EDUCACION Y DESARROLLO HUMANO

En el presente texto, que sintetiza una parte de su reciente libro, el autor pone las manos en el fuego y aboga por una educación integral para los niños peruanos y latinoamericanos en la búsqueda de una formación que humanice nuestras vidas.

El drama que vive la humanidad en todas las latitudes del planeta no es obra del azar o del destino ineluctable del ser humano, sino de las teorías y doctrinas que interpretan su presencia y transcurso en el mundo. Se trata de un debate inmemorial sobre la condición humana que proviene esencialmente de las canteras idealista y materialista, en sus diversas versiones. A partir de categorías ontológicas distintas, ellas explican lo que es el ser humano y lo que puede esperar.
Sin embargo, la razón última de las concepciones filosóficas no es puramente especulativa. Las ideas reflejan los intereses de sus autores y, por tanto, su finalidad es operativa. En efecto, ellas comparecen en todas las dimensiones de la vida socio-cultural: en los razonamientos económico, jurídico y político, y en la organización de la sociedad; esto es, en las normas de convivencia entre los individuos, las clases sociales y la autoridad.
La teoría de Manfred Max Neef (1989) define a la persona como un ser de necesidades existenciales y axiológicas. Entre las primeras ubica la necesidad de ser (ejercer la humanidad en todas sus dimensiones), de estar (disponer de ámbitos propios), de tener (disponer de bienes, recursos y condiciones adecuados a su humanidad) y de hacer (realizar prácticas coherentes con el estatuto humano). A las segundas corresponden las necesidades de subsistencia, afecto, identidad, ocio, protección, entendimiento, creación, participación y libertad. La satisfacción adecuada y oportuna de todas ellas constituyen el principio fundamental del concepto «Derechos Humanos».
Situadas en la base de todos los comportamientos, las necesidades expresan las carencias humanas. Pero a la vez son factores de cambio de tales problemas y catalizadores de la plenitud humana. Este potencial transformador de las necesidades cristaliza como proyectos individuales o colectivos, si la carencia específica afecta la humanidad de una persona o de una clase social. La búsqueda de satisfacción de las necesidades y de realización de las potencialidades se encuentra en una relación de tensión permanente, un frágil equilibrio cuya estabilidad nunca se conquista de modo definitivo.
La necesidad de subsistencia se relaciona con la preservación y el desarrollo adecuado de la condición biológica del ser humano. Sus principales satisfactores son: alimentación, vestimenta, vivienda, higiene y salud, indispensables para garantizar la existencia material. Entre los medios que procuran estos satisfactores subsistenciales destaca en primer lugar el trabajo productivo, autónomo o asalariado.
Pero, a diferencia de los demás integrantes de la escala zoológica, el ser humano tiene otras necesidades que no se satisfacen con requerimientos materiales. Ellas precisan de condiciones subjetivas óptimas, de adecuados valores y normas, de comportamientos y actitudes favorables, de prácticas socio-culturales auténticas, de estructuras democráticas de poder en todos los ámbitos del ejercicio social: familia, barrio, escuela, centro laboral, comunidad, ciudad, país, mundo, de los que el ser humano forma parte. La satisfacción de estas necesidades es asimismo indispensable para el desarrollo y la realización humanos.
La necesidad de identidad proviene del carácter esencialmente social de la existencia humana y demanda referentes socio-culturales que proporcionen a la persona identificación, valoración y afirmación como sujetos social. Sus satisfactores son: autoestima, ámbitos de pertenencia, roles y responsabilidades, reconocimiento social, etc.
La necesidad de afecto, evidencia esencial de humanidad y soporte básico de la formación y el ejercicio de la personalidad, demanda como satisfactores: autoestima, amor (en sus múltiples manifestaciones), respeto, tolerancia, solidaridad, pasión, sensualidad, humor, etc.
