitorios en la expresión
de nuestro estado fundamental de alegría y felicidad.
Las escuelas más tradicionales de la psicoterapia occidental
concentran su acción en la neurosis del individuo; exploran su historia
personal, sus relaciones, sus experiencias cotidianas (incluidos los sueños
y las fantasías) y hasta la relación con el terapeuta, en
un intento por resolver los conflictos internos del paciente, sus motivos
inconscientes y la dinámica psicológica que pueda encontrarse
en el origen de sus problemas. Es decir, se centran en encontrar estrategias
más sanas para afrontar las situaciones, un mejor ajuste, una mejora
de los síntomas, antes que una formación de la mente para
ser más feliz.
El rasgo más característico del método de formación
de la mente, expuesto por el Dalai Lama, es la idea de que los estados
positivos de la mente pueden actuar como antídotos contra los estados
negativos. Al buscar paralelismos en la ciencia moderna del comportamiento,
la terapia cognitiva es quizá la que más se le acerca. Esta
psicoterapia se ha hecho cada vez más popular en las últimas
décadas y ha demostrado ser muy efectiva en una amplia variedad
de problemas, particularmente los trastornos del estado de ánimo,
como la depresión y la ansiedad. La terapia cognitiva moderna, desarrollada
por psicoterapeutas como Albert Ellis y Aaron Beck, se basa en la tesis
de que las perturbaciones emocionales y los comportamientos inadaptados
tienen su causa en distorsiones del juicio y en convicciones irracionales.
La terapia consiste en ayudar al paciente a identificar, examinar y corregir
sistemáticamente tales distorsiones. Los pensamientos correctores
son, en cierto modo, antídotos Contra las pautas distorsionadas
que son el origen del sufrimiento del paciente.
Una persona rechazada por otra, por ejemplo, responde con excesivo
dolor. El terapeuta cognitivo ayuda a la persona a identificar la convicción
irracional subyacente, que puede ser ésta: «Tengo que ser
amado y aprobado por todas las personas significativas que haya en mi vida
en todo momento; de no ser así, no valdré nada y la vida
será horrible». El terapeuta le presenta pruebas que refutan
esa convicción. Aunque este enfoque pueda parecer superficial, muchos
estudios han demostrado que la terapia cognitiva obtiene buenos resultados.
En el tratamiento de la depresión, por ejemplo, parte del principio
que está originada por los pensamientos autopunitivos. De un modo
similar a los budistas, que ven todas las emociones negativas como distorsiones,
el terapeuta cognitivo considera los pensamientos generadores de depresión
como «esencialmente distorsionados». En la depresión,
el pensamiento considera los acontecimientos como una cuestión de
todo o nada: o generaliza en exceso (si se pierde un trabajo, se piensa
automáticamente: «Soy un fracasado») o se piensa selectivamente
(si en Un día ocurren tres cosas buenas y dos malas, el deprimido
deja de lado las buenas y sólo se fija en las malas). Así,
al tratar la depresión, el terapeuta ayuda al paciente a neutralizar
la aparición automática de pensamientos negativos (como por
ejemplo: «No tengo absolutamente ningún valor») mediante
la acumulación de información y pruebas que los contradigan
(por ejemplo: «He trabajado duramente para educar a dos hijos»,
«Tengo talento para el canto», «He sido un buen amigo»,
«He mantenido un puesto de trabajo difícil»). Los investigadores
han demostrado que al sustituir los modos de pensamientos distorsionados
por información veraz, podemos producir un cambio en los sentimientos
y mejorar así nuestro estado de ánimo.
El hecho mismo de que podamos cambiar nuestras emociones y contrarrestar
los pensamientos negativos mediante la aplicación de otros pensamientos
apoya la tesis del Dalai Lama, según la cual podemos superar nuestros
estados mentales negativos mediante la aplicación de «antídotos»,
es decir, estados mentales positivos. Después de las recientes pruebas
científicas de que se puede transformar la estructura y el funcionamiento
del cerebro mediante el cultivo de nuevos pensamientos, la observación
de que podemos alcanzar la felicidad mediante el entrenamiento de la mente
es completamente plausible.
13 Cómo afrontar la cólera y el odio
Si uno se encuentra con una persona a la que le han disparado una flecha,
no dedica el tiempo a preguntarse de dónde ha venido la flecha,
o la casta del individuo que la disparó, o a analizar de qué
tipo de madera está hecho el astil o la manera en que está
hecha la punta de la flecha, sino que se centra en extraer inmediatamente
ésta.
(Shakiyamuni, el Buda)
DIRIGIMOS AHORA NUESTRA atención a algunas de las «flechas»,
los estados negativos de la mente que pueden destruir nuestra así
como; sus correspondientes antídotos, Todos los estados mentales
negativos, actúan como obstáculos a nuestra felicidad, pero
empezaremos por !la cólera, que parece producir uno de los bloqueos
grandes. El filósofo estoico Séneca la describió como
»la más horrible y frenética de todas las emociones».
Los efectos destructivos la cólera y el odio, han sido bien documentados
en recientes estudios científicos. Naturalmente, no necesitamos
pruebas científicas para darnos cuenta de cómo estas emociones
pueden nublar nuestro juicio, causar sentimientos de extrema incomodidad
o provocar estragos en nuestras relaciones personales. Eso lo sabemos por
experiencia personal. En los últimos años, sin embargo, se
han logrado grandes progresos en la descripción de los efectos físicos
nocivos de la cólera y la hostilidad. Docenas de estudios han demostrado
que estas emociones son una causa significativa de enfermedad y muerte
prematura. Investigadores como el doctor Redford Williams, de la Universidad
de Duke, o el doctor Robert Sapolsky, de la Universidad de Stanford, han
realizado estudios que demuestran que la cólera, el enojo y la hostilidad
son particularmente nocivos para el sistema cardiovascular. De hecho, se
han acumulado tantas pruebas acerca de los efectos nocivos de la hostilidad
que se la considera ahora un gran factor de riesgo en las enfermedades
cardíacas, a la misma altura o quizá mayor que otros factores
tradicionalmente reconocidos, como el colesterol o la presión sanguínea
elevadas.
Una vez aceptamos los efectos nocivos de la cólera y el odio,
la siguiente pregunta es: ¿cómo superarlos?
El primer día de mi trabajo como asesor psiquiátrico
de una clínica, un miembro del personal me mostraba mi nueva consulta
cuando escuché que por la sala reverberaban unos gritos capaces
de helarle la sangre a cualquiera.
-Estoy enfadada... -Más fuerte.
-¡Estoy enfadada!
-¡Mas fuerte! ¡Demuéstremelo! ¡Que yo lo vea!
-¡Estoy enfadada! ¡¡Estoy enfadada!! ¡Le odio!
¡ ¡Le odio!! Fue algo verdaderamente terrorífico. Le
comenté al miembro del personal que aquello parecía una crisis
necesitada de tratamiento urgente.
-No se preocupe -me dijo, echándose a reír-. En estos
momentos tienen una sesión de terapia de grupo en el vestíbulo.
Ese método ayuda a la paciente a entrar en contacto con su cólera.
Más tarde, ese mismo día, tuve oportunidad de reunirme
con la paciente en cuestión, en privado. Parecía agotada.
-Me siento muy relajada -dijo-. Esa sesión de terapia realmente
ha funcionado. Tengo la sensación de haberme desprendido de toda
mi cólera.
En nuestra siguiente sesión, sin embargo, la paciente me informó:
-Bueno, Supongo que, después de toddo, no me desprendí de
toda mi cólera. Ayer, justo después de marcharme, cuando
salía del aparcamiento, un imbécil estuvo a punto de arrollarme...
¡Me puse furiosa! Y durante todo el trayecto de regreso a casa no
hice sino maldecir por lo bajo a aquel imbécil. Supongo que aún
necesito unas pocas sesiones más de expresión de la cólera
para quitármela del todo.
Al prepararse para conquistar la cólera y el odio, el Dalai Lama
empieza por investigar la naturaleza de estas emociones destructivas. -En
términos generales -explicó-, hay muchas clases diferentes
de emociones perversas o negativas, como el engreimiento, la arrogancia,
los celos, el deseo, la lascivia, la estrechez de miras, etcétera.
Pero, de entre todas ellas, el odio y la cólera se consideran
los mayores males debido a que son los principales obstáculos que
impiden el desarrollo de la compasión y el altruismo y porque destruyen
la virtud y la serenidad mental.
»Hablo de cólera, pero puede haberla de dos tipos. Uno
de ellos puede ser positivo, dependiendo principalmente de la propia motivación.
Es posible que haya una cólera motivada por la compasión
o por el sentido de la responsabilidad. En los casos en que la cólera
está motivada por la compasión, puede ser utilizada como
un impulso o catalizador para una acción positiva. Bajo tales circunstancias,
Una emoción humana como la cólera actúa como una fuerza
capaz de provocar una acción rápida. Se crea así una
energía que permite al individuo actuar con rapidez y decisión.
Puede ser un potente factor motivador. De modo que esa clase de cólera
puede ser positiva a veces. Sucede con demasiada frecuencia, sin embargo,
que la energía también es ciega, aunque esa clase de cólera
actúe como una especie de protector, de modo que no se puede estar
seguro de que al final sea constructiva o destructiva.
»De modo que, aunque bajo ciertas circunstancias algunas clases
de cólera pueden ser positivas, esta pasión conduce, en términos
generales, a sentimientos negativos y al odio. Y, por lo que se refiere
al odio, nunca es positivo. No proporciona ningún beneficio. Siempre
es totalmente negativo.
»No podemos Superar la cólera y el odio simplemente suprimiéndolos.
Necesitamos cultivar activamente los antídotos Contra ellos: la
paciencia y la tolerancia. Siguiendo el modelo del que hemos hablado antes,
para cultivar con éxito la paciencia y la tolerancia se necesita
generar entusiasmo, tener un intenso deseo de él. Cuanto más
grande sea su entusiasmo, tanto mayor será su posibilidad de resistir
las dificultades que encuentre en el proceso. Proponiéndose la práctica
de la paciencia y la tolerancia, lo que sucede en realidad es que se participa
en un combate Contra el odio y la cólera. Puesto que se trata de
un combate, lo que se busca es la victoria, pero también se ha de
estar preparado para una posible derrota. Así pues, mientras se
combate, no debería perderse de vista el hecho de que a lo largo
de él habrá que afrontar numerosos problemas. Se debe tener
habilidad para resistir esas dificultades. Alguien que alcanza la victoria
sobre el odio y la cólera a través de un proceso tan arduo,
es un verdadero héroe. »El intenso entusiasmo del que hablamos
se genera teniendo esto en cuenta. El entusiasmo es el resultado de aprender
y reflexionar sobre los efectos beneficiosos de la tolerancia y la paciencia
y sobre los efectos destructivos y negativos de la cólera y el odio.
Ese mismo acto, esa misma realización creará por sí
misma una inclinación hacia los sentimientos de tolerancia y paciencia,
hará que se sienta más prudente y esté más
atento a los pensamientos de cólera y odio. Habitualmente, no nos
preocupamos mucho por la cólera y el odio, de modo que estas emociones
simplemente aparecen. Pero una vez que desarrollamos una actitud prudente
frente a ellas, el mismo cuidado puede actuar por sí mismo como
una prevención.
»Los efectos destructivos del odio son muy visibles, muy evidentes
e inmediatos. Por ejemplo: en su interior surge un pensamiento de odio
muy fuerte o enérgico; en ese mismo instante le abruma por completo
y destruye su paz mental, su presencia de ánimo desaparece completamente.
Cuando surge una cólera y un odio tan intensos, se obnubila la mejor
parte de su cerebro, la capacidad para juzgar lo que es correcto y lo equivocado,
así como la visión de las consecuencias a largo y a corto
plazo de sus acciones. Su capacidad de juicio se atasca, ya no es capaz
de funcionar. Es casi como si se hubiera vuelto loco. Así pues,
esta cólera y este odio tienden a producir un estado de confusión
que no sirve sino para empeorar sus problemas y dificultades.
»Incluso a nivel físico, el odio produce una transformación
del individuo muy antipática y desagradable. En el instante mismo
en que surgen fuertes sentimientos de cólera u odio, el rostro de
la persona se contorsiona y afea, por mucho que ésta intente fingir
o adoptar una actitud digna. La expresión se hace muy desagradable
y la persona transmite una vibración hostil. Otras personas pueden
percibirlo. Es casi como si pudieran notar vapor brotando del cuerpo de
esa persona, hasta el punto de que ya no son únicamente los seres
humanos los capaces de percibirlo, sino hasta los animales de compañía,
que tratarán de evitar a la persona. Cuando alguien abriga pensamientos
de odio, éstos tienden a acumularse en su interior, lo cual puede
provocar incluso pérdida del apetito o sueño, o hacer que
la persona se sienta más tensa y alterada.
»Por estas razones, la cólera ha sido comparada a un enemigo.
Un enemigo interno que no tiene otra función que causarnos daño.
Es nuestro verdadero enemigo, nuestro enemigo más definitivo. No
tiene otra función que la de destruirnos, tanto en términos
inmediatos como a largo plazo.
»El odio actúa de un modo muy distinto a un enemigo corriente,
porque éste, es decir, una persona a la que consideremos enemiga
nuestra, puede maniobrar para perjudicamos, pero también se ve obligada
a hacer otras cosas: tiene que comer, tiene que dormir y, por lo tanto,
no puede dedicar las veinticuatro horas del día, es decir, toda
su existencia, a su propósito de hacernos daño. Por otro
lado, el odio no tiene ninguna otra función, ningún otro
propósito que destruirnos. Si fuéramos consciente de ello,
deberíamos resolver que nunca daremos a este enemigo la oportunidad
de surgir dentro de nosotros.
-Al afrontar la cólera, ¿qué le parecen algunos
de los métodos de la psicoterapia occidental que animan a su expresión?
-Creo que tenemos que comprender que pueden darse situaciones diferentes
-explicó el Dalai Lama-. En algunoss casos, la gente abriga fuertes
sentimientos de cólera y dolor basados en algo que se les hizo en
el pasado, un maltrato o lo que fuera, y ese sentimiento se mantiene reprimido.
Según una expresión tibetana, si existe algún mal
en la concha de un caracol puedes eliminarlo soplando. En otras palabras,
si algo bloquea la concha, sólo hay que soplar y ésta quedará
despejada. De modo similar, cabe concebir una situación en la que,
debido a la dificultad de reprimir ciertas emociones o sentimientos de
cólera, sea mejor dejarse arrastrar y expresarlos.
»No obstante, creo que, en términos generales, la cólera
y el odio son el tipo de emociones que, si no se las controla y vigila,
tienden a agravarse, paulatinamente se intensifican. Si uno se acostumbra
a dejarlas aflorar y a expresarlas, el resultado suele ser su aumento,
no su reducción. Tengo por tanto la impresión de que lo mejor
es adoptar una actitud prudente y tratar de reducir activamente su intensidad.
