11 de febrero de 2000 Brecha 15

UN FALLO CONTRA EL CODICEN

Concurso y sin curso

MARY VIDELA

"¿Cómo se puede hacer algo si estamos en guerra permanente?", se preguntaba un docente ante el absurdo que es la enseñanza pública hoy día.
En los primeros días de enero, la primera bomba: el CODICEN suspendía todos sus pases en comisión, de modo que todos a sus oficinas de origen. Si al- guien estaba desarrollando un proyecto, veía sus expectativas doblemente frustradas.
Por si este trasiego de cargos y funciones que se produce cada cinco años no fuera suficiente reflejo del caos que se vive en el país, quedan otras sorpresas. Volver a la antigua dependencia puede transformarse en un gran paso hacia el desempleo pues algunos lugares de referencia ya no existían como tales. Algunos profesores de informática del CODICEN se encon traron con que la Gerencia de Programas Especiales -entre los que están informática y desarrollo de software educativo- ya no era su lugar de trabajo.
Lo que había en su lugar era la segunda bomba: un concurso exclusivamente de oposición, abierto a todos los interesados en dar clases de computación en Educación Secundaria, tuvieran o no experiencia en la docencia. Gente que jamás en su vida había siquiera hablado en público, podía transformarse en profesor por obra y milagro de un concurso. Alcanzaba con saber informática y haber estudiado un libro de pedagogía (elaborado por alguno de los participantes del concurso y editado por las propias autoridades del CODICEN) durante un verano.
Más de 150 indignados profesores de informática de todo el país presentaron un recurso administrativo a ese llamado a concurso, que adolecía de una serie de vicios formales que lo hacían a todas luces cuestionable. En principio, no se tomaba en cuenta los méritos de quienes tenían hasta más de diez años en la docencia, no consideraba que había profesores ganadores de concurso en la misma área ni que habían hecho un gran número de cursos de manejo de software en IBM (año 1995) por designio expreso del CODICEN y otros organizados por el propio ente.
El atropello de las autoridades de la enseñanza tiene por objeto hacer tabla rasa con lo que son enormes diferencias en cuanto a experiencia. Se funciona como una empresa privada: no importa quien ni

como, sino que cualquiera sepa hacer exactamente aquello que una minoría de iluminados considera apropiado para la educación. Que la única finalidad es transformar lo que era gra- tuito y obligatorio por dere- cho en una empresa rentable cueste lo lo que cueste, lo muestra el hecho de que, además del deterioro físico que han venido sufriendo las aulas de informática de mu- chos liceos, hay un deterioro por obsolecencia: los alum- nos van a aprender Windows 3.11 porque no hay otro soft- ware, cuando el mundo la- boral hace rato que usa Windows 98. Es sabido que el tiempo en cuestiones de in- formática es vertiginoso, que no se ha terminado de apren- der las utilidades de un pro- grama cuando ya está a la venta una nueva versión muy superior. Es una falacia que se globalizan los conocimientos; es global la idea de que las computadoras sirven para al- go, es absolutamente menor el número de los que saben qué hacer con ellas.
Naturalmente, siguen siendo firmes candidatos a saber y a acceder a los puestos de trabajo, aquellos que pueden comprar y actualizar con frecuencia su PC, porque se globalizan y acentúan las diferencias de oportunidades.
Como este llamado a concurso es una gran falta de respeto, algunos profesores -once de Florida, más de treinta de Montevideo- también iniciaron una acción de amparo para lograr la suspensión de dicho concurso hasta tanto se resuel- va el recurso en cuestión, tam- bién antepuesto en este caso por más de 150 docentes.
Si bien el petitorio de los pro- fesores de Florida resultó des favorable para sus intereses, es de público conocimiento que el pasado lunes 31 la jueza actuante falló en contra del CODICEN y reconoció válido el pedido de suspensión.
Pero la batalla recién comienza: el CODICEN anunció con bombos y platillos que apelará ese fallo y su portavoz ante los medios, la consejera Tornaría, ironizó diciendo que los docentes tienen el "síndrome del concurso" dejando entender que tienen miedo o no saben, creencia muy difundida entre la minoría iluminada. Cabe aquí la pregunta de cuántos concursos han dado los integrantes del CODICEN y qué puntajes han obtenido, a la vista de la importancia y las dificultades que parecen re- vestir los cargos que ellos de- sempeñan, para los cuales sin duda deben hacer uso de enormes dosis de talento e
inteligencia, ajenos al común de las personas.
Por lo pronto, no saben muy bien cómo hacer las bases para un concurso, ni saben gerenciar (porque como en las empresas privadas, en la enseñanza se han impuesto los gerentes que hacen buenas o malas administraciones) en lo relativo a elección de horas.
Los profesores son citados en el local del IPA, donde se han instalado computadoras que tienen la información de horas vacantes por liceo, pero a las que no les han llegado por cierto las últimas novedades en cuanto a bases de datos y otras menudencias sin importancia.
Mientras varios salones están vacíos, los profesores de varias asignaturas simultáneamente esperan en los corredores, apretujados como pollos en criadero, que el funcionario los llame a gritos. Ello implica el riesgo, como ha sucedido, de perder las horas por no escuchar el llamado excepto que, habiendo renunciado al más mínimo decoro, se esté casi subido a los hombros de los colegas, que no tienen otra alternativa que actuar como si fueran adolescentes nerviosos a punto de rendir examen. La excitación no es de alegría: todos tienen terror de quedarse sin trabajo, de no poder elegir ni tres horas de clase. Y a tal punto creció el caos días atrás, que la montonera terminó rompiendo un vidrio del corredor, tal cual vemos con frecuencia entre los adolescentes.
Ese es un progreso que sí se nota: hay que decir que el aparato estatal ha perfeccionado como nunca los mecanismos de humillación y falta de respeto para con los trabajadores.
Ha colaborado de manera sistemática con la inmadurez que muestran los adultos, porque todo es precario, por lapsos cortos, por contratos que expiran a los 360 días y después no se sabe. Se ha llevado al país todo a la política del criadero de pollos: amontonados en pequeñísimo espacio para poder alimentarse y sobrevivir, se pisotean y picotean mutuamente incluso hasta la muerte, agobiados por el encierro, la falta de perspectivas y el estrés.
Al sujeto le han enajenado el derecho a una tranquilidad mínima y le han hecho creer que su salario es una dádiva que puede cambiar de destinatario en cualquier momento: no importa quien lo haga, siempre habrá otro dis- puesto a callar y obedecer.

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