La necesidad de ocio está relacionada con la recuperación de las energías mental y física, y precisa de tiempo libre, tranquilidad, espacios y situaciones de recreación y divertimiento, juegos, festividades, práctica de deportes, etc.
La necesidad de entendimiento se vincula con el desarrollo y ejercicio de las facultades cognoscitivas de la persona cuya finalidad última es solucionar sus problemas y construir su humanidad. Sus satisfactores: capacidad de análisis e interpretación de la realidad objetiva y subjetiva, conciencia crítica sobre los factores que perturban la satisfacción de las necesidades que deviene fundamental por su potencial transformador de la realidad problemática.
La necesidad de creación se relaciona con la producción cultural. Sus satis-factores son: capacidad de expresión de la subjetividad y de simbolización de la realidad objetiva, oportunidades y condiciones adecuadas para ejercer la imaginación, experimentación e invención, innovación de rituales sociales, económicos, culturales y políticos. Esta necesidad tiene un alto potencial transformador.
La necesidad de protección se refiere a la seguridad individual y social. Sus satisfactores: familia, organizaciones, derechos, normas sociales, sistemas de defensa de la persona, de su bienestar, sus bienes y sociedades, mecanismos de justicia, etc. Ella tiene un alto potencial de cambio.
La necesidad de participación se refiere a la cooperación y coordinación social, y sus satisfactores son: comunicación, solidaridad, protagonismo, democracia, capacidad de opinar y discrepar. Su potencial transformador es elevado.
La necesidad de libertad, atributo humano para pensar, expresarse y actuar sin más restricción que el bien social, precisa como satisfactores: voluntad, autonomía individual, social, cultural y política, igualdad de derechos, democracia, capacidades de decisión, opción y rebelión. Su potencial transformador también es elevado.
De acuerdo con esta caracterización, la dimensión social de la condición humana refiere la manera como las personas se organizan para satisfacer esta gama de necesidades. La dimensión cultural comprende la particularidad de los satisfactores con los que las sociedades atienden sus necesidades. La dimensión económica refiere las formas como las sociedades producen los bienes satis-factores para atender estas necesidades. La dimensión jurídico-política abarca las normas y los mecanismos mediantes los cuales la sociedad distribuye los satis-factores entre los segmentos sociales y garantiza la satisfacción de sus necesidades.
Esto significa que si una sociedad no satisface adecuadamente las necesidades de todos sus integrantes, está mal organizada. Si no crea oportunidades de capacitación y producción de bienes y recursos para satisfacer las necesidades de sus integrantes, está mal administrada. Si no los distribuye equitativamente, está mal gobernada. Si el aparato jurídico político no garantiza esta equidad, es una sociedad injusta. Si las personas ignoran sus problemas y derechos, están mal educadas. Una sociedad que no cumple con estos requisitos humanos fundamentales, no se justifica y debe ser cambiada.
Ahora bien, las necesidades humanas no son independientes ni de rango diferenciado. Conforman un sistema en el cual todas tienen la misma importancia, de modo que la satisfacción de una no inhibe la búsqueda de satisfacción de las otras, so pena de vulnerar la integralidad de la persona. En efecto, por mucho que las necesidades subsistenciales estén relativamente satisfechas, la insatisfacción de alguna otra necesidad axiológica constituye un factor de frustración humana, un problema de deshumanización. Lo que es evidente en las sociedades con un alto nivel de desarrollo económico y óptimas condiciones de vida material que, sin embargo, son infelices.
Esto quiere decir que los conceptos de bienestar, dignidad y Derechos Humanos no son abstractos ni refieren parcelas de la existencia asisladas de su totalidad. Ellos aluden esta integralidad de la condición humana y abarcan todas las dimensiones existenciales y axiológicas de la persona.