-Si tiene la impresión de que expresar o liberar la cólera
no es la respuesta, ¿cuál será ésta? -le pregunté.
-En primer lugar, los sentimientos de cólera y odio surgen de
una mente torturada por la insatisfacción y el descontento. Uno
puede prepararse con antelación trabajando sistemáticamente
para crear satisfacción interior y para cultivar la amabilidad y
la compasión. Eso produce una tranquilidad de espíritu que
por sí misma contribuye a impedir que surja la cólera. Cuando
aparezca una situación que le enoje, debe afrontarse directamente
la cólera y analizarla, ver si es una respuesta apropiada y si es
constructiva o destructiva. Se hace entonces un esfuerzo por ejercer una
cierta disciplina y contención interna, combatiéndola activamente
mediante la aplicación de antídotos que contrarresten estas
emociones negativas, como pensamientos de paciencia y tolerancia.
El Dalai Lama hizo una pausa, antes de añadir, con su acostumbrado
pragmatismo:
-Naturalmente, cuando se trabaja para superar la cólera y el
odio es posible que en la fase inicial se sigan experimentando estas emociones
negativas. Pero hay niveles diferentes de cólera; cuando son ligeros,
se puede intentar afrontarla y combatirla en el mismo momento. No obstante,
si se desarrolla una emoción negativa muy fuerte, será muy
difícil afrontarla inmediatamente. En tal caso, quizá sea
mejor tratar de olvidarla momentáneamente. Pensar en alguna otra
cosa. Una vez que la mente se haya calmado un poco, se puede analizar y
razonar.
En otras palabras, estaba diciendo: «Cuenta hasta diez antes
de explotar». Siguió diciendo:
-Para tratar de eliminar la cólera y el odio es indispensable
el cultivo deliberado de la paciencia y la tolerancia. El valor y la importancia
de tales virtudes podrían concebirse en los siguientes términos:
por lo que se refiere a los efectos destructivos de los pensamientos coléricos
y de odio, la riqueza no puede protegernos contra ellos. Aunque uno sea
millonario, sigue estando sujeto a efectos destructivos. La educación
por sí sola tampoco nos garantiza que estemos protegidos contra
ellos. Asimismo, la ley tampoco nos proporciona dicha garantía o
protección. Son como las armas nucleares: por muy sutiles que sean
los sistemas de defensa, no pueden ofrecemos protección o defensa
contra ellas...
El Dalai Lama hizo una pausa para tomar impulso, antes de concluir
con un tono de voz claro y firme: -Lo único que puede proporcionarnos
refugio o protección contra los efectos destructivos de la cólera
y el odio es la práctica de la tolerancia y la paciencia.
Una vez más, la sabiduría tradicional del Dalai Lama es
complemente coherente con los datos científicos de que disponemos.
El doctor Dolf Zillmann, de la Universidad de Alabama, ha llevado a cabo
experimentos que demuestran que los pensamientos coléricos tienden
a provocar una estimulación fisiológica que nos hace todavía
más proclives a dejamos arrastrar por la cólera. Podría
decirse que la cólera se retroalimenta y que, al intensificarse
nuestro estado de nerviosismo, somos más proclives a dejarnos arrastrar
por los estímulos ambientales que la provocan.
Si no se controla, la cólera tiende a experimentar una escalada.
'Qué podemos hacer, entonces, para desactivarla? Tal como sugiere
el Dalai Lama, dar rienda suelta a la cólera y la rabia tiene beneficios
muy limitados. La expresión terapéutica de la cólera
como método de catarsis parece que tuvo su origen en las teorías
de Freud sobre las emociones, cuyo funcionamiento explicaba a partir de
un ejemplo de la hidrodinámica: al aumentar la presión, ésta
tiene que escapar por algún lado. La idea de librarnos de nuestra
cólera dándole rienda suelta tiene cierto atractivo dramático
y, de algún modo, puede parecer incluso divertida, pero el problema
es que no funciona. Muchos estudios realizados durante las cuatro últimas
décadas han demostrado de un modo sistemático que la expresión
verbal y física de nuestra cólera no contribuyen a disiparla
y lo único que consiguen es empeorar las cosas. El doctor Aaron
Siegman, psicólogo e investigador de los sentimientos de la Universidad
de Maryland, está convencido, por ejemplo, de que es precisamente
esta expresión repetida de la cólera y la rabia la que pone
en marcha los sistemas internos de estimulación y las respuestas
bioquímicas que más probablemente causarán daño
en nuestras arterias.
Aunque está claro que dar rienda suelta a nuestra cólera
no es la respuesta adecuada, tampoco lo es el desdeñarla o fingir
que no existe. Tal como hemos visto en la tercera parte, soslayar los problemas
no los hace desaparecer. Así pues, ¿cuál es el mejor
enfoque? Resulta interesante observar que entre los modernos investigadores
de la cólera, como el doctor Zillmann y el doctor Williams, existe
el consenso de que lo más efectivo parecen ser los métodos
preconizados por el Dalai Lama. Puesto que el nivel de estrés disminuye
la capacidad para frenar el acceso de cólera, el primer paso preventivo
consiste en cultivar estados mentales de una mayor satisfacción
y serenidad, tal como recomienda el Dalai Lama. Cuando, a pesar de todo,
se presenta la cólera, la investigación ha demostrado que
el enfrentamiento activo, el análisis lógico y la nueva valoración
de los pensamientos que la ponen en marcha contribuyen a disiparla. También
hay pruebas experimentales que sugieren que también pueden ser muy
efectivas las técnicas que hemos analizado antes, como el cambio
de perspectiva o el buscar diferentes ángulos para abordar una situación.
Claro que, a menudo, estas cosas son mucho más fáciles de
hacer con niveles bajos o moderados de cólera, de modo que es importante
practicar la intervención precoz, antes de que los pensamientos
de cólera y odio puede experimentar una escalada.
Debido a su enorme importancia para superar la cólera y el odio,
el Dalai Lama habló con cierto detalle sobre el significado y el
valor de la paciencia y la tolerancia...
-En nuestra experiencia cotidiana, la tolerancia y la paciencia producen
grandes beneficios. Desarrollarlas nos permitirá, por ejemplo mantener
nuestra presencia de ánimo. Si un individuo posee esta capacidad
de tolerancia y paciencia, no verá perturbada su serenidad la paz
mental, incluso a pesar de vivir en un ambiente muy tenso, frenético
y estresante.-'
»Otro beneficio de responder a las situaciones difíciles
con paciencia en lugar de dejarse llevar por la cólera, es que la
persona se protege de las consecuencias indeseables que pueden producirse
si se reacciona con cólera. Si se responde a las situaciones con
cólera y odio, no sólo no se protege del dolor o el daño
que ya se le ha causado, puesto que estos ya han ocurrido, sino que, además,
se crea una causa adicional de sufrimiento en el futuro. No obstante, al
responder al daño experimentado con paciencia y tolerancia, se podrán
evitar efectos peligrosos a largo plazo. Al sacrificar las pequeñas
cosas, al soportar los pequeños problemas y dificultades, se podrán
evitar en el futuro experiencias o sufrimientos que quizá sean mucho
más grandes. Un ejemplo para ilustrar este punto: si un reo pudiera
salvar su vida sacrificando su brazo, ¿no se sentiría agradecido
ante esa oportunidad? Al soportar el dolor y el sufrimiento de que le corten
el brazo, la persona evitaría la muerte, que es un sufrimiento mucho
mayor.
-En la mentalidad occidental-observé-, la paciencia y la tolerancia
se consideran ciertamente virtudes, pero cuando uno se ve acosado directamente
por los demás, cuando alguien nos causa un daño, responder
con «paciencia y tolerancia» parece transmitir una impresión
de debilidad, de pasividad.
El Dalai Lama negó con un gesto de la cabeza.
-Puesto que la paciencia y la tolerancia surgen de la capacidad para
mantenerse firmes y no dejarse abrumar por las situaciones o condiciones
adversas a las que uno tenga que enfrentarse, no deberíamos ver
tales virtudes como una señal de debilidad o de aceptación
de la situación, sino más bien como una señal de fortaleza,
que procede de una profunda capacidad para mantenernos firmes. Responder
a una situación difícil con paciencia y tolerancia en lugar
de reaccionar con cólera y odio, supone ejercer una contención
activa, la cual procede de una mente fuerte y disciplinada.
»Claro que al hablar de paciencia puede haber, como en la mayoría
de las cosas, tipos positivos o negativos de paciencia. La impaciencia
no siempre es mala. Puede ayudarnos, por ejemplo, a decidirnos a emprender
una acción. Incluso en las tareas cotidianas, como limpiar la habitación,
si se tiene demasiada paciencia, es posible que uno actúe demasiado
lentamente y limpie poco. O la impaciencia por alcanzar la paz mundial,
que puede ser ciertamente positiva. Pero en situaciones difíciles
y agresivas, la paciencia ayuda a mantener la fuerza de voluntad y contribuye
a sostenemos.
Cada vez más animado, a medida que ahondaba en su análisis
de la paciencia, el Dalai Lama añadió:
-Creo que hay una muy estrecha conexión entre humildad y paciencia.
La humildad supone que, teniendo capacidad para adoptar una postura de
mayor enfrentamiento, de tomar represalias si se desea, se decida deliberadamente
no hacerlo. Eso es lo que consideraría verdadera humildad. Creo
que la verdadera tolerancia o paciencia tiene un componente de autodisciplina
y control; darse cuenta de que se podría haber actuado de otro modo,
de que se podría haber adoptado una actitud más agresiva,
pero se decidió no hacerlo. Por otro lado, verse obligado a una
respuesta pasiva porque se tiene un sentimiento de impotencia o incapacidad,
no puede ser considerado una verdadera humildad; en todo caso, una cierta
mansedumbre, pero no es verdadera tolerancia.
»Al decir que debemos aprender tolerancia hacia quienes nos hacen
daño, no hay que malinterpretarlo como que deberíamos aceptar
mansamente lo que hayan hecho contra nosotros. -El Dalai Lama hizo una
pausa y se echó a reír-. Quizá, si fuera necesario,
la mejor respuesta, la más prudente, sería echar a correr
y poner muchos kilómetros por medio.
-Echar a correr no siempre evita que nos causen daño.
-Sí, eso es cierto -asintió-. En ocasiones, podemos encontrarnos
con situaciones que exijan contramedidas firmes. Creo, sin embargo, que
se puede adoptar una postura fuerte, e incluso tomar contramedidas enérgicas
a partir de un sentimiento de compasión o de un sentido de la preocupación
por el otro, antes que por cólera. Una de las razones por las que
hay que adoptar una actitud enérgica contra alguien es que si se
deja pasar lo sucedido, sea cual fuere el daño o el delito que se
haya cometido, se corre el peligro de dejar que esa persona se habitúe
de un modo muy negativo, algo que, en realidad, provocará el deterioro
de esa persona y a largo plazo será muy destructivo para ella. En
consecuencia, a veces es necesario tomar contramedidas muy firmes, pero
sin dejar de pensar que se hace a partir de la compasión y la preocupación
por esa persona. Por ejemplo, en nuestras relaciones con China, aunque
existen probabilidades de que surjan sentimientos de odio, nos probamos
deliberadamente a nosotros mismos y tratamos de reducirlos, al tiempo que
intentamos desarrollar un sentimiento de compasión hacia los chinos.
Creo que, en último término, las contramedidas pueden ser
más efectivas sin sentimientos de cólera y odio.
»Hemos explorado formas de desarrollar paciencia y tolerancia
para desprendemos de la cólera y el odio; se trata de métodos
como utilizar el razonamiento para analizar la situación, adoptar
una perspectiva más amplia y buscar otros ángulos desde los
que considerarla. Un resultado final, un producto de la paciencia y la
tolerancia, es el perdón. Cuando se es realmente paciente y tolerante,
el perdón se produce de modo natural.
»Aunque quizá haya experimentado muchos episodios negativos
en el pasado, con el desarrollo de la paciencia y la tolerancia es posible
desprenderse de su cólera y resentimiento. Si se analiza la situación,
se da uno cuenta de que el pasado es el pasado, de modo que no sirve de
nada sentir cólera y odio, ya que eso no cambiará la situación,
sino que Únicamente provocará una perturbación dentro
de la propia mente y causará una continuada desdicha. Claro que
se puede recordar lo ocurrido. Olvidar y perdonar son dos cosas muy distintas.
No hay nada erróneo en recordar esos acontecimientos negativos;
si se tiene una mente aguda, siempre se recuerda. -Se echó a reír-.
Creo que Buda lo recordaba todo. Pero con el desarrollo de la paciencia
y la tolerancia, es posible desprendernos de los sentimientos negativos
asociados a los acontecimientos.
Meditaciones sobre la cólera
En muchas de estas entrevistas, el principal método del Dalai Lama para superar la cólera y el odio suponía el uso del razonamiento y el análisis para investigar sus causas, así como la comprensión para combatir estos estados mentales nocivos. En cierto sentido, este enfoque puede considerarse como el uso de la lógica para neutralizar la cólera y el odio por un lado y para cultivar los antídotos de la paciencia y la tolerancia por el otro. Pero ésta no es su única técnica. En sus charlas públicas complementó su análisis ofreciendo instrucciones sobre cómo realizar las dos meditaciones siguientes, sencillas pero que resultan efectivas como ayuda.
Meditación sobre la cólera: ejercicio 1
-Imaginemos una situación en la que alguien a quien se conoce
muy bien, alguien que está cerca de nosotros o nos es muy querido,
pierde el control de sí mismo. Supongamos también que
ocurre durante una relación muy enojosa o en una situación
en la que sucede algo que nos altera personalmente. La persona está
tan enfadada que pierde la compostura, emite vibraciones muy negativas
y hasta llega a golpearse a sí misma o a romper objetos.
»Reflexionemos sobre los efectos inmediatos de la cólera
sobre dicha persona. Se observará que se produce una transformación
física. Esa persona a la que usted se siente próximo, que
le gusta, la misma que le proporcionó placer en el pasado, se transforma
ahora en alguien feo, incluso físicamente hablando. La razón
por la que creo que se debe visualizar esta situación con alguna
otra persona es por que resulta más fácil ver los defectos
de los demás que los propios. Así pues, utilizando su imaginación,
efectúese esta visualización durante unos minutos.
»Al final de ella, analice la situación y enumere sus
aplicaciones a su propia experiencia. Comprenda que en muchas ocasiones
usted también se ha encontrado en esta misma situación. Tome
la resolución de no permitirse jamás caer en un estado tan
intenso de cólera y odio porque, si lo hace, se encontrará
en la misma situación. También sufrirá las consecuencias:
perderá la paz mental y la compostura, adoptará ese aspecto
físico tan feo, etcétera. Así que, una vez que haya
tomado la decisión, y durante los últimos minutos de la meditación,
concentre la atención de la mente sobre esa conclusión; entonces,
sin analizar nada más, deje que su mente mantenga la resolución
de no caer nunca bajo la influencia de la cólera y el odio.
