11 de febrero de 2000 | Brecha | 15 |
UN FALLO CONTRA EL CODICEN
Concurso y sin curso
MARY
VIDELA "¿Cómo se puede hacer algo si estamos
en guerra permanente?", se preguntaba un docente
ante el absurdo que es la enseñanza pública hoy día. |
como, sino que cualquiera sepa hacer
exactamente aquello que una minoría de iluminados
considera apropiado para la educación. Que la única
finalidad es transformar lo que era gra- tuito y
obligatorio por dere- cho en una empresa rentable cueste
lo lo que cueste, lo muestra el hecho de que, además del
deterioro físico que han venido sufriendo las aulas de
informática de mu- chos liceos, hay un deterioro por
obsolecencia: los alum- nos van a aprender Windows 3.11
porque no hay otro soft- ware, cuando el mundo la- boral
hace rato que usa Windows 98. Es sabido que el tiempo en
cuestiones de in- formática es vertiginoso, que no se ha
terminado de apren- der las utilidades de un pro- grama
cuando ya está a la venta una nueva versión muy
superior. Es una falacia que se globalizan los
conocimientos; es global la idea de que las computadoras
sirven para al- go, es absolutamente menor el número de
los que saben qué hacer con ellas. Naturalmente, siguen siendo firmes candidatos a saber y a acceder a los puestos de trabajo, aquellos que pueden comprar y actualizar con frecuencia su PC, porque se globalizan y acentúan las diferencias de oportunidades. Como este llamado a concurso es una gran falta de respeto, algunos profesores -once de Florida, más de treinta de Montevideo- también iniciaron una acción de amparo para lograr la suspensión de dicho concurso hasta tanto se resuel- va el recurso en cuestión, tam- bién antepuesto en este caso por más de 150 docentes. Si bien el petitorio de los pro- fesores de Florida resultó des favorable para sus intereses, es de público conocimiento que el pasado lunes 31 la jueza actuante falló en contra del CODICEN y reconoció válido el pedido de suspensión. Pero la batalla recién comienza: el CODICEN anunció con bombos y platillos que apelará ese fallo y su portavoz ante los medios, la consejera Tornaría, ironizó diciendo que los docentes tienen el "síndrome del concurso" dejando entender que tienen miedo o no saben, creencia muy difundida entre la minoría iluminada. Cabe aquí la pregunta de cuántos concursos han dado los integrantes del CODICEN y qué puntajes han obtenido, a la vista de la importancia y las dificultades que parecen re- vestir los cargos que ellos de- sempeñan, para los cuales sin duda deben hacer uso de enormes dosis de talento e |
inteligencia, ajenos al común de las
personas. Por lo pronto, no saben muy bien cómo hacer las bases para un concurso, ni saben gerenciar (porque como en las empresas privadas, en la enseñanza se han impuesto los gerentes que hacen buenas o malas administraciones) en lo relativo a elección de horas. Los profesores son citados en el local del IPA, donde se han instalado computadoras que tienen la información de horas vacantes por liceo, pero a las que no les han llegado por cierto las últimas novedades en cuanto a bases de datos y otras menudencias sin importancia. Mientras varios salones están vacíos, los profesores de varias asignaturas simultáneamente esperan en los corredores, apretujados como pollos en criadero, que el funcionario los llame a gritos. Ello implica el riesgo, como ha sucedido, de perder las horas por no escuchar el llamado excepto que, habiendo renunciado al más mínimo decoro, se esté casi subido a los hombros de los colegas, que no tienen otra alternativa que actuar como si fueran adolescentes nerviosos a punto de rendir examen. La excitación no es de alegría: todos tienen terror de quedarse sin trabajo, de no poder elegir ni tres horas de clase. Y a tal punto creció el caos días atrás, que la montonera terminó rompiendo un vidrio del corredor, tal cual vemos con frecuencia entre los adolescentes. Ese es un progreso que sí se nota: hay que decir que el aparato estatal ha perfeccionado como nunca los mecanismos de humillación y falta de respeto para con los trabajadores. Ha colaborado de manera sistemática con la inmadurez que muestran los adultos, porque todo es precario, por lapsos cortos, por contratos que expiran a los 360 días y después no se sabe. Se ha llevado al país todo a la política del criadero de pollos: amontonados en pequeñísimo espacio para poder alimentarse y sobrevivir, se pisotean y picotean mutuamente incluso hasta la muerte, agobiados por el encierro, la falta de perspectivas y el estrés. Al sujeto le han enajenado el derecho a una tranquilidad mínima y le han hecho creer que su salario es una dádiva que puede cambiar de destinatario en cualquier momento: no importa quien lo haga, siempre habrá otro dis- puesto a callar y obedecer. |
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