Dos necesidades cumplen una función coordinadora de primer orden. La subsistencial por vincularse con la conservación de la vida, sin la cual nada sería posible. Y la de entendimiento, que permite a los individuos cobrar conciencia de su existencia, de sus demás necesidades y sus satisfactores adecuados. Lo que en última instancia significa conciencia acerca de los factores que impiden la realización de su condición humana, de los rituales sociales y jurídico-políticos que lo legitiman, y de la organización y acción contestatarias, indispensables para revertir la deshumanización.
Cuando la educación, satisfactor de la necesidad de entendimiento, es inadecuada, impide la función de la inteligencia: comprensión y superación de los problemas. En consecuencia, el individuo no tendrá conciencia de su ser y sus derechos, y no podrá defenderlos. Por estas razones el sistema ha legitimado la educación escolarizada y mitificado a la escuela, convirtiéndola en el único medio autorizado para satisfacer esta necesidad. Tal aseveración se constata revisando el proceso que ha seguido la educación en nuestras sociedades.
A lo largo de su trayectoria histórica de las sociedades tradicionales crearon conocimientos, medios y mecanismos autónomos destinados a satisfacer las necesidades de sus integrantes y resolver sus problemas existenciales y axioló-gicos, de acuerdo con los recursos ofrecidos por el medio natural y según sus particularidades culturales. Entre otros, modos de organización social, técnicas productivas, mecanismos de ejercicio de la autoridad, procedimientos formativos, etc. Estas características fueron mantenidas y reproducidas mediante la educación tradicional.
Analicemos los medios, contenidos y procedimientos de la educación tradicional. En primer lugar, ella no está a cargo de una institución especializada sino de toda la comunidad, empezando por el hogar. Como en estas sociedades no existe la división del trabajo y no hay especialidades sociales ni culturales, sus integrantes se preparan por igual para desempeñar todos los roles posibles, para acceder y controlar todas las oportunidades, los recursos y beneficios que ofrece el medio socio-cultural.
Se trata de una educación para la vida comunitaria que integra el aprendizaje de las habilidades y destrezas culturales con el conocimiento exhaustivo de los medios natural y social, de los valores y normas de comportamiento, de las formas de entendimiento, representación y expresión del mundo y de la vida, contenidos y transmitidos por los mitos y ritos sociales y culturales tradicionales.
Las necesidades existenciales y axiológicas de las personas están socializadas y la comunidad se organiza en torno a ellas. La integralidad del aprendizaje para satisfacerlas garantiza el desarrollo humano del individuo, así como la reproducción de la sociedad. La experiencia cultural proporciona significación y sentido a las prácticas, así como identidad y cohesión social a los practicantes.
Veamos un caso. La pesca constituye una de las actividades económicas que practican las sociedades amazónicas tradicionales para atender su necesidad de subsistencia. En tal sentido, los niños se adiestran tempranamente no sólo en las habilidades indispensables para obtener pescado; además aprenden las normas sociales y culturales que conforman el componente ético de dicha actividad.
Lo primero implica conocer las características de las maderas adecuadas para canoas, remos, arcos y flechas, así como la ubicación de los árboles apropiados, lo que significa conocer el bosque tropical y sus peligros; aprender las técnicas culturales para confeccionar aquellos instrumentos; desarrollar las habilidades necesarias para manejarlos con destreza y eficacia; conocer las características y los riesgos del río o de la laguna donde se practica la pesca, las horas más adecuadas para pescar; conocer las características y hábitos de todas las clases de peces: dónde y a qué profundidad del agua se encuentran, qué alimentos consumen, qué vegetales o animales los proporcionan, etc.
Simultáneamente y a través de los rituales simbólicos y la tradición oral, los niños aprenden las normas socio-culturales que preservan la naturaleza, y las que rigen la satisfacción de la necesidad nutricional: no acumular, retribuir y distribuir los productos obtenidos. La cultura tradicional sanciona éticamente tanto el exceso de productos, cuanto la satisfacción individual. Así, las necesidades existenciales y axiológicas de subsistencia, participación, solidaridad y protección de la naturaleza y la sociedad quedan atendidas mediante una sola actividad. Y esto se repite en todas las prácticas socio-culturales. Y , no obstante esta indudable riqueza humana, el sistema dominante las califica de «sociedades primitivas» y las ha condenado a desaparecer.
Ahora bien, la conquista de territorios, el saqueo de los recursos productivos, la degradación de la naturaleza, la dominación social y la opresión política, llevadas a cabo primero por el colonialismo y luego por el capitalismo, han ocasionado la vulneración de estos medios, mecanismos y procedimientos socio-culturales autónomos, alterando la satisfacción de las necesidades humanas de las sociedades tradicionales.
La dominación significa en sentido último la sustitución compulsiva de los satisfactores auténticos de los requerimientos existenciales y axiológicos de los dominados por otros de opresión que no se justifique a sí misma con la presunta atención de las necesidades de los ciudadanos y con la protección de sus derechos; lo que es evidente en las dictaduras, el centralismo, la censura, etc.
En el caso de la necesidad de entendimiento, la educación comunitaria de las sociedades tradicionales fue reemplazada por la educación institucionalizada a cargo de la Iglesia Católica. Los curas han llevado a cabo la sustitución del conocimiento de la realidad y las normas culturales de las sociedades tradicionales por el adoctrinamiento compulsivo y la satanización de los depositarios del saber. Esta pedagogía se denomina integracionista coercitiva. Su finalidad es provocar la aculturación de los dominados para que piensen y actúen como quiere el sistema dominante, del que la Iglesia Católica forma parte.
Con la implantación del Estado la educación de las clases y etnias dominadas fue asignada a la Escuela Pública. Su pedagogía es asimismo integracionista coercitiva, puesto que la educación escolarizada es obligatoria por Ley. La escuela es un organismo de control social de primer orden, un instrumento ideológico cuyo fin es construir el consenso de los futuros ciudadanos para asegurar la hegemonía social, económica y política de los dominadores (Gramsci, 1962). Su pedagogía autoritaria y conductista se aprecia en la estructura del aparato escolar, en las actividades seudo-educativas, en las actitudes del profesorado, en las relaciones que establece el educador con el educando, con la comunidad, etc.