Meditación sobre la cólera: ejercicio 2
-Realicemos otra meditación utilizando la visualización.
Empiece por visualizar a alguien a quien deteste, alguien que le moleste,
que le cause multitud de problemas o que le ponga los nervios de punta.
A continuación, imagínese una situación en la que
la persona le irrite, haga algo que le ofenda o le moleste. En su imaginación,
al visualizarlo, permitirá que surja su respuesta natural; limítese
a dejarla fluir con naturalidad. Perciba entonces cómo se siente,
observe si eso acelera los latidos de su corazón, etcétera.
Examine si se siente cómodo o incómodo; vea si puede sentirse
inmediatamente más pacífico o si desarrolla una actitud mental
de incomodidad. Juzgue por sí mismo, investigue. Así, durante
unos minutos, tres o cuatro quizá, juzgue y experimente. Y luego,
al final de su investigación, si descubre que «Sí,
no sirve de nada permitir que se desarrolle la irritación, porque
pierdo inmediatamente mi paz mental», dígase a sí mismo:
«Nunca volveré a hacerlo en el futuro». Consolide esa
determinación. Finalmente, y durante los últimos minutos
del ejercicio, centre por completo la mente en esa conclusión o
determinación. Esa es la meditación.
El Dalai Lama se detuvo por un momento y observó al público
que llenaba la sala, compuesto por sinceros estudiantes que se preparaban
para practicar esta meditación. Entonces, se echó a reír
y añadió:
-Creo que si tuviera la facultad cognitiva, la habilidad o la clara
conciencia necesaria para leer las mentes de las personas, se produciría
aquí un gran espectáculo.
Hubo una oleada de risas que se extendieron por la sala y que se apagaron
con rapidez, mientras los presentes iniciábamos la meditación,
empezando por el serio asunto de batallar contra la cólera.
14 Cómo afrontar la ansiedad y aumentar la autoestima
SE HA CALCULADO QUE, durante el transcurso de una vida, al menos uno
de cada cuatro estadounidenses padecerán un grado de ansiedad o
preocupación lo bastante grave como para confirmar los diagnósticos
sobre trastornos de este tipo. Pero incluso aquellos que no sufran nunca
un estado patológico o incapacitador de ansiedad, experimentarán
en uno u otro momento niveles excesivos de preocupación que no sirven
a ningún propósito útil y que no hacen sino resquebrajar
su felicidad e interferir en su capacidad para alcanzar objetivos.
El cerebro humano está equipado con un complicado sistema de
registro de emociones como temor y preocupación. Este sistema cumple
una función importante: nos moviliza para responder al peligro,
poniendo en movimiento una compleja secuencia de acontecimientos bioquímicos
y fisiológicos. La faceta adaptativa de la preocupación es
que nos permite anticiparnos al peligro y tomar medidas. Por tanto, algunos
tipos de temor y un razonable nivel de preocupación pueden ser saludables.
No obstante, estos sentimientos pueden persistir y hasta experimentar una
escalada sin que haya una auténtica amenaza; cuando llegan a ser
desproporcionadamente intensos respecto a cualquier peligro real, terminan
por perder su cualidad. Lo mismo que la cólera y el odio, la ansiedad
y la preocupación excesivas pueden tener efectos devastadores sobre
la mente y el cuerpo, convertirse en fuente de mucho sufrimiento psicológico
e incluso de enfermedades físicas. Al llegar a cierto nivel,
la ansiedad crónica puede dificultar el juicio, aumentar la irritabilidad
y obstaculizar la eficacia. También puede conducir a problemas físicos,
incluido el debilitamiento del sistema inmunológico ante enfermedades
cardíacas, trastornos gastrointestinales, fatiga, tensión
y dolor muscular. Se ha demostrado, por ejemplo que los trastornos de ansiedad
provocaban atrofia del crecimiento en las niñas adolescentes.
Al buscar estrategias para afrontar la ansiedad debemos considerar
que, como señala el Dalai Lama, hay muchos factores que contribuyen
a ella. En algunos casos puede tener un fuerte componente biológico.
Algunas personas parecen sufrir una cierta vulnerabilidad neurológica
que les inclina a este estado. Recientemente, los científicos han
descubierto un gen vinculado a personas con tendencia a la ansiedad y el
pensamiento negativo, aunque no todos los casos de preocupación
enfermiza son de origen genético, y hay pocas dudas de que el aprendizaje
y el condicionamiento tienen un papel importante en su etiología.
Pero, al margen de que nuestra ansiedad sea predominantemente de origen
físico o psicológico, lo cierto es que podemos hacer algo.
En los casos más graves de ansiedad, la medicación suele
ser una parte del tratamiento eficaz. Pero la mayoría de nosotros,
acuciados por preocupaciones y ansiedades cotidianas, no necesitamos medicación.
Generalmente, los expertos en el campo del control de la ansiedad tienen
la sensación ,de que lo mejor es un enfoque multidimensional. Eso
incluiría, en primer lugar, descartar una patología subyacente
como causa de nuestra ansiedad. También resulta útil mejorar
nuestra salud física, mediante dieta y ejercicio adecuados. Tal
como ha resaltado el Dalai Lama, cultivar la compasión y profundizar
nuestra conexión con los demás puede promover una buena higiene
mental y ayudar a combatir los estados de ansiedad.
No obstante, en la búsqueda de estrategias para superar la ansiedad,
hay una técnica que destaca como particularmente efectiva: la intervención
cognitiva. Se trata de uno de los principales métodos utilizados
por el Dalai Lama para superar las preocupaciones y ansiedades diarias.
Esta técnica, en la que se aplica el mismo procedimiento utilizado
para la cólera y el odio, supone enfrentarse activamente a los pensamientos
generadores de ansiedad y sustituidos con pensamientos y actitudes positivas
y bien razonadas.
Debido a la omnipresencia de la ansiedad en nuestra cultura, sentía
verdaderas ganas de plantearle el tema al Dalai Lama para saber cómo
lo afrontaba. Precisamente aquel día tuvo un programa particularmente
apretado y noté cómo aumentaba mi propio nivel de ansiedad
cuando, momentos antes de nuestra entrevista, fui informado por su secretario
de que nuestra conversación tendría que ser breve. Presionado
por el tiempo y preocupado por no poder abordar todos los temas que deseaba
discutir, me senté rápidamente y empecé a preguntar,
volviendo a mi tendencia de tratar de obtener respuestas sencillas por
su parte.
-Como sabe, el temor y la ansiedad pueden ser un obstáculo para
alcanzar nuestros objetivos, tanto si son externos como si son de mejora
interior. En psiquiatría tenemos varios métodos para abordar
estos problemas, pero siento curiosidad por saber cuál es, desde
su punto de vista, la mejor forma de superarlos.
Resistiéndose a mi invitación de simplificar en exceso
la cuestión, el Dalai Lama contestó con su característico
enfoque meticuloso.
-Al enfrentarnos al miedo, creo que lo primero que tenemos que hacer
es reconocer que hay muchos tipos distintos de él. Algunas clases
de temor son muy genuinas y se basan en razones sólidas, como el
temor a la violencia o al derramamiento de sangre. Es evidente que esas
cosas son temibles. También existe el temor a las consecuencias
a largo plazo de nuestras acciones negativas, el temor al sufrimiento,
a nuestras emociones negativas, como el odio. Creo que estas son clases
correctas de temor, ya que contribuyen a situamos en el camino correcto
y nos ayudan a convertirnos en personas de corazón cálido.
-Se detuvo un momento para reflexionar y mmusitó-; Aunque en cierto
sentido estas son clases de temor, creo que quizá haya alguna diferencia
entre temer estas cosas y el hecho de que la mente perciba la naturaleza
destructiva de ellas...
De nuevo calló un momento, como si deliberase algo consigo mismo,
mientras yo lanzaba miradas furtivas hacia mi reloj. Estaba claro que él
no se sentía presionado por el tiempo como yo. Finalmente, siguió
hablando con una actitud pausada.
-Por otro lado, algunas clases de temor son subjetivas; se basan principalmente
en proyecciones mentales; por ejemplo, los temores infantiles -se echó
a reír-; cuando yo era joven y pasaba por un lugar oscuro, especialmente
por algunos de los salones oscuros del Potala, sentía miedo; éste
era consecuencia de una proyección mental. O como cuando era joven
y los barrenderos y las personas que me cuidaban me advertían siempre
que había un búho que atrapaba a los niños pequeños
y se los comía -el Dalai Lama se echó a reír todavía
más-. ¡Y yo me lo creía!
»Hay otros tipos de temor basados en la subjetividad -siguió
diciendo-. Cuando, por ejemplo, se tienen sentimientos negativos debido
a la propia situación psicológica, se pueden proyectar tales
sentimientos sobre otro, que entonces se nos muestra como negativo y hostil.
Como consecuencia de ello, se experimenta miedo. Creo que esa clase de
temor está relacionada con el odio y surge como creación
mental. Así que, al tratar con el temor, hay que utilizar primero
la facultad de razonar y tratar de descubrir si tiene una base lógica.
-Bueno -le dije-, en lugar de un temor intenso o concentrado en un
individuo o situación específica, muchos de nosotros nos
sentimos agobiados por una preocupación más difusa acerca
de una amplia variedad de problemas cotidianos. ¿Tiene alguna sugerencia
acerca de cómo tratar eso?
El Dalai Lama asintió con la cabeza, antes de responder.
-Uno de los métodos que personalmente me parecen útiles
para reducir esa clase de preocupación consiste en cultivar el siguiente
pensamiento: si la situación o problema puede remediarse, no hay
necesidad de preocuparse. En otras palabras, si existe una solución
o una forma de salir de la dificultad, no habría necesidad de sentirse
abrumado por ella. La acción apropiada, por tanto, es la de buscar
su solución. Es más sensato dedicar la energía a concentrarse
en la solución que preocuparse por el problema. Por otro lado, si
no hay forma de encontrar una solución, si no hay posibilidad de
resolverla, tampoco sirve de nada preocuparnos por ella, puesto que, de
todos modos, tampoco podemos hacer nada. En tal caso, cuanto antes se acepte
ese hecho, tanto más fáciles serán las cosas. Esta
fórmula, claro está, supone abordar directamente el problema.
De otro modo, no podremos descubrir si hay una solución o no.
-¿Y si el pensar así no contribuye a aliviar la ansiedad?
-Bueno, entonces quizá haya necesiddad de reflexionar un poco más
sobre estos pensamientos y reforzar estas ideas, para recordarlas. En cualquier
caso, creo que este enfoque puede ayudar a reducir la ansiedad y la preocupación,
lo que no significa que vaya a funcionar siempre. Si uno se enfrenta con
una ansiedad, creo que hay que considerar la situación específica
que plantea. Hay diferentes tipos de ansiedad y diferentes causas. Algunos
tipos de ansiedad o de nerviosismo podrían tener causas biológicas;
a algunas personas, por ejemplo, les sudan las palmas de las manos, lo
que, según el sistema médico tibetano, indicaría la
existencia de un desequilibrio en los niveles de la energía sutil.
Algunos tipos de ansiedad pueden tener raíces biológicas,
lo mismo que algunos tipos de depresión, para los que quizá
sea útil el tratamiento médico. Así que, para afrontar
la ansiedad con eficacia, hay que ver de qué clase es y cual es
su causa.
»Lo mismo que sucede con, el temor, puede haber diferentes tipos
de ansiedad. Uno de ellos, que me parece común, sería el
temor al ridículo, o el temor a que los demás piensen mal
de uno...
-¿Ha experimentado alguna vez esa clase de ansiedad o nerviosismo?
-le interrumpí.
El Dalai Lama lanzó una sonora risotada y respondió sin
vacilar: -¡Oh, sí!
-¿Puede darme un ejemplo?
Pensó un momento, antes de contestar.
-En 1954, por ejemplo, en China, el primer día de mi entrevista
con el presidente Mao Zedong, y también en otra ocasión en
que me reuní con Zhou Enlai. En aquellos tiempos yo no conocía
el protocolo y los convencionalismos adecuados. Entre los chinos, el procedimiento
habitual durante una reunión es iniciarla con alguna conversación
de circunstancias para luego pasar a discutir el asunto que nos ocupa.
Pero en aquella ocasión estaba tan nervioso que apenas me senté
abordé el asunto. -El Dalai Lama se echó a reír al
recordarlo-. Recuerdo que mi traductor, un comunista tibetano que era muy
fiable y muy buen amigo mío, me miró, se echó a reír
y más tarde bromeó conmigo sobre ello.
»Creo que incluso ahora, poco antes de iniciar una charla o una
enseñanza ante el público, siempre experimento un poco de
ansiedad, por lo que alguno de mis ayudantes me pregunta: "Si es así,
¿por qué habéis aceptado la invitación para
esta conferencia?".
Se echó a reír de nuevo.
--¿Cómo afronta personalmente esta clase de ansiedad?
-le pregunté. Me contestó coon serenidad, con un tono quejumbroso
y nada afectado en su voz.
-No lo sé... -Hizo una pausa y permanecimos en silencio durante
largo rato, mientras él parecía reflexionar cuidadosamente.
Finalmente, dijo-: Creo que la honradez y una motivación adecuada
son las claves para superar esa clase de temor y ansiedad. Si me siento
ansioso antes de dar una charla, procuro recordar cuál es la razón
principal de ella y me digo que el objetivo de la conferencia es beneficiar
al menos a algunas personas, no demostrar mis conocimientos.
En consecuencia, explico únicamente aquellas cosas que sé;
las cosas que no comprendo suficientemente, no importan, porque me limito
a decir: «Para mí, este tema es muy difícil».
No hay razón alguna para ocultar nada o para fingir. Desde ese punto
de vista, con esa motivación, no tengo que preocuparme por hacer
el ridículo o por lo que piensen los otros de mí. Así
pues, he descubierto que la motivación sincera actúa como
un antídoto capaz de reducir el temor y la ansiedad. -Bueno, a veces
la ansiedad supone algo más que simplemente hacer el ridículo.
Es más el temor al fracaso, una sensación de incompetencia...
Reflexioné un momento, considerando hasta qué punto podía
revelar información personal.
El Dalai Lama me escuchó con atención, asintiendo en
silencio mientras yo hablaba. No estoy seguro de lo que sucedió.
Quizá fue su actitud de amable comprensión, pero lo cierto
es que, antes de que me diera cuenta, había pasado de hablar de
los temas generales a solicitarle su consejo acerca de cómo afrontar
mis propios temores y ansiedades.
-No sé..., a veces, con mis pacientes, por ejemplo... Algunos
son muy difíciles; son casos en los que no hay un diagnóstico
claro como depresión o alguna otra enfermedad que se remedia fácilmente.
Hay algunos pacientes con graves trastornos de personalidad; por ejemplo,
que no responden a la medicación y que no han conseguido realizar
progresos en la psicoterapia a pesar de mis esfuerzos. En ocasiones no
sé qué hacer con estas personas, cómo ayudarlas. Parece
como si no fuera capaz de captar lo que sucede en ellas. Y eso hace que
me sienta perplejo, casi como un inútil-me quejé-. Me siento
incompetente y eso crea cierto temor, ansiedad.
Él me escuchó solemnemente y luego me preguntó
con voz amable: -¿Diría que es capaz de ayudar al setenta
por ciento de sus pacientes?
-Eso por lo menos -contesté.
Me dio unas suaves palmaditas en la mano al tiempo que decía:
-Entonces creo que no hay ningún problema. Si sólo fuera
capaz de ayudar al treinta por ciento de sus pacientes, le sugeriría
que se buscara otra profesión. Pero creo que lo está haciendo
bien. También a mí acude la gente en busca de consejo. Muchos
buscan milagros, curas milagrosas y todo eso y, naturalmente, no puedo
ayudarles. Pero creo que lo principal es la motivación, tener una
sincera inclinación a ayudar. Entonces uno se limita a hacer las
cosas lo mejor que puede y no hay que preocuparse por nada más.
»En mi caso, por ejemplo, a veces se producen situaciones tremendamente
delicadas, lo que supone una pesada responsabilidad. Creo que lo peor es
cuando la gente deposita demasiada confianza en mí, en circunstancias
en las que algunas cosas están fuera de mi alcance. En esos casos
se desarrolla a veces algo de ansiedad, claro, pero vuelvo una vez más
a la motivación: procuro recordarme a mí mismo que, por lo
que se refiere a la mía propia, soy sincero y he hecho las cosas
lo mejor que he podido. Entonces, mi fracaso significa que la situación
no estaba al alcance de mis esfuerzos. La motivación sincera elimina
por lo tanto el temor y proporciona confianza en uno mismo. Por otro lado,
si la motivación fundamental de alguien es la de engañar
a otro, se siente realmente nervioso si fracasa. Pero si se cultiva una
motivación compasiva no hay por qué lamentarse si se falla.
»Así que, una y otra vez, creo que la motivación
adecuada es una especie de protectora contra estos sentimientos de temor
y ansiedad. Por eso es tan importante la motivación. De hecho, todas
las acciones humanas pueden verse en términos de movimiento y lo
que se mueve por detrás de todas las acciones es lo que las impulsa.
Si se desarrolla una motivación pura y sincera, si se está
motivado por el deseo de ayudar, sobre la base de la amabilidad, la compasión
y el respeto, se puede desarrollar cualquier trabajo en cualquier ámbito
y funcionar con mayor efectividad, con menor miedo o preocupación,
sin temor a lo que digan los demás o si al final se tiene éxito
y se puede alcanzar el objetivo. Aunque no logres alcanzar tu objetivo,
puedes sentirte bien con el simple hecho de haber realizado el esfuerzo.
Pero si tienes una mala motivación, aunque la gente te alabe
o alcances los objetivos que te habías propuesto, no te sentirás
feliz.
Al analizar los antídotos contra la ansiedad, el Dalai Lama ofrece
dos remedios, cada uno de los cuales funciona en un plano diferente. El
primero implica combatir activamente la preocupación y dar sistemáticamente
la vuelta a las cosas mediante la aplicación de un pensamiento dicotómico:
recordar que si el problema tiene una solución no hay necesidad
de preocuparse y si no la tiene, tampoco.
El segundo antídoto es un remedio de más amplio espectro.
Supone la transformación de la propia motivación fundamental.
Existe un contraste interesante entre el enfoque del Dalai Lama sobre la
motivación humana y el de la ciencia y la psicología occidentales.
Según hemos visto previamente, los estudiosos de la motivación
han investigado los motivos normales, examinando las necesidades e impulsos,
tanto instintivos como aprendidos. En este nivel, sin embargo, el Dalai
Lama ha centrado su atención en desarrollar y utilizar los impulsos
aprendidos para intensificar el propio «entusiasmo y determinación».
En algunos aspectos, esto es similar al punto de vista de muchos expertos
occidentales; la diferencia estriba en que el Dalai Lama trata de crear
determinación y entusiasmo para que la persona adopte comportamientos
sanos y elimine los rasgos negativos, en lugar de resaltar el éxito
mundano, lograr dinero o poder. Pero quizá la diferencia más
notable sea que mientras que los «especialistas en motivación»
se ocupan de promover las motivaciones ya existentes para alcanzar el éxito
mundano, el principal interés del Dalai Lama por la motivación
humana radica en reconfigurarla y cambiarla, de modo que se base en la
compasión y la amabilidad.
En el sistema del Dalai Lama para entrenar la mente y alcanzar la felicidad,
cuanto más cerca esté uno de sentirse motivado por el altruismo,
tanto menor será el temor que experimentará ante circunstancias
que provoquen incluso una ansiedad extrema. Pero ese mismo principio puede
aplicarse también a cosas más pequeñas, incluso cuando
la propia motivación no es del todo altruista. Retroceder un paso
para asegurarse de que uno no tiene intención de causar daño
y de que la propia motivación es sincera, contribuye a reducir la
ansiedad en situaciones corrientes.
No mucho después de la conversación anterior con el Dalai
Lama, almorcé con un grupo de personas entre las que había
un joven a quien no conocía, estudiante de una universidad local.
Durante el almuerzo, alguien preguntó cómo iba mi serie de
entrevistas con el Dalai Lama. Después de escuchar con atención
mi descripción de la idea de la «motivación sincera
como antídoto frente a la ansiedad», el estudiante declaró
que siempre se había sentido tímido y muy nervioso en las
relaciones sociales. Al pensar en cómo podía aplicar esta
técnica para superar su ansiedad, el estudiante murmuró:
-Bueno, todo eso es muy interesante, pero me imagino que la parte difícil
es la de tener esa elevada motivación de compasión y amabilidad.
-Supongo que eso es cierto -tuve que admitir.
La conversación se desvió hacia otros temas y terminamos
de almorzar. A la semana siguiente me encontré por casualidad con
el mismo estudiante universitario, en el mismo restaurante. Se me acercó
alegremente y me dijo:
-¿Recuerda que el otro día hablamos sobre motivación
y ansiedad? Pues bien, lo probé y realmente funciona. Conozco a
una joven que trabaja en unos grandes almacenes, a la que he visto muchas
veces. Siempre he querido invitarla a salir, pero la chica agravaba mi
timidez, así que no me atrevía a hablar con ella. El otro
día fui a los grandes almacenes, pero esta vez empecé a pensar
en mi motivación para pedirle que saliera conmigo. El motivo, claro
está, era que quería salir con ella. Pero detrás estaba
el deseo de encontrar a alguien a quien amar y que me amara. Al pensar
en ello, me di cuenta de que no había nada de malo en ello, de que
mi motivación era sincera; no deseaba causarle ningún daño,
ni a ella ni a mí mismo, sino sólo que nos sucedieran cosas
buenas. El simple hecho de tener eso en cuenta y de recordármelo
unas cuantas veces pareció ayudarme; me proporcionó el valor
para entablar una conversación con ella. El corazón me latía
con fuerza, pero yo me sentía estupendamente al ver que por fin
había encontrado valor para hablar con ella.
-Me alegro mucho de saberlo -le dije-. ¿Y qué ocurrió?
-Bueno, resulta que ya tiene novio formal.. Me sentí un tanto desilusionado,
pero está bien. Me sentí estupendamente por el simple hecho
de haber podido superar mi timidez. Eso me permitió comprender que
si me aseguro de que no hay nada malo en mi motivación y lo recuerdo,
eso me puede ayudar la próxima vez que me encuentre en la misma
situación.
La honradez como antídoto contra el bajo nivel de autoestima o la exagerada seguridad en sí mismo
Una saludable seguridad en uno mismo es un factor esencial para alcanzar
nuestros objetivos. Esto se aplica tanto si nuestro objetivo consiste en
lograr un título universitario como si se trata de crear un negocio
con éxito, disfrutar de una relación satisfactoria o disponer
la mente para ser más feliz. Un bajo nivel de confianza en nosotros
mismos inhibe nuestros esfuerzos para seguir adelante, afrontar los desafíos
y hasta para asumir algunos riesgos cuando sea necesario para la consecución
de nuestros objetivos. La seguridad exagerada en uno mismo también
es igualmente peligrosa. Quienes tienen un sentido desmesurado de sus propias
capacidades y logros se hallan sometidos continuamente a la frustración,
la desilusión y la rabia cuando la realidad se entromete y el mundo
no avala la visión idealizada que tienen de sí mismos. Estas
personas siempre se encuentran a un paso de hundirse en la depresión
cuando no logran estar a la altura de su imagen idealizada. Además,
su megalomanía les conduce a menudo a experimentar una sensación
de tener derecho a todo y a una especie de arrogancia que les distancia
de los demás y les impide establecer relaciones emocionalmente satisfactorias.
Finalmente, el hecho de sobrestimar sus capacidades puede conducirles a
correr riesgos peligrosos. Según nos dice el inspector Callahan,
en vena filosófica en la película Harry el sucio, mientras
observa cómo el malo de la película, exageradamente seguro
de sí mismo, termina por volarse la tapa de los sesos: «Un
hombre tiene que conocer sus limitaciones».
En la tradición psicoterapéutica occidental, los teóricos
han relacionado tanto el bajo como el alto nivel de seguridad en uno mismo
con perturbaciones en la imagen propia y han investigado para descubrir
las raíces de estas perturbaciones en la educación que se
recibe durante la infancia. Muchos teóricos consideran la imagen,
tanto deficiente como exagerada, como una moneda de dos caras, de las que
la exagerada, por ejemplo, es una defensa inconsciente contra las inseguridades
y sentimientos negativos sobre uno mismo. Los psicoterapeutas de orientación
psicoanalítica han formulado complejas teorías acerca de
cómo se producen las distorsiones de la imagen. Explican cómo
se forma a medida que la persona interioriza la información que
recibe de su ambiente. Describen cómo las personas desarrollan sus
conceptos sobre ellas mismas al incorporar mensajes explícitos e
implícitos de sus padres, y cómo pueden ocurrir distorsiones
cuando las primeras interacciones con quienes las cuidan no son ni saludables
ni formativas.
Cuando las perturbaciones en la propia imagen son lo bastante graves
como para causar problemas significativos en su vida, muchas de esas personas
recurren a la psicoterapia. Los psicoterapeutas orientados hacia la percepción
interior se concentran en ayudar a los pacientes a comprender las disfunciones
de sus relaciones infantiles en las que se encuentra el origen del problema,
y en proporcionar información apropiada y un ambiente terapéutico
en el que los pacientes reestructuren y reparen paulatinamente su imagen
negativa. Por otro lado, el Dalai Lama centra la atención en «extraer
la flecha», más que en dedicar tiempo a preguntarse quién
la disparó. En lugar de plantearse por qué la gente tiene
un nivel de auto estima bajo o elevado, nos plantea un método para
combatir directamente estos estados negativos de la mente.
En las décadas recientes, la naturaleza del «yo mismo»
ha sido uno de los temas más investigados en el campo de la psicología.
En la «década del yo», la de los años ochenta,
por ejemplo, se publicaban cada año miles de artículos en
los que se exploraban temas relacionados con la autoestima y la seguridad
en uno mismo. Pensando en ello, abordé el tema con el Dalai Lama:
-En una de nuestras conversaciones, habló usted de la humildad
como un rasgo positivo y explicó cómo estaba vinculada con
el cultivo de la paciencia y la tolerancia. En la psicología occidental,
y en nuestra cultura en general, suele pasarse por alto el ser humildes
en favor del desarrollo de cualidades como altos niveles de auto estima
y de seguridad en nosotros mismos. De hecho, en Occidente se da mucha importancia
a estos atributos. Me preguntaba si usted tiene la sensación de
que los occidentales tendemos a veces a dar demasiado valor a la seguridad
en nosotros mismos, a ser excesivamente indulgentes o estar demasiado centrados
en nuestras vidas.
-No necesariamente -contestó el Dalai Lama-, aunque el tema
puede ser bastante complicado. Los grandes maestros espirituales, por ejemplo,
son aquellos que han hecho un voto o que han asumido la determinación
de anular sus estados mentales negativos para promover y producir la felicidad
definitiva en todos los seres sensibles. Tienen esa visión y esa
aspiración, que requiere un tremendo sentido de la seguridad en
sí mismos; la cual puede ser muy importante porque transmite una
cierta osadía que ayuda a alcanzar grandes objetivos. En cierto
modo, parecen arrogantes, aunque no de una forma negativa. Se basan en
razones sanas. Así pues, yo los consideraría personas muy
valientes, casi héroes.
-Lo que en un gran maestro espiritual puede parecer superficialmente
una arrogancia, quizá sea una expresión de seguridad en sí
mismo y de valentía -admití-. Pero, para la gente normal,
en circunstancias cotidianas, lo más probable es que suceda lo contrario,
que alguien que parezca tener mucha seguridad en sí mismo y un alto
nivel de autoestima, no sea en realidad más que simplemente un arrogante.
Tengo entendido que, según el budismo, la arrogancia se define como
una de las «emociones básicas del sufrimiento». De hecho,
he leído que, según un sistema, hay siete tipos diferentes
de arrogancia. Se considera por tanto muy importante evitar o superar la
arrogancia. Pero también lo es el tener un fuerte sentido de seguridad
en uno mismo. Existe una línea muy tenue entre ambas. ¿Cómo
saber la diferencia entre ellas y cultivar la una al tiempo que se elimina
la otra?
-A veces es bastante difícil distinguir entre seguridad en sí
mismo y arrogancia -admitió el Dalai Lama-. Quizá una forma
sea ver si el sentimiento es sano o no. Se puede tener una idea de superioridad
muy sana en la relación con otros, que puede estar muy justificada
y ser válida. Y también puede tenerse una seguridad exagerada
en uno mismo, totalmente infundada. Eso sería arrogancia. Así
pues, en términos de su estado fenomenológico, pueden ser
similares...
-Pero una persona arrogante siempre tiene la sensación de poseer
una base válida para...
-Es cierto, es cierto -admitió el Dalai Lama.
-¿Cómo distinguir, entonces, entre las dos? -insistí.
-Creo que, a veces, es algo que sólo puede juzgarse retrospectivamente,
ya sea desde la perspectiva del propio individuo o desde la de una tercera
persona. -El Dalai Lama hizo una pausa y bromeó-: Quizá la
persona en cuestión tuviera que presentarse ante los tribunales
para descubrir si es un ejemplo de orgullo exagerado o de arrogancia -exclamó
riendo.