En tanto medio de socialización, hay que analizar a la escuela a partir de las necesidades sociales de los niños. La educación escolarizada pervierte la necesidad axiológica de afecto porque es impersonal, la necesidad de protección porque es represiva, la necesidad de creación porque es memorística, la necesidad de participación porque es vertical, la necesidad de comunicación porque impone el silencio, la necesidad de libertad porque es coercitiva, la necesidad de entendimiento porque enseña a ignorar los problemas.
A cambio, la educación escolarizada proporciona categorías mentales, esquemas axiológicos y patrones de conducta que reproducen la visión del mundo de la clase dominante y su estilo de vida. A la vez que una valoración estimativa orientada a la formación de una conciencia conservadora, reñida con la realidad problemática del educando pero indispensable para el mantenimiento del orden social establecido.
Ahora bien, estas características de la educación escolarizada, nefastas para el desarrollo humano, fueron advertidas hace mucho por el movimiento popular. Recordemos que en la tercera década del siglo José Carlos Mariátegui fundó la escuela popular, destinada a la auto-educación de las clases trabajadoras. Y, andando el siglo, las experiencias pedagógicas alternativas a la escuela han sido numerosas. Revisemos sus peculiaridades según el pensamiento de M.R. Mejía (1987):
La corriente asistencial se aboca a las necesidades subsistenciales de los educandos, no cuestiona sus problemas concretos ni les genera iniciativas de reversión de los mismos. La corriente integracionista, de discurso aparentemente crítico y también abocada las necesidades subsistenciales, legitima la exclusión de la estructura productiva e impulsa iniciativas de fácil absorción por el sistema como talleres productivos, comedores populares, etc.
La corriente populista se aboca a las necesidades políticas de participación, protección y libertad, enfatiza la organización popular clientelista y sin perspectivas de acción autónoma. La corriente crítico-discursiva, abocada a las necesidades socio-políticas y provista de una encendida retórica anti-sistema, obvia el análisis de los problemas concretos de los educandos y, por tanto, no genera iniciativa de reversión de los mismos. La corriente liberadora, abocada a las necesidades subsistenciales, sociales y políticas, privilegia la organización reivin-dicativa sin estrategias de cambio social.
Esta última estuvo dirigida a los sectores laborales tradicionales, de conformidad con la tesis que los considera vanguardia del cambio social. ¿Cuál ha sido su práctica pedagógica? Privilegió la lucha de los trabajadores por mejoras salariales, distanciándolos de los sectores excluidos del aparato productivo. Los dotó de un discurso ideológico, esquemático y retórico y, a nombre del socialismo, los incorporó de manera selectiva en las estructuras partidarias anquilosadas, reproductoras de la verticalidad, intolerancia y falta de democracia del sistema. Por cierto, los niños de las mayorías sociales quedaron al margen de esta pedagogía liberadora por su carencia de rentabilidad política inmediata y por considerarlos suficientemente atendidos por la escuela.
Para finalizar, quiero mencionar una experiencia de educación alternativa que convierte a los problemas de nuestra sociedad en crisis en objetivos de su acción. El medio educativo es la organización, un espacio de formación en libertad al que confluyen de manera voluntaria los niños, las niñas y los adolescentes de las clases mayoritarias.
La dinámica democrática y autónoma de la organización convierte a sus integrantes en un sujeto colectivo, protagonista de una educación innovadora, orientada a la producción de nuevas significaciones acerca de sus necesidades, problemas y derechos, así como al ejercicio de sus potenciales creativo, crítico y transformador. Factores indispensables para su desarrollo humano, para formular sus proyectos de vida, dignificar sus existencias e incorporarse a la tarea de construcción de la democracia y la justicia social.

Luis Urteaga Cabrera

Luis Urteaga Cabrera (Cajamarca, 1940), ha publicado, entre otros libros, la novela Los Hijos del Orden y los cuentos El Arco y la Flecha.


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