»Al establecer la distinción entre engreimiento y seguridad
en uno mismo -siguió diciendo-, cabría pensar en términos
de las consecuencias de la propia actitud; generalmente, el engreimiento
y la arrogancia tienen consecuencias negativas, mientras que una sana seguridad
en uno mismo tiene consecuencias positivas. Así pues, cuando hablamos
de "seguridad en sí mismo", tenemos que examinar el sentido subyacente
del "sí mismo". Creo que se pueden establecer dos tipos. Un sentido
del yo mismo o "ego" se preocupa únicamente por la realización
del propio interés, de los deseos egoístas, con un completo
desinterés hacia el bienestar de los demás. El otro tipo
de ego o sentido de uno mismo se basa en una verdadera preocupación
por los demás y el deseo de rendirles un servicio. Para realizar
ese deseo de servir hay que tener un fuerte sentido y una gran seguridad
en uno mismo. Esa clase de seguridad es la que tiene consecuencias positivas.
-Creo que antes mencionó que una forma de ayudar a reducir la
arrogancia o el orgullo, si una persona reconociera el orgullo como un
defecto y deseara superarlo -comenté-, sería considerar el
propio sufrimiento, reflexionar sobre todas las formas en las que nos hallamos
sometidos o somos proclives a él. Además de considerar el
propio sufrimiento, ¿existe alguna otra técnica o antídoto
para trabajar contra el orgullo?
-Un antídoto consiste en reflexionar sobre la diversidad de
las disciplinas sobre las que quizá no se tengan conocimientos -contestó-.
Por ejemplo, en el sistema educativo moderno hay multitud de disciplinas.
Pensar en tantos campos de los que uno es ignorante, puede ayudamos a superar
el orgullo.
El Dalai Lama dejó de hablar y, convencido de que eso era todo
lo que tenía que decir al respecto, empecé a rebuscar en
mis notas para pasar al siguiente tema. De repente, volvió a hablar
con un tono reflexivo.
-Mire, hemos hablado de desarrollar una saludable seguridad en uno
mismo... Creo que quizá honradez y seguridad en uno mismo están
estrechamente relacionadas.
-¿ Se refiere a ser honrado con uno mismo acerca de cuáles
son las propias capacidades, etcétera? ¿O se refiere a ser
honrado con los demás? -pregunté.
-Ambas cosas -contestó-. Cuanto más honrado sea uno,
cuanto más abierto, menos temor tendrá, porque no hay ansiedad
ante el hecho de verse expuesto o revelarse ante los demás. Así
pues, creo que cuanto más honrado sea uno, mayor seguridad en sí
mismo tendrá... -Me interesa explorar un poco más cómo
afronta personalmente el tema de la seguridad en sí mismo -le dije-.
Ha mencionado que la gente parece acudir a usted y espera que realice milagros.
Lo someten a demasiada presión y tienen elevadas expectativas sobre
usted. Aunque tenga una motivación adecuada, ¿no hace eso
que sienta una cierta falta de confianza en sus capacidades?
-Creo que aquí hay que tener en cuenta lo que quiere decir al
hablar de «falta de confianza» o de «poseer seguridad
en uno mismo», en relación con un acto en concreto o con lo
que sea. Para que alguien experimente falta de confianza en algo, es necesario
que primero tenga la convicción de poder hacerla, es decir, que
está a su alcance; si algo está a su alcance y no puede hacerla,
se empieza a pensar: «Quizá yo no sea lo bastante bueno o
competente, o no esté a la altura o algo parecido». En mi
caso, sin embargo, darme cuenta de que no puedo realizar milagros no me
produce ninguna pérdida de seguridad en mí mismo porque nunca
pensé que tuviera esa capacidad. No espero poder actuar como los
Budas plenamente iluminados, ser capaz de saberlo todo, de percibirlo todo
o de hacer lo más correcto en todas las ocasiones. Así que
cuando la gente se me acerca y me pide que la cure, que realice un milagro
o algo así, en lugar de sentir falta de seguridad en mí mismo,
sólo me siento bastante incómodo.
»Creo que, en general, ser honrado con uno mismo y con los demás
sobre lo que se es y no se es capaz de hacer puede contrarrestar ese sentimiento
de falta de seguridad.
»Sin embargo, hay ocasiones, como por ejemplo en las relaciones
con China, en que me siento inseguro. Habitualmente, consulto estas situaciones
con funcionarios y, en algunos casos, con personas que no lo son. Pregunto
a mis amigos, y luego discuto la cuestión. Puesto que muchas de
las decisiones se toman a partir de discusiones con varias personas, y
no se adoptan precipitadamente, suelo sentirme bastante seguro de mí
mismo y no hay razón para que lamente haberlas tomado.
La valoración honrada y sin temor alguno puede ser un arma poderosa
contra las dudas o el bajo nivel de seguridad. La convicción del
Dalai Lama de que esta clase de honradez actúa como un antídoto
contra estados negativos de la mente ha sido efectivamente confirmada por
una serie de recientes estudios en los que se demuestra con claridad que
quienes tienen una visión realista y exacta de sí mismos
tienden a gustarse más y a ser más seguros que los que tienen
un conocimiento de sí deficiente o quizá inexacto.
Con el transcurso de los años, he visto a menudo al Dalai Lama
ilustrar hasta qué punto la seguridad en sí mismo procede
del hecho de ser honrado y claro con las propias capacidades. Me causó
una gran sorpresa la primera vez que le oí decir, delante de una
gran audiencia «No lo sé», en respuesta a una pregunta.
A diferencia de lo que estaba acostumbrado a escuchar a los conferenciantes
académicos o a los que se presentaban como autoridades, admitió
su falta de conocimiento sin ambages, declaraciones justificativas o intentos
por parecer que sabía algo soslayando el tema.
De hecho, pareció complacerse ligeramente al verse confrontado
con una pregunta difícil para la que no tenía respuesta,
y a menudo incluso bromeaba al respecto. Por ejemplo, una tarde, en Tucson,
había hecho un comentario sobre un verso de lógica particularmente
compleja perteneciente a la Guía de la forma de vida del Bodhisattva,
de Shantideva. Se esforzó por recordado correctamente, se confundió
y finalmente se echó a reír y dijo:
-¡Estoy confundido! Creo que es mejor dejado como está.
Ahora bien, en el siguiente verso... En respuesta a las risas apreciativas
del público, aún se rió más y comentó:
--Hay una expresión para referirse a este enfoque; hace referencia
a la comida de un anciano, una persona muy vieja, con los dientes muy deteriorados;
se comen las cosas blandas; en cuanto a las duras, se dejan. -Sin dejar
de reír, añadió-: Así que lo dejaremos como
está por hoy.
En ningún instante se conmovió su suprema seguridad en
sí mismo.
Reflexión sobre nuestro potencial como antídoto contra el odio hacia uno mismo
Durante un viaje que hice a la India en 1991, dos años antes
de la visita del Dalai Lama a Arizona, me reuní brevemente con él
en su casa de Dharamsala. Aquella semana él había mantenido
reuniones diarias con un distinguido grupo de científicos occidentales,
físicos, psicólogos y maestros de meditación, en un
intento por explorar la conexión entre la mente y el cuerpo, por
comprender la relación entre la experiencia emocional y la salud
física. Me reuní con el Dalai Lama a última hora de
la tarde, después de una de sus sesiones con los científicos.
Hacia el final de nuestra entrevista, el Dalai Lama preguntó: -¿Sabe
que durante esta semana he tenido varias reuniones con esos científicos?
-Sí.
-A lo largo de ellas ha surgido algo que me ha parecido muy sorprendente.
Me refiero al concepto de odio hacia uno mismo. ¿Está usted
familiarizado con ese concepto? -Desde luego que sí. Lo sufre una
proporción bastante alta de mis pacientes. -Cuando los científicos
empezaron a hablar del tema, al principio no estuve seguro de comprender
correctamente el concepto. -Se echó a reír-. Pensé:
«¿Odiarse a uno mismo? ¡Pero si nos queremos! ¿Cómo
puede una persona odiarse a sí misma?». A pesar de que creía
tener cierto conocimiento sobre cómo funciona la mente humana, esa
idea del odio dirigido contra uno mismo me resultó completamente
nueva. La razón por la que me pareció totalmente inconcebible
es porque los budistas practicantes trabajamos mucho para superar nuestra
actitud egocéntrica, nuestros pensamientos y motivaciones egoístas.
Desde este punto de vista creo que nos queremos y apreciamos demasiado.
Así que pensar en la posibilidad de que alguien no se apreciara
e incluso se odiara a sí mismo, era bastante inconcebible. Como
psiquiatra, ¿puede explicarme ese concepto y por qué ocurre?
Le describí brevemente mi visión profesional del origen
del odio contra uno mismo. Le expliqué cómo la imagen que
tenemos de nosotros está configurada por nuestros padres y nuestra
educación, cómo captamos de ellos mensajes implícitos
sobre nosotros a medida que crecemos y nos desarrollamos, y le perfilé
las condiciones específicas en las que se desarrolla una imagen
negativa. Entré en detalles sobre los factores que exacerban el
odio contra uno mismo, como cuando nuestro comportamiento no logra estar
a la altura de la imagen idealizada que tenemos de nosotros, y le describí
algunas de las formas mediante las que el odio contra sí puede verse
reforzado culturalmente, sobre todo entre algunas mujeres y las minorías.
Mientras le explicaba estas cosas, el Dalai Lama siguió asintiendo
reflexivamente, con una expresión burlona en el rostro, como si
tuviera alguna dificultad para captar este concepto extraño para
él.
Groucho Marx dijo humorísticamente en cierta ocasión:
«Nunca ingresaría en un club que aceptara a tipos como yo».
Respecto a esta visión negativa de sí hasta convertirla en
una observación sobre la naturaleza humana, Mark Twain había
dicho: «En lo más profundo de la intimidad de su propio corazón,
ningún hombre tiene un respeto considerable por sí mismo».
Tomando esta visión pesimista de la humanidad e incorporándola
a las teorías psicológicas, el psicólogo humanista
Carl Rogers afirmó: «La mayoría de la gente sé
desprecia a sí misma, se considera inútil y poco digna de
ser querida».
Existe en nuestra sociedad una noción popular, compartida por
la mayoría de psicoterapeutas contemporáneos, de que el odio
contra uno mismo abunda en la cultura occidental. Aunque eso es cierto,
afortunadamente no se halla tan extendido como creen muchos. Se trata,
desde luego, de un problema común entre quienes acuden al psicoterapeuta;
pero los psicoterapeutas tienen a veces una visión un tanto sesgada
de las cosas, una tendencia a basar su concepción de la naturaleza
humana en los individuos que acuden a sus consultas. La mayoría
de los datos basados en pruebas experimentales han establecido, sin embargo,
que la gente tiende a menudo (o al menos desearía tender) a verse
bajo una luz favorable, a calificarse como «mejor que la media»
cuando se le pregunta sobre las cualidades subjetivas y socialmente deseables.
Con todo, aunque el odio contra uno mismo no sea tan general como se
cree comúnmente, puede seguir siendo un tremendo lastre para muchas
personas. Me quedé tan sorprendido por la reacción del Dalai
Lama como él ante el concepto. Su respuesta inicial puede ser muy
reveladora y curativa.
Hay dos puntos relacionados con su notable reacción que merecen
un examen más atento. El primero es, simplemente, que no estuviera
familiarizado con la existencia del odio contra sí. La suposición
subyacente de que este tipo de odio es un problema muy difundido ha generado
la sensación de que se trata de un rasgo profundamente arraigado
en la psique humana. Pero el hecho de que sea algo virtualmente desconocido
en ciertas culturas, como en la cultura tibetana, nos recuerda que se trata
de un estado mental problemático, como los otros estados mentales
negativos que hemos analizado, y que no forma parte intrínseca de
la mente humana. No se trata de algo con lo que hayamos nacido, que nos
veamos obligados a arrastrar irrevocablemente, ni es una característica
indeleble de nuestra naturaleza. Es algo que se puede eliminar. Darse cuenta
de ello puede servir, por sí solo, para debilitar su poder, dándonos
esperanza y reforzando nuestro compromiso de eliminado.
El segundo punto relacionado con la reacción inicial del Dalai
Lama fue su respuesta: «¿Odiarse a uno mismo? ¡Pero
si nos queremos!». Para aquellos que sufrimos este tipo de odio o
que conocemos a alguien que lo sufre, esta respuesta puede parecer increíblemente
ingenua. Pero si la examinamos más de cerca, encontramos verdades
en ella. Hay muchas formas de sentir amor, y quizá la más
pura y exaltada es el deseo total, absoluto e ilimitado de felicidad para
otro; un deseo, sentido con el corazón, de que el otro sea feliz,
al margen de que haga algo para causarnos daño o incluso de que
nos guste o no. Ahora bien, en lo más profundo de nuestros corazones
no cabe la menor duda de que todos y cada uno de nosotros queremos ser
felices. En consecuencia, si nuestra definición de amor se basa
en un verdadero deseo de que alguien sea feliz, cada uno de nosotros se
ama efectivamente a sí mismo, cada uno de nosotros desea sinceramente
la propia felicidad. En mi consulta me he encontrado a veces con casos
extremos de odio hacia sí, hasta el punto de abrigar pensamientos
recurrentes de suicidio. Pero incluso en estos casos, la voluntad de morir
se basa en último término en el deseo del individuo (por
distorsionado y equivocado que esté) de liberarse del sufrimiento,
no de causarlo.
Así pues, quizá el Dalai Lama no se hallaba tan lejos
de la verdad al expresar su convicción de que todos experimentamos
un amor fundamental por nosotros mismos, lo cual sugiere la existencia
de un poderoso antídoto contra este mal, ya que podemos contrarrestar
los sentimientos de desprecio recordando que, por mucho que nos disgusten
algunas de nuestras características, deseamos ser felices; ese es
un tipo profundo de amor.
Durante una visita posterior a Dharamsala, volví a plantear al
Dalai Lama el tema del odio contra uno mismo. Para entonces ya se había
familiarizado con el concepto y había empezado a pensar métodos
para combatirlo.
-Desde el punto de vista budista -le expliqué-, estar en un
estado depresivo, en un estado de desánimo, es una situación
extrema que constituye claramente un obstáculo para alcanzar los
propios objetivos. Este estado de odio contra uno mismo es incluso mucho
más grave que el sentirse simplemente desanimado, y puede llegar
a ser muy peligroso. Para los que practican el budismo, el antídoto
contra el odio hacia sí sería reflexionar sobre el hecho
de que todos los seres humanos, incluido uno mismo, tienen la naturaleza
del Buda, la semilla o el potencial para alcanzar la perfección,
la plena iluminación, sin que importe lo débil, pobre o llena
de privaciones que pueda ser nuestra situación actual. Por tanto,
los budistas que sufren de odio contra sí mismos, o que se detestan
deberían evitar considerar lo doloroso o insatisfactorio de la existencia
y centrarse en sus aspectos positivos, como el tremendo potencial que hay
dentro de uno mismo. Al reflexionar sobre estas oportunidades y potencialidades,
podrán aumentar la sensación del propio valor y alcanzar
mayor seguridad en sí mismos.
Le planteé la habitual pregunta desde la perspectiva de un no
budista: -¿Cuál sería entonces el antídoto
para alguien que no hubiera oído hablar del concepto de la naturaleza
del Buda o que no sea budista? -Una de las cosas que podríamos señalarles
a esas personas es que hemos sido dotados, como seres humanos, de una maravillosa
inteligencia. Además, todos los seres humanos tienen capacidad de
decisión, y de orientar ésta hacia sus fines. De eso no cabe
la menor duda. Así pues, si se tiene conciencia de estos potenciales
y se interiorizan hasta convertirlos en parte de nuestra percepción
de los seres humanos, incluido uno mismo, quizá reduciríamos
los sentimientos de desánimo, impotencia y autodesprecio.
El Dalai Lama se detuvo un momento y luego continuó con una
inflexión pensativa, lo que sugería que aún seguía
explorando activamente, enfrascado en un proceso de descubrimiento.
-Creo que existe algún paralelismo con la forma en que tratamos
la enfermedad física. Cuando los médicos tratan a alguien
de una enfermedad específica no sólo le administran antibióticos
para combatirla, sino que también se aseguran de que el estado físico
permita al paciente tomar antibióticos y tolerarlos. Para asegurarse
de ello, los médicos comprueban que la persona está bien
alimentada, y a menudo también le recetan vitaminas o lo que sea
necesario para fortalecer el cuerpo. Mientras la persona posea fortaleza,
su cuerpo dispone del potencial o la capacidad para curarse con ayuda de
la medicación. De modo similar, mientras conozcamos y tengamos conciencia
de que poseemos este maravilloso don que es la inteligencia, así
como capacidad de decidir utilizarla de forma positiva, tendremos esa salud
mental fundamental, esa fortaleza subyacente que procede de sabernos poseedores
de un gran potencial humano. Darnos cuenta de ello puede actuar como una
especie de mecanismo innato que nos permite afrontar cualquier dificultad,
sin que importe la situación a la que nos enfrentemos, sin perder
la esperanza ni hundirnos en el odio hacia nosotros mismos.
»Recordar las grandes cualidades que compartimos con todos los
seres humanos neutraliza el impulso de pensar que somos malos o indignos.
Muchos tibetanos lo analizan en su meditación diaria. Quizá
sea esa la razón por la que el odio contra uno mismo nunca llegó
a arraigar en la cultura tibetana.
Quinta parte
Reflexiones finales para vivir una vida espiritual
15 Valores espirituales básicos
EL ARTE DE LA FELICIDAD tiene muchos componentes. Como hemos visto,
empieza con la comprensión de cuáles son las verdaderas fuentes
de ella, así como por establecer nuestras prioridades en la vida,
que han de basarse en el cultivo de dichas fuentes. Supone aplicar una
disciplina interna, un proceso gradual de desarraigo de nuestros estados
mentales destructivos para sustituirlos por los positivos y constructivos,
como la amabilidad, la tolerancia y el perdón. Al identificar los
factores que conducen a una vida plena y satisfactoria, concluimos con
un análisis del componente final: la espiritualidad.
Hay una tendencia natural a asociar espiritualidad con religión.
El enfoque del Dalai Lama sobre el logro de la felicidad está condicionado
por sus años de formación de monje budista. Por otra parte,
se le considera un erudito respetado. Para muchos, sin embargo, no es la
comprensión de los complejos problemas filosóficos su mayor
atractivo, sino su calor personal, humor y enfoque práctico de la
vida. Durante nuestras conversaciones, su humanidad básica pareció
desbordar incluso su condición de monje. A pesar de llevar la cabeza
rapada y de su llamativa túnica marrón, a pesar de ser una
de las figuras religiosas más destacadas del mundo, el tono de nuestras
conversaciones fue simplemente el de un ser humano con otro, ambos dedicados
a discutir sobre los problemas que compartíamos.
Para ayudamos a comprender el verdadero significado de la espiritualidad,
el Dalai Lama empezó por distinguir entre ésta y la religión.
-Estoy convencido de que es esencial apreciar nuestro potencial como
seres humanos y reconocer la importancia de la transformación interior.
Esto debería conseguirse a través de lo que llamo un proceso
de desarrollo mental. En ocasiones, digo que es como tener una dimensión
espiritual en nuestra vida.
»Puede haber dos niveles de espiritualidad. Uno tiene que ver
con nuestras convicciones religiosas. En este mundo hay muchas personas
diferentes, muchas actitudes diferentes. Somos cinco mil millones de seres
humanos y, en cierto modo, creo que necesitamos cinco mil millones de religiones,
tanta es la variedad de actitudes que encontramos. Estoy convencido de
que cada individuo debería embarcarse en el camino espiritual más
adecuado a su disposición mental, su inclinación natural,
temperamento, convicciones o antecedentes familiares y culturales.
»Por mis convicciones, el budismo me parece lo más adecuado.
Así que, por lo que a mí se refiere, he descubierto que el
budismo es lo mejor. Pero eso no significa que lo sea para todo el mundo.
Esto está claro y es definitivo. Estar convencido de que el budismo
es lo mejor para todo el mundo sería una estupidez, porque las distintas
personas tienen diferentes disposiciones mentales. La variedad de gentes
exige una variedad de religiones. El propósito de éstas es
beneficiar a los seres humanos y creo que si sólo tuviéramos
una religión, al cabo de un tiempo ésta dejaría de
ser beneficiosa. Si sólo hubiera un restaurante, por ejemplo, y
allí sólo se sirviera un plato día tras día,
serían muchísimos los clientes que dejarían de ir
a él. La gente necesita y aprecia la diversidad en la comida porque
hay gustos diferentes. Del mismo modo, las religiones tienen la intención
de nutrir el espíritu humano. Creo que podemos celebrar esa diversidad
de religiones y desarrollar un aprecio profundo por ella. Ciertas personas
están convencidas de que el judaísmo, la fe cristiana o la
fe islámica son las más efectivas para ellas. En consecuencia,
tenemos que respetar y apreciar el valor de todas las confesiones religiosas
del mundo.
»Todas las religiones pueden aportar una contribución
efectiva al beneficio de la humanidad. Todas han sido diseñadas
para que la persona sea más feliz y para que el mundo sea un lugar
mejor. No obstante, para que la religión pueda ejercer un efecto
que contribuya a hacer del mundo un lugar mejor, creo que es importante
que la persona practique con sinceridad sus enseñanzas. Uno tiene
que integrar las enseñanzas religiosas en su propia vida, esté
donde esté, para poder utilizarlas como una fuente de fuerza interior.
Hay que lograr una comprensión más profunda de las ideas
religiosas, no sólo a nivel intelectual, sino también sentimental,
para poder convertirlas en parte de la propia experiencia interior.
»Estoy convencido de que se puede cultivar un profundo respeto
por todas las confesiones religiosas. Una de las razones es que todas ellas
aportan una estructura ética capaz de guiar el comportamiento y
producir efectos positivos. En las confesiones cristianas, por ejemplo,
la fe en Dios puede proporcionar un enfoque muy eficaz, porque hay una
cierta intimidad en la relación de la persona con Él y la
forma de demostrar el amor a Dios, al Dios que te ha creado, es mostrar
amor y compasión hacia nuestros semejantes. Creo que hay muchas
razones similares para respetar a las otras confesiones religiosas. Todas
las grandes religiones han aportado tremendos beneficios a millones de
seres humanos a lo largo de los tiempos. Incluso en este momento, millones
de personas siguen obteniéndolos. Y, en el futuro, también
aportarán inspiración a millones de seres de las generaciones
venideras.
»Creo que una forma de fortalecer el respeto mutuo es a través
de un estrecho contacto personal entre esas confesiones religiosas. Durante
los últimos años he realizado esfuerzos por reunirme y mantener
diálogos con, por ejemplo, la comunidad cristiana y la comunidad
judía, y creo que de ello se han derivado algunos resultados realmente
positivos. Gracias a esta clase de contactos, podemos aprender a utilizar
las aportaciones que las religiones han hecho a la humanidad, encontrar
aspectos de ellas de los que podemos aprender. Hasta es posible que descubramos
métodos y técnicas adaptables a nuestra práctica.
»Así pues, es esencial que desarrollemos lazos más
estrechos entre las diversas religiones; de ese modo podremos realizar
un esfuerzo común para beneficio de la humanidad. Hay tantas cosas
que dividen a la humanidad, tantos problemas en el mundo... La religión
debería ser un medio para reducir el sufrimiento en el mundo, y
no otra fuente de conflicto.
»A menudo hemos oído que todos los seres humanos somos
iguales. Queremos decir con ello que todo el mundo tiene el evidente deseo
de alcanzar la felicidad. Toda persona tiene derecho a ser feliz. y toda
persona tiene derecho a superar el sufrimiento. Por lo tanto, si alguien
saca felicidad o beneficio de una confesión religiosa, es necesario
respetar sus derechos; tenemos que aprender, pues, a respetar todas esas
grandes tradiciones religiosas.
Durante las semanas de conferencias pronunciadas por el Dalai Lama en
Tucson, el espíritu de respeto mutuo fue algo más que un
deseo. Entre el público se encontraban muchos que seguían
diferentes tradiciones religiosas, incluida una abundante representación
del clero cristiano. A pesar de las diferencias, el local siempre estuvo
impregnado de un ambiente pacífico y armonioso. Era algo incluso
palpable. Reinaba también un espíritu de intercambio y de
curiosidad entre los no budistas, acerca de la práctica espiritual
cotidiana del Dalai Lama. Esa curiosidad impulsó a uno de los asistentes
a preguntar:
-Tanto si se es budista como si no, en todas partes parece crecer la
práctica de la oración. ¿Por qué es tan importante
la oración para la vida espiritual?
El Dalai Lama contestó:
-Creo que, en su mayor parte, la oración es un simple recordatorio
cotidiano de nuestros principios y convicciones. Yo mismo repito cada mañana
ciertos versos budistas. Los versos pueden parecer oraciones pero en realidad
son recordatorios. Recordatorios de cómo hablar con los demás,
de cómo relacionarse con los demás, de cómo afrontar
los problemas en la vida cotidiana y cosas así. Así que,
en su mayor parte, mi práctica religiosa se compone de recordatorios,
en los que reviso la importancia de la compasión, del perdón,
de todas estas cosas. Y, naturalmente, también incluyo ciertas meditaciones
sobre la naturaleza de la realidad y ciertas prácticas de visualización.
Así pues, en mi propia práctica diaria, en mis oraciones
cotidianas si las realizo pausadamente, puedo tardar unas cuatro horas.
Es bastante tiempo. La idea de dedicar cuatro horas al día a la
oración impulsó a otra oyente a preguntar:
-Soy una madre que trabaja, tengo niños pequeños y muy
poco tiempo libre. Alguien que está tan ocupado como yo, ¿cómo
puede encontrar el tiempo necesario para realizar esas oraciones y prácticas
de meditación?
-Incluso en mi caso, si deseara quejarme por la falta de tiempo siempre
podría hacerlo -comentó el Dalai Lama-. Siempre estoy muy
ocupado. No obstante, si se hace un esfuerzo, siempre se encuentra tiempo,
por ejemplo a primeras horas de la mañana. Hay también otros
momentos, como en los fines de semana. Se puede sacrificar algo del tiempo
de diversión. -Se echó a reír-. Así, por lo
menos, puede encontrar media hora diaria. O si se esfuerza aún más,
quizá treinta minutos por la mañana y otros tantos por la
noche. Si lo planifica, le será posible encontrar tiempo.
»No obstante, si piensa seriamente en el verdadero significado
de las prácticas espirituales, verá que están relacionadas
con el desarrollo y el entrenamiento de su mente, de sus actitudes, estado
psicológico y emocional y bienestar. No debería limitar su
práctica espiritual a ciertas actividades físicas o verbales,
como recitar oraciones y cantar. Si su práctica espiritual se limitara
únicamente a estas actividades necesitaría, naturalmente,
disponer de un tiempo específico, de un tiempo especialmente asignado
para ello, porque no puede pasarse el día realizando sus actividades
habituales mientras recita mantras. Eso sería bastante molesto para
la gente que la rodea. No obstante, si comprende la práctica espiritual
en su verdadero sentido, puede utilizar las veinticuatro horas del día
para ella. La verdadera espiritualidad es una actitud mental que se tiene
en cualquier momento. Por ejemplo, si se siente tentada de insultar a alguien,
debe tomar inmediatamente precauciones y contenerse para no hacerolo. De
modo similar, si cree que va a perder los estribos, debe decirse inmediata
y reflexivamente: "No, esta no es la forma apropiada". Eso es una verdadera
práctica espiritual. Visto desde ese ángulo, siempre dispondrá
de tiempo.
»Esto me hace pensar en uno de los maestros tibetanos Kadampa,
Potowa, quien dijo que para un meditador que ha alcanzado un cierto grado
de estabilidad y realización interior, cada acontecimiento, cada
experiencia es una especie de aprendizaje. Es una experiencia de aprendizaje.
Creo que esto es muy cierto.
»Desde esta perspectiva, por tanto, hasta cuando se ve expuesta,
por ejemplo, a escenas perturbadoras de violencia y sexo en la televisión
o en las películas, existe la posibilidad de abordarlas con la conciencia
de que causan efectos dañinos y, en lugar de sentirse totalmente
abrumada por lo que ve, puede tomar tales escenas como una especie de indicador
de la naturaleza nociva de las emociones negativas no controladas.
Pero sacar lecciones de reposiciones de El equipo A o Melrose Place
es una cosa. Como budista practicante, sin embargo, el régimen espiritual
del Dalai Lama incluye ciertamente rasgos propios del camino budista. Al
describir su práctica cotidiana, por ejemplo, mencionó que
incluye meditaciones sobre la naturaleza de la realidad, así como
ciertas prácticas de visualización. Aunque en el contexto
de este análisis mencionó tales prácticas sólo
de pasada, a lo largo de los años he tenido la oportunidad de oírle
hablar extensamente del tema, ya que, de hecho, sus charlas y conferencias
abarcan algunos de los análisis más complejos que haya escuchado
nunca sobre cualquier tema. Sus charlas sobre la naturaleza de la realidad
estaban llenas de complicados argumentos y laberínticos análisis
filosóficos; sus descripciones de las visualizaciones tántricas
eran inconcebiblemente intrincadas y elaboradas, con meditaciones y visualizaciones
cuyo objetivo parecía ser construir una especie de atlas holográfico
del universo dentro de su propia imaginación. Había dedicado
toda una vida al estudio y la práctica de estas meditaciones. Al
pensar en esto, y conocedor del monumental alcance de sus esfuerzos, se
me ocurrió preguntarle:
-¿Puede describir el beneficio práctico o el impacto
que han tenido estas prácticas espirituales sobre su vida cotidiana?
El Dalai Dama guardó silencio durante un rato, antes de contestar
serenamente:
-Aunque mi propia experiencia pueda ser escasa, algo que puedo decir
con toda seguridad es que tengo la sensación de que, a través
de la formación budista, siento que mi mente se ha hecho mucho más
serena. Aunque se ha producido gradualmente, quizá incluso centímetro
a centímetro -se echó a reír-, creo que ha habido
un cambio en mi actitud hacia mí mismo y los demás. A pesar
de que resulta difícil señalar las causas exactas de él,
creo que está influido por una toma de conciencia, no una plena
realización pero sí un cierto sentimiento, de la naturaleza
fundamental de la realidad, y también de la consideración
de cuestiones como la transitoriedad, el sufrimiento y el valor de la compasión
y el altruismo.
»Así, por ejemplo, hasta cuando pensamos en los chinos
comunistas que causan daño al pueblo tibetano, mi formación
budista me permite experimentar una cierta compasión incluso hacia
el torturador, porque comprendo que se ha visto impulsado por fuerzas negativas.
Debido a ello, a mis votos de Bodhisattva, y a mis compromisos, aunque
una persona cometa atrocidades no puedo sentir o penar que, debido a ellas,
deba experimentar siempre cosas negativas o no tener momentos de felicidad.
El voto de Bodhisattva me ha ayudado a desarrollar esta actitud y me ha
sido muy útil, de modo que, naturalmente, le doy un gran valor.
»Eso me recuerda a un antiguo maestro de canto que está
en el monasterio Namgyal. Estuvo en las prisiones chinas y en campos de
concentración, como prisionero político, durante veinte años.
Una vez le pregunté cuál fue la situación más
difícil a la que tuvo que enfrentarse en esa época. Sorprendentemente,
me contestó que, en esa época, el mayor peligro que corrió
fue el de perder la compasión que sentía por los chinos.
»Hay muchas historias similares. Por ejemplo, hace tres días
me reuní con un monje que pasó muchos años en las
prisiones chinas. Me dijo que tenía veinticuatro años cuando
se produjo el levantamiento tibetano de 1959. Se unió a las fuerzas
tibetanas en Norbulinga. Fue hecho prisionero por los chinos y enviado
a prisión, junto con otros tres hermanos suyos que fueron asesinados
en ella. Otros dos hermanos también fueron asesinados. Más
tarde, sus padres murieron en un campo de trabajos forzados. Pero me dijo
que cuando estuvo en prisión, reflexionó sobre la vida que
había llevado hasta entonces y llegó a la conclusión
de que, a pesar de haber pasado toda una vida en el monasterio de Drepung,
no había sido un buen monje. Pensaba que había sido un monje
estúpido. En aquel momento se hizo votos de que, a partir de entonces,
estando en prisión, trataría de ser un monje genuinamente
bueno. Como resultado de sus prácticas budistas,
"-A través del voto de Bodhisattva, el educando espiritual afirma
su intención de convertirse en un Bodhisattva, literalmente el «guerrero
despierto», quien, por amor y compasión, ha alcanzado la realización
del Bodhicitta, un estado mental caracterizado por la aspiración
espontánea y genuina a alcanzar la plena iluminación para
ser beneficioso para todos los seres pudo mantenerse mentalmente muy feliz
a pesar de sufrir un gran dolor físico. Incluso cuando lo sometieron
a torturas y a fuertes palizas, pudo sobrevivir y seguir sintiéndose
feliz al considerar todo como una limpieza de su anterior karma negativo.
»A través de estos ejemplos podemos apreciar realmente
el valor de incorporar todas estas prácticas espirituales en nuestra
vida cotidiana.
De ese modo, el Dalai Lama añadió el ingrediente final
de una vida más feliz: la dimensión espiritual. A través
de las enseñanzas del Buda, el Dalai Lama y muchos otros han encontrado
unos principios que les permiten soportar y hasta trascender el dolor y
el sufrimiento que la vida trae consigo. Y, tal como sugiere el Dalai Lama,
cada una de las grandes confesiones religiosas del mundo puede ofrecer
las mismas oportunidades de alcanzar una vida más feliz. El poder
de la fe, generado a una escala muy amplia por la religión, ilumina
las vidas de millones de personas y las ha sostenido en momentos de dificultad.
A veces, funciona de forma silenciosa y sutil, otras lo hace a través
de experiencias transformadoras. Cada uno de nosotros, en algún
momento de nuestras vidas, ha sido testigo del funcionamiento de ese poder
en un miembro de nuestra familia, en un amigo o en un conocido. Ocasionalmente,
los ejemplos llegan hasta las páginas de los periódicos.
Muchos conocen, por ejemplo, el suplicio de Terry Anderson, un hombre corriente
que fue secuestrado en una calle de Beirut una mañana de 1985. Le
echaron una manta por encima, fue metido a empujones en un coche y durante
los siete años siguientes fue retenido como rehén por Hezbollá,
una organización islámica radical. Hasta 1991 estuvo encerrado
en pequeñas celdas de sótanos húmedos y sucios, con
los ojos cubiertos y encadenado durante prolongados períodos de
tiempo, soportando palizas regularmente. Cuando fue finalmente liberado,
el mundo se fijó en él y encontró a un hombre regocijado
por poder regresar junto a su familia y reanudar su vida, pero sorprendentemente
libre de amargura y odio hacia sus captores. Al ser interrogado por los
periodistas sobre el origen de una fortaleza tan notable, señaló
la fe y la oración como los elementos que le ayudaron a soportar
su suplicio.
El mundo está lleno de ejemplos similares de cómo la
fe religiosa ofrece ayuda en momentos difíciles. Recientes y extensas
encuestas parecen confirmar el hecho de que la fe religiosa puede contribuir
sustancialmente a llevar una vida más feliz. Las dirigidas por investigadores
independientes y por grandes organizaciones de encuestas (como la empresa
Gallup) han descubierto que las personas religiosas se sienten felices
y satisfechas con su vida en mayor medida que las no religiosas. Los estudios
han descubierto que la fe no sólo conlleva sentimientos de bienestar,
sino que también parece ayudar a afrontar más serenamente
cuestiones como el envejecimiento o la superación de crisis personales
y acontecimientos traumáticos. Además, las estadísticas
muestran que las familias con fuertes creencias religiosas se ven afectadas
por menores índices de delincuencia, alcoholismo, drogadicción
y rupturas matrimoniales. También hay pruebas que indican que la
fe puede tener beneficios para la salud, incluso en casos de enfermedades
graves. De hecho, hay cientos de estudios científicos y epidemiológicos
que han establecido una vinculación entre la fe religiosa, índices
menores de mortalidad y mejor salud. Según un estudio, mujeres ancianas
con fuertes creencias religiosas pudieron caminar distancias más
largas, después de haber sido operadas de la cadera, que las que
tenían menos convicciones religiosas; también se sintieron
menos deprimidas después de la operación. Un estudio realizado
por Ronna Casar Hanis y Mary Amanda Dew en el Centro Médico de la
Universidad de Pittsburgh descubrió que los pacientes trasplantados
de corazón con fuertes convicciones religiosas tienen menos dificultades
para afrontar regímenes médicos postoperatorios y muestran
una mejor salud física y emocional a largo plazo. En otro estudio
del doctor Thomas Oxman y sus colegas de la Escuela Médica de Dartmouth
se descubrió que los pacientes mayores de cincuenta y cinco años
sometidos a una operación quirúrgica a corazón abierto
de la arteria coronaria o de la válvula cardiaca que se habían
refugiado en sus creencias religiosas, tenían tres veces más
probabilidades de sobrevivir que quienes no lo habían hecho.
A veces, los beneficios de una fuerte fe religiosa son el producto
directo de las doctrinas de una religión concreta. Muchos budistas,
por ejemplo, soportan el sufrimiento a través de su fe en la doctrina
del karma. Gracias a la fe que tienen depositada en un Dios omnisciente
y amoroso, un Dios cuyo plan quizá sea oscuro para nosotros pero
que, en su sabiduría, terminará por revelarnos su amor, mucha
gente puede resistir sus tribulaciones. Con fe en las enseñanzas
de la Biblia, pueden reconfortarse con versículos como el de Romanos
8,28: «En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le
aman, de aquellos que han sido llamados según su voluntad».
Aunque algunas de las compensaciones de la fe se basen en doctrinas
de una confesión determinada, la vida espiritual también
tiene otras características comunes a todas las religiones. La participación
en las actividades de cualquier grupo religioso puede crear una sensación
de pertenencia, de lazos comunes, una conexión con los otros participantes.
Ofrece una estructura a través de la cual uno puede conectarse y
relacionarse con los demás; eso puede proporcionar un sentimiento
de pertenencia. Las creencias religiosas muy arraigadas pueden damos un
profundo sentido de propósito, aportar significado a la propia vida.
Ofrecen esperanza frente a la adversidad, el sufrimiento y la muerte. Ayudan
a adoptar una perspectiva amplia, que nos permite salir de nosotros mismos
cuando nos sentimos abrumados por los problemas cotidianos.
Aunque estos beneficios potenciales están al alcance de quienes
practican una religión establecida, está claro que tener
una fe religiosa no garantiza, por sí sola, la felicidad y la paz.
Por ejemplo, en el mismo momento en que Terry Anderson se hallaba encadenado
en una celda, manifestando los valores más elevados de la fe religiosa,
justo fuera de ella se desataban la violencia de masas y el odio mostrando
los peores aspectos de la fe religiosa. Durante años, distintos
grupos musulmanes, cristianos e israelíes mantuvieron una guerra,
en parte, alimentada por el odio violento entre los bandos, lo que tuvo
como consecuencia atrocidades inenarrables, cometidas en nombre de la fe.
Es una vieja historia que se ha repetido con demasiada frecuencia a lo
largo de la historia, incluso en el mundo moderno.
Debido a este potencial para alimentar la división y el odio,
resulta fácil perder la confianza en las religiones. Eso ha llevado
a algunas figuras como el Dalai Lama a tratar de difundir los elementos
de la vida espiritual que pueden ser aplicados universalmente para aumentar
la felicidad, independientemente de la confesión o las creencias
religiosas.
Así, con tono de la más completa convicción, el
Dalai Lama concluyó su análisis ofreciendo su visión
de una verdadera vida espiritual: -Cuando hablo de adoptar una dimensión
espiritual en nuestra vida, he identificado fe con espiritualidad. Cuando
se profesa una religión eso está bien. Pero nos podemos arreglar
incluso sin creencias religiosas. En algunos casos, nos las arreglamos
mejor. Tenemos derecho: si deseamos creer, bien; si no, también.
Existe, sin embargo, otro nivel de espiritualidad. Eso es lo que llamo
espiritualidad básica: se trata de un conjunto de cualidades, como
bondad, amabilidad, compasión, atención con los demás.
Tanto si somos creyentes como si no, esta clase de espiritualidad es esencial.
Personalmente, considero este segundo nivel de espiritualidad más
importante que el primero, porque al margen de lo maravillosa que pueda
ser una religión, sólo será aceptada por una parte
de la humanidad. Pero, mientras seamos seres humanos, mientras formemos
parte de la familia humana, todos necesitamos aquellos valores espirituales.
Sin ellos, la existencia humana resulta dura, muy seca: ninguno de nosotros
puede ser una persona feliz, nuestra familia sufrirá y, en último
término, toda la sociedad tendrá más problemas. Así
pues, queda claro que el cultivo de aquellos valores resulta esencial.
»Al cultivarlos, me parece que necesitamos recordar que de los
aproximadamente cinco mil millones de seres humanos que habitamos este
planeta, sólo unos mil o dos mil millones somos creyentes. Naturalmente,
al referirme a creyentes no incluyo a aquellas personas que dicen simplemente:
"Soy cristiano" porque lo eran sus antepasados, pero que no practican su
religión. Por tanto, excluyendo a estas personas, creo que quizá
haya alrededor de mil millones de personas que practiquen sinceramente
su religión. Eso significa que hay cuatro mil millones de personas,
la mayoría de la población de esta tierra, que no son creyentes.
Tenemos que encontrar una forma de intentar mejorar la vida de ellos, de
esos cuatro mil millones de seres que no tienen religión específica;
alguna forma de ayudarles a convertirse en seres humanos buenos, en personas
morales, sin ninguna religión. En este aspecto creo que la educación
es crucial, ya que dar a la gente la idea de que la compasión, la
afabilidad, etcétera, son las cualidades humanas básicas
no afecta sólo a los miembros de una Iglesia. Creo que antes ya
hablamos de la importancia fundamental del calor humano, del afecto y la
compasión para la salud física de la gente, para su felicidad
y paz mental. Este es por tanto un tema muy práctico y no simple
teoría religiosa o especulación filosófica. Se trata
de un tema clave. Y creo que constituye la esencia de las enseñanzas
religiosas de todas las confesiones. Pero también es esencial para
los que prefieren no tener religión. Creo que a esas personas podemos
educarlas y convencerlas de que está bien que permanezcan sin religión,
pero que hay que ser una persona buena, un ser humano sensible, con sentido
de la responsabilidad y del compromiso para lograr un mundo mejor y más
feliz.
»En general, es posible que cada cual muestre su religión
por medios externos, como ciertas vestimentas, las imágenes sagradas
del hogar, canciones u oraciones. Estas prácticas no son tan importantes
como que cada uno lleve un estilo de vida verdaderamente espiritual, basado
en valores fundamentales, porque es posible realizar actividades externas
públicas al mismo tiempo que se tiene un estado mental muy negativo.
La verdadera espiritualidad debería tener como resultado que la
persona fuera más serena, más feliz, más pacífica.
»Todos los estados virtuosos de la mente, como la compasión,
la tolerancia, el perdón, la atención hacia los demás,
etcétera, todas esas cualidades mentales son Dharma genuino, cualidades
espirituales genuinas, porque no pueden coexistir con malos sentimientos
o con estados negativos de la mente.
»Así pues, adoptar un método que aporte disciplina
a la propia mente es la esencia de una vida religiosa; se trata de una
disciplina interior que tiene el propósito de cultivar estados mentales
positivos. Por tanto, llevar una vida espiritual depende de que se haya
conseguido alcanzar ese estado disciplinado y domesticado de la mente y
que eso se vea reflejado en las acciones cotidianas.
El Dalai Lama tenía que asistir a una pequeña recepción
en honor de un grupo de donantes que apoyaban la causa tibetana. Frente
a la sala de recepción se había congregado una gran multitud,
a la espera de su aparición. Cuando él llegó, la multitud
ya era bastante densa. Entre los espectadores observé a un hombre
al que había visto en un par de ocasiones a lo largo de la semana.
No era fácil precisar su edad, aunque yo le habría supuesto
entre veinticinco y treinta años; era alto y muy delgado. Aunque
destacaba por su aspecto descuidado, me había llamado la atención
por su expresión, que había visto con frecuencia entre mis
pacientes: angustiada, profundamente deprimida, como si sufriera mucho.
Creí observar ligeros gestos reflejos alrededor de su boca. «Discinesia
tardía», diagnostiqué en silencio. La discinesia es
un trastorno neurológico causado por el uso crónico de medicación
antipsicótica. «Pobre hombre», pensé, aunque
me olvidé de él rápidamente.
Al llegar el Dalai Lama, la multitud se condensó, y se movió
hacia él para saludado. El personal de seguridad, compuesto en su
mayor parte por voluntarios, se esforzó por contener a la masa de
gente que avanzaba, para despejar un camino hacia la sala de recepción.
El joven angustiado, de antes, ahora con una expresión un tanto
desconcertada, se vio empujado hacia adelante por la multitud y se encontró
al borde del claro abierto por el equipo de seguridad. Al abrirse paso,
el Dalai Lama observó al hombre, se liberó de la protección
del equipo de seguridad y se detuvo para hablar con él. Al principio,
el joven se quedó aturdido y empezó a hablar muy rápidamente
al Dalai Lama, que pronunció pocas palabras. No pude escuchar lo
que se dijeron, pero observé que mientras hablaba, el joven empezó
a mostrarse visiblemente más agitado. El hombre decía algo
pero, en lugar de responder, el Dalai Lama le tocó espontáneamente
la mano, dándole unas suaves palmaditas, y durante un momento se
limitó a permanecer allí, asintiendo con ligeros gestos.
Mientras sostenía con firmeza la mano del joven y lo miraba a los
ojos, pareció como si no se diera cuenta de la multitud que le rodeaba.
De repente, la expresión de dolor y agitación pareció
desaparecer del rostro del hombre y las lágrimas corrieron por sus
mejillas. Aunque la sonrisa que brotó y se extendió lentamente
sobre sus rasgos fue tenue, una expresión de consuelo y alegría
apareció en sus ojos.
El Dalai Lama ha resaltado repetidas veces que la disciplina interior
es la base de una vida espiritual. Es el método fundamental para
alcanzar la felicidad. Tal como explicó para este libro, la disciplina
interior supone, desde su perspectiva, combatir los estados negativos de
la mente, como la cólera, el odio y la avaricia, y cultivar los
estados positivos como la amabilidad, la compasión y la tolerancia.
También ha señalado que una vida feliz se construye sobre
el fundamento de ese estado mental sereno y estable. El desarrollo de la
disciplina interna puede incluir técnicas de meditación formal
que ayudan a estabilizar la mente y logran ese estado de calma. La mayoría
de las religiones incluyen prácticas que tratan de aquietar la mente,
de situarnos más en contacto con nuestra más profunda naturaleza
espiritual. Como conclusión de la serie de conferencias pronunciadas
por el Dalai Lama en Tucson, el maestro ofreció una meditación
pensada para ayudarnos a serenar nuestros pensamientos, observar la naturaleza
fundamental de la mente y desarrollar la «quietud de la mente».
Meditación sobre la naturaleza de la mente
Tras observar a los reunidos, empezó a hablar en su forma peculiar,
como si en lugar de dirigirse a un grupo estuviera transmitiendo enseñanzas
a cada individuo presente. En algunos momentos se mostraba quieto y concentrado,
en otros más animado; acompañaba sus instrucciones con ligeros
movimientos de cabeza, gestos con las manos y suaves balanceos.
-El propósito de este ejercicio es empezar a reconocer y percibir
la naturaleza de nuestra mente -empezó a decir-, al menos a un nivel
convencional. Generalmente, al referimos a nuestra mente, expresamos un
concepto abstracto. Si no tenemos una experiencia directa de nuestra mente,
por ejemplo, si se nos pidiera que la identificáramos, nos sentiríamos
impulsados a señalar simplemente el cerebro. Si se nos pidiera que
definiésemos la mente, diríamos que es algo que tiene capacidad
para saber», algo que es «claro» y «cognitivo».
Pero si no hemos captado directamente la mente a través de prácticas
de meditación, estas definiciones no son más que palabras.
Es importante poder identificar la mente a través de la experiencia
directa y no sólo como un concepto abstracto. Por tanto, el propósito
de este ejercicio es sentir o captar directamente la naturaleza convencional
de la mente, de modo que cuando se diga que la mente tiene cualidades de
«claridad» y «cognición», seamos capaces
de identificarla de forma experimental. ,
»Este ejercicio nos ayuda a detener deliberadamente los pensamientos
y a permanecer gradualmente en ese estado durante un tiempo cada vez más
prolongado. Cuando se domina este ejercicio se llega a tener la sensación
de que no hay nada, sólo vacío. Pero si se profundiza más,
se empieza a reconocer la naturaleza fundamental de la mente, sus cualidades
de "claridad" y de "conocimiento". Es como un vaso de cristal puro lleno
de agua. Si el agua también es pura, se puede ver el fondo del vaso,
aun sabiendo que el agua está ahí.
»Así que hoy meditaremos sobre la no conceptualidad. No
es este un simple estado de abulia o de dejar en blanco nuestra mente.
En lugar de eso, lo que hay que hacer es decidir "anular los pensamientos
conceptuales". La forma de hacerla es la siguiente:
»En términos generales, nuestra mente está dirigida
predominantemente hacia los objetos externos. Nuestra atención sigue
el sentido de las experiencias. Se mantiene en un nivel predominantemente
sensorial y conceptual. En otras palabras, nuestra conciencia se dirige
normalmente hacia las experiencias sensoriales y los conceptos mentales.
En este ejercicio lo que hay que hacer es retirar la mente hacia el interior;
no lanzarla a la caza de objetos sensoriales. Pero, al tiempo, no debe
retirarse hasta el extremo de provocar un estado de estupor. Ha de estarse
en un estado consciente de alerta y atención, para desde él
asumir la conciencia, de modo que ésta no se vea afectada por los
pensamientos del pasado, las cosas que han ocurrido, sus recuerdos o ideas
sobre el futuro, como planes, expectativas, temores y esperanzas. Intente
más bien permanecer en un estado relajado y neutral.
»Esto es un poco como un río que fluye con fuerza, por
lo que su lecho no se puede ver con claridad. Si hubiera algún modo
de detener el flujo de ambas direcciones, es decir, desde donde llega el
agua y hacia donde va, se podría mantener el agua quieta. Eso permitiría
ver el lecho del río. De modo similar, cuando se es capaz de detener
la mente de modo que deje de cazar objetos sensoriales y pensar en el pasado
y en el futuro, si se puede liberar la mente por completo, dejándola
totalmente "en blanco", podría empezarse a mirar debajo de la turbulencia
de los procesos de pensamiento. Allí reina una quietud subyacente,
una claridad fundamental de la mente. Debería tratarse de observar
y experimentar eso...
»Quizá sea difícil de conseguir en una fase inicial,
así que iniciaremos la práctica desde esta misma sesión.
En la fase inicial, cuando se empieza a experimentar este estado natural
subyacente" de conciencia, se siente como una "ausencia". Eso ocurre porque
estamos muy habituados a comprender nuestra mente en términos de
objetos externos; tendemos a mirar el mundo a través de nuestros
conceptos, imágenes, etcétera. Así que, al retirar
la mente de los objetos externos es casi como si no pudiéramos reconocer
nuestra propia mente. De ahí proviene la ausencia, la vacuidad.
No obstante, a medida que se progresa y se acostumbra uno a ella, se empieza
a notar una claridad subyacente, una luminosidad. Es entonces cuando se
comienza a apreciar el estado natural de la mente.
»Muchas de las experiencias meditativas realmente profundas tienen
que alcanzarse sobre la base de la quietud de la mente... Oh -exclamó
el Dalai Lama echándose a reír-, debería advertirles
que en este tipo de meditación se corre el peligro de quedarse dormido,
puesto que no hay objeto específico sobre el que concentrar la atención.
»Así que, ahora, meditemos...
»Para empezar, realicemos antes tres rondas de respiración
profunda y centremos la atención simplemente en la respiración.
Concéntrese en la inspiración, la espiración, la inspiración,
la espiración... hasta tres veces. Luego, empiecen la meditación.
El Dalai Lama se quitó las gafas, cruzó las manos sobre
su regazo y permaneció inmóvil, sumido en la meditación.
Un silencio total se extendió por la sala, al tiempo que mil quinientas
personas efectuaban una introspección, en la soledad de mil quinientos
mundos privados, tratando de acallar sus pensamientos y quizá de
echar un vistazo fugaz a la verdadera naturaleza de su propia mente. Al
cabo de cinco minutos, el silencio crujió, aunque no se rompió,
cuando el Dalai Lama empezó a cantar suavemente, con voz baja y
melódica, sacando suavemente a sus oyentes de la meditación.
Ese día, al concluir la sesión, el Dalai Lama juntó
las manos, como hacía siempre, se inclinó ante el público
en demostración de afecto y respeto, se levantó y se abrió
paso entre la gente que lo rodeaba. Mantuvo las manos juntas y siguió
inclinándose a uno y otro lado mientras abandonaba la sala. Al cruzar
por entre la multitud se inclinó tanto que habría sido imposible
verlo para cualquiera que estuviera a más de unos pocos pasos de
distancia. Parecía perdido entre un mar de cabezas. Desde la distancia,
sin embargo, aún podía detectarse el camino que seguía
por el sutil desplazamiento del movimiento de la multitud al pasar él.
Era como si hubiese dejado de ser un objeto visible y se hubiera convertido,
simplemente, en una presencia que se siente.
Agradecimientos
ESTE LIBRO NO HABRÍA existido sin los esfuerzos y la amabilidad
de muchas personas. En primer lugar, quisiera transmitir mi más
sentido agradecimiento a Tenzin Gyatso, el decimocuarto Dalai Lama, con
una profunda gratitud por su ilimitada afabilidad, generosidad, inspiración
y amistad. Y a mis padres, James y Bettie Cutler, en cariñoso recuerdo,
por haberme proporcionado los fundamentos de mi propio camino para encontrar
la felicidad en la vida.
Mi más sincero agradecimiento se extiende a muchos otros:
Al doctor Thupten Jinpa por su amistad, su ayuda en la revisión
de los textos del Dalai Lama incluidos en este libro, su papel esencial
al actuar como intérprete de las conferencias del Dalai Lama y en
muchas de nuestras conversaciones privadas. Y también a Lobsang
Jordhen, el venerable Lhakdor, por actuar como intérprete mío
para una serie de conversaciones con el Dalai Lama en la India.
A Tenzin Geyche Tethong, Richen Dharlo y Dawa Tsering, por su apoyo
y ayuda en muchos aspectos a lo largo de los años.
A muchas personas que trabajaron mucho para asegurarse de que la visita
del Dalai Lama a Arizona en 1993 fuera una experiencia gratificante para
tantos: a Claude d'Estree, Ken Bacher y el consejo y el personal de Arizona
Teachings, Ine., a Peggy Hitchcock y al consejo de Arizona Friends of Tibet,
a la doctora Pam Willson ya los que ayudaron a organizar la conferencia
pronunciada por el Dalai Lama en la Universidad Estatal de Arizona, así
como a las docenas de entregados voluntarios, por sus incansables esfuerzos,
en nombre de quienes asistieron a las acciones del Dalai Lama en Arizona.
A mis extraordinarios agentes, Sharon Friedman y Ralph Vicinanza, y
a su maravilloso equipo, por su ánimo, amabilidad, entrega y ayuda
en tantos aspectos de este proyecto y por el duro trabajo realizado más
allá de lo exigido por el deber. He contraído con ellos una
deuda especial de gratitud.
A aquellos que aportaron su valiosa asistencia, percepción y
experiencia editorial, así como apoyo personal durante el prolongado
proceso de redacción: a Ruth Hapgood por sus hábiles esfuerzos
para editar las primeras versiones del manuscrito, a Barbara Gates y a
la doctora Ronna Kabatznick por su indispensable ayuda para revisar el
voluminoso material, así como para centrarlo y organizarlo en una
estructura coherente. También a mi ingenioso editor Amy Hertz por
creer en el proyecto y ayudar a configurar el libro en su forma final.
También a Jennifer Repo y al personal de revisión de galeradas
de Riverhead Books. También quisiera expresar mi cálido agradecimiento
a todos aquellos que ayudaron a transcribir las conferencias del Dalai
Lama en Arizona, a mecanografiar las transcripciones de mis conversaciones
con él y a mecanografiar partes de las primeras versiones del manuscrito.
Wyatt Gothe, la doctora Gail McDonald, Larry Cutler, Randy Cutler y
un agradecimiento especial con profundo aprecio a Candee y Scott Brierley,
así como a otros muchos amigos a los que quizá no haya citado
aquí por su nombre, pero a los que llevo en mi corazón con
permanente amor, gratitud y respeto.
y a Lori, con amor.
También de Su Santidad el Dalai Lama
Las siguientes obras se incluyen por orden alfabético de título.
The Dalai Lama: A Policy of Kindness, compilado y editado por Sidney
Piburn, Snow Lion Publications, Ithaca, 1990 [Trad. cast., Política
de la bondad, Dharma, Novelda, Alicante, 1993.]
A Flash of Lightning in the Dark of Night. A Cuide to the Bodhisattva's
Way of Life, por S. S. el Dalai Lama, Shambhala Publications, Bastan, 1994.
The Four Noble Truths, por S. S, el Dalai Lama, traducido por el doctor
Thupten Jinpa, editado por Dominique Side, Thorsons, Londres, 1998.
Y, para terminar, mi más profundo agradecimiento: A mis maestros.
A mi familia y a los muchos amigos que han enriquecido mi vida de más
formas de las que puedo expresar: a Gina Beckwith, el doctor David Weiss
y Daphne Atkeson, el doctor Gillian Hamilton, Helen Mitsios, David Greenwalt,
Dale Brozosky, Kristi Ingham Espinasse, el doctor David Klebanoff, Henrietta
Bernstein, Tom Minar, Ellen
Freedom in Exile. The Autobiography of the Dalai Lama, por S. S. el
Dalai Lama, HarperCollins, Nueva York, 1991. [Trad. cast., Libertad en
el exilio, Plaza y Janés, Barcelona, 1991.]
The eood Heart. A Buddhist Perspective on the Teachings of Jesus, por
S. S. el Dalai Lama, Wisdom Publications, Bastan, 1996.
Kindness, Clarity, and Insight, por S. S. el Dalai Lama, traducción
y edición de Jeffrey Hopkins, coedición de Elizabeth Napper,
Snow Lion Publications, Ithaca, 1984.
The World of Tibetan Buddhism, por S. S. el Dalai Lama, traducción,
edición y notas del doctor Thupten Jinpa, Wisdom Publications, Boston,
1995.